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martes, 2 de abril de 2013

LAS PLANTERAS







La verdad es que no entendí cómo fue que esa extraña caja de cartón terminó entre mis cosas, aunque siempre supe que los peones de la compañía de mudanzas eran un poco desprolijos. A lo sumo me preocupó constatar, una vez instalada, que me faltaba esto o aquello, o que en medio de los paquetes con la loza se escuchara el sonido de algún plato hecho pedazos. Pero esto era diferente.
Recién me fijé en la caja durante la mañana del sábado siguiente, porque esa semana resultó tan demoledora que apenas desembalé lo esencial y acumulé el resto de los paquetes en el dormitorio pequeño, donde nadie dormiría por ahora. El sexto mes de mi embarazo ya se hacía notar y tanto Eduardo como yo preferimos no enloquecernos con los detalles y tomarnos todo con la mayor calma del mundo. Esa decisión, justo es señalarlo, no incluía al Oreja, nuestro gato de dos años, quien apenas salió del pánico inicial del traslado y el cambio de olores y formas se dedicó a explorar los nuevos ambientes con toda la meticulosidad que los felinos suelen invertir en estos menesteres.
Cuando lo vi dando vueltas y más vueltas alrededor de una vieja caja de cartón que no recordaba haber utilizado para la mudanza me acerqué intrigada. Era un objeto pequeño, del tamaño de una licuadora. Pensé llamar a Eduardo y preguntarle, pero el pobre había cargado sobre sus espaldas la mayor parte del trabajo y no estaría bien despertarlo solo para sacarme una duda. Levanté la caja y en ese momento el Oreja rezongó, asustado. Todos los pelos del lomo se le erizaron;  hasta amagó con arañarme.
_ No seas bobo, Orejita, ¿no ves que no es nada?_ le dije, mientras le acariciaba el lomo para calmarlo un poco, pero en vano. El Oreja siguió rezongando con esos sonidos gatunos que parecen sacados de una mala película de terror de los años sesenta. La caja estaba atada con una cuerda de color verdoso, bastante vieja, y me llevó un rato deshacer el nudo. Todo sea por no levantarme del sillón e ir a la cocina a buscarme un cuchillo para cortarla, pensé, mientras maniobraba con la atadura.
Para cuando terminé de abrirla ya era casi mediodía y el sol iluminaba el living con la tibieza de los meses de otoño. Dentro había una maceta pequeña con un cactus espinoso, de lo más decorativo. Bien, alguien por equivocación se quedó sin su planta, pensé. Menos mal que lo veo a tiempo de ponerle al sol y darle unas gotas de agua. Lo dejé sobre una silla mientras decidía postergar la definición de dónde ubicarlo para más tarde. El gato ya no estaba a mi alrededor; se había ido corriendo apenas comprendió que iba a abrir la caja a como diera lugar y no lo veía ni en el patio del frente ni en el muro del costado. Gato loco, ojalá que no se pierda. Este es un barrio nuevo y los felinos suelen enamorarse de las casas más que de sus dueños. 
Pronto me desentendí del asunto y me enfrasqué en el guardado de la ropa en los estantes del ropero, cuidando de no hacer ruido para no molestar al pobre de Eduardo, que roncaba a sus anchas.
En cierto momento me dirigí al living a buscar alguna cosa y fue entonces que algo me llamó la atención de inmediato: la planta se estaba moviendo. Juro que la vi moverse; era algo mínimo pero claramente perceptible. Me acerqué: algo vibraba entre las espinas. Tomé la maceta entre mis manos y ya la estaba llevando al dormitorio para contarle a mi marido que teníamos un cactus muy original cuando descubrí un mínimo agujero en una de las caras de la planta, entre las espinas. Un animalito pugnaba por asomarse el exterior a través del orificio. Era algo pequeño, con patas… Como una araña.
No pude evitarlo; tengo fobia a esos bichos desde que tengo memoria, así que no tuve que pensarlo mucho para tirar la maceta al diablo y salir corriendo de la casa.
Después me contó Eduardo que no era una araña, en realidad, sino decenas, cientos de ellas. Él despertó de inmediato ante el grito que pegué, y salió tras de mí como una exhalación, lo cual, sin que lo supiéramos por entonces, acabó por salvarle la vida. Un verdadero ejército de estos bichos salió a toda velocidad del cactus y comenzó a apropiarse de todos los espacios de la casa, dispersándose en un santiamén por los dormitorios, el living, la cocina y el baño. Se trataba de una variedad de arácnidos de veneno sumamente potente que hace sus nidos en el interior de estas plantas, de las cuales se alimentan las crías durante los primeros días de vida. Su origen es mexicano; las llaman “arañas planteras” y no existe antídoto contra su ponzoña.
Tuvimos que fumigar la casa antes de poder ingresar nuevamente en ella, pero aún así yo no estoy segura de querer que mi bebé nazca aquí. Con frecuencia percibo movimientos entre los muebles, pequeñas manchitas que deambulan a toda velocidad por el piso, aunque me cuestiono si no serán alucinaciones, fruto de la histeria del primer día y el terror que aún siento ante el solo recuerdo de esa mañana. Eduardo trata de calmarme pero yo ya me di cuenta de que, aunque disimule, él también mira continuamente el piso, las paredes y los rincones de cada ambiente. 
El Oreja, olvidaba decirlo, aún no ha vuelto.

4 comentarios:

  1. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma=Se trataba de una variedad de arácnidos de veneno sumamente potente que hace sus nidos en el interior de estas plantas, de las cuales se alimentan las crías durante los primeros días de vida. Su origen es mexicano; las llaman “arañas planteras” y no existe antídoto alguno contra su ponzoña. Te mandaste la gran horacio quiroga jajaaja

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    Respuestas
    1. Uh, Anónimo... Vos decís que estoy copiando a conciencia o que no me di cuenta y soy inocente?

      No importa.
      Cuando tenés razón, tenés razón.
      No debo copiarle a Horacio Quiroga.
      No debo copiarle a Horacio Quiroga.
      No debo... (etc)

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  2. inocente, inocente...

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