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jueves, 29 de enero de 2015

Laguna de enero. Crónicas.





Tres cruces, alrededor de medianoche de lunes. De pronto la terminal se llena de hinchas celestes con cara de venir de un partido aburrido.

Subir al ómnibus de Nuñez es pasar del verano al invierno, como siempre, pero ahora se le agregan un par de ingredientes de último momento: una nena a la que la mamá pregunta insistentemente si va a vomitar y una matrona q se informa de un incendio por teléfono, a los gritos. Diez cuadras de campo, lleva la cosa. No entendí si es por 33 o Vergara, tiene que ver con el pastizal reseco, parece. La señora ya van dos veces que le dice al hijo que la llame de nuevo de madrugada y le cuente, que ella no va a dormir porque el ómnibus es incómodo, dice.
Yo sí quiero dormir, pero con ese vozarrón...
Ooooom.
Arrancamos.
Zzzzzz...




Las chicharras cantan, compitiendo con el zumbido de los cazarañas, los cantos de varios pájaros y los horrendos jingles de la radio, que ordena que "¡celebremos con Faisán, celebremos con Faisán!" En el viaje fui sola todo el camino hasta José Pedro Varela, donde de pronto, en medio de mi dulce sueño rutero, se me sentó al lado un tipo de esos que se despatarran en el asiento. Maldición. "Ojalá se baje cerca de acá", pensé, pero cuando el guarda le preguntó y él dijo que iba hasta la agencia de Río Branco supe que ese sería un largo viaje. Por suerte los hados me fueron propicios y en Treinta y Tres se bajó el de adelante, con lo que el explayado se mudó al asiento delantero (seguramente alentado por mi cara de traste ante su voluminosa aunque joven persona) y yo recobré el poder absoluto en mis dominios. Cuando desperté, ya en el destino, vi que tenía una veterana al lado, pero no me molestó para nada, salvo en su extrema lentitud para bajarse. Mis viejos me estaban esperando desde hacía una hora, y estaban verdes de tomar mate. En el camino a la Laguna vimos tantas aves que no se podía creer, incluyendo bandadas de garzas blancas y otras solitarias, de color negro, rapaces, apoyadas en los piques del alambrado en el camino. Ahora, pasado el desayuno, escucho las noticias en "Atención Cerro Largo" ("se extravió estuche de lentes...") y las infaltables necrológicas, donde se detalla toda la parentela de cada muerto en una larga enumeración familiar. La gata blanca, a la que le traje de regalo un ratoncito relleno de hierba gatera, parece que está muy contenta con mi presencia. Los vecinos ya toman mate en el frente de las casas, y todo parece indicar que este será un día más que caluroso, o sea que ya me voy para la playa. Feliz martes.





_ ¡Majú! ¡Majú, vení para acá! -gritaba una mujer joven, mientras la perra labradora hacía caso omiso de sus órdenes y se internaba en las aguas de la laguna en dirección a otra señora, a la que evidentemente quería sacar de ese peligro con olas de cinco centímetros y un metro de profundidad de promedio.

En eso una chica se metió al agua, sacó a Majú sosteniéndola firmemente por el collar e intentó arrastrarla hacia la casa, a sus espaldas (justo al lado de la prefectura, que debería velar para que entre otras cosas no haya perros en la playa,en fin...), pero la susodicha se encaprichó en la arena y no hubo quién la moviera.

Allá a las cansadas salió la mujer del agua y Majú se dejó conducir, de mala gana, en una escena muy graciosa que observé desde mi pareo, a un par de metros de distancia.

Ya me había distendido y estaba torrándome alegremente al sol de las once cuando siento nuevamente la voz de la mujer:

_ ¡Ay, no, no, no, no, no! -al tiempo que la cabezota de Majú se metía de lleno en mi mochila, husmeando vaya a saber uno qué resabios de corales o huesos de tortuga o cucharetas que la pobre ha sabido albergar en este enero tan cercano al mar y sus tesoros.Le toqué la cabeza a Majú un segundo antes de que su dueña se la llevara, entre disculpa y disculpa, y en la restante media hora (en que heroica o tontamente soporté el sol como pude, porque quema como nunca) hice playa con fondo de ladridos de perro, porque la labradora no aceptó de buen grado ser relegada al patio trasero después de probar las mieles de la sociabilidad y el refrescante encuentro con las olas y el viento, sucundún, sucundún.

(Ta, nada que ver, pero se me impuso. Quizá me hizo mal el sol. Voy a pensar si vuelvo o no por la tarde.)




Laguna Merín: cómo pasar de un horno infernal a un diluvio de agua y viento en diez minutos o menos.




La siesta había terminado y la tarde no daba respiro.

Pensé en ir hasta la playa, pero desistí. Las chicharras cantaban continuamente desde los árboles del fondo, no corría una gota de viento y yo no tenía ganas de caminar hasta la playa, ponerme protector solar y quemarme a fuego lento por un par de horas sobre el pareo.

A eso de las seis nos fuimos a hacer una visita de cumpleaños al Español, un amigo de mi viejo desde la infancia, al que perdió de vista por muchas décadas hasta que se reencontraron en la Laguna viviendo a una cuadra uno del otro. Ayer el Español cumplió 79 y está impecable, tan impecable como su madre, que en unos días va a alcanzar los cien años y anda por la vida de lo más campante. Cosas de Cerro Largo.

