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jueves, 4 de enero de 2018

Subliminal

Voy a su encuentro una vez más, como siempre. Como si no pudiera hacer otra cosa. Cuando el alma ordena no queda otra que obedecer. Voy con preguntas, con ganas, con certezas, sabiendo que el ayer y el hoy van a tejer caminos inesperados pero a la vez sabidos desde siempre. Tengo prontos los ojos y la piel, la risa, las palabras. Queda poco, y el camino mismo ya es parte del disfrute. 
Voy a su encuentro una vez más, como siempre, y no veo la hora de llegar, pero a la vez voy tranquila, porque sé que Valizas me espera. Como siempre.




Resoluciones para 2018:

1. Medir las consecuencias de mis actos (no debo mirar a los ojos a los perros vagabundos de la playa, no debo mirar a los ojos a los perros vagabundos de la playa, no debo...).

2. Darle a cada cosa el tiempo que merece (el tiempo para desparramar bien el protector solar, por ejemplo, que ayer me quemé mal en algunos sectores y hoy parezco una campera camuflada).

3. Evitar riesgos inútiles (si voy a buscar fósiles a la duna, me tengo que poner las ojotas).

4. Ahorrar (batería).

5. Averiguar qué alimentos mejoran la memoria (la meta inmediata es llegar a identificar al menos al 70% de las personas que saludo en el pueblo).

6. Huir de los placeres engañosos (los helados de Punto G parecen naturales e inofensivos pero NO SON MIS AMIGOS, debo recordarlo).

7. Meterme al agua de vez en cuando, o disimular como que lo hago, por lo menos (disfrutar exclusivamente de la arena parece ser algo insólito en este mundo, recuerda que debes adaptarte a las costumbres de la especie).

8. Ser agradecida (si no existiera el agujero de ozono, por ejemplo, no habría tiempo para leer).

9. Elevar el nivel de selectividad (quizás, en una de esas, tal vez algunos caracoles tienen derecho a quedarse en la playa).


10. Recordar que (aunque resulte difícil de creer) hay otros mundos más allá de Valizas, y en todos ellos y en todos los años se puede ser feliz. Para transformar todo lo demás existen los gatos, la grapamiel y los amigos. ¡Salud!




Yo antes tenía un sitio de poder; el lugar perfecto para ver, escuchar, pensar y sentir era una pequeña duna en el frente de mi rancho. En cierto momento el viento y el mar se pusieron a jugar con mi duna, me la desarmaron en millones de granitos de arena y los esparcieron por todo Valizas. Ahora soy el mar, soy la arena, soy el sol, soy el viento. Vuelo entre las rocas y persigo delfines alrededor de las islas. El agua fría me abraza los pies y la enormidad del cielo se me mete ojos adentro y más allá. No tengo límites, soy el universo entero y puedo acostarme a descansar en el filo transparente de un grano de arena de la playa. Ya no existe mi sitio de poder en el rancho: ahora tengo el espacio infinito y el

presente sin bordes. Creo que hice un buen cambio.




Termina el año y yo llorando como una naba por la playa de Valizas. El viento me da en la cara y tira mis lágrimas sobre la arena, gotitas de agua dulce que anhelan conocer el mar. Igual sé el camino de memoria, es solo que me gustaría poder captar mejor lo que piso o lo que dejo pasar, pero no. Veo todo a medias. Camino y lloro, camino y lloro con el ojo izquierdo, mientras observo las olas y los posibles hallazgos con el derecho, que es el ojo en el que no me puse protector solar.





Fin de año bizarro en Valizas. Llueve a baldes. Ya cenamos, ya corrimos media cuadra hasta la casa, ya vimos unos fuegos artificiales increíbles que se nos venían encima (una porquería, pero...). Ahora nos tiramos los tres en el entrepiso, porque hasta la una (o hasta que pare el agua) de la casa sin goteras nooo... no nos moverán!En el hostel de al lado está arrancando el baile de blanco, al que estamos invitados. Pinta muy electro, uno de mis amigos me pregunta si traje ácido , mientras el otro recibe y escucha a volumen alto audios interminables y tristísimos de alguien que está internado y dice “cuando estoy mal me cuesta comunicarme”, pero no parece, porque habla, habla, habla de su enfermedad, da detalles, no termina más. Al final se despide diciendo “feliz año”, y dos de los tres habitantes del entrepiso no aguantamos más y largamos la carcajada. 
No, nunca dije que fuéramos buena gente. 

Al lado se empezó a calentar el ambiente. La música suena como si estuviera dentro de mi cerebro. Me gusta. No sé si me gusta para romper la noche o para dormirme con ella, pero me gusta. Uno de mis amigos lleva el ritmo con la patita y tiembla todo el entrepiso. Creo que ya va siendo tiempo de activarnos. 




Típico: se te viene encima zumbando cual acorazado valicero, se enreda en tu blusa, en tu pelo, hasta que le das un manotazo que hace reír a los chicos lindos de un auto que pasaba, te lo sacás de encima y lo tirás a la calle. Êl se queda pataleando cual Gregorio Samsa en el despertar de la mañana después de una noche de sueño intranquilo. Caminás unos metros. Te entra la duda. Das vuelta. Sigue ahí, patas arriba. Buscás un palito para enderezarlo: se hace el muerto. Al fin se da cuenta de que querés ayudarlo, que no le guardás rencor por el susto y el ridículo de recién. Acomoda sus alas y se aleja volando despacito bajo el sol del mediodía.




Yo no sé de cierto si cada familia tiene sus propias supersticiones de Año Nuevo; lo que si sé es que en la mía se dice que hay que tener cuidado con lo que uno haga el primer día del año, porque eso va a marcar la tónica para los siguientes 364. El recuerdo me viene en la primera hora del martes, mientras descanso en una de las cuchetas de la habitación 14 del hostel, y no puedo menos que pensar que de salir veraz la superstición me voy a pasar 2018 oscilando entre bailes de blanco y agites oscuros como la noche de la calle principal. Viviré caminando por la playa, seguiré cuerdas de tambores y tomaré muchos cafés con leche comprados en panadería. Voy a averiguar todo el año precios de ranchos por si saco el 5 de oro, a almorzar en Doña Bella y a consumir Ricarditos caseros del Tío Pato. También pasaré comprando sacos de lana multicolores y cremas naturales (la de coca y clavo de olor que me vendieron para la tendinitis tiene un olor tan rico que no sé si pasármela en el pie o usarla como realzador de comidas). Lo peor es que, de ser cierto lo que se dice en mi familia, todas y cada una de las noches de 2018 voy a intentar trepar infructuosamente a la cucheta de arriba una vez, dos, tres veces, hasta terminar en un ataque de risa silenciosa. Voy a tener que ensayar lo de la cucheta. ¡Ánimo! ¡Yo puedo!


Este va a ser un largo año.




Todo mal con estas vacaciones, todo mal. Demasiado sol, para empezar. Ni un solo día de lluvia o de frío para poder quedarse metido en el hostel. Los fósiles que encontré son enormes y pesados, una cantidad; yo no sé cómo me los voy a llevar a Montevideo. ¿Y dónde están las peleas de borrachos por la noche, o los cuerpos que amanecen al lado de la calle tapados de polvo? Todo tranquilo, amable, limpio... Esto no es Valizas. La batería del celular se me pasa agotando, de tanto bicho no humano que veo y filmo por la playa. Todo mal. El desayuno delicioso del hostel me va a engordar, y los jugos frutales que hacen enfrente me obligan a pasar cruzando la calle. Además hay demasiada cosa para hacer, una tiene que estar todo el tiempo sintiendo que deja algo de lado. Especialmente por la noche. ¿Dónde quedó mi Valizas de un solo baile y sin recitales? ¿Por qué ahora todos vienen a tocar a la calle principal? Ya ni autos pasan por la Aladino Veiga, porque al caer el sol se transforma en peatonal. Mi pueblo ya no es el mismo. Todo mal.




Eran las cuatro y cuarto en el hostel: tiempo de ir activando la tarde de playa. En verdad ya estaba casi pronta, solo me faltaba pasar por el baño. Me puse de espaldas a la puerta y comencé a deslizarme por la cucheta con mucho cuidado de no despertar a la mujer que duerme en la cama de abajo, una cincuentona muy amorosa que hace masajes en el patio del hostel. Lento... lento... ahora la patita derecha en la parrilla de la cama... un centímetro más y... 
Me caí de la cucheta. 
No recuerdo cómo fue, debo tener amnesia post traumática. Solo sé que un segundo después aterricé sentada, no en la cama de la masajista (que de todos modos ya se había levantado y no estaba en la habitación), sino en la de al lado, haciendo saltar a una mujer que dormía feliz y sin esperar que de golpe le cayera una rubia encima. La mujer quedó medio preocupada y me preguntó como ocho veces si no me había lastimado. Yo demoré en contestarle pero cuando terminé de reírme le aseguré que no, que no me había hecho nada, al menos en el cuerpo. De la autoestima mejor no hablemos, por ahora. 
Salí de la habitación 14 meditando sobre lo sucedido. Había subestimado al enemigo, trágico error que no debe repetirse. Las precauciones para no volver a ser emboscada deben ser las máximas hasta pasado mañana, en que me voy del hostel y vuelvo a mi casa con camas de un solo piso. 

