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lunes, 16 de febrero de 2015

Retazos presentes







Hace dos días que mi hogar, antes un remanso de paz y armonía, se ha convertido en territorio del crimen organizado. 
Cada tarde a eso de las cuatro tienen lugar violentas escenas de persecución que culminan con alguien tras las rejas: Tania, que tiene una herida en el mentón y debe ir al veterinario a curarse, por lo cual tengo que encerrarla en el pet carrier a como dé lugar. Más tarde, ya de vuelta en casa, se suceden bonitas instancias cuasi fratricidas cuando Roldana descubre que el alimento para convalecientes que le doy a su hermana es una delicia (parece), y trata de arrebatárselo apelando a la fuerza o el patetismo más infame.  Tania pide por esa comida TODO el tiempo, sin obtener más que la tercera parte de lata que le corresponde por jornada, porque no sé si darle más no le hará mal y porque (fundamentalmente) esa latita microscópica me costó un ojo de la cara y las pestañas del otro. 
No sé si demoraremos mucho tiempo en reencontrarnos con la convivencia pacífica y saludable del pasado. Las fuerzas me abandonan; ignoro cuánto resistiré este estado de sitio.






Buena Vista Social Club versión murga ya es una cosa un tanto deleznable. Con chistes a dúo la cosa se complica, especialmente cuando los dos cantores de bus le meten un tufillo filosófico a su acto dando mensajes sobre la felicidad. 
Pero esto no es lo peor. 
Lo peor es que el ómnibus va casi vacío y eso nos pone a todos en el brete de aplaudir o asistir a una escena patética. 
Por suerte no cantan mal, y hay pasajeros entusiastas que me eximen de toda responsabilidad moral. Pocos, pero aplaudidores.





Es cuestión de un momento: confluyen la atención, la repetición inconsciente, cierta saludable dosis de no darse cuenta y automatizar las conductas. Arranco a cantar una frase de un tema que esté en la vuelta y no paro por un par de días. Solo una frase. En el mismo tono. Una vez cada dos minutos. 
No parece tan grave, ¿no? Eso les dije a mis amigas en medio del viaje a tierras del Imperio cuando empecé con "¡Because I'm happy!" apenas terminado el año, porque los días anteriores la cosa era con "You don't have to try, try, try...". Me amenazaron con el más absluto destierro, me gritaron y miraron con odio infinito, logrando que al menos a partir de ahí me detuviera en "Because I'm...". Ups. 
Hoy arranqué oyendo al señor Williams en el COPSA de las seis de la mañana y lo volví a escuchar en el 405 de las once de la noche, razón por la cual aviso a quien me cruce de aquí al final de Carnaval que estos días probablemente voy a andar por la vida becauseimhappyando a diestra y siniestra, a no ser que en medio de la noche muera de indigestión por la empanada de queso común y roquefort que acabo de comer, cuyo gusto a plástico no presagia nada bueno. 
De todos modos ni la empanada ni el tener que madrugar en mis supuestas vacaciones ni el calor ni la lluvia que no vino ni nada de nada de nada me preocupa.
Ya saben por qué.



Mi teléfono pretende darme lecciones de comportamiento digital; cada vez que intento entrar a un enlace me dice que tenga cuidado, y me pregunta si ese es un sitio confiable.
Hasta ahí se la llevo.
Lo que no entiendo es por qué cada vez que le doy bola y quiero volver me cambia de personalidad y me lleva a Mariela de Literatura.
¿Me está guiando hacia la parte más sería de mi persona? ¿Qué tanto sabe de mi doble vida? ¿Eh?
Menos mal que la clave del cajero nunca se la he dado, ni se la voy a dar. Creo.



Despertarse por la mañana entre los gritos de una gata ante la puerta cerrada del dormitorio en el piso de arriba y los aullidos furiosos de la otra en el patio del fondo, sacar en medio de bostezos a la computadora de su estado de hibernación de la noche, despejarse de los jirones del sueño lleno de imágenes y colores de los últimos minutos, todo para encontrar un aviso de Avast Antivirus promocionando algo por el Día de San Valentín con corazoncito y todo, junto a la leyenda de "para proteger a tus seres queridos", no tiene precio.




"Marielita, por favor, haz click en el botón de abajo para confirmar que esta es tu dirección de correo", me dice el mail del señor Twoo, sin reparar en que nunca le he dado permiso para buscarme ni mucho menos para tutearme y darme órdenes. 
Habráse visto. Confianzudo.
Tuve que buscar qué diablos era Twoo, aunque no saqué en claro más que el hecho de que es una red social, y yo no tengo tiempo para perder navegando en redes socia... ups.


