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martes, 18 de julio de 2017

CRÓNICAS DESDE EL VERANO

CRÓNICAS DESDE EL VERANO





1. El viaje
_ ¿Desayuno? ¿Huevos revueltos o Sandwiche ?
_ Eeeh... Sandwiche. 
Ahí empezó todo. El llamado desayuno era una cosa tibia rellena de un fiambre blando que no me dio buena impresión, aunque me lo comí, porque no había desayunado, ya eran las nueve de la mañana y la situación no daba para mucha exquisitez. 
El primer vuelo del sábado fue Montevideo-Bogotá, y me tocó al lado de la puerta de emergencia y junto a una chica delgadita, es decir, en óptimas condiciones para tener espacio, estirarme y disfrutar de un buen viaje. Pero no. Hacía calor, y el sandwichito de marras pronto comenzó a hacerme sentir incómoda, aunque por el momento la cosa no pasó de una sensación de debilidad. Rechacé otro socotroco harinoso que vino al rato, y no comí nada más en las ochenta horas de viaje, hora más, hora menos. 
En Bogotá pronto encontré la puerta de embarque del Avianca a Boston. Tenía una espera de cincuenta minutos. Todo el tiempo los parlantes llamaban a vuelos a Santo Domingo, Aruba, Lima. Yo me sentía peor y peor, tenía sed, pero solo había una máquina expendedora con monedas que no tenía. Hacía calor, y había mosquitos dentro del aeropuerto. Al fin fui al baño y tuve un violento acceso de vómitos, horrible. Cuando salí ya estaban anunciando el "último llamado para Boston"!! Último? Y cuando hubo otros? Misterio bogotano. Tomé un bus hasta el avión, y respiré profundo. 
Pero fue en vano. 
Antes de despegar ya estaba vomitando de nuevo, y me encontraba con las caras de diferentes azafatas vestidas de rojo y preguntándome si estaba cursando un embarazo, si quería hielo y (peor!!) si estaría en condiciones de realizar ese vuelo. Puse mi mejor cara, aterrada ante la idea de quedarme en Bogotá con el calor y los mosquitos, y al fin despegamos. 
Ambos vuelos fueron realmente espectaculares, pero yo en este fui la pasajera que nadie querría tener al lado. No comí absolutamente nada en las seis horas hasta Boston, aunque de todos modos la cosa siguió, con altibajos, hasta el aterrizaje. Allí una de las azafatas seriamente me preguntó si quería recibir asistencia médica en el aeropuerto de Boston, aclarando que eso seguramente me demoraría muuuucho. O sea, otra vez buena cara y "gracias, pero ya pasó, estoy bien, gracias". 
Una vez en tierra me empecé de a poco a mejorar. Hice el trámite de inmigración, recogí mi valija y salí a la parte donde están los que vienen a recibir a los viajeros. Recién ahí tomé conciencia de dos cosas dos: que había perdido mi camperita lila y que nunca había pasado por el scanner de rigor para entrar a cualquier lado. Pero no fue grave. Lo del scanner aparentemente acá no corre, y un nene me alcanzó de no sé dónde la campera. Mi amiga llegó una hora antes de lo que esperaba, y en un rato estábamos instaladas en un hostel gigante, de siete pisos, con una vista impresionante y con los espacios comunes más amplios que he visto. 
Terminé el día animándome a una ensalada y un yogurth en el seven eleven de enfrente al hostel, y confirmé lo que ya sospechaba: mi salud volvía a los niveles de normalidad deseables, pese al calor y el cansancio de la jornada.

Y a las dos y pico de la mañana mi amiga y yo (por fin) nos dormimos.



2. La excursión a Cape Cod
Desde 2015, cuando había visitado USA en invierno, me quedé con ganas de mandarme una escapada veraniega. La elección de Boston para arrancar obedeció a un misterioso sueño que tuve, en el que yo porfiaba por ir a Cape Cod, lugar que al despertar no me sonaba a nada pero que, consulta a Wikipedia mediante, resultó ser una hermosa playa de Massachussets. Por eso vinimos Cecilia y yo hasta Boston, y por eso reservamos una excursión a Cape Cod para el día de hoy. 
Mi destino estaba esperándome en una hermosa playa, y yo estaba dispuesta a ir a su encuentro. Y allá fuimos, luego del desayuno en Starbucks. 
El viaje en bus comenzó un tanto conversado de más. El señor chofer hablaba y hablaba desde su micrófono, contando historias seguramente didácticas y pertinentes, aunque un tanto abundantes de más. Podríamos decir que la tercera parte de su speech giraba en torno a la familia Kennedy, que parece ser una obsesión por estos lugares. 
El viaje duró como dos horas y media sin detenerse en ningún lado, y sin asomarse al mar. Íbamos en una ruta paralela a la playa. Todo el tiempo el señor nos anunciaba cosas que haríamos más tarde: "este es el Museo del vidrio, aquí vendremos después del Kennedy's Memorial...", cosas así. 
Al fin, al mediodía, paramos quince minutos en un lugar cerca de la playa supuestamente para ir al baño, aunque mi amiga y yo (que, ilusamente, habíamos llevado traje de baño y hasta un pareo, por si había un rato de free beach en la jornada) nos metimos por la arena hasta la orilla del agua. Era una bahía, llena de yates, de arena gruesa y no muy linda, de agua muy verde y casi sin olas.
Ahí vino un viaje en barco por los alrededores, viendo desde lejos las casas de los Kennedy (obviamente) y del dueño de Gap, entre otros. Lindo. Salimos un poquito a mar abierto y las olas vinieron a saludarnos de muy cerca. Parece que por ahí hay tiburones, aunque no se meten en la bahía, porque el agua es más fresca y parece que el tiburón no es bicho de andar pasando frío. 
A continuación, el Kennedy's Memorial, que es solo un muro con la cara de JFK en forma de penny, el Museo del vidrio, donde un chico de barba larguísima hacía una demostración de cómo hacer vidrio soplado, una caminata por la ciudad de Sandwiche y una visita a la estatua de la Libertad de Plymouth que fue la precursora de la otra, copiada a esta por los franceses. 
A la vuelta, al menos, el guía vino más calladito, a dios gracias. 
Hicimos un poco de shopping en Boston, dimos unas vueltas hasta las diez y pico sin que llegara a oscurecer, Cecilia vio un conejo corriendo en una avenida y medio que lo arreó hasta un parque cercano y ahí terminó nuestro domingo de Boston y alrededores. 

Mi destino puede que me estuviera esperando en Cape Cod, pero seguramente le costó reconocerme cuando me vio llegar en formato de excursión. De todos modos en unos días vamos a volver por esos lados, cuando vayamos a Martha' Vineyard. Y ahí nos veremos las caras (salvo que nos toque de nuevo Mr. Comunicativo, cosa bastante probable). Ampliaremos.



