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domingo, 3 de diciembre de 2017

Diciembre 2017







Hace años que un escritor nuevo (para mí) no me conquistaba así, por completo, en un momento. Lo leo despacio para que no se termine muy de golpe, y al mismo tiempo siento que me corre por las venas una especie de alivio grande como un universo: así que aún hay libros que me conmueven. Así que puedo sentir de nuevo que me zambullo en un universo de letras por el solo placer de leer y no porque tengo que, porque es tiempo de o porque hace mucho que no. Así que no todo está perdido, respiro, mientras miro cómo 18 de Julio se desliza ante mis ojos en el silencio de la mañana de diciembre y de tormenta. 

“El ómnibus va despacito, despacito”, dice una señora a alguien por teléfono, en el asiento de atrás. “Va despacito, pero voy bien”, termina, y me dan ganas de darme vuelta, de mirar sus lentes, sus arrugas, sus pelos grises y sus labios agrietados y decirle que sí, que tiene toda la razón del mundo, y que las dos vamos despacito despacito, pero vamos bien.




Primero fueron los bichitos de luz. Después desaparecieron las mariposas, los mamboretás y los guitarreros. Acabo de darme cuenta de que hace años que no ando por la calle enderezando cascarudos, porque no los veo por ningún lado. ¿Qué nos pasa, Montevideo? ¿Estamos perdiendo los bichos buenos? ¿Nos hemos convertido en territorio exclusivo de mosquitos, hormigas y caracoles? ¿O solo pasa en mi barrio?





Saco a la gata por el frente y a los cinco segundos la veo entrar corriendo por el fondo, perseguida por un benteveo. Evidentemente el equilibrio de poderes es una cosa delicada; me fui tres días y algunos se subieron al carro y ahora quieren dar un golpe de Estado en Arbolito. Voy a tener que reconquistar mi reino, esta mañana marcará el inicio de las hostilidades.
¡A defender nuestro territorio! 
¡Adelante, mis valientes!


(¿Mucho TEG en estas fiestas, vos decís?)





Tips para realizar su propio horóscopo chino (de acuerdo a las predicciones que aparecen hoy en la nunca bien ponderada Paula, de El País):

1. Comience con una dosis de denuncia contra las grandes potencias.
2. Plantee un alegato en favor de la familia.
3. Imagine all the people, living for toooday... iu hu uuu...
4. Termine con un llamado a la conciencia ecológica, que siempre rinde bien.

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Ahora levante la cabeza del teléfono, deje de criticar a Ludovica Squirru y constate, azorado, que se equivocó de ómnibus en el intercambiador Belloni, que los 405 y los 402 se parecen pero solo en el color, y que más allá del año del Perro o el bicho que sea usted debería concentrarse un poco más en el mundo que lo rodea. Solo un poco.





“El honor de la doncella
Es como la endrina:
Apenas la han tocado
Y ya el dedo le dejan señalado”
La vieja coplita española me da vueltas y vueltas en la cabeza. Me la enseñaron en el IPA, en relación a un personaje de ese nombre del Libro del Buen Amor. Parece que la endrina es una frutita frágil cubierta por una pelusita, medio como el durazno, y si se la toca se la marca.
Yo no soy ni española, ni medieval, ni mucho menos doncella, pero no puedo evitar sentirme endrina. Voy por la vida rebosante de moretones de variado tamaño y color. Hace un rato, por ejemplo, me descubrí uno en la pierna: gigante, como de siete por cuatro centímetros. 

Aviso esto por si me cruzan algún día y perciben alguna mancha sospechosa en mi anatomía: tranquilos, que no sufro violencia. Es solamente un caso extremo de torpeza doméstica. Disimulen.




Sábado. 6.30 de la mañana. Mensaje de wsp. 
_ ¿Vamos a la playa?
_ Mshhmmsí. 
_ Bueno. Salimos 7.30. 
Y aquí estamos. 

Se declara inaugurada la temporada de playa.





Historias mínimas

El viejo había tenido doce hijos con su mujer, doce hijos y todos de a uno, pero al parecer la docena no fue suficiente, o quizás la cosa le pasó sin pensar, de puro enamorado en tiempos de poco método anticonceptivo, vaya uno a saber. El caso es que existió un hijo extramatrimonial, al que algunas de las hermanas trataron y visitaron durante años hasta perderle el rastro. La esposa legítima, madre de los seis hombres y las seis mujeres que aparecían validados por la inscripción en la libreta matrimonial, era una señora dulce y angelical, flaquita y frágil, pura bondad y estoicismo. No sé bien cómo se llegó a enterar del affaire de su marido con la parda Tobinha, petisa y entrada en carnes, pero que lo supo lo supo. Cuentan las malas lenguas que cada vez que iba a aprontar el mate de la tarde la buena señora, sin que se le moviera un músculo de la cara, le pedía a alguno de sus hijos que le alcanzara la caldera tiznada del fuego, deformada por los muchos años y los muchos mates, diciendo:

_ M’hijo, hágame el favor, páseme la Tobinha, ¿quiere?




