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sábado, 1 de diciembre de 2018

Diciembre 2018





Me levanto a las seis de la mañana, por una de esas cosas raras de las vacaciones, y salgo a caminar bajo un sol soportable. Veo una persona durmiendo en la calle y no sé por qué, pero una carita infantil se me instala de pronto en la memoria. Martín, se llamaba, y tenía una voz finita, en consonancia con la estructura endeble y puro hueso de sus 8 años. 
Al principio Martín solo era una más de las muchas personas que desfilaban cada día por mi casa pidiendo comida. Era 1984, mucha gente pasaba hambre, y cuando en el barrio descubrieron que en la cooperativa había 200 familias recién mudadas, una al lado de la otra y con puerta a la calle, comenzamos a ser los más frecuentados. Diez o doce personas tocaban timbre pidiendo algo cada día. Martín era el más chico, pero no el único niño. Eran otros tiempos, no había adónde recurrir y todos teníamos normalizada la mendicidad y el ambulantismo infantil.
Con el paso de las semanas, Martín se fue haciendo nuestra visita cotidiana. Como mis viejos vendían ropa, de vez en cuando además de comida le daban algún jogging o una túnica. A veces él no se los llevaba de una, nos pedía que se lo guardáramos hasta el otro día, porque se iba a hacer noche en el ómnibus, pidiendo con el tío o el hermano, ya no me acuerdo. Una tarde nos tocó timbre asustado porque unos niños más grandes le querían pegar, y con mi viejo lo acompañamos hasta la casa, que quedaba a unas cuatro cuadras de la nuestra.

No me acuerdo cuándo dejó de pasar por nuestra casa. Tal vez cuando la adolescencia lo metió por otros rumbos, o quizás la familia se mudó del barrio. Hoy iba pensando el él mientras cruzaba Camino Maldonado, cuando vi que la luz se ponía en rojo y me quedé en el cantero del medio. Un muchacho que hace malabares en el semáforo me miró y dijo algo que no le entendí. 
_ Hay mucho ruido- le aclaré, y él repitió lo que había dicho, pero más fuerte:
_ Que si usás Sedal Ceramidas- y sonrió, señalando mi pelo mojado. Yo largué la risa, y por un instante solo fuimos dos humanos compartiendo algo de humor bajo el solcito de las 7, hasta que cambió la luz, le deseé suerte y crucé lo que me quedaba de la avenida. 
_ Estábamos de charla, pero ya dejamos- explicó a los autos parados- ¡La seguimos otro día, amiga!- y arrancó con los malabares.

Llego a mi parada. No hay casi hombres en el andén del Intercambiador que lleva a Malvín y Carrasco: solo tres o cuatro, frente a unas veinte mujeres. Las empleadas domésticas entran temprano. Igual sucede con el 316 y el 405, que las llevan a Pocitos. Al atardecer, en cambio, los ómnibus se llenan de señores cuarentones que charlan animadamente: son los serenos.


Algunas cosas no cambian tan rápido, pienso, pero otras sí, por suerte. Hace años que nadie viene a pedir comida a la puerta de mi casa, y los niños dejaron de ser trabajadores. Alguien duerme en la calle, todavía, pero hay refugios donde acudir. Capaz que Martín hoy es el flaco del semáforo, o el guarda del 402, yo qué sé. Nosotros seguimos siendo más o menos los mismos, pero por suerte tenemos memoria. Todavía tenemos memoria.




Pongo en google "pronóstico tiempo montevideo" y a los pocos minutos, además de la información que buscaba, me aparece una propaganda cuyo título es: "¿Estás planeando viajar a Montevideo?"

¡Me dio una alegría!
Repitan conmigo: No Lo Saben Todo. Iupi.


(Salvo que este supuesto error no sea más que una maniobra distractiva para que los incautos como una se consuelen pensando que The Others no lo saben todo; en ese caso en vez de "iupi" habría que poner "vos creéte").





A veces me parece que soy bruja. Despierto con la certeza de que en el correr del día voy a cruzarme con alguien en particular, por lo general un hombre que me gusta o me ha gustado, aunque no necesariamente sea importante para mí. Suele ser alguien a quien no veo desde hace años, y en quien no he pensado en mucho, mucho tiempo. A veces desestimo un poco mi brujedad, porque sé que por la mañana andaré por su barrio y entonces el encuentro ya no va a ser tan casual, pero no, no lo cruzo por las viejas y conocidas calles. No lo veo hasta la tarde, cuando de pronto él aparece en otra zona, donde no tenía idea de que pudiera andar y adonde yo fui a parar por pura casualidad. A veces me parece que soy bruja, y no sé si hago bien, pero me lo creo.




