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sábado, 4 de marzo de 2023

Marzo de 2023




Hoy me siento Cándido. Vivo en un mundo que día tras día se encarga de atacar mi visión positiva de la vida, acumulando problemas con los que no puedo lidiar (problemas de índole general, como la corrupción, violencia, pedofilia... todos sabemos a qué me refiero). 

En medio de los cinco mejores años de mi vida, cuando aún faltan 701 jornadas para que terminen, ¿qué idea se les puede ocurrir a las autoridades de Secundaria justo antes de las vacaciones? 

_ ¡Ya sé! ¡Vamos a sacarle el salón gremial a los estudiantes del IAVA! -debe haber dicho algún iluminado. 

_ Pero... ¿y qué decimos? -habrá preguntado algún otro.

_ Vos metele que es para hacer una rampa, así quedamos bien con el tema de la inclusión y la accesibilidad, que eso siempre rinde y lo podemos decir en la prensa. 

_ Eh... Pero el liceo tiene tres pisos, y aunque hagamos una rampa de entrada aparte de la que ya existe en el subsuelo, con eso no logramos que accedan a los laboratorios y la biblioteca. ¿Y si les arreglamos el ascensor, no será lo mismo?

_ No. Cerramos el salón gremial y lo convertimos en entrada al liceo, como en el siglo pasado. 

Y así estamos, estimados. Tratando de sobrevivir al "mejor de los mundos posibles", donde los adultos que tienen el poder se niegan a dialogar y prefieren regirse por decisiones inapelables, como si los otros fuésemos un rebaño que se conduce al grito. 

Después no me vengan con que los gurises se mandan "una asonada". Acá las provocaciones partieron de las alturas, bien lejos de las aulas, los bancos y pizarrones. Como siempre.

#CadaVezMásHarta






Contexto:
* Apagón.
* Poca presión de agua.
* Mosquitos.
* Paro docente en el IAVA hasta nueve y media.
* Trabajos de alumnos esperando a que haya suficiente luz para ser corregidos.
* Gato que comió ración y exige atún (cuya lata no será abierta en tanto no vuelva la luz a la casa, porque la humana es buena pero no tonta). 
* Pasto crecido y contento con la lluvia.
* Último día de clases pre-Turismo.
* Look particular de remera arrugada (pues sin electricidad para la plancha), pantalón de verano (pues rodilla herida por resbalón en la calle) y championes viejos (pues los otros lavados post Lunarejo y aún no secados, pues otoño). 
* Señora de las cinco décadas utilizando el “pues” a la manera veinteañera, pues negación del paso del tiempo. 
* Buenos días.




Una se va de fin de semana y después el gato ni se quiere despegar. 
_ Está pesado que quiere quedarse acá.- dijo mi vieja ayer por teléfono- Se niega a irse y está tratando de conquistar la simpatía del Gatón, pero no es tarea fácil…
Ayer (bah: hoy) llegué a la una de la mañana y lo vi en la ventana de ellos, acostado en un almohadoncito. Apenas lo llamé (bajito, que no daba para andar despertando padres) vino corriendo para casa, comió y se fue al piso de arriba, donde durmió ronroneando hasta que lo desperté hace un rato con las primeras luces de la mañana. 



LUNAREJO

Villa Tomaz Albornoz (se supone que era nuestro territorio pero los vecinos hicieron de apuro una plaza y una escuela y nos ganaron varias hectáreas). 
Llueve manso en Rivera. 
Hay perros por todos lados. 
Los mandados son regalados. 
Ya compré como un millón de calorías. 
Dicen que al mediodía para (pero no creemos mucho).