Me despertaron los truenos, cinco minutos antes de que el teléfono se pusiera a sonar. Había pensado bañarme y tomar un capuchino antes de salir de casa pero a juzgar por los relámpagos la lluvia era inminente, y decidí prescindir de todo protocolo higiénico o nutritivo. 
Salí con mi mochila cargada al máximo, saludé al sereno de enfrente y arranqué a patear hacia la parada a toda velocidad. Dos cuadras, necesito dos cuadras antes de que empiece el agua. Ya iba una cuando pensé en la pobre gatita, en el jardín. ¡Un momento! ¿La había sacado antes de mi siesta nocturna? ¿O estaba en el sillón y con el apuro mi la miré? Mmmh... 
Di vuelta. 
_¿La corrió el agua?- preguntó el sereno. 
_¡No, pero me olvidé de algo!- jadeé, ya sin aliento. 
La gata estaba en el jardín. Igual subí y miré que hubiera desenchufado el calefón, más que nada para disimular con el sereno. Volví a calzarme la mochila al hombro. Salí.
Dos cuadras, necesito dos cuadras antes de que arranque el agua. Los relámpagos eran enceguecedores. Pero llegué, y a los cinco minutos me subí al primer ómnibus que pasó. 
Íbamos por la Unión cuando empezó la revuelta de viento. Nunca había visto algo igual: desde mi asiento de adelante dominaba todo el panorama de 8 de octubre, y fui espectadora privilegiada de la Danza de la Basura. Cientos de bolsas, hojas, papeles y hasta botellas de plástico se arremolinaban frenéticamente, subían hasta la altura del ómnibus, se perdían en el horizonte. Una basura tan preocupante como poética, podríamos decir. 
La lluvia comenzó tres paradas antes de que me bajara. 8 de octubre se llenó de personas con capas de nylon de colores, la mayoría refugiada a la entrada de un bar o bajo el techito de una parada. Los truenos eran cada vez más intensos. Una vez en la calle corrí media cuadra y ya estuve en territorio protegido, con solo algunas refrescantes gotas encima y con la ropa seca. 

No sé por qué, pero me siento como si hubiera sobrevivido a un huracán. Debe ser que una a veces es un poco exagerada, especialmente cuando hay alerta naranja y sale de su casa en mitad de la noche. Debe ser eso.





La gata de mis viejos al atardecer cobra una extraña hiperactividad. Salta en el aire, corretea, persigue enemigos imaginarios. 
_ ¡Ya le dio la chiripiorca!- dice mi madre. 
_ Desde que la mordió la crucera el año pasado quedó así. - complementa el Cele- Pero no pasa nada, porque la sacamos un rato al fondo, se distrae y se olvida.
Mientras tanto el Gatón duerme en el galpón a partir de las seis y media, porque es un digno gato de esta casa y le gusta acostarse con las gallinas. Hoy ha andado todo el día medio extraño; parece que anduvo de pelea con el negro del fondo y ya le vimos un par de heridas pequeñas en el costado. 
Guaytica, Gatón y el Negro Enemigo no son los únicos que toman como propio el terreno de la casa: también anda en la vuelta una panzona de tres colores con collarcito rosado y a punto de parir, así como varios bebés, algunos de ellos siameses, que nacieron en la casa del fondo y vienen a jugar a la nuestra. Todavía no vi a los chiquitos ( ni falta que hace). 
_ ¿Y los tuyos qué hacen cuando ven a los gatitos? -le pregunto a mi madre- ¿Los corren o les da curiosidad?
_ Ni una cosa ni la otra: se meten para adentro en un segundo, muertos de miedo. 
Ah, sí. Para valientes, los de esta casa, vio...
Y así está el Mundo Felino en lo de mis viejos, estimados. El Cele es capaz de pasarse horas sentadito inmóvil para no molestar a Guaytica, que dicho sea de paso ya le ha destrozado un par de pantalones, amasando con sus uñitas mientras la tiene en la falda. 
Mundo Canino por ahora se compone de los tres divinos de enfrente a los que mi vieja alimenta durante la semana, cuando la dueña está trabajando fuera del pueblo, y también hay en la cuadra un Mundo Ave variopinto y colorido. En la calle frente a la casa ya he visto gorriones, horneros, tijeretas, benteveos, churrinches y cardenales, mientras que por el cielo dos por tres pasan garzas y otras aves enormes que no sé identificar. Mundo Ofidio por ahora no se ha hecho notar, en tanto que Mundo Humano se ha visto reducido a unas pocas interacciones, dado el carácter tormentoso de este domingo de lluvia y de viento. 
Y esto fue un reporte espontáneo de mi parte, desde el dormitorio B de la casa de mis progenitores. 
Así está el Lago, amigos.






Me tiro en la hamaca y el Gatón viene a hacer mimos. Cuando me olvido de él concentrada en la lectura salta hacia mi cabeza y me atrapa el pelo. Lo mastica un ratito, hasta que se aburre y se tira en la tierra a revolcarse.

Hoy vimos cinco tortugas muertas en distintos lugares de la playa. Algunas recientes, otras no tanto. Al llegar al pesquero mi viejo me hace una seña silenciosa y voy. Había una sobre la arena, asoleándose; no llegué a verla. Me quedo diez minutos en la orilla a ver si se asoma, pero nada. Cuando pegamos la vuelta la vemos metiéndose a la laguna; pasó por delante de mis narices, la muy ninja. Le deseamos buena suerte, la miramos un rato hasta que dejamos de percibir la mancha negra entre las olas y seguimos nuestro camino.

