De golpe nos quedamos solos.
Nos habíamos acostumbrado a sus voces de ciudad
y a sus razonamientos de otros. Dicen que son de acá porque vienen, saludan,
preguntan por el pueblo y compran en los almacenes, pero no dejan de ser visitas.
Sus sueldos y sueños están lejos. Ellos no queman naves.
Nos copian, vaya si nos copian; es su obsesión más profunda. Por tres meses imitan el atuendo pescador, la morosidad
artesana, la musicalidad de las palabras. Creen que andar descalzos y sin linterna
es una carta de ciudadanía pero son incapaces de sentir el invierno de cara a la
mar.
Mañana sus hijos y los nuestros empiezan las
clases; se acabó el recreo. Se vienen el frío, la soledad, el silencio, la
oscuridad cada vez más temprano, y hay que ver cómo escaparle a los fantasmas y
las cavilaciones inútiles. Espantar las dudas, no pensar muy lejos, esquivar
los recuerdos. En eso estamos todos iguales.
De golpe nos quedamos solos. Y lo peor es que lo sabemos.
Esa es una pieza que resume muy bien una realidad universal, Mariela; que puede verse en cada pueblo de mar que se ve invandido en verano.
ResponderEliminarUn abrazo,
Me ha sorprendido gratamente tu blog, Mariela. Un relato profundo y -a qué negarlo- desesperanzador.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
HD