Vistas de página en total

lunes, 7 de julio de 2014

Crónicas de bus: julio





Crónica comparativa

   El guarda de la CITA, al chofer:
   _ Yo cuando voy a San Gregorio me siento acá a la 1 y me bajo a la 1 de la mañana. Llegamos a San Gregorio siete menos diez y volvemos a salir a las siete. Llego a mi casa a las dos de la mañana, y al otro día lo mismo. Claro, trabajo dos días y descanso dos, o tres y tres.


   Primero me da lástima, pobre hombre. 
Después pienso que lo más común es que yo esté trabajando mucho más de 12 horas por día entre clases, corrección y preparación, y no tengo días libres entre semana para compensar.
   Mejor no rumiarlo mucho más, por las dudas.




Crónica de sorpresas matinales

1. Me hice un té de limón y cuando fui a tomarlo había un cadáver sobrenadando su superficie. Un mosquito. En julio. Desubicado.

2. Miré una parte de la alfombra del living que hace un par de días que percibo más oscurecida que de costumbre. Era un vómito felino con detalle de pasto decorativo en el costado.

3. Hace calor, el 405 llegó conmigo a la parada y voy sentada, mientras el chofer escucha un informativo a bajo volumen y varias personas conversan animadamente. Una que va parada a mi lado habla sola y dice al aire cosas como: "qué cansera! Me duelen las piernas de tanto correr!", pero opto por no escuchar la indirecta, porque es más joven que yo y mi tendinitis me pone una barrera infranqueable ante la posibilidad de heroicos actos de generosidad tan insólitos como una cesión de los derechos de asiento a las 7 de la mañana.




Crónica colada porque no es de bus

Ayer mientras charlaba por celular con una amiga tuve de pronto una idea inquietante. Iba en un ómnibus, zafando del apagón que dejó a oscuras y con frío a media ciudad, cuando tomé conciencia de que la batería de mi teléfono estaba en las últimas, y si bien podría por una vez dejarlo morir y quedarme sin sus funciones de mensajero, fotógrafo y mini computadora portátil, había una para la que dependía pura y exclusivamente de él: la de despertador.
¿Qué pasa con la alarma si el aparato se desmaya durante la noche? ¿Suena igual?
Ya había decidido pedirle al sereno que me tocara un timbrazo a las 6 antes de irse cuando el corazón me volvió al pecho al bajarme en mi parada y ver que la Santa Electricidad era de nuevo con nosotros. El teléfono sonaría a la hora indicada. Y lo hizo.
El pequeño detalle de que yo me durmiera y despertara 30 minutos más tarde ya es parte de otra historia.



Crónica de pros y contras

_ ¡A ver, señores, pasando por el pasillo! En el fondo hay un asiento libre. Todos queremos ir a trabajar, un pasito más, por favor. Tiene tres filas el coche. Pasando por el medio que hay lugar. El asiento del fondo sigue libre, ¿quién lo quiere? Lo rifo. Vamos, ayudamos un poquito más que a esta hora nadie va a pasear... Ayudamos un poquito más y llegamos todos. Gracias, muchas gracias, ¿eh?
El guarda del 316 hoy va muy inspirado y se lo ve vocacional. Lástima que su alegría contrasta con la música del Numa Moraes que va cantando una tristeza ochentosa de familia numerosa y adioses varios, pero para ser miércoles no empezamos tan mal la jornada, e incluso alguien silba y otro tararea la canción, sin contar con que a estas horas no hay vendedores ni cantores de bus, lo que no deja de ser una ventaja.



Tipología del pasajero de bus a las 7 a.m.

EL GRITÓN: atiende el celular cual si estuviera cabalgando al viento en las sierras de Minas, enterándonos de todo su (generalmente soso) panorama pasado, presente y futuro.

LA LENTA EN PREPARATIVOS: comienza el apronte para bajarse dos paradas antes provocando inútiles esperanzas en los que están de pie, quienes disimulan y evitan correrse hacia atrás porque saben que el asiento (un día de estos) va a quedar libre.

LA VOLUMINOSA INCOMPRENSIVA: pide permiso y espera que la palabra mágica le abra un tunel de cristal hasta la puerta. "Me permite descender?" pregunta con tono de queja, como si con eso todo el mundo se debiera reajustar para abrirle camino.

EL DUDOSO: va de pie y tirado para atrás oprimiendo a la pasajera que tiene a la espalda, pero nunca queda claro si es un maleducado o un baboso.

LA MADRE EJEMPLAR: sienta a su nene y se queda de pie a su lado todo el trayecto trancando al resto del pasaje mientras pone una cara de abnegación y sacrificio onda Madre Teresa de Montevideo.

YO: escribo frenéticamente en un celular viejo y con las teclas medio borradas a fin de olvidarme del hecho infausto de que este viaje es solo el principio del lunes de una semana sin feriado.






Crónica de lunes

Voy hacia Pocitos en un 316 lleno de personas silenciosas. Ningún diálogo, ni siquiera circunstancial, quiebra este mutismo de bocas apretadas y ojos que miran al vacío. No suenan celulares. Se oye lejana la radio que escucha el chofer con un informativo matinal. Quedan asientos libres y los pasajeros no se sientan. Hay humedad pero nadie cierra las ventanillas abiertas.
Voy hacia Pocitos en un ómnibus serio, callado, circunspecto.
También yo voy seria y mirando al vacío, mientras asumo de a poco que mis vacaciones de julio en pocos minutos ya son historia.
Maldita relatividad del tiempo.
Einstein debió ser profesor de Secundaria.


Crónica de a peso

El 103 apareció a los dos minutos; vino un poco lleno pero no del todo. Mi mochila, mis tres bolsas del Disco y yo ya habíamos subido los escalones que llevan al fondo cuando vimos que éramos el centro de atención de unos cuantos pasajeros y ahí fue que oímos al chofer-guarda que reclamaba:
_ ¡Señora, le faltó un pesitoooo!
Puta madre. Se me habrá caído al subir al ómnibus.
_ ¡Ya te llevo!_ gritamos mis petates y yo, comenzando a desandar el camino entre la multitud. Pero no llegamos al frente del bus, porque en el medio un veterano morocho que hablaba por celular nos hizo un gesto amigable al tiempo que nos tranquilizaba:
_ No te preocupes, yo ya se lo di.
_ ¡Ah! ¡Gracias!
No me estaba cargando; siguió hablando por teléfono y amablemente declinó aceptar la moneda que pretendí devolverle.

Se me dirá que un peso no vale nada: sí que vale. Vale la cordialidad, la practicidad, la generosidad de ayudar a un desconocido que no nos va ni nos viene. Vale en tanto eslabón constructivo de esta red que formamos a diario, aunque a veces sin darnos cuenta.




Crónica de niño cabezón

Ella es de mi altura. Tendrá unos 18 años. Pelo teñido de rojo, calzas negras impecables, botas y cartera de cuero. Uñas larguísimas pintadas de rojo con arabescos más oscuros. Va parada en el fondo del 103. Hoy el coche viene lleno de jóvenes, tanto chicas en barra como muchachos solitarios y bellos.

Él es un niño cabezón y no muy agraciado, de cinco o seis años. Está también parado en el fondo y la pelirroja le da la espalda.
Cuando queda un asiento libre el cabezoncito se sienta a mi lado y le habla a la chica:
_ ¡Mamá! Vení a sentarte conmigo- pero ella no viene y no oigo que le conteste nada.
Cabezón insiste: silencio de la mujer.
Queda libre otro asiento junto al niño que se para, la toma de la manga del saco y repite su pedido hasta que la madre lo ocupa. A partir de ahí él se prodiga en mimos y palabras pero no obtiene respuesta, al menos hasta que se baja el último de los muchachos del 103. Ahí sí, aflojada la tensión entre maternalismo y seducción, la joven recuesta su cabeza en el bochón de su hijo y ambos parecen quedar sumidos en una especie de sueño de bus que no sé cuánto duraría, porque llegó mi parada y tuve que bajarme.






Crónica de una doble tortura sobre ruedas

Está bien que una es una persona positiva, que siempre hay que mirarle el lado bueno a las cosas y que bla, bla, bla, pero cuando en medio de las siete interminables horas de viaje desde Río Branco resulta que los intentos de conciliar una siesta en el Núñez se ven frustrados (y yo diría que atropellados) por el olor a zorrillo de la carretera, una asume que para la próxima va a tener que ir pensando en algún método drástico de inducción al sueño profundo.

Eso, para la próxima.

Por ahora una solo pone cara de asco en medio de la oscuridad del bus y se pone a teclear en el celular hasta que el tiempo y los kilómetros hacen desaparecer la zorrillesca fragancia. O casi.

1 comentario:

  1. Jajaja, los viajes en ómnibus son mucho más divertido de lo que la gente cree. Al menos si uno va con la intención de escuchar/ver algo interesante. El mes pasado me pasaron varias cosas, luego las publicaré. ¿O será que nuestras intenciones de ver algo 'raro' en un ómnibus trastornan la realidad para que pasen? vaya a saber uno. El día que Dios creó los ómnibus se aseguró de distribuir gente de manera que para cada viaje pase algo curioso.

    ResponderEliminar