Luego de diez meses de ausencia ayer apareció el brasilero de al lado. Estuvo enfermo, con cáncer, pero ahora parece estar bien, y ya no es gordo sino “magro”, dice. Contrata a uno para cortarle el pasto y nosotros respiramos aliviados, porque el terreno es una selva y en las selvas suele haber alimañas. Hoy de mañana, por ejemplo, el señor que corta el pasto encontró cuatro criaturas entre la maleza. Unos bichos peludos, de un mes y medio más o menos. Invado el terreno del brasilero y el señor me pone uno de ellos en los brazos, uno negrito, que huele a perfume y ronronea. Miro a mi madre, que eleva los ojos al cielo y dice que no me preocupe, que son de unas gurisas que viven al fondo de casa, por la otra calle. Dejo al perfumado en el suelo y corre a reunirse con la madre adoptiva, una gata hermosa de tres colores y con collar rosado, a punto de parir nuevas criaturas laguneras.El hombre retoma el corte de pasto. Nosotros nos vamos a caminar.

En la playa algunas cosas han cambiado, pero poco. Ahora desde la orilla ya se divisa el castillo misterioso, que antes no se veía. Hay barrancas nuevas, la lengua de arena no ha vuelto a aparecer y el paso a la altura de los caños de la arrocera se complica un poco más cada verano.

A la vuelta paro a comprar agua en el almacén de la esquina. Ayer me desubiqué con un par de quindims de coco, es tiempo de compensarlo con una alimentación sana e hipocalórica. 
_Llevo esta agua. Eh... ¿qué son esos?
_ ¿Estos de acá? Son de maní con dulce de leche.
_ Ah... Dame uno.

Y bueno, es diciembre.

Ya vendrán dietas mejores




La mañana asomó gris, aunque sin lluvia; anduve cazando gatitos con el celular y solo pude atrapar a uno. Con los perros fue más sencillo, pero su efusividad me descolocó un tanto; terminé cayendo en el jardín, sobre un murito, a resultas de lo cual seguí por la vida con dos agujeros en el traste de la calza. Igual acá nadie se fija, o eso quiero creer. 
Antes de ir a la playa pasé por la ferretería a comprar Piracalamina porque hace dos días me picó un bichito invisible en un dedo del pie y lo tengo un tanto hinchado y rojo. Sí, en la ferretería venden Piracalamina y todo tipo de medicamentos, además de dulces del Carioca y libros del dueño, que firma con sus dos apellidos para darse dique con que es pariente de Benedetti. Lento, el comercio en la laguna, hay que venir munido de una carga de paciencia que no se consigue por mis pagos. 
En la playa, cero gente. Anduve juntando cosas que trajo la marea: caracoles, pequeños juguetes, gomitas de pelo, una pulsera. También vi un par de anzuelos en buen estado, enredados en una tanza, y los dejé como estaban (bien por no hacer que sean útiles de nuevo y mal por no tirarlos a un tacho, lo sé, lo sé). Hice un par de mandalas, los dejé en la arena y empecé a volver con las primeras gotas, pero como la cosa no pasó de ahí decidí cambiar de playa y arranqué para el lado de la Virgen de los Pescadores. 
“Esa zona está llena de víboras”, les había dicho un viejo a mis padres hace un par de días, así que anduve con cuidado. Una cigüeña estaba inmóvil en el agua, cerca de la orilla. Me miró un segundo y volvió a concentrarse en la pesca, que se ve que no se estaba dando muy bien, porque estuve unos quince minutos y nada. Fui para un costado y me llamó la atención que justo en ese momento arrancó un concierto de insectos a unos tres metros, entre el pasto. Me están avisando que anda una víbora, pensé, porque es sabido que insectos y pájaros alertan de la presencia de los enemigos ofidiosos. ¿Dónde estará la bicha? ¿Será grande o pequeña, culebra o crucera, pacífica o agresiva? ¿Le sacaré una foto o mejor la filmo en video? La respuesta no es ninguna de las anteriores: cuando la vi en el pasto, de color verde oscuro, a un par de metros de mí y con la cabecita levantada, salí corriendo como alma que lleva el diablo o como fóbica que se encuentra con su peor pesadilla. 
A partir de ese momento abandoné mi faceta NatGeo y dediqué el resto de la mañana a filmar cardenales y churrinches, que son bichos no reptantes y sin lengüita bífida, que yo sepa. 
Lo mío no es la aventura. 

Fui hasta la rotisería de la esquina, compré un quindim de coco y volví para la casa.





Autos llamativos, tierra, calles de adoquines, perros gordos, casas de colores.
Rapaduras, cocadas, bolas de geleia de abacaxi, de morango, de pessego, tés de maracujá, galletitas rellenas, chocolates, quindims, Nescafés, Amanditas.
Reales, acentos raros, palabras que acaban en enchi, ropas de colores, gente haciendo ejercicio, ojos claros, sonrisas. 
No es un puente lo que separa Río Branco de Jaguarao, ni un río ni una hipotética frontera política; son dos mundos distintos.

Visito ambos universos en una hora y media enloquecida y termino sentada en la agencia de Núñez, donde mi celular hambriento encuentra un enchufe que calme momentáneamente su ansiedad. Vuelvo a casa con la mochila llena de calorías. Sé que también constituyen un ansiolítico momentáneo, pero, bueno, nadie es perfecto. No son unas rapaduras lo que me separa de mi peso ideal; es un supermercado entero.


