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sábado, 13 de enero de 2018

EL DIABLO TIENE GUSTO A SAL (Versión 1, incompleta)

EL DIABLO TIENE GUSTO A SAL






1
Martes, 7.06.
El coche 3 de Rutas del Sol con destino al Chuy acaba de romper con uno de los axiomas que muy suelta de cuerpo suelo repetir sin la más mínima base sólida: las salidas desde 3 Cruces siempre son extremadamente puntuales. 
Por lo menos viajo sola, y acabo de garronear una ventanilla que sé que no me corresponde. Mi principal esperanza de aquí a la salida de Montevideo es que el supuesto ocupante del asiento 24 haya desistido del viaje, o que se conforme con el pasillo cuando me vea con cara de ya instalada y de aquí noooo... no me moverán. 😎

Y hablando de moverse. ¡Salimos!




2
Martes, 9.02. 
Viajar tiene algo de hipnótico. Uno va viendo la sucesión de árboles, de nubes, de carteles que pasan a velocidad que imposibilita la lectura, y es como que la mente empieza a vibrar en una frecuencia diferente. 
Capaz que entre eso y cierta somnolencia matinal que no llega a convertirse en un dormir hecho y derecho es que se me ocurrió una idea espectacular: ¿por qué no hacer una novela sobre el cadáver enterrado de la casa de mi abuela? 
El tema ha estado desde siempre en mi cabeza; un poco sería una historia que ya tengo a medio escribir, eso en sí mismo no es novedoso. Lo que se me ocurrió ahora tiene que ver con una charla de ayer con mi amiga Carla, que es escribana. Ella me estaba contando los trámites que tengo que hacer para comprarme el rancho en Valizas (a propósito, no sé si les dije, pero voy a comprarme un rancho en Valizas), y en una mencionó que hay que sacar un papel en el que constan todos los dueños que ha tenido el bien inmueble. Es decir que a través de los papeles de compra o venta de una casa uno puede tener los nombres asociados con toda la historia de la vivienda... ¿Entienden? ¡Puedo llegar al dueño original, el que le vendió la casa a mi abuela y supuestamente enterró antes a su mujer en el sótano de Osvaldo Cruz! Claro, esto implica rastrear los papeles, pero entre mi vieja y mis cuatro tías alguna los debe tener, y ¿qué mejor enganche para mi novela que meterle nombres y datos reales?
El Coche 3 de Rutas del Sol sigue a velocidad constante por la ruta 9. Voy a ver si pienso un poco más en este tema y después trato de dormir, que la playa me espera y ayer me acosté muy tarde. 
¡Me encanta la idea de hacer una novela!

Ya contaré detalles. No sean ansiosos.




3
Martes, 9.47. 
Pensé que dormir un poco estaría bueno, pero esta idea de la novela me tiene absolutamente despierta. Acabo de hablar con mi vieja por el asunto de la casa de mi abuela: ella no tiene los papeles, pero me dio el teléfono de la escribana con la que hicieron la venta de la casa. 
Hace unos meses estuve en un seminario de novela policial en el CCE con... con un escritor uruguayo de cuyo nombre no puedo acordarme. Mi memoria anda cada vez peor; me compré una tintura de Ginko en Valizas, pero a veces me olvido de tomarla.  😱 En todo caso, él decía que le gustaría escribir una novela sobre algunos de los casos no aclarados en Uruguay (el de Lola, por ejemplo), y que el libro fuera un insumo más en la investigación del crimen. ¿Quién te dice que no termine aclarándose de una vez por todas el misterio de la casa de mi abuela? Quizás la chica que el dueño mató (según pensamos) pueda entonces por fin descansar en paz, y dejar de aparecerse a las personas de la casa de Osvaldo Cruz. Quizá. No sé.
Por ahora necesito lápiz y papel para ir armando la idea, porque en el teléfono no me va a dar la batería, y además está bueno ver la cosa desplegada en su totalidad. Van a ser 100 capítulos, eso ya lo definí. Me gustaría que fuera un viaje como el de Dante, pero al revés: del Paraíso al Infierno... No sé si me va a dar la capacidad o el interés, pero al menos lo voy a ir pensando. 

Ya tengo pronto el papel de los bizcochos, pero me falta la lapicera. Por ahora.




4
Martes, 10.18. 
“END POLLO NOW”, acabo de leer en un cartel del Rutas, y pensé que se refería a los pollos con hormonas de las avícolas, pero cuando le saqué la foto vi que en realidad hablaba de la polio. 😱

Nota mental: oculista ya, apenas vuelva a Montevideo. 👓

Nota mental 2: el cartel me hizo acordar a un personaje de fines del siglo XIX: el General Pollo, el que construyó la famosa Casa del Águila en la calle Celiar, en mi barrio. Parece que el tal Pollo (pese a su nombre, que parece sacado de un cuentito infantil) era un sanguinario, y debajo de la mansión tenía varios calabozos donde encadenar y torturar a sus enemigos políticos. La casa tiene mil historias de fantasmas; yo intenté entrar una vez pero las puertas y las ventanas están tapiadas, así que solo la vi de afuera. 


Nota mental 3: estoy pesada con las historias de fantasmas y de crímenes en este viaje, voy a ver si me dejo de escribir y me dedico solo a disfrutar (aunque es posible que escribir y disfrutar resulten ser una misma cosa, al fin y al cabo).




5
Martes, 11.09. 
¡Red alert! ¡Acabo de recibir una amenaza por mensaje privado!
¿Será que a alguien le molesta mi intención de revolver la vieja historia de fantasmas de la casa de mis abuelos?
¿Será que soy TAN BUENA investigando que voy a dar con el asesino a más de medio siglo de cometido el crimen?
¿O será que es una broma de mi amigo Mandan, que es quien maneja la cuenta de Roberto Elsu Pervisor junto conmigo y con otros diez o veinte profes y ex alumnos del viejo y querido liceo 30?
Ya casi me había olvidado de este viejito. Roberto Elsu Pervisor fue un invento que hicimos a principios de siglo: su misión era velar por la pureza del idioma y corregir con amabilidad los horrores ortográficos que a veces aparecían en los comentarios del facebook oficial del liceo. Es un superhéroe del castellano, y por eso su símbolo es una “Ñ”. 
No deja de ser gracioso esto de recibir una “amenaza” del facebook de don Roberto, que siempre fue un tipo dulce y bondadoso, aunque un poquitito chapado a la antigua. 
Sigo mi viaje hacia Punta del Diablo. 
Ya me comí dos ojitos. 
No sé por dónde vamos, pero todavía no se ven las palmeras. 
#ViajeEterno

🙂




6
Martes, 11.18. 
¿Esto es la terminal de Punta del Diablo?

Evidentemente las cosas han cambiado un poquito desde la última vez que vine... hace como ocho años. 🙂




7
Martes, 12.19. 
Si aparece ahora alguien y me dice que estoy en un pueblo nuevo llamado Villa Mar o algo por el estilo, le creo. Esto no es Punta del Diablo, es el triple de grande de lo que yo recordaba, la terminal en las afueras, los bares, los millones de hostels... Aún no puedo conectarlo con mi memoria de 2010, pero ya iré hilando y ordenando imágenes, supongo. 
Mi amiga Matilde (la que me invitó) está pasando unos días con su familia; hoy es el cumpleaños de su marido, así que he caído justo justo para el festejo. Por ahora los demás están en la playa (él, la hija y una amiga de la muchacha), así que solo las he visto a ella y a Kira, uno de mis amores perrunos de hace muchos años. 
En este momento Matilde acaba de bajar a la playa un ratito hasta las doce y media. Kira y yo disfrutamos del aire fresco de la terraza, mientras pienso que esto es vida. Un clishé, pero no hay otra manera de decirlo, salvo que le agregue signos de exclamación: ¡Esto es vida!
Solo me preocupa un poco que mi amigo Mandan (a quien le mandé un mensaje para preguntarle) asegura que él no tuvo nada que ver con la “amenaza” de hace un rato, pero supongo que debe estar bromeando.
Entrecierro los ojos: se escucha el ruido del mar, mezclado con los sonidos del viento, los autos y las músicas lejanas.


¡Esto es vida!




