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lunes, 5 de junio de 2017

Junio 2017





Noche de invierno en el supermercado. 
Un enjambre de personas caminando, zumbando, midiéndose sin mirarse, cada uno absorto en su teléfono, su carrito o sus códigos de barras. 
Iba ya de salida, rumbo al guardabultos, cuando pasé por un sector lleno de móviles de esos hechos de tubos de metal que suenan al moverse con el viento. El guarda de seguridad, un señor alto y veterano de impecable uniforme y mirada seria, estaba parado a un par de metros, pero igual yo al pasar intencionalmente choqué uno de los móviles con el plástico con el que iba a reclamar mi bolso, a ver si le sacaba alguna melodía. Y no, no sonó, porque le pegué medio de costado. Ya no daba para probar de nuevo, mi momento de rebeldía había pasado, de manera que me acerqué al mostrador y esperé mi turno para reclamar lo que allí tenía. 
En eso estaba cuando un sonido melodioso irrumpió por entre los ruidos estáticos de la multitud. Miré a la derecha justo a tiempo para captar al guardia de seguridad, que al pasar por su lado había hecho chocar con fuerza y destreza los tubos del móvil. 
_ Si no lo hacemos sonar nosotros ese no suena nunca- me dijo medio disimulando al cruzar a mi lado- Sale 2300, ¿quién se lo va a llevar?
Y siguió de largo con actitud imperturbable, pero con la sombra de una sonrisa revoloteándole por la cara y las manos de niño. 
Yo también salí del super con una sonrisa. Incluso iba cantando un tema de Gilda que se me pegó por un rato. Debe ser otra forma de la rebeldía de esta noche de invierno casi casi pre vacacional, pensé. 

Y seguí caminando.





Estoy rodeada.
Los informáticos de las oficinas de ambos lados de la mía tosen TODO el tiempo, y no estoy segura de que sus virus no estén capacitados para traspasar las delgadas paredes que nos separan. Sus voces, por lo menos, pasan sin el menor problema. Esta es una situación de extrema peligrosidad. No estoy segura de poder afrontarla.
Repito: estoy rodeada.
Ampliaremos.

O caeremos en el intento.





Abrís los ojos cinco minutos antes de la hora de despertar para ir al liceo. Apagás el despertador. Pestañeás. Despertás 50 minutos más tarde. Volás hacia un taxi, sabiendo que no te maquillaste ni peinaste y que las escasas 5 horas de sueño de esta noche seguramente deben notarse en tu cara, aunque nadie te dirá nada. Llegás al liceo y das 6 horas de corrido, remás algunas, disfrutás todas, te cansás en la mitad. Una hora de clase de apoyo a un chico divino que va a dar examen libre en el nocturno. Sos testigo de un casamiento en el patio del IAVA, o al menos participás en una obra teatral que representa la ceremonia. Dos horas de coordinación que parecen veinticuatro. Comprás comida china y seguís hasta el CES, donde tus cinco compañeras te miran con terror y retroceden un paso cuando les decís que te duele el cuello y te estás preguntando si no tendrás paperas. 3 horas más tarde el sol ya se ha ido y vos caminás a la parada mirando el Salvo, iluminado esta tarde con los colores de la diversidad. Tomás lo primero que te deja cerca de tu casa y te ponés a escribir para olvidar que te pesan los pies y los párpados, que llevás unos 8 libros y un inútil paraguas en la mochila y que cuando llegues a tu casa no va a haber ninguna mancha amarilla que te dé la bienvenida.
(Sí, lector, eso último es un golpe bajo, ya lo sé. 
Estoy muy cansada. 

Vos disculpame.)





27 de junio. 
Muestra de fotografías en el CDF: Ausencias Uruguay. Las fotos del ayer y del hoy de las familias de los desaparecidos, con esos huecos eternos que se te meten hondo en los ojos y en el alma. 
27 de junio.
Voy a tomar un cortado con un amigo al que conozco desde hace 25 años, que cada vez que lo veo lo vuelvo a aprender y, sin embargo, ahí está. 
27 de junio.
Veo en la Sala Zitarrosa un toque de La Hoja en la Rama, el grupo de mi ex alumno Martín y mi actual Mauro; una experiencia de admiración, deleite y comunión de público y artistas que nos deja a todos sin aliento, entregados y felices.
Qué cosa loca, el tiempo. Hoy se empeñó en ir para atrás y para adelante a una velocidad vertiginosa. Las tres cosas que acabo de contar no se dieron en lo sucesivo sino en la sincronicidad más profunda. Hoy fue un día de planes de futuro, de locura y de muerte, de miedos y de ilusiones. Todo tiene que ver con todo. Hoy es un día aleph.
"Espero leer tu crónica de esta noche", me dijo Mabe al salir del recital, pero ella no sabe que hoy no tengo palabras, sino una sensación de universo que solo cabe en la punta de unos dedos o el movimiento de unos ojos.

