Vistas de página en total

jueves, 13 de marzo de 2014

DE HABANA A RUBÉN DARÍO






Ella era rubia de pelo corto y muy bonita. Él, un morocho flaco de voz ahogada, con el infaltable bolsito del laburante al hombro pese a que no pasaba de dieciocho años, tal vez menos. El 100 venía moderadamente lleno. Yo iba distraída mirando cosas en el celular cuando se vació el asiento a mi lado y él se lo ofreció. Ella aceptó en seguida y el diálogo no demoró un segundo en iniciarse.
_ Gracias.
_Es lo menos que puedo hacer por vos, después que me devolviste el boleto que me había dejado en la máquina.
_Ah, sí. No fue nada.
_Además, yo siempre soy amable con las chicas bonitas. Me presento: yo soy Adrián. ¿De casualidad vos vivís por Villa Farré?
_No.
_Ah. Me pareció que te conocía de algún lado.
_No vivo ahí, pero tengo familiares.
_Te debo haber visto por ahí, entonces. ¿Venís del liceo? ¿En qué clase estás?
_En quinto.
_¡Ojalá pudiera yo volver al liceo! ¿Y vos vivís muy lejos de Villa Farré?
_Sí. Me bajo ahora nomás. Pero voy seguido por ahí.
_ ¿Ah, sí? ¿Vas? Capaz que nos vemos por ahí algún día, ¿no? ¿Tus viejos viven ahí?
_ No, mi abuela y una tía.
_Si querés nos vemos un día por ahí y te invito a tomar una Coca.
_Sí, puede ser.
_¿Me das tu número?
_098…
_ ¿Y vos cómo te llamás?
_Alexandra.
_Alexandra. Qué lindo nombre. Te paso mi número, ¿te parece?

Y ahí me bajé. Había sido testigo del levante más rápido del mundo: de Habana a Rubén Darío, cinco paradas de ómnibus. Cuando uno tiene las cosas claras no hay por qué andar perdiendo el tiempo, pensaba al volver a casa, y también pensaba que está bueno eso de poder demostrarse el mutuo interés sin vueltas. Peligroso pero bueno, como todo lo que tiene que ver con el amor en nuestras vidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario