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lunes, 4 de febrero de 2013

Av. Océano Atlántico, 832 (capítulo 16)







Turismo cayó temprano ese año. El sábado 30 de marzo a las 8 de la mañana salimos para Valizas Mónica, Analía y yo. Llegamos a un pueblo vacío, con la playa llena de caracoles y el rancho precioso. Pasamos unos días de paz, con noches de luna llena y caminatas hasta la playa del barco, mientras uno a uno aparecían nuestros amigos y el tiempo iniciaba su habitual descomposición de Semana Santa.


Gabriel y Horacio intentaron una tarde una última carta para ver si podían conmover al Negro, de rostro eternamente inexpresivo, y fueron de excursión hasta el monte de ombúes, aunque nada lograron y pronto estuvieron de regreso. Decían que les había sido concedido un deseo, porque mientras venían solos en la parte trasera del jeep rogaron que aparecieran tres mujeres y de inmediato tres chicas hicieron señas al vehículo y subieron. Lástima que se les olvidó pedir que fueran lindas, agregaban.


El último día estuvimos un buen rato jugando a la conga encima del cadáver de mi ex pozo de agua, que emergió de la arena y comenzó a funcionar como mesita de patio. Dejamos el rancho por la noche con el mar crecido, esquivando olas que según Horacio solo querían darnos un beso de despedida, aunque una de ellas vino con un impulso tan pasional que nos empapó hasta las rodillas. A la una menos veinte de la madrugada salió por fin el ómnibus de las once, y volvimos a Montevideo.

El último domingo de las vacaciones de julio de 1996 lo pasé de tarde en las canteras del Parque Rodó viendo una exposición de cometas y encontrándome con medio mundo, después de lo cual fui al cine a ver una vieja película de Woody Allen.
Cuando volví a casa una mala noticia me esperaba. Había llamado el Correcaminos para avisar que en Valizas las cosas no estaban tan tranquilas como en Montevideo, que se había producido la peor sudestada de los últimos años, el mar estaba a punto de llevarse mi rancho y él iba a romper la puerta para entrar y rescatar lo que fuera posible. Quedé como dos horas bloqueada, hasta que emergí del shock y hablé con medio mundo. Todos me dieron consejos, aunque la única certeza era la impotencia y la convicción de que si el mar quiere, puede. Nosotros construimos en una zona que le correspondía y que ya había ocupado veinte o treinta años atrás, como contaban los viejos del pueblo. El movimiento de avance y retroceso es lento, puede haber ciclos de varias décadas, pero es inexorable, cosa que ignoraban los montevideanos que fueron armando rancho tras rancho la línea de la costa.
Solo restaba esperar, e ir lo antes posible a ver cómo estaban las cosas.



Al día siguiente alguien me devolvió un poco la respiración al avisarme que el 832 seguía en pie. El mar se había llevado ocho ranchos de la costa de Valizas, unos quince de Aguas Dulces y varios más por otros lados. Llegó a haber vientos de 150 km. por hora y olas de siete metros. Se llevó también toneladas de arena, dejó a la vista un barco hundido cerca de Aguas Dulces y removió el Don Guillermo en la playa larga camino al Cabo.
Si hubiese sido creyente le habría prendido una vela a algún santo.
¡Aguante el 832!






El martes amaneció caluroso y calmo. Sin una gota de viento, Valizas parecía dormir en un silencioso letargo. Cuando mis viejos y yo llegamos a la playa, sin embargo, aquello no tenía nada de sereno. Mucha gente recorría la zona, algunos evaluando los daños de sus casas, otros viendo si podían rescatar algo que el mar no se hubiera llevado, o simplemente curioseando. Enfrentamos un panorama desolador. Había montones de escombros por todos lados, casas con la mitad de su estructura en el aire, otras caídas y medio partidas, de costado sobre la arena, cachimbas con tres sectores de caño pelado elevándose solitarias sobre la arena, nuevas barrancas y pozos infinitos.


Mi rancho estaba intacto pero al borde de un abismo de dos o tres metros de arena, sentenciado a muerte. Algunos pescadores decían que la primera marea de la luna llena arrasaría con todos los que estaban al borde de la barranca. Otros postulaban que algo podría hacerse, pero que había que pensarlo muy bien.
Caminamos por la playa, seguidos por nuestro adorado Cachirulo, junté algunos caracoles y placas de gliptodonte y agoté un rollo de fotos. Aquella playa con paisaje surrealista sería el paraíso de cualquier fotógrafo profesional, y yo hice lo que pude con mi humilde cámara de bolsillo.


Hasta las diez de la noche nos quedamos de charla en lo del Correcaminos con él, Elimay, Gerardo y otro muchacho del pueblo, quienes además de comentar la situación nos entretuvieron con historias de barcos que buscan tesoros frente a Valizas misteriosamente por la noche, sin permitir a nadie acercarse. Después el dueño de casa nos consiguió un rancho frente al suyo donde dormimos un ratito, para salir de regreso ese mismo día a las tres de la mañana.


Ya en Montevideo tuve variadas ofertas de ayuda, a cual mejor intencionada y más descabellada. Que trasladara el rancho entero para más allá. Que lo desarmara y armara de nuevo contra el monte. Que le hiciera enfrente un muro de contención de rocas o de hormigón. Por falta de imaginación no iba a ser la cosa.
Uno de esos días el tema llegó a invadir mi función como docente del liceo 15. Estábamos dando la Biblia, y yo empecé a leer un pasaje del Sermón del Monte como lectura complementaria. No había pensado darlo, fue una decisión del momento y mucho no me acordaba del texto, hasta que me encontré leyendo en voz alta:
“Así, pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica será como el hombre prudente que edificó su casa sobre la roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó y fue grande su ruina.”
No pude terminar con la lectura, aunque por suerte en vez de llorar se me dio por reír. Si hubiera largado la primera lágrima no habría sabido cómo detenerme. 

3 comentarios:

  1. Se puede saber como mierda recordas a la perfeccion lo que hiciste en unas vacaciones de hace 17 añosssssssssssss¿¿¿???

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  2. AH, porque vos pensás que lo estoy escribiendo ahora?

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  3. Interesante razonamiento pero lo siento mi , capacidad mental no llega a tales extremos...

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