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jueves, 15 de diciembre de 2022
Historias sin por qué
viernes, 2 de diciembre de 2022
Diciembre de 2022
Nos fuimos de paseo. No muy lejos: media cuadra. En el SUM había un festival por los 40 años de la cooperativa y allá fuimos. El Cele se portó bien, y eso que se quedó hasta las nueve, cuando en general se acuesta siete y media. Vieron a Petru, escucharon el coro de veteranas del barrio y se fueron a su casa. Mi madre se habría quedado, pero cuando él empezó a repetir cosas y a decir que aquello no tenía gracia y que quería irse a dormir ella hizo un gesto de resignación, saludó a un par de vecinos y emprendió el cortísimo camino del regreso. Algo es algo, en todo caso.
Yo los acompañé y después me volví al SUM. No es que me muera con los mariachis ni con las danzas folklóricas, pero está bueno mantener los lazos con la comunidad en la que vivo desde hace 40 años.
Se dice muy rápido.
Se vive distinto.
Buenas noches.
A las seis de la mañana el gato nuevo (todavía para mí innominado) me despierta refregándose contra la persiana de mi cuarto y maullando como si estuviera muerto de hambre.
Le abro, bajo la escalera medio entresueños y con el bicho metiéndoseme en los pies, le doy comida, vuelvo a la cama. A los cinco minutos reaparece en el dormitorio, se sienta sobre la notebook, me pestañea un par de veces y se instala a lavarse a mi costado. Pienso que con un gato moviéndose a la altura de mis rodillas voy a soñar con barcos o con carreras, pero no: compro pascualina en un almacén de Nueva York, fotografío cúpulas y playas en Barcelona y termino en Waikiki tomándome un cóctel sobre la playa a la hora exacta del atardecer.
Yo creo que este gato me hace bien.
No sé si para convivir las 24 horas, pero un par de visitas al día, como ahora, me hace bien. Igual que con los padres, las parejas y los amigos: me acabo de dar cuenta de que estoy seteada para las micro convivencias.
Buenos días, feliz fin de semana y todo eso.
Parece que hoy me alargué la vida
Estaba en el hall de un centro educativo con una de mis amigas. La última clase del año estaba a punto de empezar, y mientras charlábamos oíamos las conversaciones de cuatro o cinco alumnas desde afuera. Una decía que el peinado cortito que se había hecho el año pasado mi amiga era patético y ojalá no se lo volviera a hacer de nuevo. Nosotras nos reímos y nos preguntamos si tendríamos que hacer algo para que las chicas supieran que estábamos ahí y tal vez pudiéramos oír su charla. En eso tocó el timbre, y cada docente se fue con un grupo de estudiantes, cuatro o cinco, a comentar las notas finales. Yo me dirigí al piso de arriba en el ascensor, pero no tenía alumnos.
En la secuencia siguiente me había muerto.
Empezaba a tomar conciencia (en total paz) de que la instancia anterior había sido la última vez que me reí por algo, que las voces de las chicas eran las últimas que había escuchado. Yo estaba medio tirada en el patio, de alguna forma veía la luna reflejada en un charco de agua en el piso (era de tarde pero había luna) y pensaba que era la última vez que podría verla. ¿Y si trataba de sacarle alguna foto? ¿Podía seguir maniobrando los objetos?
En eso un muchacho, que sabía que yo estaba muerta, trató (medio morboso) de sacarme una foto. Me estiré de golpe para darle un susto, pero el pobre pegó un salto y quedó desencajado. Me dio lástima.
_ No estaba muerta, era una broma. –dije, y me fui caminando hacia un salón.
Pensé que capaz que con eso estaba malgastando la poca energía de movimiento que me quedaba; en adelante iba a tener que ser más cuidadosa.
Y ahí desperté.