Qué cosa loca, el tiempo. ¡Yo no sé!




La chica que va a mi lado en el 103 arrancó a grabar un audio diciendo "Hola, Fulano, te hablo bajito y rápido porque voy en el bus". Empezó cuando yo subí, y recién cortó en la Plaza 5. Ahora habla y habla y habla con la madre. 
No conozco a la chica que va a mi lado en el 103. 

A dios gracias.





No, chiquita. No. 
Me importa muy poco que la pobre señora se esté ganando el pan en la parada de tu cooperativa, que vos llegues cansada después de un lunes interminable o que te traigan recuerdos de las idas al Parque Rodó con tus viejos en la infancia. 
Repetí conmigo: Los churros no existen. Los churros con dulce de leche no existen . Los churros calientes con dulce de leche no existen. Los...

Etc.





Hace años y años que ni miro tele ni escucho radio si no es por internet; quizá por eso he generado una intolerancia visceral a los reclames, vengan en el formato que vengan.
Hay ocasiones, sin embargo, en que los recibiría casi con agradecimiento. Por ejemplo, cuando el 103 viene a puro Petinatti y escucho que "se viene la mano..." 
Socorro. 

¿Dónde están Coca Cola, Ta ta, Paloma Paloma Paloma o Cymaco uno más para atender cuando se los necesita?





Mi vieja siempre se acuerda de un dibujito de los Picapiedra en el que Pedro y Pablo ponen una venta de algo a un costado del camino y se sientan a esperar que pase un cliente.
_¡Ahí viene uno!-decían al ver la polvareda a lo lejos. 
_Y allá va...- concluían cada vez que el coche seguía de largo. 
Esa es la misma rutina que, sin proponérnoslo, estamos representando las 22 personas de la parada y yo. Ya van 13 omnibuses que ni nos miran y siguen de largo. 
_Desde las siete menos diez que no para ninguno.- comenta alguien.
_Llamá a alguien de tu grupo y decile que le avisen a tu profesora que llegás tarde al escrito pero no es tu culpa.-aconseja una muy joven madre a su hija adolescente.
Yo me desentiendo de la parada, las voces y las caras de impotencia, refugiándome como siempre en este mundo paralelo, hasta que proverbialmente una puerta se abre ante mí, y me subo. Es un 7A, me deja lejos y viene oyendo a Ariel Pérez, pero este no es un lunes de muchas opciones, así que no me quejo. Bah, un poquito. Apenas.
Arrancando la semana pre vacaciones en 3... 2...
¡Nooooo! ¡Se desmayó una chica!

Arrancando la semana pre vacaciones en 4568... 4567...





¿Viste cuando llevás diez días atomizando a tus amigos y a todos tus compañeros porque perdiste los lentes y de repente el mundo se te volvió movedizo y de contornos indefinidos?
¿Viste cuando das vuelta tu casa patas para arriba, recorrés tus trabajos y le preguntás a adscriptos, limpiadores, directores y en general a todo ser que se te cruce en tu liceo u oficina, repitiendo siempre algo del orden de "son de aumento, de armazón roja...", etc?
¿Viste cuando empezás a planear mandarte a hacer nuevos aprovechando que te vas de viaje y a la vez no sabés si no será mejor comprarte de una vez los estenopeicos que usan dos de tus amigas para ejercitar el ojo y capaz que en una de esas mágica y gradualmente contradecir al paso del tiempo y dejar de una vez de necesitarlos?
Bueno, eso, todo eso, es lo que se derrumba cuando de repente, en un mágico momento de un domingo de mañana casi casi de San Juan, resulta que los susodichos lentes de aumento de armazón roja se deciden a dejarse ver desde su refugio junto a una pata de la cama, medio enredados con la punta de una frazada que los cobijaba afelpada y dulcemente.