Apuntes Lunarejos 
* Mil pájaros despertándonos a la mañana.
* Hongos por todos lados, algunos francamente increíbles.
* La cascada uruguaya más alta que he visto. 
* Zona de yaras (parece que pululan y por eso andamos con polainas de cuero, pero por ahora no hemos visto).
* La Casa Masoller es histórica, funcionó como almacén de ramos generales hasta 2005 y ahora el nuevo dueño la está reciclando para hacerla sitio turístico con museo y propuesta gastronómica. Hay un pool que parece ser el centro social de la movida del pueblito: ayer había como media docena de locatarios, incluyendo un gaucho de sombrero y botas de cuero. 
* Hay una zona a la que nuestro guía llama la Quebrada de Sara: el agua corre por entre piedras, a veces con barrancos altísimos y siempre con espesa vegetación, por ejemplo helechos gigantes del tipo selva.  La tal Sara era una fotógrafa cuarentona que se quiso quedar sola y acampar pero pronto perdió el rumbo, entró en pánico, escuchaba voces y anduvo todo el día sin poder salir del monte. Mojada, porque se cayó al agua, aunque tenía encima mil cursos de scouts y supervivencia. Al final, ya de noche,  pudo subir, encontró línea y llamó al guía, que un rato antes había mandado baqueanos a buscarla. Una de sus fotos ganó un premio en Montevideo, y Sara al poco tiempo quiso venir con un grupo de scouts pero el guía no aceptó, porque era mucha responsabilidad.
* La estancia en la que estamos se llama Santa Josefa y es de 1880.
* Hay tres perras simpáticas y una gata con gatitos. 
* Acá hay wifi y aire acondicionado pero las puertas se cierran recostándoles una piedra.
*El camino a las cascadas es complejo y resbaloso. 
* El cielo nocturno es espectacular.
* El cantor de Casa Masoller nos llevó a los ochenta.
* Dormimos la noche del viernes en el viaje de seis horas(en camioneta), caminamos todo el día subiendo cerros y aún así después de la cena en Masoller volvimos a la estancia cantando a los gritos Buitres y NTVG con la radio del chofer a todo volumen. Al llegar me zambullí en la cama, pero mis compañeras de habitación pasada la medianoche seguían jugando a la conga.
* Hay un ombú que es un portal.
* Piedra que ves es piedra que brilla. 
* Es tiempo de desayunar. Buenos días.



