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martes, 9 de enero de 2018

Enero 2018






Estoy en Montevideo en enero y no me quejo. 
Termino mi licencia el 30 y voy a trabajar el 31 con una sonrisa en la cara. 
Hay mosquitos y no digo nada. 
Viajo en buses sin asiento y ni mu. 
Pero que un péndex con guitarra me destruya Costumbres Argentinas y encima pretenda un aplauso... no. ¡Así, no!


Bienvenidos a las crónicas de bus 2018. 




Se ve que la trataban mal, porque apareció en la cooperativa muy, muy flaca, con un collarcito lila y una cadena colgando. Es blanca, de raza indefinida. Un vecino le desenganchó la cadena, que ella había enredado en un árbol, y otros le pusieron platitos con agua y comida. Es tan tímida y está tan asustada que no deja que la toquen. Una vecina le sacó fotos para publicar en las redes; yo hice lo mismo con otra, una cruza con cimarrón, pero cuando puse un comentario sobre ella en un post los de la página me contestaron que tuviera cuidado y me remitieron a un blog donde tienen dos páginas de advertencias, la mitad de ellas con mayúsculas. OJO. CUIDADO. PRECAUCIÓN. Que hay gente que busca perros vagabundos para rituales, que hacen empanadas, cualquiera. Borré la foto. Me comuniqué con una chica que buscaba a una perra blanquita: no era ella. Hoy salí temprano de casa pero no las vi en la vuelta; ya estaba por tomarme un bus cuando la vecina que la había sacado foto me contó que ayer entraron tres perros vagabundos a la cooperativa y se armó terrible relajo porque mataron al Coco, el gato blanco peludo, uno de mis amores del camino. La perrita se asustó y se fue corriendo, y yo aquí voy, escribiendo una historia sin remate, solo para decir que arranco el día triste, pero ya va a pasar. Todo va a pasar. Historias mínimas. Solo eso.




Bajé hace un rato de un ómnibus en el Intercambiador y caí de repente en una fiesta popular como nunca había visto en mi barrio. Una cuerda de tambores compuesta exclusivamente por jóvenes, un escenario donde cantaban (por ahora) grupos de veinteañeros, un público entusiasta y heterogéneo que colmaba el estacionamiento sobre 8 de Octubre, muy buen sonido, decoración digna, programación fluida y sin baches. Algunos dirán: pan y circo. Yo miro las caras de felicidad de mis vecinos. los guardias de seguridad de la terminal caminando sonrientes, la gente bailando en los andenes mientras espera el 103 y digo: aplausos. Esto en mi barrio (repito) antes no pasaba.





Cinco y media de la tarde en el Intercambiador Belloni. Estaba sentada, esperando tranquilamente que pasara el siguiente ómnibus de la línea que acababa de perder, cuando ella se instaló a mi lado. Mayor que yo, pero no tanto: unos diez años. Vestida de remera y short negro, de pelo corto, un tanto rellenita; una mujer llena de energía y con ganas de conversar. Con evidentes ganas de conversar. 
Primer intento: _ Hay algo de carnaval hoy en el barrio. 
Yo: _ Mmjm. (Vista fija al frente)
Segundo intento: _ ¡Qué ventolina! Me voy a tener que poner un gorro.
Yo: _ Sí. (Mirada para otro lado)
Tercer intento: _ Es el municipio F este, ¿no?
Yo: _ Ajá. (Ojos al piso)

Cuarto intento: no hubo, porque preferí levantarme y sacar estas fotos del evento carnavalesco del barrio, hoy. Si a alguno le interesa, no cuente conmigo, pero queda avisado.





Nos habíamos visto medio de casualidad hace dos o tres días, una mañana. Yo estaba en la terraza desayunando y él caminaba hacia la puerta de la casa de al lado; era tan, pero tan bello que no pude evitar ponerme de pie y seguirlo con los ojos. Los suyos son de un verde profundo. Ese día solo me miró durante uno, dos segundos intensos, antes de seguir su camino, pero ese tiempo bastó para saber que era inolvidable.
Hoy volvimos a cruzarnos, hace un rato. 
_ Hola. ¿Querés desayunar?- lo invité. Él emitió un suave miau de conformidad y vino corriendo. 
Es un gato joven, aunque adulto. Tiene una cabezota gigante; debe ser el macho del pueblo, pero enseguida se tiró a hacer mimos y hasta se me subió a la cintura, ronroneando. Es divino. Le di un pedazo de queso y casi un cuarto de carne picada que compré para celebrar nuestro encuentro.
Yo sé que los amores de verano son así: intensos pero efímeros. En unas horas dejamos Valizas para poner rumbo a otros universos y otros amores. Sé que lo voy a extrañar.