Y de cosas de Cerro Largo charlamos largo y tendido en el par de horas que estuvimos con él y con la Tota, su mujer, mientras el resto de su familia hacía playa en medio del mormazo vespertino. De gente que no conozco, como Césareo Noble, personajes que hacen pensar en Don Verídico ya desde el patronímico, y más cuando se ponen en el tapete las historias contadas y recontadas a través de vidas propias y ajenas.

_ Cuando uno era chico no había televisión_ dice la Tota_ y era común que las familias se reunieran alrededor de los viejos a charlar y contarse cuentos. Los cuentos eran lo más importante en esa época...

Y van saliendo, naturalmente, desgranados en boca de todos, historias con o sin nombres propios, algunas veces sospechosamente parecidas a narraciones literarias, componiendo un universo de límites borrosos pero siempre seductor por el humor, la sorpresa o la aventura.

_ Mi padre tenía una libra de oro. Parece que el finado mi abuelo, el padre de mi papá, estaba un día tratando de arreglar un ropero viejo, enorme, porque a la abuela no le gustaba así como estaba, y mientras él trabajaba una nena del vecino andaba por ahí juntando maderitas del ropero, hasta que de repente ella le dijo: "mire qué linda esta monedita que encontré" y era una libra de oro. Mi abuelo, vivo como un rayo, le dijo que era muy linda pero lástima que no valía nada, y le dio un vintén, para que se fuera contenta. Y la pobre no se dio cuenta de nada, porque era una criatura.

_ Yo una vez escuché de un viejo muy pero muy rico que se había muerto sin hacer testamento, y entonces los hijos lo sentaron en la cama, hicieron venir el Juez de Paz y le ataron una piolita de la barba para poder hacer que el muerto dijera que sí con la cabeza, con el pretexto de que no sabía escribir y no podía hablar porque estaba muy débil. Y el Juez les creyó todo.

_ Los otros días apareció un tatú por acá. Enorme, grandote, parece que lo había atropellado un auto y andaba medio mal, pero mi hijo me puso pena que no lo fuera a matar, que lo ayudara si lo veía. Él siempre fue muy por los bichos. Lástima que lo agarraron los perros, al tatú. Ya lo encontramos muerto. Igual que a aquella comadreja que hallamos una mañana prendida de los dientes de un cable de la luz, electrocutada, y hubo que bajarla a pedradas porque nadie se animaba a tocarla. Pobres bichos.

_Me acuerdo de Fulanito, aquel que un día iba cruzando la plaza del pueblo y encontró una billetera de cuero nueva, tirada en el camino, y ya se la guardó en el bolsillo. ¡Estaba llena de mierda, muchacho! No sé cómo hizo el que la tiró, pero no se notaba nadita.

_ Yo una vez había ido a Montevideo y tenía que ir a Manga. Me tomé un taxi que pasó y cuando llegué me cobró 250 pesos. ¡Qué caro! Y ahí me di cuenta de que no era un taxi, que me había equivocado: era un Taxi-flet.

_ MI padre siempre contaba que una vez encontró una libra de oro en un camino y la guardó bajo la almohada. Era en la zafra de la lana y estaba viviendo en unos galpones con los otros peones. Lástima que contó de lo que había hallado; al otro día miró bajo la almohada y ya no estaba. Nunca supo quién se la sacó.

_ Una vez el Gaucho Gómez venía de hacer una gran venta de ganado y perdió toda la plata al bajarse del auto, pero un vecino que lo encontró se imaginó que era de él y se la devolvió. El Gaucho lo miró, le alcanzó diez pesos y le dijo "Tomá. Esto es para que te compres una cuerda para ahorcarte, porque si yo hubiera estado en tu lugar no te habría dado ni un peso".

_ Yo me acuerdo de que el finadito de mi tío era muy bueno con la carpintería. Un día había muerto un ricachón del pueblo y la viuda lo llamó para que arreglara un escritorio que él tenía y para que abriera un cajón que estaba cerrado a llave. Cuando lo abrieron, estaba llenito de dólares. Y ni un peso le dieron. ¡Gente mala!

_ Una vez estaba entrando al boliche y vi el petiso de mi primo atado a la entrada. Cuando me acerqué pregunté de quién era el petiso aquel que estaba en el suelo y salió para afuera rajando, casi se atraganta con la caña. Volvió furioso. "¿Vos no dijiste que estaba en el suelo?" "Sì... ¿y dónde ves que tiene las patas apoyadas?". Siempre le hacía diabluras, y él siempre caía.

_ Ah, sí, mi suegra está muy bien para tener casi cien años. Solo que ahora se le da por quitarme las cosas. El otro día que se estaba yendo de mi casa, cuando quiero ver, había metido la escobilla del baño en una bolsa de nylon y se la llevaba diciendo que era la de ella. Pero en lo demás está muy bien.

La pizza de la Tota y su torta de manzana estaban muy ricas, pero la visita no debía prolongarse hasta el infinito, y nos fuimos.

De noche se vino un diluvio, se cortó la luz y el calor no se fue, ni se fueron los mosquitos, aunque no pudieron pasar la barrera del tul protector.

Este es un mundo fuera del tiempo.

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