Mi compañero de asiento en el 103 lo intenta, sinceramente se percibe su esfuerzo, pero es inútil: siempre termina por dormirse y empezar a caer hacia mi lado. Yo me muevo, se arma un vacío y él reacciona despertando por cuatro o cinco segundos, hasta que todo vuelve a recomenzar. Hace mucho calor para ir muy cerca. Hace mucho calor para todo. El 103 avanza sobre el asfalto hirviendo, y los pasajeros somos un proyecto de algo horneado a fuego lento que nunca termina de aprontarse.

De mañana, en mi antiguo barrio, esperaba el 427 en una esquina cuando vi venir hacia mí al cuidacoches que vivía enfrente de mi ex casa.
_ ¿Y tu rancho de Valizas?- me pegó el grito.
_ Se lo llevó el mar- contesto, y me quedo pensando que cuando yo lo conocí ya hacía tres años que eso había pasado, pero no da para preguntarle, porque sale corriendo hacia un auto a punto de arrancar, al tiempo que llega mi ómnibus, y me subo. Lo saludo por la ventanilla. Misterios del tiempo.

Tres de la tarde. La calle Sarandí está llena de músicos, turistas y vendedores. Uno de ellos me mira y despliega una amplia sonrisa:
_ Hola, ¿cómo andás?
_ Bien, bien, ¿y vos?
_ Acá, tranquilo. ¿Pasaste lindo las fiestas? 
_ Sí, sí, todo bien.
_ Me alegro. Que tengas feliz año.
_ Vos también. Nos vemos. 
_ Dale. 
Y sigo caminando, preguntándome quién diablos podría haber sido.

Charla con una señora veterana que no veía desde hace diez años:
_ ¿Y te acordás cuando fuimos en aquel viaje que visitamos a tus padres?
_ Eh... ¿Eh?
_ Sí... que pasamos por la casa y charlamos pila con ellos. Que llovía pila, ¿cómo no te vas a acordar?
Dios. La pesada herencia de los Rodríguez Perdomo, pienso, pero en ese momento otra veterana escucha la conversación, se acerca y le aclara a mi interlocutora que está confundida, que nosotras fuimos a San Gregorio, y que ella a mis padres no los conoce. Entonces no estaba tan mal mi memoria, respiro aliviada, hasta que se me viene una imagen de ayer, jugando al TEG. Me estaba haciendo fuerte en Asia y África cuando se me dio por mirar mi objetivo y vi que en realidad lo que tenía que conquistar era Europa y América del Sur.

Ustedes ya saben cómo es esto, estimados, pero por las dudas se los planteo una vez más: 
1. Si me cruzan por la calle no se vayan sin decirme quiénes son.
2. Si no recuerdo una situación que me cuentan quizá los confundidos son ustedes.
3. Si juegan conmigo al TEG no abusen de mi despiste.
4. Si viajan a mi lado en un bus no se duerman. 
5. Si van a hablarme de Valizas que sea de algo de este siglo.

Saludos. 
Que el verano sea con ustedes, y con sus espíritus. 

Carpe diem (cosa que no tiene nada que ver, pero nunca viene mal).




Nos conocemos de toda la vida, o de toda su vida, por lo menos: él es gato de una sola humana, aunque mantiene una actitud cordial con el resto de la especie. Por la noche, especialmente, todos sabemos que Pipín es un ser 100% monoduéñico. Ayer le pregunté si esta noche al fin iba a animarse a dormir conmigo y me miró con cara de comprender. Despierto de mañana con un peso gris a mi costado.





A veces la felicidad se reduce a muy poquitas cosas. Tener media porción de pascualina en la mochila, venir con número de asiento pasillo pero que no haya nadie en la ventanilla, viajar sin nadie al lado, esas cosas. Hace dos horas y pico que salí de Río Branco, con los dos asientos para mí. He temblado en cada parada, pero no. El señor con el bebito, la chica voluminosa, la familia completa, todos siguen de largo. Respiro aliviada y cierro los ojos, mientras cae la noche sobre el campo a la salida de Treinta y Tres.
_ ¿Está libre este asiento?- escucho de repente una voz femenina, y mi felicidad se deshace de un plumazo. Ella y su niño se instalan en el asiento 19, mientras yo comienzo a llorar en silencio por la soledad perdida. 
_ Vení aúpa de mamá- escucho que le dice al niñito- Igual es un viaje cortito. 
¡Aleluya, grito para mis adentros, se bajan en Varela! 
Mi felicidad se queda ahí nomás, agazapada. Sabe que en pocos minutos ella y yo seguiremos el interminable viaje a Montevideo, cansadas de Nüñez y soñando con una cama pero probablemente sin compañeros de asiento. 
Feliz solsticio de verano, estimados. 

Cada uno lo pasa como puede.




