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viernes, 11 de mayo de 2012

Estoy a punto de salir de mi casa después de un viernes como todos dónde no pude parar un momento salvo para hablar con mi madre y decirle que sí que estoy bien que mi vida anda bárbaro que nada me preocupa y que ya iré a visitarlos el fin de semana aunque el viaje dure ocho horas aunque en él se me vaya buena parte del sueldo y aunque por ir a su casa resigne un par de oportunidades de salir a aburrirme y comprobar que hace años que no sé lo que es ser feliz. Aparte de esos dos minutos fue un día entero de manotear el aire y respirar de vez en cuando. Ya no sé parar. Ya no sé dormir. Ya no sé si volveré a saber. Corro todo el día, toda la noche, corro el ayer y el mañana sin parar ni pestañear ni pedir pido ni buscar manos alrededor porque no sé si las habrá y tengo miedo de quedar con la mía extendida en el vacío tanteando el aire. Estoy a punto de salir de mi casa. No sé cuándo empezó esta locura pero no puedo pararla, frenarla, hacerla un poco amable, llevadera. Claro que hay voces y hay palabras, hay caras y hay sonrisas, pero todos están también corriendo, y el tiempo en que nos miramos se diluye en el vértigo  y los cómo estás todo bien tu familia seguís siempre ahí hola chau qué tal buenos días nos vemos son todos iguales, suenan a las mismas letras, al discurso inútil que nunca nos sirvió para nada ni para nadie. Yo les gritaría que para qué me hablan si no saben quién soy ni yo sé de dónde salieron o adónde tienen idea de llegar pero ni eso, un esfuerzo inútil y no estoy para derrochar la poca energía que me queda de este ambular a tientas y a locas en ceremonias que no inventé ni quiero continuar. La verdad es que tampoco ellos me importan. Todos estamos solos solos solos, y lo bueno es que a veces no lo sabemos o al menos fingimos olvidarlo y nos dejamos llevar por la posibilidad de no estarlo que vemos reflejada ocasionalmente en el rostro de algún amigo iluso o de un viejo o de una mascota. Sola con mi vida, con mis decisiones, con mis pensamientos, con mis domingos solos, con mis abriles solos, con mis horas solas y mis minutos que se diluyen. Estoy a punto de salir de mi casa. Junto a la puerta la bolsa de basura que dejé para tirar de camino ha empezado a moverse. Quizá sea el viento que se cuela y me llena el living de esas hojitas amarillas que tanto me gustan, porque afuera el mundo decidió ponerse en consonancia con mi sangre, y todo se ha hecho viento y agua. Hay pasos por la vereda. Cómo pueden sentirse pasos en medio de este ruido infernal; debe ser alguien que exagera al pisar porque tiene miedo de no estar. Estoy a punto de salir de mi casa. Con mi mejor cara. Con el cuerpo más limpio que el alma. Total, a quién le importa el alma. Estoy a punto de salir de mi casa.

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