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jueves, 18 de enero de 2024

Finding Nahuelito




El viaje de avión es corto y muy tranquilo; dos horas en un pequeño aparato de cuatro asientos por fila, con solo unas pocas turbulencias al principio. Con mis amigas charlamos, reímos, miramos algo en la mínima pantalla del asiento de adelante y consumimos un magro refrigerio de barrita de cereales que de ninguna manera compensa el almuerzo faltante de la jornada.  

Cuando faltan veinte minutos me pongo a leer distraídamente las notas del celular, que son una mezcla de recomendaciones de películas, textos propios y ajenos, apuntes de una charla de Sergio Blanco y un montón de viejas contraseñas que ya no recuerdo para qué servían. 

Unos renglones me convocan entre tantas palabras en desorden: son tres frases. Tres frases muy breves, con la contundencia de las verdades que no necesitan explicarse. Me vinieron en un sueño cuyo contexto ya he olvidado, pero tengo presente que al despertar las tenía tan claras como si se me hubieran grabado a fuego en la memoria. 

Todo se ve mejor cuando para el movimiento. 

Los mensajes de otros tiempos se agradecen, pero es tiempo de dejarlos partir. 

Todo se ve mejor de cerca.

El segundo mensaje es el que interpreto de manera más fácil: de acuerdo, no se puede vivir en el pasado. El primero me hace pensar en los años que pasé corriendo de un lugar a otro y cómo la vida últimamente me fue llevando a limitar los tiempos y los lugares de trabajo. Ahora tengo más tiempo y menos plata, y no creo haber salido perdiendo con el cambio. El tercero me hace pensar en tratar de ir más allá de las apariencias, buscar la concentración, no dispersarme. Una imagen muy lejana se me viene a la memoria: estoy tirada boca abajo en el frente de la casa de Valizas de un amigo, charlando con una niña pequeña. Mi amigo, el padre de la nena y otras personas están a un costado, conversando, mientras nosotras nos dedicamos lago rato a explorar un pequeño cuadradito de pasto. Encontramos diversos tipos de hojas, varios insectos, les inventamos historias y diálogos imaginarios. Es para mí el mejor ejemplo de “mirar de cerca”, literal y metafóricamente. 

Nunca volví a ver a esa nena, ni recuerdo quiénes eran los adultos de esa tarde de contemplación cercana, pero la sensación de comunión con el todo fue tan clara que es imposible olvidarla. 

Salgo de mi ensimismamiento ante la voz de la azafata: comenzamos el descenso y es tiempo de volver a mirar para afuera. 




Se llama Playa Bonita y está a pocos minutos de Bariloche. Si la densidad poblacional de la Patagonia es (como nos dijeron) de medio habitante por km cuadrado, aquí la cifra aumenta a más o menos uno por metro. El agua es absolutamente increíble tanto por lo limpia como por lo helada, el piso es de piedritas y el sol quema muchísimo. 

Acá las horas de calor van aumentando a partir del mediodía y la temperatura máxima es a las cinco de la tarde. La tarde va hasta las nueve y media y a las diez aún está anocheciendo. 

Pasan continuamente vendedores ambulantes ofreciendo tortas caseras, budines, sombreros y otras cosas.

_ ¡A los churros con dulce de leche! ¡Churros rellenos de verdad, no solo en la puntita! 

Las vendedoras más lindas son dos nenas de unos seis o siete años que ofrecen “pulseras baratas”. Se nota que están jugando, aunque si alguien les compra es bienvenido.

En Playa Bonita no hay sombrillas, porque quiero ver quién va a hacer pozo en las piedras, pero eso no quiere decir que una esté cien por ciento protegida. Al costado tenemos una docena de veinteañeros con guitarra que cantan y se sacan fotos; hace un rato quisieron  encender una garrafa para calentar la pava y se les prendió fuego, aunque por suerte la pudieron apagar a tiempo. 

El agua, como dije, es increíble, limpísima y sin olas, pero no pasé de medio muslo. He la da. Este es un lugar de contrastes. El sol quema mucho más, el agua te corta la respiración, la tarde es veraniega pero cuando se pone el sol nos metemos de cabeza en el otoño.





Mirador Los Moscos, frente a la Isla Corazón. La isla tiene una historia mitológica y  romántica que recuerda a Romero y Julieta: dos amantes hijos de tribus rivales se tiran a cruzar el lago, se quedan sin fuerzas en el camino y mueren abrazados, lo que da origen a la isla. 

