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lunes, 6 de mayo de 2024

Mayo de 2024

Historias de abajo

1. Los misteriosos de Europa

Ayer me topé con una palabra nueva: erdstalls, lo que me llevó a revolver una de las obsesiones de mi (claustrofóbica) vida. Los erdstalls son unos 2000 túneles ubicados en varios países europeos, de los que no se sabe quiénes ni para qué los construyeron. No hay riesgo de que vaya a recorrerlos: los pasajes no miden más de un metro y medio de alto por 60 cm de diámetro (en el mejor de los casos). Tienen solo un punto de entrada y salida —generalmente disimulados en las paredes de iglesias, bosques o cementerios—. Casi no corre el aire. 

Se especula que fueron construidos en la Edad Media, aunque hay quienes los hacen remontarse a 12.000 años. La datación es compleja porque no hay en ellos objetos, inscripciones ni restos orgánicos: están del todo vacíos. Algunos hablaron de almacenamiento, pero pasajes tan angostos y encima (algunos) bajo de la línea de flotación –por lo que a veces se llenan de agua- tiran abajo estas teorías. Otros especularon con un escondite ante posibles invasiones, pero en ese caso es más probable que se murieran todos sin aire que sobrevivir ante el intruso. 

Por el lado espiritual, en Austria la tradición habla de duendes, en otros lados se mencionan lugares de renacimiento ceremonial o de encierro de los enfermos mientras intentaban deshacerse de sus dolencias. 

La mayoría de los erdstall están cerrados al público, pero en Austria se puede visitar algunos, si uno está seguro de que no tiene ni medio por ciento de claustrofobia. 

2. La cueva del milodón

Esto pasó en el sur de Brasil: un agricultor iba en su tractorcito por un campo de maíz cuando una rueda se hundió y terminó hallando un túnel de casi 2 metros de diámetro y 15 de largo que pasaba por debajo de su casa.

¿Habría un tesoro, indicios de una civilización perdida? No: las marcas de garras en las paredes indicaban que su anterior ocupante no había sido humano sino un milodón, antecesor del perezoso y parte de la megafauna que se extinguió en el continente hace al menos 10.000 años. Cuevas similares se han hallado en otros sitios, por ejemplo cerca de Miramar (Argentina).

3. Misterio en el IAVA

Un túnel se abre ante los ojos tras la puerta cerrada de un aparente salón, una cavidad de ladrillos en forma abovedada termina en otra, perpendicular, que no lleva a ningún sitio. ¿Será consecuencia de la construcción al revés del edificio ignorando el proyecto original del arquitecto -que quizás incluía una conexión material con la Universidad? ¿Habrá llevado a algún otro lado y ahora está cegado? ¿Para qué se construye un túnel por debajo de un liceo? Nadie sabe nada a ciencia cierta.

4. Paraíso de claustrofóbicos

En 1963 un señor turco se puso a arreglar su casa y tiró una pared, pero de repente apareció una habitación que llevaba a otra, y a otra… Había encontrado por casualidad la ciudad subterránea de Derinkuyu, perdida desde hacía siglos. 

La compleja red que se extiende por 18 niveles bajo tierra incluía entradas discretas, pozos de ventilación y conductos de conexión entre habitaciones y corredores que daban a espacios multifuncionales. Tenía acceso a agua corriente, había cuartos individuales, tiendas, salas comunes, tumbas, arsenales, escuelas, sitios para el ganado y vías de evacuación. Un bunker gigantesco para protegerse de la guerra o los desastres naturales.

La entrada a la ciudad podía bloquearse en tres puntos estratégicos, desplazando puertas circulares de piedra, y además hay sitios por los que solo se entra de a uno y encorvado, por lo que cualquier invasor podría ser fácilmente aniquilado. Además, Derinkuyu tiene un túnel de casi 8 kilómetros de largo que la conecta con otra ciudad subterránea. Se calcula que aún quedan muchas por descubrir en Capadocia.

5. El vecino

Una vez vi en TV Ciudad la entrevista a un hombre de Piedras Blancas que estaba haciendo un pozo en el patio de su casa y de repente la pala se le hundió en un hueco y descubrió que bajo su propiedad había una habitación enorme, quizás una bodega de la época de la colonia. Montevideo no llegaba en ese tiempo hasta tan lejos (ni mucho menos), pero sí había estancias. “¿Y encontró algo ahí dentro?”, le preguntó el periodista y el hombre contó que sí, que había un montón de sables y otras porquerías, que él había tirado todo en el contenedor y ahora estaba muy contento con su taller subterráneo, que no tuvo necesidad de edificar. 

6. Miscelánea

En mi barrio se cuenta que bajo la Casa del Águila de la calle Celiar sale un túnel subterráneo que eventualmente le serviría al General Pollo como vía escape ante un problema. 

Mi tío Urbano, que trabajó en el Cabildo, dice haber visitado en el subsuelo una serie de calabozos ante los cuales se extendía un enorme túnel, que no se animó a recorrer. 

Vivo en una ciudad que convirtió una cárcel en shopping, por debajo del cual aún debe estar el túnel de 40 metros por el que escaparon 111 presos en 1971. Cuando lo estaban haciendo se cruzaron con otro, que era parte de una vieja historia: el escape de diez anarquistas en 1931 en "la fuga de la carbonería".

Cuando atendí un local de comidas en la vieja Galería Entrevero me tocaba ir a lavar platos a un baño en el subsuelo. Más allá del espacio iluminado se extendía una planicie en sombras de la que no llegué a vislumbrar el final, ni sé el tamaño, ni si estaba vacía.

¿Cuánto misterio aguarda aún a ser descubierto bajo nuestros pies? ¿Qué caminos, espacios e historias terminaremos conociendo en el futuro? Y (sobre todo) ¿cuántas maravillas nos perderemos de ver los claustrofóbicos, solo porque ante un espacio cerrado o reducido empezamos a transpirar y el corazón se nos convierte en ñoqui, arrugadito e inmóvil? 

Por suerte aún nos quedan misterios. El mundo sin ellos sería una enorme enciclopedia, y quién (que no sea Borges) querría leer de pe a pa una enciclopedia. 

Ya saben: si algún día encuentran un túnel o una habitación bajo tierra que se deje recorrer de pie e iluminada, me avisan. Y si es un espacio retorcido, pequeño y sin aire, manden fotos. Quedamos así.




Situaciones de liceo

1. Los de Economía

Estábamos por empezar “La pradera" y les pregunté si alguno quería leer en voz alta. Dos chicas levantaron la mano pero no quisieron turnarse, sino que adoptaron las voces de distintos personajes y lo fueron leyendo en una especie de fusión de narrativa y dramaturgia que no sé si a Bradbury le habría gustado, pero a la postre funcionó a las maravillas. 

_ ¡No te puedo creer! –dijo una de ellas al verme acercar terminada la lectura, y yo pensé que iba a decir algo del cuento, pero no: 

_ ¡Tenemos la misma camisa!

Y era cierto. La de ella debía ser S, la mía G, pero estábamos casi igual. Perdón, Bradbury: otro día nos concentramos al 100%.

2. Los artísticos

“Profe, somos solo nosotras tres; el resto decidió no venir” fue la recepción que tuvimos la practicante y yo al entrar hoy al grupo de tercera hora. Las demás clases estaban completas, pero esta, en particular, parecía haberse aferrado a la vana ilusión de faltar sin consecuencias, aduciendo que no sabían que el paro del transporte se levantó ayer de tarde. Vana ilusión, repito: yo ya les había mandado un mensaje y contestaron de noche, así que cero chance de creer en su inocencia.

La practicante y yo nos miramos: más allá de que iba a ser muy complicado dar un tema para la décima parte de la clase, ella tiene su visita didáctica en unos días y el vacío de hoy nos cambiaba los planes de manera radical. Estuvimos unos minutos deliberando, tomamos decisiones y les planteamos que íbamos a ir a la biblioteca del liceo a buscar materiales sobre Dante y su Infierno.

Una vez allí estuvimos haciendo un relevamiento, apartamos un librillo para trabajar más tarde y después miramos la parte de lectura recreativa. A las tres se les iban los ojos ante cada libro espectacular que no sabían que tenían al alcance de sus manos. Hablamos con los bibliotecarios, les dieron formularios, las chicas se asociaron y salieron cada una con un libro en las manos, rumbo al recreo que divide las dos horas. Dos de ellas empezaron a leer ya cuando iban en el camino, convirtiendo a la tercera en una especie de lazarillo que las guiaba manejando como riendas las correas de sus mochilas.

A cuarta hora hicimos con las mismas tres chicas otra incursión, esta vez a la biblioteca del piso de arriba, la que es de Secundaria. Conversamos con una funcionaria muy amable, recorrimos la sala de lectura, contemplamos y comentamos una exposición de collages y les conté lo que sé de las mesas largas y sus números de dos cifras, de los libros antiguos y sus peligros, de los 95.000 volúmenes de la biblioteca y de cómo se usaban los ficheros. Después ellas se quedaron resumiendo información para la clase que viene, hasta que tocó el timbre y volvimos al salón.  

3. Los Ingenieros (1)

Otra vez La pradera. ¿Alguien quiere leer? Sí, claro: pese a que nunca le había pedido esto a un alumno hoy le dije a Lautaro si se animaba a hacerlo desde el lugar de un docente. Él pasó al frente sin el menor problema y leyó todo el cuento mucho mejor de lo que puedo leer yo. Eran ocho carillas, pero no perdió jamás el dominio de los tonos y el ritmo adecuado de lectura, al punto que le dije si no podía acompañarme a leerlo en otros grupos, cosa que aceptó (pero era en broma, porque no puedo agarrar a un alumno de practicante). Lautaro es increíble, y ya aprendí que es muy difícil ganarle una discusión (como cuando me dijo que la RAE acepta “imprimido” y terminé comprobando que era cierto). Se lleva muy bien con todo el grupo (que son espectaculares) y los dejó tan atrapados que cuando tocó el primer timbre varios dijeron de seguir con la lectura y no salir al recreo (aunque solo tienen tres en la mañana).

