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viernes, 1 de septiembre de 2017

Setiembre 2017





En la madrugada recibo un mail de facebook, que vi hace un rato:
"Hola, Mariela:
Recibimos una solicitud para restablecer tu contraseña de Facebook.
Haz clic aquí para cambiar tu contraseña.
También puedes ingresar este código para restablecer la contraseña: (da un nº)
¿No solicitaste este cambio?
Si no solicitaste una nueva contraseña, infórmanos."
Pensé que era una truchada, después vi que el teléfono tb me trae mensajes similares, con códigos de restablecimiento de contraseña. Acabo de salir y entrar con mi contraseña habitual y no hay problema... No entiendo. 
¿A alguien más le pasó? ¿Tendré que informarles, o esto es una trampa para que lo haga? 
¿Debo preocuparme de ser hackeada y que cualquiera pueda leer mis mensajes privados hablando de próximos escritos o de las películas que pienso ir a ver con mis amigas? ¿Eh?

Si ven que aparecen en este muro imágenes comprometedoras (por ejemplo, fotos en las que tenga unos kilos de más o aparezca con un perfil no favorable) no lo duden: no soy yo, es mi hacker. Tengo un hacker, tengo un hacker, la la la!





Mediodía de viernes. Iba entrando a la parte de adentro de la feria del libro en la IMM cuando lo vi. Delgado, alto, lindo, con onda. Andaba concentrada en títulos y autores así que no le di mucho corte, aunque noté que me miraba. Cuando pasé por su lado me llamó por mi nombre. Uy. Otro desconocido que sabe quién soy y cuyo nombre se me pierde en la noche de las neuronas perezosas... Pero no, porque apenas lo miré bien y escuché su saludo me di cuenta de que era un amigo de hacía muchos, muchos años atrás, de la época de la Escuela de Bellas Artes y los veranos en Valizas. 
Charlamos media hora, y fue como si nunca hubiéramos dejado de vernos. Él anda por caminos parecidos a los míos, es re buen tipo y tiene una condición fundamental que alguien debe tener para interesarme: un sentido del humor certero, rápido, ingenioso. Hemos pasado Navidades y Años Nuevos, compartimos fines de semana, planeamos un viaje juntos por América. Lo adoro. En la época de la escuela una de mis amigas opinaba que yo en realidad estaba enamorada de él sin saberlo, y me costaba mucho convencerla de lo contrario. 
Después de la feria caminé (cargada con muchos y nuevos proyectos de lectura) hasta la previa a la marcha de la diversidad en la Plaza Independencia. Me encontré de casualidad con otro amigo, esta vez un ex alumno, Sebastián, y nos pusimos a charlar. En eso estábamos cuando pasó a nuestro lado un canoso de ojos claros (que ni me miró) y detrás de él se me fueron los ojos, el interés y la energía. Seba opinó que yo tendría que mejorar mi gusto en materia de hombres, ambos reímos un rato, y yo me quedé pensando. 
Cosa rara esta de la atracción. 
Imprevisible, magnética, inmanejable. 
Mi amigo bello y adorado no me mueve ni medio pelo, y un desconocido indiferente moviliza cosas en medio segundo. Obvio que hay que conocer a la gente, no hablo del amor, de la intimidad de dos personas que se saben en profundidad, sino de la chispa inicial del interés, que se da de forma misteriosa, inexplicable. 
Reflexiones de viernes a la noche, estimados. 
Ya descansaré y volveré a las historias de buses y vecinos. 

Créanme. Y disfruten el fin de semana.





