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lunes, 13 de enero de 2014

2013 (enero/febrero)

(Rescate de textos del muro de facebook que no quiero perder del todo)





ENERO

2

Ejercicio de audición:

Desayune antes de las ocho de la mañana en un rancho de Valizas entre el mar y el bañado, de preferencia después de una tormenta de lluvia y viento.
Disfrute del silencio absoluto del lugar y la hora elegidos.
Comience por contar cuántos sonidos es capaz de diferenciar. Sí, de acuerdo, ranas, pájaros y mar. Ahora piense: ¿cuántos tipos de ranas escucha? Las constantes y las esporádicas, las de acá nomás y las de final del capiz, a una cuadra. ¿Y aves? Las golondrinas del techo y sus pichones parecen acaparar el aire pero si escucha atentamente sentirá gorriones, churrinches, teros y cuatro o cinco más que tal vez usted no sabe nominar, por el momento. También puede ser que perciba perros, vacas, gallos, gallinas, quizá algún humano, y hasta su propia sangre que corre, si se deja llevar por la vida y comprueba que es usted parte de un mundo en el que es tan necesario como la última hormiguita que se lleva al hormiguero los restos de migas del desayuno.
Respire hondo.
El ejercicio ha terminado.
Que tenga un buen día.


FEBRERO

1

Ya anduve en un Cutcsa.
Ya fui a la peluquería.
Ya me encontré tres alumnas en Tienda Inglesa.
Ya morí de calor cada vez que asomé al mundo exterior.
Ya me contaron historias de ladrones y balazos.
Ya escuché una cumbia.
Ya volví a Montevideo.
Suerte que mañana me voy de nuevo.






3

Pide atún el 99.8% del tiempo.
Siempre quiere que le abra alguna ventana que está cerrada.
Se cuela a mi dormitorio a la primera de cambio.
Duerme bajo la mesa entre mis pies y la paso pateando.
Jode TODAS las mañanas llorando desde que aclara y si no le abro se tira contra la puerta con todos sus pocos kilos.
Le roba el atún a su hermana.
No me deja hacerle mimos a nadie que no sea ella y para jugar con Tania tengo que esconderme.
Me mira acusadoramente cada vez que preparo el bolso para irme.
Duerme arriba de cualquier cosa mía que deje tirada por ahí.
Deja nubes de pelos por todos lados.
No se lava bien y pasa el verano con rastas.
REGALO GATA ARIA, PELUDA, DE BUEN CARÁCTER, INCAPAZ DE AGREDIR A NADIE.
O al menos la presto por tiempo indefinido.






LAGUNA DE CARNAVAL

MARTES 12

00.30: Llego a Tres Cruces con tiempo sobrado y me instalo en las sillas azules. Un cuarentón alto y grandote me mira al pasar. Seguro que este va para Río Branco y me toca de compañero de asiento. Dicho y hecho.
00.57: Cuarentón me habla, me habla, me habla. Ya bajé el apoya brazos del medio, contesté con monosílabos y me metí en facebook con el celular aprovechando la wifi de un bus de COT pero él sigue al firme. Solo queda el recurso de hacerme la dormida, cosa nada difícil en este tipo de viajes.
01.39: Ratoncito (el guarda canoso que me toca siempre que viajo a la una) me comunica que hay un par de asientos libres más adelante y allá fui. Buen viaje, insistió aún Cuarentón. I love Ratoncito.
06.55: Llegada a Río Branco y comienzo de espera del segundo ómnibus, el Decatur. Charla con chica en la misma situación pero con menos paciencia. Envidia de pelado con tablet con wifi. Sorpresa por el auto espectacular con el que se va de la terminal el Ratoncito. Cuarentón se fue en otro vehículo, pero no fue registrado.
08.00: Comienzo del oficio religioso en la iglesia Dios es Amor de enfrente a la parada. Pastor de voz intencionadamente temblequeante que parece querer inducir a hipnosis a las dos veteranas gordas del auditorio. No logro discernir en qué idioma se expresa, pero identifico tres palabras de vez en cuando: aleluya, gloria y Satanás.
09:00: Arribo al Lago. Saludos, charlas, desayuno.
09.50: Tiempo de alimentar a la fiera. Voy con mi padre a buscar al gato vagabundo al que le damos de comer hace meses. Sorpresa: ahora tiene pelo. Y sigue igual de mimoso, aunque ya no da asquito tocarlo. Nos separamos después con mi viejo uno para cada lado, y me detengo a contemplar el campo de enfrente al terreno en que vive el gato, donde se asolean felices cinco garzas blancas y dos rosadas. El vecino de al lado y su mujer me llaman y me ofrecen si quiero ver a su apereá domesticada. Cruzo volando, cámara en mano. “Chiquinha… vein chiquinha...” llama dulcemente él, al tiempo que de atrás de un alambrado asoma la cabecita del roedor, una cosa dulce, gris y peluda, de movimientos suaves y desconfiados. La mujer trae una zanahoria y él se la ofrece a la apereá (que es hembra porque está “grávida” y se le nota la pancita), quien comienza a mordisquearla de a poco y hasta se deja tocar la cabeza. Al final le dan un trozo de zanahoria que lleva presto para su nido tras un pequeño cerco y comparte con una cría de la camada anterior que hace acto de presencia al momento. Toda la escena es contemplada por varios dorados que entran y salen de una especie de jaula sin paredes donde tienen agua y comida a discreción. Salgo casi llorando ante tanta bondad y comunión con la naturaleza, mientras pienso que en cualquier momento me convierto en una vieja sensiblera y ando por el mundo largando el moco por cualquier cosa.
10.20: Paso por lo del Carioca que viene llegando con una garrafa en su carretilla y le encargo dos frascos de Ambrosía, pese a que mi madre a los diez minutos de verme ya me avisó: “estás más gordita, m’hija”.
11.00: Arranco para la playa. El calor es asfixiante y nunca deja de sorprender esto de estar a medio metro del agua y no sentir ruido alguno. Aves, caracoles, algo a lo lejos con pinta de serpiente, poca gente en mi playa personal. La lengua de arena está cada vez más grande y solo doy vuelta cuando estoy a cuadras del último ser humano visible y me da miedito que me salga al paso un yacaré o una anaconda. Ni me saco la ropa ni me pongo bronceador, concentrada en la belleza de los islotes, los juncos, las líneas de cucharetas en la orilla, los colores de la arena, la pureza del aire.
12.30: Almuerzo hogareño con todos los chismes de Montevideo para compartir. Miradas de rejo al patio del fondo, donde la gata acababa de mantener un épico enfrentamiento con un ofidio verde y negro aún no identificado.
13.00: Inicio oficial de la Hora de la Siesta. Se suspende toda actividad hasta las cuatro de la tarde, y es una medida que respetamos sí o sí, porque el calor se encarga de sofocar cualquier conato de rebelión ciudadana.
Tarde en la noche: Aquí en Reino Mosquito, bañada en Off y a punto de estrenar mi nuevo tul gigante estilo vieja película de expedicionarios en el África. Esperamos en cualquier momento recibir una maldición gitana de boca de una mujer a la que no queremos alquilarle la casa. Mi viejo no puede creer que su cuadrito vaya perdiendo 2 a 0. La gata acaba de burlar nuestros esfuerzos mancomunados y se escabulló por ahí. Traté de conseguir sardinas o atún para el gato vagabundo pero se ve que eso por acá es lujo. Creo que mejor me voy a encerrar antes de que reaparezca la gitana.


