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lunes, 27 de febrero de 2017

Turismo en 2002





21 de marzo
Salimos Mabel, Aldo y yo a las cuatro de la tarde con clima fresco, poco tránsito, buen estado de ruta y de ánimo. Cinco horas de viaje sin nada de particular excepto que está todo muy verde por las lluvias y hay una zona de pedregales interesante en Flores. Salto nos impresionó con enormes edificios de época, veredas con mesas, sillas y sombrillas de barcitos, mucho movimiento y un ambiente a la vez de cosa antigua y moderna. El hotel Biassetti es de 1885: una mole en una esquina, de dos pisos y con millones de habitaciones y pasillos por todos lados. Limpio, conservado, pero viejo y gastado, demasiado enorme y espacioso, con aire fantasmal. Yo esperaba que se me apareciera Horacio Quiroga, pero él no quiso venir. Dato comprensible pero absurdo: en el hotel sólo hay UNA cochera disponible.
A la noche tomamos unos helados en “Payaso”, tan grandes que tuve que tirar la mitad del mío. Al irnos a dormir comprobamos que la cama tenía bichitos (muertos).

22 de marzo
Desayunamos (ya con Mariana) en un comedor gigante, y salimos de Salto. El puente es enorme, aunque de la represa (agua, espuma, cosa llamativa) no vimos nada. En la Aduana nos demoraron porque yo me olvidé de la cédula pero llevé el pasaporte, y ellos no sabían si sellarlo o no. Pasamos Concordia, un puente bajo y muy largo sobre una laguna llena de islotes, todo muy idílico hasta que unos metros más adelante nos paró la caminera argentina, que estaba controlando la velocidad por radar: habíamos entrado al puente a 92, y el máximo era 60. En nuestra defensa aquello no parecía puente sino camino por un terreno inundado, pero, en fin. Marchamos. Media hora de idas y vueltas, con un intento de coima frustrado porque apareció el mandamás. Teníamos que pagar 48 pesos, y no teníamos argentinos. Había un almacencito cerca, pero su capital era tan poco que no llegaban a tener ni siquiera eso (menos de quince dólares). Una tristeza, aquello. La gente parecía deprimida, vacía de ilusiones. Nos miraban como despidiéndose del mundo, no sé, horrible. Al final, viendo que la policía cotizaba el dólar al valor oficial de 1.40 cuando estaba a dos o dos con cincuenta, nos fuimos a cambiar a una IPF cercana, dejando en la carretera a Aldo como rehén. Volvimos, pagamos y recién cuando nos íbamos a ir miré el piso: casi me muero. ¡Estaba lleno de ágatas y amatistas! Junté como veinte en un minuto y nos fuimos, porque nos quedaba un largo tramo para ese día por delante. Snif.
Al ratito nomás nos pararon otra vez, pero ahora sólo para pedir libreta y seguro del auto. Igual ya no nos multan por hoy; parece que con una multa al día ya estás más allá del bien y del mal.  Es verdad. Nos decían “Ah, ya los multaron hoy… sigan, sigan entonces, dos multas en un día no puede ser”. 
El paisaje es arbolado pero monótono. Hay una media cuadra con cajones rotos y naranjas tiradas a un costado: se ve que hubo un accidente hace poco. Cientos de km. con arbustos bajos, algunos secos, muy fotografiables. Largos tramos con cañas de maíz a un costado. Por el camino paramos para ir al baño, y junté más piedras preciosas.
Entramos a Corrientes y dimos mil vueltas porque no había gasoil ni cambios abiertos. Eran las tres de la tarde y no habíamos almorzado. Cruzamos el Paraná por un puente larguísimo y a la salida...otro peaje, el cuarto del día. A 20 km. estaba Resistencia. Paramos en mitad de la ruta. Había dos perpendiculares y ambas llevaban a Resistencia. Tomamos por una y cuando creíamos que ya la habíamos dejado atrás otro cartel ¡anunciaba a Resistencia más adelante! Comenzamos a pensar que es una especie de ciudad fantasma que está en todas partes y en ninguna. Conocimos en un supermercadito a un señor gordo, muy amable y muy, muy triste, igual que sus empleados. Él y todos en general en este país tienen una pinta de bajón que te parte el alma.
Seguimos viaje. Los policías argentinos parecerían estar aburridos, porque nos pararon como quince veces a pedirnos documentos, bomberitos, luces. Cerca de Formosa el paisaje se hizo más selvático, con monte tupido y palmeras. De pronto, nubes negras: se vino un diluvio. Pasó. Volvió. Llegamos a Clorinda de noche, nos equivocamos de camino, desandamos y al fin pasamos por la Aduana más horrorosa, tétrica y mugrosa que hayamos visto. Pasamos un puente y entramos a Paraguay. Ahí la carretera se hizo negra y horrible, sin señalizar. Llegamos a Asunción y al rato nos perdimos. Preguntamos, pero las explicaciones eran muy complejas. Conocimos a un tal Cristóbal empeñado en darnos órdenes y llevarnos al hotel España. Al fin llegamos a la casa del tío de Aldo, con guardias armados en la puerta que nos apuntaron cuando demoramos un segundo de más en frenar el auto. No había nadie esperándonos, pero al fin llegaron. Charlas, cena, ducha, un televisor de 800 pulgadas. Mi cama se hunde y por la de Aldo entra agua, pero dormimos en un segundo, porque estamos agotados.

