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viernes, 4 de diciembre de 2015

Diciembre 2015




Crónica con fotos
I
La tarde había sido agotadora. Sobre la mesa de la cocina cuatro libros nuevos estaban estirando sus bracitos para ver quién resultaría ser el elegido del martes cuando sonó el teléfono y todos se miraron entre sí. “Esta se nos pianta”, comentaron. “Se los dije”, acotó Roldana. Y se fueron a dormir.
Una hora después iba casi llegando a algún lado cuando me di cuenta del pequeño detalle de que no sabía adónde iba. “Nos vemos en Bvar y Acevedo Díaz”, le había escrito a mi amiga, y hacía diez minutos me había llegado su mensaje “Ya estoy”, pero yo me había olvidado de cuál era la parada. Hacía casi un año que no iba por esos pagos.
El pelado de al lado en el 300 me quedó mirando un tanto desconcertado ante la pregunta de si faltaba mucho para Bulevar y Acevedo Díaz, y balbuceó algo que sonó más o menos como que en realidad eran paralelas. Bajé al momento, más que nada porque ya estaba adivinando la Facultad de Arquitectura y seguro que lo mío era antes de eso. Qué pelado inútil. ¿Cómo iban a ser paralelas Bulevar Artigas y Acevedo Díaz, si mi amiga ya estaba esperándome allí? 
A no ser que ella haya entendido Bulevar España. 
Oh oh. 
Igual no pasó nada: el taxi vino enseguida, levanté a Sandra de su puntual sitio de espera y en dos minutos llegamos a la casa de la Onetto, ahí nomás. 
_ Ustedes dos se dan cuenta de que si caminaban dos cuadras cada una ya se encontraban, ¿no?- acotó el taxista. 
_ Shh. Vos no digas nada- contestamos al bajar ante la vereda desbordada de gente.
II
Esa noche era la despedida de los talleres del año, y había como sesenta personas. Vino y comida mexicana. Sorteos sin escribano. Viejos y nuevos conocidos. Casa de cuento con sótano escondido tras una pequeña puerta, con techo abovedado y tan grande que en la penumbra difusa no se veían las paredes de enfrente Chica con laúd que se convertía en ángel cada vez que cantaba, y otros con guitarras que contaban historias del Darno en Tacuarembó o se descolgaban con Ground Control to Major Tom con la naturalidad del mago que no da explicaciones pero encanta al auditorio. En ese hechizo no parecía haber lugar para celulares o fotos con flash, y no los hubo. Concierto privado a la luz de las velas, sobre almohadones. Frida que nos miraba desde la pared y calaveras de papel de colores que se bamboleaban con el movimiento del aire que entraba por una pequeña ventana en un extremo.
Escuchamos, cantamos, brindamos y agradecimos.
Cosa linda la vida, che.
Que nunca falte.








No pensar. 
La forma mås efectiva de alejarse del dolor es lograr el olvido. No siempre es fácil, pero es el camino. 
No pensar. No sufrir. No sentir.
Pero pasa el tiempo y el dolor continúa.
No, no sé sé qué bicho me picó. Solo sé que un minuto después de sentarme en el 103 algo se me clavó en el brazo, que estaba cerca del respaldo del asiento. Ya le pedí al péndex q va sentado conmigo que se fijara si tengo algo onda araña o avispa o bicho peludo pero no, él dice que no tengo nada, mientras me aparece en el brazo una ampolla y el dolor continúa. 
Ya han pasado como quince minutos; vamos por Propios y me duele igual. El dolor se expande en pequeños relampagueos que llegan hasta mi cerebro desconcertado.
¿Cuánto tiempo debe estar una sufriendo por un insecto agresivo y desubicado? 
LPMQLP.
Voy a dejar de ser vegetariana y a empezar a hacerme chop suey de insectos, para que aprendan.
Bichos de porquería.
Deben ser crocantes.
Lo voy a pensar.






¿Qué diablos fue eso?
¿Un ciclón subtropical?
Confieso que empecé la tormenta re canchera, sacando fotos y saliendo al frente a ver el espectáculo de los relámpagos, los árboles y el viento, pero a los dos minutos ya estaba adentro, bajando las persianas y asegurándome de que todo estuviera cerrado por las dudas.
Se hizo de noche.
Se fue la electricidad.
Se me inundó la cocina.
La internet del teléfono no andaba.
Granizó.
Un cuarto de hora después todo reposa plácidamente y vuelven a cantar los pájaros como si nada.

¿Qué diablos fue eso?





_ Hola. Una hora.
_ Dale.
_ Pará que ahora te doy los seis que faltan.
_ No pasa nada, tranqui.- responde el guarda-chofer del bus que me acabo de tomar en el centro. 
Lindo, el muchacho. Luminoso. 
Me siento cerca del fondo, junto a la ventanilla, tratando de fijar en mi mente una única idea, una idea sencilla pero muy importante: acababa de tomarme un 111 Malvín, o sea que sí o sí tendría que bajarme en 8 de Octubre para combinarlo con otro. 
Repite conmigo, cerebro: No te duermas. No te pases. No bajes en el medio de Veracierto y la nada. Etc.
El viaje pasa rápido, y cuando voy a bajar no sé por qué pero me tiro hasta la parte delantera. Casualidad, nomás. En fin. 
La puerta se abre. 
Baja el viejo que tenía adelante. 
El chofer me mira. 
Y me habla.
_ La profe de Literatura.
_ ???
_ Hace mucho. En el 10.
_ Si fue en el 10 tiene que haber sido en 1992- respondo yo.
_Sí... Puede ser. Estábamos con todos los de No Te Va a Gustar; ¿te acordás?
_ Más o menos... Yo me acuerdo de Mateo Moreno.
_ Sí, y el Chamaco también estaba en el grupo. 
_ Pah, ni idea. 
_ Me mandaste a examen.
_ Uh. ¿Estuve mal?
_ No, ta bien. Yo era un vago en ese entonces. ¿Y qué es de tu vida? 
_ Acá, mirando ex alumnos- debí decirle, pero no. 
Al final me bajé en la parada siguiente, a tiempo para enganchar con el 103 que venía atrás, que me dejó en mi cooperativa justo justo en el momento del mayor diluvio que pudo caer en un cuarto de hora, con tormenta eléctrica como marco sonoro y visual del camino. Hubiera necesitado un limpiaparabrisas, pero no tenía. Fueron cinco minutos extrañamente disfrutables, pasados apenas por dos o tres toneladas de agua. 
Al llegar a casa estuve un rato asomada a la ventana del fondo, llamando a Tania para que entrara, hasta que me di vuelta y la vi tirada en el piso de la cocina, mirándome con cara de "y a esta ¿qué le pasa?".
Sí, lo sé, es un poco preocupante. Me mando cosas por el estilo un día por medio, y además tengo ex alumnos de 38. Algunos músicos y otros choferes luminosos y lindos, de los que no suelen abundar por las tierras de la Cutcsa.
Tengo ex alumnos de 38.

Qué peligro.





Él tiene unos 60 y ella 40. Se sientan en dos lugares sobre el pasillo, porque no quedan asientos de a dos. Él le hace repetidas señas para que ella se pase al asiento de atrás. Al principio no entiendo por qué, ya que ambos asientos quedan igual de cerca del suyo, pero luego veo. Ella va sentada con un flaco lindo y él prefiere que vaya conmigo. Ella al principio no le da corte, pero a la tercera vez se cambia.

Me bajo y se pasa contento junto a SU mujer.





En la parada de 8 de Octubre y Garibaldi estamos fastidiados por el calor. Nos abanicamos, resoplamos y atesoramos cualquier pedacito de sombra. Los que están sentados cogotean porque los demás les obstruimos la visual, pero no se quejan.
En ese momento la vemos aparecer.
Tiene más de 90, es flaca y no muy alta. Viene agachadita. Luce gorro en la cabeza, camisa a rayas, buzo de lana y chaqueta pesada, medias gruesas por encima de las de nylon y zapatones bien cerraditos.
Pasa apoyada en su bastón y cuando dejamos de verla los de la parada no nos miramos. No hace falta. El alivio de estar vivos y sentir el calor acaba de acallar cualquier otra sensación, y proseguimos la espera de nuestros respectivos buses con renovada paciencia y sin resoplidos. 
Ya va a venir el 103, y mientras tanto, qué lujo la vida.
Que nunca falte.





Otra viejita de medias de nylon, zapatos forrados de corderito, dos buzos y saco grueso de lana! 
Qué nos pasa con el paso del tiempo? 
Dejamos de tener sangre en las venas?
Nos baja la temperatura?
Le escapamos al frío como metáfora de la muerte?
Enloquecemos?

