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sábado, 2 de marzo de 2019

Marzo 2019




Comienzo del viaje: Montevideo-Pan de Azúcar-Estancia del Cañadón. 13 almas en una van, circulando dos horas y media entre la niebla. A las 10 despejó. En el camino se nos sumó una pequeña comitiva de otros cinco vehículos, por suerte todos con gente interesante, salvo el Impráctico. El señor Impráctico se fue de trekking con championes de estreno, y en vez de mochila cargó sus pertenencias en una bolsa de papel símil Toto, que se rompió antes de salir. Una chica tuvo a buen darle una bolsa de nylon, que a partir de ahí don Impractico revoleó sin el menor cuidado entre los arbustos espinosos del camino. 
Nuestra coordinadora es chilena, pero los guías de verdad suben en Pan de Azúcar. 
Y al fin, a eso de las diez y media, hechos un enchastre de protector solar mezclado con Off, empezamos a cortar campo rumbo al Cerro de Aguiar.



Después de varios km de campo y vacas, de sierras y espejos de agua, llegamos a un lugar donde nos dividimos en dos subgrupos: a mí me tocó ir primero a la Cascada del Venado. El guía atlético y sus hermosos ojos azules partieron con el otro grupo, pero no lo lamenté, porque se llevaron con ellos al Impráctico. Nosotros éramos diez, con la chilena y la guía de RedÁnimas, y con ellos hicimos el almuerzo al llegar a la cascada, después de un camino (digamos) difícil. Mucha piedra resbalosa, ramas con espinas, bajadas peligrosas, todo en medio del monte tupido, pero no fue más de una cuadra. Al llegar, la piscina, el salto de agua, la palmera, el agua helada. Sí, me bañé. No sé cómo, pero me bañé en el freezer, vulgo laguna. Una paz impresionante. Toda la gente del subgrupo era muy, muy viajera, aprendí pila de cosas y saqué data para nuevos paseos. El lugar es pequeño, no daba para que bajáramos todos juntos. A la hora apareció una luz azul en la espesura: era el guía luminoso, que venía a buscarnos, para que pudieran bajar los suyos. Y nos fuimos.


Para llegar al Cañadón de la Palma hay que tener tres cosas: coraje, cierta dosis de alegre inconsciencia y unos buenos championes. El camino es sombrío, escarpado y resbaloso, se hace siempre cerca del agua y por momentos hay unas subidas y bajadas que se tienen que hacer prendiéndose a las ramas de los árboles, o uno se va de cabeza a las rocas del fondo de la hondonada. Da un poco de miedo, pero solo un compañero se quedó por el camino. Hay helechos y carquejas de un tamaño que nunca había visto, y muchos hongos vistosos y enormes en todo el trayecto. Al llegar, enfrentamos una pared gigante y mojada, por donde bajaban unos corros de agua que según las lluvias pueden ser mucho mayores o directamente no existir. Bellísimo. Valió la pena.


Después del cañadón volvimos todos por el campo hasta la estancia, camino en el cual nos cruzamos con decenas de vacas, una ranita amarilla, una araña peluda y una víbora de peñarol. Un buitre nos estuvo sobrevolando todo el tiempo, a ver si alguno se quedaba por el camino, pero ninguno sucumbió, y el pobre bicho fue defraudado. 
El final del circuito hoy por la Sierra de las Ánimas fue en el mirador de Nueva Carrara. Es un pueblito de pocas casas, que en algún momento dependieron de la mina a cielo abierto de la que se dice que salieron los mármoles para parte del Palacio Legislativo. Bah, de Carrara (Italia) es la versión oficial, peeero... No se sabe. La vista desde el mirador es francamente impresionante. 
Y de ahí nos volvimos. El día de trekking había terminado, y se acercaba, al llegar al hogar, un nuevo desafío: cómo lograr que Matilda deje de afilarse las uñas en los sillones. 
Creo que era más fácil llegar al cañadón.



¿Ven unas manchitas negras entre las ramas? Son algunos de los cientos de tordos que a la caída de la tarde se dan cita en tres o cuatro de los árboles de la calle del Cerp, en Florida. Es un club social: se nuclean en media cuadra y arman terrible concierto, pero no salen de ese radio de diez metros, aunque los árboles siguen por una cuadra para cada lado. Cosas de tordos. Y de Florida.




