Digamos que eran las tres de la
tarde y que las dos mujeres charlaban animadamente hacía media hora. La
veterana había llegado pasada por el calor, acarreando
en una bolsa negra la urna con los huesitos
de su madre a la espera de que su sobrina los pudiera llevar hasta su tierra
natal para juntarlos con los de quien fuera su amante esposo por más de tres
cuartos de siglo.
Con todo cuidado depositaron la urna en un estante del galpón y cerraron la puerta. Una estadía transitoria, eso era, y ni el viaje de la tía en 195 desde el Cementerio del Norte ni el que haría la sobrina en un ómnibus de Núñez con la urna dentro de un bolso les producía demasiada impresión. Son cosas de la vida y de la muerte, que a todos nos van a tocar más tarde o más temprano.
Con todo cuidado depositaron la urna en un estante del galpón y cerraron la puerta. Una estadía transitoria, eso era, y ni el viaje de la tía en 195 desde el Cementerio del Norte ni el que haría la sobrina en un ómnibus de Núñez con la urna dentro de un bolso les producía demasiada impresión. Son cosas de la vida y de la muerte, que a todos nos van a tocar más tarde o más temprano.
De cremaciones, de reducciones, de
cuerpos envueltos en bolsas negras y de cajones tapados de cucarachas estaban
conversando cuando la más joven, para cambiar de tema, le preguntó a su tía
cómo se estaba sintiendo en su nueva casa.
_ ¡Ah, bárbaro! Estoy muy cómoda,
es al frente, tengo pila de espacio, es preciosa. La dueña vive al fondo, así
que siempre hay gente, la casa está cuidada.
_ Me alegro.
_ Sí. El único problema es que
siento cosas. Hay cosas raras, ¿sabés?
_ ¿Eh? ¿Qué te pasa?
_ De noche escucho estrallos todo
el tiempo, y dos por tres me despierto por un par de golpes en mi mesa de luz,
del lado izquierdo de la cama. Así._ dijo, golpeando un mueble para ilustrar lo
que contaba. _Además ahí hay algo, una presencia. Yo la siento, te juro. Hay
alguien en esa casa, especialmente en el baño.
_ Pará, pará, pará..._ pide la
mujer, mientras se incorpora en el sillón en el que hasta hace un segundo
estaba cómodamente tirada.
_ Te juro que hay alguien. Los
otros días me estaba bañando y sentí un golpe en el pecho, como que alguien me
daba un empujón, y apenas tuve tiempo de decir “¡Jehová!” y
agarrarme de la canilla, o me caía para atrás. Otro día fue peor: llegué de la
calle y encontré un rastro de gotas de sangre desde el baño hasta la cama, unas
gotas enormes, que tuve que limpiar con detergente.
_ ¿Qué? ¡Eso es espantoso! Si soy
yo me muero de miedo. Oíme, capaz que te entró un bicho, un gato lastimado, una
rata.
_ Eso pensé yo, pero no. No tengo nada abierto, todas las aberturas tienen rejas y hasta mosquitero. Incluso me asusté
porque pensé que se me habría metido una víbora por los caños, pero revisé por
todos lados y no había ningún bicho.
_ Che, ¿y vos no te estarás
volviendo loca?
La pregunta era una broma; la
mujer sabía perfectamente que su tía a los sesenta años estaba en pleno uso de
sus facultades mentales y que pese a usar lentes desde chica era incapaz de
confundir un rastro de sangre con una mancha de, digamos, comida, salsa, u otra
cosa. Pero había que racionalizar urgentemente, o iba a terminar entrando de
nuevo en esa zona borrosa de los miedos que ella tan bien conocía desde su más
tierna infancia, atravesada por historias de fantasmas y de almas en pena
enterradas en sótanos improbables.
Tal vez los ruidos que la tía escuchaba
en la noche eran los normales en una construcción vieja, con muebles también
añosos. Quizá los supuestos golpes en la mesa de luz provenían de la dueña de
casa, una octogenaria que pese a su aparente lucidez podía presentar momentos
de escasa cordura, vaya uno a saber. Pero la tía estaba embalada y no había
racionalización posible.
_ Otro día entré a casa y una
cigüeña de madera enorme, así de alta, que tengo contra una pared, estaba
tirada y degollada.
_ ¡No me digas que la vieja de
mierda te rompió un adorno!
_ No sé si fue ella.
_ ¿Pero tiene llave de tu casa?
_ Vos sabés que no sé si tiene; yo
tendría que haber cambiado la llave. La de la inmobiliaria, que es pariente de
la dueña, me dijo que cambiara la cerradura, pero no lo hice…
_ ¡Ah, pero estás regalada! Tenés
que cambiar ya esa cerradura. Y otra cosa que podés hacer _dijo entusiasmada la
sobrina, gran lectora de novelitas policiales de cuarta_ es dejar un hilo
metido en la puerta, algo que delate si te la abrieron cuando estuviste fuera.
¡Ya sé! Y tirás disimuladamente harina en la entrada, a ver si quedan huellas. Es
una pavada; mirá.