Eh?





_ ¿Estás libre?
_ Sì... pero no tengo mucho cambio porque recién puse nafta; vas muy lejos?
_ No, a Arbolito, acá nomás. ¿Conocés?
_ No, pero vos me decís. 
Y me subí al taxi. Menos mal que ahí estaba, porque yo venía mirando la ruta y no había un miserable 103. Esto de llegar como a las doce y media y tener que bajarse en Camino Maldonado y Libia no es la mejor parte de ir a la laguna.
El hombre empezó a hablar apenas arrancamos.
_ ¡Tengo un cansancio! ¡Estoy agotado, menos mal que este es el último viaje!
_ Ah, bueno, ya vas a descansar. ¿A qué hora entraste?
_ A las 3. Y además capaz que me llaman para mañana al mediodía, pero si no tengo libre, no sé. Me tienen que avisar. 
Mala señal que el tachero esté agotado. Menos mal que vamos solo a unas quince cuadras. 
Él siguió contando.
_ Además yo estoy mal. Desde que murió mi madre no me puedo consolar. 
Pobre hombre, pero yo lo primero que pensé es que agotado y de duelo en cualquier momento nos dábamos contra un camión. 
_ Lo lamento... ¿Fue hace poco?
_ Sí. Un año y ocho meses. 
Oh oh. 
_ ¿Y no probaste alguna ayuda... ir al psicólogo?
_ Estoy con psiquiatra. 
_ Aaaah. Es ahí, en la esquina. 
_ Son 78. ¿Tenés cambio? 
_ Sí. Suerte, que te recuperes.
_ Gracias. 
En realidad acabo de resumir el diálogo, donde además me enteré de su edad, el yuyo rojo carísimo que estaba tomando para los nervios, su situación de pareja y cómo fue lo de su vieja. Parecía emocionalmente devastado, pobre hombre. 
Los taxistas con problemas psicológicos, ¿no tienen derecho a licencia médica? Pregunto en serio. Si no lo tienen deberían. 
Repito: pobre hombre. Si lo hubiera hecho ir para el centro o Pocitos no sé en qué condiciones estaba para enfrentar el tránsito, aunque según él manejar lo tranquilizaba. 

Pero no sé.






Crónica del regreso
Cae la tarde casi noche en la ruta 18, la del verde más verde de los campos de arroz, la de los caminos de riego llenando la tierra de curvos espejos que reflejan el cielo, la de los cientos de patos negros volando en hileras y las decenas de garzas blancas chismorroteando desde las ramas bajas en el cruce del Tacuarí. 
Atrás quedaron Vergara y sus ceibos, la entrada a Plácido Rosas y sus barrancos de tierra reseca tentadores para mis obsesiones recolectoras, Río Branco recostada al Yaguarón y Lago Merín con mis dos viejos queridos y aturullados. 
Los fósiles del pescador que fuimos a ver hoy resultaron ser grandes y negros. Tres huesos. La red saca muchos, nos dijo, se caen al levantarla y a veces me la rompen. Esto de aquí me dijeron que es de un perezoso, agregó, y creo que no le faltaba razón. Después los volvió a guardar en su caja de zapatos y María en su triciclo y yo caminando pegamos la vuelta al barrio. 
Ya salíamos mis viejos y yo de la laguna cuando nos sorprendió una camioneta policial en el vacío de la carretera del Lago a Río Branco, e incluso más raro fue ver a un milico caminando por la banquina, que nos hizo señas de que tuviéramos cuidado. ¿cuidado con qué? Y entonces lo vimos. Un enorme toro negro, entre asustado y furioso, se paseaba por la carretera y amenazaba con atacar al que se le pusiera a tiro. Si agarra el Chery QQ lo da vuelta como una media, pero por suerte nos dejó pasar y siguió correteando hasta que lo perdimos de vista. 
Cae la noche. Ya estamos en Treinta y Tres. La ruta 8 es muy linda en esta zona y se pone aún mejor en Lavalleja, pero ya dentro de un rato no voy a poder ver nada del paisaje y no me va a quedar otra que inflar mi almohadita y contar con que las CUATRO horas de viaje que me faltan no pasen demasiado lento, o al menos que yo no me entere hasta que el chofer me pegue el grito y me baje en Libia, a cuatro paradas de mi casa y a cinco horas de levantarme para viajar a Florida. 
Menos mal que mi vieja me regaló un frasco de Nescafé brasilero.

Que nunca falte.






Los enemigos zumban, silban, amenazan.
Estoy totalmente rodeada. 
Quieren mi sangre. Lo sé. Los escucho. Su nombre es Legión, pero una barrera sutil y efectiva protege las fronteras, detiene el paso de los otros y me proclamo invencible.
Gracias, súper tul de Tienda inglesa. 

Los 245 pesos mejor invertidos de mi reino.




Crónica Milf
La mañana amaneció soleada aunque no agobiante. Apenas terminado el desayuno vi que la vecina de enfrente estaba haciendo arreglos en el jardín y consideré apropiado interrumpir su labor por un rato; hay poca gente en el barrio, pero todos son de lo más interesantes.
A eso de las diez andábamos mis viejos y yo caminando por las costas de la laguna para el lado del Tacuarí cuando el Cele aparece con algo ovalado y oscurito en la mano: era una tortuga. Verde oscura, con algunas vetas amarillas y muchas algas adheridas a su caparazón, pese a que era un bicho aparentemente joven. La dejamos sobre la arena, a unos diez centímetros del agua, y nada. Estaba metida en la cucha y hasta llegué a pensar que estaría muerta o enferma. La pusimos en el agua y tampoco. Nada. Bicho porfiado. Al final la volvimos a poner en el agua y la dejamos. Al minuto más o menos sacó la cabeza y las patas y arrancó a nadar despacio, como pudo. Estaba todo bien, entonces. Y seguimos caminando.
Una cuadra más adelante, otro hallazgo, esta vez un poco más inesperado: una moto. Una moto, tirada, evidentemente abandonada hacía rato, con arena pegada por arriba. Estábamos mirándola y decidiendo si avisar o no a prefectura cuando pasaron dos hombres en otra motito y nos pegaron el grito: "a los muchachos se les rompió y tuvieron que dejarla!" No sé de qué "muchachos" hablaban, ni si lo que contaron era cierto, pero bueh. Digamos que sí. 
Ellos se ve que habían ido a buscar un caballo, porque a la vuelta uno pasó montado en un marroncito precioso. (Cero cultura hípica la mía, ya me imagino que "marroncito" no es pelaje de caballo, pero, en fin, es lo que hay)
A la tarde ya el calor daba para playa, y a eso de las cuatro metí mi nuevo protector solar y el cuaderno con el cuento que hizo mi madre sobre "la tía Corina" en la mochila y enfilé para la laguna. Vacía, divina, casi toda para mí. Al menos los primeros dos minutos, hasta que escuché voces, miré para la calle y vi venir a unos cuatro adultos y cuarenta niños. No es exageración: los conté. Eran de un colegio de monjas, algunos, y otros tal vez del INAU, no me quedó del todo claro. Tomé disimuladamente mi pareo y ojotas y marqué distancia entre Mundo Niño y yo, hasta que empecé a oírlos de lejos, como en sordina. Y me puse a leer.
Mi vieja había escrito una historia larga, como de veinte páginas manuscritas. Iba por el principio cuando una respiración agitada junto a mi oreja izquierda me sorprendió y me di vuelta justo a tiempo para evitar que un perrote negro y mojado se me tirara encima del pareo y el cuaderno. Lo corrí como pude y seguí leyendo. 
A los quince minutos lo vi de nuevo: iba corriendo detrás de un atlético muchacho, que me saludó al pasar. Simpáticos, los arachanes, pensé. Simpáticos y encaradores, porque a los cinco minutos el corredor apareció de nuevo y se puso a charlar con pretexto del perro, que según él estaría perdido, aunque yo lo vi feliz, gordito y con collar. Al perro, digo.
El que no estaba para nada gordito era el muchacho, que resultó ser futbolista en Montevideo, en Danubio, para ser más precisos, a dos cuadras de Arbolito. Lindo tatuaje en un brazo. Rostro perfecto. Unos veinte años. En fin.
Terminé el día visitando a mi amiga María en su casa preciosa llena de mascotas queribles y concretando para mañana una visita a casa del pescador que hace un tiempo sacó de la laguna unos fósiles de lo más interesantes, de los que llegarán fotos, aunque sospecho que soy la única interesada en el tema.
Lago Merín. 
Un mundo raro y fuera del tiempo, donde uno encuentra motos tiradas en la playa, donde las madres escriben crónicas familiares y los veinteañeros encaran a señoras UN POQUITO mayores. 
Que nunca falte.