8
Martes, 14.05. 
A las dos de la tarde Punta del Diablo cae en una especie de letargo siesteril: todo se aquieta, pasan menos autos y la gente camina a paso lento e insolado. 
En el almacén Lo de Sandra, sin embargo, las dos de la tarde es la hora apropiada para las multitudes. Las dos cajas de adentro y las dos del puesto de fruta y verdura no dan abasto para atender gente, reponer productos y asegurarse de que nadie entre sin haber dejado previamente las mochilas y bolsos en el locker de la entrada. 
Precisamente en eso estaba, hace un ratito, cuando me sentí observada y tuve que darme vuelta. Parece que los humanos tenemos vestigios del instinto que en otras épocas nos permitía sobrevivir a los predadores acechantes: si se nos mira fijamente, lo notamos. Y eso acaba de pasarme. Junto a la ventana del costado, al lado de una de las cajas del puesto, un par de ojos celestes me estaban evaluando con expresión interesada, o eso pensé en una primera instancia. Caramba, caramba. Punta del Diablo acaba de ganar 200 puntos, punto más, punto menos. 
Iba ya saliendo con los mandados cuando volví a verlo. Él estaba en la esquina, parado al rayo del sol y tapado por el polvo de la calle barrida por el viento. Por un momento me pareció que me estaba vigilando: apenas asomé por la puerta del almacén comenzó a caminar hacia la playa y continuó, sin darse vuelta, hasta que me aburrí de mirarlo y volví a la casa con mi amiga y su familia. 
Emilio, el cumpleañero, acaba de asomarse a la terraza y proponer el menú para el almuerzo:
_ Bueno, el plato del día consiste en una falsa paella, que podría llamarse risotto de mar o tal vez simplemente guiso recalentado. 

Recalentado pero con camarones... Esto huele muy muy bien. Habrá que hacerle los honores. Con su permiso.




9
Martes, 16.25. 
A ver, queridos: basta de bromas, puede ser? Que primero un amigo me manda un emoji de fantasma, después otra me toma el pelo por wsp y ahora recibo un llamado que si no fuera porque sé que no es en serio me hubiera asustado, y mucho.

Fue después de la sobremesa, mientras estábamos todos en la terraza charlando de los viejos pobladores de Valizas, del camioncito de Gastambide y de cómo era el pueblo en los ochentas, cuando los valiceros eran pocos y se conocían entre todos nada más con verse las caras una vez por año. Mi amiga Matilde contaba de cuando se quedó en el camping del Beco y se levantaba cada mañana a las 7 para limpiar un baño que supuestamente ya había sido higienizado, todos nos reíamos de imaginarla tan joven y tan prolija en ese universo de hippies puro paz, amor y poco jabón. 
En eso me vibró el teléfono que había dejado cargándose en el alargue del patio. Atendí. 
_ Mira, Mariela, todo bien con tu jueguito de las redes, pero si no lo cortas hoy mismo te vas a tener que meter el celular en...

Corté. No lo pensé ni medio segundo, nunca lo hago. Las pocas veces que alguien me ha hablado mal por teléfono sé que automáticamente la cosa termina igual. Primero corto y luego pienso. Podría haberle preguntado quién era, a qué se refería, qué le importaba lo que yo escriba par entretenerme en estos cuatro días de mi vuelta a Punta del Diablo, pero no. Solo corté, y aquí estoy, pensando que si es una broma de alguno de mis amigos está bien, pero no la repitan, ¿quieren? No la repitan. 

Mi amiga Matilde está hace rato tratando de hacer una crema doble para la torta de cumpleaños de Emilio; una vez que termine nos vamos a ir a caminar un rato por la playa. La tarde está soleada pero ventosa, yo ni siquiera me he puesto las ojotas, todavía. 

Sigo dándole vueltas a esa llamada en mi cabeza. La voz era de un hombre. Quizá no un muchacho, pero tampoco un viejo. Un hombre. ¿Pero a qué hombre le puede importar tres pitos lo que yo pueda llegar a contar de un crimen cometido hace como sesenta años? Era un hombre y hablaba de tú. ¿Sería alguien de Rocha? ¿A quién conozco yo en Rocha?


Miro hacia el horizonte: el mar siempre está verde en Punta del Diablo. Es tiempo de hacerle una visita.




10
Martes, 19.41. 
La caminata por la Viuda fue un tour de force. Primero, contra el viento: nunca hubiera imaginado que existiría una playa más ventosa que Valizas, pero hoy confirmé que sí, la hay. Segundo, contra mis recuerdos. ¿Dónde están los ranchos de madera, el estacionamiento, la cañada, los caminos que solía hacer y no puedo ubicar ni siquiera vagamente en este pueblo nuevo al que he venido a parar hoy?

En cierto momento me pareció ver al hombre de los ojos celestes en la playa; fue apenas un instante. Cuando traté de fijar los ojos y enfocar su imagen, él ya se había ido. Lo volví a ver al regreso hacia el rancho, de todos modos, pero también fue algo fugaz: me di vuelta sin motivo alguno en una esquina y ahí estaba, a pocos metros de Matilde y yo, que veníamos charlando de ranchos y de paisajes. Enseguida dobló hacia el monte, y dejamos de verlo. El hombre de los ojos celestes tiene más o menos mi edad, es flaco, canoso, hermoso e inquietante. Me gusta. Pero a la vez... No sé. 

Por suerte no he recibido más llamados ni mensajes raros. Debió ser solo mi imaginación. 


Cae la tarde en medio de un viento furioso en Punta del Diablo. Recién me vine hasta la Rivero, como de visita, solo a decirle que estoy de vuelta y que mañana pasaré a saludarla. Ha refrescado como treinta grados; estoy helada. Vuelvo al rancho caminando tranquila por calles que desconozco, rumbo al cumpleaños de Emilio y a su fabulosa torta de cumpleaños hecha con todo amor por la rubia Matilde. Hace un rato él pidió que la adornáramos con una escena de Game of Thrones, pero ya se le aclaró que no va a poder ser. Debe estar deliciosa; igual que el cafecito que me pienso hacer cuando llegue a la cabaña.




11
Martes, 21.25. 
Está a punto de empezar el festejo por el cumpleaños de Emilio. Unos amigos vienen entrando al pueblo, en viaje desde La Paloma, otros en cualquier momento van a cruzar desde la cabaña de enfrente. Momento de calma dentro de la casa, mientras afuera sopla rabiosamente el viento. 

Me dejo aflojar sobre una de las camas del entrepiso mientras pienso en la novela y cuál será la mejor forma de encararla. ¿Lo haré de manera ordenada, exponiendo todas las teorías, documentos y entrevistas como si se tratara de una investigación policial, o quizá resultará mejor hacer la historia novelada, agregándole diálogos y descripciones de personajes salidos estrictamente de mi imaginación? 


Intenso estrés en las cabañas Oasis, como ven. La torta parece estar deliciosa; lástima que no pueda invitarlos. Ustedes comprenderán. 🎂




12
Martes, 21.53. 

El inicio del cumpleaños se ha visto ligeramente diferido mientras los vecinos de enfrente tratan de solucionar un pequeño inconveniente doméstico: el hombre se quedó encerrado en el baño. El cumpleañero y su amigo recién llegado de La Paloma van al rescate; durante un buen rato los vemos conferenciar con el prisionero a través de la ventanita pequeña del baño, hasta que escuchamos gritos y aplausos y comprendemos que el auto-rehén acaba de ser liberado.




13
Martes,22.36. 
La danza de la luz y la sombra ha comenzado en Punta del Diablo. Arrancó justo en el momento en que le estaba contando la historia de la casa de mi abuela a Washington y a Gerardo (amigos de Emilio). Ambos conocen el barrio, lo cual es sumamente raro y facilita el devenir de la historia. Después vino el cuento de la Casa del Aguila y el General Pollo; estaba mostrándoles fotos de lo que queda de ella cuando se cortó la luz por primera vez. Oscuridad total. Algunos gritos. Alguien afirma haber visto un fogonazo para el lado de la Rivero. Vuelve la luz. Se va otra vez. Y así cuatro o cinco idas y vueltas, hasta que la oscuridad se instala por completo. 

Fermina (la hija menor de Matilde) está hace rato preparando una ensalada para ella y su amiga; al momento en que se corta la luz no dice una palabra ni se inmuta, y continúa pelando un pepino con un cuchillo enorme y filoso.


Los demás nos instalamos en la terraza, algunos con cervezas, otros con agua, a conversar con los amigos y disfrutar de la noche estrellada.




14
Martes, 23.03.
Para las noches de viento extremo, no se complique: manteles con pulpos, el ultimo grito de la moda en Devil’s Point.


