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viernes, 2 de diciembre de 2022

Diciembre de 2022



Otros 31 de diciembre los he pasado o no en Valizas, en verano, cerca o lejos de mi casa, pero siempre trato de que sea donde (y con quienes) quiero. Eso incluye a quienes veo por estos lados: las formas de acompañarnos son variadas y todas valen. Si no hay presencia real hay palabras o hay recuerdos, hay planes de futuro, haaaay recuerdos que no voy a borrar, personas que no voy a olvidar, aromas que me quiero llevar, silencios que prefiero callar… 🎵 No, estimados, no tomé nada (salvo quizás un exceso de sol y salitre a la orilla de las olas -que para entrar me da frío, pues agua helada, como siempre). Buenas tardes.




Zona sin sombrillas. Las aguavivas pican solo a los que se meten en el agua, las olas vienen medio revueltas, los del kitesurf están lejos y el cangrejo azul (pobre) ya no va a moverse. Y así transcurre la mañana. Alta complejidad existencial. Buenos días.




Camino por la calle principal a la caída de la tarde cuando un muchacho me saluda desde el costado de un puesto de artesanías: _¡Profe! ¿Qué hacés en Valizas? _ ¿Y qué va a hacer? Lo mismo que vos… -se adelantó a responder la chica que atendía el puestito, y las dos nos reímos con mirada cómplice. El muchacho no salía de su asombro. _¿Y desde cuándo venís acá? _ Y… desde antes de que vos nacieras. _Ah, eso es porque tenés muchos más años que yo. _ Y, sí. Y habiendo constatado una verdad tan sencilla como indiscutible, luego de una breve charla de alegué una necesidad inmediata de hacer mandados y seguí mi camino perdiéndome entre el polvo y la tierra del paisaje. El muchacho es sensible, inteligente, creativo. Van dos años que lo tengo de alumno las primeras semanas. Después no puede sostener la presencia en el aula y abandona. Pequeña intromisión de la realidad en las crónicas intrascendentes de las vacaciones, estimados. Una no deja de ser docente porque ande de minifalda y con los rulos alborotados a la caída de la tarde. Y en eso estamos.




Bajo a la playa. En el camino me intercepta un niño de diez años: _Hola. ¿Vas a la playa? _ Hola. Sí. _Ah. Te quería avisar que tengas cuidado, que hay aguavivas. Ayer me picó una. _Uh, qué feo. A mí ayer me picó una abeja. _¿Una abeja? Pah. _ _Bueno, gracias por el aviso, nos vemos. _De nada, chau. Así somos en este pueblo: solidarios para los avisos y noveleros como señoras de otros tiempos.




 Caminata temprana para el lado de mi rancho. La playa amaneció ancha y tranquila. De pronto divisé una cosa blanquecina y brillosa sobre la arena mojada y como es natural me acerqué a chusmear a ver qué era. Pensé que iba a encontrar una bolsa de nylon o un trozo de plastillera, pero no: era un pescado. Un pescado inmóvil, aunque intacto: no estaba picoteado por los bichos, tenía los ojos intactos y los labios rosaditos como de piel de bebé. Lo miré unos segundos y antes de irme lo toqué delicadamente con la ojota, por las dudas. Él al principio no se movió, pero un instante después pareció levemente respirar. No había tiempo que perder. Lo tomé entre ambas ojotas y empecé a caminar hacia las olas. El pescado pegó unos coletazos, pero después se ve que escuchó que el mar se iba acercando y pareció entender que su hora no había llegado. Lo dejé cuando el agua no llegaba a veinte centímetros: primero nadó unos segundos de costado y de repente se enderezó y avanzó hacia lo profundo, dando unos coletazos que a mí me parecieron de contento. 
Seguí caminando con la sonrisa en la cara y con la musculosa y la cara salpicadas de arena por los coletazos. A las cuadras me topé con otro pescado de la misma especie, que estaba probablemente muerto aunque también se veía intacto, así que por las dudas lo devolví al agua. No sé si llegué a tiempo, pero a la vuelta no lo vi, así que me quedo con la ilusión de haberlo hecho. 
El mar a los cinco minutos me regaló algo que quizás sea el primer elemento de origen indígena que encontré en la vida (al cual en caso de no serlo lo reputaré y tendré por finísima pieza charrúa, en todo caso).
Esta ha sido una mañana productiva.





Apenas pasaban las ocho y media de la mañana y el sol ya empezaba a picar fuerte. A la entrada de la playa me detuve a observar unas extrañas huellas en la arena negra, junto a la pasarela de madera que desde hace un par de años nos libra de la heroica lucha de media cuadra con la arena blanda.
_ ¿Para vos de qué son? - pregunté a un desconocido que avanzaba hacia la playa con su perro. Él no demoró un segundo en responder: 
_ De bicicleta. 
_ No… mirá las curvas; una bici no hace eso. ¿Serán de víbora?
_ No sé… Igual si es una víbora seguro que no es venenosa, porque en el país solo hay cuatro especies y ninguna es de estos lados. 
Qué no van a ser de estos lados si hace unos años en el fondo del supermercado apareció una crucera, pensé, pero para qué contradecir al hombre, que trataba de colaborar en la solución al misterio de las huellas. En eso una señora que iba con bolso, silla, sombrero y lentes, se detuvo. 
_ Perdón que me meta; ¿están hablando de víboras?
_ Más o menos… queremos identificar de qué son esas huellas. -aclaré, ya asumida como jefa de la investigación.- ¿Las ves? Ahí contra  la duna también hay.
_Ah… -dijo la señora- La verdad que no sé de qué puedan ser… Yo encontré una víbora ayer en mi fondo y me gustaría saber la especie, a ver si es peligrosa. 
Le preguntamos cómo era el bicho, al que describió como de un metro veinte de largo, de color verde y con manchas negras. 
_ No es venenosa.- coincidimos, y nos pusimos a darle una clase sobre ofidios ponzoñosos del Uruguay en el medio de la pasarela, mientras otras personas pasaban y empezaban a desparramar sus pertenencias para instalarse en la playa. Hablamos de colores, hábitos, estadísticas: hace 36 años que no se produce una muerte por mordedura de víbora en el país, la coral es la que menos accidentes registra, la cascabel es escasa, las yaras y las cruceras son bastante parecidas. 
_Interesante charla zoológica matinal. - dijimos al separarnos y encarar cada uno sus propios planes de playa. El misterio de las huellas permanece, pero podemos vivir sin resolverlo. 
Valizas: un mundo lleno de gente dispuesta a ofrecer “un real de charla” (dijeran en mi familia).




Yo te defendía, le explicaba a todo aquel que quisiera escucharme que eras el ser más  importante del mundo. Elogiaba tu trabajo, tu estampa, tu manera delicada de amar las flores y los bellos aromas. Te sacaba fotos. Compartía discursos que hablaban bien de ti. ¿Y ahora? ¿Cómo sigue nuestra relación después de que me clavaras vilmente tu aguijón emponzoñado de toxinas en mitad de la planta del pie derecho? Yo no quería pisarte; es más, no sé qué diablos hacías ahí, a la orilla del agua. Hace media hora, y todavía me duele. No veo ni rastros del aguijón, y todavía me duele. Me acabo de acostar con los pies en alto, y todavía me duele. No sé cómo vamos a hacer de acá en más. Yo te quería.