Crónica (un tanto prejuiciosa) de domingo en la Merín.

I) El viaje

_ Mirá, Mari. Las garzas rosadas que te gustan. - dijo mi madre señalando el campo a la derecha. 
Había como ocho garzas. Dos rosadas, el resto blancas excepto una o dos grises.
_ Che... ¿Son garzas o flamencos esas?
_ Mmmmh... A mí en la escuela me hablaban de los flamencos, pero no sé si son...
Y nos quedamos con la duda.

II) La mañana
_ ¿Vamos a dar una vuelta por la laguna?
_ Vamos. 
Y fuimos.
Está muy crecida, hay apenas un par de metros de arena sin pasto para tirarse al sol, pero eso no pareciera ser obstáculo para las muchas personas que en la playa estaban. Más que cualquier domingo de diciembre, mucho más. 
_ Lo que pasa es que ayer fue el Luau de la laguna y vino todo Río Branco y todo Yaguarón- aclaró mi vieja. 
Y se notaba.
La gente dormía sobre la arena, muchos habían levantado carpas en predios públicos o privados y algunos iniciaban un fueguito en sus mediotanques portátiles, seguramente con intenciones de algo caliente para desayunar... Un buen chorizo, qué se yo. Eran las nueve y media de la mañana.
_ Son todos brasileros- agrega mi vieja. Acá la gente no los quiere mucho porque se traen todo de allá, no compran nadita, y encima acampan, hacen mugre y aturden con sus músicas donde se les antoja.
Salimos de la playa, porque aquello era un enorme campamento al aire libre, pero en las calles la cosa no estaba mejor. Las cuadras del centro aparecían literalmente tapadas de botellas, latas y basura de todo tipo y color, que algunos vecinos se aprestaban a limpiar con rastrillos y palas. 
Y volvimos a la casa, donde el luau no había tenido efectos y donde las muchas plantas y flores nos volvieron a traer al mundo verde y pacífico de costumbre.

III) La tarde
Tras una siesta con grappamiel en la hamaca y después de horas de charla en el frente, me decidí a salir a ver cómo era la laguna post luau en su versión vespertina. 
Llegué hasta la playa y de repente caí en... No sé, Punta del Diablo, Aguas Dulces... Decenas de autos, gente tomando, músicas brasilerosas al mango saliendo de las valijas de un auto de cada tres, etc. 
Huí. 
Me fui a la punta más agreste, donde no había nadie, a excepción de alguien tan pero tan buen comerciante que había instalado en medio de la soledad más absoluta un puesto de venta de bikinis, a cual más fluorescente. 
En la playa (en lo poco que quedaba de playa) vi varios bichos muertos, incluyendo un lobito de río, pobre, con sus enormes dientecitos blancos. Ya me estaba por ir cuando algo en el agua me llamó la atención: era un palo. Lo saqué. Parecía un pique (de alambrado) pero era mucho más largo y delgado. Sus cuatro agujeros no estaban a la misma distancia ni mucho menos, y además estaban orientados en diferentes direcciones. Estaba lindo. Y me lo llevé.
Lo dejé en la casa y volví a salir, ahora rumbo al centro. 
Craso error. O no, no sé. 
Fue el encuentro con la teoría del caos en forma de invasión brasilera a las tranquilas calles de la laguna. Todo el mundo se había dado cita en tres cuadras. Tomaban, gritaban, subían el volumen de sus equipos, bailaban en las carrocerías de sus camionetas y se sacaban selfies. Los bares estaban casi vacíos, la cosa era en las veredas. Por la calle, mientras, un desfile interminable de autos a dos por hora, que me juego la cabeza que eran siempre los mismos que pasaban, daban la vuelta y volvían a pasar. 
Huí otra vez, no sin antes manotear otro pique, esta vez tirado frente a un descampado. No sé para qué, pero ahora es mío. 

IV) La noche. 
Estuvimos charlando hasta las nueve y cuando se iban a acostar empecé a mostrarle a mis viejos las fotos de familia que tengo en la compu. En eso apareció un vídeo: era del aniversario de casados número 65 de mis abuelos, y lo vimos entero, hasta el final. 
Todos éramos más flacos, y algunas primas estaban mucho menos rubias. Todos gritábamos y comíamos pascualina. La vieja se peinó para la foto. El viejo recitó versitos, tocó el acordeón para la tribu sin errarle una nota, y todos lo aplaudimos dentro y fuera de la pantalla. 
_ Está lindo tener eso- dijo mi madre- A uno le da una mezcla de tristeza pero a la vez alegría por poder volverlos a ver y escuchar.

Ahora son las diez y algo.
Mis viejos ya se acostaron en sus camas y Guaytica en un buzo mío. Los mosquitos se preparan para comerme pero no saben que tengo un súper tul para mantenerlos a raya.
Venir a la laguna me cuesta mucho en varios sentidos, pero es una conexión con quién soy que no puedo permitirme perder por mucho tiempo. Es un espejo y a la vez una apertura de caminos posibles entre flores, garzas, voces, afectos, entre pasado y presente. Duele y alivia. Cansa y sana. 

Que nunca falte.




Soy invisible. Nadie me ve. Podría incluso irme de este bar sin pagar y nadie lo notaría. 
Soy invisible para todos.
No, no para todos. 
En verdad solo soy invisible para el mozo, pero es que de él depende todo: que me pregunte qué quiero, que me traiga un cortado, que me cobre a tiempo, que no vaya yo a perder el bus de la una de la mañana, que etc.
Pero para el buen señor mi cuerpo no tiene consistencia y mi alma no brilla. 
No me registra, listo. 
No me ve el mozo, ergo no soy. 
No soy, luego no puedo dejar propinas. Elemental, mi querido Mozomostazo.
Pero de todos modos le dejo algo, o no podré conciliar el sueño, y ya una voz me está anunciando que la empresa Núñez anuncia el embarque de mi bus.

Que nunca falte.





¿Qué pasa si una se olvidó de levantar la constancia de haber aprobado en febrero un curso en el IPES y pasa a buscarla diez meses más tarde?
¿La miran acusatoriamente? ¿Le gruñen? ¿Le dicen que debió venir antes y que por su culpa ahora van a tener que internarse en las catacumbas de los archivos s buscar el dichoso papelito?
No.
Se lo dan sin problemas, con fecha de realizado en Octubre.

IPES y yo, un solo corazón.


lunes, 2 de noviembre de 2015

Noviembre 2015




Detesto las promociones, me molestan los volantes, folletos y todo ese papelerío en vano, pero cuando una promotora me da un folleto para entrar a una universidad me dan ganas de darle un abrazo y pedirle que nunca falte



Di un paso en la quinta, un solo paso, y me fui a otro mundo. Un mundo verde, fresco, silencioso y quieto. Había caminos entre los árboles y las enredaderas viciosas y enormes, caminos angostos que parecían invitaciones abiertas a quién sabe qué. Al misterio. A lo otro. No sé. 
Un par de glorietas herrumbrosas se venían casi abajo por el peso de las plantas. Los helechos trepaban por los troncos y desde allí se dejaban caer lánguidamente para acariciarte la cara al pasar. En medio de la selva, un auto gris, antiguo, desvencijado. Sería el de don Vaz Ferreira, pensé, justo un segundo antes de verlo con el amigo Einstein, sentados en un banco entre el follaje, sin preocuparse por los pies cubiertos de hojas.
A las once y algo comenzó la velada musical. Violines, viola, violoncello y clarinete junto a la ventana por la que veíamos como fondo las hojas y las mariposas jugar con el viento. Mozart y Shosta kovich para alegrar el mediodía de María Eugenia, que andaría sonriendo por entre los muebles y las escaleras de su casa.
No sonó un celular. No hubo un murmullo. No se abrió un caramelito ruidoso. Solo se oyó en el silencio de la última nota un pájaro, que nos dio pie para el aplauso final emocionado.
Me fui silbando bajito con dos libros nuevos para entretener mis vacaciones, y al salir le saqué una foto a una viejita de pelo blanco que se negaba a irse y daba vueltas absorbiéndolo todo con la mano apoyada en su corazón. 
Cerca de la parada me topé con una feria donde los precios parecían haberse quedado en los tiempos de las casas enormes y los jardines sombríos, y terminé agregando queso y frutos secos a mis adquisiciones matinales. 
Montevideo es un aleph, inagotable y tentadora. 

No es el mejor de los mundos posibles, pero es sin dudas mi mejor lugar en el mundo





No estamos todos, pero casi. Mis ex alumnos del 19, del 58 y del IAVA de este año. Las veteranas flacas y regias con calzas satinadas. El gordito de remera y bermudas. Arana y Michelini. Profes que conozco de vista. La viejita que recorre las filas mirándonos a los ojos y diciendo a cada uno que hay que preparar el corazón para la marcha.
No estamos todos, pero casi.
Cada año son más los que entienden que esto es un símbolo, nada más y nada menos. Un grito silencioso de basta a la violencia y un luto por las víctimas de antes y de ahora.
Que nunca falten.






Quienes me conocen saben que no me caracterizo ni por ahorrativa ni por gastadora, pero con relación a la plata hay dos cosas con las que soy especialmente agarrada: los billetes de 20 y de 50 para el ómnibus y las moneditas (todas, excepto las de 50) para los capucchinos de la máquina del liceo.
Acabo de subir a un 404 y de pagar el boleto con 100 pesos, y por las dudas me creí en la obligación de decir:
_Perdoná, no tenía cambio.
_Ningún problema- aclaró amablemente el guarda-chofer -Solo que te voy a llenar de monedas, porque no tengo de a 50.
_Ah, todo bien, no te preocupes. Sirven para el próximo boleto.
_Que andes bien. Nos vemos.
_Gracias.
Y me fui a sentar, confortada por la amabilidad ajena, millonaria en futuros capucchinos y con asiento propio a las 7.30 de la mañana.

Que nunca falte





El coche 98 de Cutcsa de la línea 100 viene oyendo a TODO volumen el programa de Ignacio Álvarez.
Gracias, coche 98, por permitirme saber que no hay nada definitivo en esta vida. Yo creí que no podría haber nada peor que Ariel Pérez, y ya ves...
Malísima copia de Joel y Darwin, recopilación decadente del chiste fácil populista, demagógico y (pa' peor) homofóbico.

Una verdadera tortura.




CONFESIÓN
Que no soy ejemplo de valentía para nadie lo sé desde siempre. 
Que tampoco soy ejemplo de desprejuiciada (en el buen sentido) en cambio, no, no lo sabía, al menos hasta hace un rato. 
Venía de lo más contenta por 18 de Julio, zarandeando mi bolsita roja de nylon con la muela de un mastodonte y una vértebra de lestodón (porque venía de un curso de fósiles y me sentía la reina de la paleontología versión Curva de Maroñas, o poco más o menos) cuando me crucé con dos morochos extranjeros, muy oscuros, con sombrerito blanco y ropas medio musulmanas, también de color blanco, que iban charlando por la vereda. No tenían nada especial, y apenas los miré. A la media cuadra, en sentido inverso, aparecieron otros cuatro. Todos hombres, todos jóvenes, morochos, de ropas blancas, caminando tranquilos por 18, como quien viene de un agradable paseo después de un seminario o conferencia, exactamente como yo lo estaba haciendo. 
De repente me descubrí calibrando de reojo si entre esas ropas sueltas pudiera haber espacio para esconder una Kalashnikov, y me asusté de mis propios pensamientos.
Lo que debe ser salir en estos días por cualquier ciudad amenazada, sea por quien sea, pensé, y entonces oí un cantito a media voz que venía de cerca, a medio metro de mi cabeza. Era el caramelero, un morochazo enorme de unos veintipico, que repetía todo el tiempo con la misma tonada "Salam Aleikuuuum... Salam Aleikuuuum..."
Nunca demoró tanto en llegar el bendito 103 de todos los días, y en verdad nunca vino. Me subí al primer 100 que se cruzó por mi camino y puse distancia, no solo del centro, sino de la constatación fehaciente de la propia pequeñez a la hora de calibrar los prejuicios que uno saca no se sabe de qué fondo miserable. 
Volví a casa pensando en todo lo que había aprendido de la megafauna de Uruguay en la Era del Hielo, porque hasta un Megaterio de varias toneladas sería chiquitito frente a los monstruos interiores que de repente se nos aparecen por detràs de la oreja y nos recuerdan que los prejuicios ahí están, que viven y luchan, y que lamentablemente no hay Era del Hielo que alcance a extinguirlos de una vez y para siempre. 

Pero seguimos luchando.





Vos te podés hacer la péndex, seguir con el look hipillo de la época de Bellas Artes y hasta borrar de facebook el año de tu nacimiento, todo lo que quieras, pero cuando te toca presidir una reunión de profesores en el IAVA ya está, listo, no te queda otra que asumirlo.

Estás en el horno.





El coche 98 de Cutcsa de la línea 100 viene oyendo a TODO volumen el programa de Ignacio Álvarez.
Gracias, coche 98, por permitirme saber que no hay nada definitivo en esta vida. Yo creí que no podría haber nada peor que Ariel Pérez, y ya ves...
Malísima copia de Joel y Darwin, recopilación decadente del chiste fácil populista, demagógico y (pa' peor) homofóbico.

Una verdadera tortura.





Me encanta esto de no viajar en el 103 oyendo lo que quiere el chofer. Un aporte a la tranquilidad, a la posibilidad de elegir lo que uno quiere escuchar.
¿Que por qué entonces me acabo de cambiar de fondo al primer asiento? Ehhh... No, por nada... 
¿Que son las 9 y algo y una voz medio disfónica acaba de atraerme como movida por invisible resorte?
No sé de que hablás. 
Aaah... ¿Es Darwin lo que escucha el chofer? No me había dado cuenta. 
Ahora, ya que estoy, me voy a quedar acá adelante, aunque el señor chofer viene incumpliendo las normas, qué barbaridad, nosepuedecrer, sunescán daluna buso. 
Un poquitito más alto, ¿puede ser?





La Tienda de Bobinados "El Fortín" tiene como oferta en la vidriera un cartel que promociona fasicos y ofasicos de voltaje. Aviso por si alguien precisa, y de paso me explican qué es una tienda de bobinados y qué son los fasicos y los ofasicos, que nunca tuve uno y capaz que eso explica muchas cosas.




Él va sentado en el asiento de adelante del 103 repleto en el que voy parada, oyendo tres conversaciones telefónicas a la vez. No lo veo mucho, pero tiene veintipocos años, es alto, de pelo oscuro y sombrero tanguero negro con rayitas blancas. Lo contemplo durante tres paradas, hipnotizada: arma y desarma el cubo de Rubik que lleva en las manos en menos de un minuto cada vez, MIENTRAS MIRA POR LA VENTANILLA del coche como si lo que hace no fuera prodigioso, o al menos casi tan prodigioso como el hecho de que la pesada que grita su vida privada al teléfono no se quede afónica ni cuente nada lo suficientemente interesante como para que yo lo haga crónica.
Nunca armé ni una cara del famoso cubo. 

Debe ser que no tengo los afosicos de voltaje adecuados, y eso explica muchas cosas.





