El problema no es solo el barullo de mi
vecino compartiendo sus gustos musicales con toda la cuadra, no es solo la
campanilla de la puerta de calle que me hace saltar ni bien intento
concentrarme en el libro que empiezo y abandono religiosamente hora por medio,
no es solo el sonido del teléfono de línea ni el celular que me gritan que
atienda, que actúe, que me mueva, ni los imperiosos llamados de las redes
reclamando un comentario trasnochado que
asegure a alguien del otro lado de la pantalla que efectivamente, sin lugar a
dudas y pese a todo, existe.
El problema es el hueco de tu voz y de
tu risa en el aire que respiro. El problema es la ausencia de tus pasos. El
problema es la certeza de un tiempo mudo
que se va a arrastrar entre sonidos sin alma hasta que el roce de tus dedos
sobre mi piel vuelva a salvarme, quizás, del silencio.