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jueves, 18 de diciembre de 2014

4 VIEJOS DE JUEVES







                1

La señora del  sombrero de ala ancha bajaba la escalera de Bavastro como una diosa, con su perrita sin raza definida pero simpática y compradora atada a una cadena dorada.
_ ¡Qué linda es!_ le dije, y ahí nomás me contó todo su presente. Que administra un refugio de perros en la Costa de Oro, innominado, sin fines de lucro ni de fama. Que ella en su pequeño apartamento de ahí a la vuelta vive con dos gatos enormes y la perrita. Que no le gustan los drogadictos del barrio porque queman gatos para divertirse. Que se dedica a comprar y vender muebles a fin de solventar los gastos del refugio. Que a esta mascota en particular la salvó de la muerte porque estaba condenada al sacrificio.
Las señoras de la Ciudad Vieja tienen ese qué sé yo.
Lo que no tienen es mute.
Pero aguanten las viejas bondadosas, para las cuales voy sacando número desde ya.



2

Una paloma dominaba todo el panorama de 18 de julio desde la cabeza procerosa de nuestro Artigas, que no está tan verde como su amigo El Gaucho pero se las trae. Un nido o algo raro con plumitas asomaba por la boca del caballo. Ya estaba lamentando no haber llevado la cámara de fotos cuando vi las decenas o cientos de sillas tapizadas de rojo con borde dorado enfiladas enfrente al monumento y decidí que para el caso la poca nitidez de las fotos del celular estaba más que justificada. En eso estaba, buscando un ángulo apropiado, cuando un veterano se me acercó.
_ Perdoná que me meta, pero ¿querés que te diga cuál es el mejor ángulo para tomar el Palacio Salvo y que te salga entero y recortado contra el cielo, precioso?
_ Eeeh… te agradezco, pero en verdad le estaba sacando una foto a las sillas rojas…
_ ¡Ah! ¿Sos de acá? ¡No dije nada, entonces!
_Pero igual, decinos_ pregunté_ ¿Cuál es para vos el mejor ángulo?
Y me lo dijo.
_ Ahora que, si alguien saca la foto con usted adelante ¡le queda de tapa de revista!
Divino el viejo. Me gustaría que se casara con la diosa de la perrita y que me propusieran ser la madrina de su boda. En el Salvo. Con sillas rojas. De Bavastro.



3

Restaurante vegetariano Bamboo. La gente llega, ocupa una mesa dejando alguna pertenencia, se sirve, paga la comida y la degusta.
Yo dejo una mochila y mi carpeta.
El veterano de la mesa de al lado dejó el diario, los lentes y los dientes postizos, cuidadosamente protegidos en un vaso de agua.
Y se fue a buscar su comida.



4

Balance de mi relación con el nuevo celular, hoy:
Llamadas que él hizo sin mi permiso: dos. Una a un Ente Autónomo y otra a un amigo que iba caminando a mi lado cuando de la nada le sonó el teléfono y para mutua sorpresa resulta que la persona que lo llamaba era yo.
Mensajes de whatsapp que mandó por su cuenta: uno, a un tal Chule.  “S.dpjtwtwgpp.ap”, le dijo mi celular al Chule. Que además me había mandado un mensaje de número equivocado, o sea que respiro tranquila y me doy cuenta de que no todo es mi culpa en el complejo planeta Samsung.


Balance de mi relación conmigo misma, hoy:
Algo me dice que ya es tiempo de ir armando el refugio canino, de pensar recomendaciones para entablar charla con posibles turistas ocasionales y de preparar el vasito con agua para los dientes, por si acaso.
Solo por si acaso.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Por ahora


(Este texto es el resultado de un ejercicio consistente en escribir un relato autobiográfico o pseudo-autobiográfico al correr de la pluma, en unos veinte minutos, donde la autenticidad o total ficcionalidad de los hechos narrados dependía de la simple elección de un papelito en un sorteo previo. Es decir que solo el azar me llevó a confesar o inventar estas memorias. Y no digo más.)




               


         A veces pienso que uno no debería tener que pasar nunca por una de esas instancias de confrontación de recuerdos y realidad. O capaz que sí, que estaría bueno, pero con alguna forma de protección, un colchoncito que amortigüe el golpe que tal vez se dé. Corrijo. El golpe que inevitablemente se va a dar. Sé que estoy siendo un poco vaga y escapándole al punto. Trataré de ajustarme a la idea que quiero contar y de evitar irme por las ramas. No sé si seré capaz. Aquí voy.



Era un martes de tardecita y la rambla de Piriápolis aún no se había llenado con el hormiguero tradicional de cada noche. Habíamos pasado dos amigas y yo una tarde de charlas dividida entre chismes, confesiones y planes cuando una de ellas, La Colorada Noemí, me preguntó si no quería ir a ver qué había sido de la casa de mis primos en Playa Hermosa. Yo dije que sí de inmediato, pero no porque tuviera ganas sino porque… No sé por qué. Lo primero que pensé fue que no me importaba en lo más mínimo qué había sido de aquel chalet pretensioso y decadente, tal como no me importaba nada de la vida de mis primos ni de su perro ni de la tía Chola ni nada de nada. 
En el tiempo en que demoramos en llegar de La Pasiva a la casa (que quedaba enfrente de un boliche que fue cambiando de nombres y hoy no sé si existe) pensé que lo mejor era que la casa se hubiera vendido, que ni siquiera ella quedara como testigo de ese verano horroroso en el que pasé ahí varias semanas con mis primos y tíos. Pero no; ahí estaba.
Bajamos del auto y recuerdo que me ensucié los pies en un charco de la vereda, porque los días anteriores había llovido mucho y aquello no se secaba. La Colorada, que aquel verano había pasado conmigo, con mis tíos y primos un par de días de mis dos semanas de vacaciones, se bajó del auto enseguida, abrió el portón y se metió como Pancho por su casa, diciendo que el jardín antes era más lindo, que los nuevos dueños eran gente sin gusto porque habían talado el pino del costado y que ese color verde de la puerta era horroroso. 
Yo no pude hablar. No podía; tenía un nudo en la garganta, y traté de disimular caminando lejos de ellas, como pensando. No podía creer que aquello siguiera doliendo todavía. Habían pasado veinte años; no podía ser. 
Algún día voy a tener que buscar a mi primo Alberto y aclarar unas cuantas cositas. No me importa que ahora esté viviendo en Brasil, no me importa que esté casado y tenga dos hijos y un perro, no me importa que la tía esté viejita y se pueda sentir mal si se entera: yo algún día voy a tener que agarrarlo y decirle unas cuantas cositas a ese hijo de puta. Ese fue el peor verano de mi vida, y aunque creí que ya había pasado, al ver la casa y la calle y los árboles del fondo me di cuenta de que no había pasado nada, solo estaba ahí, esperando a volver y echárseme encima en un momento de alegría con mis amigas, cuando menos me lo esperaba. 
No nos quedamos mucho rato; ellas no se dieron cuenta de nada. En seguida propuse pegar la vuelta, que se hacía tarde, y me hicieron caso. Aún tengo esa charla pendiente, pero por alguna razón no me animo, no me animo. No me animo ni me olvido.
Por ahora.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Diciembre en colores




52 grados a la sombra. 
Voy en un 405, tercer viaje a Pocitos de la jornada.
Una nena intenta inútilmente beber de una botella de Coca Cola congelada. De camino a la parada una hábil negociante de cinco años pretendió venderme un volante de un dentista y un no tan hábil negociante me pidió plata para el Judas que le servía de asiento.
Día de niños hoy, como ayer de viejos.

¿Cuándo será el día de los seres intemporales como una?




Si el 141 va vacío en el sopor del mediodía, si sobran los lugares para aporrear mal una pobre guitarrita y gritar algo ya gritado o al menos desafinado por Antonio Banderas.
¿Por qué a medio metro de mi oreja, por qué?