Respira. Respira, repite y visualiza: tienes los lentes de nuevo. Ya puedes leer sin agotarte. No se sabe cuándo volverás a perder algo imprescindible, pero por ahora tienes tus lentes de nuevo. De las neuronas no digamos nada, por ahora, pero tienes los lentes contigo. Respira. Sigue respirando. Y vuelve a corregir los escritos.





Ayer vi una película que jugaba con el esquema típico del enredo: uno dice una mentira de poca importancia, eso lleva a un engaño, se complica, se va armando una telaraña gigante y al final ya se siente que no hay escapatoria posible. 
Hoy acabo de comprobar que el esquema también funciona para algunas tareas domésticas, al estilo de "voy a buscar dos o tres cosas de verano, a ver si tengo que lavar algo antes del viaje - cuánta cosa que no me sirve - ¿cuándo en la vida me compré yo esto? - tengo que revisar también la ropa de invierno - ¿y qué pasa con las toallas? - ¿de dónde salieron todas estas carteras que no uso?", etc"
La mañana de San Juan suele ser propicia para el encuentro con la magia y la posibilidad de la aventura, dicen. 
En Arbolito, sin embargo, parece ser apropiada para sacar todo del ropero, no encontrar nada que a una le guste y terminar sin saber adónde meter esas cosas que antes parecían ordenadas en los estantes y ahora se adueñan de todo el espacio en frenética actividad de expansión y conquista.
Que venga el marinero con su cantar que la mar ponía en calma / los vientos hace amainar, a ver si también resulta que logra que las cosas que voy tirando / pronto encuentran su lugar, / las ropas amontonadas / solitas van a ordenar.

Pucha, digo.





Nos vimos por pura casualidad, por esos devenires del tránsito. Yo iba sentada del lado de la calle en un 316 y él miraba por la ventanilla del asiento de acompañante de una camioneta blanca, cuando levantó la vista y me vio. 
Nos quedamos mirando fijamente dos, tres, cuatro segundos intensos, mientras bus y camioneta esperaban el cambio de luces de un semáforo. Aquello no iba a durar para siempre, y lo sabía. En eso, sin que yo lo esperara, él alzó su mano y me saludó con una sonrisa. Lo saludé y le sonreí yo también, y por un momento el mundo fue bondadoso y en colores, hasta que cambió la luz y se acabó el encuentro. 

Lo hice adiós con la mano una vez más, de todos modos. Él me quedó mirando, mientras su madre le acomodaba el saquito y me sonreía también, justo un segundo antes de arrancar la camioneta y perderse entre las luces de los autos en la noche.





Salí de la adscripción a eso de la una, miré hacia la Secretaría y la vi. A decir verdad era la primera vez que la miraba, pero igual la noté decaída, sin fuerzas, como vencida. ¿Sería el calor, la pesadez del veranillo lo que la tenía en ese estado al borde del colapso? No. Era una comunidad entera de caracoles viviendo entre sus hojas, que estaban en su mayoría mordisqueadas y con agujeros. La Sub y yo nos pasamos un buen rato agachadas en el patio, sacándolos uno por uno, hasta que la liberamos de los enemigos, al menos por este fin de semana. A ellos los fuimos metiendo en una bolsa, que después de salir del liceo tiré en un tarro de basura. 
Así somos en el IAVA: los cuidamos a todos, salvo que se estén comiendo a uno de los nuestros. 
No, no sé que será de los caracoles desarraigados, y no me hagan sentir culposa, se los pido por favor. No. No lo intenten porque no escucho nada. No escucho nada, la la la la!
Tengo la conciencia limpia. 

Oooom. 