4. Los Ingenieros (2)

Las dos ultimas horas me llevaron al subsuelo, donde me encontré con varios subgrupos que discutían acaloradamente, al punto que demoraron en notar mi presencia en el salón de clase. Pensé que había habido un problema o que estaban decidiendo algo relativo a su graduación, pero no: estaban discutiendo sobre el bien y el mal, los imperativos éticos y los dilemas morales. Me costó un poco sacarlos de Filosofía, pero al rato nos encaminamos a mi materia. 25 de los 30 habían buscado información sobre Bradbury, algunos ya lo habían leído antes y otros plantearon aspectos de la narrativa del siglo XX en relación a Orwell, Herbert y Tolkien. 

Los dos sextos de Ingeniería, además, hicieron un trabajo de Matemática en transposición de lenguajes, filmando cortos de lo más creativos, donde explicaban teoremas y fórmulas con la actuación de sus familias y funcionarios del liceo, además de la suya propia. 

¿Entienden por qué amo a este liceo? ¿Por qué no me quiero jubilar? ¿Por qué no hace falta hacer nada explícito por el Día del Libro? Ellos son la sal de la tierra (si me disculpan la metáfora bíblica). Son energía. Son luz.

Y así estamos.




¿Otra vez con lo del Director del IAVA?

Sí: otra vez. Ahora resulta que (pese a que la Oficina Jurídica propuso 10 días) nuestro ex Director es castigado con una sanción de 150 días por no desalojar a los estudiantes del salón gremial con la excusa de una rampa que no se hizo (ni se pensó hacer). Se sanciona a un docente que apostó al diálogo entre los integrantes de la comunidad educativa, a la vez que se nos da un mensaje a los demás: obedecé y no pienses. Rapidito y sin chistar.

No se puede creer tanta tozudez. 

Son como esos perros que cuando muerden no largan. Saben que esto es desproporcionado, sus asesores jurídicos se lo indican, pero igual van a por más. 

Me niego a vivir con miedo. 

Me niego a enseñar a vivir con miedo. 

Me niego a la sumisión.

Me niego a la injusticia. 

Alguien tiene que reaccionar, reconsiderar y revocar esta decisión.

Mañana a las doce convocamos a una conferencia de prensa en las escaleras de la calle Rodó. Seguimos atentos a la marcha de los hechos, e invitamos a todos a no dejar que esto se pierda en el fárrago de noticias de cada día (y también a tener memoria, cosa que nunca -pero nunca- viene mal).




Durante todo 1984 estuve viendo sus ojos en las paredes. Por esos ojos, por verdad y justicia, para que no lloremos más, buscamos a Mariana. Si me pongo a revolver en mis papeles todavía tengo un afiche con el Chaplin de El pibe atravesado por la mirada de la nena que todos soñábamos con encontrar. 
Hoy fui a la presentación de un libro de ella y Analía Argento, un libro donde se cuentan las historias de trece nietos recuperados, un libro que no me pude comprar porque se agotaron los ejemplares en El Galpón, donde fue la presentación a sala llena y a emoción viva. En la mesa una periodista con un primo reencontrado (Ileana da Silva), una integrante de Familiares (Elisa), una escritora con un tío que nunca volvió (Analía) y una persona luminosa que fue ella misma desaparecida (Mariana). Entre el público estaba la familia de esta última, la viejita que cuando la vio a su llegada a Uruguay se le acercó y le dijo “yo te vi en Orletti”, Rubén Olivera que arrancó con “Abuela” y nos liquidó con “Visitas” y un mundo de gente más o menos cercana, todos conmovidos, aplaudiendo de pie al final de la presentación.
¡Qué semana, estimados, qué semana! Me he pasado de reencuentro en reencuentro, de emoción en emoción, y todavía no llegamos a la mitad. Han pasado mil cosas. Siguen pasando.
Lo de hoy fue muy fuerte; de verdad, muy fuerte. Pensaba contar un poco lo que ellas habían dialogado, pero no. No puedo. Y encima llego a casa y una amiga me manda un trabajo de Colectivo Catalejo que fusiona imágenes de los coros del sábado y la marcha del lunes… ¿Cómo maneja una este cablerío entreverado que le recorre el alma en estas fechas mezclando lo propio, lo ajeno, lo de todos? Una escucha a Mariana emocionarse y no puede menos que superponer su imagen con la de los ojos con los que Montevideo amanecía tapizada en 1984 cuando yo iba al IAVA, cuando vivía en esta casa, cuando era y no era la que hoy soy, o era mejor, o peor, o las dos cosas.
Cuando salía de El Galpón me saludaron dos viejitas con las que había estado conversando antes de entrar. No eran conocidas entre sí, pero en el evento todos charlamos como si lo fuéramos. Una de ellas mientras hacíamos la fila me dijo que yo tenía un problema porque no reconocía a la gente –por ejemplo a un político y a una periodista que por ahí andaban (y yo pensé “¡si supieras!!). Las tres lamentamos quedarnos sin el libro (por ahora) y nos despedimos como grandes amigas, prometiendo cruzarnos de nuevo cualquier día, porque este es un año especial para seguirse viendo. Es que la tribu de una no siempre se compone de grandes historias: a veces los cruces son así, fugaces, pequeños, transparentes, como la mirada de unos ojos que preguntan y seguirán preguntando.




La iglesia del barrio se llama Santa Gema, y en los últimos cuarenta años solo una vez he podido visitar su nave (que, la verdad, no es gran cosa). Los patios sí, dos por tres se habilitan para festivales o incluso como local de votación de Presupuesto Participativo. Cuando tenía veinte años iba a uno de sus salones a hacer yoga. Quizás tendría que volver.
Wikipedia dice que se terminó en 1950 y que fue dedicada a santa Gema Galgani, miembro laica de la congregación pasionista, beatificada en 1933. No dice nada de su importante rol social de apoyo y contención durante la última dictadura, del que tampoco sé detalles(aunque me lo contaron mis compañeras de Historia en un paseo barrial por el Patrimonio). 
Y esa es la iglesia de mi barrio.




_ Volvieron los Ricarditos.
_ ¡Aaaah, qué bueno, símbolo de la patria, manjar de los dioses, puerta abierta a la nostalgia!!
_ Salen $85.
_ Exceso de azúcares, ultraprocesados... ¿No tenés una manzana? 




El paseo iba a durar cinco o seis horas, que al final fueron ocho. Yo era la más joven del grupo y durante la jornada charlé con una señora que había vivido en Hermosillo (en el desierto de Sonora), con otra que hace gimnasia seis veces por semana, con un veterano que fue dos veces a la Isla de Pascua y con una que me dio doce años menos, sin olvidar a la que compró seis botellas de vino, de las que dijo que varias eran para regalar. 
Es decir, que fui feliz.
El paseo consistía en un recorrido por varias playas del Oeste de Montevideo, charla con un pescador de Pajas Blancas, avistamiento de aves guiados por un Biólogo y mucha información sobre la historia del Cerro, sus industrias de ayer y del presente. También incluía la visita a una bodega (de Rodríguez), almuerzo en el Club de Pesca y visita a una heladería artesanal, antes de emprender el retorno hasta Tres Cruces. 
¿Será que ya soy full Team Jubiladas antes de dejar de ser activa? No sé, pero las personas con las que charlé hoy representan el modelo de veterano que no asusta como posibilidad de futuro a corto o mediano plazo: inteligentes, simpáticos, ilustrados y comprometidos con la realidad política. Me encantaron.
Paseo por el Oeste: Punta Espinillo y Punta Colorada. Desde esta última sale un camino que lleva a otra playa, Mailhos, que no llegamos a visitar pero se puede (pese a que parece que los de la estancia La Baguala la nombran como privada). Lo negro de una zona del agua no es basura, sino resaca del río, natural. Ahí vimos garzas, halcones y caranchos, sin contar a las omnipresentes cotorras. Un vientito suave que me despeinó para la foto. Yo tenía miedo de que nos agarrara algún chubasco pero el cielo se fue poniendo progresivamente más y más azul, hasta que volvió a nublarse cuando terminamos el paseo a la tardecita. 
Pajas Blancas en los años cuarenta era un balneario exclusivo para argentinos y uruguayos. Las tierras provenían de una estancia propiedad de franceses y hubo un hotel que funcionó muy bien entre 1920 y 1940. También hubo un astillero japonés, hoy abandonado, del que se pueden ver las grúas a lo lejos. 
La intención del paseo era ver naturaleza pero también charlar con un pescador, que nos estuvo ilustrando sobre los entretelones de su profesión. Había abandonado el liceo a los 12 o 13 y su familia siempre se dedicó a la pesca. Contó que en un día bueno pueden sacar 5000 kilos (en la zona principalmente corvinas y otro, del que me olvidé del nombre), aunque a veces los bichos escasean y terminan saliendo al mar. 
Ya nos estábamos por despedir cuando alguien le preguntó si le habían pasado cosas inesperadas, y el hombre se enfrascó en un cuento. Habían tenido poca suerte ese día, venían desde Piriápolis un día después de lo previsto y a la entrada de Montevideo de repente se les apaga el motor. Trataron de revisarlo y arreglarlo, pero no pudieron. Al rato, sin que hubieran efectuado ninguna maniobra, el motor volvió a andar como si nada. En eso ven que frente a ellos hay un gran barco con personas que los saludan desde lo alto de la cubierta. ¿Qué sería? A través de los gritos (que les llegaban en sordina) al final comprendieron que no los estaban saludando, sino pidiendo su ayuda. Se había caído al agua una persona: un muchacho de veinte años. Rápidamente miraron a su alrededor y vieron una mancha que parecía estar hundiéndose en el agua: uno de ellos lo tomó del pelo y lo subió a la barca. 
_ El muchacho ya estaba sin conocimiento, a punto de ahogarse. Y nosotros, si no fuera porque se paró el motor ese rato antes, cosa que nunca llegamos a explicarnos, no hubiéramos estado ahí para sacarlo. Por eso digo que a veces el destino de uno dice si es o no la hora de irse. Y esta vez no era.





Hoy arranqué la mañana sintiéndome estafada. Como buena parte de la humanidad he creído (y repetido) que tenemos un problema de superpoblación, cuando parece que el gran riesgo es el inverso: el crecimiento demográfico en el mundo disminuye  año a año a niveles alarmantes. No es que me parezca que hace falta mucha gente en el planeta, pero me preocupa que la proporción de 3 trabajadores activos por cada jubilado pueda llegar a ser exactamente la contraria a corto o mediano plazo.

De ahí pasé a rumiar otro engaño, que quedó al descubierto hace unos meses: toda la vida creyendo que éramos un gran reservorio de agua dulce, que el acuífero Guaraní, que las napas subterráneas y la marencoche, y con solo un tiempo prolongado de sequía terminamos tomando el agua salada (y no muy limpia) del Río de la Plata. 

En todo eso iba pensando esta mañana mientras el 103 atravesaba Camino Maldonado, 8 de Octubre y 18, en tanto sazonaba la certeza del engaño con la angustia del avance de la IA, el futuro incierto del arte y sus consecuencias sobre la política, el trabajo, la docencia y las comunicaciones interpersonales. Pequeñeces de viernes, en suma. 

En eso llegué al liceo y fui recibida por el alboroto de los pájaros en el patio de los árboles grandes, antes de tener clases con cuatro de mis siete grupos y pasar la mañana discutiendo sobre el valor y la definición del arte, las relaciones de la literatura con el cine, los comics y los grafitis, los alcances de la censura sobre la palabra escrita, los posibles avances de la tecnología en el futuro cercano y la validez de un texto literario made in humano frente a uno hecho por la IA. Volví a mi casa con la cabeza estallada de conceptos, pensando que capaz que no tengo de verdad idea del mundo en el que estoy parada pero qué bueno es sacarle el jugo a la profesión que elegí sin saber que a la larga iba a ser tan pero tan valiosa (para mí sin dudas, para ellos capaz, ojalá, en una de esas). 

Y en esto estamos. 

La foto del gato va de yapa: acaba de comer como un chanchito y pretende que mi brazo sea su manta térmica (cosa que no estoy en condiciones de discutirle).




Tenemos un patio cerrado por la obra que iba a terminar en abril. Obra que deja al IAVA muy lindo y maquilladito, aunque no resuelve el problema estructural de las azoteas que se llueven, no soluciona la humedad en el subsuelo ni pinta por dentro los salones. Para el próximo patrimonio sí, va a estar lindo para recibir a la prensa y hacer algún corte de cinta (de estos a los que ya nos estamos acostumbrando). 
Pero los pájaros… los pájaros son un valor que no hay obra que nos quite.





Él estaba muy flaco y de pelo feo. Mis viejos empezaron a darle algo de comida y después apareció un vecino que hace unos meses se ocupa especialmente de cuidarlo. Ahora el gato negro y blanco toma solcito tranquilo y se muestra feliz, mientras con mi vieja nos preguntamos si no será el progenitor de la última gatita adoptada en Mundo Padres. Mundo Padres donde (nota al margen) el Cele hoy se nos perdió de nuevo, pero por breves minutos. Mientras ella se lavaba la cara post siesta él arrancó a caminar, y mi vieja lo encontró a la media cuadra. 
Historias de padres e hijos, estimados, de cuidados y misterios apenas esbozados bajo el tibio otoño de mediados de mayo en la cooperativa.





Fue darle like a una publicación de mascotas salvadas de las inundaciones de Rio Grande do Sul y el algoritmo se me llenó de videos de heroicos rescatistas y de esperados reencuentros de bichos y dueños. Ahora cada vez que entro a Instagram salgo llorando a moco tendido, porque aquello es emoción pura aún para mí, que tengo el llanto bloqueado desde hace tanto tiempo que ya no recuerdo cuándo fue la última vez que lloré por algo mío. 
¿A ustedes no les pasa? No lo de no llorar, sino lo de cruzarse todo el tiempo con imágenes de perritos penosamente prendidos a un techo, gatos trepados a lo alto de un poste, galpones gigantescos donde las personas van a ver si en una de esas cuchitas precarias de repente aparecen el Fido o el Manchita. 
A todo esto (nota al margen), Fido es el nombre más común para perro porque viene de fidelis, que alude a su esencial condición de fidelidad, pero cuando busco nombres frecuentes de felino me aparecen: Garfield, Tom, Simba, Zeus, Silvestre, Féliz, Edgar, Tito, Ulises, Roquefort, Apolo, Zarpas, Bob, Pica, Nico, Lucifer o Gato. No hay derecho. Ponele que Zeus o Apolo están a la altura de Fido, pero el resto... prejuicios, prejuicios!
Y ahora, con su permiso, buenas noches. Me voy a seguir lloran...  eh: viendo videos, digo.





Si usted quiere olvidar que está casado... Telecataplum!
Si usted quiere olvidar que está empeñado... Telecataplum! 🎵
En su momento no les daba mucho corte, pero desde un 2024 sin ficciones nacionales (ni de humor ni de las otras) hay que reconocer que un programa semanal que combinaba música y comicidad con cierto nivel de crítica social era una empresa digna del mejor elogio. ¡Y empezaron en 1962!!!
Si gustan, hay en Youtube un homenaje al programa realizado por (me pongo de pie) Tiranos Temblad. Impresionante. 
Parece mentira las cosas que veo...por las calles de Montevideo..




A veces es una pelota verde que se cruza en nuestro camino para que hagamos un gol. A veces es solo una pelota verde abandonada en la vereda. A veces.




Eran siete y media pasadas; mi ómnibus se acercaba a su destino. Caminé hasta la puerta delantera: como siempre, mi intolerancia a los sonidos me lleva a cruzar todo el vehículo con tal de no tocar timbre para bajar por el fondo. Casi habíamos llegado cuando escuché el sonido de pedido de parada y me sorprendí, porque había pensado que era la única pasajera que quedaba por descender. Antes de bajar el primer escalón eché un vistazo distraído a la puerta del fondo: no vi nada. Qué raro. ¿Será que quien tocó el timbre es un niño o tal vez alguien tan petiso que desde el frente no se ve? Pero cuando bajé no había nadie más, el chofer apagó las luces y el ómnibus en pocos segundos se perdió de mi vista. 
Y ese fue el capítulo de hoy de pequeñas cosas sin explicar. 




Última hora con sexto de Ingeniería. Cuando toca el timbre ando caminando entre los bancos y mientras se preparan para irse miro al pasar la mochila de un estudiante, cargada con ocho o diez cuadernolas.
_ ¿Traés todo todos los días? -le pregunto. 
_ Hijo de padres separados, profe. Si no ando con todo encima después vengo sin los materiales.
_ Qué bien. -le contesto, y quedo pensando que, decididamente, las nuevas generaciones vienen cada vez más prácticas, al menos en algunos aspectos. 




Cosas que una escucha mientras espera para pagar en una tienda:
_Calzones no, porque a esta altura de la vida ya no uso.
(en verdad era “camisones”, pero la señora hablaba para sí misma y yo entendí eso)
_ Y eso puede ir en el pa… payi… parrillero. 
(la mujer hablaba con su amiga y no parecía tener dificultades, hasta que se trancó y patinó unos segundos)
_ Y después tenés que dejar la de coso,¿no?
(diálogo entre madre e hija, que se ve que  comparten un código lingüístico un tanto inaccesible al común de los mortales). 
………………………….
Cosas que una escucha en la cola de la tienda, en un salón de clases, en el ómnibus, en la calle, en la propia cabeza:
_ ¡Se me escapó!
_ ¡Ahí hay uno posado!
_ ¡Uh!
_ Listo: lo maté.




En un liceo que no es el IAVA tengo un grupo tan pequeño que no llega a tener diez estudiantes. Todos tranquilos, callados, poco activos. Todos, menos (digamos) Julia.
Julia habla mucho en clase. Falta una cantidad, a veces llega tarde (aunque me tienen a las nueve), no se desprende del celular. Le gusta bromear con los varones, les saca el gorro de arriba de la mesa o dice cosas para que reaccionen, aunque yo no las escucho. Muy seguido viene sin el cuaderno ni los textos que estudiamos. 
_ Julia, así no podemos seguir. Si seguís sin traer materiales de trabajo te voy a tener que poner un uno…
 Pero Julia no se achica:
_ Poneme tres.
Y yo no le digo nada porque sé que tiene dos casas, que los adultos le pasan cambiando las rutinas y dos mil cosas más que para qué detallar.
A la vez, Julia es la mejor estudiante en mi materia. Escribe muy bien, lee en voz alta mejor que cualquiera y comprende los temas cuando sus compañeros recién están empezando a vislumbrarlos. 
Ayer entré al salón y comenté:
_ Qué bueno, hoy están todos… Ah, no: todos menos Julia.
_ No viene más, profe. -dijo una de las chicas, y un varón agregó en voz muy bajita: 
_ Por suerte.
Pensé preguntar a los adultos de la institución si su deserción era un hecho, pero la mañana se pasó volando y no volví a acordarme del tema hasta que salí hoy de casa, ya envuelta en las sombras del otoño.
Año tras año habitamos la misma zona de impotencia. Los Julias creativas, inteligentes e inquietas se nos van escurriendo de los salones sin que podamos evitarlo, y a uno le queda un gustito amargo allá en el fondo, la duda de si pudimos haber hecho algo más, si será que la tendré en otro grupo del futuro o si estamos condenados a seguir perdiendo a las Julias que quisiéramos retener y no podemos.





Diálogos de liceo

Sexto Artístico. Biografía de Baudelaire. 

Yo: _ ¿Alguien sabe qué hicieron la madre y el padrastro para evitar que pudiera entrar en posesión de la herencia de su padre?

Estudiante 1: _ ¿Le mintieron, le dijeron que no quedaba nada?

Estudiante 2: _ ¿Mandaron a alguien para que se la robara?

Estudiante 3: _ ¿Lo hicieron pasar por loco?