3. Witches & shopping
Tercer día de mi verano en julio. 
De mañana pintó paseo de compras. Empezamos buscando una pavadita, una cosa llevó a la otra y terminamos con championes, sandalias, una onda pantuflas de verano,remeras, shorts, traje de baño, medias e ainda mais.
La ciudad está embanderada para el Independence Day, por todas partes se ven barras y estrellas , y hasta hay personas con ropas patrióticas, como una señora china esta mañana impecablemente ataviada con vestidito elegante en blanco, rojo y azul, con un pañuelo blanco con estrellas rojas al cuello. 
El tránsito en Boston es un tanto incomprensible, por momentos. De repente ante una avenida está el semáforo en rojo para los cuatro costados, y dos filas de autos y dos de peatones esperando pacientemente. I don't understand. Tampoco entiendo unos vehículos medio con pinta de anfibios que vemos por todas partes. Se llaman Duck no sé qué. Ayer en Hyanas, durante el paseo en barco nos cruzamos con uno y acto seguido todos los pasajeros del Duck no sé qué nos saludaron con un par de sonoros "Cuack!!". Yo no sé, pero esto seguro que en la época de JFK no pasaba. 
El almuerzo del lunes consistió en una frugal ensalada, quizá para compensar la hipercalórica lasagna del domingo en un restaurante de Hyanas. Y después nos fuimos a Salem, vía metro y tren. 
En Salem todas las atracciones del circuito histórico y brujeril están señaladas por una línea roja que serpentea por veredas y calles, así que no hay como perderse. Vimos un cementerio de época, unos monumentos, parques y fachadas de museos, pero todos eran con visita guiada y no nos tentaron. En el cementerio las tumbas estaban muy amontonadas. Algunas databan del siglo XIX. Los que no eran de otra época eran un chico barbudo y una chica muy muy muy flaca, ambos borrachos, que eran sacados del parque y conducidos con las manos a la espalda por sendos policías. 
_ ¿Por qué estoy bajo arresto?- gimoteaba la muchacha.
_ No estás bajo arresto. 
_ ¿Y entonces por qué usted me está llevando?
_ Porque tú sola no podrías mantenerte en pie. 
Y se fueron. 
Ya era hora de volver a Boston. 
Tomamos el tren, y a la tardecita estábamos tiradas en el hostel, esperando que fueran las siete u ocho para ir a cenar a un restaurante italiano. Sí, aquí se cena mientras el sol aún está alto, yo qué sé, este es un mundo raro. Salimos de la cena y aún brillaba el sol por todos lados, porque hasta diez y pico es de día, pero el shopping cierra a las 6 y la happy hour de los boliches arranca a las tres de la tarde.
No entiendo nada. 
Mañana será día de playa, desfile, conciertos fuegos artificiales. Por ahora se escuchan sirenas, y por la tarde hubo mucho movimiento de helicópteros sobre los rascacielos. Si no aparezco por estos lados no teman, que no me pasará nada: es solo que el ipad está es una etapa crítica y su mente desvaría cada vez más seguido. Es hora de hacer nuevos amigos.

A domani. Digo: see you! 



4.1. Happy Forth
Otra mañana de sol y agradable calor en Boston. Otra caminata por Appleton, doblar en el Animal's Hospital con sus bizarras esculturas de animales, pasar el puente sobre la autopista, cruzar la tienda de los gatitos chinos e instalarse en el Starbucks con un Moka y una rodaja de pan de banana o calabaza. 
Hoy nos quedamos afuera, oyendo cantar los pájaros entre los ruidos de la ciudad. Una negra enorme, de cabello enrulado, entabló conversación con Ceci (que por estos lados es Cecelia) y resultó ser una docente, que se pasaba todo el tiempo de su jubilación viajando. Por la calle pasa un chico flaco hasta lo indecible, bailando sobre su skate mientras escucha música a todo volumen con algún parlante. Una señora camina con su remera-bandera. Nosotras hemos decidido no ir al cetro neurálgico de los festejos hoy, just in case. Para ingresar al parque no se puede llevar ni una mochila. 

En unos minutos buscaremos un metro para ir a la playa. 



4.2. Happy Forth at the beach
Para llegar a la Playa Constitución desde Boston hay dos formas posibles: usando el Metro o el Lift, que es una especie de Uber a la que hemos estado recurriendo todos estos días. Hemos viajado con conductores casi de cada continente, y siempre nos han pasado a buscar en uno o dos minutos, son amables y no resultan mucho más caros que otros medios de transporte. 
La playa Constitution es pequeña, sin olas, de arena gruesa y con piedritas. Queda al lado del aeropuerto, donde despega un avión por minuto, o eso parece, aunque el ruido realmente no molesta para nada. El agua no es la gran cosa y está fría, pero luego de tres días casi enteramente de ciudad (excepto por el viaje en barco en Hyannis) y de varios meses de invierno, en mi caso, aquello fue espectacular. Había muchas cucharetas, algunos cangrejos y miles de caracoles pequeños, como de río, pegados a las piedras o los esqueletos de ostras de la orilla. Uno camina por el agua y va viendo el fondo, porque no hay nada de oleaje. De los caracoles no traje ni uno, porque todos los que vi estaban vivos. Incluso en la arena seca vi algunos, pero cuando les acercaba un dedito a un par de centímetros ellos se movían, como con un escalofrío, como indicando "no me lleve, no me lleve que aún estoy acá", divinos. En el agua vi un par de caracoles corriendo a gran velocidad por la arena del fondo, con patas de cangrejo asomando por la puerta de su casita. En cierto momento iba mirando unas cucharetonas blancas y vislumbré algo que reflejaba el sol desde el fondo. Me acerqué: ¡aquello era una ostra increíblemente nacarada, hermosa, enorme! Me acerqué más y la tomé entre los dedos: era una cuchara gigante, cono de helado. En fin, si la playa me la ofrece, habrá que aceptarla. Y me la traje. 
Sobre el mediodía el calor se hizo más intenso, y hubo que retornar. Le saqué una foto a la pista de skate "Porrazzo", nos cambiamos en un baño público y salimos hacia la ciudad. Volvimos en el Metro, que va oscilando entre subte y superficie. Hay muchos túneles en Boston, que es una ciudad que le ha ganado kilómetros al mar desde el siglo XIX. Algunos túneles son bajo tierra y otros bajo el agua, y se los diferencia porque los azulejos de las paredes tienen una franja marrón o azul, según el caso. 
Chipotle fue el lugar de almuerzo de hoy. Por 7.5 dólares nos dieron un bowl gigantesco de comida que da para dos días, todo en envases pensado para comer ahí y llevar el resto a la casa de uno. Nos dieron un mix de arroz, verduras, queso y tofu (en mi caso, porque también hay carnes), un poco picantito pero delicioso. 

Todo parece pronto para el espectáculo de la noche. Los fuegos artificiales son diez y media, hay conciertos y esas cosas, y parece que el sitio top es una explanada sobre el río, en la cual desde ayer de noche hay gente acampando para tener un buen lugar. No queda muy lejos del hostel, así que para ahí rumbearemos cuando se acerque la hora. Los helicópteros y las sirenas siguen haciéndose notar, pero aparte de eso todo parece tranquilo en la ciudad, al menos para nosotras, que del accidente de ayer ni nos enteramos hasta hoy a mediodía.



