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sábado, 17 de diciembre de 2011

EL BENDITO 405 NUESTRO DE CADA DÍA

         La cosa ya arrancó mal en mi parada, cuando demoramos unos minutos tratando de entrar seis personas en el espacio de una, que era lo que nos quedaba. La señora guarda ya se estaba poniendo histérica y estaba empezando la consabida máxima de “no van a subir todos, señores…” cuando los de abajo nos apretujamos hasta la promiscuidad, se cerró la puerta y partimos desde la Curva de Maroñas rumbo al lejano Pocitos.
         Pero el 405 es un ómnibus muy dinámico, es lo que tiene. En cuestión de cuatro paradas ya había llegado yo al fondo, e incluso conseguido un asiento, cercano a la puerta trasera. Ello no significa que la densidad poblacional del vehículo hubiese disminuido un ápice; antes bien, parecía ir in crescendo, en paralelo con la mala onda de la guarda, que destrataba a todos y pretendía terminar cualquier discusión con “siempre se viajó así en este país… yo no me quiero amargar el día… ¡es lo que me faltaba!”. Su silencio duraba dos o tres paradas, hasta que alguien le contestaba algo por algún mal tono, y ahí recomenzaba la historia.
         En cierto momento me di cuenta de que las dos mujeres que tenía más cerca, una sentada junto a mí y la otra parada enfrente (su sobrina, según descubriría al rato), estaban hablando de una chica que le mentía a la madre, que era flor de naba, parece.
         _...Y le dijo que ayer llegó a las cinco de la tarde porque no había ómnibus, ¿vos podés creer?
         _ ¿Y la madre le creyó semejante pavada? ¡Si se veían los ómnibus!
         _ ¡Por eso! ¡Es una tarada! Le haría falta darse una vueltita por el barrio y seguro que encuentra a la nena rápido…
         _ ¡Ja, eso… seguro! Che, y el baño, ¿ya lo arreglaste?
         _ Estoy en eso… Ya compré las baldosas. 18 metros cuadrados, tuve que comprar.
         _ ¿Qué? ¿Estaba todo roto?
         _ Y… no… pero ya que lo hago, voy a hacer todo…
         _ Decile a aquel que trate de sacar algunas baldosas enteras. Capaz que para alguna mesada las podés usar.
         _ Sí… Aquel va a tratar…
         Ahí me desentendí, en parte porque la tía se estaba por bajar y en parte porque las dos mujeres que estaban paradas a mi costado, además de meterme sus mochilas por la cara todo el tiempo, también me hacían, sin querer, escucha atenta de su charla, de muy diferente tenor que la anterior…
         _Y se compró un vaquero y dos camperitas, de esas que salen dos palos cada una, la Carolina.
         _ ¡Ta loca!
         _ Sí. Y un conjunto deportivo, dos buzos, un par de championes, una remerita... Ah,  y unos ojos verdes de contacto. ¡Todo, se gastó, todo!
         _ ¿Y él, qué dijo?
         _ Al principio no sabía que ella le sacó todita la plata. Ella había dicho que si él se iba al baile ella se iba a vengar. Después él la buscó pero no la encontró.
         _ ¿No?
         _ No, porque la Carolina estaba escondida en lo de la madre.
         _ ¿Y no es enfrente?
         _ Sí, pero la Carolina no se dejó ver. Él anduvo ahí, fue lo primero que hizo, pero la hermana de ella le hizo flor de teatro, que “qué le hiciste a mi hermana que no aparece, desgraciado”, y le lloró y todo. Y la madre de ella, que le dijo “mi hija es menor y si no aparece yo te voy a denunciar al INAU, vas a ver. Más vale que aparezca y esté bien, porque la quedás.” Y la Carolina oyendo todo pared por medio…
         _ ¿Y él no hizo nada?
         _ Él estaba furioso. La madre de él le dijo a la novia del hermano de ella que si la agarraba la iba a matar.
         _ ¿La iba a picar?
         _Sí. Pero no la encontró, porque la Carolina no se movía de ahí (solo cuando él se iba en el auto, que ella veía que no estaba), y al final, a los días, cuando él se enteró, dijo que estaba bien, que la plata va y viene y él podía hacer ese dinero de vuelta, pero lo importante era que ella estaba bien.
         Tuve que abandonar la historia de la Carolina y sus “ojos verdes de contacto”, porque las mujeres se movieron, y me perdí el final. A todo esto el ómnibus iba aún repleto y la guarda seguía dale que dale con las peleas, quejándose de que entre tanta gente no podía saber quién le había pagado el boleto y quién no. Las señoras a mi alrededor (solo había mujeres en el fondo, en un momento conté 18 mujeres y cero hombres) le hacían burla, bajito, y se reían todo el tiempo.
         Para entonces la que iba a reformar el baño, a mi lado, se dio vuelta y comenzó a charlar con una que estaba a mi espalda. Hablaban de alguien que estaba internado, de los posibles días de visita y de si los padres lo dejarían ver.
         _ Lo que pasa que está en estado delicado.
         _ Y, sí, porque una bala la sacaron pero la otra no...
         _ Parece que le rozó el bazo y no sé cuántos órganos más. El médico le contó a la madre no sé cuántos órganos que pasó apenitas, apenitas…
         _ Y cómo quedará, ¿no?…
         _ Y… bien de la cabeza ya no estaba, y ahora, con esto, el cuerpo tampoco va a quedar bien…
         _ Y todo por la Yamila.
         Parece que la Yamila no lo quería al Braian, y él entonces se pegó dos balazos. En el medio andaban la Yenifer y la Flavia, pero no capté quiénes eran. El Braian era un muchacho joven, y ya tenía un hijo.
         Y ahí me paré para bajarme. Mi cabeza oscilaba entre las imágenes de la Carolina yendo como loca a gastarse un montón de guita por despecho, el Braian pegándose dos tiros por la Yamila, la otra loca suelta diciéndole a la madre que no había omnibuses el 25 porque era feriado y el pobre marido de mi compañera de asiento tratando de sacar las baldosas del baño sin romperlas.
         Ya estaba parada junto a la puerta cuando una frenada memorable nos hizo tambalear a todas las que no estábamos sentadas. Yo incluso le rocé la cara a una veterana, a la que no cacheteé por un milímetro, porque casi me caigo.
         _Decime, animal, ¿vos viste lo que hiciste?_ comenzó a gritar el chofer a uno de un auto gris que se había tirado a cruzar a lo loco_ ¿Qué te pensás que llevamos acá, ganado? Son personas, y casi las lastimás por tirarte como un idiota delante del ómnibus… ¡imbécil!
         El del auto no dijo ni mu. El chofer se calentó y nos abrió la puerta como media cuadra antes, ante lo cual todas nos bajamos, porque el horno no estaba para bollos y no era cosa de quejarse…
         Bendito 405.
Pensar que tengo que seguir tomándote al menos ocho veces por semana.
Y me fui a dar clases, preguntándome, en el trayecto, cómo me quedarían unos lindos “ojos verdes” de contacto.

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