Es cosa harto sabida que la gente de campo en el pasado se
tomaba su tiempo para inscribir a los niños que iban llegando al mundo. Las
oficinas del Registro Civil solo estaban en las ciudades o pueblos importantes
y a veces llegar hasta allí costaba tanto trabajo que de vez en cuando se
salteaban un botija y anotaban dos de un saque.
Mi viejo, por ejemplo, era de
Sierra de Ríos. Nació el 6 de abril de 1940, fue el sexto o séptimo hijo de la
docena que tuvieron mis abuelos, pero en su documento figura con una fecha de
nacimiento de junio, como mellizo de su hermana Élida, que es de 1941. Otro
caso fue el de mi bisabuela Eleodora, quien nunca supo a ciencia cierta cuántos
años tenía porque la anotaron de grande y parece que un poco macanearon con la fecha de nacimiento, según ella decía.
De todos modos no creo que nadie
iguale a mi abuelo materno en esto de no darle mucho corte a las formalidades
de la ley al anotar gurises. ¿Para qué dejar a la mujer y la criatura
solitas y hacer un viaje al pueblo, si él tenía pluma fuente y sabía escribir?
Y ahí está mi tía, la mayor, inscripta por él mismo en la primera hoja
correspondiente a los hijos de la Libreta de Matrimonio. Claro que ni existe un
departamento llamado “Serro Largo” ni la localidad era “Aseguá”, pero esos son
minucias sin importancia. Lo que sí que no le dio el renglón para
escribir el apellido y lo tuvo que dejar en la inicial, pero eso era otra cosa
inútil; él y Viterba sabían perfectamente que el apellido era Barreto, y ya se
encargarían de enseñárselo así a la criatura a su debido momento.
La funcionaria encargada de
iniciar el trámite de sucesión, tras la muerte de los dos viejos, no daba
crédito a lo que veía.
_ Este hombre tendría que haber
ido preso; lo que hizo se llama adulteración de documento público.
_ Mire, señora, ese hombre capaz
que hizo lo que no debía, pero ya está muerto y enterrado, así que ahora no
vamos a andar complicando las cosas por asuntos del pasado._ le respondió mi
vieja, que en eso del respeto a las normas escritas es bastante parecida al padre.
Me quedo pensando si no habrán
hecho algún zafarrancho similar conmigo y si no será que en verdad tengo diez
años menos de los que figuran en mi cédula. O doce. Pongamos quince. Por ahora.
Jajajajajajajajajaja, me tenté. Qué capos, Dios mío. No puedo creerlo! "Serro Largo" Ay. Las historias familiares son las mejores. ¡Espero ver más como estas!
ResponderEliminarHay material para varias historias más, y cada vez que le pregunto a mi vieja me cae con otras. Lástima que no me deja escribir sobre hechos recientes "porque la gente se ofende", jaja!
EliminarMuy bueno, los "fuera de la ley" siempre son un jugoso material.
ResponderEliminarAhora que lo pienso, yo la veía muy joven para ser dos generaciones menor a la mía en el 30...
Eh... no sé usted, Vela, pero yo fui al liceo 30 ya en plena democracia, ahí, en Rivera y Propios...
EliminarYo sólo fui al glorioso original de 8 de cotubre... en dictadura, claro... :(
ResponderEliminar