¡Y después pretenden que crea en la justicia!




Un día dejó de haber Papá Noel gigante en Ibarra. 
Después fue el turno del Tren Fantasma. 
Ahora, cierra La Casa de los Chascos.
Solo falta que no haya más Alfombra Mágica ni Montaña Rusa en el Parque Rodó, o que el Ital Park deje de llevar sus juegos ambulantes por los barrios. ¿Adónde iremos a parar, señores míos?

Ah... ¿ya no existen? 
Un caso más de ignorancia voluntaria... Mal pasajero, déjenlo así.





MI viejo celular tenía el teclado borroneado, la batería en etapa terminal y un carácter de mierda pero al menos ya habíamos aprendido a convivir sin más que unos cuantos encontronazos cada día, cinco o diez minutos de odio de vez en cuando y la amenaza de tirarlo a la basura cada vez que se piraba y fingía su muerte con toda alevosía, generalmente en los momentos en que yo más lo necesitaba rápido y activo.
Pero lo perdí (digamos que lo perdí) y por suerte alguien tuvo a bien prestarme otro, mucho mejor que el que yo tenía, lleno de chiches y cositas que no entiendo en tanto íconos (y mucho menos a nivel operativo) pero ahí están. 
Tal vez eso explique por qué hoy en las dos primeras horas en que recuperé el número ya me mandé varias metidas de pata del estilo de demorar un cuarto de hora en entender cómo diablos iba el chip, o no saber cómo cortar (y por lo tanto dejarle más de tres minutos de mensaje de audio a la peluquera que estaba conmigo y a la que llamé para confirmar que tenía línea), o ser incapaz de atender una llamada (porque había que tocar el símbolo del teléfono en verde de izquierda a derecha y yo lo cliqueé, lo apreté, lo golpeé, lo manipulé de arriba abajo y viceversa, invoqué a su madre, le hice promesas, todo, menos la opción correcta). 
Por ahora tampoco sé cómo cambiarle el sonido de llamada, y en verdad hasta que recibí la primera (esa que no pude contestar, al igual que la segunda, porque el insight vino demorado y en cuentagotas...) no supe si me iba a sonar con El Reja, Arjona o Tinelli, pero al final resultó que tiene una musiquita standard e inofensiva, que cambiaré apenas pueda, pero ya sin terror. 

Todo esto es para avisar que si en estos días los llamo y corto, o les aparecen extraños mensajes de texto en chino o les mando por whatsapp una receta de pascualina lo siento mucho, pero no lo puedo evitar: soy lenta para procesar cambios. 

Ustedes disimulen y hagan como que sigo siendo la de siempre, ta? Que algún día lo voy a volver a ser. Creo.




Yo estaba un poco nerviosa, porque no conocía a nadie. 
¡Mi primera clase de gimnasia, después de tanto tiempo!
Primero tuve que hacer una cola enorme para inscribirme, dar mi nombre y pagar los $65 que cuesta cada clase. El SUM de mi cooperativa hormigueaba de mujeres y algunos hombres. De pronto vi a una chica de chatitas y empecé a dudar si habría ido al horario correcto o si me estaría metiendo en otra actividad, pero me quedé.
La profesora era una chica bajita. Tenía problemas con el equipo de sonido y no acertaba a poner la pista que buscaba. Probaba, interrumpía, pasaba el tiempo y nosotros seguíamos inmóviles, ocupando el centro del enorme salón en una masa informe hasta que una canción se instaló definitivamente y empezamos a formarnos de manera ordenada. Una muchacha empujó a la que tenía detrás porque no le dejaba mucho espacio, haciéndola caer. Nadie hablaba una palabra. 
Nos movimos un poquito, no llegué a cansarme ni a transpirar siquiera, y ya vino la relajación, para la cual nos tiramos en el piso y nos tapamos con larguísimas tiras de acolchado que a mí me produjeron cierta sensación de claustrofobia pero al resto le pareció de lo más normal, porque no hubo quejas ni sorpresas. Traté de sacar los brazos, al menos, porque estaba como presa, hasta que Roldana empezó a llorar por comida como todos los días, y me despertó.

Y es por eso que no vuelvo al gimnasio.






Crónica roja de sábado a la noche.

Tenía que pasarme alguna vez. Perdí el celular.
O me lo robaron, no sé bien, porque estaba sentada en un murito con un amigo en una plaza, murito que por detrás de nosotros daba a una pendiente, o sea que si alguien pasó capaz que yo lo tenía medio por salirse del bolsillo de atrás del vaquero y disimuladamente me lo sacaron. A mí me pareció sentir un movimiento, pero como la cartera seguía colgando de mi hombro me desentendí, aunque también cabe la posibilidad de que se me haya caído. Cuando me di cuenta ya iba en un 182, a la altura de Veterinaria. Bajé, tomé un taxi, volví. En el murito había tres pibes, pero hablé con ellos y me la juego a que no lo encontraron. El taxista llamó, y estaba apagado. 
Ya lo bloqueé, cambié contraseñas y recordé, aliviada, que no hace mucho había respaldado la agenda de teléfonos (al menos hasta la "L"). El aparato en sí no vale mucho y la batería estaba moribunda. 
Espero que el ladrón no utilice mis fotos con fines sensacionalistas. Tengo como diez: de Roldana, Tania, Isis, y de la muela de un mastodonte que encontré en el Cabo. 
Eso es todo. Nada grave, pero aviso que no me hago responsable de lo que mi ex celular haya hecho entre las doce y media y las dos de la mañana de hoy.





Sacar la basura y tirarla al contenedor tiene algo de catártico, algo de alivio existencial. Uno se siente limpio y fresco ante la nueva bolsa puesta en el tacho, como después de una ducha.
Algo similar sucede cuando hacemos limpieza de ropero o cuando encaramos la depuración de la agenda del celular o los amigos del facebook.
Es bueno limpiar, me repito como para convencerme, mientras pispeo de reojo la pila de papeles que ya pasa largamente el medio metro de altura, un segundo antes de decidir que no, que hoy no toca pasarlos a sus carpetas.
Otro día será. El año que viene, tal vez. Algún día.
Y me voy a hacer trámites para reclutar nuevos integrantes de la montaña que aguarda en silencio encima de un mueble en el dormitorio.
Pienso, luego desisto.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Baúl de recuerdos: 2007 ÚLTIMODÍAÚLTIMODÍAÚLTIMODÍA

                           






PRIMER TRAMO: Colegio 1

   Hoy fue la reunión de cuarto año, a las siete y media de la mañana. Pequeñas delicias de joderle la vida a los demás con pequeñeces.
   Siete y veinte todos fuimos cayendo, puntuales… menos el comienzo de la reunión, que se demoró hasta ocho menos diez. La directora tiene pinta de que en cualquier momento le viene un día de furia, pero todo sale tranquilo. Hubo un chiquilín con 19 faltas que por esos misterios de la vida tenía 30 faltas solamente en Educación Física (quien le puso 2 de promedio. ¿De dónde sacó ese 2 si dice que nunca lo vio? Más misterios…). Una sospechosa cantidad de gente terminó el año con 19 y 20 faltas, pero la cosa fue rapidita. Una hora después ya iba hacia el 


    SEGUNDO TRAMO: Colegio 2

   En esta noble institución las clases aún seguían (repito: pequeñas delicias de joderle la vida a los demás con pequeñeces), y yo tenía con un tercero a las 7:50, así que (por la reunión antedicha) falté, pese a que la Subdirectora cuando avisé supuso que ta vez yo llegaría a segunda, a las 8:30. ¿Será que tengo una forma de inversión del continuum espacio-tiempo y aún no me he enterado? 
   A tercera me colé a clase de Física y les entregué el resultado del escrito, para ir después a la sala a hacer los promedios. En el recreo el profesor de Física contó que había estado de merienda compartida con uno de los grupos. Una compañera y yo le estábamos informando que si la hizo fue solo porque la Sub no tenía la más leve idea del asunto, cuando oímos a la susodicha emitir desde el pasillo una frase célebre: “Ustedes ya saben que no pueden tener ideas”, al tiempo que confiscaba una torta de chocolate y la depositaba con destino indefinido en la mesa de la secretaría.
   Pasó el recreo, fui al otro tercero, les di el escrito, hicimos una evaluación del año, fue pasando el tiempo. Nota agrandatoria de mi parte: antes de entrar me detuvo un alumno que me había prestado sus poemas para que los leyera. Yo le hice un comentario muy lindo por escrito, y ahora él venía a darme un poema escrito para mí. Está bueno y le hizo una dedicatoria re linda… Momento emotivo. Pausa. Ya sigo. 
Tenía dos horas con el grupo, las dos últimas del año. Pasada la primera decidimos sacarnos una foto. Le pedí a la Sub que nos sacara, para que saliéramos todos. Y era todos de verdad, nota al margen: no había faltado ni uno. Y no, no solo no nos sacó la foto, sino que me fulminó con una mirada helada y pregunta al tono: “Pero... ¿vos no estás en clase?” Es decir, traduciendo, “a ver. boludita, dejá esas pavadas para el recreo y andá a laburar hasta que toque el timbre, andá”.  Y me fui, obvio. Después recibí adhesiones de adultos varios con cara de no acredito. Qué le vachaché. 
   La despedida con el grupo fue emocionante. Les escribí saludos en los cuadernos,  hacíamos lista de espera y un secretario los iba repartiendo. Les regalé caracolitos de Rocha. Me hicieron un pergamino. Me aplaudieron y ovacionaron al final, incluso los cuatro que mandé a examen. Juro que me erizo: no sé si tuve un enamoramiento tal con otro grupo en mi vida. 
   Tomá pa vo, Sub.


                                     
                           TERCER TRAMO: EL 30


   Hoy era la despedida de los terceros, a las dos y media. Estuve corrigiendo como una condenada desde ayer y llegué puntual, pero tenía un problema: no había impreso el discurso de despedida porque andaba sin tinta. Me quedó muy bien, modestia aparte, aunque de entrada no quería hacerlo por aquello de que todos se descansan en los de Literatura para lo que sea escribir. Cuando me lo propusieron hice un chiste respecto a que el profesor del año pasado (histórico responsable de los discursos del 30) no estaba, pero me bajé del caballo cuando la coordinadora me preguntó si yo quería pedirle a él que lo hiciera. Esta gente ya me va tomando los puntos... Al final lo imprimí con ayuda de mi ex practicante, después de un periplo de media hora buscando a la encargada de informática. Lo compartí con dos compañeras para no leer sola, aunque todos me decían después “profe, me di cuenta que lo escribió usté porque metió un poema en el medio”. 
   La despedida fue breve pero buena. Emotiva. Discursos improvisados. Flores para adscriptas. Abrazos, más fotos, regalitos para ellos, corrección pública e hiper presionada de los diez parciales que me quedaban. Mientras tanto, cosas raras pasaban a mi alrededor. Aparecían gurises con bufandas en la mano (mientras nos asábamos de calor), una chica tenía en la mano una blusa negra medio transparentona, así, como quien lleva la botellita de Coca. Me dijeron que la de Matemática andaba con una valija regalando ropa a los alumnos. Se está mudando, y se ve que algo tendrá que ver con su inusual recuerdo de fin de año. Lástima que no ligué nada.
   Y así pasó el último día. Me quedé hora y media haciendo promedios, hice mandados, llegué a casa, fui al gimnasio, vegeté durante un tiempo indefinido y aquí estoy, tomando conciencia por primera vez en el día de que ¡HE TERMINADO! ¡C’EST FINI! ¡VIVE LA LIBERTÉ! ¡IUPI IUPI IUPI!!!!!!! ¡OLÉ, OLÉ OLÉ OLÁ! ¡TIEMPOOOOO! ¡TIEMPOOOO!

    He dicho.

   La nueva Mariela, que capaz que hoy duerme ocho horas y todo.  

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Momentos con gusto a noviembre

   




Soñé que entraba a facebook por mi celular y al lado de las opciones habituales (Noticias, Amigos, Perfil, etc) había una nueva: "Planificación".
Creo que mi inconsciente está encontrando una nueva forma de enviarme mensajes.




Fui a votar a mi viejo barrio del Buceo bajo la llovizna. 
En Montevideo Shopping todo el mundo andaba con cara de Black Friday y recorría local tras local repitiendo un mantram de valor universal: "¿Qué descuento tiene esto?".
En Tienda Inglesa la atención se concentraba en la zona de los helados, donde 4 cantaores y una maja espigada y flexible daban un número artístico como parte de la Semana de España.
El 405 semivacío viene con una tele prendida que se empeña en enseñarme principios de alimentación saludable y compromiso con el barrio.
Es el domingo de elecciones menos parecido a un domingo de elecciones que me tocó vivir hasta ahora, y sigue lloviznando.
Plop plop plop. Plop.




Voy volviendo de la marcha de Mujeres de Negro, reflexionando sobre la igualdad de derecho y los prejuicios de género que viven y luchan aún cuando escucho a mi vecina de asiento hablar a los gritos con una amiga al celular:
_ Vale, ¿vos no tendrás un tambor para prestarme? Porque a mi sobrina le dieron a elegir si para la fiesta de la Escuela quería ser reina o tocar el tambor y ¿podrás creer? ¡Eligió el tambor! ¡Yo no puedo creer!
Nena: 1 - Tía gritona: 0

¡Cuánto queda por hacer!






Primer round: Roldana.
Me acecha apenas subo la escalera, sigue mis pasos, me espía miserablemente, se hace la boluda y... ¡listo! Colada al dormitorio en el último segundo. Amenazas varias de mi parte, arrinconamiento de la susodicha, piruetas en las que estoy a punto de caerme por interceptarla antes de que se meta de nuevo bajo la cama, hasta que al fin la logro sacar de la habitación y me acuesto. Sola. 
Segundo round: Tania.
Ruidos en la reja de la ventana me indican que o bien hay un ladrón queriendo forzar la ventana o bien Tania está haciendo su numerito nocturno de "No estoy segura de querer entrar... Convenceme." Bajo refunfuñando, la llamo, la seduzco con mil tonos y mimos hasta que se decide y entra. Vuelvo al dormitorio, esquivando a la hermana que disimula en una esquina al lado de la puerta.
Tercer round: el mosquito innominado.
Revolotea a mi alrededor, pasa por mis manos, frente y nariz, hasta que se me posa en la mejilla derecha provocando que me dé una cachetada en defensa propia. Su vuelo triunfal post cachetada me fuerza a prender todas las luces y a revisar palmo a palmo paredes, cortinas y muebles hasta que lo diviso en el cajón de la persiana y lo liquido de un almohadonazo con un estruendo tal que debe de haber hecho saltar a mi vecina de la tercera edad en la casa de al lado.
Y eso es todo por hoy.
Creo.
Buenas noches.







        El viernes comenzó a las nueve de la mañana con un curso en el IPES sobre Mario Levrero. A eso de 11.30 hicimos el primer corte, en el cual todos nos quedamos en el salón tomando café y charlando sobre Mario Levrero. Continuamos el curso hasta la una, cuando arrancamos en masa hacia el bar de la esquina para almorzar conversando sobre Mario Levrero. Desde las dos hasta las seis seguimos nuestra concentración maratónica referida a la obra de Mario Levrero (sin corte esta vez, cada uno se paró cuando quiso a servirse cafecito y galletas). Terminada esta instancia me tiré hasta el centro, a la presentación de un libro sobre Mario Levrero. Volví a mi hogar con "Caza de Levrero" bajo el brazo, y ahí lo tengo, esperándome.
Me encanta este viernes.




