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viernes, 13 de febrero de 2015

DIGAMOS QUE.





Digamos que eran las tres de la tarde y que las dos mujeres charlaban animadamente hacía media hora. La veterana había llegado pasada por el calor, acarreando en una bolsa negra  la urna con los huesitos de su madre a la espera de que su sobrina los pudiera llevar hasta su tierra natal para juntarlos con los de quien fuera su amante esposo por más de tres cuartos de siglo. 
Con todo cuidado depositaron la urna en un estante del galpón y cerraron la puerta. Una estadía transitoria, eso era, y ni el viaje de la tía en 195 desde el Cementerio del Norte ni el que haría la sobrina en un ómnibus de Núñez con la urna dentro de un bolso les producía demasiada impresión. Son cosas de la vida y de la muerte, que a todos nos van a tocar más tarde o más temprano.
De cremaciones, de reducciones, de cuerpos envueltos en bolsas negras y de cajones tapados de cucarachas estaban conversando cuando la más joven, para cambiar de tema, le preguntó a su tía cómo se estaba sintiendo en su nueva casa.
_ ¡Ah, bárbaro! Estoy muy cómoda, es al frente, tengo pila de espacio, es preciosa. La dueña vive al fondo, así que siempre hay gente, la casa está cuidada.
_ Me alegro.
_ Sí. El único problema es que siento cosas. Hay cosas raras, ¿sabés?
_ ¿Eh? ¿Qué te pasa?
_ De noche escucho estrallos todo el tiempo, y dos por tres me despierto por un par de golpes en mi mesa de luz, del lado izquierdo de la cama. Así._ dijo, golpeando un mueble para ilustrar lo que contaba. _Además ahí hay algo, una presencia. Yo la siento, te juro. Hay alguien en esa casa, especialmente en el baño.
_ Pará, pará, pará..._ pide la mujer, mientras se incorpora en el sillón en el que hasta hace un segundo estaba cómodamente tirada.
_ Te juro que hay alguien. Los otros días me estaba bañando y sentí un golpe en el pecho, como que alguien me daba un empujón, y apenas tuve tiempo de decir “¡Jehová!” y agarrarme de la canilla, o me caía para atrás. Otro día fue peor: llegué de la calle y encontré un rastro de gotas de sangre desde el baño hasta la cama, unas gotas enormes, que tuve que limpiar con detergente.
_ ¿Qué? ¡Eso es espantoso! Si soy yo me muero de miedo. Oíme, capaz que te entró un bicho, un gato lastimado, una rata.
_ Eso pensé yo, pero no. No tengo nada abierto, todas las aberturas tienen rejas y hasta mosquitero. Incluso me asusté porque pensé que se me habría metido una víbora por los caños, pero revisé por todos lados y no había ningún bicho.
_ Che, ¿y vos no te estarás volviendo loca?
La pregunta era una broma; la mujer sabía perfectamente que su tía a los sesenta años estaba en pleno uso de sus facultades mentales y que pese a usar lentes desde chica era incapaz de confundir un rastro de sangre con una mancha de, digamos, comida, salsa, u otra cosa. Pero había que racionalizar urgentemente, o iba a terminar entrando de nuevo en esa zona borrosa de los miedos que ella tan bien conocía desde su más tierna infancia, atravesada por historias de fantasmas y de almas en pena enterradas en sótanos improbables.
Tal vez los ruidos que la tía escuchaba en la noche eran los normales en una construcción vieja, con muebles también añosos. Quizá los supuestos golpes en la mesa de luz provenían de la dueña de casa, una octogenaria que pese a su aparente lucidez podía presentar momentos de escasa cordura, vaya uno a saber. Pero la tía estaba embalada y no había racionalización posible.
_ Otro día entré a casa y una cigüeña de madera enorme, así de alta, que tengo contra una pared, estaba tirada y degollada.
_ ¡No me digas que la vieja de mierda te rompió un adorno!
_ No sé si fue ella.
_ ¿Pero tiene llave de tu casa?
_ Vos sabés que no sé si tiene; yo tendría que haber cambiado la llave. La de la inmobiliaria, que es pariente de la dueña, me dijo que cambiara la cerradura, pero no lo hice…
_ ¡Ah, pero estás regalada! Tenés que cambiar ya esa cerradura. Y otra cosa que podés hacer _dijo entusiasmada la sobrina, gran lectora de novelitas policiales de cuarta_ es dejar un hilo metido en la puerta, algo que delate si te la abrieron cuando estuviste fuera. ¡Ya sé! Y tirás disimuladamente harina en la entrada, a ver si quedan huellas. Es una pavada; mirá.
Y uniendo la acción a la palabra se levantó, buscó el frasco de la harina y esparció un poco por el piso. Quedó una fina capa blanca que poco se destacaba en el monolito de base clara, y por allí hicieron caminar a la gata de la casa, no sin cierta decepción, porque pisada de gato en harina es difícil de percibir, aunque cuando ella misma dio un par de pasos por la zona marcada las huellas quedaron bien visibles. Tal vez demasiado visibles; habría que tener cuidado de no volcar mucha harina, porque la octogenaria tiene una vista de lince y se puede avivar.
_ ¿Y quién puede ser ese fantasma del baño? ¿Murió alguien en esa casa?
_ Por lo que sé sí, debe ser la madre de la vieja, que murió ahí antes de que yo me mudara, con 105 años.
_ Mmmh… No, no. Alguien más joven, y que muriera violentamente, por lo de la sangre. La viejita no me sirve. ¿Algún marido? ¿La dueña estuvo alguna vez casada?
_ Sí, tres veces. Y los otros días la peluquera, que no la banca, me dijo “Ah, esa vieja que ya mató tres maridos…”
_ Ta. Listo. Es un marido que la vieja asesinó ahí, en la bañera.
_ ¿Te parece?
_ ¡Y, sí! Lo de los ruidos y las cosas rotas, vaya y pase, incluso lo de la sangre, porque puede ser que la dueña esté entrando en tu casa de puro loca y haciendo cualquier cosa, pero… ¿Qué hacemos con tu sensación de que hay una presencia, y con el empujón de la ducha?
_ No sé. Menos mal que yo soy creyente y rezo todos los días. Incluso le pedí a Sandra que me ayudara, como es pastora y eso. Me enseñó unas oraciones y me dio unas piedras bendecidas; desde que las puse en la casa las cosas están mejorando, pero igual hay ruidos y eso.
_ Así que capaz que la vieja mató a tres maridos. _ murmuraba la sobrina, como hablando consigo misma._ ¿Qué apellido tiene, sabés? Así la busco en internet, por la calle, a ver si aparece algo._ Y se dirigió a la mesa de la cocina, donde estuvo revolviendo páginas en la pantalla por un rato, antes de volver al sillón con el fracaso pintado en los ojos.
_ Por la dirección no aparece nada relacionado con un crimen…
_ Le dicen Beba, pero el apellido no lo sé. Era enfermera.
_ ¿Era enfermera? ¡M’hija, entonces sabía bien cómo matarlos, está clarito!
_ Sí. Además una cosa rara es que hace años que cerró el sótano que había bajo la casa del frente, donde estoy yo.
_ ¿Un sótano? ¿Te tocó otra casa con sótano? ¡Pero no se puede creer! ¿Otra?
_ Sí. No sé qué hacer; no me quiero ir, pero en junio se me vence el contrato y en una de esas mejor si me busco otro lado para vivir.
_ Mirá, en principio, cambiá la cerradura y tirá harina a ver si alguien te está entrando en tu ausencia. Y con el fantasma… No sé. ¿Y si llamás a alguien que se dedique a esto?
_ Yo qué sé.
_ La verdad es que yo tampoco sé.
_ ¿Qué hora es? Uy, ya me tengo que ir; mi nieta está por salir de la clase de patín y tengo que ir a buscarla._ aclaró mientras se ponía de pie.
La sobrina la acompañó hasta la puerta.
_ Bueno, suerte, che. Después contame, y averiguame el apellido de la vieja, a ver si encontramos algo en las policiales, aunque sea una historia de hace muchos años. Ah, y sacale algo más a esa peluquera, a ver qué sabe.
_ Sí, voy a ver.
Y se fue, al tiempo que la sobrina llamaba en el acto a su propia madre para contarle, aparte de las historias de fantasmas a que tan aficionada es la familia entera, que los huesitos de la abuela estaban prontos para ir a juntarse con los del viejo, apenas se concretara el viaje en unos días.
_ Pero no te vayas a quedar con miedo._ pidió la madre_ Mirá que la de la urna es mamá y mamá no va a asustarte.
_ No, ya sé. La vieja más bien me protege, cero miedo, no te preocupes.
_ Sabés que cuando llevé los restos de papá para allá los tuve en casa un par de días y me parecía verlo siempre sentado a la mesa de la cocina. Ni comer pude, en esos días.
Mi madre pintada de cuerpo entero, pensó la mujer. No sé cómo se las arregla para decir justo lo más inoportuno, especialmente en estos temas. Pero disimuló al teléfono y continuó hablando con la voz más tranquila que pudo.
_ Esto es diferente. Todo bien. Te aviso cuando saque el pasaje para ahí. _ Dijo, antes de cortar y quedarse pensando que la suya es una familia un tanto particular y decidiendo que igual esa noche no se iba a quedar sola en la casa, por las dudas.
Digamos que por las dudas.
Digamos que.

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