Conversaciones cruzadas en la panadería/cafetería Agua na Boca: un uruguayo le explica el mundo a una chica brasilera que lo mira embelesada, a la vez que el dueño del local charla con un veterano de acento extranjero sobre la realidad europea. 
_Es que él nunca había pensado que Lula fuera a ganar, y ahora no encara ir solo a la ceremonia de asunción. 
..………
_Si no fuese que esos países que hoy forman parte de la Union Europea, esa política de Noruega y de Suecia…
………
_Pará que busco algo para mostrarte… ¿Cuando fueron las elecciones de Brasil?
………
_La guerra de Crimea…
………
_En Uruguay es al revés: cuanto más lejos de Montevideo más votan a la derecha.
………
Yo miro el movimiento de la calle principal y sigo tomando mi café en silencio, al menos hasta que llega una de mis vecinas de habitación y se instala a charlar conmigo sobre temas menos políticos y más cercanos como las vacaciones, los padres y las mascotas. Cada quien con sus áreas de intereses, pienso, un segundo antes de mirar para adentro de la panadería y ver al dueño bailando una cumbia y todos los empleados cantando al son de la música. ¡Pueblo lindo este!  Quien lo probó lo sabe (diría Quevedo). 
Y en eso estamos. 





Este mundo cambia cada medio día. El arroyo, que ayer medía tres metros de ancho, hoy triplicó su caudal, y en las orillas aparecieron unas barrancas que me traen tristes recuerdos de otros tiempos. La tormenta y el sol compiten minuto a minuto pero no hay viento, así que sigue inestable. La gente en la playa oscila entre manga larga y traje de baño, aunque la temperatura sigue estando cálida. 
Me acabo de dar cuenta de que desde que llegué no he visto un gato en Valizas: una prueba más de que nadie (ni ningún lugar) es perfecto.




_ Hay tipo cincuenta grados. -dice una chica a su amiga mientras pasan frente a mi pareo. Y no sé si de verdad los hay, pero parece. La playa está calcinante esta mañana, tanto que no voy a pasar de las once, porque me cocino. 
_Hola. ¿Una ensalada de frutas? - dice otra, a la que le compro un ratito de frescor en forma de manzana, kiwi, sandía, durazno, naranja y banana.
_Che, la fiesta de fin de año en el hostel ¿es con cena?- me pregunta un amigo de esos a los que solo veo en Valizas.  Charlamos un rato, trata de ubicar dónde estaría hoy mi rancho y agrega: 
_Igual está acá. Siempre va a estar. 
Y es verdad. 
Traje un libro a la playa, pero el reflejo del sol no facilita la lectura. A la diez minutos de tirarme en la arena (después de caminar hora y media) me di cuenta de que tenía una parte del pecho roja como brasa: era un bordecito en el que no me había pasado bien el protector, diosss… Esta tarea exige cada día más concentración, porque el sol no perdona distracciones. 
Y esta es la sacrificada vida de la turista Valicera a las diez y media de la mañana de un miércoles que según Accuweather iba a ser lluvioso, estimados.  Creo que no llego a las once. Saludos desde la zona de los pies negros y el corazón contento.  Buenos días.




Tómese una hamaca paraguaya a la caída de la noche. Agítese suavemente. Agréguese una pizca de ranitas, un disco de la Velvet soñando (y sonando) a volumen agradable desde la plaza de enfrente y el rumor asordinado de las olas a lo lejos. 
Esto en mi barrio se llama felicidad.




“Solo un café con leche. Ya le compramos al Chileno galletitas de limón y nuez en la playa, acá solo vamos a pedir caf…”
_Hola, un café con leche.
“¿Y ese aroma?”
“Preguntá.”
“Mejor no.”
_¡Qué olorcito! 
“Sonamos”
_Tenemos bizcochitos recién salidos del horno. 
_ Aaah… Quiero uno de queso, otro de membrillo y uno de crema y manzana, gracias. 
Mañana. Mañana pido solo el café con leche, pienso, mientras me instalo ante una mesita. El Chileno pasa por la calle y me sonríe: él sabe que sus mejores clientes somos los que consumimos en todos los comercios y (especialmente) los que no sabemos resistir las tentaciones, cuanto más caseras y recién hechas, mejor.
27 de diciembre, estimados. No es tiempo de andar contando calorías (ni plata, porque el café y los bizcochos me salieron $130). 
Buenas tardes.




El Starbucks de Valizas se llama Agua na Boca, queda frente al hostel y tiene propuestas para todos los gustos. Lo mío es un café con leche; por ahí en la foto hay una cerveza que es de dos brasileros. Un par de perros gorditos y media docena de gorriones andan a la pesca de lo que algún cliente quiera compartir (especialmente cuando se va el dueño, que no quiere bichos que molesten a la gente, aunque no lo critico por eso, porque tiene pinta de buen tipo y ya lo he visto invitando con un café a algún lugareño desprovisto de efectivo). 
El sol se pone en medio del silencio de la tarde de pre temporada, donde ya hay gente pero no mucha. 
_Ojalá nunca pierda la esencia del pueblo… -dice una mujer charlando con su amiga en la mesa de al lado. 
Ojalá, pienso, ojalá, mientras con el cortado doy cuenta de una empanada caprese y un alfajor de maicena tan fresco que se deshace al morderlo (todo por menos de lo que sale un moka en Starbucks). Ojalá.




Post Navidad en Valizas. Aún no bajé a la playa (por aquello del sol a mediodía), pero desde la terraza del hostel veo el mar y escucho el rumor de las olas a una cuadra. Capten mi cara de felicidad mientras tengo la habitación para mí sola. Esto no va a durar, y lo sé.
Hoy de mañana me pasaron tres cosas. Primero se rompió el Copsa en el que iba a la terminal y terminé llegando al Rutas del Sol 3 minutos antes de que se fuera. Después mi compañero de asiento resultó ser alguien que trabajó en el hostel y me ubicaba perfectamente, pero yo nunca llegué a reconocerlo. Por último, al momento de pagar el alojamiento mi tarjeta daba “saldo insuficiente” y me corrió un chucho frío por la espalda, porque nunca miro si tengo saldo (y no es que me sobre, es que la plata -de verdad- no me interesa: tengo una leve idea de que me alcanza, aunque nunca verifico). Al final saldo tenía, pero no había pagado el costo de la tarjeta, así que me quedé sin el 30% de descuento (digamos) por distraída.
Igual ahora nada de eso importa. He vuelto a donde quiero estar, y en un rato iré al reencuentro con el agua y la arena que más me gustan en el mundo. En verdad el agua podría ser un poquito más caliente, pero ta: es lo que hay. 
Por ahora café, libro, aire, terraza.
Si me ven por el pueblo o por la playa y no los saludo sepan que no soy yo: son mis genes. 
Y en eso estamos; viviendo en una de las muchas formas de esa cosa escurridiza que solemos llamar felicidad.




