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domingo, 2 de abril de 2017

Abril 2017





Voy subida a una tortuguita gris y metalizada. Es amable y tranquila, pero lenta. Oye noticias a volumen aceptable pero avanza con demasiada calma. No tiene amiguitos que canten o que ofrezcan cosas por la módica suma de, pero tampoco avanza, o eso parece. Voy sentada junto a la ventanilla, cosa de ir viendo en detalle el lento transitar de las casas y las personas en la vereda, y eso me está poniendo la ansiedad en nivel de alerta naranja oscuro. Uuuuuna cuadra... Comenzamos la oootra... Con calma y sin prisas, vamos empezando el díaaa...
Listo, lo confirmé: soy un digno producto del estrés y la alienación ciudadanos. Me dan ganas de bajarme y subirme a un 103 gacela, aunque venga repleto y a los gritos por la selva de cemento. 
¿Mucha telenovela brasilera en mi infancia, vos decís? 

Vale todo.




Viaje de un largo día de miércoles hacia la noche
Tranqui, Marielita, tranqui, que el 316 de las siete se dejó tomar y el 109 pasó apenas te bajaste en Propios; te va a dar para tomar un café de la máquina antes de la primera hora de clase y todo. 
Tranqui, repito. Tranqui. Después de todo perder quince pesos porque en vez de café salió un agua coloreada no es el fin del mundo. Y vamos a por ese quinto Biológico. 
Ya sabés que cuando hay alerta amarilla algunos grupos se pasan de listos y te viene la mitad aunque no haya ni lluvia ni viento, no es ninguna novedad entrar al segundo grupo y verlo por la mitad, tranquila. Dejamos la clase de la practicante para el viernes y sacamos una tarea grupal de la galera, que los que faltaron se merecen quedarse sin apuntes pero la practicante también se merece debutar con un grupo completo. Tranqui. 
Una sola paloma en todo el patio, una blanca jaspeadita caminando sola, como despistada. Sospechoso. Alguien vio al muchacho con el halcón en el liceo hace un par de días. Mejor no preguntar. 
No, no estuvo bien que una profe de Matemática decretara que a partir de ahora todos los miércoles te cambiás de salón para darle clase al último grupo, es verdad, pero tampoco es culpa de ella que el salón 14 estuviera lleno de mosquitos talla XXL y que terminaran vos y los Artísticos yéndose a otro salón a la media hora, acosados por los enemigos y dejando como recuerdo un montón de manchas rojinegras en las paredes del sacrosanto y nunca bien ponderado monumento histórico nacional alias IAVA. No fue nada. Vos tranquila. 
Maldita china, no sé cómo diablos hace para taparme siempre la balanza y cobrarme lo que se le canta, no importa que tanto me descogote para relojear lo que pesa. Me debe robar diez o veinte pesos por vez, seguro que no más, pero por algo cuando me pesa el chino la comida siempre sale menos que si lo hace ella. Igual es muy barato. No da para quejarse. Tranqui, Marielita, que recién es mediodía. 
De vuelta en el liceo entrás a la Sala de Profes con un budín de pan gigante de la cantina que es grande como una cuarta asadera, más o menos, y sos la envidia de medio mundo, incluyendo a la profe de Inglés a la que le vendés la mitad dado que aquello era una enormidad se lo mirara por donde se lo mirara y además tenías que comerlo rápido porque a la una empezaba la mesa especial.
Una alumna, una sola alumna para un extraño examen a la hora de la coordinación. Que es reglamentada pero que es libre, que Uruguayos por el Mundo pero que lo da acá, que nos instalamos en un salón vacío pero al rato llega una clase, que no hay llave de biblioteca, que cuando entramos perdemos a una de las tres profesoras, que después no encontramos la Biblia, que la chica se quiebra en el oral, que si no salva no pasa a sexto, que no sabe nada de nada, que la madre la obligó a presentarse, que prefiere perder que cursar sexto a lo loco, que terminamos charlando con ella como media hora, que ese único examen nos llevó tres horas y media y no nos quedó claro por qué ni cómo pero en cierto momento se salió del IAVA y había un mundo afuera, quién lo hubiera dicho, había vida después del liceo. 
Tranquila, Marielita, que aunque sea tarde hay que sacar un boleto céntrico, bajarse en el huracán de la Independencia y trabajar un rato más hasta que dan las seis y salgas disparada, porque te acabás de enterar de que la función de teatro a la que vas es mucho más temprano de lo que creíste y o volás o no llegás, pero vos tranqui, no te alteres, dale, tranqui que se puede. Capaz que se puede. 
Las piedritas. Tenés que comprar piedritas porque el baño de Roldana está con una capa de un milímetro y la pobre se merece algo más digno. Bajás en la Unión. Cerrado. Caminás a Tienda Inglesa. Comprás. Perdés un 103. Subís a un 100. Estás tan cansada que no te das cuenta y te bajás una parada antes. Llegás a tu casa y en diez salís de nuevo mientras tus amigas te bombardean a mensajes de voz y de texto a ver si querés que pasen por tu casa, que pueden ir, que no hay problema que ¿estás segura?… Marielaaaaa… querés que pasemos… Contestales o siguen… Marielaaaaa… Llamada de voz… Mensaje… Llamada… 
Pero tranqui. Vos, tranqui. 
Esperás un COPSA que nunca pasa, tomás un 103, bajás en Comercio y te prendés al primer taxi. A Plaza Independencia, decís, y recién en el Cordón lo mirás y le aclarás que vas al costado del Solís. El Solís… Es un teatro, ¿no?, te llega desde el asiento del chofer con acento dominicano. Uy, Marielita… Tranquila, que falta poco. Tranquila aunque el dominicano se pase en amarirrojo un semáforo atrás de otro. Tranquila aunque en las noticias que va oyendo el tachero sobre la interpelación de hoy un señor de pronto diga “estoy profundamente dolido e indignado porque en las redes sociales…” ¿Redes sociales? ¡Liceos en Red! ¿Qué cagada me mandé en Liceos en Red o en el twitter? Ah, no, era en las redes del Frente, respire, profe, respire. Uno… dos… profundo… Oooom…
Al final llegás al teatro antes que la mayor parte de tus amigas, ves la obra, encontrás a dos ángeles bajo la forma de Artísticas del IAVA, te tomás un último 103 de la jornada y volvés a tu casa celebrando que el partido de Peñarol haya sido en tu barrio y no en el estadio, así la pesada no viene saltando y gritando en tus orejas como otras veces. 
¿Viste que se podía? 
No era tan difícil, ¿no?
Bueno, ahora despertate, que tenés que ir a dormir a tu cama, no sobre el teclado de la computadora en la mesa de la cocina. Despertate, che. ¿Me oís? No sigas de largo, ¿eh? Y estate atenta, que en seis horitas más arrancamos de nuevo. 