¡Y salió la clase de 6º Artístico y Arquitectura con los sirios! 
Una clase que se movió de forma autónoma: arrancamos con "La mujer" de Juceca y la seguimos con la narrativa oral, los cuentos que nos han contado y que seguimos reproduciendo, el pequeño héroe del Arroyo del Oro, la Casa del Águila y la canción de Rubén Olivera, pasando por el amor, los grises, los colores, el realismo, la fantasía y más. Todos participaron, discutieron, se conocieron, dibujaron, charlaron con gestos o palabras a medias. No tuvo nada que ver con una clase tradicional de Literatura, y casi nada que ver con lo que yo había planificado. Tuvo vida propia, y la vida se la fueron poniendo ellos; una vida que acepta las diferencias pero no deja de percibir las similitudes de base. Que nunca falte.




   
Domingo de clásico y sin embargo el teatro está lleno. A mi lado una señora y un señor con pinta de septuagenarios mantienen una animada charla y se tratan de usted. Él fue director de teatro y conoció a Candeau. Enfrente, un ex intendente de Montevideo saluda a un conocido tras otro. Un joven con muletas sube trabajosamente los cinco niveles de escalones hasta su asiento. 
   Ritual de domingo.
   Bajan las luces. 
   Silencio.




   La integración de la comunidad del 58 con los estudiantes sirios continúa viento en popa.
   Hoy estaban invitados a una observación del cielo nocturno con los profesores de Astronomía, pero para cuando se decidió cancelar la observación por mal tiempo ya había un estudiante que había llevado como cincuenta pastelitos de dulce de membrillo hechos por su abuela para convidar a los recién llegados. ¿Qué hacer? Habían sido hechos con mucho amor, como símbolo de un recibimiento con un bocado autóctono.
   La solución fue simple: si los sirios no pueden venir al Benedetti, el Benedetti va. 
   Invitada por una profesora de Historia, con el chico de los pasteles y otras dos alumnas, fuimos hasta el hogar Marista del km 16 con nuestra caja de cartón llena de pasteles. 
   Estaban bajo los árboles de un enorme predio, adolescentes y niños, y en seguida se acercaron. Uno de los traductores les explicó el porqué de nuestra visita, mientras algunos jugaban y otros nos sonreían o incluso preguntaban por alguno de sus nuevos amigos del 58 que no había sido parte de la comitiva de hoy. Los pastelitos quedaron para la merienda, media hora más tarde. Cuando nos íbamos varios nos saludaron con un perfecto “¡chau!”.
   Volvimos al liceo con una sonrisa de oreja a oreja.
   



   Televisores por todas partes. En casas, salas de espera, fiambrerías, recitales, almacenes, supermercados, gimnasios y hasta en el 405.
   Cada vez tenemos más miedo a enfrentarnos a eso que Levrero llamaba la angustia difusa, parece. Las imágenes y sonidos ajenos tienen que taponear cualquier mínima posibilidad de encontrarse con uno mismo, pero el silencio está bueno y además es necesario.
Inicio oficial de la campaña por el silencio. 
   Los pájaros, el viento y las palabras sinceras quedan nombrados Huéspedes Honorables de nuestro silencio. Los programas de televisión y los gritos destemplados deberían ser reconsiderados mil veces antes de aceptarlos como parte del menú sonoro del día.
   Lo siento, lector, hoy me vine moralista; debo estar extrañando el sonido del mar y el viento de Valizas.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Crónicas de bus: noviembre 2014

   



Voy en un 316 con velocidad de tortuga y me entretengo haciendo estadísticas. 
12 personas me rodean.
1 anciana, 3 jóvenes, 8 maduras. 
4 hombres, 8 mujeres.
4 flacos, 4 gordos, 4 obesos. 
11 silenciosos y uno que canta cumbias a mi lado.
0 cantores de ocasión, 0 magos, 0 vendedores.
Intrascendencias de bus.
Algún día llegaré a mi destino.
Algún día.

 Es pelado, gordito, de veintipico de años, y ni su remera anaranjada flúo ni su ukelele pintado de verde manzana me dan buena impresión. Apronto los oídos para una tortura de bus, pero no. El pelado (que ya había visto antes, ahora me doy cuenta) aturde un poco pero es bueno. Si solo gritara un poquito menos...
Tal vez es mucho pedir. Aspirinas, ¿alguien tiene? 



 Él va contento, parece. Canta y toca el bongó en el asiento de atrás en el 405. Hace media hora viene cantando y tocando el bongó. En verdad no canta: tararea algo cumbioso, y tampoco toca el bongó: lo golpea sin ton ni son. 
   Lo malo es que no se cansa. No se cansa. Socorro



   Salgo siete menos diez cual Aquiles heroico enfrentando a la Moira desalmada del temporal, y la empresa es ingrata. Vadeo arroyos y cañadas, le dirijo constantemente palabras de aliento a mi paraguas nuevo pidiéndole que resista y explicándole que no todas las tormentas serán como la de hoy. Agradezco que la campera sea impermeable, pero mis zapatos altos no pueden vadear los ríos desatados y sucumben ante la marejada. 
   Chlop chlop chlop, avanzo. 
   Ya en la parada me subo al banco de cemento y aún así no puedo evitar que una cosa gris conducida por un hijo de puta de la familia 103 me ensope todo lo que el paraguas no ha cubierto. Nos miramos con la única otra chica que aparece y terminamos riendo.
    Y todo para que ahora, sentada en el 405 habitualmente repleto pero hoy semi vacío, el señor Sotelo desde la radio me informe de que a esta hora de la mañana se desarrollan "lluvias suaves" sobre la capital de la república. 
   ¡Oh, tú, que asomas al mundo dentro de unas horas, cuando el diluvio haya amainado, entérate de que a las siete de la mañana el país siguió andando a puro cerrar los ojos y enfrentar el destino!
   ¡Adelante, mis valientes!
   Chlop chlop chlop.

sábado, 1 de noviembre de 2014

En la esquina




Ya estaba cayendo la noche y aún me faltaba una cuadra para llegar a 18 cuando los vi. Eran dos, en la esquina, atajando a cada persona que cruzaba para pedirle dinero.
Espero que mi negativa no suene muy antipática, pensé.

El primero en interpelarme fue el morocho:
_ Shakira, disculpá, ¿no tendrías unas monedas?
_ ¡Jaja!
-Estamos jugando a los parecidos.-acotó el otro- No te molesta, ¿no? ¡Sos igual!
_ ¡Ojalá!
_ ¡Bueno, Shakira, suerte!

Y me fui riendo, a la vez que pensaba cómo contarían esta misma micro escena otras personas.
Los que votaron por el Sí el domingo pasado, por ejemplo.