Yo: _ Exacto. Lo declararon incapaz de manejar sus bienes.

Estudiante 4: _ ¡Como a Britney!

Yo: _ Tenés razón: le hicieron lo mismo que a Britney.

Estudiante 5: #FreeCharles. 

Y es por eso que (por ahora) no tengo intenciones de jubilarme.



La chica tiene 18 años y esto que saltó hoy ocurrió hace varias semanas. Una noche salió del boliche sintiéndose rara. No había tomado mucho alcohol, podía caminar bien, pero no controlaba lo que hacía. Subió a un taxi y sin razonar dio la dirección de la casa anterior, donde vivió hasta hace un mes. El taxista, de 27 años, la hizo sentarse adelante con pretexto de verla mal, pero una vez ahí se desabrochó el pantalón y la obligó a practicarle sexo oral hasta que llegaron a destino, la apartó, se limpió y le cobró el viaje. Ella no recuerda absolutamente nada. Solo que estaba sin un peso y fue a pedir dinero para pagar a la ex casa, donde los actuales dueños la reconocieron, olieron algo raro y exigieron al hombre un recibo, alegando que era para que el padre de ella abonara lo gastado. Todo lo que se sabe de la llegada a la casa es porque quedó registrado en una cámara de seguridad, porque la gurisa (repito) no recuerda absolutamente nada. 

Hasta aquí los hechos. Hubo denuncias, hubo exámenes médicos, el hombre está perfectamente identificado, pero no le ha pasado nada, y sigue trabajando como si tal cosa. 

Copio: "Desde la Gremial Única del Taxi especificaron a Montevideo Portal que no hay ningún protocolo establecido acerca de cómo proceder ante este tipo de denuncias, por lo que el trabajador puede seguir desempeñando la tarea hasta que la Justicia decida su imputación. Además, los taxistas no se someten a ningún tipo de pericia ni se les solicita el certificado de buena conducta emitido por el Ministerio del Interior antes de ingresar a trabajar."

¿Conclusión?

Estamos regaladas. 

Seguimos estando regaladas. 

Y después viene alguien a quejarse si levantamos la voz, porque claro: las mujeres buenas solo callan, aceptan y olvidan.

#harta



Saludos desde mi cafecito post feria y pre supermercado. El pulgar vendado es porque en una tienda pensé comprar unos recipientes para postre y se me clavó una astilla de vidrio, por lo que el dedo empezó a sangrar como si hubiera sido la gran cosa (y no una miniatura de un milímetro que me costó descubrir entre lo rojo). Las chicas de la tienda fueron muy amables, me dieron elementos para desinfectar y una curita amarilla, pero no puedo evitar sentirme una señora torpe de domingo, aunque la culpa no fue mía sino del fabricante desprolijo que hizo los platitos empleando personal esclavo.* 

Y aquí estamos, escribiendo con el índice, cual señora torpe (y lenta) de domingo. 

Menos mal que ya hice los promedios. 🤭

*afirmación que no puedo sustentar en base alguna, pero igual. Poco cuidadoso. Mala gente. No le compré los platitos.





Lo bueno es que mi vieja no se lo toma a la tremenda.

Lo malo es que mi padre dio en escaparse seguido.

Lo ni fu ni fa soy yo, que me lo tomo medianamente a la tremenda pero no logro escapar de este círculo vicioso.

_ Se fue otra vez.

Y al rato, mientras yo recorro el barrio a todo lo que da, forzando la vista en cada bocacalle por si veo a un viejito cansado recostado en algún muro:

_ Lo encontraron. Volvé. 

El año pasado fue una vez. Ahora una vez por semana. 

Ooooom...

Ps: No, mi vieja no quiere internarlo. Sí, ya pusimos rejas, pero él si las ve cerradas las agarra a patadas. No, no lo vamos a tener dopado. Sí, estamos todo lo alertas que podemos. Y así.




Saludos desde una mañana que arrancó con los maullidos del gato a las seis de la mañana, como siempre.

Saludos desde un día que al parecer es feriado para las hormiguitas que suelen comerse lo que dejan mis gatos en el marco de la ventana, porque no vinieron.

Saludos desde los cinco escritos que me quedan aún por corregir.

Saludos desde los planes de hacer mil cosas en mi casa, planes que se irán diluyendo suavemente una vez pasado el almuerzo y su café correspondiente. 

Saludos desde la incomprensión de los actos de trabajadores del primero de mayo, cuando la mayoría no tenemos auto ni sindicato que nos acerque.

Saludos desde el gris y el viento, desde el otoño que se instala y desde la duda de cuántos primeros de mayo me quedan por vivir como feriados. 

¡Salud!

sábado, 6 de abril de 2024

Abril de 2024




Esta foto podría llamarse "desbloqueando (o reflotando) miedos infantiles". Cuando yo tenía nueve o diez años recuerdo haber leído un artículo en una de las revistas Selecciones que más abundaban en mi casa. No vengo de una familia de gran cultura: mis viejos no pasaron de la escuela, y si bien es verdad que teníamos una biblioteca con un par de repisas, en su mayoría lo que había eran libros de aventuras al estilo de la colección Robin Hood, y el resto de los estantes constituían el reino de las mentadas revistas Selecciones. En ese contexto crecí leyendo artículos médicos ("Soy el páncreas de Juan"), secciones humorísticas ("La risa remedio infalible") y el infaltable test lingüístico ("Enriquezca su vocabulario)". También eran frecuentes los relatos de heroísmo de los soldados norteamericanos, tanto como aquellos que condenaban las bajezas de chinos, soviéticos y vietnamitas, entre otros. Mezclado con todo esto cada edición tenía cinco o seis artículos con historias personales o relatos de catástrofes a cual más dramático. "¡Enterrado vivo!", "¡Sobreviví al ataque de un tiburón blanco!" son algunos de los títulos que recuerdo. Pero el más espantoso, el que pobló buena parte de mi infancia de terrores y angustias no verbalizadas era: "La noche en que se abrió la tierra". Contaba cómo de la nada varias casas fueron tragadas por un enorme agujero que se abrió en medio de la madrugada en una pacífica ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme. Me suena Salt Lake City, pero no estoy segura. Las casas cayeron enteritas, e incluso algunas quedaron bastante sanas, solo que varios metros bajo el nivel de la superficie. Una persona contaba que asomada desde el borde del precipicio incluso podía ver a su tortuga caminando entre los escombros, allá abajo. Durante años me costó muchísimo pegar un ojo, porque imaginaba que la tierra se iba a abrir y me iba a tragar con todo y casa. Incluso controlaba la cortina de la cocina, visible desde mi cama, a ver si empezaba a moverse sin motivos, porque creo que algo de eso había visto una de las personas antes de la debacle. Es difícil transmitir desde el aquí y ahora la sensación de miedo visceral que me acompañó durante mucho, mucho tiempo. Por más que en la escuela nunca me habían dicho si en Uruguay podían pasar estas cosas yo imaginaba que sí, y a los miedos irracionales no hay con qué darles: aquello era terror puro. No recuerdo cómo fue el proceso de curación de ese trauma. Supongo que en la adolescencia me empecé a distraer con otras cosas y los terrores infantiles empezaron a remitir. Hace unos años, en viaje por los alrededores de Boston con una amiga, uno de los guías señaló en el campo unos agujeros redondos a los que llamó "sinkholes", y recién ahí me percaté de que las aberturas en la tierra eran mucho más comunes de lo que antes había creído. Por suerte parece que mi casa no queda en una zona de sumideros (que es la traducción al español de sinkholes, aunque a mí sumidero no me gusta porque me suena a basurero, resumidero: a otra cosa). Me pregunto si saber esto último me habría ayudado a disolver sin tanto terror las pesadillas de la infancia, pero no sé. Hoy vi en una página de Instagram una explicación de cómo se producen y se me vinieron a la memoria los ojos abiertos como dos de oro, la mirada a la cortina de la cocina, los planes de escapar llevando al gato, el sueño liviano de los primeros minutos, aterrada ante la posibilidad de un "crack!" anunciador del piso que se quiebra y la casa que se hunde sin fin en la negrura. Y ustedes, ¿tenían o tienen algún miedo irracional? ¿Sufren ante la posibilidad de algún tipo de catástrofe no causada por un ser humano? ¿Tiemblan ante la idea de que les caiga un rayo, se encuentren en un tornado o -peor aún- aparezca de la nada un meteorito y chau especie? Nada, estimados. Cosas que una piensa cuando es 30 de abril por la tarde, el cielo se pone plomizo y hasta el jueves por la tarde no hay que corregir escritos. Feliz día, mañana. Y que la tierra no se abra.




El día amaneció anaranjado y a las horas empezó a lloviznar, como retrato fiel de calladas procesiones interiores. La familia de mi viejo siempre fue grande y bulliciosa, pero al velorio del tío Valmar solo fueron unas decenas de parientes y amigos. Cuatro hermanas, un vecino de la cooperativa, no sé si algún ex compañero de trabajo o de la barra de turismo con la que antes iba a acampar de vez en cuando. Como suele suceder en estos casos, la mayor parte de la gente era para mí desconocida. _ ¿Y vos qué edad tenés: 30? –me preguntó una tía. Una de las pocas ventajas de integrar una familia con los genes complicados. De todos modos (por si me olvidaba) me lo volvió a preguntar un par de veces, en medio de un discurso en el que fue hilvanando tragedias, hasta que encontré una excusa para moverme con discreción a otra zona de la sala, donde nadie me sacara años ni me enredara en el pasado de gentes desconocidas. _ ¿Cómo está el gatito que te dimos? –pregunté a una de mis primas, un segundo antes de recordar que hace una semana me contó que lo había pisado un auto. Charlé con otra, la más viajera, y le comenté que hace pila que no salgo, fuera de viajes internos. _ ¿Cómo no? –dijo enseguida- ¿No te fuiste hace poco a Bariloche? _ Ah, sí, es verdad, en enero. Me había olvidado. Con el vecino de la cooperativa estuvimos un rato conversando, sentados en los sillones de la salita del frente. Él conocía a los hijos y nietos de mi tío, pero dos por tres preguntaba por alguna persona y mi respuesta era invariablemente: “ni idea”, aunque a veces al rato la ubicaba. Y así se fue la mañana: un fugaz baño de inmersión en la rama de la familia de la que no tendría que hablar en terapia pero sí con un neurólogo, si los olvidos y despistes algún día se me desbarrancan y pasan de rasgo de personalidad a escenario preocupante. De todos modos no deja de ser insólito el encuentro con la tribu, o lo que queda de ella. Con un primo –que no veía hace décadas- tratamos de sacar la cuenta de cuántos de los doce Rodríguez van quedando y nos trancamos en cinco. _ Pero seguro que olvidamos a alguno. –dijimos, y sí: estaba faltando uno. Las horas pasaron. Terminó el velorio y empezó a llover. Como había faltado al liceo (porque no estaba con energías para ir, aunque hubiera llegado a un par de clases) vine directo a casa y preparé un café caliente. El gato anduvo buscando acostarse entre mis manos y tuve que dejarle la campera lila para que me liberara, mientras afuera sigue lloviendo y las plantas del patio amenazan con dejarme sin el deck. Y esto somos, estimados. Un entramado de historias pequeñas y grandes, un tejido de afectos que resisten y una memoria fugaz que se escurre de los dedos con cada ser querido que se nos va del presente.