_ Bueno, para empezar vamos a dejar aquí nuestras pertenencias y a desplazarnos hasta el otro salón, donde haremos una actividad que…
Maldición. Ya caí en la trampa. Vine a un taller literario y termino respirando, aflojando, saludando gente, mirando desconocidos a los ojos y jugando a cosas que no me interesan. 
Dicho y hecho. Media hora de tonos enfáticos y sonrisas injustificadas en medio de una mañana de cielo azul y fondo negro, treinta interminables minutos adivinando palabras y tratando de vislumbrar si habría después del momento pseudo lúdico un algo o un alguito de base que me convenciera de permanecer allí, pero la casa era hermosa y la gente era buena y en el fondo cantaban los pajaritos y ya que estaba ahí para qué volver, y etc. O sea que no me fui. 
Una de las conductoras de la cosa planteó hacer un texto sobre la base de una palabra que nos había tocado en la instancia anterior, un texto que saliera del placer de la escritura, de sentir las palabras como plumas y esas cosas, para lo cual dispondríamos de un cuarto de hora a partir de este momento. A mí me había tocado “grifo”, lo que no estaba mal, porque podía apuntar a la canilla o a las estatuas de los alquimistas. Lo que no tenía era ganas.
Ocho minutos después seguía charlando con una amiga que trabaja en el lugar y ni siquiera había empezado a pensar nada. Recorrí la casa, saqué fotos, hasta que al final me senté en el patio generoso y escribí.
Voy sentada en el ómnibus y lloro. No puedo evitarlo ni lo intento. Las imágenes y las palabras desfilan por la pantalla del teléfono una vez y otra y otra. Las gentes abrazadas en el campo de juego y las tribunas vacías, las sábanas que caen por las ventanas de los edificios, las puertas que se abren con un par de palabras mágicas, un billón y medio de musulmanes que piden que no olvidemos que también rechazan el odio y el dolor. Voy sentada en el ómnibus y lloro. Nadie lo nota porque nadie me mira. Soy una estatua de piedra que contempla la desolación sin poder mover, gritar ni cambiar nada. Voy sentada en el ómnibus y sigo llorando.
A la flauta. Esto no les va a gustar a las señoras del curso, que hablan del placer y quieren amores, florecillas, piedras de colores y platos de comida hechos por mamá los domingos al mediodía. Me desdoblo para verme desde sus ojos y lo que veo es una tipa vestida de negro que habla de la muerte, apoya sus hojas en un libro sobre fósiles y le saca fotos a la cruz de la iglesia de la esquina. De todos modos, llegado el caso lo leo. Ellas no dicen nada y yo aprovecho para escaparme disimuladamente en un momento de distracción e ir a tomar mate con la amiga, que me cuenta historias de la casa y de su dueña anterior, enamorada eternamente de un hombre pero sin nunca llegar a confesarlo y vestida de luto para siempre desde el momento de su muerte. Todo muy romántico, si no fuera porque el señor era José Enrique Rodó, y un gran amor y Rodó son conceptos que no van de la mano. Lo siento, no se pueden asociar, o al menos yo no puedo. Mea culpa.
El curso continuó dos horas más, deambulando entre Derrida, Kristeva y varios otros, hasta que llegó la hora de irse y me encontré en la calle bajo el sol, charlando con un conocido sobre los atentados, sobre palestinos e israelíes, sobre las informaciones flechadas y las traducciones con trampa y los alumnos del IAVA y los perfiles artísticos. 

Esa extraña manía que tiene la vida de cruzarme con gente valiosa en los lugares más inesperados. Que nunca falte.




Estoy concentrada, trabajando en la cocina, cuando escucho un ruido seco y fuerte. "Un tiro", pienso, y sigo en lo mío. Al rato, otro. Y un tercero. Me asomo, medio pachorrienta, a la ventana del living, y veo a un muchacho corriendo por la calle de la cooperativa, pero no sé si es por los tiros o por la lluvia. 
Acabo de tomar conciencia de que desde mi más tierna infancia he vivido siempre en barrios complicados, donde este tipo de situaciones no llaman la atención. Será un festejo, será un ladrón, un borracho, quién sabe. 
De todos modos, por las dudas, la excursión con fines calóricos hasta el almacén de la esquina se suspende por tiempo indefinido, y ya voy echando mano al paquete de las galletas de arroz. 

Que nunca falten.





_Hola...Caaaarlos? Soy yo. Estoy acá, en Tres Cruces, por salir para ahí... HABLAME FUERTE QUE NO TE ESCUCHO!!!
La veterana de adelante no conoce el significado de la palabra "discreción ".
_ ¿Cuánto demora el coso este en llegar? ¿DOS HORAS? ¿Cuántoo? ¡A la pucha, qué lento!
La vi al subir. Tiene unos setenta, es alta, gorda, y se mueve con dificultad, apoyada en un bastón. Una típica imagen de abuelita que va a visitar a sus nietos al interior, pienso. Ella sigue gritando al celular:
_Escuchame, Carlos, ¿me vas a ir a esperar, no? Más vale que tengas whisky y algo para picar, porque voy muerta de hambre.
La tierna abuelita se me empieza a desdibujar, cuando oigo que remata:
_¿Y vas a ir vos solo a esperarme o vas a llevar a tu amigo?
Uuuuh...
_¡Hablá fuerte, Carlos, que no te escucho, te digo! ¡QUE NO TE OIGOOO! Bueno, no te escucho nada. Corto, Carlos.
Y no habla más.
Sigo mi viaje esperando que el tal Carlos vaya a buscarla y le lleve al amigo, el whisky y la picadita, pobre vieja, que la vida es corta y hay que disfrutarla, sea a la edad que sea.

Carpe diem.





Mr. Facebook en mi computadora se comporta de modo delicado y me sugiere promocionar Liceos en Red explicándome que así lo verán más personas y mi oferta podrá llegar más lejos. En el celular, en cambio, se vuelve crudamente práctico y me dice que si quiero promocionar la página son $U 149.
Creo que me cae mejor don Twitter, que no solo no me ofrece venderme sino que cada vez que voy a su encuentro me espera con un resumen de lo que ha ocurrido cuando yo no estaba. Una especie de tío chismoso pero con noticias cortitas y al pie, y que encima me ayuda a ser concisa, porque cada vez que me paso de caracteres me aconseja que debo ser más creativa la próxima vez.

(Maestra en disquisiciones intrascendentes, me decían...)






¿Qué diablos les pasa a las abejas? 
Hace días que no dejan de entrar a mi cocina, de a una, y se quedan medio atontadas contra el vidrio, sin saber cómo salir. Algunas terminan muertas, no sé si de cansancio o de qué, otras logran salir, pero siempre vuelven, y el zumbido me produce una extraña mezcla de lástima y pavor que conspira contra mi tranquilidad hogareña de fin de semana.
Espero que sea pura casualidad, porque el miedo que les tenía a nivel individual con el tiempo se ha ido convirtiendo en uno mucho más inquietante: si ellas se van del mundo, nosotros también.
¿Qué diablos les pasa a las abejas?




Pasos en una visita médica domiciliaria standard:
Saludo- indagación de síntomas- revisación de paciente- receta y recomendaciones- saludo.
Pasos en la visita de mi médico del SEMM ayer:
Saludo- indagación de síntomas- revisación de paciente- receta y recomendaciones-charla sobre Literatura- recuerdos del IAVA en común - la masonería y el número 33- consideraciones sobre la tartamudez, la fiebre reumática y el síndrome de Tourette- la narrativa y la Medicina- la narrativa y los navegantes- defensa del doctor Gabriel Peluffo- importancia del buen docente en el desarrollo de una profesión- saludos.

Que nunca falten los vocacionales, sea en el área que sea.





_¿Y en casa cómo te estás portando? ¿Más o menos? Yo ya te dije que vos no tenés que pelear con la chica. Tu madre estå cansada, vos tenés que ayudarla, no que empeorar peleando. Sí, yo sé que la más chica a veces te sobrepasa, pero si te quiere pelear vos no entrés. Hacete la sota, pero no entrés. Papá te lo dice siempre: no pelees con tu hermana, ayudá a mamá... Yo te vi el miércoles. ¿Ayer qué hiciste? ¿Y en la escuela? Bueno... Papá ahora vos sabés que se quedó sin las changas y tuvo que subir de nuevo a los ómnibus... Este fin de semana voy a ver si puedo ir a verte. Lo que pasa es que el domingo es el clásico, viste, y a las tres tengo que estar... pero si puedo voy. Portate bien. Chau, portate bien...

Guarda el celular, se pone al hombro una bolsa de chocolates Nikolo y se sube al primer ómnibus que para en el Intercambiador Belloni.





Ella es Laurita, y vive frente a mi casa desde que se formó el barrio, hace 30 años. 32, para ser mås precisos. Laurita es simpåtica, amable, petisa , de pelo negro lacio eternamente atado en cola de caballo. Siempre anda de campera verde. Nunca la vi maquillada. Debe tener 45, pero podría pasar por 30, porque es de esas personas intemporales que no conocen los vaivenes del peso ni la aparición de las canas. 
Dialoga con una señora en el 103:
_¡Todo el mundo a trabajar!
_No queda otra.
_Pero mañana a descansar. Bah, por lo menos yo.
_La parada estaba vacía hoy.
_Sí, poca gente.
_Atrás venía un 404.
_Y un 100. 
_No lo vi.
_Venía atrás de este.
Y así sigue la charla, la no-charla, hasta que Laurita se baja.
Es duro el precio de la intemporalidad, pienso.
Y sigo mi viaje hacia el IAVA, mirando con un poco mås de benvolencia mis canas, mis arrugas y mis kilos de mås. 
Estå buena la vida si uno se decide a vivirla.

Que nunca falte.






Subo al 7A en mi cooperativa y la primera parada que hace es en Comercio. No hay vendedores ni cantores ni payasos ni místicos ni nadie que reclame la atención a gritos, y el chofer escucha Sarandí a bajo volumen.
"Caro pero ispecial", diría mi vieja. Ispecial, con "i", porque la frase viene con tono de frontera.
Queda poco.
Queda poco.
QUEDA POCO.
Etc.
Buenos días.