Seis menos veinte el nuevo empieza a llorar en la ventana de mi dormitorio. Después que lo entro come, come, come, recorre la casa y marca todos los rincones refregando su cabeza contra paredes y muebles. Sigue comiendo. Hace unos mimos. Pretende acercarse a la vecina mayor a través del vidrio de la cocina (con el consiguiente riesgo para las plantas, a una de las cuales -ciboulette- entré ayer de noche porque hormigas o caracoles casi casi casi la habían liquidado). Lo saco al frente con artimañas de platos y ruido de comida, pero a los dos minutos aparece maullando en el fondo, hasta que (por aquello de la lluvia, y para que se deje de despertar a los vecinos) le abro la ventana para que pueda entrar de nuevo. La felina mayor me mira con cara de “¿qué hace, señora? ¿Se está dejando presionar por este péndex?”, pero no le doy corte, porque ya tengo asumido que hay algunos que me pueden, especialmente cuando son bellos y dulces.
Buenos días.
Micro misterio en Arbolito
Ayer estaba arrancando hojas secas del costado de mi casa cuando un elemento inesperado me llamó la atención: había una bolsa celeste de basura prolijamente apilada contra el muro del fondo, una bolsa con pastos y ramitas, probablemente producto de la barrida del pasillo por parte de alguna de mis vecinas. Lo raro es que la hubieran dejado junto a mi casa, cosa que ninguna de las dos nunca ha hecho, aunque tanto la de la derecha como la de la izquierda son señoras mayores, que bien podrían haberse olvidado de retirarla una vez terminada la limpieza.
_ Ah, tengo que tirar la bolsa que alguien me dejó ayer en el costado. -comenté hoy distraídamente mientras estaba de visita en lo de mis viejos.
Al rato ellos vinieron hasta casa a buscar unos almohadones que les había comprado y cuando se iban mi vieja preguntó si la bolsa seguía ahí.
_ Sí, mirá: es esa celeste. -contesté.
Ella se acercó a mirarla.
_ ¡Esa bolsa es nuestra! Dice "Casa Mario", que es un comercio de Río Branco...
Y ahí entendimos: cuando mi viejo se perdió el lunes de tarde no había llegado a tirar la basura. Por alguna razón que le sonaría lógica la dejó en mi costado y después perdió el camino de la vuelta. Mejor así, quizás: no había llegado a ir muy lejos. Probablemente asumió que (al igual que en la laguna) la basura se dejaba a una media cuadra de su hogar. En fin.
Micro misterios de verano, estimados. Sospecho que van a ser cada vez más frecuentes. No pidan tramas más complejas, que las neuronas no están para Raymond Chandler (ni siquiera para Ágatha Christie).
Buenas tardes.
Si fui flojo, si fui ciego,
solo quiero que comprendas
el valor que representa
el coraje de querer.
Fue solo una hora, de ocho a nueve. Yo no tenía ni miras de ir, pero ocho menos diez vi un posteo en las redes de la Sala Lazaroff, cambié las ojotas por sandalias, manoteé la tarjeta STM para la vuelta y allá fui.
“Bailá con tu Filarmónica” se llama el espectáculo, que mañana va a Paso de la Arena y pasado a Peñarol. Una docena de músicos, cuatro cantores (dos hombres y dos mujeres) y una treintena de parejas de baile, muchas de las cuales asistieron todo el año a la milonga de los martes en el marco de Esquinas de la Cultura (que se repite en 2023).
• Muchísima gente.
• Un señor veterano a mi costado se cantaba todo.
• La que estaba sentada a mi derecha no aplaudió nunca y estaba molesta porque a veces alguien se le paraba adelante y la tapaba, pero cuando quise pararme en el murito en el que estábamos me dio la mano y me ayudó sin decir una palabra.
• Una pareja de bailarines hermanos fue muy emotiva: él en silla de ruedas, de la que se levantó varias veces para dar unos pasos de baile por la pista.
• Muchos señores con sombrero.
• Todas las señoras con zapatos de tango.
• Casi no hubo diversidad salvo al final, cuando dos muchachos reivindicaron los orígenes del tango y se pusieron a bailar juntos (y muy bien).
• Esto fue a seis cuadras y diez minutos de mi casa, en la Curva de Maroñas.