Matilde: inteligencia. 🙂




15
Martes, 23.32.
Hace media hora que la luz parece haber vuelto con cierto nivel de estabilidad. En la terraza maravillosa los humanos charlamos y comemos chivitos con y sin carne, mientras el único canino de la familia solicita cascaritas de queso a todos los comensales con quienes establece contacto visual.

Lejos han quedado las historias de fantasmas y de asesinatos impunes, así como lejos parecen haber quedado las amenazas en serio o en broma y las miradas controladoras de parte de algunos pobladores de ojos claros y pasos oscuros.

Se respira la paz y la felicidad en el cumpleaños de Emilio. El mundo sonríe y descansa tranquilo.


Por ahora.




16
Miércoles, 00.20. 
Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz... Que los cumplas, Emilio, que los cumplas feliz!

Un poco pasada la hora, un poco imposible prender las velas y un poco deliciosísima la torta.


Mañana será otro día.




17
Miércoles, 02.20. 
El entrepiso me pertenece por completo, al menos en tanto Fermina y Nicole continúen viviendo la noche de Punta del Diablo (es decir, por unas horas más). Junto a la escalera vigila la fiel Kira. El cumpleaños acaba de terminar, un par de horas pasadas de la fecha a celebrar.Cuando voy a buscar en el teléfono una foto del entrepiso para ilustrar lo anterior algo raro llama mi atención:una imagen negra, la última, de hace cinco minutos. ¿Cuándo saqué yo una foto totalmente negra? ¿Qué estaría pensando? ¿Enfoqué al cielo estrellado? ¿O fue un error y la cámara se disparó por su cuenta?


Es hora de dormir, me repito, es hora de dormirse de una vez, Mariela, o mañana te vas a perder la mejor hora de la playa. 




18
Miércoles, 8.56. 
Despierto relativamente temprano, y lo primero que me viene a la cabeza es algo que ocurrió ayer de noche, en el cumpleaños de Emilio, mientras estábamos terminando la torta deliciosa en la Terraza del Viento Huracanado. Las chiquilinas ya se habían ido (ni probaron la torta porque el merengue tenía huevo y las dos son veganas), Emilio estaba en una escena de mutua adoración con Kira mientras le sacaba del pelaje los abrojos de la jornada, y Matilde en la cocina buscaba tazas para el cafecito post calorías de la noche.
_ ¡No puedo creer que en este rancho somos nueve personas y haya tres además de mí que conozcan mi barrio!- había comentado yo. 
_ Sí.- respondió de inmediato Washington. Pura casualidad.
Entonces lo vi, o creí verlo: Gerardo y Vilma intercambiaron una mirada fugaz. Una mirada que tenía algo de alerta, no sé, fue algo raro. La charla continuó por los carriles habituales, y la sensación de extrañeza se me fue esfumando. Quizás eran solo cosas mías. Volví a concentrarme en lo que se hablaba. 
_ Yo cuando era adolescente pasaba muy seguido cerca de tu casa- estaba diciéndome Washington- porque era amigo de un muchacho que vivía en Osvaldo Cruz, al lado de la Bozzolo.
_ ¿La Bozzolo? ¿Qué es eso?- intervino Matilde, que seguía en la cocina pero tenía buen oído.
_ Era una vieja fábrica de baldosas- aclaró Gerardo.- Ya no funciona como tal, el edificio está abandonado y en peligro de derrumbe. La gente del barrio trata de evitar esa vereda porque...
_ ¿Vos conociste la casa de mis abuelos?- interrumpí, mirando a Washington. Gerardo lanzó un resoplido mínimo, casi inaudible. Evidentemente no le gusta que lo interrumpan, lo cual es lógico, pero había algo más en la molestia, algo que no pudo disimular. Algo como una impotencia. No sé bien. Se quedó mirando el horizonte, y por unos minutos no participó de la conversación. Vilma, mientras tanto, abandonó el celular en el que escribe casi de continuo, y se sumó a nuestro grupo. 
_ Ubico perfectamente la casa- estaba diciendo Washington- pero nunca estuve adentro. Todos en el barrio sabíamos de la Mujer de Blanco que aparecía por las noches, y por más que entre nosotros nos burlábamos de las historias de los viejos, si una cosa te puedo asegurar es que ni locos nos metíamos en esa casa asombrada.
_ Ah... ¿O sea que el barrio conocía los cuentos de mi familia?- pregunté, sorprendida.
_ Claro. - respondió- Esas cosas siempre se saben. Además había uno de mis amigos, el Guiño, el que estaba casado con tu tía Esther, que nos venía cada mañana con las novedades de la noche anterior. Que la Mujer de Blanco había cruzado por el dormitorio de las gurisas, que Cathy se había caído corriendo hacia el cuarto de los viejos, que otra vez salían llamas de fuego por la ventana de la cocina y cuando llegaban no había nada... Cada día pasaba algo nuevo en esa casa. 
_ Historias de botijas- acotó Vilma.- Cuando uno es adolescente siempre le fascinan los cuentos de aparecidos.
_ Puede ser que fueran solo cuentos-respondió Washington- Pero que en esa casa hay algo, es seguro. Ya cuando vivía ahí el finado Cosme...
_ ¿Quién?- lo corté.
_ Cosme, el viejo Cosme, el que le vendió la casa a tus abuelos. Era un viejito divino, me acuerdo que siempre nos regalaba uvas del parral del fondo. Murió hace como ocho años.
_ ¡Conociste al dueño anterior!
_ ¿Y cómo no lo voy a conocer, si yo era amigo del sobrino? Alberto Suárez, ¿te acordás de Alberto, Gerardo? Vos también lo conociste. 
_¿Alberto? No... Estoy un poco olvidado.
_ ¡Uy, qué tarde que se nos hizo!- dijo Vilma mirando el reloj en el celular. Estoy muerta de sueño. ¿Si nos vamos?
Y se fueron. Se fueron de repente, en medio de la sobremesa, como apurados. Aquello me sonó a un escape, pero ¿de qué diablos se iban a escapar dos personas maduras que simplemente participaban en una conversación sobre historias mínimas del siglo pasado?

No volvimos a tocar el tema en el resto de la noche. Igual no era algo urgente; me guardé el nombre del tal Alberto en la memoria (para eso no necesitaba el Ginko Biloba, que de todos modos me lo había olvidado en la mesita de luz de Montevideo), y decidí que a la primera oportunidad en estos días tenía que agarrar a Washington y preguntarle sobre el tema.




19
Miércoles, 9.08. 

Punta del Diablo amaneció gris y lloviznosa. Día ideal para sacarle datos a... Eeeh... Día ideal para charlar con los amigos. 😎




20
Miércoles, 9.27. 
Soy una boluda. Me levanto antes que todos y me preparo un desayuno frugal y saludable (no, las Sensación no son para mí... son para Kira). En eso veo al de los ojos celestes mirándome desde la callecita del costado, a la izquierda, pego un respingo y tiro media taza de té sobre la mesa. Lo dicho. (Tintura de algo para ser menos torpe por la vida, ¿alguien puede recomendar?)

😱




21
Miércoles, 9.35. 
Emilio es el primero de la familia en levantarse (si exceptuamos a Kira). Me ve desayunando en la terraza y me dice:
- ¿No querés un pedacito de torta?
Y ahí me di cuenta de que me había olvidado del postre delicioso de Matilde. Evidentemente la situación es más grave aún en mi cerebro, al punto que quizás no haya Ginko Biloba que pueda con ella. 

Y ahora, con su permiso, voy a encarar la parte dulce del desayuno. Y que siga lloviznando, si quiere. De la terraza con la torta no, no me moverán. 🎵




22
Miércoles, 10.30. 
En la vereda de enfrente Vilma y Cecilia conversan animadamente. Cecilia nunca ha estado en mi barrio y mo sabe nada de la casa de mis abuelos, pero Vilma... Voy a tener que buscar un pretexto para visitar la casa de enfrente, porque Vilma y Gerardo planean volver a La Paloma esta misma tarde. 

La mañana sigue gris en Punta del Diablo. Hay gente que ya está bajando a la playa, pero la llovizna no deja de caer, y en este rancho ya está apareciendo la palabra mágica de los días lluviosos en Rocha: la palabra “Chuy”.