Hoy me quedé sin mi tío preferido. Hacía semanas que estaba internado en una casa de salud y yo postergaba la visita, en parte porque no estaba segura de que le gustaría que lo viera tan desmejorado, en parte porque me estaba negando a aceptar que se nos iba. 
Con mi vieja acordamos no decirle nada al Cele. Ellos ya se habían despedido la última vez que se vieron, con Valmar muy debilitado. Mi vieja me contó que el Cele estuvo todo el tiempo de la visita ido, con la mirada perdida y calladito, como suele estar, pero cuando se iban a ir él le puso la mano en el hombro a su hermano menor y más querido y le dijo: 
_ Qué vamos a hacer, hermano. Es la que nos tocó, y hay que conformarse.
“Te juro que me vino una cosa”, dijo mi madre, que no es nada fácil de emocionar, “los dos se quedaron mirando, con los ojos llenos de lágrimas, como si se estuvieran despidiendo”. Y así fue, porque la siguiente visita la habían previsto para mañana.
Recién, mirando viejas fotos encontré la que estaba buscando: una del tío Valmar sonriente y conversador, como siempre. Es del 10 de julio de 2022, y vaya mi homenaje hacia él repitiendo el texto que escribí esa vez. 
………………………….
Él es mi tío Valmar, el menor de los hermanos varones de mi viejo y el penúltimo hijo de la docena que tuvieron mis abuelos. Estuvo operado hace unas semanas y (pese a que vivimos a una cuadra) hacía muchos días que no me lo cruzaba, así que cuando lo vi hoy recostado a su árbol favorito de la plaza me paré a charlar un rato. Eran las doce del mediodía y yo estaba arrancando tardíamente hacia la feria de Tristán para hacer mandados y sacar alguna foto, pero bien valía demorarme diez minutos a charlar con mi tío preferido. Él arrancó por contarme que hace un tiempo se arregló el tronco del árbol a su gusto, sacándole unas protuberancias que le molestaban para usarlo de respaldo. Yo me senté en el pasto y empezaron a desfilar los temas. Historias de mascotas, de la familia, recuerdos de una estancia a la que fuimos él, mis viejos y yo en febrero de 1979, cuentos de cuando él y mi padre se iban todos los Turismos a acampar con la barra de amigos del barrio ("Los montaraces"), historias de la dictadura, de las bodas de oro de mis abuelos, de campos que quedaron en el recuerdo y de misterios nunca aclarados. Cuando me decidí a levantarme ya era la una y media. Demasiado tarde para tomar el 103 hacia el Cordón: terminé en el bar de al lado de la cooperativa comprando una muzzarella con roquefort, que siempre sale rápido y les queda más que bien.
……………………..
La muerte de un viejito nunca es una tragedia pero duele, y es una tristeza mezclada con reproches (por qué no fui antes, por qué dejé pasar el tiempo, por qué pensé que iba a volver a verlo en su casa, repuesto, sonriendo, como siempre), de la que hay que hacerse cargo. Y en eso estoy.





Diálogos de liceo
Presentación del Romanticismo a las ocho y media de la mañana, con sexto de Economía.
_ A fines del siglo XVIII surgió una corriente renovadora en el arte, propiciada por un grupo de jóvenes... Bueno, como suele suceder, los cambios artísticos radicales no surgen de los que andamos cerca de los 60...
_ ¿Qué??? -se dejaron escuchar cinco o seis voces- ¿Qué edad tenés, profe?
_ La semana pasada cumplí 57.
_ ¡No, no puede ser! -dijo una de mis preferidas (desde hoy), y otra agregó:
_ Yo te daba 45.
_ Ah, qué bien... Así que si en 3 años más yo les pido que me dejen el asiento en el ómnibus, ¿no me lo van a dar?
_ No, ni ahí. Te diría: "¡Rajá de acá, vos no tenés 60 y no te voy a dar mi asiento!".
Y ese fue mi momento preferido de la mañana.





Más allá de que estas cosas pueden pasar y de que la gente de Alternatus (llamados para sacar de allí al reptil y liberarlo en su hábitat) manejó la situación con la calidad de siempre, más allá de eso (repito) imaginemos por un instante que el suceso hubiera tenido lugar bajo otro gobierno. Horas y horas (y más horas) de “informativos”, de planteos sobre la ineptitud de las autoridades, el peligro al que se ven expuestos nuestros estudiantes y bla bla bla. Hace 40 años que no muere nadie en Uruguay por mordedura de ofidio, pero igual: el veneno habría circulado a toda velocidad por los tejidos de los canales de noticias, desde los tradicionales a los (digamos) renovadores. Igual que pasa con la inseguridad, con la gente que duerme en la calle y tantas otras caras de un presente degradado y complejo que se pretende esconder pero ahí está, tan campante como una yara que se mete a pasear por una institución educativa. Pobre bicho. No se debe haber enterado de que estos son los mejores cinco años de su vida.





Historias de martes Tenía mi capuchino pronto y humeante cuando sentí unos golpes fuertes a la puerta. Debe ser el señor de los productos de limpieza que es muy amable pero golpea con alma y vida, pensé, pero no: era mi vieja. Mi vieja sola. _ Se nos perdió el Cele. No había necesidad de pedir explicaciones. _ Yo voy para ese lado, vos para allá. -respondí manoteando el teléfono antes de salir. Fue lo único que hablamos. Caminé a toda velocidad, pregunté a medio mundo, paré en cada esquina a otear para todos lados, hasta que llegué al Intercambiador. Un mundo de gente hormigueaba en los andenes y los bancos de plaza, pero no vi ni un viejito flaco con cara de perdido. Ya estaba pensando dar vuelta y regresar por otro lado cuando sonó el celular. _ Volvé. Ya lo encontraron. En el camino iba haciendo planes y tomando decisiones. Nunca más la puerta sin llave a la hora de la siesta. Tengo que arreglar la bicicleta para casos de emergencia (porque no quiero auto y mucho menos moto). Estuve bien en llevar el teléfono, pero además tendría que haber salido con plata, por las dudas. Tengo que armar un mejor plan de acción con mi madre, delimitar previamente los recorridos de la búsqueda de cada una (más allá de que los vecinos se ofrecieron a ayudar, aunque por hoy no hizo falta). Cuando llegué a su casa el panorama era de lo más tranquilo. Los dos estaban en el frente, con el Gatón tomando solcito en los escalones de la entrada. Con mi vieja inventamos una excusa para ir al fondo y charlar. _ Se abrigó, se puso la gorrita de Laguna Merín y agarró para algún lado. No sé hasta dónde llegó ni cuánto tiempo estuvo solo. Lo encontraron caminando de vuelta, por la cooperativa. "y por qué no voy a salir a caminar, si es lo que quiero?" dijo, de lo más tranquilo. Y sin embargo estos días había estado lo más bien, había ayudado con el jardín... _ Nunca se sabe qué pequeño estímulo le dispara la locura. -estaba diciendo yo, cuando apareció él en el patio y cambiamos de tema. _ No sabés lo que pasó más temprano. -empezó a decir mi vieja- La gatita chica* aprendió a saltar el muro, y ¡se fue corriendo por los techos!! La llamé varias veces pero no me daba corte, así que encaré a la madre y le dije "andá a buscar a tu hija, que se nos va!". Y ¿sabés qué hizo la gata? Se subió al muro, alcanzó a la otra, le dio unos rezongos y la trajo de nuevo para el fondo. Hasta la bajó con rabia, como para que la péndex entendiera que estaba mal lo que hizo. Desde ahí no se fue más, por ahora. _ Qué genia esta gata, cómo te entiende... _ Sí, entiende todo. Ahora la que me preocupa es la blanquita, que hace dos días que no viene... Espero que no se haya metido otra vez en algún techo. _ No... ¿Cómo va a hacer eso? Aunque ahora que lo decís, mi gato tampoco viene desde ayer de noche, y eso que lo llamé varias veces. ¿Será que alguien anda robando gatos por el barrio? _ No, no: tu gato de mañana anduvo pidiendo comida en mi ventana, así que por él no te preocupes. _ Ah, bueno, qué alivio. _ Sï, vos lo dijiste, qué alivio... Nos miramos sin decir nada bajo el tímido sol de la tarde. Mi viejo estaba tranquilo, sentado en el sillón rojo del patio de la cocina, sin el menor recuerdo del revuelo que poco antes había causado. _ Viene bravo abril... -dije, por decir algo. _ Viene bravo. -repitió ella. Él no dijo nada. Casi nunca dice nada. _ Debe ser porque hubo un eclipse. -tiro, sin el menor sentido. _ Debe ser. Y me vine para casa, donde el capuchino recalentado se dejó tomar sin oponer resistencia. Menos mal que por hoy no tengo escritos para corregir. Mañana será otro día. *la misma que la semana pasada se había llevado un hombre pero devolvió al día siguiente porque según él lloraba mucho y se negaba a comer. Devolución de gatita que puso nerviosa a mi madre pensando qué le habrían hecho a la pobre criatura, nervios que pasaron a mi viejo, quien empezó a decir que se quería ir de esa casa que no era la suya, que esa señora no era Inés y qué sé yo cuántas cosas, cuento que no me dio la angustia para hacer antes, pero ahora puedo poner en palabras (y desahogar el alma, que no es poca cosa -ni mucho menos). Me parece que este va a ser el año de empezar una terapia. Me parece.