• Tanto la Sala Lazaroff como Esquinas de la Cultura y la Filarmónica dependen de la Intendencia de Montevideo.
¡Qué me van a hablar de amor!
Nancy vive hace veinte años en el Polonio con su marido, 2 hijos, 6 perros, 16 gatos, un pavo (solito, porque hace un tiempo a la pava la mataron las abejas) y un número indeterminado de conejos, gallinas, ranitas, sapos, garzas, gaviotas, peces, renacuajos y bichitos de luz.
_Acá todo era arena. -cuenta, mirando el verde de sus jardines alrededor de la casa- Yo acampaba ahí atrás y de tardecita me sentaba en la duna a pensar cómo iba a ser mi casa.
Nancy vive a un kilómetro del pueblo pero va muy poco. Verduras no necesita (tiene de todo) y si es por charla los vecinos de la península dos por tres caen a tomar una cerveza helada y a mirar el mar con la silueta del faro en una punta.
_El invierno a veces se hace largo… -dice uno de esos amigos antes de quedarse en silencio apoyado en la baranda.
La población estable del Polonio no pasa de 150 personas. A veces los vecinos se juntan para tareas comunitarias, como empujar una ballena encallada o reunir los gatos sin dueño para poder operarlos. Por la playa pasan de vez en cuando camiones con turistas o camionetas de comerciantes que llevan al pueblo los insumos necesarios para locales y ajenos. Un par de veces al año la cañada no da paso y los pasajeros deben bajarse antes y caminar el trayecto aunque sea bajo la lluvia. Los hijos de Nancy, en todo caso, siempre terminan el año con cero faltas, porque les encanta ir a estudiar aunque salgan de su casa a las seis de la mañana.
_ El liceo de Castillos es muy lindo y a ellos siempre les dieron el certificado de cero faltas. -dice, y agrega: -Ahora con esto de que las faltas no cuentan no sé…
Este fin de semana hizo 39 grados a la sombra pero en la terraza, al decir de los amigos, “siempre hay aire acondicionado”. El Polonio tiene una energía propia y a veces los pronósticos de lluvia se convierten en tres días de sol sin nubes. Cosas que pasan.
_Últimamente se están rodando películas. -dice Nancy- Películas y documentales, ya van como cinco. Hace unos días tenían un despliegue de luces que no dejaban ver las noctilucas.
Por la noche la oscuridad compite con las luciérnagas, con la luminosidad de las olas y la luz del faro cada once segundos, sin contar con la bola roja que sube desde el horizonte algunos días.
Y así podría seguir y seguir escribiendo, si no fuera porque ya estoy en Montevideo y la primera reunión de profesores está a punto de empezar.
Buenos días.
Comienza a maullar ni bien escucha que me muevo, aunque aún no sean las seis de la mañana. Come como una bestia. Olfatea cada rincón, tira cosas al suelo y juega con las cortinas. Si lo saco pide para entrar de nuevo, y en la jugada se termina colando la vecina. Me toman la casa por un rato, hasta que logro sacarlos y se quedan jugando y tratando de cazar pajaritos en el frente. Yo me tiro de nuevo (pues vacaciones) y descubro (horror de horrores) que con tantas idas y vueltas ahora tengo un mosquito zumbándome en los oídos.
Martes 13.
Buenos días.
A veces pienso que por fuera soy sociable, coherente, integrada a la sociedad, relativamente inteligente y con dos o tres áreas en las que puedo llegar a defenderme. Por dentro, en cambio, soy un tanto inadaptada (no en el sentido bueno de rebeldía contra un mundo injusto: inadaptada de incapaz, solamente). Me cuestan los trámites digitales, estiro hasta el límite todo arreglo de la casa para no tener que llamar a nadie, olvido las caras de las personas (aunque no las de sus mascotas) y de solo pensar en ponerme en pareja me agarra un cansancio existencial que paraliza cualquier iniciativa.
¿Dónde termina el límite de la “normalidad” saludable? ¿Cuándo empieza uno (una) a emitir señales de que las neuronas ya no tienen la plasticidad de otros tiempos?
