Hoy me siento Cándido. Vivo en un mundo que día tras día se encarga de atacar mi visión positiva de la vida, acumulando problemas con los que no puedo lidiar (problemas de índole general, como la corrupción, violencia, pedofilia... todos sabemos a qué me refiero).
En medio de los cinco mejores años de mi vida, cuando aún faltan 701 jornadas para que terminen, ¿qué idea se les puede ocurrir a las autoridades de Secundaria justo antes de las vacaciones?
_ ¡Ya sé! ¡Vamos a sacarle el salón gremial a los estudiantes del IAVA! -debe haber dicho algún iluminado.
_ Pero... ¿y qué decimos? -habrá preguntado algún otro.
_ Vos metele que es para hacer una rampa, así quedamos bien con el tema de la inclusión y la accesibilidad, que eso siempre rinde y lo podemos decir en la prensa.
_ Eh... Pero el liceo tiene tres pisos, y aunque hagamos una rampa de entrada aparte de la que ya existe en el subsuelo, con eso no logramos que accedan a los laboratorios y la biblioteca. ¿Y si les arreglamos el ascensor, no será lo mismo?
_ No. Cerramos el salón gremial y lo convertimos en entrada al liceo, como en el siglo pasado.
Y así estamos, estimados. Tratando de sobrevivir al "mejor de los mundos posibles", donde los adultos que tienen el poder se niegan a dialogar y prefieren regirse por decisiones inapelables, como si los otros fuésemos un rebaño que se conduce al grito.
Después no me vengan con que los gurises se mandan "una asonada". Acá las provocaciones partieron de las alturas, bien lejos de las aulas, los bancos y pizarrones. Como siempre.
#CadaVezMásHarta
Hoy arranqué el día mal: me levanté media hora antes de lo previsto porque el gato madrugó más de lo habitual en su diaria exigencia de comida y llegué tarde al liceo porque perdí mis tarjetas y di vuelta media casa antes de salir sin ellas (a las que de tarde encontré ni bien empecé a buscar). Después el día se fue recomponiendo, como siempre que una se encuentra con sus estudiantes.
Ya de tarde fui a tomar un moka para despejarme y de paso hacer mandados. Ubicada, como siempre, el lunes empezó el otoño y yo el miércoles me compré una remera de manga corta.
Estaba de regreso, a tan solo tres paradas de mi casa, cuando vi a la Sinfónica de Montevideo en el Intercambiador haciendo una prueba de sonido y decidí bajarme. Eran las siete y veinte cuando terminaron los aprontes y el toque arrancaba a las ocho, pero me quedé charlando con un par de viejitas, una de las cuales me contó de su marido con Alzheimer en una residencial de nuestro barrio y después me quiso vender unos detergentes mágicos que vende desde hace un par de meses. Estaba de lo más contenta porque hacía un ratito se había cruzado con María Inés Obaldía, que estuvo en la presentación de un libro de mujeres de Casavalle en la Lazaroff y la saludó muy simpática.
El público rápidamente fue llenando la plaza Huelga General: una fusión variopinta de niños, jóvenes, gente intemporal como una y ancianos de pelos blancos. El espectáculo consistió en quince temas en clave principalmente de tango y salsa, dirigidos por un maestro venezolano que no paraba de homenajear a Tito Puente, Celia Cruz, el "joven cantante" Fito Páez y otros muchos. A medida que iba avanzando la noche un par de parejas se fueron animando a la danza, y pronto aquello era una fiesta general e irrestricta. Los ñeris bailando con las chicas con pinta de maestras de Casavalle, las octogenarias meneando traseros, las parejas abrazadas y los niños saltando felices en el espacio entre el público y la orquesta.
No sé si es que somos un pueblo maravilloso o si nos divertimos con todo: solo sé que ver a mi barrio saltando y riendo como si fuéramos una gran familia me dio una cosita por dentro que hace mucho no sentía (y por fuera me dio frío, hasta que me puse la nueva remera de manga corta encima de la que llevaba, y la cosa se hizo confortable).
Esta semana es una fiesta de principio a fin. Medio matizadita con un montón de despelotes, pero a no olvidarse de la parte social y positiva, que si no tendemos a ver solo el lado oscuro y el mundo está lleno de colores.
Copiándole a Rosencof (y a mi yo de hace unos años): que nunca falte.
El muchacho habla, habla, habla de su trabajo. Se queja de los horarios, los jefes, los compañeros. Por un momento duda de si lo van a ascender, pero después reconoce haberse mandado cagadas y tomarse atribuciones de coordinador (“porque los coordinadores no se ponen las pilas y están papando moscas”). Cuenta quién renunció, quién le aconsejó hacer lo que le mandan, da nombres, describe personas, se queja, todo en el mismo tono, sin meter una pausa.
La chica a su lado viene absolutamente callada, de brazos cruzados y con la mirada perdida en el frente. Por un momento pienso si será la hermana, hasta que él le pasa la mano por el pelo. De vez en cuando ella consulta su teléfono y lo único que dice cuando el muchacho (¡al fin!) deja un silencio de dos o tres segundos es:
_ Si ves que me paso de parada despertame, porque me estoy durmiendo.
Él no parece entender el mensaje, continúa hablando de sus planes de usar el próximo fin de semana para rehacer el currículum y empezar a repartirlo, a ver si cambia de trabajo. Comienzo a pensar si no seré yo la que se duerma y se pase de parada, hasta que sube una señora con una nena y le doy el asiento.
En mi nueva zona del ómnibus también hay una pareja, pero vienen charlando de cuáles eran los personajes de Los Supersónicos.
Buenos días.
Motivos para andar (más o menos) contenta:
*es domingo
*llovió
*me saqué de encima un montón de trabajo administrativo
*voté por primera vez como socia de mi cooperativa (y tuve algunos votos)
*probé la crema de peinar nueva que me regaló una amiga (me gustó)
*me saqué una selfie a cara lavada que insólitamente no salió del todo mal
Domingo de profundidad existencial, estimados. Es lo que hay. 🙂
(Todo para decir que los rulos me quedaron bien)
Hoy hace 39 años que se levantaba la suspensión del inicio de cursos en los liceos “por la epidemia de conjuntivitis”.
_¿Supieron la noticia? ¡De repente se acabó la conjuntivitis!- nos dijo el profe de Matemática a mi amiga Graciela y a mí mientras íbamos entrando al IAVA. Su sonrisa iluminaba la mañana y hallaba eco en nosotras, felices porque por fin podríamos comenzar las clases de nuestro último año de liceo. No hacía falta explicar mucho y el IAVA aún estaba lleno de oídos indiscretos, pero los tres entendimos sin decirlo que ese día algo muy oscuro comenzaba, por fin, a quedar en el pasado.
Esta semana hubo una noche en que mi vieja escuchó a las dos de la mañana como si alguien se tirara contra la puerta del costado de su patio. Ella prendió la luz y se quedó mirando, pero no llegó a saber qué había pasado.
En los últimos diez días van dos veces que salgo de casa muy temprano y veo un patrullero y policías vigilando una vivienda de mi cuadra. Ni idea de qué, pero algo pasa.
Ahora acabo de escuchar para el lado de José Belloni doce disparos en tres tandas de dos, cinco, cinco, con unos segundos de silencio entre una y otra. Miro una página de fútbol: no hay partido. Vaya una a saber cuál fue la causa.
Vuelvo a la computadora y me dispongo a seguir armando materiales para las clases de mañana, mientras me pregunto si demorarán mucho en terminar los mejores cinco años de mi vida.
Actividad para ir armando redes en quinto Artístico: repartí preguntas para enunciar uno y responder todos. Algunas tenían que ver con mi materia, otras no tanto:
_ ¿Son fanáticos de algún músico o banda?
Respuestas esperadas: Rosalía, María Becerra, Ricky Martin y un montón de gente que no conozco.
Respuestas obtenidas:
_ Charly García.
_ La Rosalía.
_ Fito Páez.
_ (algo que no conozco)
_ No te va a Gustar*
_ Los Beatles.
_ Carpenters.
Este va a ser un gran año.
* Diálogo a propósito de NTVG:
_ Fueron alumnos míos.
_ ¡Pero vos sos muy joven para haber sido su profesora!
_ Tengo 55.
_ ¿Quééé?
_ Bueno, me gustó esa sorpresa: están todos aprobados.
Noche mágica en el Cabo. Es la primera vez que entro de noche y el viaje en camión fue increíble, entre las oscuridades del monte a los costados, el cielo tapado de estrellas en lo alto y los relámpagos adornando el horizonte.
En el momento exacto en que pisé la arena de la playa apareció el borde anaranjado de la luna, que empezó a perfilar los contornos de las casas a lo lejos y las olas frente a la posada.
Saludos desde mi merienda tardía de las diez de la noche. No hay viento, no hay mosquitos, no hay más que un tiempo blando y perezoso en el que una no sabe si bajar a mojarse los pies en el mar o seguir tomando su capuchino con gatos peludos y perros amistosos al alcance de la mano.
Maravilla.
Post 8M
Soy una persona adulta que tiene conciencia de sus derechos y los defiende frente a quien sea. [El gato está maullando en la ventana. Voy a abrirle.] Porque no es cuestión de andar aguantando arbitrariedades. [¿Entrás o salís? Es medianoche, decidite que si dejo abierto se me cuelan los mosquitos.] Además una no puede depender de los vaivenes de las decisiones ajenas, porque no sería justo para con nuestros propios intereses. [Oíme, pesadilla, estoy tirada en la cama y te dejé tu comida en la cocina. ¿Hace falta que te acompañe a comer también?] Respetemos y hagamos respetar nuestros derechos, los más elevados y también los más básicos. [¡Gato, dejá de intentar moverme! ¿Qué te molesta que duerma de costado? Ah, ¿querés que me ponga boca arriba así usás mi brazo de almohadita? Bueno, dale.] Que nadie nos diga lo que tenemos que hacer, ni interfiera con nuestros propósitos. [¿Salir? ¿Otra vez querés salir?]
Y en eso estamos.
Pero no me quejo.
En casa de mis padres siempre todo se hizo a medias. La cocina, el trabajo, la limpieza, mi crianza; ellos se repartían las tareas sin necesidad de hacer acuerdos, porque era algo natural. Mi ex marido es un tipo de la planta, deconstruido desde antes de conocerme. Los últimos directores varones de los liceos en que he trabajado han sido espectaculares, tengo buenos compañeros de trabajo, buenos vecinos, buenos alumnos.
Dicho esto, no dejo de ver lo otro.
Desde que tenía diez años me han dicho las obscenidades más espantosas en la calle. Señores borrachos o sobrios me han mostrado su pene, me apoyaron en el ómnibus, me metieron una mano al pasar o trataron de besarme a la fuerza. Uno me llevó a un lugar solitario y trancó las puertas del auto cuando quise bajarme. Y otras cosas. He tenido compañeros que me levantaron la voz para tratar de callar la expresión de mis ideas, he pasado por un noviazgo en el que él trató de decidir qué me vestía y con quiénes salía, he tenido amigas que de pronto dejaron de ver a las mujeres de su entorno y he visto alumnas que demasiado seguido aparecían en clase con un ojo morado o la huella de un moretón en el brazo. Me caí, profe. No es que él no me deje verte, amiga, es que no tengo tiempo. Estaría tomado, él no es así. Capaz que te lo imaginaste. ¿Y qué te hace que te diga “algo lindo” por la calle? Me gustaría transcribir todas las lindeces que nos dicen, porque estoy segura de que la mayoría de mis amigos ni las sueñan. Hace dos días un muchacho con el que me crucé en 8 de Octubre, se puso a decir lo que me haría y estuve a punto de darme vuelta e insultarlo, pero me contuve. Yo iba muy triste, no estaba de ánimo para enderezar idiotas, o tal vez es que desde la infancia aprendí a hacer oídos sordos porque eso es lo que siempre me dijeron que convenía. No te pelees, no los enfrentes, no sabés cómo van a reaccionar.
O sea.
La violencia contra la mujer sigue siendo un tema (y conste que en este post no hablé de la violencia extrema, que también vive y lucha entre los hijos sanos del patriarcado). No todos los hombres la ejercen, pero estoy casi segura de que todas las mujeres la han experimentado en uno u otro grado. Por eso luchamos, y lo seguiremos haciendo: porque esta realidad solo se cambia si todos y todas hacemos un alto, pensamos, dialogamos y actuamos en consecuencia. Todos los días.
Tarde de lunes en la casa de mis viejos. Mi visita habitual de cada jornada transita por mi parte de manera distraída mientras pienso en otras cosas,a la vez que con media oreja voy siguiendo el parloteo constante de mi vieja y las frases sin mucha relación con el tema de mi padre.
De repente algo que escucho me resuena de modo extraño:
_…Y esa fue la época en que se desarmó el Pueblo de las ratas.
El Pueblo (o poblado) de las ratas era el lugar donde nació mi vieja; el asentamiento de un puñado de familias pobres y llenas de hijos (de ahí el nombre, se dijo una vez: las mujeres parían un montón de hijos, como ratas), un paraje perdido en la frontera entre Cerro Largo y Brasil.
_¿Cómo que se desarmó el pueblo? - pregunto, y ella empieza a contar otra vez la historia de Juan Brum (al que en la familia se le dice “Brun”), que medio me sé de memoria, salvo por el asunto ese de la disolución del poblado. Capten la precisión de hechos y fechas, para que vean hasta qué punto mi destino mental está tironeado desde extremos opuestos.
Juan Brum fue el bisabuelo de mi madre. Vivió cien años, de 1838 a 1939, casi 101. Era un hombre muy, muy rico, tanto que a cada hijo que se casaba acostumbraba darle unas cuadras de campo como regalo, y también donó las tierras para la escuela de la zona, cuando por fin se hizo. Como a causa de estos regalos los hijos fueron quedando involuntariamente de vecinos, en el pueblo de las Ratas todos terminaron siendo parientes más o menos lejanos.
Al morir Juan Brum dejó establecido en su testamento que los campos no se podían repartir hasta que hubieran pasado diez años de su muerte (¿para evitar ser asesinado por algún hijo endeudado, quizás?). Cuando se repartió la herencia a cada hijo del primer matrimonio le tocaron cien cuadras de campo, sesenta a los del segundo y a los del tercero treinta. Debe haber sido un trámite complejo de solucionar, porque el señor a lo largo de su extensa (y rica) vida tuvo casi 40 hijos. Una vez que se dividieron los bienes se desarmó el pueblo, y eso es lo que mi vieja recuerda de su infancia: un tiempo en que el caserío se llenó de papeles, jueces y policías.
Antes de casarse mi abuelo (que para entonces tenía unos 19 o 20 años) fue a visitarlo, a ver si de paso el viejo le regalaba un cordero o algo de plata para la fiesta. Juan Brum lo miró (tenía casi cien, porque eso fue en 1935, acota mi madre), hizo una pausa y le dijo: “¿Así que te vas a casar? Dos barrigas con hambre y un cuerno para tomar agua.” Y no le dio nada. Mi vieja cree que después se puso con algo, pero no está segura. Todos estos eran cuentos que le hacía el abuelo Policarpo (mi bisabuelo), el marido de la vieja Presolpina, mientras ella y sus hermanas lo ayudaban a desgranar el maíz. “No nos gustaba mucho trabajar pero nos encantaban las historias del abuelo. Andá a saber si son todas ciertas”, concluye, haciendo una pausa que mi viejo aprovecha para quejarse del calor y para decir que a esa hora empezaban a pasar los autos porque la gente que tenía casa en la Laguna ya estaba emprendiendo el regreso hacia Melo.
Y en eso se nos va yendo el verano, estimados. En recuperar la memoria de la tribu de la que una viene, que no es poco.
Bienvenida a los estudiantes de segundo, tercero y cuarto año en el colegio del barrio, esta mañana. Dos escenas.
1. Actividad de preguntas colectivas para irnos conociendo.
Yo: _ ¿Quiénes son fanáticos de un músico o una banda?
Chica 1: _Yo sigo a Lali.
Chica 2: _Yo a Tini.
Chica 3: _A mí me gusta Tchaikovsky.
2. Juego en ronda: al recibir la pelota hay que decir el nombre y algo que hicieron en las vacaciones.
Uno: _Yo soy Pedro y fui a Piriápolis.
Otra: _Hola, soy Florencia y salí con mis amigas.
Un tercero: _ Hola, me llamo Juan y en estas vacaciones no crecí ni un centímetro.
Bienvenidos a la acción. El año lectivo 2023 acaba de comenzar.
Voy a lo de mis viejos en mi diaria visita de un ratito por la tarde y los encuentro sentados afuera, en sus sillitas plegables, rodeados por dos de los tres gatos.
_ El calor está espantoso, pero tu viejo si no ve pasar gente se aburre, así que nos quedamos acá hasta la hora del informativo.-aclara mi madre.
Les llevé un libro de fotos de animales y plantas de Cerro Largo; mientras charlamos el Cele se entretiene mirando las imágenes y de repente dice:
_ ¡Qué lindo esto: es en Lago Merín!
De reojo confirmo que se ven unas garzas en la playa de la laguna, y no deja de ser una buena señal que reconozca el lugar en el que vivieron durante más de diez años.
A los pocos minutos, se pone a reír ante una foto: es un chingolo con una florcita azul en el pico.
_ ¡Mirá: está preparado para la conquista, lleva una flor y todo!
Con mi vieja nos miramos, agradablemente sorprendidas, mientras él cambia bruscamente de tema:
_ Yo no me puedo acordar quién fue que cuando yo era niño me puso el apodo de Palomón, porque tenía las piernas flaquitas...
_ Qué bien, te acordás de algo que pasó hace muuuucho. -comento, mientras mi vieja por lo bajo me aclara que ese mismo cuento lo hace varias veces por día.
Y en eso estamos, estimados. A veces claros, a veces confusos. Vaya una a saber qué pasa por la cabeza de una persona con Alzheimer, pero mientras el Cele pueda reírse, verbalizar y reconocer lugares no perdemos del todo las esperanzas de que no retroceda. El tiempo dirá.
Buenas tardes.
El señor tiene el pelo blanco y parece rondar los setenta años. Viene hablando sin parar con un muchacho joven con pinta de universitario, que no le contesta absolutamente nada y solo mira en silencio hacia adelante. Quizás sea un hijo atomizado por el padre sabelotodo, pienso mientras miro disimuladamente la escena desde el amable silencio de mi asiento de atrás. El señor pasa por la importancia de los doctorados, la economía de la India y el liberalismo en China. Habla sin dejar un segundo de pausa, con el mismo tono del Mr. Steimbrenner de Seinfeld.
De repente el muchacho pide para pasar y se baja. No era el hijo: solo una víctima ocasional del charlatán, que le cede el asiento de la ventanilla a una señora grande con pinta de ama de casa. Acto seguido el interminable monólogo recomienza, esta vez centrado en el calor y lo malo que es para las plantas el verano sin lluvia.
Es hábil Mr. Steimbrenner; varía los temas y niveles de lengua según el interlocutor del momento, dosifica sonrisas y administra de manera implacable los tiempos sin pausas de su discurso hasta que (¡por fin!) llega a su parada y nos deja a solas con el silencio plácido y perezoso de mitad de la mañana.
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