Ajuste de perspectiva

  


 Salgo de casa puteando por dentro al ver el cartel que recuerda que mañana hay asamblea obligatoria en la cooperativa: eterna, peleada y frustrante asamblea, como siempre. Apenas saque el 5 de oro, empiezo a pensar, me compro una casa independiente y chau vecinos, discusiones, deudas de otros y reglamentos de convivencia.
   Pero al pasar por el SUM la carrera de unos pasos con sobrepeso en el hormigón, la carita feliz, el abrazo y los lengüetazos de Isis me sacan de la mala onda en medio segundo.
   _Se ve que compartimos el mismo gusto por los animales- me dice al pasar Uruguay, un veterano culto y autodidacta al que realmente aprecio. Y se pone a contarme de la perrita de otro vecino, que él alimenta y casi se le agregó en su casa, y del padre de la dueña de Isis, que no llegó a ver la obra de la cooperativa terminada pero al que siempre recuerda con cariño porque en su momento lo convenció de apostar por esto del cooperativismo y la ayuda mutua...
   Me demoro entre Isis y Uruguay y sé que la CITA no espera ni medio minuto, pero vale la pena recordar que las cosas por algo pasan, que las casualidades no existen, que según todas las señales que se me cruzan o que me invento estoy en el sitio donde debo estar, y que por si fuera poco Isis me quiere.
  

martes, 7 de octubre de 2014

EL SUEÑO DE LA BANDA PROPIA






            Esta mañana decidí que apenas pueda le pego una llamada al Cholo y le propongo que formemos una banda para secuestrar mujeres.
No a todas, ni tampoco cualquiera, no. Nuestra víctima ideal tiene entre treinta y sesenta años. Acostumbra llevar de arrastro su humanidad embutida en ropas que pugnan por pasar inadvertidas, con un marco capilar ajado y sin brillo y un rostro que solo conoce de pasada el rouge que se le aplica a toda velocidad y el lápiz negro que no siempre acierta el camino a la delineación de unos ojos eternamente bajos.
_ Yo no soy de perder tiempo con esas cosas._ dice.
Y también:
_ El que no le guste, que no me mire. _Y trata de esconder sus uñas sin color y con cutículas deshilachadas mientras nos observa de reojo a ver si su mentira ha dado con oídos receptivos.
El Cholo y yo planeamos para ella un rapto sin violencia, eso sí, nada de golpes ni amenazas. Un pañuelo embebido en somnífero aplicado por sorpresa mientras espera el ómnibus en la parada o intenta corregir escritos durante sus horas puente en la sala de profesores de algún liceo, un corto viaje trastabillando sin demasiada conciencia de la situación y el asiento trasero del coche que la espera con la puerta ya entreabierta serán más que suficientes para ponerla por entero en nuestras manos. Ambos confiamos en que podemos realizar esta operación en un par de minutos sin tropiezos.
Una vez en la guarida será el turno de la Mimí. Madame Mimí, como a ella le gusta que le digamos, aunque nació en la Unión y lo más cerca que estuvo de París fue una noche que se la pasó cantando La Marsellesa con  un par de marineros polacos en el Bosquecito de la Francesa, allá por Lezica.  Madame Mimí, decía, tiene a su cargo la parte técnica del asunto, porque es la que sabe de peluquería, maquillaje y estética en general como si hubiera hecho el curso de Belleza de la UTU que siempre pensó y nunca pudo.
Nuestra tropelía será aprovechar el tiempo en que la víctima esté sedada para convertirla en la mejor versión de sí misma que jamás pudo soñar, incluyendo corte y tintura de pelo, maquillaje, bijouterie, maniquiur (como le gusta decir a la experta), limpieza general de sarro (porque la Mimí trabajó como dos meses una vez de ayudante de dentista y conoce la técnica), extirpado antinflamatorio de barritos y un vestuario  tan moderno como sentador, donde quizá por vez primera los colores armonicen sin gritarse y los anillos adornen sin abrumar. Como toques finales un buen perfume, carterita elegante al hombro, y listo el pollo. El Cholo me toma el pelo y me carga con eso de que le estoy copiando las ideas a un programa de cable, pero yo le porfío que la idea me viene de más atrás, de las reuniones familiares de mi infancia rodeada de señoronas marrones y sepias aventurando monosílabos inexpresivos en medio de incómodos silencios y miradas disimuladas al reloj cucú de la sala de mi tía Coca.
Una vez liquidado el asunto de la mejor versión de sí misma y bla bla bla vamos a devolver a la víctima a su hábitat natural para estudiar tanto sus reacciones como las del entorno inmediato, lo que haremos disfrazándonos de usuarios del sistema de transporte capitalino en la parada en la cual la dejaremos, o de padres del alumno Rodríguez de 4º4 (siempre hay un alumno Rodríguez en 4º4 y siempre tiene algún problema de conducta para ser notificado a sus progenitores) en el liceo donde la encontramos en primer lugar.
Lo único que me preocupa y que no hemos podido resolver es la pequeña cuestión de qué haremos cuando tras cuatro o cinco secuestros la cosa cobre estado público y empiecen a aparecer en las paradas señoras esperando un hipotético ómnibus por horas y horas o eternizando los recreos para lograr quedarse solas en las salas de profesores de todo el país como diciendo “aquí estoy”. Y no sé. El Cholo dice que para entonces podríamos empezar a cobrar por secuestro, y la Mimí incluso quiere ir armando desde ya una lista de espera para sus forzados milagros estéticos, pero yo no sé.
Por ahora no voy a tomar una decisión, porque después de todo no es tan urgente, pienso mientras levanto los ojos y miro a mi alrededor en busca de posibles futuras víctimas de mi banda de delincuentes del asfalto. Hay a mi derecha una en particular, una cuarentona castaña cuyo perfil se recorta contra el gris del muro de la Caminera en la vereda de enfrente, que…
 ¿La Caminera?
En una fracción de segundo me enderezo en el asiento del 103 y me abro paso hasta el fondo, donde no hay Cholo ni Madame Mimí que me apliquen somnífero alguno, pese a que yo integraría con mucho gusto su lista de espera para el milagro.
_ ¡Guarda! ¡Bajo en esta!
_ Podrías avisar con más tiempo, ¿no?
_ Sí. ¿Y tu mujer cómo anda? Decile de mi parte que el Cholo la anda buscando, decile…_ mascullo para mis adentros (no vaya a ser que el señor se enoje y mi banda se quede sin ideóloga antes del primer secuestro), y me voy a mi casa, a darle de comer a las gatas.


            

viernes, 3 de octubre de 2014

Crónicas de bus: octubre 2014

   



CRÓNICA DE LA INTERACCIÓN CASUAL POR LAS CALLES (Y BUSES) DE MONTEVIDEO

Capítulo 1: 
La señora que va junto a mí en el 103 se me queda mirando descaradamente y soy consciente de que me está haciendo una radiografía visual a escasos centímetros de mi cabeza. De pronto se decide y me habla.
_¡Cuántas canas te salieron, con lo joven que sos!
_ ¿Perdón?
_ Que estás llena de canas. Mirame a mí: 68 años y ni una tengo. Es que mis abuelos eran vascos franceses y tampoco tuvieron nunca.
_ Ah, me alegro por usted.
Y me bajo pensando que la semana que viene tengo que ir sin falta a hacerme la tinta, aunque lo de que la señora no tenía canas no pude comprobarlo, porque estaba teñida de rubio.

Capítulo 2: 
Fui a hacer mandados bajo el amable sol de la mañana temprano, y al doblar una esquina vi a un castaño de pelo largo, vestido solo con una bermuda de jean y agachado, juntando algo que yo creí que era del pasto. Hay cada loco... Ya seguía mi camino cuando su grito me detuvo en seco.
_ ¡Profe!
Caramba, caramba. Parece que cada vez resulto haber sido profesora de personas más viejas. Casi mayores que yo misma incluso.
_ Sí, sos la profe, claro. ¿Cómo andás?
_ Bien... ¿Vos de dónde eras?
_ Del 14. Estás igual, qué impresionante, igualita. 
Otro que me viene con el cuento.
_ Eras del 14... ¿Qué edad tenés?
_ 36
_Ah, con razón no te recuerdo. 
Esta vez tenía una justificación; no era necesario aclarar que si hubiera sido de 2013 capaz que tampoco lo ubicaba.
_ ¿Qué estás juntando?
_ Moras, ¿querés? Llevate unas cuantas.
_ No, te agradezco, porque recién voy a hacer mandados. Bah, dame una y la pruebo. ¿Las moras no son rojas?
_ Estas no. Son moras blancas. Estás igualita.
Y me fui con la mora en la mano. Todavía no la probé.