Suelo no darle demasiado corte a las fechas, pero hoy estuvimos charlando sobre el día del libro con los más jóvenes de mis alumnos, los de tercero y de cuarto. Discutimos si era mejor el libro de papel o el digital, si lo que se publica en plataformas puede ser interesante, si el manga es literatura, si quienes escriben las biografías de los famosos son escritores aunque su nombre no aparezca en la edición y otras mil cosas. Mientras tanto íbamos componiendo una lista de recomendaciones (de ellos) en el pizarrón. Dos puntos me llamaron la atención: que las chicas (las mejores lectoras) citaran a mujeres (y no precisamente autoras de novelitas románticas -el diminutivo es mío) y que casi todos se engancharan a participar con entusiasmo. No nombraron ni uno solo de los autores que vieron en el liceo, salvo Roy Berocay (citado por los de tercero), y yo no conozco más que a tres o cuatro de su lista. 
Habitamos mundos diferentes.  
Los "grandes" solemos decir que ellos no leen, quizás porque no leen lo que queremos que consuman, pero ellos tienen sus caminos. Más comerciales, puede ser, pero los suyos. Tal vez lleguen en un tiempo a García Márquez, Idea, Onetti o Pizarnik. Tal vez no. Tal vez yo lea a algunos de los suyos o tal vez no. 
¿Qué libros habrán leído los adolescentes en el año 2030?
¿Qué maravilla nos queda por descubrir a los adultos que ya devoramos los clásicos, qué cambios vendrán, quién será el próximo que nos deje embobados y con ganas de ir a las librerías a comprar todo lo que ha hecho*? Misterio. 
Y en eso estamos. 
Feliz día del libro de otros lados.   

*Para mí el último de esos fue Philippe Claudel.


Se llamaban Silvia, Laura y Diana. Tenían entre 19 y 22 años y un día como hoy, pero hace 50 años, fueron asesinadas de la manera más brutal y cobarde en un operativo encabezado por los generales Juan Rebollo, Julio César Rapela y Esteban Cristi, y los mayores José Gavazzo y Manuel Cordero, entre otros. Algunos de ellos se regodeaban tiempo después contándole a Stella (hermana de Silvia, presente esa noche en la casa de la calle Mariano Soler y salvada de la muerte porque huyó corriendo por las azoteas, aunque poco después fue detenida) los detalles más morbosos del hecho. _ A mí lo que me salvó fue que nunca les creí una palabra de lo que decían, pensé que solo eran estrategias para quebrarme. -me contaría Stella años después, en los dos mil, mientras compartíamos hora puente en un colegio (porque ella era profesora de Geografía). Las muchachas de abril tenían una imprenta, ese fue su delito. Hoy solo resta tener memoria y seguir defendiendo lo que a los gritos o en silencio sintetiza nuestro deseo y reclamo más profundo: Nunca más.





Acabo de mirar a la vereda de enfrente y ver a mi yo del futuro. No parece un mal futuro. Plantas, patio amplio, mesita para el café y un gato blanco y negro -combinación de colores que hasta ahora no he tenido-. Quizás el pelo muy corto, vamos a ver cómo vienen las decisiones capilares. Está pensativa mi yo del futuro. Quizás planea invitar por la tarde a merendar a alguna amiga. Quizás siga escribiendo. Quizás no. ¿Habrá en ese futuro una pareja, llegaré con la plata a fin de mes, estaré bien de salud? ¿Seré alguna vez una viejita? Pequeñas inquietudes de domingo, estimados, cosas que una piensa mientras espera el ómnibus para ir de compras, especialmente cuando cumplió años hace días y hace minutos se acaba de cruzar con su madre súper lúcida y su padre cada vez más perdido. Eternas dudas de la condición humana. Pero no me digan que no está bueno pensarlo de vez en cuando. Solo de vez en cuando.




Como saben los que han ido viendo mis publicaciones de los últimos meses, mis viejos y yo hemos tenido un montón de gatitos para regalar: 14 criaturas, producto de tres camadas más una baby encontrada junto al contenedor. La última, en particular, se quedó mucho tiempo con la mamá, porque primero me la pensé quedar, después vimos que mi gato era un hdp y mejor no, hubo un par de personas interesadas sin terminar de definir y cuando quisimos ver la gatita había crecido y mi vieja asumió que no se daba. _ Pero no sé, porque nosotros ya tenemos cinco gatos… Aunque ella es un amor, y yo cada vez que regalo uno quedo muy triste -fue una frase varias veces escuchada en el reducto de lógica singular de Mundo Padres. _ Bueno -contesté en Modo Práctico- hacé lo que quieras pero controlá a tu gata, que yo ya no tengo más amigos para regalarles bichos. Y pasó un par de días. _ Le puse Pampita. –dijo mi madre (que no sabe nada de la farándula argentina)- porque es negra con manchas blancas, como los caballos pampa. El día de mi cumpleaños aparecieron por casa. _ Creo que le encontré dueño. Yo le había pedido a Dios que me ayudara, y así fue. Un señor me vio en la veterinaria comprando comida para gatos, me preguntó si tenía alguno para regalar, le mostré la foto y quedó chocho. El jueves viene a buscarla. ¿Qué hago? ¿Se la doy? _ Mmmh… ¿Y te gustó la pinta? ¿Parecía buena gente? _ Sí, de lo más bueno. Estaba comprando comida para su gata y dijo que quería buscarle compañía. Ayer de tarde me avisó que ya se la habían llevado. _ Al final no se pudo aguantar y vino un día antes con el padre, un viejito re tranquilo. Yo se la di. Que sea lo que dios quiera. Y ese ha sido (espero) el capítulo final de la serie “800 gatitos para dar en Mundo Padres”. La gata madre está un poco menos arisca y vamos a ver si la pueden meter en la jaula para llevarla a operar. Hasta entonces cruzo los dedos (y toco madera).




_ Hola. ¡Hace mucho que no te veía! -suelo decir cuando reaparece algún estudiante que ha faltado a varias clases, y las respuestas siempre son más o menos las mismas: _ Estaba con gripe. _ Me caí (o me quebré jugando al fútbol) y tuve que hacer quietud. _ Es que estaba preparando una obra y los ensayos eran de mañana. Hoy vi a un chico que a simple vista me pareció nuevo, hasta que reconocí a alguien que había dejado de venir hace al menos dos semanas. _ Es que se murió mi viejo, profe. Traje el papel para justificar la falta. Quedé petrificada. Una diciendo pavaditas para integrar al que retorna y el gurí que venía de una tragedia. Le dije que lo lamentaba y al rato, durante una actividad, me acerqué a preguntarle: un accidente, chocaron dos autos en Cerro Largo, el auto del padre se incendió, ambos conductores murieron. Salió en la tele. Me lo dijo muy tranquilo, como quien cuenta que estaba con gripe, que se lesionó jugando al fútbol o que tuvo ensayos de una obra de teatro a lo hora de mi clase. Todavía no cayó en la cuenta de la dimensión de la pérdida, pienso, mientras afuera toca el timbre y me dirijo apresurada hacia el próximo grupo, donde los de sexto de Arquitectura tienen un escrito sobre Cándido (el que creía vivir en "el mejor de los mundos posibles"). Rato después, ya terminado mi horario de clase, me quedé media hora más porque una chica insistió en pasar en limpio su escrito por aquello de la prolijidad (cosa que me importa cero, pero a ella le provoca una ansiedad que no me costaba nada ayudar a diluir). Tampoco es que soy tan abnegada, digamosló: estaba en horario de coordinación, que hoy se dedicaba a dar apoyo a quienes dan examen en abril, pero había pensado comer algo, tomar un cafecito, charlar con mis compañeros. Me pongo a distraerme con el celular, hasta que veo la publicación de una amiga y caigo en la cuenta de que una chica de 24 años, que estaba siendo buscada dese ayer en Rivera, había sido asesinada y su cuerpo tirado a unos pastizales. Y se me empezaron a caer las lágrimas. Me vino toda la tristeza junta: la del muchacho que aún no asume del todo la pérdida de su padre, la de la chica asesinada, la de la gente que va por la vida cargando el lastre de una ansiedad incontenible, la de mi cansancio vital de haber dormido poco y llevar siete horas de pie, de tener hambre y saber que aún demoraría dos horas en llegar a mi casa, esas cosas. Una mezcla de tragedias y pequeñeces. Lo solucionable a corto plazo y lo que cambia una vida. Quizás también se sumara como condimento el sabor agridulce de estar estrenando nueva edad, todo es posible. La chica del escrito, en todo caso, continuó pasando en limpio el trabajo hasta que aquello resultó a sus ojos satisfactorio y me lo entregó diciendo "gracias". Y aquí estamos, estimados. A las siete de la tarde y ya con 5% de batería, y eso que hubo cielo azul y resto de torta de cumpleaños, y noticia buena de mis viejos -que por fin regalaron la gatita de tres meses- y capuchino delicioso y perspectiva de fin de semana largo. Pero a veces no alcanza, porque no estamos en el mejor de los mundos posibles. Y habiendo hecho catarsis con ustedes, me retiro a leer algo (que para corregir no me da el cerebro, por más que sé que sería bueno hacerlo). Buenas noches.