Jueves soleado por la mañana. Voy cómodamente instalada en el primer bus de mi viaje al centro (léase 404) cuando percibo que una de las dos únicas personas de pie (una señora, frente a mi asiento) tiene las manos llenas de manchas, de esas que vienen con los años. La miro Tiene unos 70. ¿Califica 70 para darle el asiento, o se ofenderá si la tomo por vieja? 
En esas dudas andaba cuando se baja mi compañero de asiento. Menos mal, pienso, problema resuelto. Pero no. Porque la señora no solo no se sienta, sino que le ofrece el lugar a un hombre de unos sesenta, el otro que iba de pie en el 404.
_ Siéntese.
_No, señora, gracias. Siéntese usted. 
_¡Le digo que se siente!
_¿ Usted ya se baja?
_ No. pero siéntese. Por favor. 
_ ...?
_ Lo oí quejarse. Usted necesita el asiento más que yo. Siéntese. 
_Sí... Ando embromado... Bueno, gracias. 
Y se sentó. A la parada siguiente se vació un asiento detrás de la veterana, él discretamente se lo señaló y ella lo ocupó en un segundo. 
Historia solidaria de jueves. 
Pero no es la única, porque en mi segundo bus matinal (un 109, para variar) una chica muy muy gorda perdió el boleto y hubo cuatro filas de asientos y varias personas de pie que se pusieron afanosamente a buscarlo, hasta que apareció. 
Son recortes de la realidad, obviamente. 

Cada uno ve lo que quiere (o lo que puede). 





En una de sus rimas (no recuerdo cuál) Bécquer pedía un diccionario donde ver "cuándo el orgullo es simple orgullo / y cuándo dignidad", pero yo no pido tanto. En verdad como usuaria de bus me conformaría con una aplicación que permitiera saber "cuándo una panza es embarazo / y cuándo obesidad", e incluso "cuándo un viejito agradecerá que le dé el asiento / y cuándo se ofenderá".
Miércoles de modestas pretensiones, como ven.

Es el invierno.





Sí, esos rulos de la primera fila son los míos, y al lado está Diana, en la Final de la TEDx, ayer. Todos estábamos asistiendo a algo muy raro: de la nada un flaco (el que está parado, en la foto) interrumpió a Calderón y presentó a un muchacho que tenía al lado, un rubio veinteañero al que calificó como el "Forrest Gump ruso". El aludido de pronto se paró y comenzó a hablar en inglés, explicando que estaba en el Guiness porque era el hombre más joven que había visitado todos los países y proponiendo la creación de cien nuevas empresas uruguayas de primer nivel para cambiar el mundo. Bah, o eso entendí yo, porque entre que la sala era gigante, el ruso hablaba con acento y mi inglés necesita urgente un refresh andá a saber si el rubio no nos estaba invitando a una fiesta electrónica, andá a saber...
Ta, todo para que vieran que estaba en primera fila. 

¿Cholula de Johansen, yo? Naaa...






Lunes feriado invernal con sol y sin gatas en mi casa: luces y sombras. 
Me pongo a leer cuentos de estudiantes presentados a un concurso literario en relación con los libros y las bibliotecas y de a poquito el sol se va colando por todos los rincones de la casa y del alma. 
Es así de simple: si te gusta lo que hacés, no es trabajo.
Pero igual sigo extrañando a mis dos gorditas. 
El patio está muy solo sin ellas.

Es así de simple.





Además del viento y el frío, hoy fue para mí un día de amores, desamores y reenamores.
El premio a Amor de Domingo es paaaara... Gabriel Calderón, que se metió a las dos mil personas de la TEDx en el bolsillo y nos convirtió en sus esclavos súbditos y adoradores incondicionales durante las ocho horas y pico que duró la cosa. (¿Eso? ¡Mágica, eso!)
Y... bueno... A veces los amores se nos enfrían de golpe. El premio a Chasco de la Jornada fue paaaara... Hernán Casciari, que solo leyó un cuento suyo de hace varios años. Bien leído, obviamente, pero con gusto a poco. A MUY poco.
Por último, el premio Mariela Platino de Domingo va paaaara... el Kevin. Kevin Johansen nos hipnotizó con su grave voz, con su guitarra, con sus ideas, con su pinta de paz, y terminamos todos obedeciendo cada una de sus órdenes desde el escenario. Al finalizar su charla mi amiga y yo (en la primera fila) le pedimos a Calderón que nos lo tirar... Eh... No. Nada. No dije nada. Sur o no Sur.
Feliz fin de domingo.
Ps: Solo 3 de los 11 oradores de hoy fueron mujeres, pero las tres estuvieron increíbles (Susana Mangana, Manuela Da Silveira y una chica muy jovencita de cuyo nombre no me acuerdo pero que la rompió).
Ps 2: Feliz Natalicio. 
Sean los orientales tan ilustrados como valientes.