_HOLA... ¿DOCTOR FREUD?
Estaba en algún lugar indeterminado cuando de pronto se me abalanza Max y comienza a lametearme y hacerme fiestas. Alegría mutua y gran misterio: ¿cómo llegó solo desde Minnesota? Bueno, de alguna forma habrá hecho. Como iba hasta el almacén él me acompañó, pero mientras yo pedía algo saltó hacia atrás del mostrador y se quedó mirándome muy contento, como diciéndome que pasara. La chica que atendía el comercio no le dio corte, y Max volvió conmigo. En eso vemos que una pared del almacén, la que da a la calle, tiembla y está por derrumbarse. Me asomo por una grieta que se armó al costado y veo la causa: hay un enorme alce encerrado, y está empujando la puerta para salir. Otra empleada se pone a hacer presión en sentido contrario, para salvar el almacén; yo la ayudo unos segundos y después no, primero porque veo que ella se fue y me dejó a mí sola en esa tarea, segundo porque el alce se merece ser libre, y que ellos se manejen. Me fui a visitar a Nélida, que quedaba cerca, y a partir de ahí no vi más a Max. Nélida iba entrando a su casa, que quedaba en un primer piso, y abajo había algo como un espacio libre que era de la propiedad pero estaba abierto a la calle. Ahí había unos muebles y adornos, como decoración sutil, espaciados. Me encantó un armario con pequeños cajoncitos de madera medio patinados de blanco. Le dije a mi amiga que era una suerte que ese mueble les estorbara, y que yo podía hacerme cargo de él pero no picó. Fue a abrir la puerta de acceso a la escalera, y se detuvo un rato inspeccionando dos escalones de madera que tenían restos de tabaco y otras cosas, invisibles para mí. No sé cómo me iba yo a su fondo, que era tan gigante como una quinta. Había zonas de flores, pastos, pastizales, bosques, y yo sabía que eso quedaba cerca de la calle Besares, lo que es como decir que era el fondo de mi escuela primaria. Allí aparecía un muchacho que era amigo de la familia, nos poníamos a charlar y nos sentábamos en un sillón muy juntos, porque era un sillón de un cuerpo. Él tomaba vino y yo grappamiel. En un momento confundimos los vasos y pusimos cara de asco. Si bien no había nada romántico entre nosotros flotaba en el aire que podía llegar a haberlo. Por alguna razón nos levantamos del sillón y nos fuimos hacia el fondo mismo donde pululaban muchas personas. En eso veo a alguien que me sonríe a lo lejos. Era Aldo, mi ex practicante de hace como veinte años. Venía con un amigo, me abrazó y nos fuimos los tres charlando sobre un cuento suyo que se iba a llevar al cine porque había ganado un concurso. Me separé de ellos y terminé sentada en unas gradas, al lado de una chica que dirigía la filmación de una escena en el marco de ese concurso literario. Ella al principio era un poco pesada, me corrió el pelo porque le impedía ver quién llegaba, me miraba mal, pero después pedía mi opinión para todo, mientras en el escenario se sucedía una escena tras otra, el público aplaudía ante cada una y yo en particular no captaba ni media línea de los argumentos. Todo el ambiente tenía una onda hípster, enmarcado en un baldío de la Curva de Maroñas. Las mujeres que estaban a mi lado comenzaron a integrarme en su grupo, sonriendo ante cada cosa cómica que sucedía en la filmación, y vi que una de ellas era Laura, una ex compañera del IPA. Estaban por irse, yo no sabía si irme con ellas o quedarme. Y desperté. O al menos dejé de recordar, si es que hubo algo más en este sueño variopinto que -muy excepcionalmente- recuerdo con tantos detalles, y del cual me quedó como nota predominante al despertar la sensación de alegría del reencuentro con Max.
Extraño a Max.



"Si me querés, si soy tu flor, tirame agua para demostrar tu amor"
Es para zafar de cosas como esta que dejé de escuchar radio, aunque a veces igual irrumpen, entreveradas con algún programa que una se baja de internet confiada en que estará a salvo de semejantes muestras del arte contemporáneo, y en esos casos hay que ser muy veloz, tanto como para bajar volando la escalera y cerrar el enlace antes de quedar enganchado y salir a la calle tarareando "Si me querés, si soy tu flor, tirame agua para demostrar tu aaamoooor!".
Ups.




Hace como treinta páginas que me preparo para que encuentren el cuerpo de la muchachita asesinada en el parque, pese a que no estoy segura de si ha muerto o si estará herida pero viva. El narrador me da largas, me cuenta historias de la vida de los policías encargados del caso, juega con mis nervios como diciendo "vos te metiste en mi mundo, estas son mis reglas, chiquita...". De pronto un policía comunica que han hallado algo terrible, termina el capítulo y en el siguiente la esposa del asesino (que no sabe del crimen, pero lo sospecha) reflexiona sobre la poca duración de los artefactos eléctricos modernos en comparación con los de antes, y si no será que en estos días la vida de uno también "estaba programada, de hecho, para que se estropeara a la primera oportunidad que se presentara, a fin de que cualquier otra persona pudiera reciclar las pocas piezas buenas que sobrasen, mientras el resto de ella desaparecería.". Se anuncia algo espantoso en el noticiero y la mujer se acerca al televisor para subir el volumen, pero en ese momento el presentador avisa que el informe del hecho (junto con las noticias meteorológicas) vendrá después de unos minutos de publicidad.
Qué hijo de puta, este Dennis Lehane.
Venir a irrumpir así en medio de mi primer domingo de febrero, como para que me dé cuenta de entrada y sin sombra de duda de que todos mis planes de estudio, trabajo serio, preparación de clases y pintura de casa quedarán postergados hasta que agote los nueve libros de él que tengo en la computadora, siempre y cuando no haya más en la vuelta y alguna alma caritativa se digne a prestármelos...eh... no, nada.




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