Cosas que (todavía) no conté del Lunarejo [o cómo seguir posponiendo la corrección de las pruebas diagnósticas de los sextos].
1. La naturaleza
 Las tres cascadas a las que fuimos eran de difícil acceso. Para llegar debimos hacer unos senderos largos, llenos de zonas resbaladizas y con peligro de pisar una yara en cualquier momento, por lo que siempre llevamos polainas de cuero como protección desde el calzado hasta la rodilla.
 En uno de los recorridos yo iba detrás del guía cuando él se detuvo de golpe e hizo señas de que nos calláramos. 
_ Miren ahí, en esa rama: lechiguanas. 
Los que estábamos más cerca miramos pero nos costó divisar lo que decía. Colgando de una rama había un puñado de avispas construyendo su nido (panal, camoatí... algo). 
_ Esas son malazas. -acotó el guía (que se llama Juan y es el dueño de la estancia en la que estábamos)- Son de las que no pierden el aguijón al picar y si se sienten amenazadas se nos vienen en enjambre.
 Así que pasamos agachándonos para no tocarlas, en un silencio sepulcral y con el alma libre de malos pensamientos, por las dudas que las bichas fueran, además de peligrosas, intuitivas. 
 Yo solo me bañé en la Cascada del Indio, porque la escalada de rocas o el descenso por senderos de alta dificultad no es lo mío. Mis compañeros, en cambio, llegaron a tirarse desde lo alto de las rocas, e incluso Juan se zambulló un par de veces de cabeza. (¿Juventud? No. Yo no hubiera hecho eso ni a los 15.)
 En los tres lugares a los que fuimos hubo que entrar al agua de championes, ante la inestabilidad del suelo de piedras que nos podían lastimar los pies o torcer algún tobillo. 
Todos los sitios por los que pasamos estaban llenos de ágatas, a veces embarradas, a veces limpitas y tentadoras.
En cuanto a bichos no vimos muchos: una culebra, algunas ranas, una araña, un ciervo que pasó fugazmente entre los arbustos, un montón de pececitos y unos dos mil tábanos que nos clavaron el aguijón aún por encima de la ropa rociada con Off. 
Había llovido bastante en estos días; el agua estaba limpísima, los campos verdes y el interior de los montes lleno de hongos coloridos y hermosos. 
2. La frontera
 Yo no había pensado ir a bagayear en este viaje, pero de pronto la mañana lluviosa del sábado nos terminó llevando a un pueblito del que nunca había oído ni nombrar: Villa Tomaz Albornoz, calle por medio del histórico Massoller (donde mataron a Saravia).
Los dos pueblos juntos no hacen uno: son un caserío de calles de tierra colorada (que son propias de Rivera 🎵), en este caso tapados de barro, donde los brasileros nos ganaron unas hectáreas apurándose a reclamar soberanía por poner una plaza y una escuela. Y allá fuimos. 
Los almacenes eran tipo pulperías: lo mismo encontrabas ticholos que botas de cuero y aperos para la montura. Yo me compré golosinas, una cosa alcohólica con maní que todavía no probé (y de la que no espero gran cosa) y una sillita de playa. Tranqui, lo mío. 
3. La noche
 Llegamos del primer recorrido en la nochecita del sábado, nos bañamos medio de apuro y volvimos a Masoller (a un par de km) para la cena. La reunión era en una casa histórica que fue del fundador del pueblo, la misma casa donde su hija se subía cada tarde al mirador para ver el movimiento de las tropas durante la guerra civil de 1904. Parece que se han conservado parte de los diarios de Francisco Masoller, pero no llegué a verlos. 
La casa funcionó como almacén de ramos generales hasta el año 2005 y ahora está siendo reciclada por Juan como sitio de interés turístico. Hay una zona de museo, un pool al que van los muchachos del pueblo y un salón social donde hubo guitarreada a cargo de un músico de Tranqueras. Nosotros nos dividimos entre el pool, la música, la zona de conga y el fuego del asado, hasta que se hizo la hora de la cena y los cuatro vegetarianos del grupo dimos cuenta de unas sabrosas ensaladas y omelettes muy salados.
Volvimos a la estancia alrededor de la medianoche cantando canciones de Buitres y NTVG, tras lo cual algunos nos fuimos a dormir, otros siguieron tomando cerveza y charlando y unos pocos armaron una especie de consultorio de tarot a cargo de una chica uruguaya que vive en Bélgica y parece que les acertó bastante con las cartas. 
Yo estaba sola en mi habitación de seis. Al principio dejé entrar a una de las perritas, que se tiró en un sillón del living (teníamos dos habitaciones), pero cuando los otros empezaron a ladrar en el patio pidió para salir y la saqué. Estaba agotada, me tapé con el cubrecama y cerré los ojos. Al instante los abrí porque me pareció que allí había alguien, pero no vi nada y me dormí enseguida. Al otro día me contaron que Juan estuvo hablando del fantasma de su abuela Josefa (la que le da nombre a la estancia), que siempre anda en la vuelta y se hace notar, aunque no hace nada malo y él se siente protegido por su presencia. En fin. 
4. Los humanos
 Suelo tener un poco de recelo ante estos viajes con desconocidos, pero hasta ahora siempre me ha tocado gente espectacular y esta vez no fue la excepción. A las dos horas de conocernos ya estábamos como chanchos, y cuando algunas ligábamos un trayecto en camioneta para aliviar el trekking saludábamos como reinas de carnaval al pasar a los otros, que nos tiraban agua a nuestro paso. Un éxito. 
5. Datitos sueltos
 El campo estaba lleno de guayabos (y a mi juego me llamaron).
 Uno de los guías me regaló un montón de ágatas.
 El primer almuerzo (en la estancia) consistía en carne estofada, arroz, zapallo cabutiá hecho con queso en su propia cáscara y una cosa de dudoso color pero muy buen gusto que ellos llaman algo así como "pirón". 
 En la estancia había ovejas, caballos, un ombú mágico, una piscina que no usamos y un mirador espectacular. 
 La hija de Juan era una actriz consumada, capaz de subirse a la camioneta diciendo que el padre la había dejado ir con nosotros cuando no era así y tuvo que venir la madre a llevarla, mientras ella y nosotros (ya a punto de arrancar hacia Masoller) cantábamos a los gritos "por tipos como tú uu uu!" 🎵.
Y ese fue un fin de semana inolvidable. 