Ps 3: este cerebro cansado dejará de escribir intrascendencias en 3...2...





El mundo del cholulo no da tregua. 
Primero fue Peluffo, y todo era muy fácil y sin fisuras. 
Después entró al ruedo Saffores, y empezamos a cuestionarnos algunas cosas. 
Ahora es el Kevin.

Una no quiere ser polígama, pero la realidad la lleva.





Fb me felicita porque Liceos en Red tiene 9534 likes y 19.108 personas que han interactuado ya con la pågina, amén de otros datos que demuestran que nos tienen claritos claritos. También sugieren (muy de pasada y desinteresadamente) que sería bueno publicitar lo que hacemos, para llegar a más personas 
El viejo Orwell debe estar aguantándose las ganas de gritarnos "yo les avisé!!". 

Big Brother is watching you. Always.




Viajo en un 103 flotando en esa rarísima sensación que solo se produce ante el encuentro con la magia. Vengo de trabajar sin parar ni para almorzar durante exactamente media jornada, pero escuchar a Sergio Blanco hablando una hora de Narciso y la autoficción me dio energía y maravilla para el resto del año, mes más, mes menos. 
El día arrancó envuelto en la más espesa niebla de antes del amanecer y termina sumergido en una luminosidad diferente. Tránsito de la tiniebla hacia la luz. 
Linda imagen, ¿eh?
No es mía. Es de Sergio Blanco. 

Genio.





"_ Yo tambieeeeén..
_ ¡No, tú no!
_ Yo tambieeeeén...
_ ¡No, tú no!"
Ese era el marabishossso estribillo de una canción que todo el mundo escuchaba cuando yo tenía 5 o 6 años, y por alguna peregrina razón la cosa ha sido tan pegadiza que aún reauena en mi cerebro. La semana pasada volví a oírla en un segmento radial de música setentosa, y ahora me recibió a todo volumen en el primer 103 que se dignó a detenerse entre la niebla. La Cumana, parece. 
Yerba mala.. 

Etc.





Primero se me inundó el baño.
Después estuvieron dos personas un par de horas, dijeron que lo habían arreglado pero a la primera de cambio el piso se hizo laguna de nuevo.
A los días vinieron tres, revisaron caños, cámaras, metieron aspiradoras, cintas, de todo, hasta que se declararon derrotados, y se fueron cabizbajos.
Hoy vino uno nuevo, trabajó cinco minutos, sacó una bola de pelos y jabón de no sé dónde y solucionó el problema.

El que sabe, sabe.






La ruptura
Pieza para dos con fondo de violines.
_ Mari, ¿qué está pasando con nosotros? Te noto distante...
_ Eh...
_ Decime la verdad. 
_ Mirá... esto se terminó. Lo siento, pero vos me hacés daño, y no va más. 
_ ¿Cómo que te hago daño? Si siempre decís que soy un dulce, que te levanto el ánimo...
_ Bueno, eso era antes. Ahora no te quiero más. 
_ Mentira. Vos no podés vivir sin mí. 
_ Sí que puedo, maldito paquete de Oreos, sí que puedo. Adiós. 
_ ¿Y todo porque recién te avivaste que en veinte días vas a ponerte de nuevo una bikini? Andá... andá nomás a esa playa del Norte, andá que después hablamos. 
_ No, no hablamos más. Esto se terminó. 
_ Sí, sí, te creo y todo, te creo... Suerte en pila. Saludos a la lechuga.
_ ¡Idiota!

