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viernes, 15 de febrero de 2013

La visita






Antes de tocar timbre te das vuelta y mirás la camioneta. ¿Será un barrio seguro? Se supone que a las diez llega un sereno pero aún no son las nueve y además en la otra cuadra te acabás de cruzar con unas caritas que… Pero mejor alejar esos pensamientos, que esta no es una noche para andar preocupándose.   

Ella demora apenas un momento en abrir. Mientras se miran sin articular palabra pensás que está más linda que la otra vez. Algo ha cambiado, aunque no terminás de darte cuenta de qué se trata. Tal vez sea el pelo, el maquillaje distinto o la ropa ajustada, no sabés, pero sentís una energía particular que te hace silenciar el saludo convencional y entrar a la casa sin dejar de mirarla. Algo flota en sus ojos, mezcla de pregunta y bienvenida, reflejo de un deseo que se sabe compartido y sin vueltas.
            En verdad ni llegás a ver la casa; un par de pasos, apenas lo suficiente para que unas manos alcancen tu cuello y te envuelvan en un movimiento reconocedor al que respondés sin pensarlo dos veces. Siempre son bienvenidos los abrazos pero esto de estar semanas sin verse y de pronto pasar al placer sin que medie una sola palabra te resulta por demás seductor. Te dejás ir y te perdés en una progresión  de besos y caricias; sus manos tibias en tu espalda, recorriéndote el pecho, la cintura, los dedos que se entreveran con tu pelo, sus labios en tu cuello, a la vez que vos también te multiplicás por mil y estás y sentís y sos en todas partes una respiración que se acelera y una piel que despierta.
Olvidados quedan en el sillón del living tu abrigo, la mochila, el celular. Los planes de vino y cena pueden ser postergados. Nadie se acuerda ya del invierno cuando ella y vos juegan a no apurarse, a convertir cada segundo en exploración y descubrimiento.

Lástima que entre tu novia y tu mamá el teléfono que olvidaste silenciar no dejó de sonar ni cinco minutos.
Lástima que te olvidaste de comprar preservativos. 
Lástima lo del vidrio de tu camioneta.
Lástima comprobar una vez más que no te sale una ni por casualidad.

Llegás a tu casa, te tirás en la cama con los zapatos puestos y el pantalón desabrochado y manoteás el control remoto. Más vale que haya algún partido porque a la primera película romántica que aparezca agarrás la pantalla a patadas.

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