Hoy arranqué el día mal: me levanté media hora antes de lo previsto porque el gato madrugó más de lo habitual en su diaria exigencia de comida y llegué tarde al liceo porque perdí mis tarjetas y di vuelta media casa antes de salir sin ellas (a las que de tarde encontré ni bien empecé a buscar). Después el día se fue recomponiendo, como siempre que una se encuentra con sus estudiantes. 

Ya de tarde fui a tomar un moka para despejarme y de paso hacer mandados. Ubicada, como siempre, el lunes empezó el otoño y yo el miércoles me compré una remera de manga corta. 

Estaba de regreso, a tan solo tres paradas de mi casa, cuando vi a la Sinfónica de Montevideo en el Intercambiador haciendo una prueba de sonido y decidí bajarme. Eran las siete y veinte cuando terminaron los aprontes y el toque arrancaba a las ocho, pero me quedé charlando con un par de viejitas, una de las cuales me contó de su marido con Alzheimer en una residencial de nuestro barrio y después me quiso vender unos detergentes mágicos que vende desde hace un par de meses. Estaba de lo más contenta porque hacía un ratito se había cruzado con María Inés Obaldía, que estuvo en la presentación de un libro de mujeres de Casavalle en la Lazaroff y la saludó muy simpática. 

El público rápidamente fue llenando la plaza Huelga General: una fusión variopinta de niños, jóvenes, gente intemporal como una y ancianos de pelos blancos. El espectáculo consistió en quince temas en clave principalmente de tango y salsa, dirigidos por un maestro venezolano que no paraba de homenajear a Tito Puente, Celia Cruz, el "joven cantante" Fito Páez y otros muchos. A medida que iba avanzando la noche un par de parejas se fueron animando a la danza, y pronto aquello era una fiesta general e irrestricta. Los ñeris bailando con las chicas con pinta de maestras de Casavalle, las octogenarias meneando traseros, las parejas abrazadas y los niños saltando felices en el espacio entre el público y la orquesta. 

No sé si es que somos un pueblo maravilloso o si nos divertimos con todo: solo sé que ver a mi barrio saltando y riendo como si fuéramos una gran familia me dio una cosita por dentro que hace mucho no sentía (y por fuera me dio frío, hasta que me puse la nueva remera de manga corta encima de la que llevaba, y la cosa se hizo confortable). 

Esta semana es una fiesta de principio a fin. Medio matizadita con un montón de despelotes, pero a no olvidarse de la parte social y positiva, que si no tendemos a ver solo el lado oscuro y el mundo está lleno de colores. 

Copiándole a Rosencof (y a mi yo de hace unos años): que nunca falte.




El muchacho habla, habla, habla de su trabajo. Se queja de los horarios, los jefes, los compañeros. Por un momento duda de si lo van a ascender, pero después reconoce haberse mandado cagadas y tomarse atribuciones de coordinador (“porque los coordinadores no se ponen las pilas y están papando moscas”). Cuenta quién renunció, quién le aconsejó hacer lo que le mandan, da nombres, describe personas, se queja, todo en el mismo tono, sin meter una pausa. 