Por suerte no hubo daños mayores, excepto que en la caída se me aflojó el tornillo de la caravana, a la que terminé teniendo que rescatar de las profundidades del agua del water. La lavé bien y le puse alcohol en gel antes de volver a ponérmela; las dos chicas que estaban conmigo en el baño me dijeron que con eso bastaría, yo les creí, y aquí estoy, en la ventosa tarde de playa de Valizas. Derrotada en la batalla con la cucheta pero vencedora en el enfrentamiento al agua del water. Yo creo que por hoy puedo decir que me quedo en tablas. Mañana será otro día.




Cae la tarde en Valizas. Mi amigo Danilo y yo tomamos un café frente al hostel, y a mí se me van los ojos hacia un parroquiano bello y pensativo. 
_ Me encantaría conocerlo. -digo. 

_ ¿Y por qué no vas hacia él y hacés como que te caés?- propone mi amigo- Total, ya estuviste practicando hoy de tarde...




Me despierto en el hostel a las. cinco de la mañana. Todo el mundo duerme a mi alrededor, algunos roncan, y el boliche de la esquina sigue a todo trapo bajo el sol que se asoma. No me animo a bajarme de la cucheta tan temprano por si me caigo encima de alguien, así que saco el teléfono de debajo de mi almohada y entro a mirar el inicio de fb. 
Alguien cuelga la noticia de una chica de 16 años asesinada. Otra. Pienso que tal vez pueda ser algo viejo o de otro país, como si con haberla sufrido una vez antes o con suponerla alejada de mi casa se pudiera mitigar el horror. Me meto a El País a buscar información, pero no encuentro. Quizás en Mujeres de negro digan algo, se me ocurre. Voy a buscar la página, a la tercera letra que escribo me salta esto, y entonces entiendo todo. 
Una cosa. Somos un objeto, punto. 
No para todos, lo sé, no para todos. Y la atracción sexual y el instinto y lo que quieran, pero instinto tenemos todos, y sin embargo cuando en el buscador pongo “hom”, además de “hombres desnudos”, me aparecen home design, homini studio y un tal homero techera. En esta sociedad los hombres serán o no cuerpos tentadores, pero también son personas. 
Las personas se respetan. Los objetos no. 

¿Hasta cuándo?





Esto es así: primero te vas de caminata a las Malvinas con la excusa de los fósiles y los caracoles. No sabés cómo, pero terminás instalada en lo alto del lugar donde suponés que alguna vez estuvo tu rancho. Pasan personas, gaviotas, un jinete. Entre la arena hay casas escondidas, una cancha de volley, un gazebo de madera y varios bancos para mirar, escuchar, oler y dejarse seducir por el mar. De repente, un perro. Viene, ve, vence. Se va. Te mirás la pulserita con el logo del hostel y te entra un gustito agridulce en los ojos y en el alma. La playa está llena de personas, el sol va bajando y el aire refresca, como siempre. Ya va siendo hora de pegar la vuelta.




Ayer (no sé a qué hora) me dormí escuchando como si estuviera en el dormitorio a una banda cuyo cantante con voz rasposa gritaba una canción de inolvidable estribillo:
_ Cada verano pienso que voy a verte...
¡Pero llega el invierno y no te veo nunca más!
Hoy, 7.30 de la mañana, algunos en la plazoleta siguen cantando con guitarras, no en onda suave sino con nivel de volumen propio de recital de estadio. Sin amplificación en este caso, pero con gritos y aplausos de los fans. Yo no sé si el cantante es el mismo que por la noche o si no será que todos tienen voz de lija por estos lados. 

No, no me estoy quejando: yo duermo igual en medio de un toque (y ya lo he hecho). Solo aviso: si van a venir a Valizas y tienen problemas de sueño miren muy bien dónde se quedan, o cómprense unos tapones para los oídos. 

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