4.3. The Fires Artificiales
Aparentemente todo Boston está junto al Charles River para el concierto y los fuegos artificiales del 4th July. Miles, miles, miles de personas reunidas en un ambiente amable y tranquilo, a excepción de los varios detectores de metales, la revisación de las carteras y las pulseritas de seguridad que lucen nuestros brazos y bolsos. No se puede pasar líquidos, ni tampoco aerosoles, entre otras muchas cosas. La gente toma sus bebidas antes de entrar y se rocía con los insecticidas antes de dejarlos y seguir adelante. La policía y el staff del evento son firmes pero muy amables. La ciudad ha estado en paz estos días previos, al menos si no contamos el sospechoso accidente cerca del aeropuerto en el que resultaron diez personas heridas, ni los doce episodios de paseantes sorpresivamente baleados en plena calle, en fin. Un remanso de tranquilidad y concordia. 
Cecilia y yo nos instalamos a unos 5 metros del agua, alrededor de las cinco y media. A partir de esa hora mi pareo naranja marca los límites de nuestro personal space, que defenderemos de la invasión de cualquier potencia residente o extranjera.
Detrás de nosotros hay un desfile de gente interminable.
Un señor grande de pollera escocesa tableada, negra y con adornitos.
Una chica con tutú rojo, azul y blanco. 
Cinco adultos (padres y tres hijos) luciendo las mismas camisas llamativas blancas con flores azules y con banderitas en las manos. 
Sombreros, lentes, adornos patrióticos de toda clase, caras pintadas con franjas o banderas. Corbatas, pantalones con una pierna de franjas y otra de estrellas, bermudas, tops, de todo. 
Todas las edades, todos los tamaños, todas las razas, todas las etnias. 
Gente vestida como para una cena elegante o para ir al estadio. 
Pasan con bandejas de comida frita, con agua, con ananás con pajita. 
No hay perros, pero sí gansos de cuello negro que nadan tranquilos y de vez en cuando salen del agua a pedir comida a los asistentes al "Special Event" de esta noche. 
Siete menos cuarto hay un countdown y luego suenan unos cohetes (por no decir la palabra prohibida en esta circunstancia). De a ratos vuelve a haber cohetes, y a cada explosión todos nos estremecemos por un momento. Cecilia y yo hemos pensado dos diferentes puntos de encuentro por si nos perdemos, y tenemos claro que en caso de serios problemas la única salida posible será tirarnos al agua. Yo planeo mantener un brazo afuera, con el ipad seco, pero ignoro si seré capaz de lograrlo. 
Sigo tomando mi limonada y mirando a la gente y los barcos a mi alrededor. Esto es impresionante, imposible de describir. Como una película, pero mejor. La tarde es cálida, las gaviotas nos sobrevuelan y los helicópteros también. 
Cuando cae la tarde suena el himno, y todos se paran y se llevan la mano derecha al corazón. Luego pasan unos aviones, se aplaude a la Marina y empieza un show musical que me hace sentir en una película de Abbot y Costello. This is myyyy country...
Cecilia se me pasa escapando. La última vez fue por una hamburguesa y demoró casi una hora. Dice que había cinco cuadras de cola, pero no sé... No, de verdad había esa gente y más. 
El musical continúa. Cantan algunos y solo tocan otros. Cosas épicas, como la Caballería Rusticana (creo) o muy yanquis ochentosas, como YMCA, que nosotras coreamos con letra de Susana Giménez. Ya hay gente todo alrededor, no hay espacios libres pero todos respetan el espacio delimitado por los pareos o sillas de cada grupo y siempre piden permiso para pasar con amabilidad.
Los barcos de la Marina pasan y pasan, con sus luces patrióticas rojas, blancas y azules. Cantan algo muy patriótico y se para mucha gente, incluyendo un veterano que tenemos adelante, que vino solo y se trajo su silla, un libro, sombrero, un pañuelito para taparse el cuello y otro para el brazo, almohada, abrigo para la vuelta y linterna por si está oscuro. A las diez y diez suena un popurrí de cosas patrioteras, que a mí me suenan a la canción de Barney es un dinosaurio que vive en nuestra mente... Los barcos arrancan a hacer sonar sus sirenas. Pero es una falsa alarma, y sigue la música, incluyendo el tema de Crónica!! Parapararappa, papa papa pa pa pa... Mueren dos personas y un boliviano... Accidente de auto: Batman único testigo...
10.28... Empiezan los fuegos!!
10.29: terminan los fuegos. 
La gente se entró a mirar, nadie entendía nada. That's it? Preguntaban, a la vez que alguien en la ceremonia hablaba y hablaba como estirando la cosa. Unos quince minutos duró ese estado de suspensión de festejo, hasta que, ahora sí, arrancaron. Arrancaron atrás de un puto árbol que nos tapaba toda la parte superior, jaja! Pero igual se disfrutó. Veinte minutos de despliegue pirotécnico impresionante aunque un tanto mal organizado (como la excursión a Cape Cod). Ponían una música muy muy para arriba y a continuación Simon & Garfunkel... Dos veces hubo fuegos que formaron la palabra USA (impresionante), pero quedó perdido en el medio. 

Lo mismo pasa con esta crónica, que no tiene remate, porque es muy tarde y me voy a dormir. Bye.




5. The Vineyards
La excursión a Martha's Vineyard arrancó a las seis de la mañana, con una empresa distinta a la de Cape Cod. Estos son England Trip, y comenzaron repartiendo muffins y agua para todos antes de salir de Boston. Es un micro pequeño, lleno de turistas de variadas edades, quizá con un promedio menor al del otro día. El driver es igualmente veterano pero habla poco, dándonos tiempo a mirar el paisaje. El día luce absolutamente despejado; por ahora solo llovió un rato la noche en que llegamos, con una lluvia intensa pero pasajera. 
De pronto, saliendo de Boston, dos pavos corriendo por la autopista. Los pasamos de largo, pobres bichos, espero que se hayan salvado. Uno al menos había logrado subir al murito del medio. El conductor cuenta que por aquí se ven coyotes y en las afueras aparecen venados y águilas, aunque yo solo veo una garza blanca y además tengo síndrome de abstinencia felina porque hasta ahora no he visto ni un gato. Lo que sí hay en Martha's Vineyard (MV, para los locales como una) son ticks, es decir, garrapatas. Hay dos clases de garrapatas, de perro y de venado, y dejan una aureola alrededor de la picadura. Si se te prende una por un tiempo de entre 24 y 48 horas ye puede producir la enfermedad de Lyme, que afecta los nervios y la memoria. 
Por último, para cerrar el capítulo de los bichos, es muy natural que aquí los perros entren con los dueños a los comercios, no importa si son farmacias o supermercados. Andan en ascensores, van a recibir a la gente en el aeropuerto... Salvo ayer, que se ve que no los dejaban entrar a los festejos del parque. 
El viaje fue esta vez, como decía, tranquilo y con poco speech. Llegamos al barco que nos iba a pasar a la isla y nos ubicamos arriba, porque el sol de la mañana estaba más que amigable. El trayecto fue corto, y en media hora ya estábamos recorriendo Oak Bluffs, uno de los cuatro o cinco pueblos de MV. Teníamos varias horas de libertad por delante, porque en vez de hacer el tour por la isla preferimos lechonear en la playa y (yo) buscar cosas por la orilla.
No voy a describir mucho, solo esto: es un paraíso. Agua verde y transparente, buena temperatura, poco oleaje, arena limpia, cucharetas nacaradas, piedras divinas, poquísima gente, casas de madera, calles amigables con muchos árboles y tránsito tranquilo, comercios con precios normales, rica comida, linda gente. Quiero vivir acá, obviamente, ¿dónde más?
Antes de salir de Oak Bluffs encontramos un iphone y unas tarjetas de crédito que nos complicaron un poco porque no sabíamos cómo devolver todo a su dueña, hasta que se lo dejamos a la policía y nos fuimos a esperar nuestro transporte bajo el sol de las tres de la tarde, que no tiene agujero de ozono pero igual pica. Volvimos buscando asientos a la sombra en el barco, porque por más protector que usamos terminamos medio camaroneadas, especialmente Ceci, que es muy blanca y vive en un pueblo con poco sol. 

A la tardecita cenamos en un restaurante chino, y comí mi primera galleta de la fortuna. Esta es la última noche en Boston; mañana de tarde se inicia la etapa minnesotiana del verano en julio, etapa de lagos, de compras tax free, de reencontrar humanos y canino (uno) y de conocer a una felina de la que ya verán fotos. Muchas fotos. Considérense avisados.



6. Bye Boston.
El jueves fue, como todos los días desde que llegamos, soleado y despejado (con tono de Tiranos Temblad). Por la mañana recorrimos un par de parques y estuvimos encontrando ardillas, patos y cisnes entre árboles y lagos. Luego vino el difícil momento del armado de la valija, que YA pesa más de lo debido aunque aún no hice compras tax free en Mn, oh oh.
Almorzamos a una muy temprana hora en un restaurante italiano porque mi amiga tiene unos horarios que ella dice son de Minnesota pero a mí me suenan de Cerro Largo. De tarde pintó Columbus Park con sus muelles, teatros, acuarios y Starbucks, y luego hubo que hacer tiempo en el hotel; el calor empezó a picar y no daba para andar caminando. 
Camino al Logan Airport en Lift (símil Uber) pasamos por uno de los interminables túneles de Boston, subfluvial esta vez. El tráfico estaba atascado, pero nuestro conductor de turbante nos sacó rápidamente y nos dejó en destino con tiempo de sobra. En general el tránsito es tranquilo y bien organizado, salvo esos momentos de cuatro filas con rojo para todos lados, en fin. Hoy vimos un ciclista que parecía haber sido chocado en una esquina, a juzgar por el estado de sus ruedas. Estaban con él su compañera, un coche de policía y otro de bomberos, pero no se veía al otro vehículo. El 4 de julio vimos una bici pintada de blanco, con cruces y flores, atada al farol de una esquina. Tenía el nombre de alguien y una fecha escritos en una placa colgada del manubrio. Ceci dice que ha visto similares en otras ciudades, parecen ser a la vez homenaje al muerto y advertencia al resto.
El aeropuerto de Boston temblaba un poco. Aparte de eso y de que unas amanditas que llevaba en la cartera entraron en estado de licuefacción y pintaron de un bonito color caca todo lo que había alrededor, todo bien. Antes de despegar tuvimos que hacer una fila de aviones interminable, y cuando nos pusimos en la pista teníamos ocho o nueve esperando detrás. Fuimos sentadas en la penúltima fila del Delta Airlanes, pero con tres asientos para cada una. Esta vez la comida del avión no me cayó mal, por la sencilla razón de que no la hubo, excepto un par de galletitas y un refresco. 

