La vaca
de Juan Rivero era un asunto serio para mi abuelo. Él ya le había avisado una
vez, y otra, y otra, pero el hombre no tomaba cartas en el asunto y la
cabeza del Albino empezaba a echar humito cada vez que la veía pastando como si
nada en medio de sus plantíos.
_
Vecino, a ver si asujeta ese animal antes que se lo limpie de un balazo… Yo sé
por qué se lo digo. Si me entra de nuevo en la chacra rompemos relaciones y
dispué no se me ande quejando, que alvertido está hace rato. Yo le aviso.
Pero el
tal Juan Rivero era hombre flojo para el trabajo y con tal no cansarse
persiguiéndola dejaba que la vaca pastara a su antojo. El animal era en verdad
de otro paisano. El compadre Saturno Sosa se la había prestado por un tiempito
para que él pudiera darle de vez en cuando un poco de leche a sus dos
criaturas, porque la cosa estaba muy difícil como para poder comprar en la
estancia más cercana, que quedaba a dos kilómetros pasando la zanja.
Una
tarde Albino y Viterba se demoraron un rato en asomar la nariz fuera del rancho
después de la siesta. Era pleno noviembre, las gurisas estaban hasta las cuatro
en la escuela y no había por qué andar trabajando la tierra al rayo del sol,
que siempre cansa más que a la sombra. Ya desde el patio, mientras se echaba un
jarro de agua de la cachimba por la cara para refrescarse, mi abuelo vio la
figura marrón y blanca de la vaca ramoneando de lo más contenta en el medio
mismo del maizal. De lejos hasta parecía estar moviendo la cola a lo perro,
pero esto debe ser un agregado posterior a la historia, que no se sabe de vaca
que haga esas señales, y menos cuando ve una figura de camisa a cuadros,
bombacha ancha y sombrero de paja que se monta en la tordilla y arranca a
correr hacia ella como alma que lleva el diablo.
Pobre
vaca.
Mi
abuelo la sacó corriendo del maizal y la persiguió montado en la yegua hasta
acorralarla al borde de la zanja y obligarla a cruzar a nado. La corriente estaba crecida ese día y el animal tuvo sus dificultades, pero al final logró
hacer pie en la orilla opuesta, donde se quedó un rato mugiendo lastimeramente
porque estaba bravo para emprender la vuelta, aun cuando el paisano de la
camisa a cuadros se alejó enseguida, yendo hasta el rancho
del vecino Juan Rivero a darle las quejas por el maizal pisoteado.
La
discusión entre los dos hombres tuvo lugar en la puerta misma del rancho del otro. Era terco el hombre, y solo dejó de insultar a mi abuelo cuando este,
genioso y mal encarado como el que más cuando alguien se metía con lo suyo,
sacó el 38 de la cintura y le tiró un balazo que impactó en la pared de barro,
a unos centímetros de su cabeza. Los Barreto de esas épocas no conocían el
significado de la palabra paciencia, parece, ni sabían gran cosa del poder del
diálogo y la cuota necesaria de diplomacia entre vecinos.
Lo que sí tenían claro y mi
abuelo más que nadie era la importancia de llevarse bien con la autoridad,
como quedó demostrado esa noche que pasaron ambos detenidos en la
comisaría a raíz de la denuncia de Rivero. Este adujo que su vecino Albino le
había pegado un balazo pero no pudo mostrar ni un rasguño para avalar sus dichos. El denunciante tuvo que pasar las horas cocinando y lavando los
platos para mi abuelo y los milicos de la comisaría mientras ellos jugaban al
truco y se divertían de lo lindo entre risas y cañas. La autoridad y la
plata siempre se han llevado bien en este bendito país y en el Poblado de las Ratas mi abuelo
venía a ser, sino un millonario, al menos el vecino potentado con rancho, carro
y campo propio. A la mañana siguiente los levantaron temprano y cada
uno rumbeó para su casa sin mirarse ni murmurar ni un buen día.
Después parece que la
denuncia llegó a Melo pero no pasó a mayores porque el que la recibió fue un
pariente, el padre del Lele, quien en defensa de mi abuelo la rompió en ocho pedazos y dio por
terminado el tema. Entre familia no nos íbamos a
andar pisando el poncho, y este Juan Rivero que aprenda a controlar la vaca o que
la devuelva, que esos animales son de lo más mañosos y una vez que dan con el maíz
no hay quien les haga volver al pasto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario