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sábado, 3 de marzo de 2012

MI MEJOR AMIGA

Honestamente, nunca pensé que ella fuese capaz de hacerme aquello. Yo la quería; la quería como se quiere a los que nos acompañan desde hace años, a los que han sido y son fieles depositarios de todos nuestros pensamientos, de todos nuestros sueños.
Pero lo hizo.
La primera pista debió dármela Raúl cuando me recriminó que hubiera dejado de responder sus mails. Raúl, mi compañero de Facultad, aquel flaco morocho de ojos verdes con el que durante años habíamos mantenido una relación que bordeaba los límites del coqueteo pero que no se había atrevido a ir más allá de las bromas o alguna que otra mirada más expresiva de lo estrictamente amistoso. Fue un poco extraño que justo en el momento en que las cosas entre nosotros parecían irse (por fin) encaminando a una concreción él de pronto se hubiera borrado así de mi vida. Ni un mail, ni un comentario en el Facebook, ni siquiera un impersonal “Me gusta” de cortesía cuando colgué mis fotos del verano pasado, en las que se advertían los resultados del tiempo invertido en el gimnasio nuevo del barrio.
Raúl desapareció de la noche a la mañana y nada supe de él hasta que me lo crucé hace un mes, en el supermercado.
_ ¡Hola, perdida!_ me increpó con una sonrisa que tenía algo de forzada e insegura.
_ ¿Cómo que perdida? El que se ha perdido es otro, que yo sepa…_ respondí, sin poder evitar defenderme a la primera oportunidad, como siempre.
_ ¡Si te escribí como mil mails! Y vos no solo no me contestás sino que me borraste de la lista de amigos. ¿Qué pasó, Laurita? Si hubiera tenido tu cel te llamaba, pero ahí me di cuenta de que nunca te lo había pedido.
_ Pero… pará, pará, que hay algo que no entiendo. ¿Vos decís que me has estado mandando mails? ¿A mí?_ pregunté tontamente, ya de lo más confundida.
_ Sí, a la dirección que tenías. La cambiaste, supongo.
_ No, es la de siempre. Qué raro… No me llegó ni uno.
Llegamos a una conclusión, si no lógica, al menos posible: algún cataclismo cibernético nos había jugado una mala pasada. Y nos despreocupamos del tema para dedicarnos a asuntos más placenteros, que no era cosa de seguir perdiendo el tiempo, que bastante valioso y escaso nos resultaba.
A partir de ese día nos acostumbramos a intercambiar mensajes por teléfono. La comunicación se hizo fluida e interesante, de modo que prescindimos de la Internet y fuimos descubriendo entre charlas y mensajes lo maravilloso que es asomarse al interior de un nuevo alguien. Un otro.
Dos semanas más tarde se produjo otra situación inexplicable. Raúl había resultado ganador de un concurso de fotografías urbanas organizado por la Intendencia Municipal de Montevideo y me llamó para avisar que varias de sus fotos y una entrevista que le hicieron esa mañana en la radio estaban ya colgadas en la página de nuestra radio preferida. Pero yo no pude hallarlas. Recorrí de arriba a abajo toda la página y nada, ni rastro de Raúl ni de las fotos, y ni siquiera una mención al famoso concurso. Es verdad que entre la noticia del triunfo de Peñarol y el estado del tiempo se veía un recuadrito en blanco vacío, pero supuse que sería alguna clase de publicidad novedosa o un error de la página al que no di importancia.
Esa misma tarde había quedado en reunirme a estudiar con mi amiga Leonor, quien apenas llegué a su casa me recibió alborozada:
_ ¡Felicitaciones a la novia del fotógrafo! Te lo tenías calladito, ¿eh, Laura?
_ Eh… No, calladito, no. Se me habrá olvidado decirte. ¿Vos cómo te enteraste? _ le pregunté mientras subíamos rápidamente a su habitación, pues no queríamos que nos encontrara la mamá, que es de las que te dan charla y no te dejan ir.
_Lo vi recién, en la página de la radio._ me contestó.
_ ¿En serio?
_ Sí, claro. ¿Por?
_ No sé… A ver, mostrame.
Y allí estaban. Seis preciosas fotos y una página y media de entrevista con el galardonado fotógrafo Raúl Iturria, “una joven promesa en el registro casual de los fenómenos ciudadanos”, al decir del periodista. El recuadro en blanco no existía en la pantalla de mi amiga.