Pero por ahora vos, tranquila, que este miércoles se acaba en diez minutos. Tranqui.





Esto de salir de la Ciudad Vieja tiene evidentemente sus ventajas. El 103, por ejemplo, viene vacío, y una puede elegir siempre la ventanilla que más se adapte a las necesidades de ver gente o ver calle, siempre del medio para atrás, si se quiere continuar en posesión del asiento hasta el final. 
Como el viaje es largo y la luz no da para leer mucho se impone una mirada distraída sobre comercios y transeúntes en plena caída de la tarde.
Primero veo a una alumna del IAVA que tuve en clase esta mañana. Camina apurada, aún con la tabla de Dibujo, como si todavía no hubiese terminado la jornada de estudio.
Después un amigo de hace años, siempre igual, siempre con aire de buena gente y no mucho más. El mismo que una vez, cuando le pregunté si se iba de vacaciones a algún lado, me respondió: "yo no hago vacaciones, yo ahorro", y con eso está todo dicho. 
Unas paradas más adelante, una prestigiosa académica con muchos libros y títulos a su nombre, la misma que intentó analizar un poema de Quevedo confundiéndolo con uno de Fray Luis, en fin, todos nos podemos equivocar.
Sigo mirando a la gente distraídamente, hasta que tomo conciencia de que solo estoy buscando identificar una silueta, un rostro o unos ojos en particular entre la anónima multitud que camina, espera un ómnibus o envía mensajes de voz. Es lo mismo que me pasa con las cartas que encuentro cuando voy caminando: si las veo es porque ando con un moldecito de carta en mi cabeza. Solo que el moldecito de la silueta, del rostro o de los ojos que ando buscando en modo random es infinitamente mas fácil de interpretar que una carta cualquiera de la baraja, y sé que en cualquier lugar y a cualquier hora que lo encuentre no significa más que una cosa para mí: peligro. 
Quizá es por eso que de vez en cuando, cuando vengo de bacana con asiento de ventanilla propio en el 103, me zambullo en alguna crónica que me saque de las siluetas, los rostros y los ojos de las personas que me cruzo, por si acaso. 