Música lenta en un boliche para adolescentes de los años ochenta. Fragmento de diálogo a volumen alto, como para poderse escuchar:
_ ¿Venís a este lugar para conocer hombres mayores?
_ No. Y vos, ¿venís a este lugar para bailar con chicas de 15?
_ Eeeh... No esperaba esa respuesta. Me gusta. 
Marcelo era alto, seductor y esbelto. Tenía 19 años, el cabello negro, la voz grave y el humor sutil al alcance de la mano. Nos habíamos conocido en un baile (tal vez el Automóvil Club), conversamos toda la noche pero no quedamos en nada más que una vaga idea de reencontrarnos a la semana siguiente, si se daba. Nos vimos unas semanas más tarde. Él me dio el teléfono de su trabajo, que era en un banco. Yo no tenía: eran los ochenta, y aunque mi vieja lo había solicitado ni bien nos mudamos para la cooperativa los trámites de conseguir el "borne" para instalar los teléfonos solían ser tan lentos como frustrantes. 
El bancario parecía ser un chico serio, formal, laburador. A los tres o cuatro días encaré llamarlo. Atendió una compañera. 
_ Hola... ¿podría hablar con Marcelo?
_ Sí, ya te lo paso. -dijo ella, y agregó medio a los gritos: -¡Marcelo, es tu novia: es Claudia!
Durante medio segundo quedé inmóvil mirando el tubo del teléfono público de la cabina frente a casa. Después le corté, y no volví a saber de él ni a acordarme hasta hoy, que acabo de revivir la micro historia en un sueño rarísimo que me trajo con total nitidez los diálogos, los rostros, el ambiente. Un sueño del que me costó despertar, porque al terminar caí en una parálisis del ídem de la que solo pude salir tras varios penosos segundos de intentar moverme, de controlar la respiración, de imaginar que mis viejos me iban a encontrar en la Mañanabuena tirada en la cama con la computadora al lado puesta en una película de Netflix increíblemente tonta y con un gato estirado durmiendo y ocupando sin el menor respeto la mayor parte de la cama. 
Una vez despierta (aunque era medianoche) bajé a la cocina a comer algo y olvidar la parte fea del sueño, y ahí comenzó el capítulo "Gato acechando fantasmas" que ya lleva media hora. Ni él ni yo tenemos miedo pero me gustaría saber qué está viendo, así como me gustaría saber cómo es que mi inconsciente tiene guardados los detalles de una historia absolutamente intrascendente de hace 40 años. 
Misterio.






Amanecer en Arbolito. Dos estirados, una acorralada contra el borde y el otro ronroneando. Esto en mi barrio se llama felicidad.*
* ¿Si lo cambiaría por Peluffo? No sé… Este también tiene linda voz, y viene con mejor pelo. 🙂






Termina el vivo de Abuelas de Plaza de Mayo por la restitución del nieto 131, Estela de Carlotto menciona que se han recuperado 131 identidades pero aún calculan que hay 300 nietos por encontrar. Al final de la conferencia hay unos segundos de "abuelas, la la la la la", antes de decir todos juntos "Presente" por los 30.000 compañeros desaparecidos en la última dictadura. Estos son días de emociones, a ambos lados del charco. Somos tan cercanos (y a la vez tan diferentes)... Pero en la búsqueda de la verdad (pase el tiempo que pase) solo somos lo mismo, y lo seguiremos siendo. ¡Presente!




Mientras espero por mi moka caliente con leche de almendras por un momento pienso que no está bien seguirle el tren a esta gente que vende re caro todo, y que de última en mi casa me puedo hacer una bebida (casi) igual de rica por diez veces menos precio. Después me aparece una voz en la conciencia que defiende el consumismo: la gente gasta en vicios, el mío es este (bastante barato, por cierto, si lo comparamos con otros). Me gusta venir sola a la cafetería, tomar algo a cualquier hora y observar el tránsito de los personaj… digo, de las personas a mi alrededor, algo que resultaría impensable en la familia de mis orígenes, donde cuento con los dedos de la mano las veces que nos sentamos ante la mesa de un café (y me sobra un par de dedos). En particular mi romance con Starbucks comenzó en la Navidad de 2014, en Minnesota, cuando la abuelita de la casa en que nos quedábamos nos regaló a mí y a mis amigas un vale obsequio en esa cafetería que pronto dilapidamos en pan de jengibre y pepper mint moka (cosa que no he visto que acá hagan, pero deberían). Ahora es medio ritual que si paso por uno y hay poca gente, entro. ¿De qué pequeños placeres nos privamos porque no forman parte de las tradiciones familiares? ¿Cuánto cuestan los propios permisos para encarar las pequeñas empresas (y también las otras)? Reflexiones nivel 20 de diciembre, estimados. Es lo que hay.





Los homosexuales "viven con absoluta tranquilidad", dijo Macri en una entrevista, y agregó que la sociedad qatarí "está evolucionando muchísimo".
"Hay altísima homosexualidad en Qatar, y ellos viven ahí, yo he estado con varios, y me han dicho que no tienen ningún problema. No se hace ostentación, no se hace un tema, pero ellos viven con absoluta tranquilidad, nadie tiene ningún problema, nadie tiene ningún conflicto".
Bastante tenemos con la política local como para meternos con la de al lado, pero ¿no es mucho? Después de lo del posible tráfico de influencias de Qatar en el Parlamento Europeo parecería que algo huele mal en muchos lados, que con plata todo se puede y que estamos (todavía) infinitamente lejos de reconocer y respetar los derechos humanos sin ponerles un "excepto...". Y ni hablemos del "no se hace ostentación", que huele al más rancio "si no se sabe no pasa nada".
Triste. Una especie con tanta potencialidad y que terminemos siempre estrellándonos contra el más vil de los materialismos.
 