23 de marzo
Nos pasó a buscar Mabel en el auto de la tía Cedo (con chofer incluido), y fuimos a un bazar espantosamente kitsch a comprar el regalo para el casamiento al que íbamos. En otro lado vimos artesanías de cuero y compramos bolsos, mochila, etc, todo divino y baratísimo, pero ya cerrando. Con Mariana y Aldo recorrimos un poco a pie, vimos un par de plazas, una librería (caro) y volvimos al hotel, desde donde Mabel nos llevó a lo del tío Rubén en su auto. Vino un diluvio terrible, con granizo tan fuerte que no nos animamos a bajar y esperamos media hora. Cuando al fin encaramos caminar los diez metros hasta la casa y llegamos, se cortó la luz. Un calor terrible. Guerra con todas las mujeres de la familia del lado paraguayo para explicar que de ninguna manera, que yo no iba a ir a la peluquería. Y se hizo la noche. 
Se suponía que salíamos a las ocho y media, pero a las ocho y diez el padre de Aldo y el de la novia seguían jugando a la generala sin vestirse. Nos fuimos a la ceremonia civil. Cientos de personas, muchas de ellas con vestidos recargados, horrorosos, otros muy lindos, todos coloridos. La ceremonia fue corta pero los testigos a firmar eran unos 40. Había un coro con seis cantantes, y después un par de parientes leyeron mensajes para los novios. Pasamos al salón de la fiesta: todo muy suntuosiento, con sillas forradas con tela blanca y moñotes. Torta de tres pisos, también con moño y sin gracia, que después supimos que era de utilería.
     Oh, socorro, socorro: a tía Nede le tocó en nuestra mesa, y no había más lugar donde escapar. Por suerte se cambió porque el bendito aire acondicionado estaba muy fuerte. La fiesta arrancó con música vieja y lenta, como New York, New York. Llegaron los novios, se bailó el vals, se sirvió la cena (una delicia: un algo de pescado con salsa de camarones y un algo de pollo con verduras y champignones). La música fue hasta las tres, más o menos, de orquesta y luego discos, pero todo cachenque, o sea Fatales y esas yerbas. Moría de frío por el aire acondicionado pero si salía afuera había un calor de locos. Nos fuimos pasadas las cinco treinta, muertos de sueño.

24 de marzo
No hicimos mucho: fuimos a casa de una pariente con sus ocho perros, luego a lo de otros que tienen piscina y no nos dieron mucha bola, charlamos con uno que estuvo en Sudáfrica y contó cosas interesantes, y nos fuimos.

25 de marzo
Salimos a las ocho pero el tránsito estaba horrible y demoramos horas en dejar Asunción. Paramos en el camino para conocer la basílica y santuario de la virgen de Caacupé. Una enorme iglesia con vitrales y millones de vendedores ambulantes, algunos con unas artesanías de Teletubbies y Pikachús dignas de la peor pesadilla.
El camino es panorámico y lleno de árboles, palmeras, selva. Un calor horrible, no podíamos respirar. Al fin llegamos a la frontera en Ciudad del Este, un lugar desagradable, lleno de puestitos y ambiente salado. Paramos en la Aduana porque quisimos, porque nadie ni nos miró, y luego en la de Brasil pasamos de largo y tuvimos que volver para hacer los trámites. 
O hotel previsto en Foz (Alka) era horrorosinho. Fuimos perseguidos por las calles con folletos de hoteles y restaurantes y al fin nos quedamos en uno sobre una avenida: Ambassador. 
Salimos para las cataratas, a 30 km. Se entra por un parque en ómnibus de dos pisos con los costados abiertos y dibujos de animales de la zona que nos dejó en el inicio de las caminatas. El lugar es indescriptible, hay un camino fijado con terrazas panorámicas cada pocos metros, todo muy limpio, organizado... y lleno de gente. Si hubiéramos hecho el safari Macuco (treinta dólares) teníamos un recorrido por la selva y un viaje en gomón que se ve que era espectacular. Las cataratas parece que nunca terminan, y a uno le da como una especie de vértigo ver tanta agua cayendo con tal fuerza. No sé, no hay palabras. Pasamos con Mariana como media hora mirando a un pescado prendido a las algas del fondo, esperando que la corriente no lo arrastrara. Se veía un arco iris espectacular, un círculo completo, y el agua que salpica moja un poco, lo cual es muy bienvenido. Morimos de calor. A la salida de la terraza principal hay coatíes que piden lo que estés comiendo y se meten en los tachos de basura para sacar algo. Subimos al nivel de los restaurantes y micros por un ascensor panorámico, y volvimos.
Ya en Foz, Aldo y yo fuimos a almorzar (eran como las siete) y luego hicimos mandados en el super Muffato, lo más fresco de la ciudad. Buscamos inútilmente una central telefónica. En el lugar de la comida (espeto corrido) había una gata símil Griselda, mimosa y con una enorme panza, a la que le dimos carne a escondidas del dueño. El hotel era una sopa, pese a que Mabel se quejó y supuestamente arreglaron el aire acondicionado. El baño: un sauna.