¿Autorregulación, conducta, dígale No a lo dulce? Sí, sí: el año que viene empiezo. El año que viene. Creo.





Ella es muy rubia, muy trajecito azul, muy botellita de Coca Cola en la mano. Subió en la terminal de Minas y cometió la terrible herejía de despertarme de mis únicos dos minutos de sueño del viaje, solo porque mi mochila ocupaba el asiento que ella quería, pese a que había otros libres más atrás. Ahora voy apretada, porque la mochila post Yaguarón es gigante y pesada, o sea que miro de reojo a la rubia, la odio en silencio y voy pegándole mentalmente con un martillo de plástico, por desubicada. Además el novio la acompañó a tomar el bus y los dos se pasaron despidiendo por teléfono. Diez minutos. En vez de mirarse, miraban la pantalla del celular y sonreían como tontos. El guarda le preguntó dónde baja y ella dijo que en Cufré. Vamos por 8 de octubre... Ah, entonces en la terminal.

Háganme caso: no me despierten del primer sueño de la noche, o les voy a tirar mala onda hasta que llegue a mi casa, me dé un buen baño y me prepare un café para acompañar las delicatessen con gusto a coco que traigo do pais irmao Brasil.


Están avisados.





¡Hoy nos INSPIRAmos!

Este mediodía, en la Sala Idea Vilariño de la Torre de Telecomunicaciones, tuvo lugar la tercera edición de INSPIRA, el evento a través del cual el CES brinda un reconocimiento a sus estudiantes destacados del año. 
Eran gurises de muchos departamentos, tanto de ciclo básico como de bachillerato, que vinieron con sus padres y profesores. Múltiples disciplinas fueron aplaudidas en la jornada: jóvenes destacados en deportes, teatro, literatura, ciencia, robótica, acciones solidarias, entre otras. Mas de cien estudiantes recibieron el reconocimiento por su labor, así como muchos de los docentes que los acompañaron en sus proyectos. A todos les regalamos una mochila con útiles escolares y libros de lectura recreativa, y un llavero re lindo para los profes. Terminamos a puro hip-hop, y quedamos todos diciendo "aaaaah!!!, impresionados. ¡Una fiesta!


Ah... ¿no lo viste en la prensa? Qué raro... ¿En serio?




Escena montevideana de verano en primavera

Cuando subí con mi caja de sandwiches de La Nueva Barcelonesa al primer ómnibus, el chofer hizo una broma al respecto: que qué bien, que justo era su cumpleaños, algo así. El segundo, en un 100, directamente estiró la mano y dijo que él me la guardaba. Era un flaco castaño con cara de pícaro. Me reí y arranqué derechita hacia el asiento con mayor porcentaje de sombra que pudiera encontrar en esta tarde de horno prendido fuego. 
Cuando me disponía a bajar nos miramos; él adoptó un aire indiferente de hombre mirando al horizonte y puso la manito. 
_ Pah, yo te daría un sandwiche, pero te faltan servilletas, viste... No va a poder ser...- bromeé.
_ Mirá, no me pelees, porque ahí abajo- dijo señalando una zona de bolsos y cosas al costado del asiento- tengo servilletas. 
Abrí la caja.
_ ¡Servite!
Me miró azorado; aquello era una broma, no un mangueo.
_ No, no, nada que ver. 
_ Servite uno- insistí.
_ ¡Bueno!
Y me bajé, con unos gramos menos de peso en la caja, pronta para enfrentar la inclemente caminata hasta las alturas del barrio, vulgo, mi calle. 

Montevideo seguía siendo un horno, pero no importaba, porque el diálogo con un desconocido acababa de refrescarme el alma.





Mediodía de calor alienante. 
Subo a un 404 que viene sin personas paradas y con un solo asiento libre, junto a la puerta del fondo. Me instalo en él, mientras dos cantores folklóricos con guitarras se paran en el medio del coche a asegurar que “yo voy a seguir cantando, verdad mi vida, para gritarte otra vez”, o algo parecido.
La mujer a mi lado, contra la ventanilla, va concentrada en su teléfono y yo me meto en el mío, que no miro desde que salí de casa hace como seis minutos. Dos paradas después pide para pasar, me mira, toca mi brazo y pega un grito:
_ ¿Pero por qué te sentás al lado mío y no me saludás, Mariela Rodríguez?
La miro: mi amiga Marita. Empezamos a reírnos por el mutuo despiste, charlamos un minuto y ella se baja. Una historiecita mínima, después de todo. Pero no. Nada de mínima, porque allá lejos, medio escondido en el fondo del alma, a ambas nos corre un pequeño chucho. Un chuchito, algo que no llega a ser miedo y se queda en inquietud, germen de angustia, desasosiego. 
Estamos dejando de percibirnos en vivo. Para mí ya hay amigos, parientes o alumnos que registro más con el nombre de facebook que con el de nacimiento. Del otro nacimiento, digo. Nombres que me hacen pensar automáticamente en una foto de perfil, sea un retrato, una mascota, un objeto. Cumpleaños, excepto ocho o diez, solo si esto me lo avisa. ¿A ustedes no les pasa a veces que mantienen dos diálogos a la vez con una persona, por acá y por wsp, por ejemplo? ¿Y no sienten que son dos sus interlocutores? ¿O solo yo estoy al borde de un abismo de despersonalización general e irrestricta?
Reflexiones de viernes a mediodía y a temperatura de horno, estimados. El recorrido del 404 es interminable, y voy hasta el destino. 