Pensé que sería una mañana tranquila, pero no. Los cazadores somos muchos y estamos ansiosos. Un observador distraído quizá podría creer que actuamos en manada al vernos parados, quietos, a medio metro uno del otro, pero no. Somos acechantes solitarios; cada quien vela por sí mismo. De vez en cuando una presa se perfila en el horizonte; nos miramos de reojo, calibramos los movimientos del otro, trazamos estrategias de aproximación y esperamos. Tal vez alguno de nosotros tenga suerte esta vez, pensamos. Pero la presa no se detiene. No parece advertir nuestra presencia, y sigue de largo. Una vez, y otra, y otra más. El tiempo sigue transcurriendo. Los cazadores resoplan.Las presas no se detienen. De pronto una, que ya ha escapado de nuestras manos, se inmoviliza un segundo, como parándose a otear el horizonte, unos metros adelante. La decisión está tomada: corremos hacia ella. Por un instante adquirimos comportamiento de manada, porque sabemos que nos conviene. 
_ ¡Corran, corran, no lo dejen ir!- grita un Pelado Alfa, al que obedecemos. 

Por una fracción de segundo solo vemos baldosas y zapatos. Volamos en desorden hasta la esquina donde el distraído 105 ha abierto sus puertas para que baje un pasajero, hasta que uno de los nuestros se toma del pasamanos y todos respiramos aliviados. Ya no podrá cerrarnos la puerta en las narices: hemos cazado un 105. Ahora solo será cuestión de pasar la tarjeta, sacar el teléfono de la cartera y empezar a correrse al fondo, que hay lugar.




De vez en cuando la vida te pone en situaciones incómodas. Pasar 40 minutos encerrada en un cubículo con un ser humano que no para de forcejear con tu dedo lastimado, por ejemplo: si el ser humano actúa y no habla, vaya y pase. El problema es que a veces no hay concepto de silencio, te sentís 90% del tiempo en las antípodas del pensamiento de la otra persona y te cansás de llevarle la contra. En estos 8 días de fisioterapia cinco veces me tocó con la misma chica. Hemos pasado por temas históricos, existenciales, filosóficos, sin vislumbrar más que alguna coincidencia de vez en cuando, casi por compromiso. La última no coincidencia, la más light, fue hace un rato, cuando escuché la interminable descripción y alabanza a una playa artificial en Solanas. ¡Una playa artificial! No existe nada menos horrendo en mi cabeza que ir de vacaciones a una playa artificial, y encima cerca de Punta del Este. ¿Y los caracoles, los fósiles, las sorpresas? ¿Dónde está la gracia de una piscina con arena?
Somos todos diferentes, por suerte, bla bla bla, de acuerdo, y la chica es un encanto, todo lo que quieran, pero prefiero encarar la lluvia y la tormenta del afuera que seguir manteniendo no-conversaciones como la de hoy. 
Saludos de la antisocial. 

Solo quedan dos sesiones. 





El guarda del 103 debe tener poco más de veinte años. Viaja concentrado en su celular y no le escuchamos la voz en todo el viaje, ni siquiera cuando un vendedor de curitas se le para al lado y le habla diez minutos sobre la vida, sobre la Biblia y sobre su padre. De repente alguien le pregunta algo, él sale de la pantalla del teléfono y se dirige al chofer:
_ Gonza, ¿la Plaza Libertad cuál es: la de los Bomberos o la del Entrevero? 
El chofer le contesta, sin demostrar sorpresa alguna. Él transmite la respuesta (“es la que está después de la Intendencia”), baja la cabeza y vuelve a sumergirse en el teléfono.




Cuarentona rubia, flaquita, vestida de veinteañera, ante veterana canosa de puesto de tortas frutas, en la feria:
_ Hola. ¿Te quedó alguna?
_ ¿Eh?
_ Si te quedó alguna, fría. 
_ Fría no. La hago en el momento.
_ Ah... ¿Pero está caliente?
_ Sí... Después se enfría.
_ Ah, ta. Vuelvo en un ratito. Hasta luego. 

Y se fue. La señora canosa la quedó mirando, pero no dijo nada.





Tres chicas venían sentadas en el mismo asiento cuando subí al ómnibus hace un rato. No sé cómo hacían, pero una iba en la falda de la otra, que iba en la falda de la tercera. Vestidas y maquilladas de fiesta; sus risas y charlas dominaban el panorama tranquilo y silencioso del resto del coche. Tendrían 15, más o menos. Cuando estaban por bajarse algo llamó mi atención: había un detalle discordante en al menos dos de ellas (capaz que en las tres, pero la primera ya estaba junto a la puerta y quedaba fuera de mi campo visual). Iban descalzas. Descalzas iban en el bus y descalzas (con los zapatos en las manos) empezaron a caminar por 8 de Octubre, junto a los amigos que encontraron al bajar, en la parada. 
¿Dónde quedó la tradición de quitarse los zapatos a mitad de la fiesta? ¿Ya no se usa más? ¿O ahora es al revés, y las chicas se calzan a las tres de la mañana? 
Me encantó lo de viajar sin zapatos. ¿Puedo vivir descalza de acá hasta marzo? 

Ustedes igual no digan nada, y en todo caso si me cruzan miren para otro lado, ta? Muchas gracias.




Viajo en un 103 con olor a perro. En serio, hay un olor a perro mojado espantoso. Se ve que esta gente no limpia el ómnibus, los asientos... Ah, no, son mis manos. Mi amiga negra del camino se ve que pasó la tormenta en la calle, pobre, pero es que cuando los vecinos le pusieron una cucha ella no se metió nunca y al final la sacaron. Estaba bastante mojada esta mañana. Siempre viene a hacerme mimos, no la iba a dejar colgada solo por un tema olfativo, ¿no? Pero si se cruzan conmigo, ya lo saben: apesto. Ustedes disimulen.




Diario de la fisioterapia, día 5. 
Hoy pintó jugar. Con fideos, con plasticina, con piezas de plástico, con palillos de colgar la ropa. Me sentí en jardinera, fue un viaje en el tiempo. En una estaba abriendo a la vez un palillo con cada mano y el de la izquierda (lastimada) era durísimo. 
_ ¿Vos me diste un palillo duro en esta mano para que haga más fuerza con ella?- pregunté, y la fisioterapeuta de hoy ( una mujer muy tranquila, que hablaba poco y en voz baja) contestó:
_ No sé. A ver, probá a cambiarlos.
Lo hice: era al revés. El palillo que me complicaba la vida era intencionalmente el más fácil. Se ve que no tengo fuerza en el pulgar ni para eso (por ahora). 
Con su permiso, los dejo. Voy a buscar unos tirabuzones para jugar un rato a pasarlos de una olla a la otra y a colgar ropa en la cuerda con la mano izquierda. Terapia de dedo en reparación, que le dicen. 

Quedan cinco días.




“¿Y recién ahora se acuerda? ¿Por qué no denunció antes?”

Porque te sentís avergonzada.
Porque no querés lastimar a los que te quieren haciéndoles saber que te pasó algo tan terrible.
Porque el 70% de las veces el agresor pertenece a tu círculo cercano (es familiar, amigo, etc) y te imaginás que si hablás vas a armar un quilombo que termine con todos peleados con todos.
Porque a veces podés perder tu trabajo, tus estudios, tus amigos, tu pareja, tu familia, tu vida. 
Porque te enseñaron a culpabilizarte.
Porque el tipo capaz que tiene mujer e hijos y no querés joderles la vida a ellos, que no te hicieron nada. A veces los conocés y todo. 
Porque te ponés en último lugar. 
Porque sabés que va a ser mucho más fácil no creerte. 
Porque tenés miedo.
Porque creés que podés sanarte sola. 
Y un largo etc.


Antes de juzgar, preguntá. Y ponete en el lugar de la víctima. Empatía, se llama; no depende del género y siempre puede aprenderse.




Mientras sigue habiendo personas que preguntan por qué no denunciaste antes.
Mientras aún se te pregunta cómo ibas vestida.
Mientras siguen mirándote raro por no casarte, por no tener hijos, por no bancarte las reglas ajenas, por gritar, por no callarte.
Mientras la primera reacción es dudar y la segunda cuestionar qué hiciste para ponerlo así. 
Mientras se vean los abusos como situaciones aisladas de un par de loquitos fácilmente señalables con el dedo.
Mientras se defienda al agresor porque “es una buena persona, buen padre, buen vecino”.
Mientras se repita que estas cosas siempre pasaron.
Mientras se mire para el costado, mientras la indignación deje paso al reporte sobre el estado del tiempo, mientras se crea que esto es solo una movida pasajera o un ladrido de perros a la luna, nosotras reaccionamos.

Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta.


Educación, libertad e igualdad de derechos para todos los seres humanos. Nadie es más ni menos que nadie.






¡Qué lindo el frente de Derecho cuando la lluvia convierte la harina y los huevos en un engrudo resbaloso y maloliente! Gracias, egresados, por mantener y fomentar tan nobles tradiciones.


(Momento quejoso de martes pasado por agua, estimados. Necesito un café, pero no garantizo que me endulce.)