Lo que más nos quedó en la memoria, sin embargo, nada tiene que ver con el mito sino con una realidad muy tangible: nos corrieron los tábanos (moscos). Los tábanos son millones, se enojan si los espantás, prefieren a la gente vestida de negro, les encanta el perfume y no les molesta el Off. Lo bueno es que cualquier brisa los espanta. 

De todos modos lo peor no son los tábanos sino una especie de abeja importada de Europa (especie introducida para ver si se comían a los tábanos, pero no). Se llaman “chaqueta amarilla”, provocan inflamación, dolor y a veces problemas respiratorios. No mueren al picar y son recontra vengativas. 

_ Recién se me posó una en el cuello y vi toda mi vida pasar frente a mis ojos. -dijo uno de los gurises que iban en nuestra van. 

Salimos invictas de los tábanos y no vimos chaquetas amarillas (porque aparecen cuando hace más calor, más avanzado el verano), así que no nos podemos quejar. 🐝




Camino a la cascada Los Alerces, donde el tiempo se detiene y una quisiera eternizarse mirando (y oyendo) el agua.

A la entrada hay una cafetería deliciosa, atendida por una europea (Elena Bok) cuya madre vivió 110 años y era muy querida en toda la zona. Datos random, como por ejemplo que vimos saltar una trucha, ante lo cual alguien preguntó cómo eran de tamaño y la guía dijo:

_ Es bastante variable, la más grande pescada en este río fue de 7 kilómetros. Digo, 7 kilos. 

Pero ya estaba hecho, y el chofer (un veterano amoroso) le contó lo de la trucha de 7 km a los otros guías y choferes del parque. Una reputación arruinada en un solo lapsus, que ahora contribuyo a difundir más allá de la frontera.



Salida del parque Tronador, con los rayos del Sol dando un espectáculo entre los árboles altísimos del bosque de coihues, que pueden alcanzar los 45m metros y vivir 600 años. Si son viejos el tronco es muy ancho, tanto que para rodearlo se necesitan 8 personas. Los alerces viven más: 1400 años.

Forman parte de una familia de árboles patagónicos: los notofagus, que existen desde q los continentes estaban unidos (también los hay en Nueva Zelanda, por ejemplo). Otro de la familia es el ñire. 

En la montaña,  de mil metros para arriba y hasta 1700 metros están las lengas. Si no hay vegetación es que la montaña es más alta. La línea hasta donde hay plantas se llama timberlane, y no es una medida fija: el tope de las plantas varía con la montaña.

Hay un hongo parásito de los árboles, el llao llao. Para protegerse el árbol crea unas bolitas en las ramas que lo encapsulan. 

También vimos araucarias (que son macho y hembra), muchas cañas colihue y un montón más que no recuerdo.






Este es el arroyo Partido, a 20 km de San Martín de los Andes (tuve que buscar la imagen por ahí, porque la que saqué desde el ómnibus estaba re movida). Un arroyito de morondanga, pero con un destino más que interesante, que tiene que ver con la zona de división de aguas de la cordillera.

A la altura por la que cruza la carretera es cuando el Partido se divide en dos brazos: el Pil Pil y el Culebra. Ambos cursos vuelcan sus aguas en diversos ríos y lagos, hasta terminar en diferentes océanos. El Pil Pil recorre 1000 km hasta desembocar en el Pacífico, mientras el otro brazo, el Culebra, hace 260 km hasta el Atlántico.

(0900Marie, datos random de viaje)




Misterio de verano

Es verdad que en mi familia tenemos cierta tendencia a percibir elementos sobrenaturales (y después morirnos de miedo), pero no es menos cierto que varias de mis amigas son bastante blindadas para este tipo de situaciones, y así y todo a crédulas y escépticas nos ha pasado de ver y escuchar cosas que no tienen explicación racional. 

Hace dos años, por ejemplo, en Turquía, la habitación de hotel que compartíamos tenía una tendencia tan inofensiva como inexplicable a abrir de repente alguno de los tres cajones de la mesa de luz de mi lado. No siempre el mismo ni a la misma hora: estuviéramos o no en la habitación, un cajoncito de golpe se abría tranquilo y en silencio y así quedaba hasta que lo volvíamos a su lugar. 