La chica a su lado viene absolutamente callada, de brazos cruzados y con la mirada perdida en el frente. Por un momento pienso si será la hermana, hasta que él le pasa la mano por el pelo. De vez en cuando ella consulta su teléfono y lo único que dice cuando el muchacho (¡al fin!) deja un silencio de dos o tres segundos es: 

_ Si ves que me paso de parada despertame, porque me estoy durmiendo. 

Él no parece entender el mensaje, continúa hablando de sus planes de usar el próximo fin de semana para rehacer el currículum y empezar a repartirlo, a ver si cambia de trabajo. Comienzo a pensar si no seré yo la que se duerma y se pase de parada, hasta que sube una señora con una nena y le doy el asiento. 

En mi nueva zona del ómnibus también hay una pareja, pero vienen charlando de cuáles eran los personajes de Los Supersónicos. 

Buenos días.





Motivos para andar (más o menos) contenta:

*es domingo

*llovió

*me saqué de encima un montón de trabajo administrativo

*voté por primera vez como socia de mi cooperativa (y tuve algunos votos)

*probé la crema de peinar nueva que me regaló una  amiga (me gustó)

*me saqué una selfie a cara lavada que insólitamente no salió del todo mal

Domingo de profundidad existencial, estimados. Es lo que hay. 🙂

(Todo para decir que los rulos me quedaron bien)




Hoy hace 39 años que se levantaba la suspensión del inicio de cursos en los liceos “por la epidemia de conjuntivitis”. 

_¿Supieron la noticia? ¡De repente se acabó la conjuntivitis!- nos dijo el profe de Matemática a mi amiga Graciela y a mí mientras íbamos entrando al IAVA. Su sonrisa iluminaba la mañana y hallaba eco en nosotras, felices porque por fin podríamos comenzar las clases de nuestro último año de liceo. No hacía falta explicar mucho y el IAVA aún estaba lleno de oídos indiscretos, pero los tres entendimos sin decirlo que ese día algo muy oscuro comenzaba, por fin, a quedar en el pasado.




Esta semana hubo una noche en que mi vieja escuchó a las dos de la mañana como si alguien se tirara contra la puerta del costado de su patio. Ella prendió la luz y se quedó mirando, pero no llegó a saber qué había pasado. 

En los últimos diez días van dos veces que salgo de casa muy temprano y veo un patrullero y policías vigilando una vivienda de mi cuadra. Ni idea de qué, pero algo pasa. 

Ahora acabo de escuchar para el lado de José Belloni doce disparos en tres tandas de dos, cinco, cinco, con unos segundos de silencio entre una y otra. Miro una página de fútbol: no hay partido. Vaya una a saber cuál fue la causa.

Vuelvo a la computadora y me dispongo a seguir armando materiales para las clases de mañana, mientras me pregunto si demorarán mucho en terminar los mejores cinco años de mi vida.




Actividad para ir armando redes en quinto Artístico: repartí preguntas para enunciar uno y responder todos. Algunas tenían que ver con mi materia, otras no tanto: 

_ ¿Son fanáticos de algún músico o banda? 

Respuestas esperadas: Rosalía, María Becerra, Ricky Martin y un montón de gente que no conozco. 

Respuestas obtenidas: 

_ Charly García.

_ La Rosalía.

_ Fito Páez.

_ (algo que no conozco)

_ No te va a Gustar* 

_ Los Beatles.

_ Carpenters.


Este va a ser un gran año.


* Diálogo a propósito de NTVG:

_ Fueron alumnos míos.

_ ¡Pero vos sos muy joven para haber sido su profesora!

_ Tengo 55.

_ ¿Quééé?

_ Bueno, me gustó esa sorpresa: están todos aprobados. 




Noche mágica en el Cabo. Es la primera vez que entro de noche y el viaje en camión fue increíble, entre las oscuridades del monte a los costados, el cielo tapado de estrellas en lo alto y los relámpagos adornando el horizonte. 

En el momento exacto en que pisé la arena de la playa apareció el borde anaranjado de la luna, que empezó a perfilar los contornos de las casas a lo lejos y las olas frente a la posada. 