Solo por si acaso.





Ella no era, evidentemente, una de esas personas que pueden enfrentar un viaje de bus sin llamar la atención. Muy rubia, muy voluminosa, muy gritona y con ganas de hacerse ver, subió al Cutcsa con un varón de tres años y una nena de unos cinco, se me sentó al lado con un sonoro "¡Permiso!" y comenzó a increpar al nene, que se había mandado raudo y veloz para el fondo. 
_¡Sarajani! ¡Venís inmediatamente para acá y te sentás ahí enfrente! ¡Que vengas te digo, Sarajani! Te estoy hablando a vos; no hay nadie más con ese nombre. ¡Sarajani!
Y Sarajani vino, refunfuñando, y se sentó enfrente con cara de dignidad ultrajada, pero Miss Gritos no estaba conforme, y al instante pegó otro rezongo:
_ ¡Sarajani cerrá YA MISMO esa ventanilla! Y no te hagas más la viva, ¿estamos?_ante lo cual fue la nena la que obedeció, bajo la mirada fulminante de la matrona, dejándome con más dudas que certezas. 
¿Es que ahora Sarajani es un sustantivo común que yo desconozco? ¿Y qué viene a significar: niño, m'hijito, botija o guacho de m?

Desásnenme, por favor. Piensen que mi cerebro ya es del siglo pasado y no procesa con rapidez los cambios lingüísticos. Se los agradezco mucho.





Cuando estaba en Bellas Artes tenía un amigo que sabía pila de música, de buena música, era un experto, y el chiste era preguntarle cuál era su músico preferido del siglo, o de la Argentina, o del mundo; él siempre decía lo mismo: el flaco Spinetta. Años después salí con un porteño que también lo amaba, tanto que en nuestra única noche compartida en Buenos Aires fuimos a ver Fuego Gris, una película videoclipsosa que recorría muchas de sus canciones. Qué grande cuando los amigos y los amores del pasado la llevan a una por el buen camino del arte. Entre otras cosas.





Salgo de casa y me enfrento al espectáculo del amanecer en mi barrio, pero mi día no se despega del gris y la tristeza. Roldanita está mal. Casi no come. Tiene hambre, y hasta ayer pedía comida pero casi no comía, porque no podía reconocerla. Hoy ni pidió nada. Mi veterinario del barrio ya no puede hacer nada. Una amiga me dice que la lleve a la facultad, que hay oncólogos, pero no pude comunicarme y además los 17 años de mi gata y el tumor enorme que tiene desde hace meses me pesan a la hora de seguir luchando. O sea que no sé. capaz que soy insensible si no la llevo y capaz que soy insensible si no la dejo morir en casa y en paz. No sé. No sé nada. No sé.





_ Hola...
_ Hola, ¿cómo andàs? ¿Estás extrañando a la perrita?
_ No... Pero algunos me preguntan por ella... ¿Le gustó a la señora?
_ ¡Sí, claro! Está lo más bien. La señora que la tiene ama a los animales. Se le había muerto una perra hace poco y ella no quería tener un cachorro, así que le vino bárbaro que se la lleváramos. Yo la bañé y desparasité antes de entregársela; quedó encantada. Salió todo redondo.
_ ¡Ah, qué bien, me alegro!
Y me fui de la veterinaria, no sin antes comprarle una lata de comida hipermegacara a la pobre Roldana, que anda cada día más desmejorada y flaquita, pobre.

El ciclo de la vida, nivel mascotas.