Domingo final y con latidos
1. La mañana
La Feria de Tristán Narvaja estaba especialmente hermosa este domingo. Fiel a mi etapa señora me dediqué a comprar quesos, frutas y tierra para plantas, huyendo de la zona libros (a la que trato de no visitar en tanto no lea algunos de los muchos que aguardan en mi casa). Busqué sobrecitos de comida de gatos para mis viejos pero no, porque los felinos de Cerro Largo son bastante exquisitos y no les conforma cualquier gusto (“solo atún, pollo o cordero”, me habían aleccionado más temprano). Una persona que casi no conozco fuera de lo virtual me interceptó mientras caminaba y me dijo que me quedara con el gato lindo, que no importa la otra familia, que él es el que decide (cosa en la que estoy tan de acuerdo que en verdad ya lo había dejado solo en casa, haciendo una especie de siesta matinal en la cocina).
2. El mediodía
Fui siguiendo el partido de a ratitos, mientras veía videos con historias de vida interesantes en youtube. Después (cosa rara) me tiré a dormir una siesta.
3. La tarde
A las cinco me despierto con los golpes de mis viejos a la puerta. Traen carne para el gato lindo. Trato de explicarles que no me lo van a malcriar, que en esta casa soy yo quien decide y un largo etc., del que mi viejo debe haber entendido más que mi madre, que es un bicho porfiado y difícil de disuadir cuando se le mete un propósito en la cabeza.
Salgo para las canteras: las paradas están repletas porque no hay buses y los pocos que hay no paran. La calle es un mar de gente. Combino un Copsa, un Cutcsa, un taxi y quince cuadras a pie hasta el Montevideo Late. Ríos de personas avanzando hacia el Parque: aquello parecía la Reveillon de Copacabana.
Cuando llegué estaba empezando El Kuelgue; la cantidad de gente era amable y pronto encontré a mi amiga y a unos diez estudiantes del IAVA (varios de ellos de los más queridos), cada uno con sus amigos. Abrazos, charlas, promesas de seguir en contacto. Poco a poco fue cayendo la tarde, hermosa y primaveral como pocas.
4. La noche
Cuando iba por la mitad Zeballos (música urbana, interesante) decidimos irnos, porque aunque nos gusta La Vela el toque se estaba poniendo intenso (por la cantidad de gente). Caminamos cuatro o cinco cuadras interminables dentro de la zona del recital y después continuamos a contramano de las multitudes que seguían llegando y llegando por la zona de las canteras. Eran las nueve y media, La Vela arrancaba a las nueve, pero aquello no paraba.
Llegamos a Facultad de Ingeniería: ¿dónde era que estaba el auto? Ah, sí: al lado de una palmera gorda y una extraña estructura de cemento con forma de arco de balneario. ¡Ahí lo vimos! Ahí, con un Chevrolet Celta SCY66007 rojo bloqueándonos la salida. Imposible mover el auto: cero margen de maniobra. Ni un cuidacoches a la vista; el señor veterano que había cobrado por adelantado sus $100 ya no estaba a la vista. Nadie a quien pedir ayuda. El paisaje era un mar de autos vacíos. Miramos el teléfono de la grúa y vimos que solo trabajaban hasta las ocho. Según el Live de TV Ciudad la Vela recién estaba arrancando, así que entramos al auto y nos dimos cuenta de que el recital también se podía oír en vivo, si el viento estaba de nuestro lado.
Charlas.
Historias escuchadas en la radio.
Mensajes con amigos fuera de la Zona Auto.
Planes de venganza.
Pequeños diálogos con personas que pasaban y no podían creer la situación.
Expectativa ante cada ser que aparecía en el horizonte.
Y nada.
A las dos horas y media (La Vela había terminado, eran las doce y algo) aparecen dos péndex, que al principio se dan cuenta de la situación y se quedan del otro lado de su auto, conversando. Después uno toma la palabra:
_ ¿Necesita que le mueva el auto?
Mi amiga medio que explota. Él dice que el cuidacoches le dijo que lo dejara en ese sitio. Se le explica que no puede trancar a otro por más que se lo diga el cuidacoches. Él pregunta si somos inspectoras, al final mueve el auto y nos vamos. Se acaba de salvar de que le desinflemos las dos ruedas por tarado (cosa que íbamos a hacer si aparecía primero el del auto azul de atrás).
Y así terminó el domingo.




Nos fuimos de paseo. No muy lejos: media cuadra. En el SUM había un festival por los 40 años de la cooperativa y allá fuimos. El Cele se portó bien, y eso que se quedó hasta las nueve, cuando en general se acuesta siete y media. Vieron a Petru,  escucharon el coro de veteranas del barrio y se fueron a su casa. Mi madre se habría quedado, pero cuando él empezó a repetir cosas y a decir que aquello no tenía gracia y que quería irse a dormir ella hizo un gesto de resignación, saludó a un par de vecinos y emprendió el cortísimo camino del regreso. Algo es algo, en todo caso. 

Yo los acompañé y después me volví al SUM. No es que me muera con los mariachis ni con las danzas folklóricas, pero está bueno mantener los lazos con la comunidad en la que vivo desde hace 40 años. 

Se dice muy rápido. 

Se vive distinto. 

Buenas noches.



A las seis de la mañana el gato nuevo (todavía para mí innominado) me despierta refregándose contra la persiana de mi cuarto y maullando como si estuviera muerto de hambre. 

Le abro, bajo la escalera medio entresueños y con el bicho metiéndoseme en los pies, le doy comida, vuelvo a la cama. A los cinco minutos reaparece en el dormitorio, se sienta sobre la notebook, me pestañea un par de veces y se instala a lavarse a mi costado. Pienso que con un gato moviéndose a la altura de mis rodillas voy a soñar con barcos o con carreras, pero no: compro pascualina en un almacén de Nueva York, fotografío cúpulas y playas en Barcelona y termino en Waikiki tomándome un cóctel sobre la playa a la hora exacta del atardecer.

Yo creo que este gato me hace bien. 

No sé si para convivir las 24 horas, pero un par de visitas al día, como ahora, me hace bien. Igual que con los padres, las parejas y los amigos: me acabo de dar cuenta de que estoy seteada para las micro convivencias. 

Buenos días, feliz fin de semana y todo eso.




Parece que hoy me alargué la vida

Estaba en el hall de un centro educativo con una de mis amigas.  La última clase del año estaba a punto de empezar, y mientras charlábamos oíamos las conversaciones de cuatro o cinco alumnas desde afuera. Una decía que el peinado cortito que se había hecho el año pasado mi amiga era patético y ojalá no se lo volviera a hacer de nuevo. Nosotras nos reímos y nos preguntamos si tendríamos que hacer algo para que las chicas supieran que estábamos ahí y tal vez pudiéramos oír su charla. En eso tocó el timbre, y cada docente se fue con un grupo de estudiantes, cuatro o cinco, a comentar las notas finales. Yo me dirigí al piso de arriba en el ascensor, pero no tenía alumnos. 

En la secuencia siguiente me había muerto. 

Empezaba a tomar conciencia (en total paz) de que la instancia anterior había sido la última vez que me reí por algo, que las voces de las chicas eran las últimas que había escuchado. Yo estaba medio tirada en el patio, de alguna forma veía la luna reflejada en un charco de agua en el piso (era de tarde pero había luna) y pensaba que era la última vez que podría verla. ¿Y si trataba de sacarle alguna foto? ¿Podía seguir maniobrando los objetos? 

En eso un muchacho, que sabía que yo estaba muerta, trató (medio morboso) de sacarme una foto. Me estiré de golpe para darle un susto, pero el pobre pegó un salto y quedó desencajado. Me dio lástima.

_ No estaba muerta, era una broma. –dije, y me fui caminando hacia un salón. 

Pensé que capaz que con eso estaba malgastando la poca energía de movimiento que me quedaba; en adelante iba a tener que ser más cuidadosa. 

