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martes, 4 de diciembre de 2012

ELLOS





Hace una pausa que de ninguna manera puede ser casual, se retira el pelo de la cara, clava en mí los hermosos ojos y comienza a derramar su voz de locutor en mis oídos. Él es un sabio, un luchador comprometido con todas las nobles causas que sobre el planeta han sido, son y serán, un apóstol de la vida sana y el amor al prójimo. Qué sería de todos nosotros sin su labor en favor de la humanidad, me pregunto. Una débil vocecita interior me reprocha por haber sido tan fácil de deslumbrar a los veinte años, pero se calla enseguida, mientras dejo que las palabras me resbalen por la piel y terminen cayendo sobre la cabeza de mi gata, dormida y feliz ante el arrullo de tan dulces sonidos.

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            Me llama a las horas más dispares. Pretexta una eterna amistad en la que ni él mismo cree. Me invita a un boliche, a su casa, a reuniones con viejos amigos, al Este, a una estufa a leña en invierno y a un olor a mar en verano. Jura y perjura estar limpio de todo, un rato antes de caer en brazos del proveedor de turno y emerger de él desorbitado y despierto. Por temporadas mi amistad parece ser importante y luego se instalan pozos de silencio. Llevamos una vida de conocernos, lo suficiente como para que sepamos que de aquí no vamos a pasar. Lo demás es juego y solo juego.
Comienzo a pensar que es el hermano que nunca he tenido.

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            Su casa es más desordenada que la mía en sus peores momentos. Su vida, otro tanto. Del bolsillo del abrigo le asoma el último autito de colección que ha comprado para su hijo; tiene la gracia inmediata de los seres inteligentes y una simpatía capaz de poner a prueba cualquier distancia. Es un peluche que funciona a líneas y a alcohol. Se hace pasado sin haber llegado a ser presente.

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            Soy su fruto prohibido.
            Sabe que conmigo no.
            Pero.
            Pero.

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            Me lo cruzo en un cine y agradezco en el alma no tenerlo cerca. Camino detrás de él, miro su cabello encanecido y siento su perfume. Yo sabía que los años no iban a hacer más que mejorarlo; qué otra cosa hubieran hecho. Le debo más horas que a nadie en el polvoriento trámite de la búsqueda del olvido y por nada del mundo volvería a poner un pie cerca de sus pasos. Tantas horas pendientes de un teléfono. Tantos días de charla cada vez. El desafío de las palabras, la fiesta de la piel.
Salgo del cine y respiro aliviada. Ya no está en mi vida, y el mundo sigue andando.

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            Y está el que vive en la pantalla.
            El que insiste demasiado.
            El que no se anima.
            El que habita un universo paralelo.
            El peor amante.
            El invisible.
   El que carga con todas las manías que en el mundo han sido.
   El que no sé puede ser tal vez pero para qué.
   Todos caminando al filo de una telaraña con los hilos rotos, mirando sin querer ver, girando en las direcciones equivocadas.
No somos más que lo mismo.
Hojas, espuma, arena, hormiguitas, palabras, letras. Polvo. Nada.
Cuando termino de escribir y trato de desperezarme el cuello se me llena de crujidos. Es tiempo de hacer.
Afuera ha salido el sol y la vida está esperando.

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