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viernes, 12 de abril de 2019

Abril 2019



_ Hola. ¿Cuánto cuesta el alimento para gatos adultos?
_ ¿El kilo? $310. 
_ Ah. ¿Y medio?
_ $140. 
_ Dame dos de medio.
_ Cómo no. Son $280. 
_ Aquí tiene, gracias. 
_ Gracias, feliz día.




Trabajo en una oficina calórica: nos comunicamos con gusto a chocolate. Todo el que viaja trae algo, y los escritorios se van poblando de coloridos envoltorios. Somos 10, pero comemos por 20. Alfajores, bombones, Garotos. Nunca un mix de hojas verdes. Nunca una manzana Granny Smith. Nunca. 
Hoy me puse a escuchar y cada uno que llegaba hacía terrible ruido al pisar las baldosas de la entrada: creo que ellas se están quejando de nuestro (creciente) sobrepeso. 
Somos Comunicación Social, la oficina más sociable (y la más dulce) del Consejo de Educación Secundaria.




Montevideo es ese lugar donde en el mismo ómnibus un boleto al km 10 cuesta más que uno al km 24, donde los de una hora a veces se enloquecen y duran tres viajes en 4 horas y donde un músico de bus puede mandarse un solo de guitarra al mejor estilo Dire Straits sobrándose, con la guitarra atrás de la cabeza. 
Parece mentira las cosas que veo.




Después del almuerzo me tiré en la cama por un segundo y cerré los ojos. 
Cuando los abrí no tenía la más remota idea de en qué país estaba ni -mucho menos- en qué día. Había una ventana a mi derecha: vi lejana la silueta oscura de unas montañas. ¿Era de tarde o de mañana? ¿Dónde diablos estaba? ¿Y yo, quién era? Silencio absoluto. A la luz tenue del día los contornos de las cosas se fueron perfilando. Me llevó unos segundos recordar, hasta que un maullido abajo, en el patio, fue trayendo la tardecita, el dormitorio, las nubes recortadas en el horizonte y el lunes endomingado. No suelo hacer siesta, pero el cuerpo hoy se tomó sin permiso dos horas y media de descanso profundo nivel piedra. 
El cuerpo sabe, y yo obedezco.



El lado hormiguero de Tres Cruces 😱

Un atasco que arranca en la cuadra anterior y se continúa con la entrada de los buses, que hoy ocupan todos los andenes. Decenas de personas agolpadas para pasar a zonas de embarque, colas de media terminal, agencias a tope, comercios repletos de gente apurada y en el RedPagos una cola de veinte minutos. Cámaras de tv registrando el movimiento pre Turismo. Caras de apuro. Gente que choca gente.
Menos mal que yo (hoy) no viajo.





“¿Qué vas a hacer

Cuando mi invierno sea primavera,
Cuando me quieras y yo no te quiera,
Cuando ni el perro esté esperando afuera?”

La CITA hace méritos para competirle al 103, parece. Ladra Montaner a todo trapo; mis oídos se quejan y yo trato de mantener la cordura. Tranquilos, tranquilos que ya vamos llegando... Tranquilos, y que no se nos pegue...
Tranquilos, porque qué vas a hacer
Cuando mi invierno sea primavera,
Cuando me quieras y yo no te quiera,
Cuando ni el perro esté esperando afuera...🎵


Socorro.




Eduardo Acevedo, hoy, siete y pico de la mañana. Voy rumbo al IAVA cuando veo a una adscripta caminando lento en mi dirección. La saludo, cruzamos dos frases y sigo mi camino, porque mi paso es más rápido y quiero llegar a tiempo para prepararme un café pre-clase. Es lo que tenemos los jóvenes, viste.
En la esquina con Guayabos baja de un 60 una alumna de quinto Humanístico. Me saluda con simpatía, se pone a caminar y en media cuadra me saca 40 metros de ventaja. Es lo que tenemos los ex alumnos del siglo pasado, viste. 
Llego al liceo, me preparo el café y subo la escalera. Despacio. Pucha, digo.