26 de marzo
Gran día del cruce de Brasil. 
Nos levantamos 5:45 y arrancamos sin desayunar, con un clima menos sofocante que ayer y que en parte se nubla a veces. Hemos ido más o menos bien pero el viaje es largo, hay muchísimos camiones y hubo como cien km. de sierras bravísimos, con curvas muy cerradas y sin poder adelantar a nadie, porque son todos tramos cortos y con frecuentes repechos. Vimos un camión de carga de madera casi volcado con los troncos medio apoyados en el morro. Presenciamos varios amagues de choques. A veces quedábamos atrás de una fila de seis o siete camiones, la mayoría de la especie Vinilona. Los paisajes son increíbles, a lo lejos se ven los campos azulados. Comimos en una churrascaría de Xanxeré, más o menos a la mitad del camino, más caro que en Foz pero igual barato. Vamos con el corazón en la boca por los peligros de la ruta. Hoy no llegamos a Torres ni soñando. A polizia nos paró para ponernos tres multas, dos por no llevar cinturón de atrás puesto ni Aldo ni yo y una porque Mabel manejaba de ojotas, pero previo cargarse a Mariana y recibir diez reales el señor oficial nos dejó ir, desistiendo de su propósito de que fuéramos a la ciudad más próxima (15 km.) a pagar la multa y volviéramos.
Pasamos Curitibanos ya de noche y lloviendo. Los camiones nos tiraban agua sucia, y de la ruta no se veía nada. A los 15 km. tomamos otra ruta, que estaba mejor. Llegamos a Lages a pernoctar. Estuvimos una hora o más buscando hotel, otra tratando en vano de llamar a Montevideo, y una más buscando dónde comer. Cenamos esfihas, una especie de pizzeta, que puede venir con tapa, como una empanada gigante. La mía era de pollo, queso y palmitos. 

27 de marzo
Salimos 9:30, porque pasamos otra vez horas para hablar por teléfono y salir de la ciudad. El desayuno estuvo bárbaro: había leche, té, café, agua, panes y dulces varios, galletitas, torta de naranja y de chocolate, frutas, jugos, pizza, panchos, huevos revueltos, etc. El día estaba fresco y nublado.   
¡MEU DEUS! ¡MEU DEUS! ¡MEU DEUS! 
Cuando nos enfrentamos a la Sierra del Río do Rastro no podíamos dar crédito a lo que veíamos. Está al borde de un precipicio, tan alta que desde un mirador vimos las nubes debajo de nosotros. Rezamos. Literalmente, rezamos.
Antes de enfrentar el precipicio paramos en un puestito de Bon Jardín da Serra, un caserío. Allí compramos licor de cacao y de manzana mientras mirábamos unas fotos impresionantes: eran de la carretera que debíamos tomar sí o sí, una serie de vueltas cerradísimas en torno a precipicios sobre los morros. Sobre ellas, un cartel con la imagen de la virgen rezaba: “Que Deus nos proteja”. Casi me da un ataque, y más cuando paramos en un mirador a ver lo que se nos venía: estábamos como a 2000 m. de altura, y la carretera serpenteaba hasta perderse bajo las nubes. Una vista inolvidable. Comenzamos el recorrido, y vimos un cartel que anunciaba que ese era el día 12 sin muertos en esa carretera. ¿Ese será el concepto brasilero de tranquilizar al viajero? 
La bajada fue vertiginosa y los paisajes increíbles, aunque un tanto disimulados por las nubes. Nunca vi curvas tan cerradas: un zig-zag continuo que duró 12 km. En un pequeñísimo mirador paramos un rato y en ese momento ¡plac! se desprendió una taza del auto. Se había recalentado la rueda (las cuatro, en verdad) porque bajamos con el freno de pedal y había que usar freno de motor. Un chorro de agua caía de la montaña, junto a nosotros. Le pusimos agua al auto (que echó humo) y seguimos. Almorzamos en Lauro Müller, ya fuera de peligro. En la 101, que es una carretera muy importante, se vino un diluvio terrible, y tuvimos que parar un rato, en el que aprovechamos para entrar a una especie de tienda enorme que se llovía penosamente.
Llegamos a Torres como a las cuatro, y demoramos horas en elegir casa, hasta que alquilamos una preciosa frente al mar, en una playa pequeña y tranquila entre dos morros. Descansamos un rato, y después fuimos Mariana y yo a la playa, que estaba con luna casi llena. Divina, pero sin caracoles. Caminamos por una vereda al borde del morro, increíble. Había una especie de gruta con una virgen y muchísimas velas y placas de agradecimientos e incluso una vela prendida en la playa, entre las piedras. 
Torres nos gusta mucho: hay centro, paz, lindos paisajes. El dueño de casa es un veterano amoroso. Mientras esperaba que se secara mi pelo al fin lavado, ya pasada la medianoche, encontré un libro de Castaneda, en español: Las enseñanzas de Don Juan, que estuve leyendo un poco.