No me juzguen.





El señor es un poco más joven que mis viejos, vive en la cooperativa desde el principio, es un tanto panzón y de bigotes. Una suerte de Mario Bros del barrio, pero sin los saltitos. Es muy serio, en las asambleas nunca hace kilombo, y siempre me ha caído bien. Una especie de abuelito bueno, el señor. Me lo cruzo hace dos minutos, camino a los mandados. 
_ Buenos días, joven- me dice. 
Ta. Listo. Ya no me cae bien. Ahora lo amo. 

Y sigo rumbo al Disco, con paso gimnástico y sonrisa en los ojos, como caminamos los jóvenes que estamos de vacaciones bajo el sol de diciembre.





"Memes para que regrese tu papá", se llama un grupo de facebook que comparte chistes sobre hijos que esperan eternamente a sus padres. No hablan de padres muertos, sino de aquellos que se han olvidado de los hijos. "Abandonaditos" es el lema que aparece en la foto de portada, y verla y recorrer la página me produce una extraña mezcla de sensaciones. Es espeluznante percibir la cantidad de gurises (y no tanto, pero esta es una página para adolescentes) que sufren la falta de su viejo, pero a la vez resulta sublime ver cómo la pelean desde el humor, creando y compartiendo contenidos a través de los cuales reivindicar su valor como individuos, más allá de ajenas decisiones. 
En estos días medio de casualidad (o no tanto) he estado hablando con amigos de mi generación sobre el tema de la paternidad desde distintos roles: algunos se quejan de haber tenido padres demasiado estrictos (cerrados, en algunos casos), otros están preocupados por la decadencia paterna propia de la edad, angustiados por los reclamos y las críticas de los hijos adolescentes, asistiendo al abandono de los gurises por parte del hombre después de la separación de la pareja, en fin, todos los ángulos posibles. 
Yo no tengo hijos, y con mi viejo me llevo y me llevé siempre espectacular, pero el tema, de una u otra manera, nos toca a todos. Este año, por ejemplo, en una clase de lectura de textos propios en un quinto año, una gurisa se pasó los primeros minutos en un costadito, escribiendo frenéticamente en su cuaderno. Después me pidió que lo leyera: era una carilla manuscrita, que planteaba de modo desgarrador el dolor por la ausencia del padre. Mientras yo lo iba leyendo ella se sentó al fondo de la clase, en el piso, a llorar en silencio. Le di un abrazo, dije alguna cosa... Nunca alcanza. 
Y ta, era eso. Un tema más para pensar cómo trabajar desde la clase de Literatura, en la medida de las posibilidades, que no son muchas pero algo son. Me alegro mucho de no haber elegido ser profesora de Geografía (que era mi opción primera) o Química (que era la 2), aunque igual el tema sale de cualquier manera, en cualquier clase, en cualquier charla. 
Seguimos pensando. 

No queda otra.




Esto no es un lanzamiento de cohete espacial, aquí no hay técnicos supervisando las acciones, ni countdowns, ni periodistas, pero que hay un sistema de fases cuidadosamente preparado y que se verifica día por día, hay. Yo creo que en tantos años de repetir rituales estoy en condiciones de conocer las reglas básicas que todo gato aprende de su madre desde el momento del nacimiento, o quizá desde la concepción misma. 
Comparto el aprendizaje de toda una vida, Humanos. Espero que les resulte de utilidad.

1. El reclamo sonoro debe ser iniciado al instante mismo en que el Humano abre alguna de las persianas del Refugio.
2. De no recibir respuesta se procederá a incrementar el volumen de la vocalización y, en caso de extrema indiferencia, a modular la queja lastimosa (suerte de ronquera asordinada que sugiere un desgaste de las cuerdas vocales motivado por la falta de respuesta del Humano que administra el Refugio).
3. Una vez adentro, la vocalización se realizará mirando alternativamente al Humano y al platito del atún, procedimiento que se acompañará de maullidos desesperados hasta el momento en que se sirve el alimento.
4. Una vez lamido el juguito del atún se procederá a retomar la demanda sonora. Se sugiere poner cara de incomprensión cuando el Humano diga cosas como "pero el plato está lleno, ¿qué pretende usted de mí?". 
5. En caso de recibir pastillitas, comer tres por vez será suficiente. A continuación, reiniciar maniobras vocales hasta que el Humano se ponga de pie y reagrupe el alimento. Allí se podrán comer otras tres piezas, y así se proseguirá durante un tiempo promedio de cinco minutos.
6. Mirar al Humano hasta que le duela, traspasarlo con las pupilas, perseguir cada uno de sus movimientos. En general los individuos de esa especie no resisten más de un minuto siendo observados con fijeza por el Felino a su alcance. 

7. En último caso (medida extrema), si la Mirada Fija y la Vocalización Nivel Alfa no resultaren suficientes, siempre se podrá acudir a refregarse contra el pie o la pierna del súbdito alimentador, acción que por lo general recibe como respuesta la inmediata puesta de pie del Humano y la consecución de los fines del Felino. Se sugiere reiterar el protocolo una vez por la mañana y otra por la tarde, por lo menos.




Un grupo de antropólogos forenses trabajó en la identificación de los cuerpos de los caídos en Malvinas, algunos de los cuales seguían como NN en uno de los dos cementerios a los que fueron a parar. La hermana de uno de esos soldados cuenta cómo vivieron ella y su madre el proceso, en el cual finalmente fueron informadas del paradero del caído, que tenía 19 años al momento de morir. Encontraron pertenencias, pudieron saber dónde estaban sus restos, al fin. Cuando se lo comunicaron la madre dio un grito. 
_ Mi hijo nació de nuevo- fueron las palabras de la viejita. 

No puedo dejar de llorar mientras me preparo el almuerzo, y eso que esta vez no estoy cortando cebollas.





No suelo sacar fotos en el teatro, pero hoy vi una muestra tan excelente que no pude evitarlo, y además como era al aire libre me pareció que el celular en silencio no jorobaba demasiado. 
Deconstrucción Quiroga, de Implosivo Teatral, en el patio de Arquitectura, con un viento tan imponente que en cierto momento llegó a volcar algo (una taza, una jarra, no sé) de encima de la mesa. En una de las últimas escenas los personajes comen hojas de lechuga, que el vendaval fue haciendo volar por el patio. Algunas aterrizaron en el estanque y fueron de inmediato devoradas por misteriosos peces recolectores de hojas verdes, que en la oscuridad no divisamos pero deben ser gigantescos a juzgar por el revuelo de aguas que causaban sus irrupciones. 

Salí de la muestra flotando, entre el gusto por lo que había visto y la fuerza del viento correteando a sus anchas por Bulevar Artigas. Por suerte no me volé, porque previsoramente había comprado a modo de plomadas unos bombones de coco y de yema quemada en la feria de Ideas+, un rato antes. Mariela: inteligencia




No termino de llegar a la parada cuando escucho sirenas y veo pasar un ómnibus de Núñez que corre por Camino Maldonado raudo, veloz y sin destino escrito.
Miro a mi alrededor: sonamos. Otra vez caí en la marea de uniformes amarillos y negros rumbo al Estadio. Extraña capacidad la mía de coincidir con el bus de los jugadores y el momento de mayor concentración de la hinchada de cada domingo. 
Por ahora van todos tranquilos, al menos en el COPSA que me tomé tras dejar pasar tres o cuatro buses cuyo nivel de festejo anticipado superaba los límites de mi tolerancia sonora de domingo. Pero a la vuelta... 
Indiferentes, temblad. 

O tomaos un taxi. 




El señor tiene unos pocos años más que yo; viaja en su bicicleta muy prolijito, con chaleco reflectante y sombrero para el sol de dudosa utilidad a las diez y media de la noche. 
El señor va por el medio de la calle, y hace dos minutos acaba de nacer de nuevo gracias a una poderosa frenada de mi ómnibus, que nos desestabilizó primero y despertó un unánime grito después, cuando lo vimos casi bajo nuestras ruedas. 
El señor continúa su camino por la mitad de 8 de Octubre, tranquilo, como si nada. 
Nosotros volamos sobre el asfalto. El chofer viene a puro Redondos y se ve que se le metió un espíritu de misa ricotera en la sangre, porque acelera y frena todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo. 
Yo tarareo en voz baja. 
Noche de sábado de verano en Montevideo: cada loco en su mundo, o en su pequeña isla, por lo menos.


Violenciaaaaa es mentir...





La fotógrafa toma una hoja de papel de la mesa, y lee. Lee despacio. Me molesta que vaya desgranando las líneas como si fuesen párrafos, hasta que entro en su ritmo y comprendo que cada pausa tiene una cadencia musical que es la suya y no la mía. Me dejo llevar. Habla de la fotografía, describe imágenes que nunca vemos con los ojos, reflexiona, actúa, hipnotiza. Siempre en presente, frases cortas, palabras sencillas, conceptos complejos. De vez en cuando levanta los ojos y mira a alguno de los ocho o diez que la escuchamos de pie o sentados en el piso, en un cubículo pequeño absolutamente blanco, una suerte de isla rodeada por voces y pasos de personas que tampoco vemos. Hay tres cámaras fijas que proyectan al exterior la imagen y el sonido del adentro. La performance dura una hora, y los fieles asistimos a la ceremonia en silencio y sin mirarnos. Ella continúa tomando una por una las 18 hojas que ocupan perfectamente todo el espacio de la mesa iluminada desde abajo. No sigue un orden aparente pero sabemos que ningún detalle es aleatorio. Hace pausas. Parece escribir algo con un lápiz. Mueve un lente de cámara que está sobre alguna de las hojas. Continúa. Cuando termina la lectura camina dos metros hasta la puerta y se va. No la aplaudimos, como no se aplaude a un sacerdote después de la liturgia. Poco a poco nos vamos levantando, y abandonamos la sala.
Voy a otro sitio, lleno de voces y ojos. Manos con celulares, mozos sin sonrisas. MIro a un costado: hay una foto esperando. Me entrego. Un segundo después la silla se ocupa y la foto desaparece. 
Y así todo.