A partir de ahora las crónicas desde el verano se trasladan a Minnesota, el Estado de los 10.000 lagos. A partir de aquí no habrá rascacielos ni océano, sino lagos, verde, outlets, rock, hogar, amigos y mascotas. ¡Bienvenidos!



7. Basilica Block Party
El primer viernes de las vacaciones de julio fue un tanto atípico. Para empezar, desperté en una casa enorme con gata gris y lago innominado a veinte metros. Fui a un supermercado y compré montones de ropa de todos los tamaños desde S a XL, y cada cosa me quedó bien. Como remanentes del 4 de julio había toda clase de artículos con la bandera, desde cupcakes a bikinis. Compramos también alimentos, algunos de ellos peligrosamente parecidos a vicios; me hubiera pasado el día entero en el Target. Lo lindo es que uno paga y pesa las frutas sin pasar por la cajera: autoservicio absoluto. Luego me hice dueña de un nuevo número de teléfono por un mes que costó cuarenta minutos de espera y 63.16 dólares, número que me duró dos minutos (con devolución de los 63.16 pero no de los 40 minutos, fucking Verizon). Después del almuerzo salimos para un toque, a las tres de la tarde. 
Estamos en Minnesota, you know?
Todo puede suceder.
El recital era parte de una campaña que se viene realizando desde hace 28 años para restaurar la basílica de Minneapolis, que tiene importantes daños en su estructura causados por el agua. Los toques arrancaban a las 5, pero primero teníamos que ir a otro lugar (en una zona muy rural, en medio del bosque, divino) a buscar a Ann, amiga de Cecilia y profesora de Arte en su mismo liceo. En el camino pasamos por un pueblo donde casi todas las casas tienen una escultura de oso en la puerta, vi una garza hermosa en el medio de un lago y unos pocos caballos en el campo. Esta no es zona ganadera, es zona de lagos, plantaciones de choclo, de bosques y de sorpresas, como ver un anuncio del próximo concierto de Kenny Rodgers ("vivo?"). Al borde de la carretera, a la entrada de Minneapolis, un vagabundo sostenía un cartel hecho con cartón: "I fart on Trump's general direction" 😂
Entramos al predio tras pasar las revisaciones de control y ser etiquetadas con la maldita pulserita de rigor, esta vez indicando (previa muestra del pasaporte) que soy mayor de edad y puedo comprar alcohol. Miles y miles y miles de personas caminaban, comían, estaban sentadas en el pasto o las calles o ya escuchando los primeros grupos. Los escenarios eran tres, bastante distantes entre sí, con la imponente iglesia en un costado y con una autopista que pasaba por encima de la multitud. Fue muy raro un escenario de rock con un santo en el fondo, con gente bajo los árboles, con sol en el cielo. Antes de ver nada hicimos un tour guiado por la basílica: salimos de la música para ingresar al silencio y la sacralidad en un segundo. La iglesia es realmente impresionante, enorme, majestuosa. Y volvimos al mundo exterior. 
Vimos mucha cosa ayer, algunos toques enteros (John Paul White, Brandi Carlile), otros por fragmentos (Jaedyn James & The Hunger, Andrew Mc Nahon in the Wilderness, Needtobreathe), mientras caminábamos, comíamos quesadillas y yo recibía promociones for free. Me hice una colección de lentes, protector de labios, bandana, etc. Ah, y daban tapones para los oídos, por si la música estaba muy fuerte. Solo en Mn vas a un concierto y se preocupan por tus oídos. 
El plato fuerte era la Carlile, que hace una fusión rock y country, excelente, flanqueada por sus guitarristas, que son dos pelados gemelos. Su último disco es todo a beneficio de una organización de beneficencia (More Children), cantó un tema a su hija, habló de su esposa y de la necesidad de mantenerse juntos para no perder los derechos (Mn fue uno de los primeros Estados en legalizar el matrimonio igualitario; Carlile llamando a Trump...) y terminó el bis invitando a subir a J P White. 
La salida fue rápida y ordenada. El viaje, largo, porque hicimos como una hora de campo y pueblitos. De camino pasamos por dos venados a la orilla de la carretera y una cosa peluda cruzándola. "A opossum!", gritaron Ceci y Ann, que frenó justo a tiempo de dejarlo pasar. Tuvimos que googlearlo para que yo tuviera una traducción: era una zarigüeya. 
Terminamos la noche comiendo tortilla a la española hecha por Maite, una amiga de Ceci que está por volverse a España y habla hasta por los codos, asistimos al acecho infructuoso de un bichito por parte de la gata Fred y nos fuimos a dormir. 

I love Minnesota




8. Reencuentros de sábado en las praderas del Edén.
Contrariamente a lo que hubiera imaginado, mi capacidad de consumo sigue aumentando en Minnesota. Comienzo a pensar en una segunda valija y en un verano lleno de estrenos en unos meses. Sigo fascinada por la variedad de opciones y tamaños, sin contar con el pequeño detalle de que todo es más barato y que los supermercados son tan grandes que en uno solo te podés pasar la mañana entera sin terminar de decir cosas como "eeeeesto!!", o "quiero quiero quiero!". 
Hoy había algo raro por estos lados, pero no terminamos de entender qué. De vez en cuando se veía un par de reposeras al costado del camino, como preparadas para que la gente de las casas asistiera a un desfile. En cierto momento la police nos detuvo para ceder el paso a una banda de decenas y decenas de motoqueros (muchos sin casco, porque acá no es obligatorio), y más adelante había una cuadra de campo ( ahí nomás, junto a los choclos) con marines que sostenían carteles. Comenzaban llevando la cuenta de los caídos en diferentes guerras, después reivindicaban sus valores de honor, dignidad y respeto y al final aseguraban que ellos nunca van a olvidar. Un poquito inquietantes, los carteles.
Este es un mundo raro. Sé que ya lo he dicho, pero no puedo menos que repetirlo. No conozco otro sitio donde los estudiantes hagan un paro para apoyar a la policía, por ejemplo. Parece que Forest Lake (un pueblo) consideró la posibilidad de prescindir de su cuerpo policial por temas presupuestales, y todo el mundo comenzó una movida para que no fuera así, pero no por inseguridad (que no la hay) sino por amor a sus efectivos. Los liceales hicieron paro una tarde y realizaron una larguísima caminata para juntarse con otras instituciones a fin de manifestarse, hasta que al final la medida fue reconsiderada y los policías siguen en sus puestos. Entienden que es un mundo raro? O estoy exagerando?
De pasada fuimos a visitar el liceo donde trabaja mi amiga, el Lila: Lakes International Language Academy. Impresionante, saqué y colgué fotos, porque las palabras no serían suficientes. Está en plenas vacaciones de verano, así que el edificio está vacío, pero los docentes igual pueden ir, si gustan (por ejemplo, para llevar de paseo a una amiga sudamericana como una), y vimos un piso recién lavado, es decir que la limpieza no se suspende por falta de alumnos. 
Por la tarde fuimos a cenar a Eden Prairie, a casa de Beth, que es donde me había quedado hace un par de años. Fue muy extraño ver el barrio verde, porque en mis recuerdos de 2014 estaba todo blanco de nieve. Ahora se podía cenar en la terraza, bajo los árboles, y el único motivo de preocupación eran los mosquitos, que son gigantes y atrevidos, pero no muchos.
Tuvimos una cena deliciosa y vespertina. Beth es una excelente cocinera y su familia es un encanto, sin contar con que a ellos no sé por qué les entiendo casi casi todo, mucho más que a otras personas, con las que hablo pero se me escapan palabras. Y estaba Max, of course. Max está aún más lindo que antes, pasa pidiendo comida y reclamando atención humana, quiere salir al patio, quiere entrar, quiere que lo mires, quiere que le des cualquier cosa que haya en la mesa... Me hizo acordar a Roldana, pero versión perro.
En cierto momento la hija de la familia hizo un descubrimiento: entre unos pilares de madera bajo la terraza había un nido hecho con pastos y ramitas, aunque con pinta de abandonado. Le saqué una foto metiendo el teléfono por encima, en los diez centímetros que quedaban entre nido y techo, y descubrimos dos preciosos huevitos azules, huevos de Robin Bird, según averiguaron los dueños de casa. Mientras cenábamos vi una ardilla correteando por ahí, y al salir había conejitos silvestres en los jardines vecinos. 
Volvimos con la luna llena sobre el horizonte totalmente despejado, un cuadro de Cúneo en el hemisferio Norte. Es una luna un tanto diferente a la nuestra, esta de Minnesota, porque no sube por el cielo sino que se desplaza de costadito.
Y aquí estoy. Domingo por la mañana, en el porche, oyendo la radio por internet, mientras en el lago del fondo los patos disfrutan de la mansa llovizna de la mañana y los pájaros de Lino Lakes están en permanente concierto. 