Tengo una amiga con la que nos vemos un par de veces por año y chateamos muy de vez en cuando, pero la quiero mucho. Una noche le mandé mensaje para contarle novedades de un viejo caso policial que nos tiene obsesionadas: "A que no sabés la noticia más importante de hoy?" pregunté sin prólogo, y ella contestó de inmediato: "Sí, que es mi cumpleaños!". Mal yo, que no recuerdo fechas si no me las dan las redes, en fin. Ayer fue ella quien se hizo presente por la noche en wsp para mandarme una entrevista de Dolina y Pedro Rosemblat (imperdible, dicho sea de paso) y tampoco sabía que era el mío. ¿Cuáles son las posibilidades de acertar ambas en aparecer en el cumpleaños de la otra, con un motivo que nada que ver pero manifestando afecto en la selección del contenido? ¿A ustedes les ha pasado? A mí el cerebro no deja de maravillarme. La memoria consciente hace lo que quiere, pero hay un centro de operaciones que de alguna manera sigue conectando circuitos y enviando informaciones que una ni sospechaba que en algún lugar tenía. Eso, o hay algo de magia en la amistad, y ya saben que si tengo que elegir una de las dos opciones me voy a quedar con la última.





Llego a la parada todavía envuelta en las sombras del lunes nublado. Nadie a la vista. Acaba de pasar una larga chorrera de omnibuses y los perdí a todos. Esto no es problema en mi barrio, pienso: tenemos un montón de líneas, y desde que existe el boleto de una hora es solo cuestión de parar al primero que pase y después pensar dónde combinar con el segundo. 
Pasa un par de minutos. Dos o tres personas van llegando a la parada, entre ellas una chica toda de jean, flaquita, de pelo negro. No le veo la cara pero no parece pasar de veinte años, y quizá tenga varios menos. Me llama la atención que parece venir a la parada pero solo la atraviesa y sigue de largo, después de agacharse y recoger una colilla del piso, húmedo aún por las lloviznas de la noche. No lleva bolso ni cartera, y cuando cruza la calle me impresiona su cuidado paso felino y llamador de la atención en la soledad del barrio. Pobre gurisa, pienso: se debe sentir empoderada por lo que pueda sacar de la prostitución en la pobreza del barrio. Cuánto tiempo le va a durar la frescura y el paso elástico de la juventud, cuánto falta para que la propia vida la empiece a correr del juego. O ya la corrió hace tiempo. O nunca estuvo jugando.
La chica mientras tanto ha cruzado la calle y se dirige hacia la esquina, donde una figura masculina está parada junto a una columna en actitud de espera. Él tampoco lleva bolso. Ella parece que va a seguir de largo pero termina hablando con él y por unos segundos son dos estatuas oscuras en la inmovilidad y el silencio de Camino Maldonado antes de que asome el día. 
Viene un ómnibus y me alejo de la escena. Voy a encontrarme con gurises de sexto año, algunos entusiasmados con votar en breve, con la Facultad en unos meses, con la fiesta de graduación o la cercanía de los18 para ir a un boliche y pedir alcohol sin disimulo. Mientras tanto la gurisa sigue juntando colillas del piso y caminando como una gata para llevar algo de pan para su casa. 
A veces pongo posteos en broma de esos que dicen “lunes…”: hoy no hace falta. El lunes amanece nublado por dentro y por fuera, estimados. Es lo que hay. La realidad que tratamos de olvidar pero a veces se nos impone como si estuviéramos viendo una película de la miseria a las siete menos cuarto de la mañana. 
Buenos días.
Es un decir.





Soliloquio compartido de domingo por la mañana*
Bienvenidos al Rincón de las Dudas Pequeñas. 
Hoy no hablaremos de la guerra, la contaminación o el avance (en algunos lados) de la derecha**. Hoy el tema es: ¿tinta o canas?
Pasar del color artificial al natural puede ser una acción fácil para las personas de pelo corto, pero es difícil para las de largo. Difícil por la operativa misma (el proceso) y también por el después (porque el pelo ha cambiado, su textura es otra y puede aparecer un amarillo desvaído que nunca queda bien). La decisión también es difícil en la mirada hacia adentro: ¿ya soy esa señora de pelo blanco?*** Y ahora qué me falta... ¿jubilarme y tejer bufandas junto a la estufa a leña, con un gato jugueteando entre los ovillos? Sé tejer y tengo gato, pero lo de la estufa a leña te lo debo. No sé si estoy preparada. Y acá se entrevera todo con las campañas de autoaceptación y la marencoche. ¿Sigo manteniendo el rubio porque me gusta o porque siento que me quita años, principal objetivo de una sociedad gerontofóbica? ¿Un poquito más de juventud o un poquito más de rebeldía? 
[Pequeño apartado explicativo para quien no conoce este dilema: hacerse la tinta implica ir todos los meses a la peluquería. A los 16 o 17 días ya se comienza a notar el crecimiento. Se puede hacer un retoque con spray y estirar la situación por un par de semanas, pero lo que tapa las canas ensucia la cabeza y una se cuestiona si no se está, en definitiva, jorobando el pelo. La ida a la peluquería supone un gasto de tiempo y plata más cierta conciencia de que tanto químico encima no debe ser saludable, por más que la peluquera sea un encanto y resulte un placer charlar con ella.]
He hablado con muchas mujeres de cabello blanco, gris o de colores (porque mis conocidos varones de pelo largo no se hacen la tinta) y cada una parece estar conforme con su bando, sea cual sea. En el medio estamos las indecisas, mirando fotos de ahora y tratando de imaginar el cambio, oyendo argumentos para todos lados y sufriendo por no llegar a definir el cuándo (porque -si una sigue en este plano- el momento de las canas algún día va a llegar).
Dudas pequeñas, estimados. 
Esto a mis bisabuelas no le pasaba. 
Buenos días. 

* Día en que me desperté a las seis, como siempre, ayudada por el gato madrugador pero en verdad con el cuerpo acostumbrado al horario de lunes a viernes. 
** Que no es que los hable mucho, pero estarían en la baraja de posibilidades.
*** Sí.





Hoy hace un año que Secundaria separó de su cargo al Director del IAVA por defender estudiantes. El salón gremial que había sido asignado a los jóvenes en el año 2009 es ahora la puerta de acceso al liceo (sin rampa), el IAVA ha perdido el 43% de sus docentes y alumnos y diez de nuestros compañeros aún no tienen noticias de por qué se les hizo una investigación en 2023. Queda mucho por hacer. Hay que tener #memoria.



Su nombre fue Marie Anne Périchon, conocida (despectivamente) como "la Perichona". Había nacido en una isla del océano Índico y a los 22 años ya estaba casada con un oficial irlandés e instalada con él en Buenos Aires. Diez años después (por las invasiones inglesas de 1807) el marido se refugió (solo) en Río de Janeiro, exilio que aprovechó la bella Anita para seducir a un cincuentón dos veces viudo con futuro de virrey y apellido de dibujante: Liniers. Se cuenta que a su paso triunfal por lo que hoy es la avenida Corrientes Anita tiró a sus pies un pañuelo bordado y perfumado, que el general levantó con su espada antes de dedicarle una profunda reverencia (situación de lo más escandalosa para los límites morales de la época). A partir de ahí ella se instaló en su casa como una suerte de virreina sin papeles. Se cuenta que le gustaba vestir uniforme militar y pasear montada a caballo, hasta que por intrigas políticas su amante la mandó para Río con el marido, lugar donde se las ingenió para conseguir otro protector poderoso, esta vez un inglés: Lord Strangford, operador político que movía cuanto hilo había para respaldar los intereses de la corona en tierras incivilizadas. Nuevamente expulsada (esta vez por acusaciones de conspiradora) terminó instalándose en La Matanza, porque no le permitieron el retorno a Buenos Aires. Su ex amante el virrey había sido fusilado en Córdoba por contrarrevolucionario, y Anita vivió sus últimos treinta años rodeada por los recuerdos y por los numerosos miembros de su familia, entre ellos su nieta, Camila O‘Gorman. Y todo este cuentito surgió porque hace un rato se me antojó ver de nuevo "Camila" (de 1984), donde aparece el personaje de la abuela, y no pude dejar de investigar quién había sido la señora. Vaya familia, ¿eh? Ps 1: Creo que a la película la voy a cortar en el momento de la fuga y los (pocos) días felices en Corrientes. Ps 2: A veces pienso que debería dedicarme a los chusmeríos y las biografías de personajes lejanos (en el tiempo). Ps 3: "Ladislao, ¿estás ahí?" "A tu lado, Camila". ❤




Hoy compartí la imagen de una ciudad subterránea y justo hace un rato Damián Kuc (a quien sigo desde hace años) compartió en youtube una "historia innecesaria" sobre exploradores de cuevas. Si a alguien le interesa, el video parace estar excelente, pero yo no pasé del minuto y pico, y a juzgar por los comentarios disto mucho de ser original en esto de la claustrofobia. ¿Por-qué-hay-genteque-se-mete-en-cue-vas?????? Misterio. Y no seré yo quien lo investigue. 😳😳😳 Ps: si ven el video entero y no abandonan sepan que cuentan con mi total admiración -e incomprensión.