Capítulo 3
8 de Octubre y Vicenza es una esquina muy convulsionada últimamente, en medio de una obra de remodelación enorme que ya lleva varios meses y ha hecho que en estos días esté cortada toda una senda de la avenida. Tuve que dar unos pasos medio acrobáticos para acercarme al frente del local de Acher de la esquina y ver si encuentro al gato viejo al que le doy comida. Pero nada.
_ ¿No lo viste?_ Sonó una voz a mis espaldas.
Era una vieja de chismosa, y no tuve que preguntarle a quién se refería. 
_ No. ¿Vos sabés algo?
_ Nada, hace días y días que no lo veo, pobrecito. 
_ Capaz que lo adoptó alguien.
_ Ojalá. Que andes bien.
Y seguimos nuestro camino, dos caras de la misma moneda con solo un par de décadas de diferencia.







El 405 dominguero y semivacío al que asciendo en mi cooperativa no demora ni diez segundos en darme una enseñanza de valor general: no está bueno alardear del dinero que uno posee. 
O eso creo desde el momento en que me tiro en el primer asiento libre, busco en mi monedero el importe del boleto y soy solicitada a la vez por dos mujeres. 
La de la derecha es la guarda, que se dirige a mi tratando de disimular un cierto brillo de expectativa en su mirada.
_Tenés monedas? Porque siento el ruidito...
La de la izquierda es una anciana silenciosa que me toca el hombro y me alcanza un cartón que tiene un mensaje que solicita ayuda en virtud de sus muchos problemas económicos.
Conclusión 1: hay que tener mucho cuidado, porque mostrar en el ómnibus las monedas, o simplemente dejarlas sonar puede hacer que uno siga su viaje con unos pesos menos en el bolsillo y un agujerito nuevo en el alma.
Conclusión 2: ¡si habrá que meditar antes de poner el voto de acá a siete días! 
Yo sigo apostando por los que defienden aquello de que los más infelices deben ser los más privilegiados. Vamos de Frente.





El miércoles empezó con un grito de horror en la parada del ómnibus cuando una vieja de sombrerito que iba a paso de tortuga se tiró a cruzar delante de un Copsa que venía a toda velocidad y tuvo que clavar los frenos para no despachurrarla con sombrero y todo.
Luego, la telenovela de la mañana. "Quiero ir contigo, déjame subir". "No, no hay espacio para ti en mi vida". "Vamos, dame una oportunidad, 405, que 316 me rechazó y se fue de largo...".
Ya en viaje, una voz desde el asiento de atrás.
"Me mandó un msj que quiso ser chistoso pero no lo entendí; vos viste que los hombres para el humor son medio huecos..."
A continuación me llega un wsp pero no quiero chequear, porque me parece que el señor hindú que conocí ayer en un 103 es un poco insistente y no tengo ganas de pensar corteses mensajes de despedida por los siglos de los siglos amén y encima en inglés.
Pero capaz que no es.
Este es el grado de dilema existencial que manejo a las siete de la mañana: no tengo cerebro para nada más complejo que dos más dos cuatro.
Se vació un asiento. Para esto sí mi cerebro está preparado.
¡A por él!




Mi 316 rumbo al liceo 58 no iba ni muy lleno ni muy vacío. Yo aprovechaba el tiempo para releer a Machado de Assis y medio de reojo controlar a mi compañero de asiento, que había resultado ser bastante movedizo. No veía nada de él, excepto la manga negra de su campera de nylon y una mano joven de dedos morenos, pero percibía que iba nervioso porque dos por tres se daba vuelta o amagaba con bajarse.
De pronto me habló.
_ Sorry, do you speak english?
Lo miré. Era un hindú: pelo negro lacio, lentes, bigote, piel amarronada, veintipocos años. El típico hindú que últimamente prolifera por estos lares y de los que (prejuiciosamente) me dan siempre la impresión de ser todos iguales.
No tuve alternativa: había que comprobar sí o sí si los dos años de inglés de la Alianza habían servido para algo.
_ Yes. Can I help you?
El pobre iba viajando hacia Zona Franca en un ómnibus que lo iba a dejar a kilómetros de distancia. Le expliqué cómo llegar a donde iba y charlamos un rato. Fue mi primera conversación totalmente en inglés; salió muy fácil.
Eso sí, después tuve que explicarle a Baba que no tenía whatsapp ni twitter, aunque creo que la mano venía de inmigrante solitario en un país tan extraño y exótico como nosotros. O eso espero, porque al final me conmovió su condición de perdido en la realidad uruguaya y le pasé mi teléfono.
Todo esto es para explicar a mis amigos de este muro por qué no pienso atender ni una sola llamada que provenga de un número desconocido en lo que queda del año.
He dicho.



MEJUNJE DE CHARLAS DE BUS DE VARIOS DÍAS

"_ ¿Y al almacén donde vos trabajás no lo cierran nunca?
_ Solo los domingos a las tres de la tarde. Bah, tres, tres y media, cuatro, porque mientras haya gente sigue abierto"


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" _ Atendimos 52 mesas en una hora, hoy. Casi batimos el récord, que es de 54. Nos dijeron que de premio nos iban a dar una coca mediana; espero que no se olviden."

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"_ ¿Tengo que ponerme el Evatest en la frente para que me den el asiento?"

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"_¿Vos sabés cómo nací yo? Mi papá y mi mamá estaban re calientes pero no tenían preservativos. Pensaron pedirle a mi abuela y al final mi vieja no se animó, pero como querían garchar como fuera lo hicieron igual y, bueno, nací yo y después se casaron. No fui una hija planificada".

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"_ Hoy me voy a poner un shortcito, así puedo bailar encima de la barra y no me tengo que andar cuidando de que se me vea".

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"_ Quién sabe con lo que me voy a encontrar porque la vieja esa no te limpia ni un vaso. Yo nunca vi cosa igual. Se pasa dele que dele con la computadora y no sirve ni para levantar la mesa. Solo va a la cocina a buscar algo para comer; no sirve para nada más. Cada lunes me encuentro aquello que parece Gazobo. ¡Te juro, parece Gazobo!"






Viernes, 10.22 de la mañana. 
Me levanté a las ocho, limpié mi casa, jugué con mis gatas, oí a Darwin, hice mandados, regué las plantas y cociné para el mediodía. ¿Qué me falta?
Me faltan una madrugada, cuatro buses y casi cincuenta gurises de cuarto año. Bendito asueto del privado.






En medio de la lluvia, el viento y el cansancio de una jornada de 12 horas reloj, en la esteparia precariedad de una parada sin techito, en medio de los pelos ingobernables y los zapatos mojados, lo veo y me ilumina el rostro, como todos los jueves a esta hora. ¡Es él! ¡Él! Mi 103 preferido que sale de Tres Cruces y llega vacío a la parada para que las (literalmente) 20 personas que nos zambullimos en su coraza protectora de las inclemencias del tiempo podamos viajar sentadas y sin vendedores de ocasión ni cantores in the rain.




VOCES DEL 405

a) EMPLEADAS

_ Yo ya hago 40 años de casada.
_Cuando hagas 50 hacé una fiesta y me invitás.
_ ¡Ah, claro! 40 años... Mi gordo siempre me acompaña a la parada. De noche, después de cenar, me dice "dejá, no levantes los platos que mañana lavo antes de ir al trabajo".


_ ¿Viste, María, que Lacallecito va a ser mucho mejor para nosotras? ¡Dale, votalo que falta poquito! Van 42 a 37. ¿Vos a quién votás?
_ El voto es secreto.
_ ¿Y vos? (a una tercera)
_ Yo voto a Tabaré. Tendríamos que estar contentas, es el que más nos ha apoyado.