Y ahí desperté.




Seis menos veinte el nuevo empieza a llorar en la ventana de mi dormitorio. Después que lo entro come, come, come, recorre la casa y marca todos los rincones refregando su cabeza contra paredes y muebles. Sigue comiendo. Hace unos mimos. Pretende acercarse a la vecina mayor a través del vidrio de la cocina (con el consiguiente riesgo para las plantas, a una de las cuales -ciboulette- entré ayer de noche porque hormigas o caracoles casi casi casi la habían liquidado). Lo saco al frente con artimañas de platos y ruido de comida, pero a los dos minutos aparece maullando en el fondo, hasta que (por aquello de la lluvia, y para que se deje de despertar a los vecinos) le abro la ventana para que pueda entrar de nuevo. La felina mayor me mira con cara de “¿qué hace, señora? ¿Se está dejando presionar por este péndex?”, pero no le doy corte, porque ya tengo asumido que hay algunos que me pueden, especialmente cuando son bellos y dulces.

Buenos días.



Micro misterio en Arbolito

Ayer estaba arrancando hojas secas del costado de mi casa cuando un elemento inesperado me llamó la atención: había una bolsa celeste de basura prolijamente apilada contra el muro del fondo, una bolsa con pastos y ramitas, probablemente producto de la barrida del pasillo por parte de alguna de mis vecinas. Lo raro es que la hubieran dejado junto a mi casa, cosa que ninguna de las dos nunca ha hecho, aunque tanto la de la derecha como la de la izquierda son señoras mayores, que bien podrían haberse olvidado de retirarla una vez terminada la limpieza. 

_ Ah, tengo que tirar la bolsa que alguien me dejó ayer en el costado. -comenté hoy distraídamente mientras estaba de visita en lo de mis viejos. 

Al rato ellos vinieron hasta casa a buscar unos almohadones que les había comprado y cuando se iban mi vieja preguntó si la bolsa  seguía ahí. 

_ Sí, mirá: es esa celeste. -contesté. 

Ella se acercó a mirarla.

_ ¡Esa bolsa es nuestra! Dice "Casa Mario", que es un comercio de Río Branco...

Y ahí entendimos: cuando mi viejo se perdió el lunes de tarde no había llegado a tirar la basura. Por alguna razón que le sonaría lógica la dejó en mi costado y después perdió el camino de la vuelta. Mejor así, quizás: no había llegado a ir muy lejos. Probablemente asumió que (al igual que en la laguna) la basura se dejaba a una media cuadra de su hogar. En fin. 

Micro misterios de verano, estimados. Sospecho que van a ser cada vez más frecuentes. No pidan tramas más complejas, que las neuronas no están para Raymond Chandler (ni siquiera para Ágatha Christie).

Buenas tardes.





Si fui flojo, si fui ciego, 

solo quiero que comprendas


el valor que representa 

el coraje de querer.

Fue solo una hora, de ocho a nueve. Yo no tenía ni miras de ir, pero ocho menos diez vi un posteo en las redes de la Sala Lazaroff, cambié las ojotas por sandalias, manoteé la tarjeta STM para la vuelta y allá fui. 

“Bailá con tu Filarmónica” se llama el espectáculo, que mañana va a Paso de la Arena y pasado a Peñarol. Una docena de músicos, cuatro cantores (dos hombres y dos mujeres) y una treintena de parejas de baile, muchas de las cuales asistieron todo el año a la milonga de los martes en el marco de Esquinas de la Cultura (que se repite en 2023).

• Muchísima gente.

• Un señor veterano a mi costado se cantaba todo.

• La que estaba sentada a mi derecha no aplaudió nunca y estaba molesta porque a veces alguien se le paraba adelante y la tapaba, pero cuando quise pararme en el murito en el que estábamos me dio la mano y me ayudó sin decir una palabra.

• Una pareja de bailarines hermanos fue muy emotiva: él en silla de ruedas, de la que se levantó varias veces para dar unos pasos de baile por la pista.

• Muchos señores con sombrero.

• Todas las señoras con zapatos de tango.

• Casi no hubo diversidad salvo al final, cuando dos muchachos reivindicaron los orígenes del tango y se pusieron a bailar juntos (y muy bien).

• Esto fue a seis cuadras y diez minutos de mi casa, en la Curva de Maroñas. 

 • Tanto la Sala Lazaroff como Esquinas de la Cultura y la Filarmónica dependen de la Intendencia de Montevideo.

¡Qué me van a hablar de amor!




Nancy vive hace veinte años en el Polonio con su marido, 2 hijos, 6 perros, 16 gatos, un pavo (solito, porque hace un tiempo a la pava la mataron las abejas) y un número indeterminado de conejos, gallinas, ranitas, sapos, garzas, gaviotas, peces, renacuajos y bichitos de luz. 

_Acá todo era arena. -cuenta, mirando el verde de sus jardines alrededor de la casa- Yo acampaba ahí atrás y de tardecita me sentaba en la duna a pensar cómo iba a ser mi casa. 

Nancy vive a un kilómetro del pueblo pero va muy poco. Verduras no necesita (tiene de todo) y si es por charla los vecinos de la península dos por tres caen a tomar una cerveza helada y a mirar el mar con la silueta del faro en una punta. 

_El invierno a veces se hace largo… -dice uno de esos amigos antes de quedarse en silencio apoyado en la baranda.

La población estable del Polonio no pasa de 150 personas. A veces los vecinos se juntan para tareas comunitarias, como empujar una ballena encallada o reunir los gatos sin dueño para poder operarlos. Por la playa pasan de vez en cuando camiones con turistas o camionetas de comerciantes que llevan al pueblo los insumos necesarios para locales y ajenos. Un par de veces al año la cañada no da paso y los pasajeros deben bajarse antes y caminar el trayecto aunque sea bajo la lluvia. Los hijos de Nancy, en todo caso, siempre terminan el año con cero faltas, porque les encanta ir a estudiar aunque salgan de su casa a las seis de la mañana.

_ El liceo de Castillos es muy lindo y a ellos siempre les dieron el certificado de cero faltas. -dice, y agrega: -Ahora con esto de que las faltas no cuentan no sé…

Este fin de semana hizo 39 grados a la sombra pero en la terraza, al decir de los amigos, “siempre hay aire acondicionado”. El Polonio tiene una energía propia y a veces los pronósticos de lluvia se convierten en tres días de sol sin nubes. Cosas que pasan.

_Últimamente se están rodando películas. -dice Nancy- Películas y documentales, ya van como cinco. Hace unos días tenían un despliegue de luces que no dejaban ver las noctilucas. 

Por la noche la oscuridad compite con las luciérnagas, con la luminosidad de las olas y la luz del faro cada once segundos, sin contar con la bola roja que sube desde el horizonte algunos días. 

Y así podría seguir y seguir escribiendo, si no fuera porque ya estoy en Montevideo y la primera reunión de profesores está a punto de empezar. 

Buenos días.