Trabajar en Florida es como tener permiso para estar cerca de la naturaleza un par de veces por semana. En el camino al Cerp dos por tres veo bichos: caballos, ovejas, miles de tordos, palomas, hasta una garza, una vez. En las ventanas de mi trabajo hay varios nidos de hornero, uno de ellos usurpado por las palomas, y se supone que no debemos abrir los vidrios, porque hay abejas. Todo muy natural, propio de los cien km que nos separan de la capital.
Hoy, a la hora del almuerzo, me puse a charlar con una de las limpiadoras, porque mis alumnas me habían dicho un bolazo que quería desmentir citando a una fuente calificada. 
_ Hace unos días las chicas de Literatura me contaron que una vez encontraron víboras acá adentro; eso debe ser medio leyenda, ¿no?
_ ¡Que va a ser leyenda, profesora!- me respondió.- Es verdad, solo que no fue una vez: fueron varias. 
La miré fijamente: no me estaba mintiendo ni tomando el pelo. Aquello era cierto. Parece que no es nada raro encontrar víboras en los pasillos y salones del Cerp; las limpiadoras las enganchan en la punta del lampazo y las tiran para afuera, aunque no están seguras de si son venenosas. 
_ Algo rojo tienen, pero miramos fotos en internet y no sabemos si son corales o falsas. Igual son chiquitas, ¿eh? Unos pichoncitos. Nosotras sabemos más o menos de dónde salen, porque un día vimos salir a la madre de un agujero de la tierra. Es allá en el fondo, abajo de la escalera, medio por donde anda el lagarto.
_ ¿Hay un lagarto???
_ Sí, pero es tímido. Si usted lo quiere ver tiene que quedarse quieta un buen rato, y ahí a lo mejor él sale. 
_ Qué bueno. Voy a ver si le saco una foto, si se deja ver. 
_ Vaya, profe, pero mire bien dónde pisa, por las dudas.
Como dije antes, trabajar en Florida es como tener permiso para estar cerca de la naturaleza un par de veces por semana. Muy cerca. A veces demasiado.




_ Dejamos internet y cargamos las baterías.- siento una voz a mi costado. 
Lo miro: es el mozo del bar, que me trae el capuchino y las tostadas que acabo de pedirle. 
_ Dejamos internet y cargamos las baterías.- repite, ante mi cara de incomprensión, y ahí él sonríe y yo lo entiendo. 
_ Perfecto.- le contesto, y dejo a un lado el celular. 
_ Muy bien.- dice el mozo, y se va, satisfecho, a servir a otras mesas. 
Yo me concentro en la merienda y pienso que me caen muy bien los mozos tradicionales. O será que tengo a mi viejo lejos y me viene bien un velado consejo paternal, yo qué sé. 
Cuando termine con el capuchino y las tostadas voy a encarar la corrección de trabajos de mis alumnos. “Un día con Edipo”, es el título de la tarea. Para seguir con esto de las paternidades en conflicto, digo. El juguito de naranja lo dejo para el final, por si hay que endulzar la caída de la noche. 
Feliz fin de miércoles.




Subo al Copsa después de una jornada rica pero agotadora. Los 102 km del viaje desde Florida me estaban pesando en el cuerpo y las 9 horas de clase me estaban pesando en la energía, pero apenas me senté un señor con guitarra arrancó muy dulcemente con una Carretera perdida que me ha perseguido toda la semana.

Tan fácil, fácil, no es
horizonte lejano
correr y correr
el día que no llega
dura es la noche en soledad
pero el hombre que mira lejos 
no aprende a ver.

Todos lo aplaudimos con sinceridad. Antes de bajarse habló algo con el chofer, y como voy en el primer asiento escuché que le agradeció por haber llevado el ómnibus como una seda mientras duraba la canción.

El viernes termina en paz. 
Historias que no acaban bien ni mal: transcurren nomás. 