_ Yo era Rodríguez y firmaba con z y ahora me voy a casar, saqué la partida de nacimiento y me salió una s. Rodrígues, nunca vi Rodrígues con s. Es la primera vez.


_ Me voy a sentar, si no te enojás. No doy más de las patas.


_ Yo soy de Danubio. 
_ Mi marido cuando pierde se pone muy mal, pero yo te digo la verdad, sinceramente, un poquito me tira la selección. El resto no.


b) ESTUDIANTES

_ No sé si va eso, porque solo dimos dos clases de ese tema, una de Impresionismo y otra...
_ ¿Vos sabías que Sofía vio el parcial de mi clase?
_ ¿El de Literatura? ¿Y qué pregunta?
_ No sé, vio unos recuadros, nada más...
_ La de Literatura no me soporta. El otro día Jime me preguntó algo y yo le estaba pasando y ella creyó que yo pedía que me pasaran y me dijo "Clarita, el lunes cuando entregue los escritos usted va a tener que justificar oralmente la nota que se saque". Qué bajón, ¿entendés, boluda?


_ Yo el lunes voy a empezar a trabajar. Sí, a repartir listas de los blancos. A mí no me importa nada, pero, o sea, son 6 horas y te pagan 400 pesos por día. 
_ ¡Genial!
_ O sea, tengo un puestito y, o sea, estoy un rato sentada, otro rato me paro y entrego listas en una esquina y los fines de semana en una feria.
_ Y ahí te pagan más, ¿no?
_ No, o sea, no creo. Es de aquí a las elecciones, o sea, me hago unos 7000 pesos. Ojalá que haya segunda vuelta así curro un poco más.




Estimado usuario de facebook: 
La Dirección de esta página cumple en informar a usted que en virtud del cambio de horarios (y del cuerpo con memoria de la hora anterior, borrosamente despertado a las 7.09 con la sola opción de un taxi que en día de lluvia y principios de mes demora veinte minutos en pasar y termina llegando al Integral a las 8 de la mañana) no se dispondrá de crónicas de bus en la presente jornada.
Comuníquese, archívese, etc.








Poema en seis personas.

Yo: escribo en el celular.
Tú: lees una crónica de bus (otra).
Él: maneja el ómnibus y oye el relato de un partido de fútbol por la radio.
Nosotros (los abnegados pasajeros): miramos por la ventana y buscamos un poco de silencio en nuestros corazones.
Vosotros: (los que no viajáis en 103), no podréis comprenderlo.
Ellos (los del fondo): van disfrazados de futbolistas, cantan y tamborilean de lo lindo.

Necesito poner punto final a este ruido dominguero, o al menos puntos suspensivos, para convertir en pretérito indefinido este presente interminable al que accedo varias veces por día por la módica suma de 23 pesos.




Está en la misma parada de ómnibus que yo. Tiene veintipico, es regordete, viste rigurosamente de rojo y negro y porta un parlante que cada dos por tres prueba por unos segundos, inundando de reggetón el ruido ya de por sí ensordecedor de 8 de Octubre.
Lo miro de reojo. Ya lo he visto, lo he escuchado y me he aturdido.
Hoy no, por favor, hoy no.
Lo sigo controlando al disimulo. 
Intenta subir a varios vehículos y es rebotado vez tras vez. Sigue esperando, y yo (que no creo) rezo para no salir favorecida esta mañana con su arte callejero.
Al fin viene mi 402, y al ascender me doy cuenta de que él se tomó el 100 de adelante.
Gracias, quienquiera que maneje los hilos de los acaeceres intrascendentes de que está hecho el tiempo. 
Gracias, pienso de nuevo, mientras me dejo llevar por los Doors que va oyendo el chofer. La mañana se hace menos gris y más vivible. Gracias.






"La gata. Vos sabés qué es lo que hace ahora esa gata loca? Abre la puerta del ropero en medio de la noche. La mueve con la patita hasta que la abre para acostarse encima de los acolchados. Qué gata loca! Sabés cómo la saqué, ¿no?"
   Dios mío. Acabo de encontrar a mi alma gemela en un 103 y es una cincuentona de lentes hablando por celular con una amiga.
Por suerte la dinámica del ómnibus pronto pone distancia entre nosotras, porque me da miedo seguir oyéndola, y además así puedo concentrarme en la radio del chofer que va dando consejos burreros con "Por una cabeza" como música de fondo.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La visita





_ ¿Probaron las galletitas? ¡Servite una galletita; están ricas! ¡Dale, servite, no hagas cumplidos!
Estoy sentada en el living de la que fue mi casa hasta los quince años, oyendo la voz de la tía que vivió pared por medio con mi familia todo ese tiempo, y todo es y deja de ser pasado y presente momento a momento.
Las voces y el espesor del tiempo son los mismos.  Sobre todo las voces.
_ ¿Querés un vaso de Coca?
Igual que antes: ni bien entraba a lo de tía Marina por alguna reunión familiar, ya tenía un vasito de plástico rojo con Coca Cola ante mis ojos. Esta vez el vaso era de vidrio, pero yo seguía midiendo un metro diez y vistiendo buzo de lana bordó y pollerita tableada a cuadros escoceses, o eso me parecía.
_ Esta habitación da la impresión de ser mucho más chiquitita que cuando yo vivía acá. No sé cómo entraban la cama, la cómoda, las sillas y los cuadros.
_ ¡Lo que es la memoria! ¿No?
_ No, mamá._ tercia Marita, la hija de la tía_ No es la memoria. Esta habitación es de verdad más chiquita; nosotros reciclamos la casa y le sacamos como cuarenta centímetros de ancho.
_ Sí, ya vi que ustedes cambiaron todo, menos la mesada de la cocina.
_ Esa también es nueva.
_ Ah.
Miro a mi alrededor buscando algo que pudiera reconocer. Frente a mí estaba sentada Rosario, la señorita Rosario, mi maestra de cuarto, quinto y sexto de escuela. Había venido caminando conmigo desde Camino Maldonado; ella antes pasó un ratito por la cárcel y después hicimos un par de cuadras solitarias, donde el único ser vivo que nos cruzamos fue un caballo blanco, inmóvil, con todo un costado embarrado y atado a la ventana abandonada de una fábrica. Estaba acompañada en esta visita también por su madre y su hermana.
La hermana, María, la Bióloga de la familia, la que se resiste a usar celular, pasa sus buenos diez minutos buscando papel y lápiz para anotar los teléfonos, edades y fechas de nacimiento de parientes varios, mientras la tía nos cuenta que menos mal que se rompió el timbre, así ahora nadie la molesta y además se evita problemas, porque el barrio está bravo. Ah, sí, concuerda María, mientras llena la mesa de bandejas de alfajores y cuenta que una vez un ladrón le robó la cartera y ella tuvo que resignarse a perder los dos o tres frascos de vidrio con mosquitos que llevaba. 
La madre de ambas, Gladys, tiene el pelo blanco, el carácter apacible y la memoria perfecta. Todas hablamos a la vez, tomamos refrescos y comemos alguna cosita mientras dentro de nuestras cabezas se producen ajustes y reajustes de imágenes cada medio segundo. Extrañamente, soy la más joven de una reunión de seis personas. Siempre fui la más joven en esta casa, pienso, o al menos lo era mientras vivía aquí.
Busco reconocer lugares y solo encuentro fragmentos. El árbol del frente, unas baldosas en la pared, el parrillero. Me faltan los tangos de D'Arienzo, las plantas de ananá, la cucha del Terry, el ciruelo lleno de bichos peludos y los sapos alrededor de sus raíces. Los recuerdos no coinciden, pero nunca lo han hecho, y terminan escurriéndose hacia la quinta, donde el limonero del tío Isaías parece que se viene abajo de tantas frutas amarillas.
La visita dura un par de horas. Cuando subimos al taxi de la vuelta nos cruzamos al marido de mi prima que viene remolcado por una locomotora dorada y jadeante que debe ser su perro gigante, y apenas si lo saludamos con la mano mientras ponemos proa al final de un domingo en otros ambientes y tiempos.
Termino el primer fin de semana  de las vacaciones de setiembre metiéndome en la cama a las nueve de la noche y durmiendo de un tirón hasta que mi gata Roldana me despierta arañando la puerta del dormitorio a las seis de la mañana, como todos los días.






lunes, 15 de septiembre de 2014

Crónicas variopintas






Cuatro encuentros en diez minutos.