Comienza a maullar ni bien escucha que me muevo, aunque aún no sean las seis de la mañana. Come como una bestia. Olfatea cada rincón, tira cosas al suelo y juega con las cortinas. Si lo saco pide para entrar de nuevo, y en la jugada se termina colando la vecina. Me toman la casa por un rato, hasta que logro sacarlos y se quedan jugando y tratando de cazar pajaritos en el frente. Yo me tiro de nuevo (pues vacaciones) y descubro (horror de horrores) que con tantas idas y vueltas ahora tengo un mosquito zumbándome en los oídos. 

Martes 13. 

Buenos días.




A veces pienso que por fuera soy sociable, coherente, integrada a la sociedad, relativamente inteligente y con dos o tres áreas en las que puedo llegar a defenderme. Por dentro, en cambio, soy un tanto inadaptada (no en el sentido bueno de rebeldía contra un mundo injusto: inadaptada de incapaz, solamente). Me cuestan los trámites digitales, estiro hasta el límite todo arreglo de la casa para no tener que llamar a nadie, olvido las caras de las personas (aunque no las de sus mascotas) y de solo pensar en ponerme en pareja me agarra un cansancio existencial que paraliza cualquier iniciativa. 

¿Dónde termina el límite de la “normalidad” saludable? ¿Cuándo empieza uno (una) a emitir señales de que las neuronas ya no tienen la plasticidad de otros tiempos?  

Cuando mi viejo empezó con el desequilibrio (al que le decimos alzheimer pero quizás es demencia senil, porque no hay manera de llevarlo al médico) con mi madre miramos hacia atrás y empezamos a decir cosas como “claro… te acordás que una vez…”, “esto se veía venir”. Después todo se aceleró y su cerebro se vino abajo. 

_Es una distracción, a todos nos puede pasar… -dice hace un rato, mientras mi madre me cuenta que lo dejó solo en el frente unos minutos y se le fue a tirar la basura al contenedor más cercano, que queda a una cuadra y media. A la vuelta golpeó en una casa y preguntó: “¿Yo vivo acá?”. “No, pero vivís cerca, yo te llevo”, contestó la vecina (porque acá nos conocemos). 

Y por eso así estamos, estimados. Con el estómago hecho un nudo, con ganas de ponerme a llorar en el 405 que tomé para ir a hacer mandados lejos (bien lejos) y con la angustia de sentirme lúcida pero sabiendo que no voy a darme cuenta si algún día dejo de estarlo. Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Llegaremos a encontrar una cura? ¿Cómo saber si en verdad somos tan “saludables” como nos sentimos o (nos dicen que) parecemos estar? 

No hay respuestas. 

Y así estoy. 

(La Dirección de este perfil aclara que este post tiene función catártica, que no busca alarmar a nadie y que si se cruzan a Peluffo no le digan que me embola arrancar desde cero una pareja, porque siempre hay excepciones)





39 grados a la sombra… Al sol el termómetro marcó 52, pero debe hacer más (no lo dejaron subir al tope  porque podría romperse.




Duda existencial: ¿qué hace un muchacho caminando por la playa de La Calavera con barbijo?? Una docena de caminantes por km, eeen fin…




Cuando iba bajando a la playa me distraje con las maniobras de uno de los gatos barcinos de la casa,  que acechaba a unos pajaritos en la cañada.  Después vi algo oscuro con un cuello largo y dije: una víbora, pero no. Era una tortuga que apenas me vio se metió en su caparazón como diciendo que no quería fotos. Le saqué una de lejos, para no estresarla, y a la vuelta ya no estaba. Suponemos que vive entre las plantas de la cañada, aunque Nancy (la dueña)  dice que capaz que se entierra (por el calor). Ampliaremos.




Vengo para presumir de la vista de mi habitación (claramente no de mi foto de la luna casi llena, que fue increíble pero el registro deja gusto a poco).
Las ranitas siguen canturreando. Los bichos de luz ya se fueron. Hay siluetas de gatos cazadores en busca de insectos y ranas. Hubo una pizza muy rica. El pueblo se ve iluminado. Hoy vi un par de jeeps que avanzaban al grito de “¡Argentina!”. Es mi primera vez en un Polonio verde. Buenas noches.




Cae la tarde sobre la posada: las ranas de la cañada hace rato que entonan su sinfonía fusionada con las olas y el viento (aquí agregaría “sucundún sucundún”, pero no es cuestión de andar revelando edades). Los gatos de la casa andan buscando presas pequeñas entre las plantas, los sapos esquivan humanos y las mariposas nocturnas tratar de meterse donde hay luz. La humana recién llegada oscila entre comer algo o quedarse tirada oyendo el concierto de la naturaleza después de un día de viajes y caminatas. El colchón es muy cómodo. Ampliaremos.




Historias mínimas de bus
1. La chica que va sentada conmigo es de lo más fastidiosa. Hizo al de adelante enderezar su asiento para pasar, trató de callar a las del costado (que charlan en voz baja) y no encontró acomodo en los primeros 200 km del viaje (hasta que se vació otro lugar y me cambié).
2. Terminal de La Paloma: un extranjero pregunta si vamos a La Pedrera, le dicen que no puede subir sin boleto y él deja todas sus cosas en un banco y se dirige lentamente a la agencia de Rutas del Sol. Paso por paso, aunque es un hombre sano y podría ir más veloz. Al final demoró tanto que nos fuimos sin él.
3. Un veterano flaquito sube en La Paloma, le cortan el boleto, recorre dos metros de pasillo y decide bajarse. Parece que hay mucha gente, aunque hay asientos vacíos (por ejemplo junto a Miss Fastidio). El chofer le dice que va a perder el boleto. El hombre vuelve a entrar y se baja 10 km más tarde (en La Pedrera).
4. Al fondo del ómnibus viene un docente kamikaze con una docena de adolescentes. 
5. Algunos miran el partido.
6. Yo me entretengo escribiendo.
Buenos días.




Una chica que hizo la prueba hoy no vio que ya le había enviado el resultado y me preguntó por mail cómo le fue. Le contesté brevemente y ya estaba por darle “enviar” cuando vi que el corrector del teléfono había puesto: “Sí, te pasé por Fea”. ¡Era por Crea, señor, por Crea!!! 
Debo revisar lo que envío antes de darle click.  Debo revisar lo que envío antes de darle click.  Debo… etc.



Recreo. Me cruzo a un alumno de quinto. 

_Profe. 

_Daniel. ¿No estás en el pong pong?

_No, ya no. Le han sacado la red. ¿Fue usted?

_ ¿Yo? No… ¿Por qué iba a hacer eso?

_Porque usted odia el ping pong.

_ Yo no odio el ping pong: no quería que llegaras tarde a clase por quedarte jugando.

_ Ah.

Daniel tiene un sentido del humor sutil y delicado; sonríe durante medio segundo y se va con su atuendo de basquetbol y sus dos metros de altura hacia el otro patio, a ver si encuentra algo con que sobrellevar el síndrome de abstinencia del ping pong, en tanto yo me dirijo hacia un café bien caliente para acompañar la mañana de verano. 