Y uniendo la acción a la palabra
se levantó, buscó el frasco de la harina y esparció un poco por el piso. Quedó
una fina capa blanca que poco se destacaba en el monolito de base clara, y por
allí hicieron caminar a la gata de la casa, no sin cierta decepción, porque
pisada de gato en harina es difícil de percibir, aunque cuando ella misma dio
un par de pasos por la zona marcada las huellas quedaron bien visibles. Tal vez
demasiado visibles; habría que tener cuidado de no volcar mucha harina, porque
la octogenaria tiene una vista de lince y se puede avivar.
_ ¿Y quién puede ser ese fantasma
del baño? ¿Murió alguien en esa casa?
_ Por lo que sé sí, debe ser la
madre de la vieja, que murió ahí antes de que yo me mudara, con 105 años.
_ Mmmh… No, no. Alguien más joven,
y que muriera violentamente, por lo de la sangre. La viejita no me sirve.
¿Algún marido? ¿La dueña estuvo alguna vez casada?
_ Sí, tres veces. Y los otros
días la peluquera, que no la banca, me dijo “Ah, esa vieja que ya mató tres
maridos…”
_ Ta. Listo. Es un marido que la
vieja asesinó ahí, en la bañera.
_ ¿Te parece?
_ ¡Y, sí! Lo de los ruidos y las
cosas rotas, vaya y pase, incluso lo de la sangre, porque puede ser que la dueña esté
entrando en tu casa de puro loca y haciendo cualquier cosa, pero… ¿Qué hacemos
con tu sensación de que hay una presencia, y con el empujón de la ducha?
_ No sé. Menos mal que yo soy
creyente y rezo todos los días. Incluso le pedí a Sandra que me ayudara, como
es pastora y eso. Me enseñó unas oraciones y me dio unas piedras bendecidas;
desde que las puse en la casa las cosas están mejorando, pero igual hay ruidos
y eso.
_ Así que capaz que la vieja mató
a tres maridos. _ murmuraba la sobrina, como hablando consigo misma._ ¿Qué
apellido tiene, sabés? Así la busco en internet, por la calle, a ver si aparece
algo._ Y se dirigió a la mesa de la cocina, donde estuvo revolviendo páginas en
la pantalla por un rato, antes de volver al sillón con el fracaso pintado en los
ojos.
_ Por la dirección no aparece
nada relacionado con un crimen…
_ Le dicen Beba, pero el apellido
no lo sé. Era enfermera.
_ ¿Era enfermera? ¡M’hija, entonces
sabía bien cómo matarlos, está clarito!
_ Sí. Además una cosa rara es que
hace años que cerró el sótano que había bajo la casa del frente, donde estoy
yo.
_ ¿Un sótano? ¿Te tocó otra casa
con sótano? ¡Pero no se puede creer! ¿Otra?
_ Sí. No sé qué hacer; no me
quiero ir, pero en junio se me vence el contrato y en una de esas mejor si me
busco otro lado para vivir.
_ Mirá, en principio, cambiá la
cerradura y tirá harina a ver si alguien te está entrando en tu ausencia. Y con
el fantasma… No sé. ¿Y si llamás a alguien que se dedique a esto?
_ Yo qué sé.
_ La verdad es que yo tampoco sé.
_ ¿Qué hora es? Uy, ya me tengo
que ir; mi nieta está por salir de la clase de patín y tengo que ir a buscarla._
aclaró mientras se ponía de pie.
La sobrina la acompañó hasta la puerta.
_ Bueno, suerte, che. Después
contame, y averiguame el apellido de la vieja, a ver si encontramos algo en las
policiales, aunque sea una historia de hace muchos años. Ah, y sacale algo más
a esa peluquera, a ver qué sabe.
_ Sí, voy a ver.
Y se fue, al tiempo que la sobrina llamaba en el acto a su propia madre para contarle, aparte de las historias de fantasmas a que tan aficionada
es la familia entera, que los huesitos de la abuela estaban prontos para ir a
juntarse con los del viejo, apenas se concretara el viaje en unos días.
_ Pero no te vayas a quedar con miedo._
pidió la madre_ Mirá que la de la urna es mamá y mamá no va a asustarte.
_ No, ya sé. La vieja más bien me
protege, cero miedo, no te preocupes.
_ Sabés que cuando llevé los
restos de papá para allá los tuve en casa un par de días y me parecía verlo siempre
sentado a la mesa de la cocina. Ni comer pude, en esos días.
Mi madre pintada de cuerpo
entero, pensó la mujer. No sé cómo se las arregla para decir justo lo más
inoportuno, especialmente en estos temas. Pero disimuló al teléfono y continuó
hablando con la voz más tranquila que pudo.
_ Esto es diferente. Todo bien.
Te aviso cuando saque el pasaje para ahí. _ Dijo, antes de cortar y quedarse
pensando que la suya es una familia un tanto particular y decidiendo que igual
esa noche no se iba a quedar sola en la casa, por las dudas.
Digamos que por las dudas.
Digamos que.
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