¿Se acuerdan que conté de un encuentro enérgico y hablado el jueves, seguido de uno lánguido y silencioso el viernes? Bueno, la vida sigue mostrándose dinámica y cambiante. No nos bañamos dos veces en el mismo río, ni tenemos fisioterapia más de una vez con el mismo profesional, parece. Hoy me tocó Olaf el Vikingo: alto, pelirrojo, de barba espesa y con manos de acero. El pulgar se mueve o se mueve. Yo me quejo, pero Olaf dice que no hay vuelta, que me deje de cosas y que cada sesión va a ser más fuerte. Me preparo para resistir, mientras pienso que no habría estado nada mal vivir en Islandia. O en Valizas, para caerme en la arena. O en el Cabo. Punta del Diablo. Martha”s Vineyard. Riomaggiore. Lago Merín. Sarasota. Cualquier lado con playa y sin veredas desparejas. 
Ya pasó el tiempo de conectarme al aparato que me pasa electricidad al pulgar. Olaf debe estar por volver. 

Ampliaremos.





Matilda anda en algo. Hace una semana que no para en casa: viene, exige comida, come y se va. Dejó de joder para que me despierte, y ya no duerme en Arbolito. No me queda claro si tendrá otro hogar o si no habrá encontrado algún gatito abandonado, porque su expresión es la de quien está cumpliendo una labor impostergable. “No puedo demorarme contigo, ya vas a entender”, parece decir. No sé. Tiemblo un poco. Ya les contaré. 😱




El de ayer fue un encuentro con la energía, la electricidad, las palabras. En el de hoy, en cambio, todo es paz, suavidad y silencio. Yo me dejo llevar, en todo caso. 
_ ¿Te duele?- me preguntan cada tanto.
_ Un poco- les contesto- Un poco.
Son los brujos de la tribu, pienso: cada uno adora a un dios diferente y me somete a su propio ritual. Me pregunto si tendrán todavía ocho propuestas para sanarme del todo, pero no estoy segura. Capaz que alguno se repite. Mientras tanto, el pulgar sigue medio rebelde, y no hay quien lo mueva del todo. 

Creo que está necesitando un poco de sol de Valizas.


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Valizas

_¡Palmeras, muchas palmeras al costado de la rut... ! 
_Ya pasaron. 
_ ¡Un ñandú, un ñandú, un ñandú! 
_ Se me fue. 
_ ¡Macizo de flores amarillas al lado de rancho ídem! 
_ Demasiado lejos. 
_ ¡Carancho, carancho al lado de portera de madera! 
_ No me dio el tiempo. 
_ ¡Ceibos, cientos de ceibos tapados de flores rojas! 
_ Mmmh... No salen.


Y así vamos, mi yo niño y mi yo adulto, dialogando al costado del camino.


Merienda tardía en el hostel; aprovecho que hay wi fi para navegar por ahí y termino enterándome de que hoy fue un excelente día, en el que como Aries me uní a mis compinches de fuego (léase Leo y Sagitario) para apoyar a Géminis y joderle la vida a Escorpio. Sí, ta, otra vez leyendo horóscopos en El País. El único problema es que desde que fb me cuenta quién cumple años cada día no me acuerdo de ninguna fecha, así que, estimados, perdonen si son de Escorpio, de nada si son Géminis y choque esos cinco, Leos y Sagitarios: el mundo es nuestro. O eso nos creemos.


No hay viento. Contra el agua, restos de caños de ocho o diez ranchos(sé que uno puede ser el mío, pero no sé cuál). Muchos fósiles pidiendo ir a vivir a Arbolito. Casi ningún ser humano. Un gato en la puerta de su rancho mirando el mar. Cacería de gaviotas por halcón lento. Agua verde. Arena limpia. En el pueblo, apenas unos pocos artesanos y un amigo que se queja del frío de la semana pasada. En el hostel, mixtura de perros con y sin raza. Las Santa Rita se desbordan sobre las mesas del desayuno. 

Ojalá todo el verano fuera diciembre.


Ana es bajita, alegre y explosiva. Vive en Valizas, escribe cuentos y atiende el chiringuito en el frente del hostel. Habla hasta por los codos; le pregunto qué tiene y solo me ofrece una torta gallega, pero después se va acordando y empieza a agregar posibilidades. 
_ Hay tarta caprese. Ah, y canelones de berenjena. Y de pollo. Acá en la heladera tengo también estos bocaditos de verdura que me dejó mi sobrina. Tengo para preparar ensaladitas. Lo que no tengo son bebidas frías, ¿por qué no te cruzás hasta el almacén y te traés una? Hoy vas al baile, me imagino, ¿no? Es el penúltimo del año. Va a estar buenísimo. 
Es un fin de semana soleado de diciembre; no hay mucha gente, pero siempre hay un par de mesas ocupadas. Ana se desdobla en veinte, cocina, charla, acepta que un veterano y un péndex con pinta de nieto le dejen bolsos mientras van a la playa. Su perra Joaquina duerme abajo de todas las mesas, y el negro barbilla que adoptaron los del hostel también. Llegan proveedores, clientes, conocidos. Un dorado se posa arriba del cartel de Pilsen pero se vuela cuando le saco la foto. 

Comienza a haber cierto movimiento en el hostel. Creo que arranca el re acondicionamiento de la plaza



“Haciendo palmaaaas porque aquí está sonandooo... ¡Monterrojo!”
La cumbia del bailongo de enfrente atruena la noche del pueblo. Ni un Redondo, ni siquiera un clásico de Soda o. Charly. Valizas ya no es lo que era, pienso. Pero no es verdad, porque vengo de ahí y sí, es lo mismo que antes, que siempre, solo que con diferente banda sonora. Baile gratis, bebidas baratas ($50 mi grapamiel), oscuridades danzarinas y algunas luces de colores. Perros varios en la vuelta. Gente de todas las edades. Viejos de sombrero de gaucho, quinceañeras, veteranas con exceso se energía, europeos con cara de no entender pero sonriendo. Lo que no había en otros tiempos era un caño, es verdad. Este está instalado al lado del ventilador de techo; va a ser muy interesante ver qué pasa si alguien lo prende. 
_ Por lo menos hay autos en la puerta del Dársena- dijo uno de la comitiva del hostel cuando al fin coordinamos para arrancar, como si se tratara de una larga travesía y no simplemente de cruzar la calle.
“Autos” sonaba a multitud: eran dos. Adentro, una docena de parroquianos, casi todos bailando en parejas, abrazados. Nosotros éramos como quince, rumbo a bajar las calorías extra de unas deliciosas pizzas hechas a la parrilla. Durante los veinte metros del hostel al baile no pude dejar de mirar las estrellas, porque la noche pintó despejada y sin luna, e igual hice una hora después, cuando estaba haciendo el cruce a la inversa. Ya había tenido mi cuota de cumbia por lo que queda del año (y del siglo), y mañana quiero caminar hasta las Malvinas, cruzar el arroyo y arreglar la plaza. 

Buenas noches.


Cae la tarde sobre la ruta: es tiempo de pegar la vuelta. El ómnibus avanza y retrocede por la 10, con esa manía de complicarnos la vida a los valiceros yendo al Cabo y volviendo luego hacia Aguas Dulces. 
La jornada de la Leopoldina fue espectacular. Hubo mucha gente del hostel trabajando: ellos pusieron la mayor parte de las ideas, pintura y pinceles, los tachos de basura, herramientas, palos para bordear la plaza y un largo etc, sin contar con que nos invitaron con la noche y desayuno a los que colaboramos. Varios comercios del pueblo donaron también materiales. Entre nosotros la división de tareas se fue haciendo naturalmente: unos pintaban, otros cortaban pasto, limpiaban la plaza o cocinaban pascualinas y miniaturas para el grupo. Estuvimos horas: desde las 9 hasta las 15.30, maso, hora en que degustamos una torta de cumpleaños (creo que venía de la Dársena), desarmamos el gazebo y guardamos todos los enseres en el hostel. Algunas personas se quemaron de más (hombres, en general, que quedaron con las musculosas grabadas a fuego en la espalda), otras usamos protector. La participación fue teniendo picos y bajadas. Los habitantes locales no se colgaron, casi. Al final se terminó como ceremonia ritual con un chapuzón en la playa (que adivinen quién lo cambió por una caminata hasta las Malvinas...).
En el hostel, después de la playa, las actividades retomaron sus cauces habituales: unos merendaron en el patio, otros vieron el partido, alguno se tiró a tomar sol arriba. La tarde era hiper pet friendly; además de la gata andaban cinco perros en la vuelta, a cuál más mimoso. Estaba armando el bolso para la vuelta cuando apareció el esloveno que compartió la habitación conmigo, con una veterana uruguaya que conoce todo el mundo y con un alemán que no habla nada de spanish. Con el esloveno (Nico) había estado yo charlando ayer y hoy: es un veinteañero nivel dios, que viene viajando por América desde hace un año y cuatro meses. Habla como siete idiomas, anda en una moto gigantesca que se compró en Canadá y tiene ojos verdes, gigantes, luminosos. Ayer hablamos pila (en inglés) él, yo y el alemán, que es apenas un ser humano y no llega a la categoría deidad. Hoy el dios me vio en la habitación, fue hasta su mochila y vino hasta donde yo estaba: traía en la mano dos fósiles que había juntado en la playa para mí, oh, my... 
Nota mental: se impone una revisión urgente de los axiomas personales de “nunca péndex”. Después de todo, los dioses son intemporales. Cierre de nota.

Y eso es todo. Mañana a las ocho tengo examen en el IAVA. La vida vuelve a sus carriles humanos y urbanos, por ahora. Solo por ahora.