23
Miércoles, 10.50. 

Tiempo de idolatrar a Kira, la perra que se derrite. ❤️




24
Miércoles, 11.15. 
Kira no deja de controlar a los de enfrente. 

Mmmh...




25
Miércoles, 11.20. 

Y, no. ¿Cómo vas a entrar sin remera al almacén? ¿No ves que no da el espacio? 😕




26
Miércoles, 13.43.
La cosecha de la mañana ha sido magra, aunque no del todo desdeñable. En el camino me crucé con los cuatro amigos que vinieron ayer por el cumpleaños de Emilio, pero no estaba con ánimo de interpretar miradas o de estableces suposiciones, así que seguí caminando. 


Del hombre de los ojos celestes, cabe acotar, hoy mo he tenido ni noticias




27
Miércoles, 14.12.
Estábamos empezando a preparar una ensalada para el mediodía cuando vimos que no había huevos, y me ofrecí a cruzar hasta el almacén de enfrente a buscarlos. (¿Ojos claros? ¿Que la primera vez que vi al de los ojos celestes fue en Lo de Sandra? No sé de qué me hablan.)

Es muy lindo ir a Lo de Sandra, porque uno no tiene que pensar nada: ellos se han ocupado de poner algún que otro simpático cartelito para que sepamos qué NO debemos hacer, dónde y cuándo, y por qué.


A la vuelta mi amiga me contó que los de enfrente propusieron un almuerzo en el pueblo, pero como ya es muy tarde y tenemos hambre hemos decidido no acompañarlos esta vez. Me quedaré con algunas dudas, hasta que me los vuelva a cruzar y les pregunte medio a lo bobo qué saben del viejo Cosme y de su sobrino Alberto. Inumet pronostica lluvias para esta tarde, tal vez pase a saludarlos con la excusa de devolver los tres huevos que nos prestaron ayer para el merengue del postre; esa puede ser la ocasión perfecta.




28
Miércoles, 16.38.
Hace un rato que estoy instalada en el promontorio delantero, esperando que pase la hora peligrosa del sol, que llueva o que los vecinos de enfrente vuelvan de almorzar, lo que llegue primero. 
Hace un rato Emilio abrió una nueva ventana de inquietud (¡como si hiciera falta otra!), y lo hizo en la sobremesa, poniendo su mejor cara de póker. 
_ Yo tengo algo para aportar a tu historia, sin ánimo de interferir con la investigación... 
Matilde y yo lo miramos con expresión interrogativa, pero nada dijimos.
_ Veo que nunca te preguntaste por qué Washington se había encerrado en el baño. 
Nos miramos con mi amiga y largamos la carcajada.
_ ¡Porque se le trancó la llave, obvio!
_ ¿Qué llave? La gente no cierra el baño con llave...
_ Cierto.
_ Y eso fue un rato después que Vilma y Gerardo llegaran para el cumpleaños. Qué oportuno, ¿no? Como si alguien no quisiera que muestro amigo de enfrente revelara algo que ni él mismo comprendía... Como si la idea fuese dejarlo afuera de la fiesta para que no hablara contigo y no diera ningún nombre. ¿Cosme, no? 
_ Sí. Cosme Suárez, al menos si su apellido es el mismo del sobrino, cosa de la que no estoy muy segura. Lo busqué en facebook ayer antes de acostarme, y nada. 
_ De repente hay cosas que no se tienen que preguntar en las redes. 
_Puede ser. Pero acá la internet anda mal, casi no me logro conectar.
_ El internet. 
_ La.
_ El. 
Matilde se incorporó en la silla y miró hacia la calle.
_ Mirá, Emilio, ahí llegaron Vilma y Gerardo del almuerzo, ¿vamos a despedirlos? 
_ Vamos.

_ Ah, no, no hace falta. Ellos vienen.




29
Miércoles, 18.03.

Hace media hora que el camión de la Barométrica limpia el pozo del hostel de enfrente, mientras nosotros tomamos café y charlamos en la terraza. Hoy sopla menos fuerte el viento, ideal para que el olorcillo del camión nos llegue en toda si intensidad. Iupi.




30
Miércoles, 19.28. 
Ta, listo: me mandé otra cagada mas. Nada grave, pero fue de puro despistada, y en verdad no fue una, sino que hubo dos metidas de pata de mi parte.
La primera fue aceptar una solicitud de amistad de un desconocido. En mi defensa debo aducir que yo solo quise abrir su perfil para tratar de indagar quién era, si teníamos amigos comunes, si el suyo era un muro con una historia de vida y no uno falso, de esos de puro levante o baboseo. Pero le erré a las teclas, y le di aceptar. Bueh, un error menor, pensé, ahora lo dejo como amigo, no es nada grave. 
Ahí me llegó su mensaje. No era uno de esos “Fulano y tú ahora están conectados por Facebook”, sino uno personal, y bastante directo: “No te dije ayer que te dejaras de pavadas?”. 
Y lo eliminé. Lo eliminé sin pensar, igual que con la llamada que corté a lo loco. Ahora no me acuerdo ni del nombre ni del apellido. La foto creo que era de un hombre de unos cincuenta, de pelo negro y porte adusto, pero no podría asegurar nada. 
Quizás el mensaje era equivocado. Quizás fue una broma. Quizás no. 

La luz del día huye a toda velocidad en Punta del Diablo; estoy en la zona rocosa donde está el Artigas espantoso. Me voy a volver al rancho a prepararme un té. No sé por qué, pero de repente me acaba de correr un escalofrío por la espalda. Tengo la piel erizada, y no es por el viento.




31
Miércoles, 21.13
Hace un rato me fui sola a caminar por el pueblo; fue cuando recibí el mensaje que les contaba hace un rato. Lo que me faltó decirles fue que salí de la casa con un objetivo mucho más preciso que una simple caminata vespertina: iba a buscar a Gerardo. Por única vez sabía que lo podía encontrar solo, porque Vilma se había quedado en la terraza charlando con Matilde y Emilio. Algo me decía que Gerardo solo es una presa más fácil para extraer algo de información del tema de mi interés, de manera que salí en su busca, con el pretexto de tirar la basura y darme una vueltita por el centro del pueblo. Pero no lo encontré. 
Estaba yo comprando una caipirinha a unos chicos sobre la playa cuando los vi pasar a él y a Vilma, en el auto. Él había retornado antes de lo previsto a la cabaña de mis amigos, y ambos ya se iban de vuelta a su casa en La Paloma; la suya era una posibilidad de información que se me acababa de esfumar cual nube de polvo de cualquier calle de este pueblo. 
Saludaron con una sonrisa al cruzarme, y quizás de verdad se iban porque así lo habían dispuesto desde antes de venir, pero a mí me pareció percibir un destello de alivio en sus miradas, aunque tal vez haya sido solo un producto de mi imaginación.

Todo es posible en este pueblo y en esta imaginación. 🤔




32
Miércoles, 21.23.

Algo raro pasa en este pueblo, no me lo nieguen. ¿Por qué si no iba a haber dos supermercados uno al lado del otro sobre la calle principal, uno El Vasco y otro El Vasquito? 😳






33
Miércoles, 23.59.
Kira se llenó de abrojos, yo descubrí un lugar en el que venden cuadraditos de dulce de leche y Matilde me llevó a conocer el Shopping de la Rivero, que es espectacular y con ropa divina y a buen precio.
El miércoles termina complicado; habrá que esforzarse mañana para solucionar tantos desafíos. 

Que descansen. Saludos desde la terraza a puro viento de la playa y cumbia del hostel de enfrente.




34
Jueves, 7.33.
El día amaneció increíble. Me acabo de levantar; ya hay movimiento en el rancho. Kira vino a saludarme con paso algo vacilante: creemos que algo le pasa en una patita, que apoya con mucho cuidado. Ayer entre Matilde y yo le hicimos de coiffeur de emergencia, porque se había llenado de abrojos chiquitos. Mi amiga con una tijera le sacó las matas de pelo de la cola y el costado, mientras que yo le iba desenredando los del pecho, que eran menos. Problemas de las de pelo largo, pensé, recordando todas las veces que los gurises de la escuela 55 (“los” gurises, siempre eran los varones) nos enredaban abrojos en el pelo a las nenas, especialmente a las de buena conducta, candidatas ideales a terminar llorando desconsoladas ante la estrecha e inmediata relación que se establece entre pelo y abrojo. Kira no llora pero nos deja hacer con estoicismo, aunque Matilde dice que simplemente está chocha de que nos dediquemos a mimarla. 
El otro ser vivo despierto a esta hora es Fermina, que vino de bailar poco antes del amanecer y ya no se acostó. Hace un momento acaba de salir hacia la playa. 
El día parece increíble, repito. Demasiado bello como para no desayunar y bajar ya mismo. Ayer había pensado levantarme con las primeras luces y salir de fotos por el pueblo, pero para eso ya es un poco tarde. Ahora solo me queda desayunar (tratando de evitar los cudraditos de dulce de leche que compré en un ataque de locura) y salir. ☕️


(Querer dar envidia... ¿Yo???)