Ya van varias tardes (todas las del fin de semana largo, ahora que pienso) que ella o uno de los suyos y yo repetimos el mismo paso de comedia, con un ritmo similar e idénticos resultados.
Primero es un zumbido. Algo como bzeueueuerouzeeee... Luego la toma de conciencia de que no se trata de un moscón, desde el momento en que, como sabemos, los moscones no hacen bzeueueuerouzeeee sino más bien mmmhzzzziiiimm, con más o menos "m" según el hambre que tengan al momento de invadir nuestra humilde y soleada morada. A continuación viene el avistaje, la búsqueda y aferramiento desesperado al primer trapo que se tenga a mano y la espera, la tensa espera de que el enemigo actúe. Si se acerca, revoleo de trapo con gritos destemplados. Si se dirige a la ventana, frases de aliento. Si se fue y luego amenaza volver, un par de maniobras disuasorias con la escoba pero desde lejos, porque el enemigo es bueno y no queremos herirlo.
El problema es que hoy nos quedamos en la Fase 1. Primero un par de bzeueueuerouzeeee y luego quietud, silencio, nada. Ya hace como cinco minutos que sé que está en casa pero ignoro dónde, hasta cuándo y -lo peor- para qué.
Voy a ver si convenzo a Tania y Roldana de dejar la modorra del patio y darse una vueltita por adentro, a ver qué pasa. Tal vez no es un buen plan, pero un líder debe saber cómo emplear a sus soldados allí donde su propia presencia resultaría ineficaz.
Y no, no, no me juzguen... Ya los quiero ver cuando empiecen a escuchar por sobre su oreja derecha el grito de guerra del invasor.

Bzeueueuerouzeeee...
Bzeueueuerouzeeee...
Bzeueueuerouzeeee...

Té de tilo, tienen?

Bzeueueuerouzeeee...

Valium?


Bzeueueuerouzeeee...

Impresiones de domingo

Me siento en el 405 junto a una chica de veintipico. Me habla:
-Ya dentro de poco te dejo la ventanilla, porque bajo en la Curva.
-Mmjjm.- mascullo, desconcertada.-No te preocupes.
No sé qué decir, y miro hacia adelante las dos paradas que faltan, mientras la mujer NO ME SACA LOS OJOS DE ENCIMA hasta que por fin se baja.
Una señora pasea a un perro viejo por 8 de Octubre, acostado en un carrito de supermercado.
Un veterano y una cuarentona se sientan en un bar, junto a la calle. Ella es linda, él no. El hombre demuestra su nerviosismo pasándose AMBAS MANOS por la cabeza, como para peinarse, en un gesto compulsivo e incesante. Cuento cinco veces, hasta que mi ómnibus arranca, y dejo de verlos.
Hay una promotora vestida de flamenca en Tienda Inglesa: tomo un cuadradito de algo al pasar, lo pruebo y accedo al Nirvana vía turrón de yema quemada de $199 los 100 gramos.
Las calles están llenas de basura.
Es noviembre y hace frío.
Alguien parece ir ganando algo 3 a 0.
Mañana no madrugo. Que nunca falten los fines de semana largos, ni las primaveras, ni los turrones de yema quemada, ni los inesperados encuentros con la perfección de lo cotidiano. 
Ojalå.

sábado, 3 de octubre de 2015

Octubre 2015


Sí, de acuerdo, estuve mal. 
No debí darle esa aceituna entera a Tania para que jugara, pero... ¡me la pidió con tanta insistencia!
Ahora toda mi casa huele a aceituna, pero al menos encontré una manera fácil de hacerla hacer ejercicio: hace rato que corretea persiguiendo a su nueva "pelotita" por entre los muebles. El problema es que dos por tres la pierde en la alfombra de la cocina y se le va el interés... 

Si amanezco caída por resbalón en objeto esférico de procedencia desconocida ya saben por qué fue.




"Mi dedo mayor tenía
Una espina del jardín.
No la vi, por la miopía; 
Un doc me la sacó al fin."
Sí, un poco pelotudito es ir al SEMM por una espina en el dedo, pero en mi defensa debo aducir que la muy desgraciada se me clavó en la mano derecha y apenas se veía!
No, no manden telegramas preguntando por mi convalecencia de la extirpación: ya estoy mejor; el médico dijo que voy a salir de esta. 
Creo que un poquititito tentado de risa estaba, pero tuvo a bien disimularlo.
Gracias, doc.
El morocho del SEMM del shopping es a partir de hoy mi médico preferido.

Después de Peluffo, claro.




Subo al 316 en pleno hip hop urbano. Abundan las rimas consonantes con terminaciones verbales y la letra va integrando elementos del barrio como la covine o la barraca. 
Por suerte al minuto termina.
"Agradecerles de corazón por esos aplausos... Quien desee y pueda colaborar, puede ser con una monedita, una sonrisa, un abrazo, un "gurí, sos el mejor rapero del mundo", un caramelo de miel para entonar la garganta, lo que puedan y quieran colaborar serå muy bien recibido".
El "gurí" tiene unos 18 años y no parece muy modesto que digamos, pero al menos intenta ser un artista.
INTENTA.
Grita y me rompe los oídos sin mi permiso, pero él cree que es arte.
Suerte que llegué al final.

Fiuuu...




Iba llegando a Camino Maldonado, apurada como todas las mañanas en que entro a primera, cuando lo vi.
Era peludito y tendría un mes. Por debajo de la mugre se adivinaba un blanco y amarillo. Trataba de acechar a unas palomas casi más grandes que él, sin éxito alguno.
No podía pararme. Seguí caminando.
Un perro estaba en la parada, olfateando el trasero de cada persona que se acercaba.
Di vuelta. Levanté al gatito, lo llevé hasta la cooperativa, pasando la reja, y seguí caminando. Era suavecito y confiado.
Vino un 103 y me subí sin animarme a mirar para atrás.
Pobre.
Sé que a la vuelta no va a estar, y prefiero no saber, pero si está hasta Arbolito no para.
He dicho.

Pobre.




¡Goooool!!!
No, no sé de quién, ni me importa.
Solo sé que la radio del 103 acaba de taladrarme los oídos con el grito del relator, que vino para integrarse al pregón del caramelero y el tamborileo (en tambor posta) de la pareja del fondo.
103...

Me gusta cuando callas.





Primero fue la decisión de entrar a la cocina cada noche a partir de hoy a cuatro de las tunas más tentadoras, para sacarlas de la ruta nocturna de los esquivos caracoles del patio del fondo.
Después vino el impulso aniquilador de arrancar montones de ramas de plantas invasoras, de esas que uno quisiera mantener en un radio de veinte centímetros pero avanzaban ya medio metro en el deck, amenazando con colonizar para su provecho la mitad del espacio transitable, por lo menos, y quitando toda posibilidad de recibir el sol a las criaturas más pequeñas.
Hice una montaña en el centro del patio con los cadáveres. Me embargó la culpa, y traté de no pensar.
En medio de la tarea empezaron a aparecer los enemigos, guarecidos en los recovecos más recónditos del jardín, bajo las hojas de plantas que no comen, haciéndose los desentendidos. No me animé a liquidarlos, a decir verdad; solo los tiré por encima del galpón para que cayeran en el pasillo del fondo, y que los dioses de los gasterópodos decidan cuál será su destino.
Al final de mi trabajo algunas plantas me miraban con adoración y otras con una combinación de vertiginoso pánico y muda recriminación.
Soy una mezcla de Gandhi y Kim Jong-un.
Jodida cosa el poder.

¡Y todavía me queda el jardín del frente!





¿Se acuerdan de La naranja mecánica? Del tipo con los ojos abiertos a la fuerza para meterle contenidos al cerebro por impacto y repetición?
Bueno. Ese soy yo.
Voy a vivir, voy a gozar, vivir mi vida la la la la la.
Refresco Rinde dos: pagás un litro y tomás dos.
Hay que pedirle mås, más, más a la vida, como si fuera la la la última noche.
La música de Color Café te acompaña hasta las 8 de la mañana.
10 minutos más todavía.
¡Vamos!
¡Tú puedes!

Creo.