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Y qué tal si nunca volvieras
Si me quedara para siempre
Esperando
Soñando
Recordando
Si pasara un día y otro y otro
Y nunca pudiera sentirte en mi piel
En mis ojos
En mis labios que solo saben
Convocarte con palabras
Y aguardar tu llegada. 
No me dejes para siempre
Por favor, no me dejes.
Necesito abrir mi puerta una mañana
Sentir tu luz y calor subiendo de la tierra
Y quejarme del sol, del sudor, de los sedientos mosquitos, de todo, pero contigo.
Vení de una vez, verano. Vení. 
Vení que te espero. 
Tengo un protector factor 20, lentes de sol y sombrero
Pero me faltás vos, todavía.
Todavía.




La calle Paraguay pasa por varios países. Zonas pobladas, desérticas, pujantes, decadentes. Una de esas zonas es esta: Mundo Árbol, recostado a la vieja estación. Más adelante arranca la Selva de Helechos, y unas cuadras después la Mole Geométrica. Un placer para visitar de vez en cuando, especialmente si una va inspirada... o a Inspira, la ceremonia de reconocimiento a los estudiantes destacados del CES. Otra zona del mundo que en general desconocemos, y que a algunos le sirve que no salga mucho a la luz, pero existe. Hace 4 años. 
#LosLiceosInspiran
Ta, me fui de tema. Sepan disculpar.




_ Muy buenas tardes. Como no me contestan voy a saludar de vuelta. Yo estoy acostumbrado, ando desde las 8 de la mañana a las 10 de la noche, y si alguien me saluda le pregunto: “vos no sos de acá, no?”, y me dicen: “no, soy venezolano, soy dominicano..,”. Así que voy a probar de nuevo: buenas tardes.
_ Buenas tardes- se escucha un murmullo cansado. Ahí el cantor parece quedar contento, empieza a aporrear una guitarrita y a entonar algo que difícilmente se adivina parecido a Colombina. Al final dice algo onda:
_ ¿Vieron que al final somos todos educados?
Y se baja, mientras yo me felicito por estar sentada en el primer asiento y por haber quedado afuera del circo de pura suerte. Otra que 5 de oro. Esto equivale a un pozo de plata, por lo menos. Por lo menos.





¿Para esto lee una policiales en vacaciones? ¿Para que en la última hoja el detective reciba un tiro en el pecho, o que la mujer que ama y con la que al fin se ha reconciliado resulte víctima de dos disparos en la cabeza que iban dirigidos al protagonista? Malditos escritores. Me dejan a los malos sueltos y se mandan vueltas de tuerca como esta, que me dan ganas de sacar la mano por el libro y acogotarlos. 
Esto con Agatha Christie no me pasaba. O sí, pero me lo avisaba en el título, y por lo menos no me bajaba a Poirot de un hondazo. He dicho.



Leo un artículo en El Observador sobre los casi 700 estudiantes extranjeros que están cursando acá. Se menciona la integración, el compañerismo, el alto nivel educativo, todo bien, pero dejan para el final la opinión de un chiquilín que dice que hace 9 años, cuando llegó, podía jugar al manchado en la calle y ahora camina hasta la parada con miedo. Solo eso. No es un hecho, es una percepción, pero te lo tiran al final para que lo que quede vibrando sea una nota negativa. 

Ta visto: uno no puede ver sino la luz o la oscuridad que lleva adentro (y, para algunos, tratar de oscurecer las luces ajenas es tarea de todos los días).




Ustedes me conocen: soy duraza para llorar de tristeza, pero re fácil para el llanto emocional. Vengo de ver una obra de teatro que me tuvo con los ojos llorosos desde el principio hasta el final, y no fui la única. "Fue todo poesía", comentó una señora en la fila de adelante, y la profe de Literatura que fui a saludar al final casi no podía hablar, entre lágrimas y emoción. Historias mínimas, o no. Un texto poético-narrativo adaptado a medias para la escena, que nos llegó a lo más profundo del alma (aunque no a todos: no a la viejita de al lado, que desenrolló interminablemente un caramelo hasta que me puse a mirarla a los ojos a veinte centímetros de su cara, un rato antes de dormirse sin ronquidos, por ejemplo). Tres actores para mí desconocidos. Una sala pequeña en un segundo piso por escalera. Un acto de comunión entre las palabras, los tonos, los gestos. Oro en polvo, hubiera dicho la Mántaras. Oro en polvo. 

No sé si decirles que si pueden, vayan, porque capaz que Viralata no es para todo el mundo. Yo diría que si vieron Historias mínimas, (de Sorín) vayan. Si les gusta Fabián Severo, vayan. Si saben algo de la vida en la frontera, vayan. Si están hartos del teatro montevideano, vayan. Si quieren emocionarse, vayan. Y después me cuentan.