Cuando mi viejo empezó con el desequilibrio (al que le decimos alzheimer pero quizás es demencia senil, porque no hay manera de llevarlo al médico) con mi madre miramos hacia atrás y empezamos a decir cosas como “claro… te acordás que una vez…”, “esto se veía venir”. Después todo se aceleró y su cerebro se vino abajo.
_Es una distracción, a todos nos puede pasar… -dice hace un rato, mientras mi madre me cuenta que lo dejó solo en el frente unos minutos y se le fue a tirar la basura al contenedor más cercano, que queda a una cuadra y media. A la vuelta golpeó en una casa y preguntó: “¿Yo vivo acá?”. “No, pero vivís cerca, yo te llevo”, contestó la vecina (porque acá nos conocemos).
Y por eso así estamos, estimados. Con el estómago hecho un nudo, con ganas de ponerme a llorar en el 405 que tomé para ir a hacer mandados lejos (bien lejos) y con la angustia de sentirme lúcida pero sabiendo que no voy a darme cuenta si algún día dejo de estarlo. Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Llegaremos a encontrar una cura? ¿Cómo saber si en verdad somos tan “saludables” como nos sentimos o (nos dicen que) parecemos estar?
No hay respuestas.
Y así estoy.
(La Dirección de este perfil aclara que este post tiene función catártica, que no busca alarmar a nadie y que si se cruzan a Peluffo no le digan que me embola arrancar desde cero una pareja, porque siempre hay excepciones)
Recreo. Me cruzo a un alumno de quinto.
_Profe.
_Daniel. ¿No estás en el pong pong?
_No, ya no. Le han sacado la red. ¿Fue usted?
_ ¿Yo? No… ¿Por qué iba a hacer eso?
_Porque usted odia el ping pong.
_ Yo no odio el ping pong: no quería que llegaras tarde a clase por quedarte jugando.
_ Ah.
Daniel tiene un sentido del humor sutil y delicado; sonríe durante medio segundo y se va con su atuendo de basquetbol y sus dos metros de altura hacia el otro patio, a ver si encuentra algo con que sobrellevar el síndrome de abstinencia del ping pong, en tanto yo me dirijo hacia un café bien caliente para acompañar la mañana de verano.
Y en eso estamos.
7.30 de la mañana del último día de clases; hay dos estudiantes en el salón para hacer la última prueba: Pablo y Juan Manuel. A los cinco minutos aparece Victoria, que ya aprobó la materia. Pide permiso y se sienta en la primera fila. Pablo se la queda mirando:
_ ¿No viniste nunca en hora y hoy llegás temprano?
_Es que tengo que hablar con la de Inglés. ¿Vos tenés el teléfono?
_Profe -a mí- ¿Le puedo dar mi celular para que lo busque?
_Sí.
_Fijate, donde dice “profe”.
Victoria empieza a recorrer la agenda.
_ ¿Es Mariela?
_ No, esa es Literatura. La de Inglés no sé como se llama: yo siempre le digo Inglés.
Saludos de Literatura, estimados. A siete horas de volver a ser Mariela.
Vengo de ver un espectáculo en la Lazaroff y busco info en internet: "El flamenco es un arte originario de Andalucía que aúna varios elementos como son el baile, el canto y la guitarra. Fruto del mestizaje cultural gitano, árabe, cristiano y judío, el flamenco es, hoy en día, un arte reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad".
Lo que acabo de ver no tenía bailaores pero sí música en vivo, y estuvo excelente. Vuelvo a casa recordando las películas de Saura, la belleza atemporal de Joaquín Cortés y la voz de un andaluz de quien mis amigas y yo estuvimos enamoradas un verano de hace ya algunos años.
Qué ganas de volver a Andalucía.