Quedé un poco amoscada. ¿Por qué no podía visualizar el artículo y las fotos en mi computadora? Tal vez existían problemas de configuración, me dije, como si supiera lo que eso significaba.
No lo eran. Hoy lo vi todo claro. 
Hace media hora estaba intercambiando mails con Bermúdez, mi profesor favorito de Derecho Penal, tratando de convencerlo para que extendiera por una semana el plazo de entrega de un trabajo. Cuando llegó Raúl, que venía a hacerme una corta visita en el tiempo que le dejó una clase cancelada a último momento, le conté en qué estaba. Él, cuyo padre había sido toda la vida amigo del catedrático, quiso sumarse a la cruzada y unirse al diálogo con Bermúdez. No llegó a escribir mucho: a la segunda palabra se incorporó de un salto con un grito:
_ ¡Me dio un choque! ¡Tu laptop me dio una descarga! _exclamó con cara de loco.
_ No seas absurdo Raúl, ¿no ves que está a batería?_ le pregunté con una sonrisa, al tiempo que pensaba que los hombres de mi generación estaban viniendo tan mantequitas como irracionales. Él se pasó un rato repitiendo que había sido un choque hasta que logré calmarlo y hacerlo volver al mail, donde Bermúdez seguramente empezaba a impacientarse. No podíamos aburrirlo o el plazo posible para el trabajo se esfumaría de un momento a otro. Convencí a Raúl de intentar escribirle nuevamente, pero no llegó a completar una palabra cuando se repitió punto por punto la escena anterior, solo que ahora los gritos iban in crescendo, así como su expresión de susto, cercana al terror.
_ Me odia… ¡Tu laptop me odia!_ repetía como en estado de trance, mientras un correo de Bermúdez nos confirmaba que se iba a desconectar y que el plazo del trabajo no se modificaba_ ¡Te quiere para ella sola, por eso trata de echarme!
_ Pero Raúl, ¿qué decís?
_ ¡Te digo que me odia! ¡Quiere borrarme de tu vida pero no entiende: yo no soy un archivo que se puede mandar a la papelera! ¡No, no y no! ¿Me oís? ¿Me oís? _ gesticulaba y gritaba interpelando a la pobre laptop, que se mantenía ahí, tranquilita arriba de la mesa del living, como todos los días.
_ Me estás preocupando, mi amor. ¿Cómo te va a odiar si es un montón de plástico y metal, un simple aparato, como todas las computadoras del mundo?
Fue ahí, juro que fue en ese mismo momento, en que la computadora, la fiel depositaria de todas mis ideas y todos mis sueños, se apagó. No sé qué fue lo que sucedió; solo vi que las luces parpadearon al instante y la pantalla se puso oscura y no volvió a encenderse.  
Los técnicos no dan con la tecla; ya es el quinto sitio al que la llevo y todos coinciden en que no entienden qué sucede, que el problema debe ser muy complejo, que tal vez si la llevo a la fábrica de origen...
A veces estoy tentada de hablarle. De decirle que la extraño, que no es para tanto, que su reacción fue desmedida, que podríamos intentar llevarnos bien los tres, que después de todo Raúl trabaja y estudia todo el día y yo estaría con ella muchas de mis horas de descanso y creación… Pero no me animo. Hoy no, por lo menos. Tal vez mañana. Eso, mañana. Mañana voy a ver si le conecto la cámara de fotos, esa que aún conserva las imágenes del verano y en una de esas, quién te dice, a lo mejor las luces vuelven a encenderse. Si eso pasa voy a prometerle al menos un par de horas por día de mi atención exclusiva, que bien se lo merece. Y si a Raúl le molesta… Bueno, después de todo, tal vez Raúl no sea el único hombre del mundo. Además ronca. Hace chistes malos. Se come las uñas. No, decididamente, Raúl no es el que yo creía. 
Mañana mismo se lo digo.

1 comentario:

  1. Leí este relato el día que lo publicaste y por falta de tiempo me quedó el comentario en el tintero. Hoy lo releo y me doy cuenta de que no te dejé dicho que ese extrañamiento de la laptop me ha parecido una idea fantástica. Celos de una máquina capaz de decidir que mostrar, buenísimo.

    El cuento goza de buen ritmo, consigue -hasta el desenlace- embaucar al lector, dado lo verosímil de la situación planteada hasta ahí y con ello mantiene la tensión.

    Buen trabajo.

    Un abrazo,

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