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miércoles, 19 de julio de 2017

Julio 2017





Ella es rubia de pelo corto, tiene unos treintaypico y viaja parada en el 405, charlando con una amiga. 
_ El viernes, como hacía calor, se me ocurrió ponerme unos zapatos de taco. ¿Viste que yo uso? Bueno, me los puse y salí para el trabajo. ¡Ay, mamita! Ya en el repechito de casa se me empezaron a caer las lágrimas. Me fui a trabajar y a la vuelta me tuve que bajar y comprarme unos zapatos chatitos. ¿Viste que yo uso 36? Bueno, 38 me tuve que comprar y aún así me apretaban, de tanto que se me hincharon los pies. Lo que pasa es que...
En ese momento un señor me dijo que quedaba un asiento vacío y no me pude resistir. Abandoné la conversación, y mis botas chatitas y yo nos ubicamos cómodamente en nuestra nueva propiedad, de la que espero que nadie nos mueva hasta que llegue el momento de iniciar la conquista de nuevos territorios, en unas cinco paradas, parada más, parada menos.

Pensalo así: es cierto que es lunes y está feo, pero si al menos no estás llorando porque te lastimaron los zapatos de taco no debe ser un día tan malo después de todo





Aunque trato más o menos de ir cambiando mis rutinas y propuestas cada año, resulta casi inevitable que algunas cosas las repita, sea porque funcionan o porque les tengo especial cariño, no sé bien. 
Con Dante, por ejemplo, suelo pedirle a mis Artísticos que elaboren una narración en la que su personaje recorra algún infierno; la propuesta varía un poco de año en año, pero la base es esa. 
Esta vez, el personaje tiene un celular con wifi. 
Lo que no cambia es que siempre, siempre, siempre termino aprendiendo algo de estos trabajos. O porque me nombran a algún personaje histórico o algún músico o actor que desconozco, o porque se les ocurren salidas que me dejan agradablemente sorprendida. 
Otra cosa que tampoco cambia es que cuando miro para el costado y veo que me quedan trabajos como para corregir desde aquí hasta que Dante se encuentre con Beatrice mi respuesta inmediata es zafar poniéndome a escribir alguna crónica sin demasiado motivo y sin mucho remate, como para escapar un poquito de la parte trabajosa del asunto, no más.
¿Cuál es el círculo que aguarda a los que postergan el trabajo hasta que ya no hay tiempo para hacerlo?
¿Y quién sería tu guía si tuvieras que escribir un viaje por el reino de los muertos? 
Yo no tengo dudas: ahí nos veríamos, Levrero. Postergué tanto acercarme a sus talleres que el tiempo se me hizo tierra, humo, polvo, sombra, nada.
Ok.
Se acabó el recreo. 

Me vuelvo al Infierno. 




Empezamos con "por eso vete, olvídate todo, mis besos, mis manos, mi cuerpo, y peeeega la vueltaaa!" versión cumbia.
Luego vino un bonito canto a la libertad individual:
Sabés que me vuelvo loca por ti
Cada vez que me hablas así
Pero ya tengo dueño.
Y a continuación nos deleitamos con algo que dos por tres repite: ¡Márama! pero no se entiende casi la letra. Tal vez es mejor así, no puedo saberlo. Le sigue una cosa que todo el tiempo repite "¡Úa! ¡Úa!!" y luego una chica que le cuenta a alguien que "tequierotequierotequieeerooo".
Comienzo a amar el túnel de 8 de octubre, amortiguador de ruidos y desvanecedor por un minuto de bazofias sonoras.

Un día de estos saco un disco de charlas, discusiones y música de bus con fondo sonoro de toses, motores y frenadas. Prepárense: "Siempre iremos contigo", próximamente en todas las buenas casas del ramo.




El problema no es que él se venga durmiendo en el ómnibus y dos por tres se me tire encima: el problema es que huele mal. Lo suficientemente mal como para que yo y mi sinusitis crónica lo percibamos y lo suficientemente mal como para que la chica de adelante se ponga de pie y abra la ventanilla con un resoplido y un gesto de asco.
Yo sé que tendría que pararme y dejarlo lejos, pero vengo cansada y no me da la energía. Es largo el viaje Ciudad Vieja - Curva de Maroñas.
_ A ver quién le da el asiento al señor, que viene operado- irrumpe la guarda en el silencio con música ochentosa del 100, y mi compañero de asiento, oloroso pero solidario, despierta por un instante y se pone de pie. 
Bien! Salvada!
No. Salvada un corno, porque otra persona le cedió antes su lugar al operado, y Aromita vuelve a instalarse y reanuda su sueñus interruptus.
Es dura la vida del pasajero del STM. 
Dura y olorosa. 

Pucha, digo.




Martes de noche en Arbolito. 
Suave sonido de serie vista a bajo volumen. 
Rumor de aire acondicionado.
Una moto a lo lejos. A lo lejos. 
Y de pronto un trueno parte el cielo en dos mitades y te hace saltar como si el mundo se estuviera viniendo abajo.
La Naturaleza siempre puede más. 
Excepto cuando compite con tu voz interior que te dice que qué linda noche para olvidarse de poner la alarma y...
Olvídenlo. 
No dije nada. 
El trueno ya pasó, y la lluvia asordina todo potencial espectro de sensaciones auditivas en mi casa.
Martes de noche tranquilo y lloviznoso en Arbolito.