7.33 de la mañana. Viernes. Salgo de mi casa unos minutos atrasada pero tranquila, porque sé que con apurarme un poco los compenso, y además la mañana está agradable y sin viento. En la vereda de enfrente está mi vecino Uruguay, parado justo justo en la esquina, sobre el cordón de la vereda. 
_ Hola.- saludo medio al pasar, pero él no me deja seguir de largo del todo.
_ ¡Tengo una rabia!
Lo miro. No me detengo. Él sigue:
_ A mí me gusta llegar en hora al médico, yo soy muy puntual. 
_ Ah...- digo, aún caminando- ¿Te demora el taxi?
_ No... ¿Qué taxi? Es mi yerno. Le dije que pasara y media y no pasó, y yo acá, esperando. Voy a llegar tarde. 
_ Ya va a llegar. ¡Suerte!- me despido, medio a lo lejos.
7.33, ¿recuerdan? 7.33.
El vecino Uruguay no hace honor a su nombre. El yerno está en problemas y él va a pasar mascullando la ofensa todo el día y quizá más. No me gustaría estar en sus almuerzos familiares este fin de semana. 
Sigo mi viaje, ya instalada en un 7A, rumbo a rezongar a la mitad del Artístico 1 por llegar tarde a la clase.
Bueno, ta. Nadie es perfecto.

Feliz viernes.




Mi vecina camina hacia la parada luchando contra el viento y la lluvia. Viene con botas acordes a la ocasión y su campera de nylon con la capucha levantada es fuerte y abrigada. El paraguas lila amenaza con desarmársele a cada paso. Ella lo empuja, lo recompone si se da vuelta y continúa su camino imperturbable. 
Yo la cruzo caminando tranquila, con el paraguas descansando en la mochila, pero ella hace como que no se da cuenta. 
Mi vecina enfrenta la lluvia con firmeza y coraje, y el hecho de que no caiga una gota de agua no parece ser relevante. 

Lo que importa es la actitud.




Estoy en la peluquería esperando que mi amiga Ana me haga un retoque de color cuando entra una nena acompañada por su madre. Debe tener ocho años, y no es la primera vez que la veo acá: parece que es una cantante famosa que participó o participa en algún programa de la tele. Las peluqueras la saludan, todo el mundo la felicita. Yo no puedo evitar pensar que la última vez que estuve aquí (hace como mes y medio, porque siempre me dejo estar todo lo que puedo) también la vi, siendo atendida, peinada y solicitada por todo el mundo. Me pregunto si tendrá tiempo para jugar a las cosas que juegan las personas de su edad, y si no será hora de que yo también me dedique con mayor seriedad a las cosas a que se dedican las personas de mi edad. Venir más seguido a la peluquería. por ejemplo.





De arriba a abajo, de derecha a izquierda, de arriba a abajo, de derecha a izquierda: mi compañero de asiento escucha música (y yo también, porque sus auriculares la filtran un poco) y mueve continuamente la cabeza. Continuamente. Todo el tiempo. Sus neuronas deben estar mareadas, agarrándose a las paredes del cráneo, pienso. Pobres neuronas sacudidas y sacudientes.
Llega mi parada y me bajo. Cruzo Eduardo Acevedo y en la esquina saludo a un alumno que me dice:
_ Profe, qué mal ejemplo: cruzaste la calle mirando el celular. 
Quién soy yo para hablar de las pobres neuronas ajenas, pienso. Y sigo mi camino, que las clases se retoman en nueve minutos. 

Feliz retorno.




Chica, a la guarda del 103:
_ ¿Dónde es la Plaza del Entrevero?
Guarda joven:
_ No sé... ¿Dónde es el entrevero?
Chofer: 
_ Es la próxima. Y no es la Plaza del Entrevero, es el Monumento del Entrevero. La plaza es Fabini.
Chica: 
_ Ah, gracias. 
Yo (para mis adentros):
_ Guarda que no ubica el Entrevero y chofer que da clase y se las da se sabihondo con una gurisita perdida. No sé con cuál me quedo. O sí, sé: con ninguno. 

Y me bajo del 103, que ya llegamos a la Plaza Independencia y Pedro Juan me está esperando.




Micropostal
La señora sube al 106 y lanza una pregunta aparentemente dirigida al aire:
_ ¿Y la sombra? Yo siempre me siento en la sombra.
Un hombre de su edad (unos 70) le responde con tono cansado.
_ Vení acá, Rosa. 
Ella lo mira sin expresión alguna, y repite:
_ Yo siempre me siento en la sombra. 
Él no se inmuta, se instala en el asiento elegido (a la sombra) y le habla con un cansancio no exento de afecto.
_ Vos siempre igual, Rosa, no cambiás más. Sentate acá. 