Esto se llama vacaciones. 



9. Alerta en Anoka
El domingo de mañana tuvo algo de llovizna que no llegó a molestar. Los patos del lago del fondo estaban de lo más sonoros y movedizos, los pájaros muy afinados y el vecino de enfrente (como siempre) atlético y ejercitador. 
Hoy fuimos a un lugar a 40 minutos de Lino Lakes donde hay una especie de barrio de outlets que es la perdición de los consumistas. Yo en general detesto comprar ropa, pero acá... Meu deus!
Cuando al fin logramos dejar las tiendas volvimos al auto, que nos esperaba frente a una montaña de arena con la banderita yanqui en la cima. Patriotas hasta pa' eso. 
Hicimos una breve visita a Max con la excusa de levantar un bolso que me dio Beth, toda vez que la valija va siendo evidentemente incapaz de albergar la ropa, los zapatos, los licores y vicios varios que piden por mí, elementos todos a los que no puedo decepcionar ni rechazar, pobres. 
A la tardecita salimos para despedir a una amiga de Ceci y su hijo que se van de paseo al Gran Cañón, y ya de camino nos enteramos de la alerta de tornado par varias zonas, entre ellas el condado de Anoka, el nuestro. Fuimos a un restaurante sobre el Forest Lake 1, en el que la gente se baña en verano y sobre el cual los autos transitan en invierno. Parece que los locales se dan cuenta de cuándo es prudente manejar sobre el lago congelado, pero ojo, que hace poco se quebró la superficie y se fue un auto al agua. 
El cielo estaba ayer bastante despejado pero eso no tiene nada que ver, porque el tornado se arma de golpe, no te da mucho tiempo para refugiarte. De manera que no alargamos gran cosa la despedida ( de la cual debo reconocer que la ensalada griega estaba muy rica). 
La alerta estaba en nivel "warning", que es onda "ojo". Cuando llega a nivel "watch" es porque el tornado ya ha sido visto en alguna parte. La recomendación en caso de que te agarre en la carretera es buscar refugio en una casa (si hay) o bien meter el auto atravesado sobre la banquina (que tiene un desnivel) y meterse uno debajo del vehículo. Claro que en algunos lugares si bajás del auto te puede encontrar un oso; en ese caso marchaste por mala suerte e inoportunidad extremas. 
Ya en la casa, la tele nos estuvo mostrando unas imágenes bastante impresionantes de granizo con piedras de hielo del tamaño de una pelota de béisbol, ahí nomás, cerquita de Montevideo. 🙂
Mini crónica en facebook:
Hay alerta severa de tornado en el condado de Anoka (el nuestro) desde ahora y por tres horas. En caso de riesgo tenemos que encerrarnos en el baño pequeño del piso de abajo; ya hemos pensado ir llevando nuestros bienes más preciados, es decir la computadora, los teléfonos, la gata, el Almonds Baileys que compré esta mañana y el dulce de batata que le mandó la madre a Cecilia. Además (por si faltaba algo de adrenalina a la noche del domingo) varias ciudades han reportado granizo con piedras del tamaño de huevos de gallina.
Fue un placer haberlos conocido.
Me voy a comer unas galletitas de chocolate.
Hasta mañana.

Creo.
La noche pintaba complicada. No daba para pensar en el futuro. Abrimos un Baileys y terminé un paquete de galletitas de chocolate mientras la gata dormía a pata suelta, ignorante de los sucesos del mundo exterior. Al rato nosotras también nos dormimos, que al otro día había que madrugar para llevar a los amigos al aeropuerto. 
Si el tornado venía veríamos qué hacer pero no vino, así que todos (incluyendo a la gata, los patos y el vecino de enfrente) nos consideramos salvados, por esta vez. 

Y así terminó el segundo domingo de las vacaciones de julio en verano.



10. Wisconsin: ¡es contigo!
La mañana post tornado fue soleada y de lo más apacible, aunque nosotras amanecimos a las cuatro y media de la madrugada porque fuimos a llevar a una amiga de Ceci y su hijo hasta el aeropuerto. Después hasta el mediodía no nos movimos gran cosa, y ahí sí, pusimos proa a Wisconsin. Cecilia había dormido un par de horas más por la mañana, yo nada, y más valía que la granja fuera buena o me iba a dormir en el primer banco que encontrase. 
Lo era. Por suerte para nosotras, lo era. 
A la entrada nos pareció que hubiéramos necesitado un niño como justificativo para la visita, porque aquello estaba lleno de chiquitos de jardinera en clase de verano y de parejas con hijos. De todos modos apenas entramos y echamos una mirada al parque se nos fueron todos los cuestionamientos: habíamos ingresado al Paraíso terrenal. Dante lo hubiera puesto en el canto 30 por lo menos, de haberlo conocido.
Los venados, las cabras y los gansos andaban sueltos al alcance de los mimos, que les dimos con mucho gusto a todos excepto a las llamas, porque nos pareció que nos querían engrupir con caritas de ángel para escupirnos como suelen hacer, y por las dudas no les quisimos dar el gusto. Algunos se bañaban en un lago, otros deambulaban por el prado, todos pedían atención y comida a los visitantes. Había muchos bebitos, especialmente una llama blanca con solo una hora de vida. Algunos (pocos) estaban en jaulas, y por eso Dante no hubiera podido ponerlos en el canto 33, pero la mayoría tenía un muy buen espacio, virtualmente ilimitado en el caso de los bichos más mansos. Vimos pavos reales, tejones, chinchillas, mapaches, zorros, lobos, todo tipo de ganado, conejitos, linces, erizos, puercoespines, zarigüeyas, unos gallos recontra pechugones, otros muy muy feos, de todo. 
Nos fuimos, sin dejar de pasar por la tienda de los souvenirs, donde se vendía desde comida orgánica a unas bolitas de chocolate con la leyenda "caca de caballo", o de vaca, o de cabra... Pero no compramos. 
A la salida eran como las tres y pico y el hambre nos hizo recalar en el primer lugar abierto al costado de la autopista, que era un Mc Donalds. La empleada que limpiaba las mesas era una señora con pinta de nonagenaria (sin exagerar). Cuando pasó por nuestra mesa nos saludó y me preguntó si no me había visto por ahí hacía un par de días. Se ve que en Wisconsin también tengo una gemela, salvo que la señora solo buscara charlar un poco, cosa bastante probable. Antes de irnos cayeron otras dos nonagenarias, clientas esta vez, que se ve que eran sus amigas, porque se saludaron con alegría. Una de ellas tenía un impecable vestido largo y cerradito en cuadrillé blanco y celeste, combinando con sus zapatos, cabellos y cartera blancos. Parecía la vieja bibliotecaria de una película de los años cincuenta. 
Ya de vuelta en Minnesota, a pocos km de la granja, entramos a un parque sobre el St. Croix River, que es el límite entre Mn y Wisconsin. El río a esa altura corre anchísimo y majestuoso. El bosque es alto, sombrío, entre rocas gigantes, y se recorre por diferentes senderos que parecen inagotables. De todos modos nosotras estábamos ya medio cansadas, o sea que no hicimos todos los recorridos, pero lo que vimos fue impactante. La naturaleza te echa a la cara tu pequeñez y a la vez te acepta como un microbio más que pasa, observa y sigue de largo. Somos chiquitititititos. Los árboles nos sobrepasan por decenas de metros, las rocas están allí desde hace un billón de años, según dice el folleto que nos dieron, y el parque mismo existe desde 1895. Una maravilla. En cierto momento, entre los árboles, una cosa enorme de color madera se detuvo a observarnos: era un venado, a un par de metros de nosotras. Se quedó mirándonos, de lo más tranquilo, a diferencia de una ardilla que casi ni foto me dejó sacarle, de tanto apuro. Los que sí se dejaron ver, sobre todo al caer la tarde,fueron los mosquitos, que en este Estado son enormes y patoteros. Ya era hora de ir volviendo. 
Ahora cae la noche en Lino Lake. Mi amiga me dijo "buenas noches" hace rato, mientras aún brillaba el sol, y su gata se fue con ella. En la vereda de enfrente los patos siguen cruzando el lago en fila y hay un conejito silvestre que dos por tres se asoma a comer alguna hierba y a dejarse contemplar por esta uruguaya que hoy se ha pasado el día entero de asombro en asombro. 

