Bajaron del jeep a eso de las diez de la mañana,
después de media hora de zarandeos y bandazos entre las dunas. Se sentaron a la
mesa del único puestito que continuaba abierto a esa altura de la temporada y
pidieron café con leche y alfajores de maicena. La chica que los atendía demoró en caer; el resto del pueblo se fue dando por enterado antes aún de que
el azúcar se terminara de derretir en las tazas, y uno a uno empezaron a deambular para pasarles cerca pero no tanto, a
ver si les captaban alguna frase suelta o un brillo maligno y calculador en la
mirada.Pero nada.
Los dos hombres simplemente dejaron sus portafolios sobre la sillas y se dedicaron a consumir el desayuno en completo silencio, mientras miraban con desinterés la línea verde del mar sobre el horizonte. El hecho de andar de camisa y pantalones largos en el balneario los diferenciaba más que si hubiesen ido disfrazados de osos con anteojos.
Los dos hombres simplemente dejaron sus portafolios sobre la sillas y se dedicaron a consumir el desayuno en completo silencio, mientras miraban con desinterés la línea verde del mar sobre el horizonte. El hecho de andar de camisa y pantalones largos en el balneario los diferenciaba más que si hubiesen ido disfrazados de osos con anteojos.
A sus espaldas, detrás del puesto, hervían los
contactos, avisos y comentarios. La DGI había llegado. Es una vergüenza,
caerles a esta altura después de un verano pelado donde los argentinos no
habían hecho acto de presencia y los uruguayos estaban cada vez más gasoleros.
No se puede creer. ¿Y a quién van a inspeccionar? A los de los hoteles de las rocas, espero, porque si se meten con los puestitos de comida están
fritos y si se ponen a ver la de ranchos particulares que ofician de
posada tienen para rato. Capaz que hasta al tartero le caen, pobre tipo, que
anda siempre con el nene repartiendo las mismas pascualinas y empanadas de
carne y de pescado por la playa.
_ Uy, mirá, mirá: se levantaron.
_ Están agarrando como para lo del Cebolla.
_ No, empiezan antes, en lo del Michel. Mirá, ahí le golpean las manos.
_ No, empiezan antes, en lo del Michel. Mirá, ahí le golpean las manos.
_ Pobre Michel, alguien debe haber batido lo
del hostel.
El dueño de casa se asomó por una ventana, y
pegó el grito fingiendo una calma que estaba lejos de sentir.
_ ¿Sí?
Allí fue cuando el más joven de los dos hombres
abrió el portafolio, sacó unos papeles y se acercó para informarle:
_ Buenos días. El fin del mundo se acerca,
hermano. ¿Te gustaría salvarte a ti y a tu familia? Aquí te traemos la Palabra
de Dios.
El suspiro de alivio hizo tambalear
los pocos pastos del Polonio por un segundo, pasado el cual la atención del pueblo, lejos de ocuparse
de un hipotético y remoto futuro, se centró en la zona de
los jeeps, por donde (con un poco de suerte) podrían volver los turistas argentinos.
¡Me has hecho reír un buen rato, Mariela!
ResponderEliminarAlgo me dice que esta pieza -de lenguaje muy pegado a la tierra en la que está escrita- es más real que ficción.
Un abrazo,
Tal cual, Pedro, tal cual...
ResponderEliminar¡Uff! qué intriga y luego el suspiro de alivio aunque no sé, no sé...
ResponderEliminarBesitos