Saludos desde mi merienda tardía de las diez de la noche. No hay viento, no hay mosquitos, no hay más que un tiempo blando y perezoso en el que una no sabe si bajar a mojarse los pies en el mar o seguir tomando su capuchino con gatos peludos y perros amistosos al alcance de la mano.

Maravilla.



Post 8M

Soy una persona adulta que tiene conciencia de sus derechos y los defiende frente a quien sea. [El gato está maullando en la ventana. Voy a abrirle.] Porque no es cuestión de andar aguantando arbitrariedades. [¿Entrás o salís? Es medianoche, decidite que si dejo abierto se me cuelan los mosquitos.] Además una no puede depender de los vaivenes de las decisiones ajenas, porque no sería justo para con nuestros propios intereses. [Oíme, pesadilla, estoy tirada en la cama y te dejé tu comida en la cocina. ¿Hace falta que te acompañe a comer también?] Respetemos y hagamos respetar nuestros derechos, los más elevados y también los más básicos. [¡Gato, dejá de intentar moverme! ¿Qué te molesta que duerma de costado? Ah, ¿querés que me ponga boca arriba así usás mi brazo de almohadita? Bueno, dale.] Que nadie nos diga lo que tenemos que hacer, ni interfiera con nuestros propósitos. [¿Salir? ¿Otra vez querés salir?]

Y en eso estamos. 

Pero no me quejo.




En casa de mis padres siempre todo se hizo a medias. La cocina, el trabajo, la limpieza, mi crianza; ellos se repartían las tareas sin necesidad de hacer acuerdos, porque era algo natural. Mi ex marido es un tipo de la planta, deconstruido desde antes de conocerme. Los últimos directores varones de los liceos en que he trabajado han sido espectaculares, tengo buenos compañeros de trabajo, buenos vecinos, buenos alumnos. 

Dicho esto, no dejo de ver lo otro.

Desde que tenía diez años me han dicho las obscenidades más espantosas en la calle. Señores borrachos o sobrios me han mostrado su pene, me apoyaron en el ómnibus, me metieron una mano al pasar o trataron de besarme a la fuerza. Uno me llevó a un lugar solitario y trancó las puertas del auto cuando quise bajarme. Y otras cosas. He tenido compañeros que me levantaron la voz para tratar de callar la expresión de mis ideas, he pasado por un noviazgo en el que él trató de decidir qué me vestía y con quiénes salía, he tenido amigas que de pronto dejaron de ver a las mujeres de su entorno y he visto alumnas que demasiado seguido aparecían en clase con un ojo morado o la huella de un moretón en el brazo. Me caí, profe. No es que él no me deje verte, amiga, es que no tengo tiempo. Estaría tomado, él no es así. Capaz que te lo imaginaste. ¿Y qué te hace que te diga “algo lindo” por la calle? Me gustaría transcribir todas las lindeces que nos dicen, porque estoy segura de que la mayoría de mis amigos ni las sueñan. Hace dos días un muchacho con el que me crucé en 8 de Octubre, se puso a decir lo que me haría y estuve a punto de darme vuelta e insultarlo, pero me contuve. Yo iba muy triste, no estaba de ánimo para enderezar idiotas, o tal vez es que desde la infancia aprendí a hacer oídos sordos porque eso es lo que siempre me dijeron que convenía. No te pelees, no los enfrentes, no sabés cómo van a reaccionar. 

O sea. 

La violencia contra la mujer sigue siendo un tema (y conste que en este post no hablé de la violencia extrema, que también vive y lucha entre los hijos sanos del patriarcado). No todos los hombres la ejercen, pero estoy casi segura de que todas las mujeres la han experimentado en uno u otro grado. Por eso luchamos, y lo seguiremos haciendo: porque esta realidad solo se cambia si todos y todas hacemos un alto, pensamos, dialogamos y actuamos en consecuencia. Todos los días.