La Alhambra, las tapas, los gitanos, los patios con macetas floridas, las veredas dibujadas con piedrecitas del río. No tengo ni el más leve rastro de sangre andaluza corriendo por mis venas pero fue pisar Granada y sentirme como en casa. Cierto que los gitanos casi nos dan unos tostones por querer colarnos a su fiesta y que hubo un boliche al que entramos y salimos porque los niveles de territorialidad y testosterona expulsaron ipso facto a los hombres de mi grupo, pero igual.
Qué ganas de volver a Andalucía y subir a la Alhambra oyendo el agua que corre entre las piedras. Cierto que una gitana me maldijo porque no le di pesetas (fue en el verano de 2001 y aún no corrían los euros), pero igual.
Qué ganas de volver a Andalucía.
Acabo de ver esta lista en Tw: YA salgo a hacerme un tatuaje, porque me molesta esa cruz roja entre tanto tilde verde. ¿Alguien tiene homogeneidad completa de verdes o de rojos? 😊
Terremoto ✅ (temblorcitos apenas perceptibles en Florencia y Honolulu)
Cirugías ✅ (maldita sombrilla voladora)
Huesos rotos ✅ (pulgarcito izquierdo)
Ser hospitalizado ✅ (varias veces)
Piercing ✅ (¿agujero de caravanas cuenta?)
Tatuaje ❌ (ni de henna)
Perder móvil ✅ (y me lo devolvieron, 2 veces)
Ver nevar ✅ (Navidad blanca en Minnesota)
Viajar fuera del país ✅ (ya es tiempo de reincidir)
Ir a un concierto ✅ (¿alguien no?)
Ganar una medalla ✅ (una lapicera Parker en Olimpiada Estudiantil, 1980)
Pelear a golpes ✅ (con mis primas a los seis años)
Dar clases ✅ (desde que tenía nueve y ayudaba a unas vecinas)
Viajar en ambulancia ✅ (una vez el Semm me hizo ir por un dolorcito de nada)
Viajar en coche patrulla ✅ (era estudiante del Ceipa en conflicto y me pescaron repartiendo volantes)
Antes de preparar el desayuno miro distraídamente por la ventana de la cocina: el fondo había sido durante la noche un escenario de guerra. Había cinco macetas dadas vuelta, plantas desenterradas, otras cortadas o con las puntas de sus hojas mutiladas. Hoy me entero que lo que ocurrió fue un sismo (o varios). Mientras junto pedazos de plantas y enderezo macetas agradezco al destino porque la gata ardillita, que suele bajar a mi patio, no resultó lastimada con el evento. Fue un sismo. Los mechones de pelo color marrón y beige que aparecieron deben habérsele caído como consecuencia del estrés, y la caca de gato en el espacio entre las macetas dadas vuelta seguramente tuvo que ver con el miedo felino, pobre bicho. Los ruidos de pelea y maullidos que escuché entre sueños solo fueron solo producto de mi imaginación: aquí lo que pasó fue un sismo.
Ah... ¿el sismo fue en Florida? ¿Hace unos días?
...
Oooom. Y té de tilo.
Lo demás son palabras que no dejan publicar por estos lados.
Buenos (?) días.
Oooooo… tururuturu…🎵
Con voz gutural, profunda, continuada.
Oooooo… tururuturu…Oooooo…🎵
Con voz de sexagenario reposado, sin estridencias.
Oooooo… tururuturu…🎵
Sin detenerse más que para contar boletos o pedir el asiento para alguna viejita o persona con niños.
Oooooo… tururuturu…Oooooo…🎵
Bienvenidos al 103 de la mañana.
Vengo en el ómnibus rumiando pensamientos negativos: la reforma es un desastre, y no estamos sabiendo cómo explicárselo a quienes no tienen nada que ver con ella.
Llego al liceo y veo estos carteles. Los pensamientos negativos se llaman a silencio por un rato, hasta que voy al salón y me encuentro con un vacío no por previsible menos desalentador.
Me instalo en la sala de profes: la comunicación humana reconforta y por un rato parece que podríamos llegar a cambiar algo. Cruzo a comprar un café y veo a cuatro personas que duermen o acaban de levantarse de sus camas en la vereda.
