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miércoles, 6 de junio de 2012

MARTES DE MIÉRCOLES




Primero fue el despertar quince minutos más tarde de lo debido, lo que implicó café en vez del té, cero maquillaje, peinado somero y la misma ropa de ayer de noche, para no andar pensando en qué ponerme, aunque de todos modos di tantas vueltas que terminé saliendo diez minutos más tarde de la hora apropiada. Era aún de noche cuando dejé mi casa, noche oscura y helada, porque el frío del invierno finalmente ha llegado a Montevideo.
En segundo lugar fue el bendito 316, que nos dejó de a pie a la tercera parada, según explicó el chofer a su celular porque “no me cierra la puerta de atrás, jefe, y no se puede seguir así”. Ahí bajamos todos los muchos pasajeros del ómnibus, que iba casi completo, y esperamos tiritando de frío y puteando bajito durante diez minutos hasta que llegó el siguiente, donde nuestras humanidades y las de los que también venían al tope nos amalgamamos en confusa y promiscua masa de carne y sobretodos, hasta cerrar las puertas y partir cual lata gigante de corned beef rumbo al trabajo.
Comenzaba a clarear el día cuando arribé sorprendentemente con solo un minuto de atraso al colegio. Llevaba el escrito de "Las de Barranco" para cuarto año en un pendrive que le di a la adscripta Marilina pidiéndole que por favor me lo imprimiera y fotocopiara para los cuarenta gurises de los dos grupos que tengo. En verdad ya lo había impreso en casa y si hubiera sido para el 30 lo habría llevado pronto, pero me molesta gastar en fotocopias para un colegio de ricos, por una cuestión de principios. El tema es que la computadora no pudo leer el archivo, porque según mi adscripto Servando “lo copié en un acceso directo”, sea lo que sea que eso signifique. Busqué entonces en mi carpeta las hojas impresas: me las había olvidado en casa, con el apuro de salir tarde. Resultado: tuve que escribirlo a mano y fotocopiarlo después. Eran doce preguntas de múltiple opción, porque era un escrito de control de lectura. Doce para cada grupo, en fin…
A la salida del Integral se me ocurrió preguntarle por mensaje de texto a mi adscripta Sandra (del 30, esta vez) si quería que adelantara la clase de 3º4, que tenía hora libre antes de la mía porque se jubiló una de sus docentes y aún no tienen suplente. Como la pronta respuesta fue afirmativa salí casi corriendo del colegio, tomé un 183, luego un 142, y llegué al 30 con unos minutos de atraso. Un día de locos. Lo bueno fue que ellos me lo agradecieron (“ay, profe, andás corriendo solo para que nosotros salgamos más temprano… te merecés un premio…”). Y sí, me lo merezco. ¿Un mes de licencia paga para ir a un congreso en Bahía, tal vez? Pero no sé si plantearlo...
Clase con 3º5. Recreo. Sandra me avisa que se cambió la fecha de unas reuniones de profesores, que ahora pasan para mi tarde supuestamente libre del miércoles que viene. Iupi. Segunda clase con el 5. Hora puente con almuerzo (de la cantina) incluido. Descubro que el Pío Nono que me recomendó una muy gorda y muy rubia funcionaria del liceo no es gran cosa (léase: pura harina). Clase con 3º6, ya en el turno vespertino. Mi adscripta Lucía entra para comunicar que en 3º6 tenemos un nuevo alumno, Lucas, a quien ya conozco de 2010 y es la tercera vez que hace el mismo curso. Iupi iupi. Clase con 3º7. Recreo. Segunda hora con el 7 (clase de la practicante, esta vez). ¡Basta! Me voy, rumbo a la puerta, y después a un boliche a la esquina, a tomar una ginebra con … ah, no, es verdad que esa no era yo (sobre todo porque el boliche de esta esquina no pinta en absoluto interesante, y de "gente despierta" ni hablemos...).
Nuevo viaje en bus, esta vez en un 60 hasta el centro, donde recorrí seis agencias de viaje preguntando por salidas y precios a Machu Picchu. Esto quiere decir seis instancias de alternar el frío polar del mundo exterior con el calor tropical del aire acondicionado, y seis instancias de saludar personas que me atienden con extrema amabilidad, todas en el mismo tono y ofreciendo exctamente los mismos servicios y precios, tanto que en cierto momento dudé si no serían robots muy perfeccionados puestos ante un escritorio para evitar pagarle el sueldo  a verdaderos seres humanos.
Vuelta al hogar dulce hogar, no sin antes pasar por los nervios de un nuevo e inminente trasbordo del 103 en el que viajaba, cuya máquina expendedora de boletos se trancaba cada cinco paradas. Por suerte resistió, al menos hasta mi barrio.
Cuando bajé en mi parada llovía y yo no había llevado paraguas. Para completar, digo.
Hace dos días que se me rompió el calentador del baño.
Y el invierno aún está por empezar.
Socorro.

1 comentario:

  1. Hay días en los que es mejor no salir de la cama.
    Y meses.
    Y años.
    Y lustros...

    Un abrazo,

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