1. El repartidor de garrafas.
_ Uy. Usted fue mi profesora de Literatura... Rodríguez, ¿no? 
_ Sí, pero no podés reconocerme hoy porque estoy totalmente despeinada.
_ Está igual. Yo soy Fulano, del liceo 19.
_¡Pah! ¿Del 19?
_ Sí. Hace muchos años. Yo tenía 20 kilos menos.


2. El viejo que buscaba algo de comida en el contenedor.
_¡M'hija! ¿Usted sabe qué es esto?_ mientras me mostraba una caja de algo que decía "Kosher" y "Meal".
_ No sé... Comida judía en polvo, capaz. 
_ Tené cuidado, m'hija. Te matan por cualquier cosa. Tené cuidado.

3. El vecino que fue mi alumno del 58 hace quince años.
_¡Mariela! ¿Cómo andás?
_ Bien, ¿y vos? (a este sí lo ubicaba)
_ Bárbaro. A ver, che (al hijo), vení a saludar a la profesora de cuando papá era un gran estudiante.
Pero el pibe parece que mucho no le creyó. Hizo bien.

4. Ella. 
Mimos, abrazos, lengüetazos: Isis.

Cuatro encuentros y en ningún caso me quedé con la duda de a quién había saludado. Debo estar progresando.






Leer Espectador.com siempre es una experiencia extraña, algunos días más que otros. Hoy, por ejemplo, están solicitando a gritos un corrector de estilo.

"Se publicará el 28 de octubre, al cumplirse 60 años de edad de su nacimiento." (mirá vos... resulta que mi nacimiento ya tiene 47 años de edad y yo no me había dado cuenta)

"Reunirá para ello dos discos con pistas ratas." (por las dudas, paso)

"Tras el robo, la policía logró detener a una persona y encautar la moto con la que fue robado." (estos encautan de todo... ¿o era encanutar, el verbo?)

Y me aburrí; con dos artículos y tres errores es suficiente por ahora.






Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.


Persona desconocida: _¡Hola!
Yo: (?)
Persona desconcocida: _ Soy Tato, Mariela!
Yo: _ Ah, qué hacés, cómo andás?
(¿vecino, ex alumno, novio de amiga, primo lejano, compañero de escuela?)
Persona desconocida ahora Tato: _ Bien, qué gusto verte, tanto tiempo!
Yo: _ Sí...
(y siguen cinco minutos de charla intrascendente que no aportó datos sustanciales rumbo al esclarecimiento del misterio)

A veces me asusto de mí misma. Después me olvido. Pero a veces...





Viernes. He dado 11 horas de clase en dos liceos, 6 grupos, 140 gurises, y volvería a repetir toda la jornada, toda ella, cualquier cosa, con tal de zafar de esta asamblea de los 200 socios en la que mi cooperativa ha tenido a bien meterme en este viernes de gripe y pre tormenta. Los adultos son bravos. Muy bravos. Insoportables.






UN METRO. Un metro medía la víbora que acabo de casi pisar en la vereda de Florida.
Hermosa, lo reconozco, con ese color verde esmeralda que inmediatamente elimina toda preocupación por el veneno, pero igual morí de miedo al verla retorcerse y meterse en el pastizal, casi a mis pies.
Iba distraída mirando a un ternero que saludo mentalmente cada jueves en un baldío, cuando un movimiento a mis pies me hizo dar un salto y una puteada a la vez que resucitaron por arte de magia todas mis fobias infantiles.

Respiro. Olvido. Vuelvo a ser yo. Ooom.


Puta madre. No funciona.




Tras el temporal de ayer hoy son un placer el sol y cielo azul con gustito a primavera. El 316 vino en un segundo y había un asiento libre esperándome. No subieron vendedores ni cantores en todo el trayecto. 
Tuve una clase light con el único grupo de la mañana, que suele ser muy quejoso pero hoy estaba de un desacostumbrado buen humor, tanto que el tiempo se fue sin notarlo.
Pasó una hora de café, charla y galletitas caseras en sala de profesores, mientras hacía tiempo para un par de trámites.
Pensaba tomar un ómnibus para la primera de esas vueltas pero mirando un mapa vi que en ocho cuadras estaba, y fui.
Una vez que llegué al Semm se me informó amablemente que no puedo solicitar asistencia en viaje (previo asociarme y pagar mil pesos), porque en realidad ya la tengo desde 2005, cosa que había olvidado.
Cosem no me quiso cobrar la orden para la ginecóloga porque aún tengo un par para utilizar gratis. Llegué a la consulta 50 minutos antes pero la doctora estaba sin pacientes y pasé de inmediato.
El 405 tiene su salida a un par de cuadras, y justo partía uno cuando yo llegué. 

Aún me quedan dos trámites en el centro y un par de reuniones de profesores en la tarde, pero creo que ya estoy en condiciones de afirmar que este miércoles está dedicado a no complicarme la vida, y lo está haciendo muy bien.




6º Biológico:

_ ¿De qué país es García Márquez? ¿Alguien sabe?
_ Boliviano.
_...
_ Paraguayo.
_...
_ Venezolano.
_...
_¡Ah, no, ya sé: es del mismo país que Shakira!
_ Sí. ¿Y alguien sabe de qué país es Shakira?
_ ¡Colombiana!
_ Eso. García Márquez es de Colombia. Igual que Shakira.




Habíamos acordado encontrarnos tres cuartos de hora antes en el cine, para sacar las entradas con tiempo y tomar un cafecito allí mismo mientras nos poníamos un poco al día con nuestras vidas. Cuando llegué decidí arrimarme a un costado de la entrada pero quedarme adentro, porque el frío se estaba haciendo sentir y además había mucha gente en la vuelta, tanto como para estorbar el paso y ser empujada si no tomaba la precaución de buscar una pared amiga donde apoyarme.
Vi primero a un compañero de trabajo y luego a otra. Ambos me presentaron a sus respectivas parejas, dialogamos, siguieron su camino. Iban a ver otras películas. 
El tiempo pasaba lento.
Cuando hacía diez minutos que mi humanidad estaba saturándose del género humano y su irritante proximidad de hormiguero me llegó un mensaje de mi amiga. "Mari no me mates pero demoré porque tuve que hacer algo antes". 
A los cinco, otro: “No encuentro la tarjeta del ómnibus”.
A los tres, una llamada: “Voy en viaje, en unos minutos llego”.
Y llegó. No hubo café previo, pero sí unos minutos de charla en medio de la multitud trashumante y comunicativa.
Yo la quiero muchísimo, más allá de cualquier demora, y por eso he estado meditando cuál podría ser el castigo a sus reiteradas infracciones a las leyes de la puntualidad, ese uruguayismo extremis de caer justo sobre la hora, cuando la sala del cine está apagando las luces de la previa o los acomodadores del teatro están por cerrar las puertas de acceso. Pero no doy con la medida correcta. 
¿Tendremos que empezar a encontrarnos a la salida y no a la entrada?
¿La dejo ser como es, no le digo nada y mentalmente decido empezar a llegar media hora tarde cada vez, para ver si coincidimos en el tiempo?
¿O será que con meterla de modo innominado en una crónica relativamente leve y amenazarla con empezar a escracharla con nombre propio en la estratósfera virtual de las redes alcanza?

Misterio.