Hace un ratito pasé por lo de mis viejos y los encontré mirando fotos. No es algo que hagan habitualmente, pero yo ayer les comenté que había hecho lo mismo y se ve que a mi vieja un poco le picó el bichito de la curiosidad, porque ni se acordaba de cuáles tenía. Recién vi que me habían pasado dos fotos mías por debajo de la puerta: una en medio del verde y las flores de una experiencia de Bellas Artes en la playa del Cerro y otra de cuyo escenario no estoy del todo segura, aunque supongo que fue en el Cerro del Papa, una elevación de acceso público en Cerro Largo. En la cima hay un homenaje a Pablo VI: una paloma (horrorosa) de cemento que debía ver el soberano desde el cielo al tomar vuelo desde la ciudad, una cruz y poco más (que yo recuerde). Mis viejos y yo subimos el cerro a través de un sendero tan empinado como pedregoso, con riesgo de resbalarnos a cada paso. Sería 1988, 89... Yo tendría poco más de veinte años y me encantaba ese bucito blanco y lila. Poco religiosa como soy, la parte litúrgica y el homenaje al cura polaco poco o nada me importaron, pero debo reconocer que me impactó la vista de un paisaje imponente desde las alturas y, sobre todo, la cantidad de mangueras de piedra que se divisaban desde la cima. Esos muros gruesos de piedras apiladas que surcan algunos campos de nuestro país, de los que poco se sabe de su origen, datación o intenciones. Se habla de corrales y de demarcar territorios a partir de la introducción de la ganadería, pero hay quienes afirman que son mucho más antiguos y yo (obviamente) siempre voy a adherir a la tesis más rodeada de misterio. No creo que vuelva a subir ese cerro. Ni siquiera recuerdo por qué ruta se accedía. Lo que me quedó en la memoria de ese día fue que mis viejos hablaron de otro, al que decidí que iba a ir solo porque el nombre presagiaba hallazgos interesantes: el Cerro de las Cuentas. Y tampoco he ido. Cosas que la memoria rescata de un pasado lejano cuando aparecen de repente estímulos inesperados. Y ahora, con su permiso, hay un té por hacer en mi futuro inmediato. Si sale excursión al Cerro de las Cuentas, me avisan.





 Desperté de un sueño reeee complejo y lleno de imágenes; empecé a tratar de ordenarlo y reconstruirlo y de repente... ¡El inconsciente me empezó a meter reclames! Tal como lo oyen (leen): para distraerme y que no pudiera recordarlo empecé a ver imágenes inconexas, todas de una fracción de segundo de duración. Un paisaje nevado, un animal, unas caras desconocidas, diez o veinte imágenes que se me cruzaron en la semi vigilia del despertar y me impidieron rearmar la narrativa de la acción recién soñada. ¡Qué jugador, el Ello, cómo me sacó de la cancha sin poder atinar a nada!! *
¿Y qué habría soñado? Ni idea. Solo me quedó una imagen (la única que pasó la censura) en que yo decía una frase arcaica para despedirme de alguien -"bueno... me voy a tomar el abur"- y acto seguido me ponía a pensar -en el propio sueño- que "abur" debía ser la raíz etimológica de "aburrimiento", porque una se va de un lugar cuando se aburre. Recién me fijé en la RAE y nada que ver (ni siquiera pude encontrar la expresión "me voy a tomar el abur", que estoy segura de haber oído o leído alguna vez), aunque sí registra "abur" como palabra de origen vasco que quiere decir "adiós" y también se dice "agur".
¿Se dan cuenta de todo lo que vivimos durante minutos u horas en la noche y que jamás vamos a poder registrar de ningún modo? Como diría Rodríguez (no yo, el de Espínola): "¿Eso? ¡Mágica, eso!".
*Medio 1984, el Ello... Big Brother is watching you.





Los 84 del Cele, rodeado de plantas y gatos. Él no se acordaba de que hoy es su cumpleaños, pero quedó muy contento, sobre todo porque le llevé un arrolladito de dulce de leche y se comió tres porciones. Después me preguntó por qué no me quedaba a dormir ahí, le expliqué que vivo a media cuadra y también tengo un gato para alimentar. 
Y acá estamos. 
Ps: plis no me digan “disfrutalos”, que (como persona madura que soy) ya lo tengo claro. En fin.



Última hora de clase de la mañana con sexto de Ingeniería. Estamos hablando del preceptor Pangloss en “Cándido”, y discutimos si está bien que una persona dé clases en varias disciplinas (porque el personaje en cuestión enseñaba “metafísico-teólogo-cosmólogo-nigología”). En eso pasa (el) Walter, que venía de limpiar el salón de al lado, y le pregunto de qué podría él darnos clase.
_ No sé… - dice al principio, pero después queda claro que nos puede ilustrar en diversas materias como canto, carnaval y construcción de escenografías. Hablamos un par de minutos y termina contándonos por qué cuando pudo elegir a qué liceo ir a trabajar se decidió sin dudarlo por el IAVA, pese a lo enorme de sus salones y a lo eterno de sus escaleras:
_Para mí las tres cosas más importantes son mi familia, el carnaval y el IAVA, porque el IAVA también es mi casa y lo mejor del liceo son ustedes, chiquilines.
Todos lo aplaudieron, hasta que llegaron la adscripta y un profe que venían a sacarles fotos para la libreta digital (porque las que hay son de ellos en primer año, unos niñitos que nada tienen que ver con estos jóvenes, muchos de los cuales van a votar este año).
_ ¿A ver esa mano? -la digo a una chica, que accede a que le saque foto.
_ ¡A la profe le gustó mi dibujo! -iba comentando orgullosa cuando ya habíamos salido y yo los iba siguiendo silenciosamente por Eduardo Acevedo, rumbo todos al almuerzo o la siesta, a gusto de cada quién.
Y esto es una comunidad educativa, estimados: un entretejido de afectos e historias, de aplausos y elogios, de exigencias y reconocimientos. Son miles de hilitos que en sí mismos no son mucho, pero juntos forman una trama que nos alienta y sostiene.
El año pasado me pasé quejando: ahora respiro aliviada, porque este es el barco en el que quiero navegar (cosa siempre necesaria): uno en el que todos (sin importar nuestro rol) tiramos para adelante.
Y en eso estamos.
(Ps: igual, por las dudas, toco madera…)





Yo miro algo en YouTube. Él viene y se acuesta entre mis ojos y la pantalla. Ronronea. Se dispone a dormir cuando acerco mi cabeza a la suya: un olor inconfundible sube desde el fondo de mi memoria de casi quince años de vegetariana. Mi gato mimoso huele a asado.




Diálogos matinales

1.
Salgo de mi casa rumbo a uno de mis trabajos. Paro para fotografiar el amanecer con nube y en el muro del depósito de hierros viejos de la esquina aparece una silueta felina conocida: la gata barcina de mis viejos, Carola, a una cuadra larga de su casa. 
_ ¿Qué hacés vos ahí? –le pregunto sin intención de que me responda, pero sí lo hace una voz femenina a mi costado:
_ Se llama Mimí. 
_ ¿Eh…?
_ Que se llama Mimí, es nuestra gata.
La voz era de una vecina, que justo estaba saliendo. Se me superpusieron de repente las imágenes de tres barcinas: la ardillita de al lado (que también se llama Mimí), la rolliza y aventurera de mis viejos y la hipotética gris de la vecina. La del murito, entre tanto, ya se había esfumado entre los caños herrumbrados y los helechos sin control del depósito.
_ Pero esta es la gata de mis viejos... 
_ No, no. Ella es de acá. 
En ese momento miro a la ventana de su casa y veo una cabeza gris asomada entre las cortinas, seguramente despistada ante un diálogo vecinal a tan tempranas horas. Se la muestro a la dueña de casa y las dos nos reímos: 
_ Es que de lejos todas las barcinas son la misma gata. 
Y continué mi camino hacia el colegio. 

2.
Análisis de un fragmento de tragedia griega: el Sacerdote afirma que algunos de los que están frente a Edipo son “ancianos ya torpes por la edad” y les pregunto a qué edad creen que comenzarán a sentirse entorpecidos en sus movimientos por dolores articulares y esas cosas: 
_ ¡Ahora! –dicen dos o tres voces a coro. 
_ ¿Ahora?
_ ¡Sí, profe: no sabés lo que me cuesta levantarme cada día!  
Todos tienen 16 (y no estaban bromeando).

3. 
Clase cercana al mediodía con un tercero: entra una abeja y se pone a revolotear alrededor de algunos de los estudiantes. Imposible continuar con el tema hasta que la saquemos. 
_ ¡Ay, tengo miedo, que alguien la mate! –dice una chica, tapándose la cabeza con la capucha del buzo. 
_ ¡No, no la maten, que las abejas son el ser vivo más importante de este planeta! –acoto yo, siempre ecológica, pero a la vez controlando que el bicho no se me viniera encima.
_ No pasa nada. –dice un compañero, que no sé cómo la baja al piso, la sube a una hoja de cuadernola y saca a la abeja ilesa por la puerta. 
Para los que dicen que ya no da criollos el tiempo… 





Lunes, siete y media de la mañana. Clase a primera hora con un sexto año en el subsuelo del IAVA. Llovizna. Tienen caras de dormidos. Trato de sacarlos del silencio con una pregunta fácil: _ ¿Qué hubiera pensado Cándido de una mañana como esta? Esperaba una respuesta del tipo de "es la mejor mañana posible", "todo ocurre por algo", en consonancia con el espíritu optimista del personaje, pero no contaba con la amnesia general e irrestricta que había colonizado los cerebros de la clase durante la semana de Turismo. Al final, medio por cansancio, fue apareciendo el tema del optimismo. Yo seguí intentando despertarlos: _ Si tuvieran que hacer una afirmación optimista del día de hoy, ¿qué dirían? Silencio. Neuronas desperezándose. Cara de póquer (yo). Al fin, una mano levantada, y después otras. Esperaba que me dijeran algo del estilo de qué bueno el reencuentro con los compañeros o falta menos para fin de año, pero no, porque ellos siempre sorprenden: _ Lo bueno es que refrescó. _ Ideal para tortas fritas. _ No hay que regar las plantas, porque ya se mojaron. Y desde ahí se fue desarrollando la mañana como mejor se pudo. Pasé por el sexto de Ingeniería con cero faltas, caí en la hora puente con capuchino de la esquina y recolección de guayabos en el patio, el sexto de Arte en el que que entran a mitad de la mañana pero igual llegan tarde y el otro sexto Artístico, con estudiantes que aparecen cansados porque vienen de tres horas de Dibujo sin recreo. A veces me siento una actriz de reparto. La película principal pasa por otro lado, pero yo mantengo la energía y voy pautando los guiones durante más de seis horas. Debe ser por eso que termino agotada, aunque salga relativamente temprano cada día. O quizás es cuestión de volver a tomar el ritmo después de las vacaciones, yo qué sé.* * ¿La edad? ¿Qué tiene que ver la edad??? Si estoy en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna (dijo una vez alguien).