Cosa linda los viajes, la amistad y la vida. Es verdad que es una obviedad, pero una a veces tiende a olvidarse. Qué cosa linda esto de vivir y mirar vivir, de aprender, cambiar y permanecer. Cierro con una frase que vi en la granja: Keep calm and eat Wisconsin's cheese.



11. Día de lagos
El Square Lake queda a media hora de la casa de Cecilia, en trayecto que tiene patos, pavos y ciervos al costado de la carretera, sin contar con las sillas de voladitos y los muebles gratis que también se ven de vez en cuando. El camino es de lo más panorámico; me gustaría vivir en un pueblo de casas rodantes, cerca del lago, todas con su jardín. Hasta que llegamos a destino. Uno entra al parque, paga siete dólares por auto y tiene a su disposición un lago gigante de agua transparente y a buena temperatura, un bosque inmenso con ardillas esquivas, gansos, peces, caracoles, baños y salvavidas, pero no comida. Esa fue la razón por la cual no nos quedamos a vivir en el lago, porque lo demás es perfecto. Hay arena con sol y con sombra, zona segura de baños delimitada con boyas, mesas y bancos bajo los árboles, poca y tranquila gente. A las doce en punto un parlante anunció que todos debíamos salir del agua por un procedimiento de seguridad: parece que es solo para ver que cada quien tiene a todos los suyos y que nadie perdió a ningún niño. 
La siguiente parada fue un pueblo junto a otro lago gigante: Stillwater. Muchas construcciones antiguas, algunas con chapas de metal, riscos, tiendas de antigüedades, supermercado cooperativo de productos orgánicos, biblioteca free en la playa, pantalla inflable para ver películas contra el agua, lugares de venta de piedras y fósiles, un pueblito de cuento. 
A la tardecita, mientras mi amiga trabajaba en su liceo, me quedé un par de horas en la feria de Forest Lake oyendo un grupo de jazz y viendo decenas de puestos y cientos de personas. Toda clase de personas, este país no deja de sorprenderme en ese aspecto. Como 50 veteranos estaban con sus reposeras, sobre el pasto, oyendo la música.
Entre los puestos había verduras, jugos, tatuajes de henna, ropa, artesanías con madera y hasta uno de la police, al que iban los niños a charlar y pedir lapiceras. En cierto momento un gordito cabezón de dos años se dio terrible porrazo, tan fuerte que muchos oímos el ruido de la cabeza contra el hormigón. El padre no sabía qué hacer, mientras el gordo lloraba a moco tendido, y en eso vino el cop y le ofreció ayuda, que fue amablemente rechazada. La madre llegó, lo tomó en brazos y le empezó a decir:
_ Now, look into my eyes... Just look into my eyes...
Y lo hipnotizó. El niño dejó de llorar al momento. 
Continué mirando a mi alrededor. Un nene sacaba chicle de una caja por metro y se comía tiras de a veinte cm. 
Todos comen y comen, en todas partes, todo el tiempo. O pasean perritos. O andan con 
remeras de Misfits y bermudas patrióticas con la bandera americana. O son una veterana de pelo blanco cortito, con musculosa y soutien de encaje beige, con pollera hasta los tobillos, pollera que es de jean hasta la altura de un short y luego una cascada de encaje azul. O una flaca treintañera de pelo violeta, short de jean y botas altas de cuero. O una uruguaya con remera de la Basilica Block Party, que se pasó media hora mirando los patos del lago y al final de la feria solo compró un pan de zanahoria con nueces.

Este lugar da para todo. Hasta para una.




12. Reincidimos en el Square
Cuando Mariela Rodríguez despertó esta mañana después de una noche de sueño tranquilo se encontró de pronto convertida en una monstruosa marmota. Cómo explicar si no el hecho de haber dormido de un tirón sin enterarse de que afuera el mundo se vino abajo por la noche, hubo lluvia y viento fortísimos, cayeron árboles, columnas del alumbrado público y hasta se voló un mosquitero de la casa, que fue a parar al jardín del musculoso vecino de enfrente. 
Se ve que lo mío no es el estado de alerta, y menos de vacaciones.
Por la mañana solamente hicimos mandados; el miércoles vino con ritmo tranquilo tranquilo. A las once y media, siguiendo los horarios que mi amiga dice son de Minnesota (empiezo a dudarlo, porque siempre almorzamos en lugares vacíos) nos fuimos hasta un restaurante mexicano: Don Julio. Ahí nos sirvieron una montaña de papitas, un vaso gigante de agua (estoy ahorrando calorías, ejem...) y una porción enorme de algo que pedí, una cosa vegetariana con arroz, burrito y chalupa (algo así) con palta, lechuga, tomates y otras cosas, un poquito picante pero deliciosa. 
A la tarde volvimos al Square Lake, donde ya estaba Ann, la amiga de Ceci, con sus dos niños bellos de película de Walt Disney. La niña, de unos 6, leía una novela épica como de 400 páginas, y el niño, de unos 4 años, es el más bello del mundo. Andaban con una paddleboard, que no quise probar porque estaba muy ocupada juntando caracoles transparentes y sacándole fotos a una ranita verde y amistosa. 
Hay cosas raras en esta playa. Hubo otra vez un par de avisos, como ayer, para que por 5 minutos todo el mundo saliera del agua, por ejemplo. Otra cosa extraña es que no hay más de una cuadra habilitada para baños, y en ella hay tres salvavidas separados, todo el tiempo mirando al agua. TRES. Por último, es la playa con más tachos de basura que vi en mi vida: dos cada diez metros, más o menos. 
Pero I love Square Lake. ❤️
Nos fuimos antes de la caída de la tarde. La señora del GPS debía estar medio alcoholizada porque nos mandó por una carretera de tierra donde pensé que iba a salir un oso en cualquier momento. A propósito, ayer en Colorado un acampante se despertó con un oso negro mordisqueándole la cabeza, situación de la que salió con vida aunque un poco rasguñado, según dicen las noticias. 
Por el camino vimos muchos árboles y algunos postes caídos, y por lo que se cuenta hubo casas afectadas, gente sin agua ni luz y carreteras cortadas. Las tormentas (y los osos) no se andan con chiquitas por estos lados. 

Cae la tarde del miércoles en Lino Lake. Son casi las nueve, aún queda un buen rato de luz diurna y los mosquitos rondan a mi alrededor en el porche buscando mi talón de Aquiles, que básicamente es cualquier cm cuadrado de piel libre de Off. Esta es una guerra, y mis armas son escasas; en cualquier momento canto retirada y me meto en la casa. Ha sido un informe desde la tierra de los lagos y (por lo tanto) de los mosquitos. Ampliaremos.



13. Last day at Mn
Hoy ha sido el único día fresco (relativamente fresco) del viaje: dio para ponerse un jean y todo. 
Por la mañana hicimos un último tour de compras, mientras yo trataba de desprenderme de cada uno de los treinta y pico de pennys que se me habían ido acumulando y que al final terminaron en el autoservicio del Target. Los cuartos no me molestan, y además hay algunos lindos de guardar porque son específicos de cada Estado. Ya tengo 12 de esos. Me quedan un par de viajes para completar la colección. 
En el camino me fui enterando de algunas cosas particulares de este mundo. Por ejemplo, pasamos por una Universidad privada y religiosa, Bethel, que antes de ingresar hace firmar a sus estudiantes un contrato por el cual no pueden tener sexo ni consumir alcohol mientras estén estudiando allí. Otra cosa interesante es que ellos (USA) no tienen sistema jubilatorio, es decir que o ahorrás para la vejez o confiás en que tus hijos te mantengan o trabajás hasta el final, si podés. He visto mucho viejito activo, aunque Ceci dice que también es posible que algunos opten por trabajar porque eso los mantiene entretenidos, cosa que y parece posible, porque los que vi no tienen pinta de estar pasando nada mal. 
Otra cosa singular que me contó mi amiga hoy es que hay una cárcel cerca de su casa, de la cual hace poco se fugó un recluso. No se escapó solo, porque huyó en una camioneta en la que estaban ingresando otros ocho presos. Lo raro es que los otros ocho no quisieron sumarse al escape sino que pidieron que no los incluyera y los bajara ahí mismo, en la cárcel. 
Por otro lado, parece que un operador se quedó ayer atrapado en un cajero automático, pero no en la cabina, sino en la máquina misma. No podía salir, y empezó a pedir socorro a través de mensajes que pasaba por la ranura por la que sale el dinero, hasta que alguien escuchó un ruido extraño, vio los papelitos y dio el aviso correspondiente. 
Este es un mundo bien diferente del mío. Un mundo donde Amazon deja las cajas en las puertas al alcance de cualquiera. Donde si no está la persona que supervisa la entrada a un parque se le deja el importe en un sobre. Donde en los restaurantes te dan comida como para tres pero siempre ofrecen empaquetarla para que la lleves. Donde comprar es más barato online pero a veces las tiendas bajan sus precios si uno les demuestra que por internet el producto cuesta menos. Donde todo ya está inventado. Donde sin GPS no llegás a ninguna parte. Donde los autos tienen calienta trasero, se abren con un código y pueden prenderse a distancie para ir calentándose hasta que el dueño se sube. 
Por la tarde Cecilia me hizo las valijas mientras yo navegaba en internet y comía una cosa deliciosa que se llaman rollos suizos, una especie de mini arrolladito de chocolate con merengue por dentro, pecado total imposible de resistir. A la tardecita fuimos a la feria de White Bear Lake, un pueblo precioso lleno de imágenes de osos blancos en honor a su nombre. En la feria había un recital de rock, otro de una banda onda militar (pero no), muchas carpas, venta de mil comidas diferentes, juegos infantiles, personas (como siempre) de lo más variadas. He estado viendo los capítulos de Gilmore Girls del año pasado, y esto era como andar caminando por Stars Hollow. 
El pub top de White Bear es The Alchemist, que está decorado espectacularmente (en especial el baño), tiene música en vivo en la terraza y ofrece unos tragos inolvidables. 
Ya en la casa, nos enteramos del tornado que nos pasó al ladito, a unas cuadras nomás, llevándose puestos la mitad de una casa y un montón de árboles. Mi amiga se despertó a la hora peor (duró unos diez minutos) pero yo no me enteré de nada hasta que ella lo leyó en las noticias. 
Y así termina el capítulo Minnesotiano de este viaje y se inicia el último y breve tramo en Pompano, con mi prima Andrea y su familia. 
Hace mucho, mucho que no tengo unas vacaciones de julio tan maravillosas. La última vez creo que fue en 1999, cuando fui a Cuba. Las próximas... Bueno, las próximas no deberían ser menos que estas, ni demorar tanto en ser planeadas. And that's all, folks! Hasta mañana




14. Viernes tropical
Eran casi las tres de la tarde cuando aterricé en el aeropuerto de Fort Lauderdale, y el calor húmedo me abrazó para ya no largarme. 
Hicimos una recorrida por algunos lugares preciosos antes de ir a la casa; el primero fue un faro sobre un muelle, divino. Cuando nos íbamos me subí a la camioneta blanca de mi prima pero me extrañó que ni ella ni su madre estuvieran ya adentro, hasta que vi que habían seguido caminando y que yo me había metido en un vehículo ajeno. Sin comentarios. 
Dije que sin comentarios, eh?
De tarde hicimos playa en Deerfield, donde el agua es transparente, tibia y con corales. Corales, cucharetas, caracoles, en fin. Es un ejercicio de autocontención no ponerme a juntar TODO lo que encuentro (un ejercicio que aún no resuelvo bien, por aquello de que nadie es perfecto).
Ya en la casa le pregunté a mi prima si Amazon no había entregado unos zapatos de invierno que encargué con su dirección, y ella y su madre se pusieron a reír, porque como me olvidé de avisarles pensaron que era un envío por error y ya estaban viendo a quién dárselos, toda vez que una cosa abrigada es totalmente inútil por estos pagos.
La cena fue en otra ciudad, Dalray, llena a tope de boliches con música fuerte, gente bailando sobre las mesas y propuestas gastronómicas de todo tipo. Mucha juventud, mucho latino, muchas chicas con escotes y mucho auto deportivo. Galerías de arte, colores, alcohol. Como dice mi prima, acá durante el día se anda de short y musculosa, y por la moche se anda de short, musculosa y tacos. 
Volvimos a la casa, donde lo primero que hice al acostarme fue romper una lámpara de Buda al tratar de enchufar el teléfono. 
Sin comentarios, again. 

Y ahí me fui a dormir, que me había despertado a las cuatro y media en Minnesota y ya era más de la una en La Florida.