Fin





Amigo lector... ¿aún no tienes un boliche propio? ¡No desesperes! Con total desinterés traigo esta noche para ti la receta indicada. Toma nota.
1. Consíguete un altillo en la Ciudad Vieja, de preferencia dos o tres habitaciones con techo descascarado y muy, muy alto. Si las paredes son mohosas y húmedas, mejor que mejor. No pongas pasamanos, y cuida de dejar alguna que otra bolsa de basura a la vista, para dar la impresión de un desorden casual.
2. No exhibas cartel alguno que dé a la calle informando de su existencia: al público le encanta creer que visita un sitio solo para los que están en posesión del dato.
3. Coloca un par de sillones hechos con pallets (pero no muy elaborados, ¿eh?, no te desubiques: una base con almohadones y algo inclinado a modo de respaldo serán más que suficientes). Trae también un par de sillas de esas metalizadas con almohadones de los años 70, haz cuatro almohadones de arpillera para el piso y pon algunas mesas inestables con cármica celeste (no vayas a cometer el error de limpiarlas, o se pierde la magia), acompañadas por cajones de la feria que harán las veces de novísimos asientos para los invitados a las veladas.
4. ¡No vayas a cometer la imprudencia de poner calefacción alguna! O los habitués del lugar sentirán que los estás tomando por cincuentones que necesitan un poco de aire cálido para sentirse a gusto. Verás que las personas se sientan a las mesas sin quitarse los abrigos y eso está bueno, pues al estar ellos sentados en los cajones de todos modos no tendrían respaldo donde colgarlos.
5. Siempre, siempre, siempre poca luz. Muy poca, que apenas puedan leer los precios del minúsculo menú. Una luz negra sería lo óptimo, y te permitiría pintar simpáticos detalles en las paredes con algún aerosol que resalte lo fluorescente.
6. Nunca, bajo ningún concepto, pongas precios bajos. La caipirinha, por ejemplo, deberá rondar los $250, y tú cobrarás además $100 la entrada por persona (pero serán $150 si los invitados son dos, para que vean que tienes también tu parte sensible).
7, Arma shows con jóvenes artistas ignotos, que lean sus textos convencidos de que han descubierto la pólvora. Debes elegir con cuidado: lo ideal es que aparezcan palabras como glande, orificio uretral o escroto, que siempre quedan bien en cualquier cuento, poema o inclasificable microtexto.


Tengo en verdad más tips para ti, estimado emprendedor, pero considero que debes buscar por tus propios medios el brillo que hará de tu lugar un sitio inolvidable. ¡Adelante! Y después nos cuentas.





Marque con una cruz la que considere la peor posibilidad para un sábado a la noche: 
a) El baño se inunda mientras toma una ducha, y como usted es un desprolijo y deja todo en el suelo se le moja la ropa que se iba a poner .
b) Sale hacia la parada y al caminar por una calle solitaria se cruza con un pirado que grita a lo loco insultos y amenazas para usted y el resto de la humanidad. 
c) Llega a la parada y pasan 11 ómnibus de largo, porque vienen del lado del estadio de Peñarol repletos de hinchas vestidos de amarillo y negro, mientras una persona comenta que interdepartamentales no va a haber por un buen rato, porque temen que los destrocen y no los sacan a la calle hasta que se desagote la marea futbolera. 

d) Todas las anteriores.





Apareció en el barrio en la misma época que Innominada. Estaba toda sarnosa, horrible. Los vecinos de la cooperativa, a media cuadra de casa, la fueron curando y alimentando. Una vez le llevé restos de un Canito que al regalar a la otra me había quedado en la heladera, y desde ahí me saluda muy amorosa cada vez que me ve. Hace unas semanas le voy dando de vez en cuando comida de perro (que también sobró), y se ve que ya aprendió dónde vivo, porque hoy abrí la puerta y me estaba esperando. 
Uno más para atendeeeeer!
Ta, pero no se entusiasmen, que no la voy a adoptar. No soy la única alimentadora, por suerte, otros vecinos la curaron de la sarna, engordó pila y ahora hasta collar antipulgas le han puesto. 







¿Por qué tengo el bolsillo de la mochila lleno de azúcar?
¿Cuándo van los de la sanitaria a solucionar de una vez el tema de las esporádicas inundaciones en mi baño?
¿Dónde se esconden los idiotas caracoles de mi patio antes de comerse mis plantas cada noche?
¿Cuándo voy a empezar a corregir los escritos?
¿Hay vida en Marte?
Etc.
Misterios de la vida en Arbolito y aledaños.

Feliz sábado.