Salgo a leer en un banco del patio hasta que llegue la hora del segundo grupo. Me encuentro a cuatro ex alumnos que no se fueron a repechaje en ninguna materia pero vienen para acompañar a sus amigos poco estudiosos.
Esta es una mañana en permanente subibaja (y creo que no alcanza con un café para mitigar sus efectos).
Buenos días.
Voces de la feria
_Disculpen, ¿no tendrían cien dólares para darme? (Un señor llamando la atención en una esquina)
_Estudien, niños, estudien o van a terminar siendo unos payasos. (Un payaso haciendo globos con forma de animales para divertir a los niños)
_ Pasaportes, ¿quien quiere pasaportes? (Un ex alumno del IAVA militando y repartiendo folletos de la 609)
_Hola, quiero esta suculenta. Y esta otra. Aquella también. (Adivinen…)
_Sai du corpo de ele, sai du corpo de ele… ¡Sai d’aquí Satanás!!!
Paso por un templo carismático y me invitan a entrar pero no me animo, en parte porque sospecho que no les gustaría que empezara a sacar apuntes de lo que hacen, así que aquí estoy, oyendo la “ceremonia” desde la parada del ómnibus. El señor con acento brasilero grita y grita. Al rato sale alguien formalmente vestido y sube a un autazo rojo; el hombre que está invitando a los transeúntes que pasan lo acompaña, le abre la puerta y se queda junto al auto hasta que arranca. Me siento en una (mala) película de Olmedo en los 80’ y lo único bueno es que por ahora nadie acepta la invitación. Por ahora.
Hoy hice varias cosas que a las arañas del fondo no les deben de haber caído bien. Rescaté a una abeja enredada en una tela, por ejemplo (en la ecuación araña/abeja siempre va a perder la araña, tanto como en la disyuntiva cazador/presa siempre defenderé al más débil). Durante la limpieza a fondo que hice hoy del galpón desarmé y barrí cientos de telas que colgaban de techo y paredes, y cuando estaba terminando sin querer le toqué el culo a una araña marroncita que estaba pegada a la pared y parecía un caracol.
Hice muchas cosas anti-araña esta jornada; quizás por eso cuando salí a ver si había caracoles entre las plantas y de pronto me enfrenté con un prodigio de la tejeduría aracnoide decidí volver a entrar silenciosamente a mi casa y no molestar a la cazadora. No vaya a ser que la dueña de la tela resulte ser rencorosa y la humana de repente termine telarañada, picada y (en cualquier caso) disuadida de realizar futuras jornadas de limpieza hogareña.
Mañana será otro día (y ahí evaluaremos la situación).
Día semianual de limpieza del galpón. Capten que la gata ardilla acompaña la tarea y descansa en la zona ordenada en tanto la vecina barcina prefiere (sabiamente) esperar por su almuerzo en la cocina. El patio, entre tanto, se va convirtiendo en un galpón (a tirar) a cielo abierto, en tanto la humana exhibe sin pudor su mano negra y descubre que ahora (y por un rato) tiene los ojos verdes. Cosas que pasan.
Vengo del almacén a media cuadra de mi casa con una tónica y un paquete de galletitas en una mano y un bidón de agua en la otra (para compensar los vicios, que a su vez fueron para compensar que acababa de cortar -a tijera, como en los viejos tiempos- el pasto de dos casas).
Una vecina que durante décadas me dijo Sandra y hace unos meses arrancó a saludarme por mi nombre me interpela en la vereda:
_ ¡Cómo se ve que sos joven! Yo con esa carga vendría dobladita...
_ Ah, pero no creas que pesa mucho.
_ Sí, m´hija, pero yo ya ando por los ochenta y no puedo cargar peso.
_ ¿Ochenta? ¡Pensé que tenías mucho menos!