Lunes, 7.35 de la mañana, sala de profesores del IAVA. Un veterano y yo solos, en silencio. Aparece una profe entrada en años, que apenas da un paso en la sala mira el perchero y pega un gritito de felicidad:
_ ¡Ay, mi paraguas, mi paraguas! Me lo olvidé el otro día y todavía está acá, no lo puedo creer!
La miro un segundo, calibrando si hablar o hacerme la boluda, y al final le explico con toda la amabilidad de que soy capaz que en este liceo no se roban las cosas, que todos dejamos pertenencias en la sala sin miedo, pese a que tiene dos puertas, una a cada patio, que muchas veces quedan abiertas.
Me observa un segundo, decidiendo ella también si contestar, y al final dice algo de que “ la directora dijo que a veces entra gente de afuera...”, etc. Sí, sí: gente de afuera, seguro, pensé, pero no dije nada.
En eso llegó uno de mis practicantes y lo saqué al patio, a respirar un poco de aire puro. Después entré a un Artístico y me olvidé del tema. 
Hoy, a tercera hora, la misma señora me vio en la sala y se me vino al hilo.
_ A ti te quería contar, profesora. Ayer me olvidé de vuelta del paraguas en la sala y ¿sabés qué? Hoy no está. 
Lo dijo con una sonrisa, no de labios, sino de ojos. Parece que lo había comprado en Europa, que el tal paraguas era fuerte como ninguno y eso le daba una pena terrible, pero los ojos le brillaban con la mirada de quien prefiere perder algo antes que asumir que la gente no siempre es digna de desconfianza. 
_ ¿Preguntaste en dirección o adscripción?- le dije, pero no, claro. Para qué. Y ahí me fui a uno de los Humanísticos, mientras la señora comentaba a todo el que quisiera escuchar que había perdido un paraguas buenísimo, europeo, que ella adoraba, aunque se lo había olvidado dos días seguidos en la sala de profesores. 
Pobre señora, tan feliz ella con su comprobación de la maldad del mundo y la credulidad de los optimistas. Ojalá que no encuentre nunca el dichoso paraguas. Sería para ella una decepción muy grande reencontrarse con él, aunque más no sea para volver a olvidarlo.



Despedida (por ahora). 
“No te acobardes”, me dijo mi viejo al saludarme en Río Branco. Creo que se refería a que encarara pronto una visita a la laguna pese al interminable viaje de ida y al inconmensurablemente eterno viaje de vuelta en Núñez, pero lo voy a adoptar como consejo para todo. 
Y aquí vamos.




El cuentito asqueroso de la mañana (aviso).

Hoy el Gatón amaneció raro. Se sentía mal, parece, porque anduvo vomitando en la alfombrita de la cocina. Mi vieja tiró la alfombra al patio, para lavarla luego, pero se le cayó una cosita: una lagartija bebé de unos 10cm. de largo. 
Solo espero que se lo haya comido muerto, porque el bicho está entero, pobre. Ni masticado, mire! Capaz que se murió de un infarto cuando vio la masa anaranjada que se le venía al humo. 
QEPD.




Vamos mis viejos y yo caminando por la orilla de la laguna cuando suena un celular. Evidentemente es para el Cele (que hoy cumple años) pero atiende mi madre (como siempre):

_ Hooola. - saluda a la voz del otro lado- ¿Cómo andás, criatura?

La criatura era mi tío Valmar, que ya anda por los 75. Mi vieja no se ubica en la edad que tiene, pienso. Apenas vuelva a Mdeo. se los voy a contar a mis amigas de cuando iba al IPA: a las chiquilinas les encantan estas historias.




Se perdió billetera celeste marca Lincoln, el dinero queda como gratificación para quien la encuentre...
Se perdió campera azul de niño con el nombre bordado...
Se extravió celular a nombre de Ramón Pérez, Ramoncito...
Se encontró una mochila que se entregará a quien acredite ser su dueño...
La farmacia Informa que estará cerrada esta semana por reparaciones en el edificio...

La Voz de Melo. El lugar donde el siglo XX vive y lucha.




Todavía andaba caminando por los paisajes del sueño cuando sentí el contacto de su mano suave posándose en mi brazo. Abrí los ojos y vi los suyos, sonriendo con dulzura. Nos quedamos mirando un segundo interminable, hasta que egresé de la inconsciencia lo suficiente como para qué él pudiera decirme algo. Una sola palabra, que quizás encerraba un sinfín de significados, y que sonó más o menos así:
_ Llegamos. 
_ Gracias. _ contesté, mientras me disponía a tomar mi mochila, la carpeta, el celular y el abrigo. Ya no quedaba nadie en ningún asiento. 
Fui la última en bajar de la CITA. Cuando entré a la terminal, mi ángel de la guarda se había perdido en la multitud. Yo miré hacia adelante, abrí del todo los ojos y me sumergí en la marea que algún día, quizás, terminará de llegar a destino.





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