El perrito barbilla estaba atado con una correa a su dueña, que miraba cosas en un puesto de la feria. Un hombre se detuvo a acariciarlo; el bicho movió la cola y le lamió la mano, contento. 
_ ¡Es precioso!- dijo el hombre.
_ Preciosa.- corrigió la dueña, sonriendo.- Decile que sos preciosa. 
_ ¡Hola, linda!- saludó el hombre, y la mujer:
_ ¡Gracias, decile!

La perra siguió moviendo cola y lamiendo manos, pero no dijo nada. Y yo tampoco.






Lo bueno, lo malo, lo propio, lo de todos

Noticias del Lago y alrededores

• La Merín está cada vez peor. Una comisión internacional determinó que el nivel de contaminación viene en aumento y que la situación es más que preocupante. Los factores principales son las fumigaciones a mansalva (con avionetas, pasando por poblados, bosques, escuelas rurales, etc) y las aguas servidas de pueblos como Lago Merín, que dan directo a la laguna. En este último caso, el camión de la “barométrica” deja su carga muy cerca del pueblo, en un arroyo que la lleva derechito a la laguna, de donde se extrae el agua potable para el pueblo. El agua, además de recibir desechos químicos de las arroceras, va por cañerías colocadas encima de las cunetas con aguas servidas. Dos por tres los caños se rompen, y todo se mezcla. Cuando abrís la canilla te puede salir marrón, blanquecina, con olor a agrotóxico o a caño, según el día. Apocalipsis now. 
• Las calles del pueblo están hechas bolsa. A esta altura del año, más o menos, les tiran unos materiales para retocar, pero nunca algo definitivo.
• Hay un cartel blanco de Lago Merín pero no se ve mucho, porque al estar delante de una construcción blanca (la policlínica) no resalta.
• En el quiosco del 5 de oro hay una mesita con libros para que lean los vecinos. Uno va, lleva el que quiere por el tiempo que quiera y listo. Sin carteles, sin avisos, nada. Libertad, libertad. Cultura solidaria.
• El Hotel del Lago está a la venta. Si a alguien le interesa, dos millones de dólares y es suyo. 
• Hay pocos bares abiertos, y uno de ellos es lo de Ernesto, donde el dueño, la mujer y el parroquiano habitué de todas las noches dejan de ver un partido de fútbol para engancharse con la telenovela turca.
• La nueva onda entre los vecinos del pueblo es inventarse muertos. Ya van dos que caen, la noticia corre como reguero de pólvora, pero después los fiambres resultan estar vivitos y coleando. 
• Si vas a salir a caminar, ojo con los perros, que son legión y (algunos) se creen la gran cosa.
• Nunca, nunca, nunca vayas a dormir en la laguna sin un tul mosquitero. Acordate: nunca.

Noticias de felinos

• La vecina del fondo de mis viejos tiene cada vez más gatos, y se niega a operar o a regalarlos. Tres de ellos pasan la mitad del tiempo en lo de mis viejos, otros cruzan a lo de un brasilero bondadoso, todos son lindos y mansos. De la camada que tiene un año son unos 8, hace poco nacieron más, y algunas de los anteriores presentan unas pancitas sospechosas. Ampliaremos.
• La gata Guaytica está en problemas, porque al ser blanca el sol le afecta las orejitas. Dos por tres se rasca, rompe una vena y desparrama sangre por todos lados. Mis viejos han probado con diferentes cremas; el veterinario de ayer les dio una que por ahora parece que la va ayudando. Además tiene un ojo raro, como enrojecido. Quizás son secuelas a largo plazo de la mordedura de crucera de hace un tiempo, no sé. Crucemos los dedos. 
• Mi amiga María tiene dos gatos: la Tina y el Moleque. La gata el jueves le apareció dentro de su casa con un regalito largo y movedizo… Parece que no era venenosa, porque tenía varios colores y uno de ellos es verde, pero no da para estar seguros. Tranquis que la bicha no fue ajusticiada, solo retirada con las debidas precauciones de la zona hogareña.
• Ayer fue una tarde de mala suerte en lo de mis viejos: la gata lastimada, el Gatón con una pata ídem, se quemó una lamparita, medio litro de leche se volcó en toda la heladera y se rajó la hamaca paraguaya. Todo mal.

Noticias de mí en la laguna

• Saqué ochocientas fotos de bichos, en tres o cuatro se los puede identificar. 
• Decidí no ir a Brasil, pero me pasé comiendo Doce de Quatro Frutas.
• Tenía una remera para el Cele y la dejé en mi casa. Tenía pasajes abiertos; no me acordé y los saqué de nuevo. Tenía libros para llevar y los dejé en el galpón. Tenía un cerebro, hace tiempo. 
• El viaje de la vuelta es el peor. Compro helicóptero usado, pago bien, llame ya.

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