Nosotros fingimos indiferencia, pero somos más de cuarenta y es evidente que uno del grupo deberá ser sacrificado para salvaguardar la seguridad del resto, mientras él zumba y revolotea de punta a punta del atestado 405, lleno de personas somnolientas que esperan oír un solitario aplauso que cierre la tortura de esta tensa espera.
Pero no suena, y él nos sigue torturando.
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