28 de marzo 
Todo el día estuvo gris y lluvioso. Hicimos compras, porque viernes y sábado cierran muchos comercios. No dio para playa. A Aldo le dio jaqueca al medio día, y ni almorzó. Nosotras caminamos bastante, sobre todo buscando qué comer, porque a las 15:00 cierra todo. De noche fuimos con Mabel a comprar comida para llevar y de paso subimos en auto al primer morro, el Morro do Farol. La vista es hermosa, y más con la luna. Recorrimos la rambla hasta la desembocadura del río Mampituba. Hay una laguna (Lagoa do Violao) para el otro lado.  

29 de marzo 
Salió el sol. Hicimos playa de mañana y al medio día (¡linda hora!) empezamos a escalar los morros de la izquierda Mabel, Mariana y yo. El primero es enorme y sólo se sube a pie. Hay grutas por donde pasa el agua, enormes precipicios, paisajes muy pintorescos, escaleras al borde de la nada. Bajamos a una microplaya tranquila. A media cuadra un enorme pedruzco que se pedía no escalar y media cuadra de playa después se llega al último morro, al que se sube por una escalera empinada en medio del monte que me sacó el aire: el “Trilho das cobras”. La vista fue de lo mejor del viaje junto a las cataratas y la Sierra. Volvimos por otro por atrás; se veían aún a lo lejos, tras enormes dunas, los morros de la Serra Geral. Almorzamos en un buffet por kilo, e hicimos más comprinhas. Después M & M y yo volvimos a subir al morro do farol, que ahora estaba lleno de gente. Torres se llenó, parecía una procesión. Mabel hizo una cena muy cara (12 reales) y depois todos vimos televisao, con una novela tras outra. La melhor: O quinto dos infernos. El dueño de casa nos contó que desde el tercer morro se ve una “pedra” (¿morro?) que es la roca de Itapeva: la última hasta el Uruguay, así que desde ahí hay 600 km. ininterrumpidos de playa. Pasando Itapeva hay una playa donde hay conchas fósiles, según un mapa de la casa.

30 de marzo
Salimos de Torres 7:45 para hacer el tramo más largo que realizaremos en un solo día: 1100 km. hasta Montevideo. Hubo sol até o mediodía. El paisaje post Porto Alegre se volvió monótono, excepto por la reserva ecológica Taí entre Pelotas y el Chuy: una enorme extensión de agua y bañados con garzas y carpinchos al lado de la carretera. Parece que llovió mucho; hay espejos de agua por todos lados. Al pasar la Aduana todos nos bajamos de los autos para ponernos buzos y camperas, porque la entrada al Uruguay fue también la entrada al otoño. En el camino paramos a comprar miel y licor de butiá, y al fin llegamos a nuestro hogar dulce hogar, un remanso de paz, si no fuera por los cinco pichones de Tania que encontramos adueñados de la casa. Nuestros nuevos gatitos habían tirado cosas, roto tazas, orinado por todos lados, un desastre, sumado al cansancio (ya era muy entrada la noche) y la lluvia inclemente. Queríamos barrer y ellos se prendían a la escoba. Terminamos echándolos al patio con lluvia y todo, pero lloraban lastimeramente, y los entramos al minuto. 
Y es por eso que queremos (necesitamos) nuevas vacaciones.

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