Si andan por el pueblo búsquenlo en la casa de enfrente a la Dársena, cruzando la principal, cómprenle algo de comer y avísenle que apenas pueda voy a volver a visitarlo. Gracias.





En el barrio La Cachimba se ha formado la corredera. Allá fueron los bomberos con sus campanas, sus sirenas...

Suena un saxo acompañado por un raspador y unas voces un tanto débiles y desafinadas en el boliche de enfrente, mezclado con las motos y los autos de la principal, con el murmullo lejano del mar y los fragmentos de diálogo de quienes pasan por la vereda.

Valizas al mediodía y en el centro es cualquier cosa menos silencio, pienso, mientras me dispongo a zafar del sol calcinante del mediodía disfrutando de la terraza del rancho. Corre una brisa agradable y desde el primer piso domino un panorama de cinco ranchos, tres comercios, diez autos y unas seis personas en la calle, persona más, persona menos.

Quizás debería encarar una siesta reparadora, siempre y cuando consiga acallar las voces de adentro, que no siempre suenan tan armónicas ni resultan tan concertadas como lo que ensayan desde la vereda los gurises del saxo y el raspador de enfrente.


La suave brisa va derivando en el habitual viento de la tarde. Tiempo de entregarse al descanso, especialmente porque de Buena Vista Social Club acabamos de pasar a una pseudo cumbiamba y estaría bueno dormirse y dejar de escucharla aunque sea por un ratito, por lo menos. Por lo menos.




A veces se echa en el suelo mientras yo me tiro en la cama, y es una gata perro. O se trepa a la ventana de arriba y se convierte en gata mono. Cuando toma sol a pleno mediodía pienso que es gata lagarto, y si se pone a mirarme fijo en la más absoluta inmovilidad es gata axolotl. 

Yo sigo siendo siempre la misma, sin embargo. Su esclava.





_ Hola, ¿cómo andás? No, no, no, todo bien, solo estaba leyendo un... Eh... pará, pará, dame un segundito que saque a la gata del cuarto así se deja de mirarme fijo y puedo hablar más tranquila. Ya está. ¿Qué decías? Ah... un gimnasio... ¿cerca de casa? No sé... ¡Ay! No, no, nada: solo que casi tropiezo en la escalera. Sí, la pesada ahora está maullando en la puerta del frente y voy a abrirle. ¿Cómo era eso que me contabas? ¡Ya va, pesadilla, ya va! No, vos no, ella. Tengo que sacarla... Ups, se me fue otra vez para el piso de arriba. Listo, ya la bajé. Este... no sé, lo del gimnasio, no sé... ¿Otra vez arriba? ¡Gata, es la última vez que te bajo! ¿Me oíste? ¡No, no te escapes! Ta, listo, te vas para el fondo. Punto. Perdoná, ya volví. ¿Que si me falta el aire? Puede ser... Las primeras seis veces de esta media hora subí y bajé la escalera olímpica, pero sí, ahora estoy sintiendo el esfuerzo. ¿Cómo era eso del gimnasio? Soy toda oídos.