35
Jueves, 8.46.
Hace un ratito estábamos desayunando en la terraza cuando vimos una situación insólita frente a Lo de Sandra: 5 empleados municipales estaban vaciando a mano el contenedor de la basura. Qué raro, pensamos, se habrá roto el camión. El otro contenedor de la zona, el que usamos, hace rato que perdió su tapa, de manera que quizás también a este habrá que vaciarlo a mano. 
Ahora voy caminando rumbo a la Viuda. Me cruzo con el camión que levanta los contenedores: los mismos empleados iban en él; dos de ellos se quedaban un poco rezagados para echarles líquido (supongo que desinfectante) una vez que eran vaciados. Cuando paso al lado suyo se levanta más fuerte el viento y me bañan las piernas con una lluvia desinfectante. No piden disculpas pero me miran con sonrisa amable. 

Sigo el camino hacia la Viuda, segura al menos de una cosa: esta vez no voy a tener problema alguno con los mosquitos. Ni con hormigas. Ni con arañitas de la arena. Ni con insecto alguno. Ni con un homo sapiens sapiens de la variedad ojocelestensis, suspiro, mientras abandono la sombra de la panadería, guardo en el bolsillo el celular y reanudo el camino.




36
Jueves, 9.19. 
Me meto entre los ranchos buscando la salida a la playa. Hasta eso está cambiado desde la última vez que había venido, en 2010. La cañada corre por otro lado y hay una duna donde antes se veía una calle.
De pronto alguien se materializa a mi costado: Washington. Venía sin aliento, debe haberme estado siguiendo. Uno no escucha pasos ni corridas en Punta del Diablo, porque la arena y el ruido del mar siempre se lo impiden. Es el sitio perfecto para un crimen silencioso.

En todo caso, Washington no venía a cometer un crimen sino a hablar de uno, cosa que hizo en una suerte de monólogo, interrumpido solo a veces para tomar un poco del aire que a ojos vistas le venía faltando.
_ Escuchá: te voy a decir todo lo que sé ahora, porque Cecilia no quiere que hable de asuntos de muerte y yo no le quiero arruinar las vacaciones. El que le vendió la casa a tus abuelos fue Cosme Suárez, el tío de Alberto. No sé mucho de él (era de la generación de mis viejos), pero me acuerdo que había nacido en el 30’ porque todos en el barrio le decían Centenario, y a él eso le molestaba mucho. Era un soltero empedernido, pero cuando cumplió 33 lo obligaron a casarse con Rosario, una gurisa muy dulce y con cierta dificultad en una pierna, que había venido a trabajar como empleada con cama en la casa de los Bozzolo. Parece que la piba tenía 16, y para cuando se casaron la panza ya era imposible de disimular. Eran otros tiempos, vos sabés. El tal Cosme se fue a vivir a Buenos Aires poco antes de venderle la casa a tus abuelos (que tuvieron que tratar con la madre), y después no supimos más de él. Se fue sin Rosario, en todo caso, porque en el barco en que viajaba iba también mi primo el Bocha, que se fue charlando con él todo el camino. Y ta, eso es lo que sé. Gerardo capaz que sabe algo más, pero no va a hablar, porque la madre se Vilma era prima de la vieja de Alberto. Cosas de familia, ya sabés... Los trapos sucios se lavan en casa , decían cuando yo era chico. Y me voy, que le dije a Cecilia que tenía antojo de bizcochos y tengo que llevar algunos para disimular. ¡Suerte!- me dijo.
Se dio media vuelta y arrancó a caminar, pero antes de rodear uno de los ranchos se detuvo, volteó a mirarme y agregó: 

_ Cuidate




37
Jueves, 9.45
Iba yo de lo más tranquila por la Viuda. El objetivo, ya lo he dicho, era llegar a la punta y cruzar hacia el otro lado, donde Cecilia y Washington ya me dijeron que hay una playa no muy linda, llena de resaca y de cosas que trae la marea.
_ Me interesa- dije enseguida- Capaz que hay algo que pueda juntar. 
_ Mmmh... No creo- aclaró Cecilia- Más bien hay basura, plásticos, cosas de origen humano. 
_ Bueno, si encuentro una boya de vidrio de origen humano no me voy a quejar...
Y si encuentro otro tipo de suciedades humanas, como las huellas de un antiguo crimen tampoco me voy a quejar, pensé, pero no dije nada.

El sol estaba picante pese a lo temprano de la hora. Ya iba dejando atrás a las multitudes amontonadas, y ahora solo había una sombrilla cada veinte metros. De una se esas sombrillas, precisamente, salió rumbo al agua él. 
Él. 

Decidí (por pura casualidad) detenerme para ponerme protector solar; caminé hasta la arena seca y dejé la pequeña mochila que uso siempre encima de las ojotas, por si la arena estaba húmeda. 
Blue Eyes caminaba en ese momento casi directo hacia mí. Estaba a cinco metros de distancia y ya levantaba hacia los míos sus enormes ojos celestes cuando de reojo vi una mancha blanca que se me acercaba rastrera. Una ola. Una idiota ola de esas que avanzan lento y sin ruido se dirigía con paso furtivo hacia mis cosas. Era imperioso ocuparse de eso, los ojos celestes podrían esperar. 
Mi reacción fue rápida y certera, de manera que pude rescatar la mochila antes de que la espuma del mar la alcanzara. ¡Bien ahí! 

Lástima que el iphone me había quedado abajo de la mochila, sobre las ojotas. Lo miré con desesperación: ya era demasiado tarde. La ola lo había arrastrado unos centímetros, meciéndolo dulcemente entre la sal y la espuma de la Viuda.




38
Jueves, 9.47
Saqué el teléfono de la ola y miré a Blue Eyes a ver si me podía servir de ayuda, pero no: el muy tonto ya se estaba metiendo al agua, como si no captara que el universo entero acababa de desmoronarse con un golpe de espuma. Creí percibir cierta alegría en su paso; no lo puedo asegurar, pero juraría que mientras avanzaba entre las olas Ojos Celestes Insolidario se estaba riendo feliz de cara al sol.
Levanté la vista a la sombrilla más cercana: una pareja de edad madura observaba en silencio mi pequeña odisea playeril. Me acerqué. 
_Hola. ¿Tienen un poco de agua? Se me acaba de mojar el teléfono, y sé que el agua de mar es lo peor...

Enseguida me dieron agua, y luego una toalla para secarlo. Les agradecí la desinteresada amabilidad y comencé el retorno hacia el pueblo. Que Ojos Celestes se quede con sus olas verdes traicioneras. Yo me iba a buscar arroz al rancho.




39
Jueves, 9.55
Cuando llegué a las escaleras de madera (unas muy panorámicas que hay al principio de la playa) intenté prender el teléfono, y nada. Traté de abrirlo pero eso no es cosa fácil con los Iphone; hay que usar un alfiler, que por supuesto en el momento no tenía. 
Caminé hasta la casa. Iba muy nerviosa, le erré de camino e hice como seis cuadras de más, hasta que paré en Lo de Sandra a comprar arroz para meter el teléfono. 

Por suerte iba con remera.




40
Jueves, 10.21
El arroz estaba haciendo su mejor esfuerzo. Traté de prender el iphone y casi salto de alegría cuando vi algo que aparecía en la pantalla. Era la hora. Muy borrosa, apenas visible, pero ahí estaba. 
Lo dejé reposando y me fui a la Rivero, donde Matilda y Emilio habían dicho que iban a estar. Iba en silencio, pero cantando por dentro.
¡El iphone se salva, el iphone se salva, la la la! 

🎵





41
Jueves, 11.30. 
Ni bien bajé a la playa un tumulto afanoso de mujeres amontonadas llamó mi atención. Matilde me contó que era el puesto se ropa de la playa. El señor (un flaco cuarentón muy vendedor y charlatán) instaló montañas de ropa encima de unos pareos que formaban como una “u” sobre la arena, recorrió la playa voceando su mercadería con un parlante y se sentó a esperar. Las mujeres fueron cayendo, cayendo, y para cuando llegué yo ya había unas treinta revolviendo, preguntando precios y probándose ropa. 
¿Quién es una para desobedecer los mandatos de la especie?, me pregunto. 

Y allá fui.




42
Jueves, 12.10
Mensaje de Matilde: “Cecilia y Washington nos invitan a almorzar a las dos; van a hacer moqueca”. 

No idea de qué es moqueca, pero desde el Milagro Iphone de esta mañana estoy dispuesta a probar cualquier cosa, e incluso a terminar la caipirinha de ayer, que era demasiado grande y terminé dejando la mitad en la heladera.




43
Jueves, 13.27.
¿Qué sucede si juntás un tajito en la mini de jean y una hamaca para subirse a la cual hay que separar las piernas?

Pasa que escuchás un “trrrrj”, mirás para abajo y te das cuenta de que la cosa no tiene remedio. Eso pasa.




44
Jueves, 13.39.
No carga. El celular no carga. Queda un 22% de batería y el accidentado se niega a recibir alimento, hasta que lo desenchufo, soplo amorosamente la entrada del cargador (por si hubiera quedado algún granito de arena), pruebo de nuevo y él vibra un poquito y comienza a recibir oxígeno, digo, electricidad. 

🤗




45
Jueves, 13.55.

Tenemos nuevos habitantes en la cabaña. Matilde anda con un dedo que le arde después de descolgar la ropa; pensamos en un bicho peludo (que ya hemos visto en la vuelta), pero yo creo que ella un poco empieza a desconfiar de las inocentes avispas del techo del patio. Trataré de convencerla de su inocencia, pero no prometo nada.




46
Jueves, 14.35.
Cecilia y Washington son Master Chefs. 

Iupi.




47
Jueves, 17.14.
Acabamos de tener un almuerzo con los vecinos de enfrente, un almuerzo nivel gourmet, con paisaje de mar y monte, con música de Gilberto Gil y con suave vientito para acompañar.

Resulta que si Washington no es mi pariente debe ser de pura casualidad, porque no solo nació en Melo y vivió a una cuadra de mi casa actual sino que además es Rodríguez, ¡y también Barreto!!! Yo creo que nos parecemos, además. A partir de hoy voy a suponer que es descendiente de ese hermano número 13 del que poco se habla en mi familia, el hijo de la Tobinha. Él aduce tener otros padres, pero no sé, no sé.

Cecilia nos hizo un moqueque al mejor estilo bahiano, una comida con arroz, pescado, camarones, leche de coco y aceite de dendé, comida en la que mi frágil vegetarianismo tambaleó y fue derrotado una vez más. El almuerzo vino acompañado de caipirinha deliciosa, refrescante e impulsadora de charlas y revelaciones.

Por ahora prefiero no decir nada de lo que hablé con mi seudo nuevo primo; tengo que pensar algunas cositas antes de poder divulgarlas. Hoy es mi penúltimo día aquí, no me queda mucho tiempo para estas investigaciones. Claro que los anfitriones son de Montevideo, pero es sabido que uno siempre habla más y se censura menos cuando contempla el mar a lo lejos y la caipirinha a lo cerca.

Tiempo de descanso en la cabaña Oasis número 4. En una hora sale excursión a la playa post Viuda.


Esta vez el celular va a ir en una bolsita ziploc, por las dudas.




48
Jueves, 17.40. 

Preparando la caminata hasta la Post Viuda. Llevo bolsas vacías (por si veo algo) y oídos atentos (por si algo escucho). 😎




49
Jueves, 21.08.
Al final salió la caminata por la playa de la Viuda. AGOTADORA, la caminata. Emilio anda con un tobillo torcido y no quiso ir, así que fuimos los otros cuatro: Cecilia, Matilde, Washington y yo. 
Por suerte la arena estaba bastante dura y con poca pendiente. Ni un caracol, cero fósiles, nada de troncos traídos por el mar. Ni piedras. Solo mejillones y conchilla. 
Al llegar a la punta de rocas frente a la casa de la viuda vimos el camino que se abre hacia la derecha, y lo tomamos. La de la viuda es una mansión enorme y bastante linda, pintada de amarillo y rodeada por un arenal lleno de uñas de gato (una buena planta para la fijación de la arena) y caracoles de tierra color beige (vivos) o blancos (muertos). 

El camino es de arena suelta y se extiende por un par de cuadras, más o menos. Ya un poco antes de salir a la otra playa se empieza a ver un paisaje muy peculiar: decenas, centenares de botellas de plástico amontonadas sobre el pasto del costado. Solo botellas, pero muchísimas. 


Y de la playa cuento en un rato, porque nos vamos a cenar. Hasta luego.




50
Jueves, 21.
Peces y panes. 
Papina de Palma. 

Ya contaré detalles.




51
Jueves, 22.17.
Peces y panes. 
Papina de Palma. 

Presentación auditiva.



52
Jueves, 23. 11. 
Peces y panes. 

Papina de Palma. Segunda parte de su actuación. Presenta una canción y se la dedica “a todos los que trabajan en Paces y Penes”, oh, my. Al final repite la dedicatoria: “se la dedico a... a todos los que trabajan en este local”. 🙂




53
Jueves, 23,38.
Peces y panes. 
Papina de Palma. 
Final del show.

“¿Qué pesa más: mi certeza o esperar?”




54
Viernes, 00.42
Vuelvo a la historia de la playa. “Playa de Santa María”, decía una pintada en la roca más alta. Es una larguísima extensión de arena que llega sin interrupciones hasta La Esmeralda, según me han dicho. 

El paisaje es impresionante, y más al atardecer, cuando fuimos nosotros. A lo lejos se veían dos personas solitarias, lejos una de la otra. Suponemos que eran pescadores. El mar es tan limpio como en Punta del Diablo, las rocas son bellísimas y la arena blanca y suave. 

El problema es la basura. Una basura muy extraña, compuesta por tapitas de botellas y otros elementos pequeños de plástico, más algo de ramas, unos cuantos troncos y algunos pedazos de cuerdas. Nada de nylon, vidrio, latas o basura orgánica. Nada de cucharetas, huesos ni caracoles. Algo no nos cerró con esa playa. O fue en su momento basurero de Punta del Diablo o... No sé, pero algo (repito) no me cierra. 

Volvimos al pueblo ya con la caída de la tarde casi noche, y al llegar a la escalera de acceso a la Viuda hicimos una parada técnica, porque tres de los cuatro estábamos sin aliento. 


Mañana me propongo volver a la Viuda, a mirar con mayor detenimiento ciertas zonas de cucharetas que hoy pasé medio rápido. El problema es que además planeo ir a la Rivero antes de que se llene de gente, llegar a Playa Grande e ir al shopping del barrio, pero 19.30 sale mi bus y aún no aprendí como triplicar la densidad de mis horas, aunque ciertamente lo estoy intentando.




55
Viernes, 7.09
Acabo de despertar de un sueño en el que participaba de una cena semi familiar multitudinaria, tanto que había como diez mesas largas todas en paralelo, llenas de gente de la cual solo conocía a la mitad. Yo (quizá de casualidad) me había sentado enfrente a Peluffo y estaba charlando con él. Simpático, Peluffo, un tipo sencillo. No recuerdo quién lo había invitado.
En eso mi tío Valmar me pidió que fuera a pedirle a Clotilde un par de cuchillos a la casa de al lado. Difícil encontrar a Clotilde; recorrí toda la casa (absolutamente llena de personas) hasta que la vi. El problema es que la tal Clotilde (que a todo esto no es de mi familia, era una señora veterana de pelo corto que yo creo que trabaja en el CES) resultó ser medio Diógenes: tenía pila de cuchillos y vasos, pero todos rajados, o el mango por un lado y el filo por otro. Al final hallé dos cuchillitos y me los iba a llevar, pero me dijo que esperara, que los lavaba antes de dármelos. 
Me fui a esperarla a la vereda de enfrente, pasaron diez minutos y nada. ¿Cómo iba a perderme la cena con Peluffo por los idiotas cuchillos de la lenta Clotilde, que parecía no vivir en este mundo sino en uno que iba a distinta velocidad? Terminé entrando en la casa y robándome los cuchillos, que ella aún no empezaba a lavar. 
En la zona cena las cosas seguían como cuando me fui: aun no habían servido nada, y todos tenían hambre. El nivel de ruidos entre las charlas de cientos de personas y la música alta era bastante complejo para poder tener una charla con Peluffo, pero eso no me importaba. Yo estaba feliz, más allá de su presencia, y extrañamente no me había puesto ni un poquito nerviosa.
Dejé los cuchillos en una fuente que llevaba la Jacque (o sea, la directora del IAVA) y me senté. Charlé algo con él, pero me distraje cuando uno de los adolescentes del costado se puso a cantar una canción muy muy dulce. Lo miré: no lo podía creer.
_ ¡Yo escuché esa misma canción ayer en Punta del Diablo!
Y ahí me desperté.