Ellos son dos, y vienen charlando en el 316 de las siete de la mañana.
_ La macana es que tengo escrito de Biología y no estudié nada.
_¿Y no podés faltar a algo antes?
_ Tengo Química...
_ No, a Química no podés faltar. Faltate a Literatura.
_ Sí... ¡Qué materia al pedo!
_ Los Biológicos no tendríamos que tener Literatura.
_ No... Es una cagada este plan.
Los miro. No son mis alumnos. El bus sigue avanzando. 
Al ratito uno envía un mensaje de voz.
_ Che... Te faltó una coma en el mensaje, no entendí...¿Dijiste que sí o que no?
Sonrío en modo Gioconda y me preparo para bajar.

Feliz miércoles.





La felina pasa pidiendo comida, pero ya casi nada le gusta. Está medio sorda y su problema de columna alcanza proporciones alarmantes. 
La humana, por su parte, no cesa de estornudar y de tirar pañuelitos descartables a la basura. 

Comenzó el año en Arbolito.




Colonizando abril

Las playas

En Colonia el río es ancho y con poca arena, pero alguna playita pequeña hay, donde incluso se pueden ver patos biguás pescando y donde a veces se pican las olas, cuando hay viento. La zona de las barrancas es también playa de baños, con arena medio húmeda pero limpia. En Conchillas la pequeña bahía se ve y se escucha contaminada por la gigantesca Montes del Plata, que resulta imposible de ignorar. A la altura de Carmelo ya no vemos el Río de la Plata sino el Arroyo Las Vacas, manso y con mucho verde alrededor. Zagarzazú, por último, es una especie de remanso de calma, con playas anchas de arena blanca y olas tranquilas, pegado a un monte natural que es un área protegida, como nos contó un pescador de la zona. Las calles son muy arboladas, con pinos, todo tiene un aspecto a balneario de la Costa de Oro pero en otra punta del mapa. Lo raro es que en el pueblo hay un hotel gigante (un Four Seasons, creo), con aeropuerto incluso, aunque no llegamos a verlo.

La historia

En Colonia es imposible no maravillarse ante el pasado que te encontrás a cada paso. Todo pide foto, y toda palabra es escasa, así que no haré crónica de la ciudad. Solo comparto fotos, algunas de las cuales fueron sacadas a muy tempranas horas de la mañana y por eso las calles se ven extrañamente desiertas.

Colonia Estrella: un país independiente
No parece Uruguay. No parece Colonia, ni mucho menos Carmelo. Es una república independiente, habitada por bodegueros y chefs, almaceneros y turistas. 
Se llega pasando Carmelo, y es una zona donde hay almacenes de campo, posadas, restaurantes, todo muy muy muy cuidado, bellamente presentado y tranquilo. Mucho objeto antiguo, mucha delicatessen a la venta, productos orgánicos, pastas caseras, comercio slow que invita a caminar, a sentarse bajo los árboles, a degustar productos y a gastar mucho. 
Un mundo raro, porque nos recomendaron una casa donde solo los domingos se vende comida (siempre pasta) y cuando llegamos no podíamos creer: en el medio del campo había más de cincuenta autos, de otras tantas familias, que se habían dado cita para almorzar todas en el mismo lugar. No nos quedamos, y fue una buena idea, porque caímos en otro sitio, donde los ñoquis de boniatos con salsa Alfredo (sic) eran una delicia, y donde nos regalaron dos huevitos de pascua, amén de los cafés que fueron cortesía de la casa porque era mi cumpleaños, como Marila se encargó de contarle a todas y cada una de las personas que nos cruzamos durante la jornada. 
Lo más raro que me compré fueron unos caramelos de tannat, que aún no probé, en un almacén de campo donde nos atendió una chica francesa que había venido desde su país especialmente para aprender sobre las variedades del tannat uruguayo.. 
El momento Intrusos del almuerzo fue cuando el pelado de la mesa de al lado fue al baño y vimos que la rubia que andaba con él le revisó el celular que había dejado sobre la mesa. Él no se dio cuenta.
Otra pareja, al costado, cayó con una perrita caniche toy muy mimosa, que Marila calculó que sería más o menos como su gato de tamaño. Después charlamos con el dueño: la caniche pesaba 1.400... un poquitititito menos que Pipín, que anda por los seis kilos, en fin. :)

Estuvimos recorriendo Colonia Estrella unas horas, al mediodía del domingo, y valió la pena, sin la menor duda. Un mundo raro pero digno de verse. Y de degustarse. Sobre todo de degustarse.