Esta vez, en Bariloche, teníamos dos camas de una plaza en un dormitorio, una doble en el otro y una marinera en el living. Hicimos un sorteo y terminó quedando en el living una sola de mis amigas, porque yo compartía la cama matrimonial con otra, así no ocupábamos sitio de más en el espacio compartido. Tras la primera noche ella nos contó que tuvo que desenchufar una lámpara de pie, porque no dejaba de prenderse y apagarse a cada rato. Un falso contacto, en fin. Fui a mirar más de cerca y me pasó una cosa a la que le tengo cierto respeto, y es que cuando toqué el pie de la lámpara me invadió de repente un frío glacial y se me erizaron todos los pelos de la nuca. Estaba por salir de la zona rumbo a la cocina cuando la cuerdita de abrir la ventana, que era de metal, se empezó a bambolear sola. Oh oh. 

A la segunda mañana un par de mis amigas coincidieron en que escucharon a alguien duchándose en nuestro baño y pensaron que era alguna de las otras, pero no. No éramos. Cabe señalar que el apartamento no linda con otro, sino con un espacio vacío. Ese mismo día, en mitad de la ducha, me sobrevino otra vez el frío y me terminé bañando con la puerta abierta, para estar menos sola (o menos acompañada).

Para entonces lo de compartir cama no me estaba funcionando, en parte porque el colchón estaba un poco inclinado y en parte porque cada movimiento de mi compañera repercutía en mi organismo como una cucharada en un cerro de gelatina. Así que me mudé al living, para usar la cama de abajo de la marinera. Iba a tender las sábanas cuando vi que la funda del colchón estaba medio rotita, descosida en un borde. Cuando lo di vuelta buscando un panorama mejor me quedé paralizada: había unas enormes manchas de sangre que abarcaban como medio metro e iban desde la mitad hasta uno de los bordes. Vamos a entendernos: no era de menstruación. Cualquier mujer que ha tenido un percance nocturno sabe que en esos casos la cosa se ubica en una zona limitada, no se desparrama por todos lados. 

Obviamente, me volví a la cama doble. Para entonces una de mis amigas ya se había quejado y nos cambiaron el colchón, así que a la noche siguiente me instalé en el living. Y me desvelé. Eran las dos de la mañana y yo mirando al techo. Escuché radio, pensé, cualquier cosa, pero no dormía (yo, que pego un ojo y me despierto al día siguiente). Pasada la medianoche un perro empezó a aullar en alguno de los apartamentos vecinos y lo siguió haciendo como media hora. De todos modos debo decir que no vi nada, aunque en la madrugada tuve un confuso episodio en el que un sueño muy vívido (solo recuerdo que hablaba con una mujer y le preguntaba cuántos años tenía cuando pasó eso) devino en una parálisis del sueño de la que me costó un buen rato reaccionar. Hacía años que no me pasaba algo tan intenso. 

La última noche fue una pesadilla interminable, pero no por el fantasma (a quien ya por entonces consideraba amistoso, porque se limitaba a dar pequeñas muestras de su presencia) sino por una fiebre que volaba y un dolor corporal que se sentía como si me hubieran dado una paliza. Quizás fue (o es) covid; no lo sé. 

Ahora acabo de buscar si hubo un crimen en esa calle y resulta que en 2015 una mujer de 47 años fue asesinada a golpes, pero no en nuestro edificio, sino a media cuadra. De todos modos todos sabemos (y más si provenimos de mi familia) que no todos los crímenes se denuncian ni (mucho menos) salen a la prensa. Es decir que, en lo que a mí respecta, por lo menos, el misterio permanece. 

Saludos desde mi casa, que por suerte estrenamos y no viene con pasados (o no con pasados cercanos, por lo menos).



Esta cosa despeinada y dormida sobre una mesa soy yo, después de dos días de fiebre altísima, de no comer y de toser de continuo. Bariloche tiene una ampltud térmica que a mí y a dos de mis amigas nos liquidó (especialmente a la vuelta de la Isla Victoria, donde esperamos un cuarto de hora el ómnibus 20, que nos llevó a una velocidad insana hasta el centro de la ciudad). 

De verdad me he sentido muy mal, aunque no llamé médico, porque me dio miedo que me prohibiera viajar hoy. 

Saludos desde Colonia Express: solo me queda el barco, el bus desde Colonia y un taxi a mi casa. Creo que resistiré. Veremos…


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