Ya el hecho de que ayer me apareciera en el blog de Literatura en Obra un comentario de Homero Simpson en la información de Romancero me sonó un poco raro, pero, en fin. Que su comentario fuese de una sola palabra: "Incorrecto" no me mereció ni dos segundos de consideración: hay loquitos sueltos por todos lados, y estamos en época de examen. pensé. 
Hoy me llega otro comentario, esta vez no de Homero Simpson, sino de origen desconocido: "no te pongas la gorra pinguino que te vamo a caer con todo lo pi volves a judiar al gatito y te prendemo fuego"

O sea.

Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución del acertijo? ¿En qué página está?


Yo solo sé que no sé nada.





En primer plano, la Facultad de Derecho, imagen emblemática de la UDELAR, con las escaleras y el piso sucio por los festejos de los que acaban de recibirse.
Al fondo, flanqueadas por globos de colores, las carpas de una feria de Huertas Educativas, proyecto universitario que trabaja motivando los plantíos orgánicos en las cárceles. En este caso, con la de Punta de Rieles, uno de cuyos presos está hoy en salida especial para trabajar en la feria atendiendo al público, con un par de policías sentados discretamente a sus espaldas. 
Derecho y cárceles. Universitarios trabajando por la inclusión, presos aprendiendo algo más que una salida laboral, y en el medio nosotros, sorprendidos transeúntes en el mediodía de 18 de julio. 
Vuelvo a mi casa cargada con las compras, esparciendo efluvios de albahaca, menta y ciboulette en el no muy aromático ambiente del 110. 

Está saliendo el sol. Un poquito.





Una tiene examen hoy en el IAVA. 
Una se duerme.
Una de todos modos desayuna, aunque signifique salir tarde de su casa. 
Una toma lo primero que pasa.

Y aquí voy, en un COPSA viejo como mi abuela, que rechina aunque esté detenido, que tiene un andar medio saltadito y unos asientos duros que han conocido mejores siglos. Saludos desde 1939. Con suerte, quizás llegue para el último examen de diciembre.





Entro a leer una reseña en Ñ: “Cuatro estaciones en Pekín”; parece interesante. Tras el texto, los típicos enlaces para que una siga leyendo y no vuelva nunca al mundo real. Vicho los primeros titulares: me proponen convertirme en una máquina quemagrasa con solo 10 minutos al día, aprender un idioma en 3 semanas o mejorar mis ingresos trabajando dos horas diarias. 
Yo no sé que estoy haciendo aquí, en este 300, donde en vez de quemar grasas debo escuchar ofertas de tabletas de chocolate a 2 x 20, donde el único idioma que se habla es el de la guarda que atomiza al chofer pero no se entiende desde mi asiento, y donde en vez de generar ingresos estoy gastando $29 por hora. 
No sé lo que estoy haciendo, repito. Y sigo leyendo, mientras pienso que así no voy a ser nunca como “Tini de Boncurt, espléndida a los 67”. 
Solo unos pocos elegidos pertenecen de verdad al gran mundo...
Sigo mi viaje en el 300. 

(No le cuenten a Tini de Boncurt)





2.53: despierto escuchando un sonido inesperado: llovizna. Dejé a la gata en el sillón y la ventana abierta, por si quiere ir al baño. Me levanto a cerrarla. 
2.55: la criatura demandante hace honor a su principal característica. No encaro sacarla ni cerrar la ventana, porque llueve pero poco, así que la dejo comiendo y vuelvo a mi cuarto. 
3.07: Llueve a baldes. Bajo. Cierro ventana. Vuelvo. Me acuesto. 
3.20: Concierto en Gato Menor Número 5. 
3.24: Bajo. Muestro a la felina que el plato sigue lleno de alimento. Ella parece sorprendida ante la constatación, y se queda comiendo, contenta.
3.35: Nueva Cantata en Miau Mayor frente a mi puerta. Dudo si sacarla al patio (donde llueve pero hay techito), hacer oídos sordos o bajar y volver a mostrarle que tiene comida en el plato. Mi capacidad de razonamiento resulta a esa hora bastante menguada; bajo, me tiro con ella en la alfombra y le hago mimos, sin llegar a resolver el dilema ventana abierta/ gata afuera. Al fin, suspiro, me hago una nota mental (“volver a habilitar el baño felino de interior”) y me acuesto. Otra vez. 
3.47: Apocalipsis Now al otro lado de mi puerta, parece que la estuviera matando de hambre. Nueva mota mental: menos mal que no hay vecinos al lado, por ahora. 
3.55: La lluvia casi ha parado. Qué lindo el patio del frente, ¿verdad? Chau, chau, hasta luego. Bye. 
4.14: Bzzz... bzbzbz... ¡Socorro! El Primer Mosquito del Verano, también reclamando mi atención. Nota mental: maldito bicho del demonio, ojalá te mueras o te quedes afónico, por lo menos. Bzzz... Bzzzz...

Arbolito: hogar de seres demandantes. 

Menos mal que traigo café en la cartera.