Barrancas de San Pedro: versión coloniense del paraíso.
Esto es así: saliendo de Colonia hay kilómetros y kilómetros de playa de río, flanqueada por unas murallas altísimas de piedra y tierra. Unas pocas bajadas permiten descender cada tanto a la playa, y hay carteles que indican que toda la zona es un yacimiento paleontológico, lo que quiere decir que uno no debe andar por ahí bobeando, escarbando o llevándose cosas. Ejem. 
Lo primero que vimos fueron huellas: marcas en la barranca de antiguas ostras, que estaban duras como piedra y a veces coloreadas de una sustancia con tono levemente mostaza. 
_ Si no encontrás una placa de gliptodonte por acá toda la salida resultó en vano- me había presionado mi amiga, provocándome cierta desazón, que de todo modos terminó pronto, cuando encontré la primera placa a los cinco minutos de revisar el borde del agua. Igual no es que hallara muchas: solo dos, pero bien enteras y definidas. Después encontramos un par de dientes, otros fósiles indeterminables, pedazos de escudos, moldes perfectos de ostras y caracoles, etc. 
Quiero vivir en las barrancas. 
Aunque ahí también estaba la araña gigante...

No sé. Lo voy a pensar.

Nosotras y los bichos

I: El roedor de playa
Estaba medio acostado sobre la arena; yo pensé que muerto pero no, porque de repente movió una patita, se puso derecho y se quedó quieto, sin miedo. Nos acercamos, Marila le dio de comer, y él lo más pancho. Al final se refugió metiéndose bajo la pierna de mi amiga y hubo que explicarle que lo sentíamos mucho pero no nos íbamos a quedar con él para siempre. 

Simpático, el bicho. Marila dice que es un minerito pero para mí que no. ¿Alguien sabe?

II: La araña negra.

Estábamos recorriendo las barrancas de San Pedro, en Colonia. Un amigo nos había mandado un mensaje recordándonos que en la parte que había sido mar se podían encontrar dientes de tiburón, por lo cual yo andaba recorriendo palmo a palmo las paredes de greda y piedra, a ver si encontraba algo interesante, cuando de repente la vi. A veinte centímetros de mi cara, la vi. Era enorme, era negra, era peluda, pero también era lenta e indiferente. No digo que se me haya ido el miedo, pero al ratito de convivencia casi la aceptamos como una compañera más de labor. Nosotras buscábamos fósiles y ella algo para picar, porque era casi mediodía y se ve que le había pintado el hambre. Nos acompañó un cuarto de hora hasta que la dejamos sola en la inmensidad de la barranca y pegamos la vuelta, pero nunca la olvidaremos.

III: Los de siempre
En Colonia encontramos unos cuantos perros vagabundos y unos pocos gatos. Los primeros, siempre gordos y viejos, de paso cansino, un tanto reumático. Los segundos, jóvenes, flacos, hambrientos. Cada día cumplimos con el ritual de salir disimuladamente del desayuno con unas fetas de fiambre en la mano para dejarlas al alcance de los gatos de la casa abandonada de enfrente, que eran tres: uno amarillo, otro negro y una barcina preñada, muy jovencita. 

El perro de la foto en la maleza es Mosh, la mascota de Campotinto, que es la bodega cercana a Carmelo en la que almorzamos ayer. Mosh apareció por el lugar muy lastimado y desmejorado y la gente del restaurante (que había perdido a la otra perra que tenían, la Lola, también callejera) lo aceptó y curó de inmediato. Después del almuerzo me acompañó a la caminata por los viñedos y alrededores: la felicidad hecha perro. I love Mosh.





