Él finge no darse cuenta pero yo sé que sabe, y que sabe
desde hace mucho. Por algo cada vez que juega Uruguay saco de la galera un
encuentro con las chiquilinas, una merienda con alguna amiga que no conoce o una
necesidad imperiosa de cambiar algo en el shopping, y me voy.
Lo dejo solo, solo con su televisor gigante y su mutismo a
prueba de balas, pase lo que pase en el campo de juego. Él siempre ha sido así:
impasible, reconcentrado, sin gritos ni estridencias propias ni ajenas. Por eso aprovecho, invento una excusa y me voy.
Sé que sospecha que lo engaño pero no dice nada.
El otro tampoco me pregunta. Solo me espera con el mate
pronto y me mira cómplice cuando caigo a su casa un rato antes del partido.
_ ¡Vieja!_ le grita a mi madre,
en la cocina_ Arrimá otro sillón frente al televisor que la nena vino de nuevo
a ver a la celeste con nosotros.
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