_Mi marido debe creer que soy boba: me acompaña a todos lados. Hasta cuando voy a clases de macramé, que es a la vuelta de la esquina, él saca el auto y me lleva.- dice la sexagenaria que tengo enfrente, mientras espera que le terminen de hacer las uñas de los pies.
Yo ni levanto la cabeza, no vaya a ser que termine metida en una conversación que dure lo que dura el proceso de la tinta. Antes bicho que simpática, es mi lema peluqueril. Sigo leyendo unas fotocopias sobre el Popol Vuh y me voy dejando llevar por los mayas, hasta que dejo de escuchar a la señora. 
_ Yo quiero que me saques los mechones rubios- explica de repente otra clienta- porque hace como dos años que los tengo, y ya me tienen cansada. 
La voz me suena demasiado juvenil para semejante afirmación. Levanto la mirada y la veo: una gurisita flaca, de 14 años, ya instalada en este mundo de los afeites, como si no le alcanzara con la belleza de ser joven, fresca y linda (que lo es). La madre y la hermana la acompañan, y por un rato ellas y las dos peluqueras charlan animadamente sobre los preparativos del cumple de 15, que es en estos días: los exteriores, la tarjeta, los nervios. 
_ Tenés que comer algo- dice la madre.
_ No, no puedo. Tengo todo revuelto de los nervios, cualquier cosa que coma la voy a vomitar. 
_ Te dejé un durazno en la mesa. 
_ Ah, sí, un durazno puede ser.
Y siguen charlando sobre cómo la ensuciaron sus compañeros del colegio, tanto que tuvieron que sacarle la mugre a manguerazos, en el patio.
_ Podés encontrarme cualquier cosa en el pelo.- le aclara a la peluquera- Hasta fideos me pusieron. Ta, pero yo hago lo mismo. A una amiga le tiré cucarachas, por ejemplo. 
Tratar de no visualizar. Tratar de no visualizar. Tratar de no visualizar. 
_Listo, está pronto, ¿te vas a peinar?- suena de pronto a mi costado la voz de la peluquera, que ha terminado de enjuagarme el pelo después de la tinta. 
_ No, no, me voy así, gracias.- le digo, y podría agregar:
_ El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Pero no lo hago. 
He sobrevivido a una nueva sesión de tapado de canas. Salgo a la calle entreverada de tanta palabra, y ya no sé si me veo cucarachas en el pelo, nudos de macramé ante mis pasos o fotocopias del Popol Vuh que me persiguen por la vereda del viento de Malvín. No es fácil salir de ese mundo, pero habrá que esforzarse, porque la vida está afuera, y algunas veces el que piensa pierde. Solo algunas veces




El 300 avanza en un tiempo tapizado de tramos negros y de luces de semáforos. La radio del chofer, al principio tímida y en voz baja, se va animando a cantar cada vez más alto. Ella, el guarda y yo nos perdemos en un agujero de la ciudad y por un rato no somos más que un ritual de voces y miradas que se escapan por la ventanilla y resbalan en el vacío.

Tan fácil, fácil, no es
horizonte lejano
correr y correr
el día que no llega
dura es la noche en soledad
pero el hombre que mira lejos 
no aprende a ver.


Hay que mirar de cerca, me digo. Mirar de cerca y dejar de correr, a veces, para no perderse. Quizás no siempre, pero a veces.




“Compró objetos robados y la justicia lo condena a hacer 100 tortafritas y donarlas”, leí hace un par de días una noticia de San Ramón. El “tortafritas” me queda dando vuelta en la cabeza, pero, en fin, lo otro es tan garcíamarquesco que no admite disquisiciones gramaticales. Hoy veo que el tema continúa, porque ahora lo que se debate es la legalidad de la sentencia. 
Miro a mi alrededor: voy llegando a Florida y por ahora no tengo una nube de mariposas amarillas, pero igual sigo mirando, porque nunca se sabe.




Hace un par de días una señora en Estados Unidos paró en la carretera para ir al baño. Iba caminando por la vereda rumbo al lugar cuando a un camión que venía en su dirección se le escaparon dos ruedas, atravesaron toda la ruta y se llevaron puesta a la mujer, que murió en el acto. 
Ayer un griego perdió por 2 minutos su vuelo en el avión etíope que se cayó sin sobrevivientes poco después de despegar, y hubo alguien de Dubai que lo perdió por un atraso en la conexión con el vuelo anterior.
Si esto es el Destino o solo un par de casualidades en este mundo de millones de viajes cada día, no soy yo quien para decirlo, pero díganme si noticias como estas no son una especie de golpecito en el hombro, una suerte de: "¿te acordás de esto, o seguimos bobeando?". 
Carpe diem, queridos, carpe diem, que (como dice Lenine) el tiempo no para, y no hay manera de saber de antemano si la casualidad esta vez va a estar de nuestro lado.




_ El lujo es vulgaridad, dijo, y me conquistóóó... 🎵

Los Redondos avanzan por los asientos del 103 y te limpian el lunes. El calor pesa menos, las tareas pendientes empiezan a bailar dentro de tu cerebro y la frente arranca de a poquito a distenderse. Hasta parece que el ómnibus fuera más rápido, pensás, hasta que te acordás de que tomaste un semidirecto, y sonreís por dentro. El Indio sigue cantando. Afuera suenan sirenas, se trancan los coches, hay caras de cansancio. Adentro vamos en silencio, en una suerte de misa desdibujada pero reverente.