VOCES LAGUNERAS
_ ¡Vecina! ¿Usté sabe qué es lo que pasa que a la salida del pueblo está la policía parando los autos y pidiendo documentos a la gente ?- pegó el grito una señora, mirando a alguien en la vereda de enfrente.
_ No supe nada...- respondió la aludida, dejando por un momento de hace tortas fritas para la venta, al tiempo que mi vieja empezaba como siempre a especular al mejor estilo Pseudo Matlock. 
_ Yo me imagino... Deben andar buscando a la señora esa que desapareció con un montón de guita hace unas semanas...
_ ¿Cuál? ¿La jugadora? 
_ Sí, esa. El vidente dijo que la veía en un balneario con poca gente y con agua en las cunetas. Seguro que anda por acá.
_ ¡Ay, María, el Garoto con el nuevo corte de pelo quedó precioso!
_ Sí... Pero yo le dije al veterinario que lo bañara sin shampoo oloroso, y él igual le puso perfume: cuando volvió a la casa los otros perros lo desconocieron y no lo querían, pobre...
Lunes, 18 hs. Temporal. 
_ ¿Vamos mañana a la desembocadura del Tacuarí?
_ ¡ Sííí, si no llueve vamos!
Martes, 9 de la mañana. Sol. 
_ ¿Vamos?
_ Dale.
Martes, 9.40. Sol con ventarrón.
_ Mucho viento, no?
_ Sí, demasiado. ¿Volvemos? 
_ Volvemos. Queda para otra vez. 
_ Hecho.

_ Portate bien, Gatoncito, eh? Dejá de perseguir picaflores. Vení, vení de vuelta conmigo a la hamaca, vení. Gatón... ¿Dónde estás? ¡Gatón, soltá esa pobre mariposa, ¿querés? Sí, no te hagas el santito, a vos te hablo. Dámela, pobre. No, no te la pienso devolver. Fuiste.





Llueve manso y sin pausas sobre la Merín. 
Los dos gatos duermen sobre la cama que tienen más a mano, mis viejos miran un programa matinal con la Obaldía y yo oscilo entre tomarme un vasito de grappamiel o un café, comerme un higo confitado made in Carioca o pecar con una hipercalórica passoca. La lluvia es lo que tiene, vio. 
Mi vieja ya me hizo cuentos de ahora y de antes, cuentos que incluyen a personajes de nombres pintorescos como el Gallina Degollada o el Venga Mañana. Hace un rato me llevó al galpón para mostrarme unos enormes zapallos que trajo de Ñangapiré, de 7 y 9 kilos respectivamente. En el patio el bananero ostenta un cacho con decenas de frutas chiquitas, del tamaño de un dedo, por ahora. 
Las caminatas que tenía previstas la Intendencia de Cerro Largo para hoy y para mañana quedan suspendidas mientras no pare el agua. 
Tiempo de lectura y descanso, entonces, en los límites de Villa Makurero, durante la tradicional visita de Post cumpleaños del Cele. 
Tiempo de paz, familia y calorías.

Estoy tentada de creer que son la misma cosa.





Estaba por escribir una crónica que empezara con: "Ella es joven, bajita, de hermosos y bien maquillados ojos negros. Viene sentada a mi lado en el ómnibus y cubre su cabeza con un velo liviano, todo bordado de lentejuelas doradas. Debe ser siria. Viene oyendo música que desconozco. Me encantaría pedirle una foto pero nunca jamás voy a animarme.".
En eso la veo escribir en su celular y me imagino que pone: "voy en uno de los viejos vehículos públicos de Montevideo, sentada con una señora rubia. Lleva la cabeza descubierta y usa una musculosa ajustada que deja ver demasiada piel por debajo del cuello. Su collar plateado llama la atención, y aún no aprendió bien cómo delinearse los ojos".
Que en este mundo traidor
Nada es verdad ni es mentira: 
Todo es según el color

Del cristal con que se mira.





Voy en un ómnibus semi vacío, con menos de diez pasajeros Uno de ellos habla a los gritos por teléfono ("Voy en el bondi... me viá bajá na feria..."), otro escucha una música espantosa a todo volumen y una mujer flaca viene hace rato cantando y desafinando en voz muy alta algo que no logro identificar. El guarda es viejito y no oye nada. Los vendedores desfilan uno tras otro sin realizar ni una venta. Una chica viene contando su vida de manera audible para todos, mientras la rubia de rulos sentada en la mitad del coche trata de leer una novela y estornuda varias veces seguidas. 
Mañana de domingo sobre ruedas.
Empezaron las vacaciones y una reencuentra tiempo para las crónicas de bus y las encara con cariño aunque venga viajando en un ómnibus tranquilo, sin apretujes ni cantores a la gorra. 
Y en eso estamos. 

_¡Atchís!





Nos fuimos. 
Su nuevo hogar la está esperando a partir de esta tardecita; en estos momentos le están dando un baño coiffeur en la veterinaria para dejarla re chuchi. 
Sí, me dio culpa dejarla.
No, no me arrepiento. 

