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viernes, 19 de octubre de 2012

LOS VIEJOS






Debe haber sido una mujer hermosa, pienso, mientras miro su cara cubierta de arrugas y sus ojos opacos que no saben adónde encaminarse. Acababa de llegar penosamente desde el baño. Volver a sentarse a su mesa le costó sus buenos minutos, mientras se tomaba del borde de la silla e iba escogiendo minuciosamente cada movimiento para no perder el equilibrio. Flaca y alta, de unos setenta, cubierta la cabeza de unos mechones blancos que denunciaban su abandono, pálida y débil como la que más.
La voz de mi amiga cortó por un momento mi contemplación de la anciana de la mesa de enfrente. Se dirigía al mozo.
_ Ah… Me trajiste la grappamiel doble…
_ Sí. Como no me aclaraste pensé que la querías como la primera.
_ Bueno, es igual, no te preocupes. Se toma rápido.
Él ya se estaba yendo cuando pareció cambiar de idea y se acercó a nosotras con actitud de complicidad, para largarnos un discurso que tenía aspecto de muy enunciado y poco recibido:
_ Yo de alcohol no sé nada porque no bebo ni una gota. Y tampoco fumo. Soy una persona de vida absolutamente sana. Hago ejercicio todos los días y así me mantengo en forma. ¿Ustedes qué edad creen que tengo?
Nos miramos, descolocadas. Habíamos venido por una horita a este bar de estudiantes a charlar un poco de nuestras vidas y ahora este veterano nos enredaba en acertijos etáreos de difícil solución. Yo pensé que andaría por los sesenta y pico, pero juzgué prudente no decir nada. Seguro que él esperaba que arriesgáramos un “cincuenta”, pero no me iba a salir de modo creíble. Cuando se convenció de que no diríamos palabra continuó:
_Tengo sesenta y cinco años. Y parezco mucho menos. ¿Ven al mozo aquel, el que está atrás del mostrador, el canoso? Tiene cincuenta y uno, y todos le dan más que a mí.
Qué bonito, agrandarse quemando la edad ajena, pensamos. En verdad el otro parecía de sesenta y pico, pero no era para andar pregonándolo a las primeras clientas que se le cruzaran en esa noche de octubre.
_¡Y además me encantan las mujeres!_ agregó intempestivamente el hombre, antes de lanzarnos una mirada de inteligencia y retirarse a servir a otros parroquianos.
Mi amiga y yo largamos la risa y lo comentamos divertidas un buen rato, hasta que retomamos el hilo de la charla sobre el trabajo, los posibles estudios de posgrado, los kilos de más y las vacaciones que debíamos solucionar de una vez por todas en estos días.
En cierto momento de silencio, muzzarella de por medio, volví mis ojos a la anciana del pelo blanco. Estaba haciendo evidentes esfuerzos por fingir que leía un libro, mientras el bar se  iba llenando de voces de veinteañeros que llegaban de la Facultad de enfrente y de un par de chantas que se acodaban a la barra hablando a los gritos para marcar su presencia. No llegué a ver de qué obra se trataba pero sí me fijé en sus manos. Llevaba puestas dos alianzas en el mismo dedo.
En ese momento una tristeza honda como un mar de lágrimas me sacó por un rato de la charla, del bar y de la noche. Alguna vez tuvo ilusiones, pensé. Una marido, tal vez un par de niños. Capaz que fue o es una hija de puta de esas a las que odian con razón quienes las conocen bien, capaz que su soledad no es gratuita sino bien merecida, pero seguro que en alguna etapa de la vida tuvo un alma limpia, unos ojos francos y unos planes de futuro bien distintos de esta mesa solitaria y este libro que no se deja leer.
La vieja cerró el libro y comenzó su lenta salida del boliche, apoyada en un bastón oscuro. Yo no pude mirarla más, o me ponía a llorar y arruinaba el encuentro con mi amiga. Pasó a mi lado sin mirarme y de a poquito se fue perdiendo en la noche.
Qué será de mí a su edad. No podía evitar pensarlo.
Comparé mentalmente a los dos viejos del bar con mis padres septuagenarios, con los que el domingo pasado hicimos una excursión por las barrancas de la Laguna Merín buscando restos indígenas.
Tal vez cada uno tiene la vida que se merece.
Pero tal vez no.
Volví a casa con un nudo en el alma y me pasé como dos horas oyendo canciones tristes, hasta que el sueño se apiadó de mí y logré cerrar los ojos.

2 comentarios:

  1. Cercano, certero y con la calidad y calidez que te caracteriza. Capaz que a cada uno se nos pianta un lagrimón c !
    Caramba con la vida que nos lleva el tiempo y los tiempos!
    ¡¡¡ Si habrá que vivirla con intensidad!!!!!
    carpe diem irrestricto ya!!!!!!

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  2. Me sumo al comentario de Diana, Mariela; que suscribo en cada palabra.

    Esta es un pieza que lleva -irremisiblemente- al lector hacia reflexiones profundas. La suerte de nuestras vidas en general, la de los hijos de puta en particular, el qué será de nosotros, cómo creíamos hace quince años que estaríamos hoy y cómo estamos. ¡Tanto!

    Todo ello logrado con un micro muy pegado al suelo, costumbrista, sin imagenes potentes pero con toda la fuerza en el segundo plano de la escena.

    ¡Genial!

    Un abrazo.

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