(¿Lunes? ¿Quién dijo lunes?)




El Intercambiador Belloni es desde su inauguración tanto fuente de sorpresas como proveedor de enigmas. Primero fueron los 79, que empezaron a integrarse alegremente y sin previo aviso a los 300 y 405 de toda la vida. Después algunos 103, que aún no entiendo por qué entran por el carril de los que van por Belloni y a media cuadra rectifican y siguen por Camino Maldonado. Hoy fue un 112... ¿Llegan los 112 a mi barrio, ahora? 
Me distraigo del tema buses y miro el panorama a mi alrededor. Dos viejitos se saludan. Él, petiso, regordete, ella delgada, de calzas y sandalias con brillos.
_ Hola, ¿cómo andás?- dice él, y agrega: - Feliz día. 
_ Gracias, igualmente.- responde la señora. 
Lo dicho: el Intercambiador da para todo. 
Y ahora los dejo, que acabo de subir a un ómnibus donde un vendedor ofrece wafles diciéndome “joven” y voy a ver si atiendo su oferta. Lástima que también nos saluda con un “buenas tardes” que no condice con las once y media de la mañana, eeeen fin. Nadie es perfecto.




Nuevo Mariela de bolsillo

ABURRIDO: Dícese de un espacio de coordinación docente de 2 horas a 100 km para notificar una serie de situaciones que se podrían enviar por mail.

BAÑO: lo que necesita un ser humano apenas baja de la CITA y pisa el hormigón incandescente de las calles de Florida.

CONGOJA: sensación de profundo desaliento que se experimenta al escuchar que no hay asientos libres en el bus de la vuelta.

DECISIÓN: lo que hace que una persona acepte que viajará parada antes de quedarse una hora y media más en la terminal del infierno.

ESPERANZA: “que no suba el que tiene el 49, que no suba el que tiene el 49”.

FELICIDAD: estado de gracia que se produce al salir a la ruta aún en posesión del asiento 49, mientras el pasillo entero viene lleno de gente de pie (17 personas), derritiéndose como el resto de los pasajeros.

GESTO: el de quien llegando a Canelones envía un wsp que dice “vení, te dejo mi asiento y descansás”.

HUMO: lo que sale de nuestras neuronas mientras se nos fríe el cerebro.

IDEAL: “que llegue a las 5, que llegue a las 5”.

JIRONES: restos de nubes que miramos con esperanza sobre el horizonte.

KAMASUTRA: sabiduría ancestral que me vendría bien para estudiar alguna posición entre el flaco del abanico de la izquierda y la señora voluminosa de la derecha.

LÍMITE: el de la batería, que me avisa que me deje de cosas y la deje descansar.

Fin.




Niña hizo un poema sobre la dislexia que se puede leer en ambos sentidos.
Por acá y por allá: viajar en avión con niños.
Esta instagrammer copia los vestidos de las celebridades en versión XXL.
Horóscopo del 7 de mayo de 2019, por Susana Garbuyo.
Jardín urbano: cómo planificar tu propia huerta.
Adwoa Aboah, la última heroína de Barbie.

Mañana se van a llenar la boca con el Día de la Mujer; hoy "nos ubican" donde realmente piensan que debemos estar, con los niños, la huerta (para cocinar), los horóscopos y la moda (Barbie incluida). ¿Qué tienen de "femeninos" estos temas? Femenino sería que hablaran de menstruación, cáncer de mama, embarazos o menopausia. Lo demás no tiene género, sino prejuicio. Ta, es una pavada y hay que ver de quién viene (mea culpa), pero hay gente (como la de "M de mujer") que se empantanó hace 50 años y no sale, no sale.





_ ¿No te querés llevar los carpetines de mis libretas?- me dijo una compañera del IAVA el día en que tomaba su último examen antes de jubilarse.- Están nuevos, es una lástima que se archiven y en unos años terminen tirados a la basura.
Yo dije sí sin pensarlo mucho, porque si de algo estoy en contra es del use y tire de los plásticos en todas sus formas, y por supuesto que ese día me olvidé de sacar los susodichos carpetines, cosa que también me caracteriza. 
Hoy estaba en coordinación, bajé a tomar un café de la máquina (no porque tuviera necesidad sino por pura adicción) y me acordé del tema. Mientras charlaba del comienzo de cursos con un compañero fui sacando una por una las cinco carpetitas, incluyendo una que después vi que era de otra profesora y volví a poner en su casillero con un algo de culpa en la mirada. 
Y así soy, amigos. Recicladora, olvidadiza y adicta al café. 
La voz de mi compañero me llegó en ese momento.
_ Che, a todo esto, ¿para qué querés los carpetines, si a partir de este año no tenemos más libretas de papel?
_ Eeeh...
Y así soy, amigos. Recicladora, olvidadiza, adicta al café y un poquito despistada. Solo un poquito.