Y hasta aquí llegamos.




Desperté en hora, me bañé y desayuné sin apuros, la perrita comió y se echó a dormir, Roldana lo mismo, no había un alma en la parada y al instante en que llegué pasó (y paró!!!) un 103. 
Visto y considerando tanta fortuna no puedo quejarme ante el insignificante detalle de la música tropical del vehículo, y no voy a hacerlo. 
¡Porque bailar una plena saca las penas de amor, aquí te traigo una buena pa' que te sientas mejor!
#Viernes
#Vacaciones

#Vida




En diciembre fueron unos ojos enormes y una cola entre las patas, al principio, y una jauría de galanes solicitando sus favores, después. 
En enero se hizo amiga del barrio y adquirió patente de propiedad dudosamente colectiva. 
Febrero vino con dos criaturas y un enredo en cactus y alambre de púas que se terminó convirtiendo en asilo galponero, en medio de la ola de calor más interminable de la que tengo memoria.
Marzo se complicó. Enfermedad del cachorro, días y días en la veterinaria, suero, quietud, ojos tristes, inyecciones. 
Abril la encontró pidiendo mimos, como siempre, hasta que la llevé dos cuadras con colar y correa en medio de la culpa, porque ella encaró la caminata radiante, feliz, pero yo sabía que íbamos rumbo a la operación. 
Ahora está pasando la noche enfrente, con su amigo el sereno. Mañana vienen a buscarla para llevarla a un hogar propio y no prestado y no, no estoy triste. Roldana va a sentirse liberada, yo recobraré cierta paz, ella va a tener una casa y la dueña se habrá ganado una fuente inagotable de lametazos y miradas amorosas.

Repite conmigo: no debes volver a mirar a un perro vagabundo a los ojos. No debes. No debes. No. Un gato, puede ser. Tú ves. Pero recuerda estos meses y repite, repite conmigo: no debes volver a mirar a un perro vagabundo a los ojos. Que la cosa salió bien pero no es cuestión de andar tironeando al destino de la manga, por si se calienta y nos desbarajusta las decisiones tomadas. 




Nuevas imágenes made in Arbolito:
Triste como perra operada que te mira con ojos enormes desde un collar isabelino.
Indiferente como gata añosa que pide atún y no importa más nada en el mundo.

Culposa como humana que deja a sus mascotas solas todo el día aunque sea por laburo.




Situación levemente tensa en Arbolito.
Una no entiende por qué he vuelto a no dejarla salir al patio, la otra está contenta de haber retornado pero reclama la comida y el agua que por unas cuantas horas no va a tener.
A las cinco será la castración, y el tiempo pasa lento lento. 

Ampliaremos.




Salgo a hacer mandados y me cruzo con la vecina que adoptó a la perrita hija de Innominada.
_ ¿Qué sabés del cachorrito que regalaste?
_ Ah, bien, anda bárbaro. ¿Y la tuya?
_ ¡Pah, divina! Está enorme. Y eso que no quiere comer ración, ¿eh? Solo comida.
_ Capaz que no tiene dientes...
_ ¡Que no va a tener! ¿Sabés cómo me mordisquea jugando? Y quiere huesos, pero crudos. Si se los doy cocidos ni los mira. El otro día entré y la veo muy tranquila al lado del loro. 
_ ¿Tenés un loro?
_ Sí. Anda suelto por la casa. Bueno, los veo lo más bien juntos pero cuando aparecí yo ella lo agarró de la cola y se puso a zamarrearlo, como si lo estuviera rezongando por haberse portado mal, ¿te das cuenta?
Sí, me doy cuenta... La madre hace lo mismo, si la dejo. Todo bien con Roldana, pero si me acerco le tira algún tarascón que hasta ahora nunca ha llegado ni a tocar a mi gata. Menos mal. Mejor. Mejor para Innominada, digo. 