Hace pila que el teléfono de línea de casa (como la mayoría de los que conozco) está más de adorno que para otra cosa. Suele sonar en plena tarde de tanto en tanto, y en ese caso sé que o es mi vieja (que quiere que la llame yo) o un número terminado en 774 al que más vale no atender, porque viene con una joven voz femenina que promociona algo entre servicio de compañía y empresa velatoria, según el día. 
En ocasiones recibo llamados a número equivocado, y de esos los que me dan lástima son los que creen que soy la veterinaria, pobre gente necesitada de ayuda para sus bichitos. Se ve que tenemos teléfonos similares, qué sé yo. Por último está la Señora Veterana. Siempre que llama la Señora Veterana yo atiendo y ella contesta:
_ Hola. 
Y se queda esperando. Yo también espero unos segundos, pero como veo que la cosa no arranca al final junto paciencia y pregunto:
_ ¿Sí?
_ ¿Cómo andás?- me dice, mientras yo elevo los ojos al cielo y pido paciencia porque sé que está equivocada, sé que cree que habla con su amiga Marta y que cuando le explique que no soy yo no me va a decir una sola palabra y se va a quedar ahí, quizá mirando perpleja el aparato. 
Hace años que mantenemos esta rutina la Señora Veterana y quien les habla. A esta altura, es casi un paso de comedia. Lo que no entiendo es por qué no marca bien el número luego de tanto tiempo, cómo no se da cuenta de que no soy su amiga y cuándo va a murmurar un "disculpe" o "me equivoqué" para compensarme por los segundos perdidos una vez cada pocos días. Pero no. La Señora Veterana no hace nada, no emite el menor sonido, hasta que yo largo un resoplido más o menos audible, y corto. 
Suerte que no soy Marta, pienso.
Termino mi cafecito de las tres y pico, escribo estas líneas para sacarme la imagen de la Señora Veterana y el sonido feliz de su voz mientras aún cree que soy su amiga y me dispongo a indagar cómo va todo por el piso de arriba, que acaba de inundarse de nuevo. 
Esto del eterno recomenzar (en estas y otras lides) ya me está poniendo los nervios de punta. 
_ ¡Marta! ¡Atendé, Marta!! Y pasale bien tu teléfono, ¿querés? ¡Pucha, digo!

Feliz fin de semana, estimados. 


Glub glub glub.





Una sale de su casa en medio de la noche, cada día un poquito menos mañana y más tinieblas, y solo se cruza con dos abnegados dueños de perros de esos que todos los días los llevan pacientemente a su paseo orinador por la placita de la cooperativa. 
Una siente que acá pasa algo raro, porque en general suele haber algún que otro vecino en la calle. Además la parada la espera desierta, y el 405 aparece con ocho o diez asientos libres. 
Misterio.
Hasta que una se instala, escucha un partido en la radio del chofer y comprende todo. Jugaba Uruguay, parece. Vaya a saber por qué ni en dónde ni para qué, pero jugaba Uruguay.
Nota mental: una debería cuestionarse esta suerte de extranjería en la que vive, o el día menos pensado le van a quitar el derecho a voto por suspensión de la ciudadanía.
U-ru-guay!
U-ru-...

Etc.





Nunca como este año tuve tantos estudiantes complicados en mis grupos. No, no, no: no me refiero a problemas de conducta (todos son un encanto, la verdad, sin excepciones) ni a problemáticas familiares de abuso o violencia (lo que no quiere decir que no existan), ni a temas de bullying o supuestas ballenas azules que por el IAVA parecen no haber encallado, por ahora. Hablo de un elevado número de personas con diagnóstico de dificultades de aprendizaje, en tratamiento psiquiátrico o psicológico o con trastornos de alimentación. 
¿Consecuencia de una sociedad hipermedicalizada? ¿Incapacidad de lidiar con el altísimo nivel de estrés de la era digital y la velocidad vertiginosa de los cambios a todo nivel? Puede ser, pero una docente planteó hoy otra causa posible para tanto desajuste:
_ No olvidemos que los estudiantes que tenemos hoy en bachillerato son los que nacieron durante la crisis del 2002. 
La pucha. 
Se me vienen de golpe imágenes de la gente desesperada, de la mamá que le cocinó pastos a su hijita, de los niños que se desmayaban de hambre en las escuelas, de los saqueos, de la angustia, del miedo. Las secuelas de la desnutrición infantil y la impronta de un inicio de vida en medio de la incertidumbre no son algo que se solucione fácil. 
Digo, para no sulfurarse cuando uno medio como que se desespera y no alcanza los mejores resultados. Hay que ponerse en los zapatos del otro, y la conciencia histórica no es un detalle menor.
Ta, hoy no me pinta el costumbrismo humorístico, lo siento. 
Ya volveré. 
Excepto que hoy saque el 5 de oro y me vaya a... Ejem.. No, nada, no dije nada. 
Ya volveré.