Tarde de lunes en la casa de mis viejos. Mi visita habitual de cada jornada transita por mi parte de manera distraída mientras pienso en otras cosas,a la vez que con media oreja voy siguiendo el parloteo constante de mi vieja y las frases sin mucha relación con el  tema de mi padre.

De repente algo que escucho me resuena de modo extraño: 

_…Y esa fue la época en que se desarmó el Pueblo de las ratas.

El Pueblo (o poblado) de las ratas era el lugar donde nació mi vieja; el asentamiento de un puñado de familias pobres y llenas de hijos (de ahí el nombre, se dijo una vez: las mujeres parían un montón de hijos, como ratas), un paraje perdido en la frontera entre Cerro Largo y Brasil.

_¿Cómo que se desarmó el pueblo? - pregunto, y ella empieza a contar otra vez la historia de Juan Brum (al que en la familia se le dice “Brun”), que medio me sé de memoria, salvo por el asunto ese de la disolución del poblado. Capten la precisión de hechos y fechas, para que vean hasta qué punto mi destino mental está tironeado desde extremos opuestos. 

Juan Brum fue el bisabuelo de mi madre. Vivió cien años, de 1838 a 1939, casi 101. Era un hombre muy, muy rico, tanto que a cada hijo que se casaba acostumbraba darle unas cuadras de campo como regalo, y también donó las tierras para la escuela de la zona, cuando por fin se hizo. Como a causa de estos regalos los hijos fueron quedando involuntariamente de vecinos, en el pueblo de las Ratas todos terminaron siendo parientes más o menos lejanos. 

Al morir Juan Brum dejó establecido en su testamento que los campos no se podían repartir hasta que hubieran pasado diez años de su muerte (¿para evitar ser asesinado por algún hijo endeudado, quizás?). Cuando se repartió la herencia a cada hijo del primer matrimonio le tocaron cien cuadras de campo, sesenta a los del segundo y a los del tercero treinta. Debe haber sido un trámite complejo de solucionar, porque el señor a lo largo de su extensa (y rica) vida tuvo casi 40 hijos. Una vez que se dividieron los bienes se desarmó el pueblo, y eso es lo que mi vieja recuerda de su infancia: un tiempo en que el caserío se llenó de papeles, jueces y policías. 

Antes de casarse mi abuelo (que para entonces tenía unos 19 o 20 años) fue a visitarlo, a ver si de paso el viejo le regalaba un cordero o algo de plata  para la fiesta. Juan Brum lo miró (tenía casi cien, porque eso fue en 1935, acota mi madre), hizo una pausa y le dijo: “¿Así que te vas a casar? Dos barrigas con hambre y un cuerno para tomar agua.” Y no le dio nada.  Mi vieja cree que después se puso con algo, pero no está segura. Todos estos eran cuentos que le hacía el abuelo Policarpo (mi bisabuelo), el marido de la vieja Presolpina, mientras ella y sus hermanas lo ayudaban a desgranar el maíz. “No nos gustaba mucho trabajar pero nos encantaban las historias del abuelo. Andá a saber si son todas ciertas”, concluye, haciendo una pausa que mi viejo aprovecha para quejarse del calor y para decir que a esa hora empezaban a pasar los autos porque la gente que tenía casa en la Laguna ya estaba emprendiendo el regreso hacia Melo. 

Y en eso se nos va yendo el verano, estimados. En recuperar la memoria de la tribu de la que una viene, que no es poco.




Bienvenida a los estudiantes de segundo, tercero y cuarto año en el colegio del barrio, esta mañana. Dos escenas. 

1. Actividad de preguntas colectivas para irnos conociendo. 

Yo: _ ¿Quiénes son fanáticos de un músico o una banda?

Chica 1: _Yo sigo a Lali. 

Chica 2: _Yo a Tini.

Chica 3: _A mí me gusta Tchaikovsky. 