Primero pensé que mi hora de ir a caminar por la rambla (405 mediante) no fue totalmente afortunada, toda vez que mi barrio y ciertas avenidas parecen haber sufrido una mutación genética que ha teñido a las personas de pies a cabeza de amarillo y negro. Pero los mutantes no andan con espíritu de interactuar con los que portamos otros colores, es decir que no va a haber inconvenientes (al menos por ahora, y según cómo les vaya). 
Después me di cuenta de que el chofer del bus iba oyendo a Petinatti, que es una voz chillona que dice y repite hasta el hartazgo que quiere darle una mano a la gente, pero bueh, traté de hacer oídos sordos y sobrevivir. Es un poquito difícil, pero se logra. 
Ahora veo el reflejo de mi ómnibus en un comercio y constato, azorada, que un cartel enorme en su costado está dedicado a promocionar papas fritas con gusto a huevos fritos. Papas fritas con gusto a huevos fritos. Papas fritas con gusto a huevos fritos!!!
Listo. Todo mal. Hoy no es mi día de suerte. Capaz que voy a Tienda Inglesa y todavía tengo que pagar lo que compre, en fin. 
Todo es posible.





102 lleno de las diez de la mañana. Frente a mi una mujer amenaza todo el tiempo con bajarse y no lo cumple. Al lado, otra, que juega algo en el teléfono y hace gestos de desaliento con caras y manos cada tres minutos, promedio. Más allá, al fondo, un péndex de gorrito viene oyendo a volumen alto unas cosas horrendas con aire reggetonero. Llegamos a 18 y el coche no se vacía, no se vacía. Hace calor. Estoy yendo al trabajo. De pronto leo un titular: “Roger Waters tocará por primera vez en Montevideo en 2018”, y se acaban las señoras molestas y los reggetones insufribles, pienso que la vida es bella y oscilo entre reírme sola, lagrimear de la emoción o salir corriendo a hacer cola para sacar mi entrada, porque parece que la cosa es en febrero y no es cuestión de arriesgarse.





¡Sunescán! ¡Daluna buso!
¿Una pera 30$? ¿97 medio litro de yogurth, 82 unos brotecitos de soja? ¿Pagué 493 $ por estas pocas compritas vespertinas, saludables y vegetarianas? ¿En serio?
No. No pagué. 493 es lo que decía el ticket, pero yo no gasté un peso, porque fui sorteada para mi compra gratis, la la la la!
Exacto, estimados. Este no era un post de queja sino de baboseo: gané, gané, gané! 

Lo bueno por cero, en Tien-dain-gleeee-sa! 🎵




En esta última semana se han conjugado dos revoluciones en mi vida de cooperativista: un amigo se mudó a una cuadra y abrió un bar en la esquina que es rico, barato y tranquilo. 
¿Qué? ¿Parece que estoy contando algo bueno? No, no, no, al contrario, todo mal. Alerta roja.

_ En qué andás? ¿Cenaste? 
_ No...
_ ¿Vamos hasta el bar?
_ ¡Vamos!

"Vamos..."
¡Vamos a llegar al verano rodando por la bajada de la cooperativa! Este es un camino de ida. 
Recuérdenme como era hasta el mes pasado, ta? 

Fue un placer.





El 103 aparece lleno de hinchas de Peñarol, no hay uno que no venga de amarillo y negro. Me preparo para un viaje de cánticos, saltos y olor a vino, pero no. Todos vienen tranquilos conversando, y cuando suben dos viejitos enseguida les ceden no dos: tres asientos, por si acaso. Hay parejas, muchachos veinteañeros, señoras cuarentonas. Cada uno en lo suyo. 
Derribando mitos, versión dominguera.

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la viiiida, ay, dios...





En el segundo ómnibus del domingo asisto a una escena de gritos y pataleta infantil a un nivel nunca antes logrado. Un niño hace una escena tal que parece que alguien lo estuviera carneando. La madre le habla, le habla tranquila, pero el nene parece poseído. Como será la cosa que hasta el chofer intenta hacer que se calle, sin éxito alguno. Rubiecito, de unos 3 años. Grita al menos desde que subo en 8 de octubre hasta que se baja, en Rivera. Al fin, al rato largo, comienzo a entender qué le pasa: quiere ir sentado solo y la mamá no lo deja. El niño grita, grita, y le dice “tonta de mierda”. Recuerden este nombre: Valentín. Todas las personas lo miran. Nunca vimos algo igual. Su nombre, repito, es Valentín, y de santo no tiene nada. Si lo ven en una clase de aquí a diez años, tiemblen. Y corran.





Hay regalos que te alegran el alma, que te ilusionan, que superan todas tus expectativas,pero también están los otros, ante los cuales no sabés bien cómo reaccionar y solo atinás a disimular un poco para que quien te lo dio no se sienta demasiado defraudado.
Tal es lo que ocurre cuando te despiertan maullando a las tres de la mañana y te hacen salir al patio del fondo bajo la llovizna para mostrarte un pajarito muerto que han cazado para ti, por ejemplo.
Qué he hecho yo para merecer esto, pensás, mientras tirás al pobre bicho para el patio del frente, porque no estás segura de que esté muerto del todo, aunque tiene toda la pinta, pero por las dudas.
La dadora de obsequios se queda olfateando las tablas del sitio donde depositó su ofrenda, y no parece comprender cómo me he hecho cargo del banquete sin invitarla, pero estas no son horas de andar dando explicaciones, y me vuelvo a mi cuarto esperando no ser sorprendida por más presentes, por lo menos en lo que queda de la noche.





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