Y en eso estamos.





7.30 de la mañana del último día de clases; hay dos estudiantes en el salón para hacer la última prueba: Pablo y Juan Manuel. A los cinco minutos aparece Victoria, que ya aprobó la materia. Pide permiso y se sienta en la primera fila. Pablo se la queda mirando: 

_ ¿No viniste nunca en hora y hoy llegás temprano?

_Es que tengo que hablar con la de Inglés. ¿Vos tenés el teléfono? 

_Profe -a mí- ¿Le puedo dar mi celular para que lo busque?

_Sí. 

_Fijate, donde dice “profe”.

Victoria empieza a recorrer la agenda. 

_ ¿Es Mariela?

_ No, esa es Literatura.  La de Inglés no sé como se llama: yo siempre le digo Inglés.

Saludos de Literatura, estimados. A siete horas de volver a ser Mariela. 




Vengo de ver un espectáculo en la Lazaroff y busco info en internet: "El flamenco es un arte originario de Andalucía que aúna varios elementos como son el baile, el canto y la guitarra. Fruto del mestizaje cultural gitano, árabe, cristiano y judío, el flamenco es, hoy en día, un arte reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad". 

Lo que acabo de ver no tenía bailaores pero sí música en vivo, y estuvo excelente. Vuelvo a casa recordando las películas de Saura, la belleza atemporal de Joaquín Cortés y la voz de un andaluz de quien mis amigas y yo estuvimos enamoradas un verano de hace ya algunos años. 

Qué ganas de volver a Andalucía. 

La Alhambra, las tapas, los gitanos, los patios con macetas floridas, las veredas dibujadas con piedrecitas del río. No tengo ni el más leve rastro de sangre andaluza corriendo por mis venas pero fue pisar Granada y sentirme como en casa. Cierto que los gitanos casi nos dan unos tostones por querer colarnos a su fiesta y que hubo un boliche al que entramos y salimos porque los niveles de territorialidad y testosterona expulsaron ipso facto a los hombres de mi grupo, pero igual. 

Qué ganas de volver a Andalucía y subir a la Alhambra oyendo el agua que corre entre las piedras. Cierto que una gitana me maldijo porque no le di pesetas (fue en el verano de 2001 y aún no corrían los euros), pero igual. 

Qué ganas de volver a Andalucía.




Acabo de ver esta lista en Tw: YA salgo a hacerme un tatuaje, porque me molesta esa cruz roja entre tanto tilde verde. ¿Alguien tiene homogeneidad completa de verdes o de rojos? 😊 

Terremoto  ✅ (temblorcitos apenas perceptibles en Florencia y Honolulu)

Cirugías ✅ (maldita sombrilla voladora)

Huesos rotos ✅ (pulgarcito izquierdo)

Ser hospitalizado ✅ (varias veces)

Piercing ✅ (¿agujero de caravanas cuenta?)

Tatuaje ❌ (ni de henna)

Perder móvil ✅ (y me lo devolvieron, 2 veces)

Ver nevar ✅ (Navidad blanca en Minnesota)

Viajar fuera del país ✅ (ya es tiempo de reincidir)

Ir a un concierto ✅ (¿alguien no?)

Ganar una medalla ✅ (una lapicera Parker en Olimpiada Estudiantil, 1980)

Pelear a golpes ✅ (con mis primas a los seis años)

Dar clases ✅ (desde que tenía nueve y ayudaba a unas vecinas)

Viajar en ambulancia ✅ (una vez el Semm me hizo ir por un dolorcito de nada)

Viajar en coche patrulla ✅ (era estudiante del Ceipa en conflicto y me pescaron repartiendo volantes)




Antes de preparar el desayuno miro distraídamente por la ventana de la cocina: el fondo había sido durante la noche un escenario de guerra. Había cinco macetas dadas vuelta, plantas desenterradas, otras cortadas o con las puntas de sus hojas mutiladas. Hoy me entero que lo que ocurrió fue un sismo (o varios). Mientras junto pedazos de plantas y enderezo macetas agradezco al destino porque la gata ardillita, que suele bajar a mi patio, no resultó lastimada con el evento. Fue un sismo. Los mechones de pelo color marrón y beige que aparecieron deben habérsele caído como consecuencia del estrés, y la caca de gato en el  espacio entre las macetas dadas vuelta seguramente tuvo que ver con el miedo felino, pobre bicho. Los ruidos de pelea y maullidos que escuché entre sueños solo fueron solo producto de mi imaginación: aquí lo que pasó fue un sismo. 

Ah... ¿el sismo fue en Florida? ¿Hace unos días? 

...

Oooom. Y té de tilo. 

Lo demás son palabras que no dejan publicar por estos lados.

Buenos (?) días.




Oooooo… tururuturu…🎵

Con voz gutural, profunda, continuada.

Oooooo… tururuturu…Oooooo…🎵

Con voz de sexagenario reposado, sin estridencias.

Oooooo… tururuturu…🎵

Sin detenerse más que para contar boletos o pedir el asiento para alguna viejita o persona con niños. 

Oooooo… tururuturu…Oooooo…🎵

Bienvenidos al 103 de la mañana.





Vengo en el ómnibus rumiando pensamientos negativos: la reforma es un desastre, y no estamos sabiendo cómo explicárselo a quienes no tienen nada que ver con ella. 

Llego al liceo y veo estos carteles. Los pensamientos negativos se llaman a silencio por un rato, hasta que voy al salón y me encuentro con un vacío no por previsible menos desalentador.  

Me instalo en la sala de profes: la comunicación humana reconforta y por un rato parece que podríamos llegar a cambiar algo. Cruzo a comprar un café y veo a cuatro personas que duermen o acaban de levantarse de sus camas en la vereda. 

Salgo a leer en un banco del patio hasta que llegue la hora del segundo grupo.  Me encuentro a cuatro ex alumnos que no se fueron a repechaje en ninguna materia pero vienen para acompañar a sus amigos poco estudiosos.

Esta es una mañana en permanente subibaja (y creo que no alcanza con un café para mitigar sus efectos).

Buenos días.




Voces de la feria

_Disculpen, ¿no tendrían cien dólares para darme? (Un señor llamando la atención en una esquina)

_Estudien, niños, estudien o van a terminar siendo unos payasos. (Un payaso haciendo globos con forma de  animales para divertir a los niños)

_ Pasaportes, ¿quien quiere pasaportes? (Un ex alumno del IAVA militando y repartiendo folletos de la 609)

_Hola, quiero esta suculenta. Y esta otra. Aquella también. (Adivinen…)




_Sai du corpo de ele, sai du corpo de ele… ¡Sai d’aquí Satanás!!!