Y acá van, sentados en el asiento de adelante del mío. Él le pide que guarde buen las llaves, que no vaya a perder nada. No sé si son una pareja o un silencioso matrimonio de hermanos, diría Cortázar, y creo que eso en realidad no importa. Es lo mismo. Charlan y discuten, charlan y discuten, charlan y discuten de todo, hasta que llega mi parada y tengo que bajarme.




Una se lava los dientes, toma una ducha, lava su pelo, se pone desodorante y perfume. 

Una sale de su casa y a la media cuadra tiene una sesión de mimos con una amiga gorda, vieja, que la inunda de fragancia Eau du canine number 5, pero una no se resiste, aun sabiendo que la cosa es irreversible hasta nuevo baño, y sigue su camino, sonriendo bajo el tibio sol de la por fin primavera.





El señor es canoso, alto, delgado y de ojos claros. 
El señor vive a una cuadra de mi casa y no tiene mal ver. 
El señor debe tener diez años más que yo, o tal vez menos. 
El señor lava su camionetita roja todos los santos días de su vida, o le pasa un paño, o le reza, vaya una a saber. 
No sé si el señor es soltero, casado, viudo, divorciado o enamorado, pero sí sé una cosa: el señor es inmirable.
Saludos desde el 103. 

Feliz viernes.





Atención: muchacho de remera blanca manga corta y short blanco y azul caminando por 18, ahora. 
Si lo ven, aléjense. Peligro de sentirse un viejo de m abrigado como para el invierno en primavera. 
Repito: aléjense. 

De nada.





Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
Hoy llega al fondo de mi alma el sol. 
Hoy lo he visto, lo he visto y lo he encarado...
¡Hoy él me habló! 
Y sonrió, y me dio un beso, y me preguntó mi nombre. Ta. Listo. Salí del CCE flotando sobre las baldosas de la Ciudad Vieja, y demoré media hora en dejar de repetirme que había hablado con Pedro Juan Gutiérrez. Pedro Juan Gutiérrez, mi escritor adorado desde hace décadas, el mejor de los que caminan por este mundo, el gigante, el uno, el rey. 
Sergio Blanco dio antes una charla-actuación-misa-clase deslumbrante, y me encantaría quedarme pensando en las mil y una genialidades que tiró sobre nosotros como si nada, como luces, como caminos, como alimento, pero no. No voy a poder. Tengo un libro nuevo de Pedro Juan y eso clausura por unas horas toda otra posibilidad en el resto del universo. 

Saludos desde el 106 que parece que me lleva a mi casa. Yo sigo flotando.




Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki ¡Uop!
Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki Cheiki ¡Uop!


Bienvenidos al 103.





Acabo de ver a un ex alumno desde el bus. Lo tuve en cuarto y en quinto, a fines del siglo pasado, y no solo está igual de cara, pelo y silueta, sino que está vestido con la misma remera y jean negros y camina con la misma expresión ausente de 1998. 
Para algunas personas el tiempo no pasa...

Qué lástima.




Mito o realidad: ¿la primavera es la estación de los infieles?
Cargar el celular sin electricidad es posible con este sencillo truco
Horóscopo del 19 de setiembre, por Susana Garbuyo
Probá esta mascarilla de palta y recuperá el brillo de tu pelo
La ciencia determinó qué dice y oculta una sonrisa
Aunque no lo creas, tus glúteos hablan de tu salud.

Eme De Mujer: cambió la presentación digital, pero el contenido sigue fiel a sus principios. Principios del siglo XX, digo.





No hay que pedir peras al Olmo (pero se le puede comprar platos).
La idea había surgido medio de casualidad hace un par de días, cuando un amigo y yo vimos el anuncio de lo que Olmos calificaba de “Gran feria de oportunidades”. Las tres palabras sonaban igualmente tentadoras y estaba bueno eso de ir de exploración y aventuras por los caminos de la patria, de manera que miramos unos mapas y decidimos probar suerte hoy, domingo, de mañana. 
Para llegar desde mi casa había que tomar un interdepartamental a Pando y luego uno que pasara cerca de Empalme Olmos, uno de la empresa SATT que dijera “Azulejos” en el parabrisas, bus que al parecer pasaba los domingos solo una vez por hora. Y allá fuimos. 
Estuvimos un buen rato esperando en Pando; el ómnibus de las doce pasó doce y media. Bastante gente en la parada; me llamó la atención el encuentro de dos parejas, una de ellas con un bebito, que se saludaron y estuvieron charlando un rato mientras esperaban el bus. Todo muy normal, excepto el pequeño detalle de que los cuatro tenían más o menos quince años, en fin. Cosas que pasan. 
Vino el SATT. Subimos, viajamos unos minutos, llegó nuestro destino (previa consulta por partida doble a los mapas del celular y al guarda del bus) y bajamos al medio de la nada. De verdad, aquello era la desolación más absoluta. Campo, pastizales, muros deteriorados de una gigantesca fábrica muy venida a menos, silencio, nadie a la vista en el camino polvoriento, nada. Nada. Nada. 
Empezamos a caminar hacia lo que podría ser la entrada de la fábrica. Era casi la una de la tarde, no pasaba un vehículo y por supuesto a nadie se le ocurría ir de a pie como nosotros, kamikazes de domingo en territorio desconocido. Como dato complementario, el chofer del ómnibus nos había confirmado lo que ya hacía rato sospechábamos: los horarios de internet estaban mal, y la frecuencia de los domingos era solo de un coche cada dos horas. Dos horas. Dos. Oh oh.
Al fin, una cuadra más adelante, encontramos el camino de entrada, y nos metimos en la feria. Adentro del local había, sí, gente. Mucha gente. Un enjambre de personas pululando entre cerámicas, artefactos de baño, platos, vasos, jarras y tazas de todos colores y diseños. Conseguimos un canasto, yo elegí unas cuantas cosas, pagamos y salimos del local cargando tres cajas de tamaño mediano. No eran muy pesadas, pero tampoco lo contrario. 
El reloj del celular marcaba la 1.23. En lo alto del cielo un sol casi veraniego. ¿Qué hacer? Nos sentamos en unos escalones a la sombra, a deliberar. 
Opción 1: esperar a las dos y media, hora probable de pasada del siguiente bus.
Opción 2: intentar caminar hasta la ruta 8 vieja, como a diez cuadras, a ver si encontrábamos la parada de otra empresa que iba a Pando, la Ruta del Norte (de la cual no teníamos los horarios). 
Opción 3: hacer dedo y que alguno de los que salía de la feria nos acercara hasta Pando.
Opción 4: ir a la entrada, a ver si el guardia de la garita tenía idea de horarios de buses. 
Opción 5: llorar. 
Opción 6: quedarnos allí para siempre por los siglos de los siglos amén.
Terminamos haciendo un híbrido de varias de estas opciones. Preguntamos al de la garita, nos dijo que “ahí, al lado de ese arbolito” que estaba a media cuadra podíamos parar el ómnibus, que pasaba muy de vez en cuando. Fuimos nosotros y nuestras tres cajas de platos y cosas varias hasta el lugar, un sitio desolado frente a un arroyito de aguas oscuras y orillas con flores amarillas. Estaba yo intentando sacar fotos del arroyo cuando vimos un auto que llegaba a nuestro arbolito. Le hicimos dedo: era una mujer sola, que accedió a llevarnos “hasta antes de Pando”, dijo, pero solo porque estaba medio boleada y no entendía muy bien por dónde andaba. Sabina, como el cantante, se presentó. Nos dejó en la plaza de la ciudad, tras un rato de viaje de lo más amable y conversado. Almorzamos en un bar coqueto de comida deliciosa, subimos a un 7A vacío que apareció al momento de llegar a la parada y volvimos a la capital. 

Y este ha sido, como se imaginarán, el único día de mi vida que pienso dedicarle al Empalme Olmos, salvo que alguna vez me compre un auto, cosa bastante improbable. Y aun así, no sé. No sé.