Cuando yo era chica creía que a medida que los años pasaran los problemas del amor se irían haciendo cada vez más invisibles, hasta dejar de sentirse por completo.
Qué ilusa.
Tengo los años que tengo, he madurado, he vivido y aprendido tanto que me cuesta creerlo, y sigo sin entender.
Por ejemplo, no entiendo lo que pasa entre vos y yo. Por qué lo nuestro es tan especial. Por qué podemos estar mucho tiempo sin vernos y no importa, porque el amor sigue ahí, siempre, siempre. Por qué insistís en buscarme, si sabemos que estás con ella.
Sí, lo sé, y en realidad ella no me interesa. Hasta parece buena persona. No es muy linda, pero parece buena, y te adora.
¿Por qué entonces insistís en buscarme? No ves que lo nuestro es imposible? O debo pensar que solo seguís a su lado por cosas tan básicas como la comida y el techo? 
Te repito: lo nuestro es imposible. 
Imposible, y no solo porque seguís con ella, sino porque yo tampoco estoy sola. Tania y Roldana nunca me dejarían adoptarte, Isis. 
Dejemos las cosas como están.
Lo nuestro es un amor de a ratos, un abrazo, unos mimos, y a seguir con nuestras vidas. Pero qué bueno que existís.

Que nunca faltes.





Estoy sola en la parada, en la cuadra y en el barrio. La tarde de domingo me ha desertizado el panorama a tal punto que ya ni controlo si anda algún flaco con ganas de celular nuevo en la vuelta, y me distiendo bajo el amable sol de octubre, hasta que lo veo venir.
Es un 404 con el destino al revés. Tal vez vaya Expreso... es raro.
Para veinte metros antes de llegar, aparece el habitual cartel de Palacio de la luz, y subo.
Soy la única en todo el ómnibus, que no tiene guarda. Tengo el bus a mi entera disposición: de manera que así se siente ser poderoso...
Me pregunto si el chofer aprovechará para secuestrarme y cambiar mis planes de teatro por una loca aventura sobre ruedas, pero no, porque a las dos paradas el muy desubicado empieza a dejar que otros pasajeros invadan nuestra dulce intimidad dominguera.

Así no se puede.




¿Qué hace una si el padre de sus amigas presenta un libro a cien kilómetros de casa y en una noche de alerta naranja? Una va. Conoce lugares nuevos, perros nuevos, ropa nueva, y se reencuentra con los afectos de toda la vida, aunque al día siguiente se le cierren los ojos y ande por los recreos del IAVA con una única cosa en la cabeza: café... Dónde hay café? 
Por suerte la máquina está siempre ahí, esperando por mis monedas.

Que nunca falte.




El primer bus vino en un segundo. La guarda era amable, el chofer escuchaba música clásica y me encontré con una amiga que me dejó el asiento porque estaba por bajarse.
El segundo bus viene con un informativo no estridente. Al subir un liceal de unos 12 años me dejó pasar primero y a las dos paradas una chica me ofreció el asiento vacío frente a ella.
Algo pasa.
O se nota demasiado que dormí poco y me espera una larga jornada o es una cámara oculta o es el Día del pasajero o algo pasa.

Ampliaremos.






Hoy por la tarde decidí ir un par de horitas a caminar.
Ayer había llevado a cabo la hercúlea proeza de ponerle por vez primera collar antipulgas a Roldana y a Tania y hoy empecé a ver bichitos caminando por el suelo. Medio atontados, fáciles de matar, es cierto, pero igual. O sea que metí insecticida por ambos pisos, cerré todo, dejé a las peludas amarillas en el fondo y me fui a hacer tiempo por la Unión. 
Dos horas, decía el aerosol. Antes de salir miré bien el reloj para calcular el retorno: eran las cuatro menos cuarto. Y me fui.
Iba por Piccioli, habría caminado unas diez cuadras cuando miré la hora: cuatro menos cuarto otra vez. ¿Estaría sin pilas? No; marchaba perfecto.
Raro. 
No entendí. 
Y seguí caminando.
Ya cerca de la Tienda Inglesa de Pan de Azúcar me llamó la atención una muchacha que caminaba delante de mí, porque sus calzas de tela brillosa azul bolita me hicieron acordar a los atuendos de las divas de Porcel y Olmedo en los ochenta, con los pantalones de raso y esas cosas. 
En fin. 
Entré en la Tienda Inglesa pero apenas, porque solo quería ver si vendían entradas para el teatro. Esperé unos veinte segundos a que me atendiera la empleada y en eso estaba cuando miro a mi izquierda y veo a la de las calzas azules que sale cargada con cuatro o cinco bolsas de mandados. ¿Cómo diablos sale con bolsas de compras si hace media cuadra iba delante de mí sin nada en las manos?
Raro. 
No entendí. 
Y seguí caminando.
Cuando ya me estaba volviendo y esperaba la verde en la esquina de Propios algo me hizo cambiar de opinión. Cruzando la calle venía una de mis Rodríguez favoritas: mi amiga Graciela, a quien hacía rato no veía. Terminamos comprando un café en el Mc Donalds de la esquina y tomándolo al solcito en un parque semi privado con mansión ajena de fondo: las escaleras de entrada del Liceo 14, que estaba cerrado por el feriado (y que no se entere nadie...).
Ella también vive lejos, y estaba ahí por pura casualidad.
Ella también tenía que hacer tiempo.
Ella también llevaba bizcochos recién comprados en una panadería que quedaba a media cuadra.
Ella también sabe que el tiempo es inestable, que una puede estar décadas sin ver a alguien y de pronto ponerse a charlar como si fuera ayer que fuimos a bailar, que jugamos al juego de la copa o que salvamos juntas el último examen en el IAVA.
Cosa rara la vida.
Lo entendí. 

Y seguí caminando.





Uno a veces cree que hay ciertas cosas han entrado a formar parte definitivamente de su pasado y de pronto se da cuenta de que no, de que hay que mirar hacia atrás y rever algunas decisiones.
Bendita calza negra debajo del pantalón.
Hoy es 11 de Octubre, pero eso parece no ser importante. 
Te necesito.





Venía de varias horas de patrimoniar por el IAVA y adyacencias cuando decidí bajarme en el Disco de 8 de octubre y Garibaldi a ver si me compraba algún vicio. Diez minutos más tarde estaba esperando el 103 con mi bolsita de Capuccino y budín de chocolate en la mano cuando un muchacho de lentes me preguntó si yo era profesora de Literatura. 
Uy.
¿Otro desconocido que emerge de las profundidades del pasado para mantener una charla y quedarme con la duda de quién diablos era?
Pero no, porque era un divino y aunque lo tuve en el 19 hace 12 años lo reconocí de inmediato, ubiqué su grupo, todo perfecto, como si no fuera mi memoria la que respondía tan pero tan bien a los interrogantes del encuentro callejero. Tomamos el mismo 103, me contó que con 26 años ya es Escribano, y me quedé con esa dulce sensación de haber elegido la mejor profesión que se me pudo haber ocurrido.
Después me senté, y mientras el bebé de enfrente lloraba a moco tendido mi oído empezó a registrar una conversación en el asiento de atrás entre padre cuarentón e hijo de unos seis años. Estaban jugando a decir palabras que empezaran por la misma letra. El padre lo elogiaba sin aspavientos pero con fuerza cada vez que decía alguna palabra difícil y el niño preguntaba por aquellas que no conocía. Una clase participativa y de una riqueza impresionante.
_ Desagrado.
_ ¡Muy bien! Diamante.
_ Eeeh... Dedo.
_ Dedal.
_ ¿Y eso qué es?
_ Lo que se pone en el dedo para protegerlo al coser.
_ Ah. Eh... Desalmado.
_ ¡Muy buena! Disco.
_ Diami.
_ ¿Diami? ¿Qué es diami?
_ Lo que decís cuando algo es muy rico: mmmh... ¡diami!
El padre le explicó que eso no era una palabra sino un sonido que representaba un placer ante la comida gustosa, y siguieron jugando. Cuando me bajé miré para atrás: iban abrazados. 
No está todo perdido, entonces.

Que nunca falte.





Se llama Sol, y tiene un año y medio o dos.
Viene gritando con todas las fuerzas de sus pulmones al menos desde que subí, en Propios, y ya vamos por el túnel. 
La madre tiene unos veinte años y trata de calmarla sin lograrlo. Ya la dejó sentarse sola, bajar al piso, pararse en el asiento, ir en la falda, ir sentada en el suelo, y la Sol nunca se calla ni baja el volumen de sus inarticulados gritos.
Al fin se bajan en Beisso y todos emitimos una perceptible onda de alivio colectivo, mientras seguimos oyendo sus gritos a la distancia.
Silencio.
Fiuu...

Que nunca falte.