La vecina sonrió un segundo, pero siguió caminando encorvada por el peso de los años. Intercambiamos el par de frases de rigor en estos días ("vi que volvieron tus viejos, ¿cómo andan?, ¿estás contenta?, se los ve bien"), nos despedimos y ella siguió su camino. Dos casas más adelante fue saludada por el vecino que hace poco cumplió 93. Él estaba sentado en el murito, prolijo como siempre, con sus ojos azules y su abundante cabello blanco, reposando al sol de la mañana.
_ ¿Cómo le va, chica?- saludó a la veterana, que mágicamente enderezó la espalda y desplegó una sonrisa antes de contestar que bien, todo bien, por suerte. Lindo día, ¿no?
Desde atrás de mi ventana sonrío con aire de "lo sabía". Hay fórmulas que nunca fallan, y el vecino de 93 también lo sabe.
Buenos días.
*también querían que me quedara a ver el partido (porque a los otros no los vi), pero ahí el pensamiento mágico choca con la falta de interés y aparece el racionalismo para justificar mi partida. Una usa la magia o la razón cuando mejor le conviene, como siempre.
Y en eso estamos.
El regreso del gato pródigo.
Estaba perdido, después tuvo dueños y ahora parece que hay una especie de tenencia compartida por la cual la criatura (desde hoy con collar rojo) desayuna en mi casa y se va con los otros (quizás a por una segunda colación).
Este es un arreglo que me parece conveniente, señor juez, no ha lugar a objeciones. En este hogar (en lo que refiere a los felinos) apostamos al poliamor. Comuníquese, archívese, etc.
Salgo de casa desafiando a la tormenta que se viene; esta tarde hay una protesta que no admite ausencias. Voy simbólicamente de luto por la educación que estamos perdiendo (como tantas cosas) y en la segunda cuadra me cruzo con alguien que también viene de negro: un flaco alto de unos veinte y pico que me mira, instala en su rostro una sonrisa y cruza a darme un abrazo.
_Pará que estoy un poco perdida- dije, en un raro alarde de sinceridad ante ese tipo de situaciones- ¿Quién sos?
_Soy Eros.
_¡Eros!!
No solo el nombre inusual me llevó al recuerdo de un ex alumno entrañable del 30: la voz siempre funciona como potente activador de la memoria. En realidad el muchacho estaba igual, pero ya se sabe que el registro de las caras no es lo mío. Nuestra charla duró medio minuto: yo me iba a la parada y él a cumplir con sus tareas de padre, así que nos separamos con una frase a dúo:
_¡Que lindo verte!
Y seguí mi camino hacia el Palacio, a protestar por una reforma de la educación que puede hacer mucho daño pero seguro va a durar mucho (pero mucho) menos que los lazos de afecto que entretejen nuestras aulas.
Buenas tardes y que (por un rato) no nos llueva.
Novedades
*La criatura a rayitas insiste en seguirme.
* La criatura a rayitas es en realidad un gato castrado, se llama Tom y es de unos jóvenes que ayer vinieron a buscarlo, quedaron felices de reencontrarlo y se lo llevaron abrazado hasta su casa.
* La criatura a rayitas (que me niego a llamar Tom) hoy a las seis estaba pidiendo comida en mi puerta, como siempre.
Fin de las novedades (por ahora).
Salgo de casa por la tarde: la gata nueva me sigue casi una cuadra maullando y maullando entre mis pies. Hemos caminado muchísimo y no da señales de dar vuelta. Desando el camino hasta que encuentro a dos viejitos que vienen de hacer mandados y aceptan quedarse en la puerta de casa y distraerla hasta que me voy de nuevo y esta vez no soy seguida.
Yo creo que (además de rencontrar a mis viejos en la cotidianidad de la proximidad geográfica) en estos días he sido adoptada por la gata vocalizadora. Otra cosa que creo es que a partir de mañana (y por unos días) voy a salir de casa con un pequeño disuasor de acompañantes (vulgo aspersor de agua). He tenido perros perseguidores pero nunca gatos (la vida te da sorpresas… ay, dio…).
Saludos desde un ómnibus que avanza a fuego lento por la tarde calcinante. No veo la hora de bajar y comprar un café caliente.
Buenas tardes..