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martes, 15 de mayo de 2012





_ ¿Y, doctor? ¿Sale?
_ Creo que sí. Trataremos de salvar a los bebés, pero no prometo nada.
Fue una hora de angustia hasta que lo lograron. Ya en casa, al fin dejamos a la pobre y sedada Roldana en la caja de cartón que habíamos preparado para su familia. Los gatitos chillaban como condenados; trataban de amamantar y fracasaban vez tras vez. La gata no reaccionaba. Hacía frío. Nos miramos desesperanzados.
_ ¿Vos creés que…?
_ No sé. ¿Vos?
Nos acostamos en medio de la impotencia.
Aún no habíamos pegado los ojos cuando oímos ruidos en la caja… y ahí estaba la tía Tania, tomando a uno de los gatitos del cuello y llevándolo para su propia guarida, en el rincón más alejado del comedor. Uno a uno cargó a los tres y los amamantó,  dejando a los suyos de lado, hasta que al fin se durmieron. Cuando la madre despertó solo tuvo que reclamarlos.
Yo me puse tan feliz que decidí premiar a Tania con un bife de merluza.
            Es cierto que me lo terminé cenando, pero la buena intención la tuve.




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