Corrió todo lo que pudo. Sintió que el aire la
abandonaba pero no paró hasta traspasar la puerta y cerrarla a sus
espaldas. Ahora el peligro quedaba del otro lado. Miró las paredes del muro y concluyó que resistirían; no había fisuras ni zonas de fragilidad; veinte siglos no llegarían a desgastarlas. Estaba a salvo.
Al principio escuchó atentamente hasta que confirmó que la puerta no iba a abrirse. Suspiró
aliviada. La ventana entre ambos lados era pequeña, y ni manos ni miradas
iban a atravesarla.
Levantó la cabeza y comenzó a ver las
construcciones a su alrededor. Recorrió jugueterías, parques de diversiones, cementerios y museos, hasta
que el aburrimiento y los bostezos le empañaron la visión y se sentó sobre la
hierba, donde de inmediato un impulso la llevó a levantarse. Pegó la oreja al muro; oyó
puertas y ventanas abriéndose y volviendo a cerrarse a velocidad de miedo. Nada sorprendente, en todo caso, siempre era así del otro lado. Un mundo de vértigo y cambios, una carrera
furiosa. Se apartó con desgano.
Tal vez le hubiera gustado animarse a seguir
ahí.
Volvió a sentarse en la hierba y se quedó mirando la pared.
Que el Universo decida, se dijo al fin. Yo no
puedo.
Y apagó la computadora.
Pah! a medio camino de la charla en el facebook, estaba leyendo esto...no deja de sorprenderme. Carlos
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