MIÉRCOLES 13

La tarde de ayer transcurrió plácida y calurosamente.
A eso de las tres estábamos en el porche viendo pasar las horas cuando paró un auto y una joven muy gorda se bajó de él. Preguntó si alquilábamos la otra casa, porque precisaba alojamiento por dos días, a lo que mi madre respondió que quedaba libre esa noche pero no nos interesaba un alquiler por tan poco tiempo. La mujer no era fácil de amilanar y comenzó a insistir hasta que le dijeron que sí, que por 700 pesos cada noche podía quedarse, lo cual ya era una rebaja del precio típico de febrero.
_ Y dígame una cosa, ¿usted se enoja si le pregunto algo?_preguntó antes de irse.
_ No. ¿Qué?
_ ¡Déjemela en 500 por noche, no sea malo! Por una vez, una excepción, qué le cuesta…
Resumo. Empleó el mismo mecanismo de regateo propio de un nene de tres años una y otra vez, hasta que surtió efecto y mi vieja se la dejó en 600. No quedó convencida pero se fue prometiendo pasar a la tardecita si no había encontrado algo más barato. 
Nos quedamos pensando que primero dijo que eran ella y el marido, luego habló de tres personas y después resulta que eran ellos y sus suegros. Además dijo ser amiga de la que nos está alquilando ahora y era mentira, como comprobamos apenas hablamos con la inquilina, a quien la otra trató de venderle un juego de sábanas y mientras tanto le preguntó vida y obra. Gitana era la mujer, aunque sin colorinches ni lectura de manos. Decidimos no alquilarle aunque no teníamos por qué preocuparnos, puesto que no volvió. Capaz que la asustó la tormenta, porque alquiler más barato no conseguía ni en sus sueños. Qué bueno que no reapareció.
De noche armé mi súper tul alrededor de la cama, a resultas de lo cual pasé la primera noche lagunera sin mosquitos desde que tengo memoria. El único riesgo era que la gata intentara subirse a la cama, pero con el calor anda bastante desamorada y durmió arriba de la mesa.
Al amanecer de hoy había un hermoso viento que se convirtió rápidamente en el calor estático y desmoralizador de todos los días. Como a las diez de la mañana aún no había encarado salir y estaba sola en la casa, ante la primera salida de mi vieja desde hacía un par de meses. Habían ido ella y el Cele a la otra casa a ver cómo estaba todo, y yo escuchaba a Dolina cuando golpearon las manos. Eran dos mujeres.
_ Hola.
_ Hola… _ Ni idea de quiénes eran.
_ ¿Vos sabés quién soy yo?_ preguntó la veterana, captando mi cara de desconcierto.
Esa voz… Esa voz tenía sabor a infancia, a la casa de mis abuelos en Lutecia, a madre de primo hiperactivo y peleador.
_ ¡Almerinda!
La tía Mirinda, como le decíamos, es una prima de mi viejo que vive en Melo y andaba de paso con su reciente ex nuera por la Laguna. Les calenté agua para el mate, charlamos un rato y se fueron a la otra casa a ver a mis padres. Al rato volvieron ellos y apareció otra visita: la enfermera de la Laguna, que venía a despedirse tras ser echada del trabajo por no sé qué lío con una vieja del pueblo llamada Aeropagita.
Al rato me fui a alimentar al gato viejo pero al llegar el bicho no estaba en su sitio habitual. Lo llamé varias veces, revisé el terreno, y nada. Ya me iba a volver con la comida y estaba poniéndole agua en el platito cuando apareció: había estado ahí nomás, a un metro, bajo unas piedras que forman como una cueva fresca, pero es que el pobre es sordo y no me había visto llegar.
La playa era un horno. Las calles, paseo del infierno. Bajo los árboles se podía sobrevivir, pero apenas. A las doce pegué la vuelta casi sin aire. Por el camino un caniche quiso morderme y tuve que gritarle que se ubicara en su tamaño. Otro bicho sí me mordió o picó o algo, porque sentí un lanzazo en la pantorrilla y un dolor peor que el de la picadura de una avispa, aunque nunca vi qué diablos había sido.
Y aquí estoy, en medio del Tiempo Sagrado, bajo los árboles del fondo, tirada en la hamaca paraguaya y oyendo las chicharras y los pájaros del barrio. Qué vida sacrificada esta. Me merezco un monumento, o al menos una foto para la posteridad.