Ella es flaquita y petisa, de pelo largo, lacio. Debe tener 20 años. La encontré recién, metida en el contenedor de basura de la esquina. Había puesto un palo para que la tapa no se cerrara, y estaba sentada sobre unas tiras de cuero medio parecidas a las de mi alfombra, de piernas cruzadas, como si estuviera en el sillón de su casa. 
_ Hola. -saludé mientras ponía mis bolsas de Tienda Inglesa en la esquina más alejada- Voy a dejar acá estas bolsas, solo son de pasto. 
_ Ah, hola. -contestó, y agregó: -¿Usted no quiere comprar algo antiguo? ¡Mire todas las cosas que encontré!
Y me mostró un tesoro de tazas, platos, relojes de pared y adornos antiguos. Había varias bolsas. Algunos eran realmente interesantes. Unos pocos estaban rotos, quizás porque los tiraron sin mucho cuidado entre la basura. Supuse que serían producto de una limpieza general, o quizás la herencia de alguna viejita acumuladora, toda una vida de recuerdos que sus nietos tiraron al contenedor a la vuelta del cementerio.
_ Qué bueno que encontraste todo eso. -le dije- Lo vas a poder vender, pero tené cuidado que hay pila de vidrios rotos. 
_ Sí, sí. Lo que me preocupa no son los vidrios: es que me agarren los botones a la vuelta. Se van a pensar que me robé estas cosas, ¿y yo cómo les explico que estaba todo en la basura?
La dejé rescatando objetos y volví a mi casa. A los cinco minutos le llevé algo de ropa, y unas bolsas de tienda (de las duras, que parecen de cartón) para que metiera las cosas. Ella seguía ahí y me agradeció, pero dejó de prestarme atención enseguida, porque en eso pasó un veterano y se puso a manguear, a ver si le daba un pucho. 
Nuevamente volví a mi casa, a media cuadra y a medio mundo del contenedor. Iba hecha un mar de pensamientos encontrados. Pobre gurisa. Pero al menos hoy había encontrado muchas cosas. Qué peligro. Pero a la vez qué fuerza de voluntad para lucharla. Qué futuro. ¿Pero quién sabe el futuro de los demás (o el propio)?
Y entré a mi casa, para descargarme haciendo catarsis con ustedes (como siempre). Qué le vamos a hacer. Para eso están, ¿no? 
(¡Ey! ¿Qué hacen mirando con cariño la opción "dejar de seguir"? ¿Eh?)


La noche se presenta tranquila, con grillos y sin viento. No hay nadie en Montevideo; el silencio es absoluto. Los dos gatos duermen en sus lugares preferidos. Vos navegás feliz por entrevistas y artículos relacionados con la literatura uruguaya para un trabajo que tendría que estar terminado hace días pero no, aún no. Es un momento de paz, en todo caso. El trabajo fluye amablemente, las ideas se van componiendo y todo se sumerge poco a poco en la bucólica serenidad de un sábado de carnaval en Arbolito, hasta que suena algo, y pegás un salto en el sillón. 
Viene de la computadora, comprobás, es una especie de sirena desesperada. "Su máquina está en peligro, tiene 3 virus, esto es grave, haga algo, haga algo YA!" Suenen más alarmas. Volás haciendo lo que te piden, mientras una parte de tu cerebro te dice que en verdad deberías parar, pensar, quizás consultar si downloadear esto o aquello, pero la computadora se ha vuelto histérica y te bombardea con exigencias, hasta que de repente la pestaña en la que estabas se queda en blanco y ya no reacciona. 
Te quedás en blanco vos también, por un rato. ¿Y ahora? 
La página que ocasionó el problema es ahora de un blanco tan blanco como tu cerebro cuando ya no te vienen las ideas. No sin algo de culpa terminás cerrándola, y comprobás con alivio que en el resto de las páginas la alarma no parece haber sido fundada, porque todo sigue igual que hace unos minutos. Todo, salvo tu espalda, que de repente se ha contracturado a un nivel que no es adecuado para seguir trabajando. 
Habrá que seguir mañana, te decís. Y te vas hasta la heladera, donde aún te queda algo del bavarois de cereza del mediodía.

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