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miércoles, 9 de mayo de 2012

TUVE UN PERRO QUE...

COSA FULERA

Tuve un perro que despertaba más elogios que yo. No importaba qué tanto me arreglara, con cuánto esmero escogiera el vestuario o con qué paciencia me armara los rulos, el Toby se llevaba los piropos y algún que otro silbido de admiración cuando lo sacaba de caminata conmigo por la ruta. Era majestuoso, único, sublime. A su lado me sentía invisible como en una burbuja opaca; cada paseo con él era una paliza para mi ego.
Un día no aguanté más y se lo regalé a mi prima. Él no entendió mucho pero aceptó.
Ahora ando por la ruta todos los días sin bocinas ni silbidos.
Comienzo a pensar si no me habré equivocado pero sé que no hay vuelta atrás y debo seguir la marcha metida en esta burbuja que se hace cada vez más y más opaca.






MI PERRO EL DOTOR

Tuve un perro que me hizo la terapia por más de doce años.
El consultorio funcionaba en la cocina y el horario establecido era a la tardecita, antes de que mi mujer volviera del trabajo.
Yo, mate por medio, le contaba en voz baja mis penas, mis ilusiones, todo, hasta los pequeños progresos que imaginaba en la estimación de la vecina del 4ºA, la pelirroja del pantalón verde. Desnudaba mi alma frente a la mirada comprensiva del Pelusa y sabía que podía contar con su cabeza apoyada en mis pies o la pata tendida hacia mi mano en los momentos difíciles. Cuando sentíamos la puerta del ascensor en nuestro piso los dos nos mirábamos con complicidad, cada uno asumía una pose casual, y volvíamos a parecer dueño y mascota.
Un día el tiempo hizo lo suyo, y el Pelusa tuvo que dejarnos.
Ahora tengo un gato, pero no es lo mismo. Sus ojos me enjuician cada vez que le nombro a la pelirroja. 
Bicho taimado, el gato. Capaz de ir a contarle a mi mujer o aumentarme el precio de las sesiones. 







EL TRAEDOR

Tuve un perro que nunca tuvo dificultades para hacer amigos; el problema es que a todos los traía para mi casa. El gatito amarillo tirado en la esquina, por ejemplo, o la perra vieja con la que apareció en Navidad. A mi madre le trajo una amiga: doña Pola, de la otra cuadra, y hasta apareció un día acompañado con el Felipe, anticipando que mi hermana iba a enamorarse. 
Pero a mí no me trajo a nadie. Cada vez que se lo pedía me miraba como diciendo “vos y yo estamos hechos de la misma suerte: solo yo, sola vos, hasta la misma muerte”.
Hoy el perro ya no está, mi vieja se peleó con doña Pola y el Felipe le metió los cuernos a mi hermana, pero yo sigo sola.
Pobre bicho. Alguna tenía que acertar.






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