Feliz fin de miércoles.





Viajo hasta el liceo apretada entre dos abrigadas humanidades, al fondo del 103. Los tres vamos pendientes del celular. la humanidad de mi derecha juega a algo con autitos y la humanidad de mi izquierda oye cumbias con auricular mientras manda un wsp atrás de otro. 
Enfrente, junto a la puerta, una chica de unos 14 años viaja sentada, conversando con una ancianita de pie. Debe ser la abuela, pienso. La chica le toma todo el tiempo la mano como para transmitirle afecto y calor, le sube el cierre de la campera, la mira con adoración. Seguro que la viejita la obligó a sentarse, con ese afán maternal que perdura hasta cuando el protector deviene en protegido y se resiste a darse cuenta. Ambas charlan momentáneamente con una joven que se baja sonriendo y diciendo que "siempre es mejor estudiar que limpiar". La nieta sigue sonriendo a la anciana, aunque en cierto momento sus miradas cambian de objetivo porque entra en el cuadro un grandote de pelo pinchudo y espalda interminable. Bondadosa pero no ciega, pienso. Y me bajo.




Y con esta sencilla pero emotiva ceremonia damos comienzo a las hostilidades entre Friolentos de Bus y Necesitados de Aire. 

Por ahora solo nos limitamos a lanzar miradas condenatorias a las ventanillas abiertas al aire gélido de la mañana, pero los resoplidos y las palabras al estilo de "¡parece que viven en carpa!" están ahí nomás, a pocos días y pocas paradas de distancia.





_ Hola, ¿Santiago?
_ Sí.
_ Ah, qué tal. Mirá, te hablo de la cooperativa, de la calle Arbolito. Tengo un problema, se tapó un desagûe del baño y está todo inundado, ¿ustedes podrían pasar por mi casa hoy?
_ Sí, no hay problema. ¿Vos sos la rubia, no?
_Sí.
_Bueno, en la tarde pasamos. Hasta luego.
Esto es así. En la cooperativa nadie sabe cómo me llamo: para unos soy la profe de Literatura, para otros la amiga de Isis, para los más viejos la hija de Rodríguez y para los de la empresa de áreas verdes-limpieza-seguridad-portería-jardinería-y-construcción se ve que soy "la rubia". Espero que sea "la rubia" sin adjetivo alguno: ojalá que esta gente no conozca las letras de Sumo, lo que no creo, porque cuando llamo a su celular me aparece una musiquita de "si te vas io también me voy, si me das io también te doy, mi amooooor".
Ayer puse que todo estaba vacío y silencioso en mi casa. Hoy está todo vacío, silencioso y mojado. 
Ooooom.





Estoy sentada a la mesa de la cocina y cada vez que me voy a levantar tanteo automáticamente el suelo para no pisar a nadie que esté durmiendo a mis pies. 
Voy a abrir la heladera y lo hago despacio, porque podría ser que si lo hiciera bruscamente le pegara a alguna cabecita con anhelos de atún.
Bajo la escalera mirando dónde apoyo cada pie, por si se me cruza una silueta peluda y amarilla que baje a la par de mis pasos.
Entro de la calle y miro a la alfombra.
Abro la puerta del dormitorio por la mañana y miro al piso. 
Todo está muy vacío y en silencio.

Este va a ser un largo invierno.





¿Viste cuando no querés pensar que tu gata está tirada en una frazada en el piso respirando con dificultad porque ya no puede levantarse y como vos no sabés si dejarla morir en paz o llamar a la veterinaria para acelerar el final y que deje de sufrir decidís no pensar en el tema y ponerte a subir fotos de la charla en la UTU del miércoles pero a la vez te cuesta escribir porque las lágrimas no te dejan ver el teclado pese a que es natural, ya lo sabés hace rato y etc etc etc?

Bueno, eso.




Una franja oscura que se hace jirones sobre el horizonte. El azul profundo de los días secos del invierno y unas cuantas estrellas remolonas que se niegan a desaparecer. El cielo de hoy a las 7 de la mañana compensa cualquier somnolencia.

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