Lunes, más o menos 5 de la tarde. Mi amigo Danilo y y caminábamos por la rambla del Buceo pensando ir a tomar un cafecito a alguno de los paradores que estuviera abierto. Ruido de moto despacito a mis espaldas. "Me roban", pensé, y dicho y hecho. Me dieron un tirón a la carterita, intenté peleárselas (de puro instinto) pero se rompió (o cortaron) la correa, y se fueron con ella. Eran dos, flacos, jóvenes, creo que con casco. Ni mi amigo ni yo proferimos ni medio grito, y seguimos caminando como si nada, comentando el suceso. 
No me lastimaron, salvo que el dedo meñique de la mano izquierda se me quemó un poco por el cinchón. En la cartera había un recibo de alquiler que acababa de pagar, la tarjeta del transporte (con poca carga, voy a ver si llamo ahora y la anulo) y un monedero con unos 100 en moneditas, o menos. El celular, las llaves, la cédula, la plata y la tarjeta de débito iban en mis bolsillos de la pollera. Casi me dio lástima que los dos muchachos se pusieran en peligro por tan poca cosa. :) Ojalá que no miren los papelitos sueltos de la cartera, pensé, así no se enteran que hacía 20 minutos acababa de girar un montón de plata a mi amiga de USA, que me había comprado pasajes y reservado hoteles para cuando vaya a visitarla en unos meses. Ojalá no se enteren que en un bolsillo de la mini llevaba el iphone 6 que hace un par de días se salvó de las olas y ahora escapaba del robo como por arte de magia. Pobres motochorros. Llevarse una carterita vacía solo para tirarla por ahí en la vuelta, porque ni correa para colgarla tiene. 
Mi amigo y yo continuamos caminando, mirando hacia la playa y los tachos de basura, pero no vimos la famosa carterita. Yo revisé incluso por arriba un par de contenedores, y nada. Volvimos al barrio y nos metimos en el bar de al lado de la cooperativa, donde un par de cortados y una torta Rogel pronto nos dieron la dulzura necesaria para afrontar el resto de la tarde gris y accidentada.


Ps: obvio que no les tengo lástima, ni se molesten en comentarlo, porque es solo una broma de mi parte. Si no se le pone humor a estas cosas terminan por agrietarnos el alma. Yo iba en plena tarde, rodeada de gente, con un hombre al lado, con la carterita cruzada y no llevaba nada (o casi nada) en ella. Más cuidado que eso... E igual. Es decir, que no existe zona de seguridad que valga. Precauciones, sí, siempre. Denuncia también, aunque la verdad que ir hasta Malvín para declarar por una cartera vacía robada por dos tipos que ni siquiera vimos, no daba. Ajo y agua, y a no dejar que esto nos amargue, les parece? En este caso la cosa salió bien, no hay heridos, no hay casi pérdidas, ni siquiera hubo susto. Quizás eso último es lo más preocupante.





Elizabeth Litton es una artista sudafricana que vive en Canadá. Hace 4 años inició un proyecto que ella llama "guerrilla art movement", que consiste en esparcir pequeños San Antonios de porcelana (mariquitas, le dicen otros, ladybugs is in english) por el mundo. Ella los envía en paquetes de 10 (gratis, of course) y la consigna es pegarlos en sitios visibles y públicos, o al menos muy visitados. Entre sus planes está reunir las fotografías que la gente le envía de sus sanantoñitos y realizar con ellas una exposición colectiva. 
Esta es mi pequeña contribución a su proyecto: desde este verano un pequeño San Antonio acompaña la vida de los humanos en Valizas. 




Domingo gris, fresco, disfrutable. Dejo de obedecer a la criatura gris que reclama atún TODO EL TIEMPO y miro por un segundo hacia atrás. 
La semana pasada marcó un antes y un después en mi vida, por muchos motivos, y todos (o casi todos) tienen que ver con lo literario. Empecé con el jurguito de "El diablo tiene gusto a sal" porque mientras estaba esperando que saliera el Rutas en Tres Cruces iba leyendo la novela de Burel en Instagram y debo decir que un poco me decepcionó. "No parece muy preparada", pensé, ¿será que la está planeando sobre la marcha?". Supongo que no era así, y no soy quién para decirlo, pero el caso es que en esos 6 minutos que demoró en salir el ómnibus decidí que estaría bueno crear una ficción para ir desarrollando en tiempo real en este mundo de facebook en el que soy TAN activa. :) Es decir, que le copié la idea, solo que la arranqué sin tener la menor planificación previa (y así salió). 
Como experimento literario y vivencial la idea resultó de lo más divertida, y creo que fui aprendiendo algunas cosas sobre la marcha. Obvio que el producto es cualquiera, y por eso ya desde el principio pensé que tendría que pedirle disculpas a mis lectores, que quizás esperaban algo armadito, cerrado, redondo. Voy a reescribirlo, de todos modos, y lo dejaré entero, por si gustan darle una mirada. Cuando lo intente de nuevo (y sé que voy a hacerlo) prometo haberlo planeado con anticipación, porque lo primero que aprendí es que no se puede disfrutar de la playa, el pueblo y los amigos y a la vez escribir 100 capítulos de un texto coherente, y mucho menos valioso. Entretenido, sí, quizás, puede ser, no lo sé. 
Lo que me ha estado pasando desde que arranqué el primer post el martes pasado hasta ayer de noche es que muchas personas (bah: 5 o 6)se comunicaron conmigo por mensajes de todo tipo preguntándome si era verdad lo de las amenazas, aconsejándome cómo actuar o dándome datos de la historia de la casa (sí, de la historia de verdad: lo que menos pensé es que iba a terminar sabiendo más cosas de Osvaldo Cruz con este jueguito, pero sucedió). La imagen que acompaña esta publicación, por ejemplo, me llegó de una amiga que vive en otro continente, que sabe perfectamente que esto es ficción pero se ve que tiene cierta veta de detective, encontró algo que podría ilustrar la historia y me lo mandó. <3
Muchísimo de lo que escribí es ficción, muchísimo de lo que escribí es absolutamente la verdad. No voy a empezar a aclarar si hubo un hombre de ojos celestes, si se me mojó el celular con una ola o si me voy a comprar un rancho en Valizas. Quizás sí, quizás no. 
Eso es todo.