Se ve que la mañana temprano en Punta del Diablo es más importante que el sueño con Peluffo, y por eso mi inconsciente me mandó una señal para que me fuera de fotos temprano. Y acá voy.




56
Viernes, 07.58
Una amiga de estas redes me apura para que escriba la novela, y me dice “¡animate, animate!”.
Yo sigo caminando hacia el rancho con mi bolsa de bizcochos calentitos. A ellos sí que me animo, al menos en Punta del Diablo. Y que haga dieta algún cobarde. 

😬




57
Viernes, 09.15.
Punta del Diablo se está desmoronando. Al igual que algunos secretos familiares que tarde o temprano tienen que salir a la luz, acá también las estructuras que sustentan al pueblo están siendo lentamente devoradas por el devenir del tiempo, y probablemente algún día terminen por caerse. 

Mientras tanto todos caminamos, charlamos, reímos y sacamos fotos haciendo de cuenta que nada está sucediendo y que todo ha de seguir siendo feliz, colorido y veraniego para siempre.




58
Viernes, 09.

En este monte vive un gato salvaje. Es gris, flaco, joven, y no le gusta que le saquen fotos.




59
Viernes, 09.20

Señor, señora: este es el portón de la casa, ¿vio? Es decir, es la salida. No lo olvide, por favor, es muy importante: portón, salida, playa. La playa está para el lado del mar, en la vereda de enfrente. Gracias por su amable atención.




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Viernes, 09.25.
Desayuno en la cabaña Tocco-Giménez: el melón es el objetivo; las tostadas y los bizcochos solo están para disimular. Caminamos más de 8000 pasos ayer, es tiempo de reponer calorías. Digo, energías. 

😳




61
Viernes, 09.47.
¿Se acuerdan de Buscando a Wally? 
Este juego se llama Buscando al benteveo, y acabo de estar cinco minutos mirando las ramas y escuchándolo cantar hasta que lo vi. 
Juegos matinales en Punta del Diablo: ¡complejidad, exigencia, desafío! Bueno, más o menos. 


Arrancó la ultima caminata hacia la Viuda por este viaje. Cielo semi azul, poco viento, calor intenso y proyecto de caracoles pequeños que no sé si se van a dejar ver por el momento. Ya verán fotos (o no).




62
Viernes, 10.08.
Acabo de sacarme remera y minifalda con efecto rasgado cada vez más revelador. En la arena. A 15 metros de cualquier intento traicionero de reconquistar a mi iphone de nuevo y llevárselo al upsite down. 
Mariela: inteligencia.
O ensayo y error. No termino de definirlo. 

😎




63
Viernes, 10.39.
¿Viste cuando estás en las alturas y escuchás el mar y el viento es amable y el sol a veces se nubla y el paisaje es increíble por los cuatro costados y no sabés si seguir caminando o quedarte a vivir ahí para siempre? 

Bueno, eso.




64
Viernes, 11.03.
La casa de la Viuda está mucho más cerca de Punta del Diablo de lo que parece. A diferencia de lo que ocurre en Valizas, aquí una planifica una caminata interminable, se distrae, y ya llegó a su destino. Igual me pasó con el viaje: cuando creía estar por llegar a Rocha el guarda gritó “¡Punta del Diablo!”. 

Todo es diferente en esta playa y en este pueblo. Para empezar, no hay fósiles, piedras ni huesos recientes. Siempre camina gente por todos lados, no hay manera de preocuparse por la soledad, los loquitos, el peligro. El sol parece quemar menos. El agua siempre está verde.


Pero no es Valitzas.




65
Viernes, 11.48.

Hay un Cristo a orillas de la Viuda, o eso parece el señor blanco hasta la fantasmidad que toma sol con pose de crucificado sobre la arena húmeda de la orilla, justo a la altura donde llegan las olas más grandes. Debe estar buscando alguna clase de purificación espiritual, pensé al cruzarlo. O quizá solo desea dejar el color blanco leche y ha elegido una pose sacrificial para propiciar a Ra y sus secuaces. No podría asegurarlo.




66
Viernes, 11.59.

Debería estar ocupándome del crimen de la pobre Rosario, lo sé, pensar las cosas que Washington me contó, tratar de sacarle algo más, llamar a mis primas a ver si se acuerdan de otros datos o al menos ver si la escribana tiene el nombre completo del tal Cosme. Debería ocuparme de Rosario, lo se, pero creo que ella en mi lugar lo comprendería perfectamente.




67
Viernes, 12.09.

Descubra la realidad colándose en medio de la utopía.




68
Viernes, 13.22.
Vine a Punta del Diablo por primera vez como paseo de la Escuela 55, allá por 1977, más o menos. Charito y Raquel (las maestras de los dos grupos, porque éramos un quinto doble) organizaron a pulmón un paseo de un día que arrancó por el Chuy, luego siguió por la Fortaleza y al final llegó al pequeño pueblo de pescadores que era esto antes de explotar y convertirse en Little East Point.

Como corresponde a gurises de 10, 11 años, todos nos gastamos en el Chuy la plata para el día, y pegamos la vuelta llenos de cajas de bombones Garotos y chicles Ploc!

Eran gurises complicados, mis compañeros; recuerdo que cuando no nos dábamos cuenta saquearon los bolsos de las nenas (en esa épica no había mochilas) y nos robaron nuestras golosinas, entre ellas un paquete de Amanditas sin abrir que llevaba para mis padres, paquete cuya ausencia todavía me duele.
Todo para decir que conozco este lugar en el que estoy ahora desde que era verdaderamente una aldea. Había ocho o diez puestos de artesanías, atendidos indefectiblemente por las esposas de los pescadores, que vendían todo tipo de collares, pulseras y cajitas hechas por ellas mismas con vértebras de pescado.

40 años han pasado desde entonces (40 años... casi casi mi edad actual). El pueblo ha crecido, ha mejorado, ha empeorado.


Ojalá no siga cambiando a este ritmo, pienso mientras escucho en la vereda de enfrente los cantos de la gente del hostel. Ojalá.




69
Viernes, 14.07.
Pasé por esta casa ayer, en medio de la crisis WaterIphone. Una señora de avanzada edad estaba sentada en el frente, tomando sol de lo más tranquila, mientras dentro de la vivienda se desarrollaba una escena una tanto diferente. Dos personas discutían en el living: estaban cabeza con cabeza, mirándose a los ojos y hablando probablemente en voz baja. 
Distraída con el chusmerío no había reparado en una cosa blanca y peluda que empezó a ladrarme y se me vino encima, como si no hubiese captado el pequeño detalle de que era un alfeñique de cuatro kilos molesto y desubicado. 

Continué mi camino sintiéndome una heroína: había salvado a un pequeño caniche de recibir una patada por parte de una persona en pleno síndrome de alienación post Wateriphone, y no importaba que el pequeño demonio no vaya nunca a llegar a enterarse de su buena suerte matinal.




70
Viernes, 14.15

El hijo de Washington y Cecilia cruza a visitar a sus vecinos de enfrente. Es estudiante de Arquitectura; me pregunto si sabrá de los sótanos tapiados y los calabozos subterráneos desperdigados por la ciudad o si será que en la Facultad no le hablan más que de cosas bellas, legales e inocentes.




71
Viernes, 15.59

Próximo y fugaz destino: La Coronilla. Por las dudas que las costumbres allí sean más prolijitas que en Punta del Diablo, acabo de darle un toque de discreción al tajo de mi pollera. ¡No me digan que no me quedó re chuchi! 😍




72
Viernes, 16.26

La primera casa que vemos en La Coronilla está abandonada y desmoronándose. Todo lo que no se cuida se destruye, pienso, al tiempo que me pregunto si alguna vez la casa de mis abuelos correrá esa misma suerte y me digo que en caso de ser así allí estaré con pico y pala para resolver el misterio de Rosario y Cosme, si es que existió Rosario y si es que Cosme la asesinó.