_ A ver. A ver. Déjenme maniobrar, que si no... Salí, vos, siempre invadiendo. ¡Uy, perdón, perdón! Te corté sin querer, no era contigo. Estas porquerías, están por todos lados... ¿Quién le metió en la cabeza al Cele la idea de elegir un seto con espinas? No, no me importa, si estás enredado en la pitanga te voy a sacar igual. ¿Viste? Ya te saqué. ¡Puta madre, no me pinches! ¡Ay, hola, hola, pensé que te habías secado! Tomá: un poco de tierrita para tapar esas raíces al aire. Acá hay que hacer espacio, el sol no llega ni por casualidad. ¿Ustedes que se piensan, que la tierra es solo para sus brotes? No, no, no, no: fuera. Y vos estás sacando ramas para todos lados, m'hijita, aimsorri, tengo que arrancarte esta, y esta otra. Esta también. ¿Viste? Mucho mejor. ¡No, no, no: el romero no, el romero no! Solo vos, querida, que ya tenés metros de ramas para todos lados. Bien. Así, así. Más prolijo. Mucho mejor. Mañana corto el pasto y termino el seto. Listo. Ta mañana.





El Cutcsa avanzaba con paso cansino. Su guarda, un veterano de esos que una no querría tener en la familia, era una mezcla de resentido y pseudo gracioso que intentaba a toda costa llevar al chofer a una conversación, a lo que el otro ofrecía una heroica y silenciosa resistencia. 
Primero apeló al tema político:
_ Que gobiernen Tabaré y Lucía es cono que nos gobiernen dos botijas de 4 años. Peor: dos perros chihuahuas. 
Nada. Cero respuesta del chofer. 
Ahí arrancó con el tema "afuera se vive mejor".
_ ¡Ah, como extraño Austria! ¡La gente de Austria, la comida de Austria, los postres de Austria!
Tu hijo de Austria te debe haber sacado de encima rapidito y ahora te tenemos que fumar nosotros, pensé, pero no dije nada. El chofer seguía mudo. 
_ ¿Viste lo de la marihuana? La van a vender en todos lados. Yo sé dónde venden. Cuando quieras te puedo conseguir. Te puedo conseguir marihuana, te puedo conseguir cocaína, te puedo conseguir anfetamina, te puedo conseguir heroína...
_ ¿Harina?- dijo por fin el chofer, pero al otro no le gusto la respuesta. Acá los chistes solo los puede hacer él. 
_ Con vos no se puede hablar.
Y se quedó mudo por el resto del viaje. 

Gracias, harina. Al fin me servís para algo.





Él tiene unos 18. Muy prolijo, de bigote y sombrerito. No toca bien la guitarra, articula con faltantes de consonantes y sus canciones no tienen final. Cuando hace un silencio luego de la primera tres o cuatro personas del 100 aplaudimos tibiamente y eso le da alas para presentar la segunda, una canción que habla de la playa y del mar, sucundún sucundún, según anuncia. Nuevo silencio de varios segundos, otra vez aplausos cansinos y a destiempo. Es hora de pasar la gorra y descender, pero el muchacho no quiere "dejarnos con el silencio", y arranca con una tercera, que anuncia cortita pero la siento interminable. 
¡Oh, la falta de percepción de la receptividad ajena! 
Al menos si escribiera crónicas de bus podría pensar que lector que se aburre es lector que abandona, pero al cantor hay que oírlo sí o sí. 
Om. 
Acaba de sonar un terrible golpe a mi costado: un señor en silla de ruedas le tiró algo al ómnibus, a la vez que grita y gesticula, mientras el 100 arranca y no le abre. 
Tarde complicadita en el STM. 

Doble om.




¿En qué lugar una se deja el iphone re chuchi olvidado en un banco del patio y alguien no solo no se lo queda sino que se toma el trabajo de buscarla para devolverlo?

Sí, acertaron: en el IAVA.


¿En qué lugar una se pasa las dos horas de coordinación asistiendo a una brillante charla sobre la historia reciente (centrada en Soledad Barret y Vladimir Roslik), en un Salón de Actos colmado de estudiantes y docentes atentos?

Sí, acertaron: en el IAVA otra vez.





