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sábado, 3 de marzo de 2012


LAS SEMILLAS

Camina, camina, camina que te camina durante las peores horas de invierno y verano. Nadie sabe a ciencia cierta si en verdad aún la está buscando o si es cosa del aire caliente que borronea las ideas, del sol que quema huesos y piel reseca, de pura amistad que ha hecho con la tierra. Huellas de hoy  recorriendo huellas de ayer paso a paso, incansable.
_ ¿Cuándo vas a parar al fin, abuelita?
_Yo no tengo nietos. Te has confundido. Yo no tengo nietos.
_ Te equivocas. Yo te conozco bien, mira: eres la madre del capitán Benítez. Pedro y Lucas son tus nietos. ¿Te acuerdas, eh, te acuerdas?
_ Yo no tengo nietos. Te has confundido.

         No mira para atrás ni cambia el rumbo, pero cada día el recorrido es más lento. Va levantando nubecitas de tierra con sus zapatos gastados. Ya no hay más mundo que este, no hay mañana ni ayer. Da lo mismo un lunes que un martes, un marzo que un setiembre. Solo el cielo arriba y el polvo abajo.

         _ Una vez tuve un puñado de semillas. Las esparcí en la tierra de mi quinta para que me llenara de alegría descubrir sus tallos tanteando la vida. Para darles el agua que su sed pidiera. Para espantar las hormigas y los caracoles. Tuve un ejército de flores avanzando por los canteros y un despliegue de hojas, de ramas y de zarcillos pintando de verde mis ojos y mis manos. Pero vino el frío y  solo quedaron las malezas.
         _ ¿De qué jardín hablas, abuelita? Tú nunca tuviste jardines.
         _ Ella era hermosa, hermosa como yo a sus años, y valiente como nunca fui. No soportaba que se maltratara a un débil ni que se callara a un hombre bueno. Ella hablaba, y sus palabras tenían la fuerza de la verdad, no importa a quién le gustara o no. Siempre luchó por la gente. La gente. No decía “el pueblo”, fíjate, sino “la gente”. Quizá porque tantos hablaron antes del pueblo sin amarlo.
         _ A tus nietos no les gustaba que la tía fuera una revolucionaria.
         _ Te equivocas. Yo no tengo nietos.
       _ Sí que los tienes. Dos hombres fuertes, orgullo de su padre. También tenían ideas, que defendieron como mejor pudieron. Tú sabes que eran tiempos de guerra. La heridas que deja la guerra deben cerrarse algún día, aunque sean hondas. Olvida.

         _ Una vez tuve un puñado de semillas.

         Nadie sabe cuánto lleva ese peregrinar. Su cabello en otro tiempo no era blanco, y los ojos de vez en cuando sabían seguir el vuelo de un pájaro o el desperezarse lánguido de un gato junto al portón, pero los años pesan, y el alma comienza a hundirse. Algunos dicen que empezó cuando se convenció o se dejó convencer de que la justicia no estaba en las manos de los justos. Hubo mentiras, promesas, dilaciones.:nunca una certeza. 
Nadie vio nada aquella noche. El partido en la tele estaba por terminar y estábamos ganando; un grito más o menos, quién iba a escuchar. Si se tiene familia para defenderte quién va a sospechar. Y si al otro día nadie recuerda haberla llevado quién va a contestar.

         _ Tú lo que tienes que hacer es parar esa zoncera de dale y dale que
te camina todo el día, ¿me oyes? Que ya estás vieja y tienes que descansar. Y si te pesa el alma, para eso está la iglesia, el último refugio de los pobres.

         Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, aunque ya no hay mejilla que ofrecer, ni pájaros que seguir, ni heridas que se puedan cerrar. Solo han quedado las malezas.

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