73
Viernes, 17.33.

Estamos en condiciones de afirmar que hemos encontrado los restos de Mordor en las arenas de La Coronilla. De Sauron (afortunadamente) ni noticias, por ahora.




74
Viernes, 18.23.

Las barrancas de La Coronilla son gigantes y bellísimas, pero tienen un grave problema: se están derritiendo.



75
Viernes, 18.36

Confirmado: cuando tengo miedo me olvido de todo (hasta de esconder la panza para la foto).




76
Viernes, 18.48.
Cuando salíamos de La Coronilla paramos con Matilde a cargar nafta con súper descuento en una estación de la ruta. Estábamos de gran charla recordando incidentes relacionados con los incendios de hace años de Santa Teresa y Punta del Diablo cuando me sonó el celular. Era un número desconocido. 
_ ¿No vas a atender?- preguntó mi amiga cuando vio que el teléfono seguía sonando y yo nada.
_ No sé... no me gustan los números desconocidos. Mirá si es alguien del IAVA para avisarme que por alguna razón hay una mesa especial en enero- bromeé, pero al final atendí. Era una mujer. 
_ ¿Hola? ¿Hablo con Mariela Rodríguez?
Íbamos bien: al menos no había preguntado por la “profesora Mariela Rodríguez”. 
_ Sí.
No soy muy locuaz cuando hablo con desconocidos.
_ Ah, mire, la llamo de parte de la escribana Pittaluga, que es la profesional que se ocupó de la venta de la casa de la calle Osvaldo Cruz.
_ Ah, sí, sí- respondí casi a los gritos. Matilde me miró, interrogativa. Le hice un gesto onda Psicosis que ella entendió como referencia al cadáver del sótano. 
_ La escribana me pide que le pregunte si la puede llamar a su domicilio hoy pasadas las 20 horas, ¿será posible?
_Eh... No, en realidad no. Estoy de vacaciones, vuelvo esta medianoche, ¿por qué asunto es?
_ Disculpe, pero nompuedo adelantatle nada por el momento. Asuntos legales, usted comprenderá... Le diré a la escribana que se comunique con usted en la mañana, le parece bien?
_ Claro, claro, no hay problema. De todos modos, si quisiera llamarme hoy al celular...
_No creo que ello sea posible, señora Rodríguez. La escribana prefiere tratar ciertos asuntos solo en persona o por teléfono de línea. Buenas tardes.

Y cortó.




77
Viernes, 19.45.
Mi pasaje de las 19.30 era para el coche 3 de Rutas del Sol. Llegamos a la terminal temprano con Matilde: el 3 ya estaba ahí. Pero una chica se nos acercó pudiendo que le cambiara el pasaje por un para el coche 2, así ella no viajaba sin sus amigos, accedí, el 3 se fue puntualmente 10.30 y yo aquí estoy, en un sitio vacío, esperando. 
Soy la única pasajera que espera. 

Miro a lo lejos: no se ve nada; no hay nube de polvo rojizo que indique ña presencia del 2, que a esta hora empiezo a sospechar que es solo un producto de mi imaginación, o una buena falsificación de pasaje.




78
Viernes, 19.55.
Acaba de llegar el coche 2 de las 19.30, con apenas 25 minutos de retraso.

Iupi.




79
Viernes, 20.01. 
Parte raudo y veloz el coche 2, con solo 31 minutos de atraso, y el hecho de que el asiento 33 esté roto y su respaldo no se pueda graduar no es más que el corolario dorado de una decisión equivocada. ¡Perdóname, coche 3, he sido una tonta! Nunca debí abandonarte, ahora lo comprendo. 
Demasiado tarde. 

(¿ Ya les conté que en el asiento de atrás viene gritando una nenita de unos dos años? Reeee iupi...)




80
Viernes, 20.11.
Cae la noche bajo un cielo nublado en el maravilloso coche 2 de Cromin al servicio de Rutas del Sol. El paisaje comienza a emborronarse, igual que mis percepciones de los últimos días. 
Acabo de darme cuenta de que no volví a ver a Mr. Blue Eyes desde el incidente iphone, y ni siquiera había vuelto a pensar en él. ¿Habrá existido realmente? Y las amenazas, ¿serían de verdad, o alguno de mis amigos ha estado jugando conmigo, tal vez en venganza por las fotos paradisíacas que he estado compartiendo en estos cuatro días de reencuentro con Punta del Diablo?
En esos pensamientos estoy cuando recibo un mensaje a través de facebook, supuestamente de un tal Horacio Olivos:

“Hola, Mariela. He estado leyendo tus posteos, aunque no nos conocemos ni te tengo entre mis contactos. Yo soy amigo de Belén, que fue tu alumna en el 19 hace muchos, muchos años. Solo quería decirte que Alberto Suárez, el que vivía al lado de la Bozzolo, el sobrino de don Cosme, es el padrastro de mi novia, Lucía. O mejor dicho: era, porque murió hace cuatro meses. Te lo digo por si te sirve de algo. Saludos.”




81
Viernes, 20.42
Le he mandado mensaje al tal Horacio O, para que me dé algún detalle, pero al parecer “la cuenta de usuario con la que tratas de comunicarte ya no está activa”. 
Volvemos a cero, o casi cero. 
A los dos minutos me llega otro mensaje que solo dice “hola” y encima está fechado en 2014. Yo no entiendo nada, salvo que por hoy no quiero más fantasmas, ni en sentido literal ni figurado. 
Voy a ver si duermo un ratito en el asiento de gelatina.
La nena de atrás canta, llora y grita en firma alternada pero constante. 

Este va a ser un largo viaje.



82
Viernes, 20.50.
Había olvidado contar que a mi derecha tengo otra nena, esta vez de unos nueve años, que viaja en silencio pero cada vez que se acomoda en su asiento me pega una patada sin querer.


I ❤️ Rutas.




83
Viernes, 21.04.
Nueve de la noche en el benemérito coche 2. Tiempo de pasar en limpio lo que tengo hasta ahora, más allá de la historia en sí, que la mayoría de ustedes me ha oído contar más de una vez. 
* El dueño de esa época se llama Cosme y si vive tiene 87 años. 
* De Rosario nunca más nadie supo nada.
* El sobrino Alberto murió, pero su hija quizá recuerde la historia y pueda aportar algo interesante. 
* Washington sabe muchas cosas y me dijo algunas, pero creo que se guarda otras. Lo que me aportó el día de la moqueca es que la tal Rosario venía del Norte del país y no tenía familia conocida en la capital. Además me dijo que la pobre era muy bondadosa pero medio crédula, por lo que podría haber resultado fácil de engañar. 
* El de la amenaza a través del facebook del héroe del idioma (Roberto) y el del “hola” de recién deben ser gurises paveando. 
* Mr. Blue Eyes debió ser simplemente un turista mirón, que yo creí vigilante o controlador. 
* Odio al coche 2 de Rutas. Tenía que decirlo. 

* La foto no tiene nada que ver con el post. También tenía que decirlo.




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Viernes, 21.12.
¿Vieron la canción del 4teto, “La nena no llora”?

Bueno: acá es al revés.


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Viernes, 23.05
Algo debo decir en favor del coche 2: no ha parado en ningún lado, ya vamos por Atlántida y la nena dejó de llorar mientras yo dormía pese al asiento movedizo. 

No se conforma quien no quiere.




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Viernes, 23.19.
Hay veces en que tomar una decisión y pegar un volantazo resulta tan indispensable como respirar, como encontrarse con el mar y los amigos y como volver al hogar dulce hogar. 
“El diablo tiene gusto a sal” tiene prohibido por decreto desarrollarse en el tiempo real de Montevideo. Pertenece a Punta del Diablo y allí debe quedarse, pero no desesperen, que no voy a abandonarlos. Los capítulos faltantes de la historia estarán disponibles todos juntos de una vez en formato digital en el correr de la semana. 
Por ahora los saludo desde el heroico 15 % de batería que me va dejando el viaje de regreso en el coche 2. 
Sean felices y no maten a nadie, o al menos no dejen a la víctima en un sótano, ¿quieren? Que las víctimas a veces no se resignan y continúan hablando de maneras insospechadas.


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