Paso por un templo carismático y me invitan a entrar pero no me animo, en parte porque sospecho que no les gustaría que empezara a sacar apuntes de lo que hacen, así que aquí estoy, oyendo la “ceremonia” desde la parada del ómnibus. El señor con acento brasilero grita y grita. Al rato sale alguien formalmente vestido y sube a un autazo rojo; el hombre que está invitando a los transeúntes que pasan lo acompaña, le abre la puerta y se queda junto al auto hasta que arranca. Me siento en una (mala) película de Olmedo en los 80’ y lo único bueno es que por ahora nadie acepta la invitación. Por ahora.



Hoy hice varias cosas que a las arañas del fondo no les deben de haber caído bien. Rescaté a una abeja enredada en una tela, por ejemplo (en la ecuación araña/abeja siempre va a perder la araña, tanto como en la disyuntiva cazador/presa siempre defenderé al más débil). Durante la limpieza a fondo que hice hoy del galpón desarmé y barrí cientos de telas que colgaban de techo y paredes, y cuando estaba terminando sin querer le toqué el culo a una araña marroncita que estaba pegada a la pared y parecía un caracol. 

Hice muchas cosas anti-araña esta jornada; quizás por eso cuando salí a ver si había caracoles entre las plantas y de pronto me enfrenté con un prodigio de la tejeduría aracnoide decidí volver a entrar silenciosamente a mi casa y no molestar a la cazadora. No vaya a ser que la dueña de la tela resulte ser rencorosa y la humana de repente termine telarañada, picada y (en cualquier caso) disuadida de realizar futuras jornadas de limpieza hogareña. 

Mañana será otro día (y ahí evaluaremos la situación). 


Día semianual de limpieza del galpón. Capten que la gata ardilla acompaña la tarea y descansa en la zona ordenada en tanto la vecina barcina prefiere (sabiamente) esperar por su almuerzo en la cocina. El patio, entre tanto, se va convirtiendo en un galpón (a tirar) a cielo abierto, en tanto la humana exhibe sin pudor su mano negra y descubre que ahora (y por un rato) tiene los ojos verdes. Cosas que pasan.



Vengo del almacén a media cuadra de mi casa con una tónica y un paquete de galletitas en una mano y un bidón de agua en la otra (para compensar los vicios, que a su vez fueron para compensar que acababa de cortar -a tijera, como en los viejos tiempos- el pasto de dos casas). 

Una vecina que durante décadas me dijo Sandra y hace unos meses arrancó a saludarme por mi nombre me interpela en la vereda: 

_ ¡Cómo se ve que sos joven! Yo con esa carga vendría dobladita...

_ Ah, pero no creas que pesa mucho.

_ Sí, m´hija, pero yo ya ando por los ochenta y no puedo cargar peso. 

_ ¿Ochenta? ¡Pensé que tenías mucho menos! 

La vecina sonrió un segundo, pero siguió caminando encorvada por el peso de los años. Intercambiamos el par de frases de rigor en estos días ("vi que volvieron tus viejos, ¿cómo andan?, ¿estás contenta?, se los ve bien"), nos despedimos y ella siguió su camino. Dos casas más adelante fue saludada por el vecino que hace poco cumplió 93. Él estaba sentado en el murito, prolijo como siempre, con sus ojos azules y su abundante cabello blanco, reposando al sol de la mañana. 

_ ¿Cómo le va, chica?- saludó a la veterana, que mágicamente enderezó la espalda y desplegó una sonrisa antes de contestar que bien, todo bien, por suerte. Lindo día, ¿no?

Desde atrás de mi ventana sonrío con aire de "lo sabía". Hay fórmulas que nunca fallan, y el vecino de 93 también lo sabe. 

Buenos días.




En Mundo Padre hoy cambiaron la bandera por otra “para cambiar la suerte”. Decime de donde saco mi pensamiento mágico... 🙂

*también querían que me quedara a ver el partido (porque a los otros no los vi), pero ahí el pensamiento mágico choca con la falta de interés y aparece el racionalismo para justificar mi partida. Una usa la magia o la razón cuando mejor le conviene, como siempre.

Y en eso estamos.





El regreso del gato pródigo. 

Estaba perdido, después tuvo dueños y ahora parece que hay una especie de tenencia compartida por la cual la criatura (desde hoy con collar rojo) desayuna en mi casa y se va con los otros (quizás a por una segunda colación). 

Este es un arreglo que me parece conveniente, señor juez, no ha lugar a objeciones. En este hogar (en lo que refiere a los felinos) apostamos al poliamor. Comuníquese, archívese, etc.




Salgo de casa desafiando a la tormenta que se viene; esta tarde hay una protesta que no admite ausencias. Voy simbólicamente de luto por la educación que estamos perdiendo (como tantas cosas) y en la segunda cuadra me cruzo con alguien que también viene de negro: un flaco alto de unos veinte y pico que me mira, instala en su rostro una sonrisa y cruza a darme un abrazo. 

_Pará que estoy un poco perdida- dije, en un raro alarde de sinceridad ante ese tipo de situaciones- ¿Quién sos?

_Soy Eros.

_¡Eros!! 

No solo el nombre inusual me llevó al recuerdo de un ex alumno entrañable del 30: la voz siempre funciona como potente activador de la memoria. En realidad el muchacho estaba igual, pero ya se sabe que el registro de las caras no es lo mío. Nuestra charla duró medio minuto: yo me iba a la parada y él a cumplir con sus tareas de padre, así que nos separamos con una frase a dúo: 

_¡Que lindo verte!

Y seguí mi camino hacia el Palacio, a protestar por una reforma de la educación que puede hacer mucho daño pero seguro va a durar mucho (pero mucho) menos que los lazos de afecto que entretejen nuestras aulas. 

Buenas tardes y que (por un rato) no nos llueva. 




Novedades

*La criatura a rayitas insiste en seguirme.

* La criatura a rayitas es en realidad un gato castrado, se llama Tom y es de unos jóvenes que ayer vinieron a buscarlo, quedaron felices de reencontrarlo y se lo llevaron abrazado hasta su casa.

* La criatura a rayitas (que me niego a llamar Tom) hoy a las seis estaba pidiendo comida en mi puerta, como siempre. 

Fin de las novedades (por ahora).




Salgo de casa por la tarde: la gata nueva me sigue casi una  cuadra maullando y maullando entre mis pies. Hemos caminado muchísimo y no da señales de dar vuelta. Desando el camino hasta que encuentro a dos viejitos que vienen de hacer mandados y aceptan quedarse en la puerta de casa y distraerla hasta que me voy de nuevo y esta vez no soy seguida. 

Yo creo que (además de rencontrar a mis viejos en la cotidianidad de la proximidad geográfica) en estos días he sido adoptada por la gata vocalizadora. Otra cosa que creo es que a partir de  mañana (y por unos días) voy a salir de casa con un pequeño disuasor de acompañantes (vulgo aspersor de agua). He tenido perros perseguidores pero nunca gatos (la vida te da sorpresas… ay, dio…).

Saludos desde un ómnibus que avanza a fuego lento por la tarde calcinante. No veo la hora de bajar y comprar un café caliente.

Buenas tardes..

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