Una vez, mientras yo cursaba quinto en el IAVA, me quedé una semana en casa con mi amiga Graciela, mientras mis viejos y los dos perros andaban de gran descanso en Ñangapiré. Éramos compañeras de clase, estábamos preparando Matemática para dar en febrero y ese año la ASCEEP y el gremio del IPA habían hecho un acuerdo por el cual los estudiantes de profesorado iban a dar clases de apoyo gratis a diversos puntos de la ciudad, entre ellos mi cooperativa. 
Yo había vuelto de Cerro Largo a Montevideo esa misma tarde, y después de la clase ambas enfilamos a mi hogar dulce hogar, a seguir estudiando y a sacarle el cuero a nuestros compañeros del liceo, como hacíamos día por medio, más o menos. 
Lo que no sospechábamos ni ella ni yo era que una sorpresa nos aguardaba ni bien abriéramos la puerta de casa. Fuimos recibidas por decenas, tal vez cientos de pulgas hambrientas tras dos semanas de abstinencia de sangre canina, y tuvimos que taparnos los pies con insecticida para poder empezar a salir del ataque de histeria que nos ganó en un minuto. Se nos habían subido como peregrinos yendo a un encuentro místico, con fervor y devoción, en incesantes multitudes que no atendían gritos ni reclamos. 
¡Dios mío, qué papelón! ¡Traía a mi amiga del Buceo y resulta que la Curva de Maroñas hacía honor a todos los conceptos de desprolijidad y desidia que en el mundo han sido! 
Ahí aprendí que si uno tiene perros (o gatos) con pulgas y se los lleva, las bichitas no mueren de inanición sino que vaya a saber por qué se reproducen de modo exponencial, las muy malditas.
Supongo que habrá sido mi vecina La Ñata, o tal vez mi abuelo, el Viejo Barreto, quien me recomendó pasarle agua con querosén a todos los pisos, especialmente al del galpón, que era la Zona de Alerta Roja, y lo hice, mientras Graciela disimuladamente inventaba no sé qué excusas de extrañar a la familia y decidía faltar a un par de clases, medio zonceando. No parecía un remedio muy sofisticado, pero dio resultado, y zafamos de la crisis.
Al año siguiente sucedió lo mismo aunque con menor virulencia, o tal vez atajé a tiempo la expansión pulguienta, no lo sé. Después nos fuimos quedando sin perros, pasó el tema, y la Terrible Invasión del 84' se quedó convertida casi en leyenda.
Hasta ayer. 
Sí, se me llenó el galpón de pulgas, y la culpa es de Innominada. Había entrado a buscar la aspiradora, me detuve un momento junto a la puerta y de pronto... ellas. Muchas de ellas, en patota, hambrientas, decididas. 
Vacié un aerosol de veneno en el piso, me refugié en la casa confiando en no haber llevado ninguna a la Zona Hogareña, y me fui lejos, a otro barrio, porque para otra ciudad ya no me daba el tiempo. 
Ahora acabo de pasarle de todo al galpón, a los patios y al piso de arriba, y estoy esperando que se asiente un poquito el olor a insecticida (Jimo, en este caso) para confinar en un dormitorio a Roldana y en otro a la computadora y a mí, luego de hacer lo propio con el piso de abajo. Creo que la plaga ha sido conjurada, aunque con estos bichos nunca se sabe, porque son muy resistentes.
Si ahora en un minuto empiezan a sentir que les caminan cositas casi intangibles por los dedos de los pies o les da por rascarse una pierna sin motivo a la vista no se preocupen: es el efecto psicológico de las crónicas como esta, cuyo único fin es diluir la histeria propia repartiéndola entre todos los lectores. 
Buen domingo. 

Y que sean felices.




El Intercambiador Belloni es tranquilo, luminoso, seguro. Lo presiden tres enormes ombúes que están aquí desde que tengo memoria; aún no están habilitados el teatro ni los locales comerciales pero sí hay baños, asientos, música y wifi. Los niños patinan o andan en sus bicicletas con rueditas en la explanada y los jóvenes se juntan a mirarse y a presumir de sus championes o sus motos. 
Yo creo que de alguna manera todos sentimos lo mismo: al fin alguien se acuerda de nosotros y mejora nuestra calidad de vida. Puede sonar a resentimiento histórico o a alabanza frentista pero yo creo que esto es diferente. Nos tratan como personas dignas de transitar por espacios nuevos, limpios, funcionales. Cuál fue la última obra importante en este barrio antes que esta? Acá no hay muchas plazas, parques ni ciclovías.
Bienvenidos los cambios humanizantes. 

Y que nunca falten.

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