15. Sábado nivel Hollywood
El desayuno en el patio junto a la piscina y bajo la sombrilla fue de una paquetería como solo los Rodríguez podemos alcanzar. Después vino la hora de ir a la playa, al agua turquesa y el sol inclemente pero bondadoso. Nos ubicamos bajo el muelle para disponer a la vez de sol y sombra, y desde ahí vimos pasar un velero, un dirigible y unos cuarenta aviones, amén de miles de humanos con cuerpos perfectos y de millones de mojarras ídem. 
A la vuelta recogimos a Lúa, que había pasado un par de horas en la peluquería canina y venía de pelo corto sedoso y con dos colitas violetas. 
Este ha sido un sábado agotador: desayuno, playa, almuerzo y piscina, en el patio, donde tratamos inútilmente de fotografiar a una iguana color verde esmeralda que apareció de pronto en el tronco de una palmera. Ya habíamos visto una igual al cruzar el canal tras la playa al mediodía. La de la casa era de medio metro, pero la de la carretera medía casi el doble. No son muy amistosas, son para ver de lejos. Parece que en invierno se mueren (literalmente) de frío; el compañero de mi prima ha tratado de salvar a algunas llevándolas a un sitio protegido pero no hay caso, se estresan, sufren el frío (el relativo frío que puede haber en la Florida en invierno) y mueren. A veces caen de los árboles por la misma razón, pobrecitas. Son de un color bellísimo, y sus colas tienen siempre franjas verdes y beige.
Al caer la tarde pusimos proa a una ciudad llena de arte, espiritualidad y boliches. Hollywood, la eclectica. El tercer sábado de cada mes se hace una feria artesanal con música en vivo que se llama Art Walk, y allá fuimos. Recorrimos, charlamos, compramos, caminamos, En un parque cercano encontramos un mundo de árboles increíblemente grandes, de ardillas, lagartijas y flores impresionantes. Me pareció ver una ardilla comiendo un maní y pensé que había mirado mal pero no me equivocaba, porque por ahí vimos a un veterano en bici que emitía una suerte de cacareo bajito, al cual acudían las ardillas como moscas a la miel. Se le subían de a una a la bicicleta, recibían su maní y se lo llevaban corriendo velozmente, mientras él seguía y seguía alimentándolas a todas. 
Al caer la tarde vimos una performance, mezcla de plástica y música, donde un grupo de percusión de Hollywood (Resurrection Drums) tocaba a la vez que un uruguayo flaco y canoso (Daniel Pontet) pintaba con los pies y de ojos cerrados algo improvisado en el momento. 
Ya avanzada la noche nos quedamos largo rato charlando en el living de la casa con mi prima, su pareja y mi tía Lourdes, que es la más joven de los once hermanos de mi viejo y me estuvo contando algunas cosas de esas del pasado de las que el Cele a veces se olvida. 
Mientras charlábamos presenciamos el Show de Lucky, que está a nivel Max en divinura, aunque este necesita hacer unas rutinas de fitness porque está medio gordito. Lucky es buenísimo, excepto con el peluquero al que lo llevaron una vez y que terminó en el hospital porque le mordió una mano, pero ¿quién no tiene un mal día una vez en la vida? Lúa, por su parte, cuando llegan los dueños enseguida va al jardín y viene con una piedra en la boca para que se la traten de sacar. Los dos se llevan bien y son muy dulces con los humanos. Lucky no soporta que le saquen fotos: cuando ve que lo enfocamos con el teléfono se levanta y se va. I love them. 

Y así terminó mi último día entero de verano en invierno.



16. El regreso

Llovía a cántaros cuando desperté en la última mañana del viaje, lluvia que demoró como cinco minutos y medio en detenerse. Había un calor raro en la casa; pensé que era el sopor post diluvio hasta que me levanté y vi las caras de profunda consternación en todos los humanos que estaban ya levantados. Había pasado algo muy grave durante la noche; el aire acondicionado estaba roto. Oh oh. 
Los planes de brunch familiar en Miami fueron pronto sustituidos por un desayuno potente en la casa, mientras esperábamos al técnico que arreglara la situación. Yo me di el lujo de andar un buen rato acechando iguanas en  el patio, cosa de la cual ellas ni se enteraron. Lo que sí vi, y en grandes cantidades, fueron las lagartijas de todos los días, que parece que tuvieron familia porque ahora abundan unas muy chiquitas, de unos cuatro centímetros. 
Andrea y su madre me acompañaron al aeropuerto. Ya la llegada implicó un largo trayecto, el lugar parece virtualmente infinito. Se nos fue un buen rato entre ascensor y caminata a máxima velocidad. Después, la rutina de pesar la valija se comió otros diez minutos. Comencé a ponerme nerviosa. Mi vuelo se iba a las cuatro, a las dos y veinte recién iniciamos la fila, aquello era un caracol con vueltas y revueltas que avanzaban pasito a pasito, y había unas cincuenta personas adelante de nosotras. En cierto  momento me sacaron primero a la tía y luego a a la prima, porque solo los viajeros podían estar en la línea. 
Ahí me puse a charlar con Patricia, una nicaragüense con la que tuvimos media hora de intercambio de info sobre nuestros países y a la que no volví a ver y ni pude saludar luego del checking multitudinario. Parece que las playas sobre el Atlántico son las mejores, de arena blanca y agua tibia, mientras las del Pacífico son frías y con arena negra. La capital según ella no es gran cosa pero sí hay montañas hermosas y un lago enorme en el medio con isla paradisíaca. El país parece ser bastante seguro, o por lo menos no tienen maras y no hay mucho narcotráfico porque la gente  en general no tiene dinero para drogas. El alcohol sí, es un problema, porque es muy barato. Patricia no conocía Uruguay pero sí había oído hablar del Pepe y creía que seguía siendo nuestro presidente. 
Al fin llegó mi turno, y me atendió un señor muy amable que hablaba en español. El embarque era a las tres y tres, y ya eran tres y cuatro. 
_ ¿Tengo que correr?- pregunté medio desesperada, porque el aeropuerto es enorme y yo tenía que ir hasta la puerta J16.
_ No, no hace falta, pero no se distraiga en el camino. Vaya derecho.- me aconsejó con tono paternal. Y así lo hice. 
Al terminar el trámite vino el momento de ir hasta el extremo de la puerta y pasar por los scanners de rutina. Bah, en realidad no pasé, porque el security me dijo que ya me había hecho un previo chequeo, y pude saltearme el aparato ese en el que te parás con las piernas separadas y los brazos en alto, además de dejarme los zapatos puestos. Yo creo que el tipo me vio con cara de buena gente, o tal vez fue que como andaba de remera y short no tenía dónde esconder un arma. Remera y short, sí, pero con zapatos de invierno, porque no me dio el tiempo de cambiarme antes de abordar el avión: cuando llegué ya estaba entrando la gente de mi sector. No era un gran inconveniente; ya lo haría en el vuelo, aunque deteste los baños de los aviones.De todos modos el despegue se demoró como cuarenta minutos por un fallo en el sistema informático, algo relacionado a la asignación de asientos, no entendí bien. 
Viajé sentada en el pasillo junto a un muchacho peruano amable aunque un poco nervioso. Yo andaba con miedo de sentirme mal por aquello del vuelo de la ida pero todo salió bien, salvo que me pidieron que cediera mi mantita si no la pensaba usar, porque viajaban más personas que abrigos, parece. La comida fue igualmente más o menos, pero tolerable. El pollo con verduras se les acabó y las últimas filas tuvieron que querer sí o sí macarrones con tocino.  Retraso, pocas mantas, poca comida, hummm... En fin, no daba para complicarse en las seis interminables horas del vuelo. Vi una película y seis capítulos de sitcoms, leí un poco en el ipad, jugué veinte solitarios y de pronto estábamos aterrizando en Lima. 
Llegábamos a las 9.15, mi segundo avión embarcaba 8.44 y salía 9.44. La situación era medio desesperada, siempre se entra al avión muchísimo antes del despegue. Unos cuantos estábamos en la misma, recorriendo el aeropuerto a velocidad de vértigo mientras se sucedían los carteles pero no terminábamos nunca de encontrar la puerta 16. Cuando llegué tuve una especie de dejà vu: otra vez el sector C estaba ya embarcando, otra vez no tuve tiempo ni de respirar y de pronto estaba adentro del avión, el último del viaje. Medio pichi, el avión, sin tele en los asientos, solo con pantallitas pequeñas que bajaban del techo cada cuatro filas de asientos, como era antes. 
Pero ya estaba adentro y respiré aliviada.   
El vuelo fue excelente, la comida mejor que las anteriores, mi compañera de asiento era flaca y solo me pidió una vez para pasar. O sea, aprobado 9. A la salida me estaba esperando Clarisa, la madre de Cecilia, que se mandó la patriada de ir a buscarme a las cuatro de la mañana porque yo no había previsto nada y estaba evaluando si subirme a un COPSA, aunque las dos valijas dificultarían bastante mi movilidad. Por suerte me llevó una campera abrigada; mis bolsos vienen rebosantes de minis y musculosas, pero nada invernal. 
Llegué a casa, regué las plantas y me quedé desvelada como hasta las siete de la mañana. El viaje al verano se había terminado; ya era tiempo de comenzar a planificar el siguiente.

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