Acaba de subir al COPSA un muchacho que estaba sin camis y en la vereda se puso algo: una bata de hospital. Tiene una herida en el pecho. ¿Se habrá fugado? Muuuy raro...




Ayer, en Punta del Diablo, estuvimos charlando con Mariela y Luis (los anfitriones de la cabaña en la que estuve) de las visitas a nuestros hogares por parte de mormones y Testigos de Jehová. Parece que dichas congregaciones no suelen alejarse mucho de sus iglesias madre, porque a mí siempre me visitan los Testigos (que tengo a unas 4 cuadras) y a ellos los mormones de la vuelta. 
Hoy me tocan timbre a las nueve de la mañana: eran los mormones,por primera vez en la vida.
¿Será que son como las publicidades de facebook, que te aparecen cuando comentás algo de un tema? "Hemos visto que utilizaste la palabra "mormón" en las últimas 24 horas, tenemos un mensaje y un libro para ti..."

Big Brother is watching you. Servicio las 24 horas, también en la costa rochense.




La mujer tiene 45 años y es la tercera vez que la veo. Conversamos durante una hora, durante la cual mi máxima intervención quizá llega a ser de unas 3 o 4 palabras de corrido. Me cuenta de su vida, sus amores, la infancia, las múltiples cirugías que ha pasado por temas de salud, su relación con el ex marido de insaciable apetito sexual, la búsqueda infructuosa de un hermano adoptivo que es travesti y que quizás viva en Buenos Aires aunque ella en el fondo de su corazón siente que ya ha muerto, las veces que se le inundó el apartamento, el amigovio que vive en la Playa Pascual, los boliches after hours de la Ciudad Vieja que abren de 5 a 17 horas donde hay un pool, donde se baila y se fuma, donde cada cual hace su vida y define su noche en función de su deseo y no de la luminosidad del
mundo exterior.
La mujer habla, habla, habla, y no es que esté sola, porque su hijo viene a charlar de vez en cuando y a ella no parecen faltarle amigos: todo el tiempo le van llegando mensajes de texto, audios y fotos de hombres fornidos (que me muestra). Es una persona fuerte, o eso parece. Y habla. Cuenta cosas interesantes, me abre un panorama de la realidad al que difícilmente puedo acceder conversando con otros. 
La mujer es como una ventana abierta a la casa del vecino: una mira, escucha, hace acopio de historias y se dice por dentro que ni en pedo se mete en un boliche a la mañana, al mediodía o a la tarde. Luego una sale al inclemente calor de la vereda, larga un suspiro de significado incierto y se dirige con paso cansino y sudoroso a la parada del 103.




“Flaca... no me clavesh losh puñalesh por la eshpalda...”

Bienvenidos a las crónicas de bus 2018, por ahora sin mucho texto, pero con ambientación audiovisual. Agradezcan si no se escucha bien el tema, y tengan en cuenta que no los estoy exponiendo a los silbidos supuestamente melódicos del final. Tómenlo como un regalo de Reyes un poquito atrasado. De nada.




7 de enero: el día en que la gata aprendió a entrar por la ventana del piso de arriba. El silencio acaba de poblarse de maullidos, e ipso facto se iniciaron las acciones de conquista de nuevos espacios.

El 7 de enero será recordado en este hogar como el Día de las Invasiones Múltiples.

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