(Si este estado fue leído por alguno de mis alumnos que tienen parcial conmigo mañana y por un momento brilló en su alma el filo de una esperanza... olvídenlo. No voy a faltar. Ahí nos vemos)




El 103 de la tardecita había venido a medio llenar, y yo iba parada sobre el fondo, junto a la puerta, en uno de esos viajes de tres paradas que hago cuando combino algo con algo en el Intercambiador Belloni. 
Las dos chicas que tenía enfrente eran estudiantes de tercer año de un liceo público, a juzgar por los datos consignados en sus respectivas carpetas de Dibujo, y pronto pude captar que su conversación no trataba de liceos, profesores, amigas ni chicos que les gustaran. En principio, hablaban de viajes: una de ellas había estado en Brasil hacía pocos días, y la otra expresaba su deseo de algún día poder conocer Bariloche.
_ Lo que pasa que mi viejo me tiene que firmar el permiso de menor, y como no me hablo...
_Sí, es una transa. Yo al mío no lo veía hacía años. Tuve que irlo a buscar al trabajo, porque ni el número tenía, y resulta que lo habían mandado al seguro de paro y yo no sabía dónde encontrarlo para que me firmara los papeles.
_ Yo al mío además que no me hablo lo tengo en España. Si espero que le llegue una carta y después que me conteste y me firme el permiso me vuelvo vieja. Literalmente: me vuelvo vieja. 
_ Sí... Yo al mío al final lo encontré y me firmó, pero fue re difícil ubicarlo. Bueno, che, me bajo. Ta mañana. 
_ Chau.
Tres paradas escuché su diálogo, solo tres paradas. 
Bajé en la cooperativa y caminé hasta Arbolito pensando en esas gurisas tan serias, tan maduras, tan cascoteadas por el desamor y el abandono que ni se daban cuenta de que el problema iba mucho más allá de una firma en un papel. O quizá sí, se daban perfecta cuenta y la ilusa era yo que no captaba sus maniobras de aparente olvido para gambetear una ausencia grande como una frontera.

Llegué a mi casa y me distraje con la perrita vieja de la cooperativa, que me siguió en silencio como sombra entre las sombras. Le di algo de comida y ambas sentimos por un par de minutos algo así como un poquito de calor mientras a nuestro alrededor terminaba de caer la noche, una noche larga, como todas las del medio del invierno.





Ellas eran dos: Julia y Julieta. Habían estado deambulando sin rumbo fijo por entre los adultos de la reunión hasta que alguien sugirió el patio del fondo entibiado por el sol y para allá enfilaron. A partir de ahí estuvieron entrando cada cinco minutos, siempre al grito sincronizado de "¡Están naciendo! ¡Están naciendo!"
Y parece que estaban, mismo, o lo habían estado hasta hacía muy poco. Sobre el murito bajo del jardín se veían diez o doce caracoles de tierra de todos los tamaños, entre ellos algunos muy muy pequeñitos, y las dos niñas asistían con total arrobamiento a cada uno de sus penosos avances por el hormigón, mientras charlaban entre ellas sobre quiénes eran los papás o cómo se llamarían los pequeños. 
No puedo evitar mirarlas y recordar que yo fui igual. Me pasaba las horas construyendo con las primas granjas de caracoles para albergar a cinco, a diez, a veinte rulosos de color marrón y paciencia infinita. Después algún médico dictaminó que les tenía alergia; me cortó a la vez entretenimiento y aprendizaje, pero el juego de los hogares de caracoles fue muy bueno mientras duró.
Algunas actividades no pierden su encanto, pienso, mientras las miro y retrocedo a mis cinco años, el encanto de jugar a las tías en la casa llena de fantasmas de los abuelos, de hacer de los bichitos nuestra familia y de las herramientas del abuelo los aliados incondicionales para construir casitas, autos y muebles. 
Julia y Julieta siguieron celebrando cada "nacimiento" como si con un simple caracol nuevo bajo el sol la vida se volviera más rotunda y vencedora, hasta que llegó la hora de ponerse los abrigos, despedirse de los adultos y dejar a los bichitos vagando a su antojo por el fondo. 
Y yo me fui también, que el sol ya había bajado y no era cuestión de quedarse a tomar frío bajo el rocío del invierno. 

Pero ellos están naciendo.




Caminé hasta la parada bajo un cielo jironeado de rosas y fucsias. Perdí un 103 que venía vacío y al minuto pasó el siguiente, también con muchos asientos a mi disposición. El chofer viene oyendo un informativo a volumen tolerable, el único vendedor fue un señor veterano que promocionó sus pastillas con amabilidad y sin chistecitos, es viernes, entro a segunda y llego con tiempo de sobra. 
Pero todo es inútil, Montevideo. A mí después de las vacaciones no me reconquistás hasta los primeros calores de la primavera, por lo menos. 

Por lo menos.




Primero pasás cinco minutos tratando de armar un par con los guantes que te van apareciendo de a uno, como poniendo a prueba tu paciencia y tu frío. 
Después te embutís en la campera más gruesa y protectora que tenés en el ropero, te colgás la mochila y tratás de abrir la puerta con los guantes puestos y el cerebro a medio helar. 
Y ahí escuchás un "miau" desde afuera y se te termina de congelar el corazón. No, no es Roldana, te decís en medio segundo, es la gatita gris de un vecino que a veces viene a pedir comida, pero ese medio segundo te desarmó el mundo, la tranquilidad y los planes de miércoles. 
Salís con el estómago hecho un nudo y te ponés a escribir en el ómnibus para distraerte, pero afuera sigue el frío, y adentro también.

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