Están en la parada desde antes de que yo llegue. Evidentemente son madre e hija, de ese tipo de madre e hija que quizá sin proponérselo terminan vestidas casi iguales: botas beige, vaquero, campera verde, pañoleta. La chica tiene unos 16 y la señora cuarenta. Por sus actitudes se nota que hay rezongo en curso: la madre le habla de cerquita y buscándole la mirada, que la muchacha tiene fija en el horizonte por donde algún día va a aparecer el ómnibus salvador.
Entre el ruido de los autos que no paran alcanzo a oír salteadas tres frases maternas en medio del extenso discurso a veinte centímetros de la cara de la chica: 
_- A mí no me vengas con más cuentos. 
__ Vos no podés tener todas esas bajas. 
_ Y si tenés baja Matemática el lunes mismo vas a...
En ese momento paró un 103 para la chica y atrás un 316 para la mamá, que ante el amague de su hija de subir al ómnibus le dijo ofendida: 
_ ¿Qué? ¿Ni un beso merezco?
La chica le dio un beso de compromiso, aún con la mirada inexpresiva, y se subió al 103 repleto, seguramente como cada mañana. 
Una escena común, mínima, repetida. La señora nunca levantó la voz ni dijo nada inapropiado, pero yo no pude evitar quedarme pensando cómo le quedaría la cabeza a la muchacha y en qué condiciones estaría para hablar de Macbeth a las ocho menos veinte si fuera mi alumna, por ejemplo. 
La vida es un cuento contado por un idiota, llena de manchas malditas que no se van de las manos y de imposibles oráculos que devienen verdaderos cuando uno menos se lo espera. 
Bueno, bueno, no se quejen, salvo que sean alumnos del 2DB2 del IAVA, que en 15 minutos tiene una cita con la turbia Escocia del siglo XI. 

Feliz miércoles.






12 de setiembre: aniversario de casados de mis viejos. 
Llamo: atiende mi madre.
_ Hola.
_ Hola. ¡Feliz aniversario!
_ Gracias, Mari; ¿cómo te fue de viaje?
_ Un embole, no terminaba más. 
_ Ah, ¿sí?
_ Sí: tormenta eléctrica, un gurí adelante llorando todo el camino, eterno. 
_ Bueno, pero lo importante es que te haya ido bien. Te paso con tu padre, que está acá leyendo en el frente con su gatita.
...
_ Hola.
_ Hola, Cele, feliz aniversario.
_ Gracias. ¿Cómo estuvo ese viaje?
_ Más o menos. Agarramos toda la tormenta eléctrica, rayos, relámpagos... 
_ Bueno. Me alegra que te haya ido bien...
...

Yo calculo que este, estimados, debe ser el secreto para poder vivir 54 años juntos: actitud positiva y cierta saludable negación de la realidad cuando no se adapta a nuestras expectativas.




La muchacha rubia y flaca se afirma contra el pasamanos del ómnibus y comienza a pregonar su mercadería. 
"_ Buenas tardes señoras y señores. Aquí estamos con mi compañera, ofreciendo las típicas bolsitas artesanales que hacemos, las bolsitas que habrás visto en algún auto. Son bolsas que sirven para guardar los residuos de tu auto, las podés guardar en la guantera del auto..."
Todo bien con el discurso de la muchacha, aunque le falta un poquito de adaptación al medio: los pasajeros del 106 a Piedras Blancas no somos de usar bolsas de residuos en el auto. Debe ser que tiramos todo por la ventanilla cuando vamos en el Mercedes rumbo al chalé de la costa. Sí, sí, seguro: debe ser eso.

#ErrorDeSpeech106






El policía habla con el detenido en la serie yanqui:
_We are gone... go talk with that skinny east butt you have for girlfiend...
Ta, mi inglés es medio pelo, así que no me queda claro si dijo "east butt" o qué, pero lo que sí sé es que seguramente el señor policía no mencionó lo que leo en los subtítulos:
_ Vamos a hablar con esa fábrica de cándida que tienes por novia.
Es decir, que caemos en lo de siempre: traduttore, tradittore.
Porca miseria. Y los dejo, porque voy a ver si la "fábrica de cándida" delató o no al rubiecito interrogado. Ta luego.