Hoy estamos de suerte. No fueron 15 los omnibuses que pasaron y siguieron de largo: fueron apenas 10.
En el medio debo reconocer que pararon un 405 y un 316, pero solo tenían lugar para un par de personas c/u, y había como seis pugnando por subir. La conciencia social pudo más que yo: los que van a Pocitos son los que llevan a las empleadas domésticas, y ellas necesitan el trabajo más que una, que a lo sumo puede ligar una mirada acusatoria por llegar un par de minutos tarde. Además en el fondo sabemos que algún 103 en el correr de la hora pico va a parar, aunque sea para subir colgada, viajar estrujada y bajar extenuada por la tensión del "un pasito más, señores... si no cierra la puerta no podemos arrancar..."
Y en eso estamos, a la hora en que toca el timbre y aún por Jaime cibils, oh oh.

Feliz viernes.




La primera señal de que Houston, we have problems, es cuando la gente se cansa de esperar un bus que se digne llevarla y se va sentando en el frío banco de material de la parada. 
La segunda es que van apareciendo celulares y personas que llaman con voz compungida, como para convencer a un jefe de que no es su culpa, que van 8 o 10 ómnibuses que no solo no paran sino que no nos registran siquiera.
Pero la verdadera señal de emergencia la dan los COPSA cuando van por el medio de la calle, repletos, uno tras otro.
No, no hay paro. Han pasado unos 15 omnibuses de todos los colores.
Es solo que vivimos en una ciudad mal organizada en su sistema de transporte y las personas de estos barrios no parecemos ser importantes a la hora de asegurar las condiciones båsicas de acceso a otras zonas.
Jueves quejoso.

Ya va a pasar.




Hoy en el último grupo un estudiante y yo leímos a la vez y sin previo ensayo el conjuro de las brujas en ls escena 3 de Macbeth, y juro que nos salió más afinado y en simultáneo que el par de canciones con que un señor con voz de vino y una señora con voz de canto coral acaban de deleitarnos en el 103.
Eso sí, su función fue justificada como pocas: arrancaron con "Hasta siempre" en el día previo al aniversario de la muerte del Che y terminaron con "Viaje de amor", a un año (dicen) de la de Cerati.
Ya se bajaron. Bienvenido casi silencio, porque el chofer oye cumbias pero bajito, y los "cantantes" gritaban de lo lindo.
Necesito un aparato que produzca silencio; los sentidos deberían poder desconectarse a piacere, como cuando cerramos los ojos.
Y mientras tanto algunos pseudo artistas deberían callarse...
Uy, subió el que pide palabras y finge improvisar un hip hop...

Estoy de turno.





La radio del 103 sintoniza una estación de cumbia y a la hora de la tanda hay muchos avisos de bailes para el fin de semana, pero uno en especial me pone los pelos de punta: 
"Para ayudarte a que las chicas se pongan mimosas a las primeras cien las invitamos con una copa".
La gente de La casona de Campbell sigue viviendo en otro siglo, parece.

Cuánto queda por hacer.





En el 404 moderadamente lleno en que viajo como bus número 1 hay unos quince pasajeros mirando celulares y uno que lee un libro. Es joven , tiene veintialgo, y va concentrado en algo que parece una novela.
Cruzando el pasillo va sentada la Frágil Viejecilla a la que amablemente le dejé el asiento libre de adelante al subir, asiento que despreció sin siquiera mirarlo, haciéndome reconsiderar mis actitudes filantrópicas de las primeras horas de la mañana con las Frágiles Viejecillas del barrio.
La chica que ostenta con orgullo su juventud sin medias debe haberse bajado porque ya no la veo, igual que el rubio de ojos verdes que me pareció interesante hasta que alguien lo saludó por su nombre y me di cuenta de que lo conozco desde que él era un niñito y yo una adolescente, oh, cielos.
Dos asientos más adelante va un flaco alto, castaño, de ojos celestes. No puedo evitar pensar que el pobre no debe de saber que es lindo, porque tiene una actitud de bichito que lo invisibiliza para todos, menos para la cuarentona que mata el tiempo observando a la población de este modesto distrito del STM y quizá olvidando que en diez minutos tendría que poner su cerebro en modo Macbeth hasta que llegue el mediodía.
Lo hermoso es feo y lo feo es hermoso.
En mi vida he visto un día tan hermoso y tan feo a la par.
Revoloteemos por entre la niebla y el aire impuro.

Salve Mariela, que más tarde volverás a subir a un bus.





Bien, bien, bien.
Ua nueva variedad de vendedor hace su aparición en el ya de por sí abigarrado mundo del transporte capitalino, en este caso suburbano: el artesano charlatán, que le cuenta su vida y desventuras a una única pasajera mientras hace una escultura con alambre que espera venderle cuando la considere terminada.
No, no se trata de mí. El artesano charlatán es astuto y elige muy bien a su presa potencial. 

O tal vez solo tuve suerte.





La señora sube en la parada frente a la iglesia, tiene lentes, canas y un abrigo marrón forrado de corderito. Se acerca al guarda y le extiende la cédula.
_Hace falta que la muestre, o solo con mirarme la cara alcanza?
El guarda, de treinta y pico, zapatos marrones, medias celestes con rayitas azules y panza más que prominente, no contesta ni mira el documento, mientras le indica que pase sin dirigirle la mirada.
La señora se sienta y cree conveniente aclarar:
_Me siento aunque sea por poco tiempo, porque en dos paradas me bajo.
Nadie contesta.
Al bajarse pide innecesariamente permiso y agradece, aunque va al lado de la puerta y nadie debe correrse para que pase.
Pobre señora del abrigo marrón.
Pobre guarda tan joven y tan panzón.
Pobre yo que me acabo de ver en un espejo futuro tan fiel como inesperado.

Feliz domingo.




Chrome y mi celular dicen una hora, Mozilla y mi reloj de pulsera dicen otra, y al final lo único que cuenta es que hay sol y (aunque no se note) es primavera, o sea que por hoy olvidemos las convenciones y seamos buenos salvajes, que sea mediodía cuando haya hambre y hora de dormir cuando se nos cierren los ojos.
Eso sí: mañana al primer péndex que me venga con el cuento de la hora le pongo la falta, le pongo.





INTERACCIONES VESPERTINAS.
Sainete costumbrista en tres actos pseudoprimaverales.

ACTO 1

Feria del Libro. Escena 1.
Yo: _ Disculpá, ¿tenés descuentos para docentes?
Vendedora: _ Sí, tenemos un 10%.
Yo: _ Ah... ¿Y vos me creés si te digo que yo soy docente?
Vendedora: _ Sí, ya sé que sos de Literatura, porque te conozco del 30.
Yo: _...
Vendedora: _ Pero no fuiste profesora mía, ¿eh?
Yo: _ Aaah. (y por dentro: ¡Fiuuuu!)

Feria del Libro. Escena 2.
Yo: Hola. ¿Tenés descuento para docentes?
Vendedor: _ Sí, tenemos un diez.
Yo: _ ¿Y qué tengo que mostrarte para confirmar que lo soy?
Vendedor: _Nada, profe, 
Yo: _...
Vendedor: Te tuve en tercero del San Cayetano.
Yo: _ Aaah. (y por dentro: nunca te vi en mi vida, pero si vos decís...)


ACTO 2

18 de julio. Escena 1.
Péndex Lindo: ¡Señora! ¿Vio que frío que hace? ¡Nos vamos a volar!
Yo: _... (y por dentro: ¿este me da charla de onda, o me quiere robar?)

18 de julio. Escena 2.
Péndex Nada Lindo: ¡Pero qué hermosa que está, joven! ¡No se puede creer!
Yo: _... (y por dentro: Viene brava la primavera)


ACTO 3

103. Escena única.
Mirian: _ ¡Mari! ¿Cómo andás, prima?
Yo: _ Bien. ¿Qué hacés a esta hora, trabajás los sábados?
Mirian: _ Sí, pero no hasta tan tarde; lo que pasa es que estamos de balance.
Yo: _ Hoy juega Peñarol en el barrio, ¿sabías?
Mirian: _ Sí, ya termina el partido y encima van ganando. Me los voy a cruzar a todos caminando por Carlos Nery, qué mierda. 
_ Yo (con intención de animarla); _ Capaz que no coincidís con el malón de gente.Vas a llegar a eso de... cinco y veinte. ¿A qué hora termina el partido?
Mirian: _ Cinco y cuarto.
Yo: _Aaah. (y por dentro: cada vez estoy mejor para animar a la gente).


Y baja el telón mientras mis tres nuevos amores y yo entramos a Arbolito y los voy dejando sobre la mesa, para demorar un ratito la decisión de cuál voy a leer primero.

FIN