JUEVES 14

Así como para el pueblo hebreo el día va de sol a sol, aquí en Lago Merín el tiempo se mide de siesta a siesta.
Ayer a eso de las cuatro de la tarde no me había animado aún a encarar las pocas cuadras de caminata hasta la playa y estaba hablando con Diana por teléfono cuando un grito de mi madre desde el galpón me hizo dejar todo y salir corriendo. ¿Se habría caído de nuevo? ¿Se le abrió la operación como consecuencia de haber caminado en exceso después de meses de obligatorio reposo? No, era algo mucho más sencillo: se le había enredado una víbora en la pierna. No era venenosa, eso seguro, por su color verde-amarillento con manchitas negras. Ella dijo más tarde que en verdad no se asustó, primero porque en la semi-penumbra del galpón pensó que era un sapo y segundo porque andaba con el pie un poco hinchado y con sensibilidad menguada en toda la zona.
Al galpón no he vuelto a entrar, por si acaso.

A eso de las cinco enfilé bajo el sol rabioso y despiadado hacia la lengua de arena, que tendría unas diez personas y tres perros en total y estaba preciosa. Más tarde empezaron a llegar los amantes del kitesurf y la gente que viene a contemplar el atardecer, porque la lengua es la única playa en la que se ve el sol ponerse en el agua. Esta vez el espectáculo fue un tanto original porque el cielo quedó cortado en dos entre nubes negras y cielo azul produciendo extraños efectos de luces y sombras que traté de captar en las ochenta fotos de celular que saqué hasta que se me agotaron las pilas de la cámara. Ochenta y uno, en verdad. Las acabo de contar.

Hoy desperté arrullada por el dulce sonido de una llovizna reparadora que nos acompañó un breve rato, suficiente para ayudar al pueblo a respirar mejor por unas horas. A eso de las nueve fui como todos los días a darle de comer al gato viejo. Ya estaba como a una cuadra a la vuelta cuando me crucé con un señor gordo sentado en el frente de una casa que me pegó el grito:
_ ¡Ese gato va a quedar pipón!
Esto es el Lago Merín. Una no conoce a nadie pero todos la conocen a una.

El resto de la mañana lo pasamos en la casa nueva haciendo una mudanza de todos sus muebles para un dormitorio, porque parece que se alquila por unos meses a una gente que viene con sus propias cosas. Me encanta la logística de las mudanzas, el cálculo de la mejor disposición de cada objeto para ahorrar espacio, el cambio de todos los ambientes momento a momento. La cosa salió tan bien que nos sobró pila de espacio, modestia aparte.

A la vuelta le compré la Ambrosía al Carioca y ya abrimos uno de los frascos para probar. Decididamente, un manjar de los dioses. Lo que no me gustó mucho fue la víbora verdosita que vi en una zanja, a mitad de camino entre su casa y la mía, pero como estaba inmóvil no supuso una amenaza real sino un simple motivo de futuras pesadillas.
Ahora estoy en el fondo, en mi hamaca del mediodía. Una hornera camina por el pasto a un par de metros, hay picaflores, ratoneras y gorriones en la vuelta. De la víbora del galpón ni noticias. De vez en cuando caen algunas gotas que no molestan; todo el universo parece detenerse una vez más y no seré yo quien venga a despertarlo.
En dos horas más cambio verdes por grises, pájaros por bocinas y puertas abiertas por rejas y muros. Pero ese también es mi mundo, como la plaza de Valizas, como la playa Sur, como la calle Florida en Buenos Aires y el barrio de La Víbora en La Habana.
Cuántos mundos propios tendré por ahí que todavía no conozco.
Qué gran cosa esto de estar vivo.

1 comentario:

  1. Me gusta. Me gusta mucho. Lectura de rescate. Rescate de momentos, personas, sonidos... Breve y bueno. Doblemente bueno.

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