"Hola. Hola. Hola. ¿No saludan? ¿No? Hola. ¿Son humanos? Hola."
Esa es su entrada al pasaje cansado del 103 que marcha a paso lento por 18 de julio. Después se pone a cantar algo de Robbie Williams pero en español. Es afectado, suena bastante mal, pobre, pero lo que me quedo pensando es cómo alguien pretende ser bien recibido por personas a las que comienza retando. 
La gente lo aplaude, igual, y él arranca con Stand by me. 

Quizá a algunos les gusta su estilo, su voz o su guitarra. Quizá. Pero no a todos. Adivinen a quién no.




"¿Te dije alguna vez que sos una tortuga?"

(Nena de unos 5 años a su abuela, mientras tratan de alcanzar el 142)




Domingo nublado al mediodía. Calor pegajoso. La feria de Tristán Narvaja rebosa de gente. Y de plantas. Animales no vi, pero seguro que había, salvo que hayan prohibido su venta (ojalá). Mucha comida por todos lados. Cosas chinas, venezolanas, quesos 
saborizados, brochettes, pizzetas, hamburguesas veganas, brownies mágicos, dulces exóticos, lo que quieras. 
Cuando había andado una cuadra empezó a lloviznar, y arrancó la afanosa labor de tapar puestos y desarmar mesas (me vienen recuerdos de cuando yo hacía feria). Sigo caminando, como todos. Nadie se desbanda, porque el agua es mansa y escasa, pese a que un informativo que escucho al pasar anuncia que "llueve intensamente a esta hora sobre la capital". Lo de siempre. 
Un hombre habla por celular: "va ahí adelante, de remera negra. La novia es una rubia, creo que va también de negro". No sé si el señor cumple labores de vigilancia, si es un ladrón vendiendo su presa a un cómplice o un simple chusma de feria. Cuando el semáforo se pone en verde lo dejo atrás y me sumerjo en la marea. 
_ Esto es muy sencillo: te vas ya mismo de acá. - dice una mujer treintañera a un hombre ídem. 
_ No, no me voy. Vos no me das órdenes. 
_ Claro que te vas. Y ya mismo. 
Pensé que sería una discusión de pareja, pero no: era una disputa territorial, por el armado de un puesto. No sé quién ganó. 
Sigo caminando. Saludo a una gurisa de este año que está comprando en un puesto con la madre. Oh oh. Las mamás de mis alumnos ya son mucho más jóvenes que yo. 
Me cruzo con otro, alguien de hace años, que me hace la pregunta fatal:
_ Hola, profe. ¿Vos te acordás de quién soy?
¡Y me acordaba! Lo tuve hace veinte años, pero me acordaba. Aplausos para mí. Gracias, gracias. 
Charlamos un rato, me presentó a su niño y me contó que justo hoy estaba cumpliendo 35. Una linda escena de reencuentro profe/alumno, hasta que de pronto una inesperada pregunta llega hasta mis oídos: 
_¿Y cómo fue que engordaste tanto, profe?
Ok, ok. Ya era tiempo de ir dejando la feria y volver a mi casa. Después de todo, nunca me ha gustado mucho la feria. Y llueve intensamente sobre la capital. 
Saludos desde un 100 que viene oyendo "La rubia tarada" a todo volumen.
Por si faltaba algo, digo. 
¡Feliz domingo para la juventud!
Pucha, digo. 




200 casas tiene la cooperativa, 200. 
200 hogares de entre 1 y... ponele seis personas máximo, hacen un número de caras imposible de registrar por alguien que hasta ahora sigue confundiendo un par de alumnos en cada grupo (sshhh...). De los nombres no hablamos, porque no son un problema, el vocativo "vecino" es todo terreno, y además los saludos no tienen por qué incluir la nominación del interlocutor. Pero las caras...
Cuando volví a la cooperativa, hace 7 años, había optado por saludar a tutti quanti sin más discriminación que la edad: gente de menos de veinte no cuenta, punto. Lo lamento. No pidan demasiado. 
Ahora trato de reconocer a las personas, lo juro, pero no me sale bien. Saludo a desconocidos que tal vez solo vienen a visitar a alguien, y soy cruzada por gente que tira un "Mariela, ¿cómo andás?" que me pone los pelos de punta, porque ni idea de quiénes son. Ayer, por ejemplo, una señora me dijo: "Vos no sabés quién soy, ¿no? Soy tu vecina de enfrente." 
_ Ah... No... Lo que pasa es que como estás con los lentes de sol... 
Bueno, ta. No me juzguen. Igual ella se mudó hace poco a la cooperativa. El año pasado. Es decir, ayer. 
Pero lo de recién fue peor. Mucho peor. Si lo cuento es solo para sacármelo de adentro, a ver si se diluye un poco. 
Estaba cruzando a una señora de pelo blanco cortito que de pronto me dijo "¿cómo andas, bien?" y la reconocí por la voz. No sé bien quién es, pero es de las que saludo siempre. Ahora estaba diferente. 
_ ¿Te cortaste el pelo? Te queda re lindo. 
_ Sí... Me lo tuve que cortar por la quimio.
...
...
...
Tragame tierra. 
Todo bien, ella lo dijo de modo natural, y nos quedamos un rato charlando de tintas y peluquerías, pero... Tragame tierra. 
Lo siento por ti, lector; ¿esperabas una crónica divertida de domingo? Cuando pueda hago una. Esta no es. 

Hasta la próxima.








Mediodía de sábado en mi barrio. 
Se escuchan cuatro o cinco clases de pájaros, medio pisoteadas sus voces por las de los teros del fondo, que son siempre las más fuertes.
Cielo gris, aire cálido, silencio. 
Debe hacer una hora que no pasa un auto por mi casa, porque cuando voy a tirar la basura hay un perrote negro durmiendo en el medio de la calle.
Una Combi herrumbrada y en desuso está parada hace años en la vereda de la esquina; debajo pueden verse los cadáveres de 15 o 20 petacas de algo cuyas etiquetas originales no llego a divisar. 
Una casa a media cuadra permanece con la puerta abierta para atrás, quizás para que la cumbia que escucha a volumen alto pueda escapar de sus paredes y visitar también a los vecinos cercanos, entre los cuales por fortuna no me encuentro. Veinte o treinta juguetes multicolores de plástico tirados en el patio del frente. 
Comienzan a aparecer flores en los jardines de la cooperativa, y las personas de pasada al almacén se paran a charlar y a contarse cosas del prójimo.

Mediodía de sábado en mi barrio, o tal vez debería decir: mediodía de sábado en mi pueblo.






Publico la foto de un 4 de oros que encontré cerca de casa ayer y esta cosa me propone "activar la función de venta de la publicación para despertar más interés en mis amigos y publicar en grupos más fácilmente". 
Mmmh... Algo huele mal en Dinamarca. 
¿Será que vamos a arrancar en los perfiles personales el mismo jueguito que en las páginas, donde si no pagás no te ve casi nadie? 
"Es gratis y lo seguirá siendo", dice, pero todos sabemos que hay formas sutiles de inducirte a largar los pesos sin llegar a la obligación pura y dura. La invisibilización, por ejemplo. 
Arranco el viernes medio conspiranoica, pero no sé, no sé...
Ampliaremos. 
Si no me ven por acá, saludos. Sean felices. Fue un gusto.




Le salen hojas: ellos se las comen. 
Repunta un poco: vuelven a hacerla ensalada.
Hace veinte días que la entro al caer la tarde y pasa la noche en la mesada. Si algún día me olvido de hacerlo temprano, cuando voy a mirar ya tiene un caracol mandándose a bodega alguna de sus hojitas.
He bordado complejas filigranas de sal alrededor de la maceta pensando (tonta de mí) que con eso detendría el asedio, pero no. Nada los detiene. 
Hoy encontré al enemigo colándose a la cocina por el marco de una ventana. No sé cómo hacen las hdp de las babosas para afinarse nivel filo de papel, pero lo hacen. 
Esto se llama guerra.
Lástima que no tengo más armas que la vigilancia y el destierro de las fuerzas invasoras, porque yo a esos bichos (con o sin caparazón) no los mato, no por una cuestión filosófica sino por puro asco. 
Pero a partir de acá entramos en guerra. 

He dicho.

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