2. Juego en ronda: al recibir la pelota hay que decir el nombre y algo que hicieron en las vacaciones.

Uno: _Yo soy Pedro y fui a Piriápolis.

Otra: _Hola, soy Florencia y salí con mis amigas.

Un tercero: _ Hola, me llamo Juan y en estas vacaciones no crecí ni un centímetro.

Bienvenidos a la acción. El año lectivo 2023 acaba de comenzar.



Voy a lo de mis viejos en mi diaria visita de un ratito por la tarde y los encuentro sentados afuera, en sus sillitas plegables, rodeados por dos de los tres gatos.

_ El calor está espantoso, pero tu viejo si no ve pasar gente se aburre, así que nos quedamos acá hasta la hora del informativo.-aclara mi madre. 

Les llevé un libro de fotos de animales y plantas de Cerro Largo; mientras charlamos el Cele se entretiene mirando las imágenes y de repente dice:

_ ¡Qué lindo esto: es en Lago Merín!

De reojo confirmo que se ven unas garzas en la playa de la laguna, y no deja de ser una buena señal que reconozca el lugar en el que vivieron durante más de diez años. 

A los pocos minutos, se pone a reír ante una foto: es un chingolo con una florcita azul en el pico. 

_ ¡Mirá: está preparado para la conquista, lleva una flor y todo!

Con mi vieja nos miramos, agradablemente sorprendidas, mientras él cambia bruscamente de tema:

_ Yo no me puedo acordar quién fue que cuando yo era niño me puso el apodo de Palomón, porque tenía las piernas flaquitas... 

_ Qué bien, te acordás de algo que pasó hace muuuucho. -comento, mientras mi vieja por lo bajo me aclara que ese mismo cuento lo hace varias veces por día. 

Y en eso estamos, estimados. A veces claros, a veces confusos. Vaya una a saber qué pasa por la cabeza de una persona con Alzheimer, pero mientras el Cele pueda reírse, verbalizar y reconocer lugares no perdemos del todo las esperanzas de que no retroceda. El tiempo dirá. 

Buenas tardes.





El señor tiene el pelo blanco y parece rondar los setenta años. Viene hablando sin parar con un muchacho joven con pinta de universitario, que no le contesta absolutamente nada y solo mira en silencio hacia adelante. Quizás sea un hijo atomizado por el padre sabelotodo, pienso mientras miro disimuladamente la escena desde el amable silencio de mi asiento de atrás. El señor pasa por la importancia de los doctorados, la economía de la India y el liberalismo en China. Habla sin dejar un segundo de pausa, con el mismo tono del Mr. Steimbrenner de Seinfeld.

De repente el muchacho pide para pasar y se baja. No era el hijo: solo una víctima ocasional del charlatán, que le cede el asiento de la ventanilla a una señora grande con pinta de ama de casa. Acto seguido el interminable monólogo recomienza, esta vez centrado en el calor y lo malo que es para las plantas el verano sin lluvia. 

Es hábil Mr. Steimbrenner; varía los temas y niveles de lengua según el interlocutor del momento, dosifica sonrisas y administra de manera implacable los tiempos sin pausas de su discurso hasta que (¡por fin!) llega a su parada y nos deja a solas con el silencio plácido y perezoso de mitad de la mañana.






Cuando hacía la práctica en el Bauzá con Teresa Torres en un quinto humanístico uno de los primeros textos que vimos fue la tragedia de “Edipo rey”. En el primer episodio el adivino Tiresias, que conoce el presente, el pasado y el futuro, acude a regañadientes al llamado del monarca, y medio para sí mismo dice:
“_ ¡Qué terrible es el saber cuando no paga los gastos al que sabe! Yo sabía esto muy bien, pero lo he olvidado; de otro modo no habría venido.”
En la clase se suscitó un debate acerca de por qué el conocimiento de la verdad podría provocar sufrimiento a Tiresias y, especialmente, cómo es posible que hubiera olvidado algo tan importante como el origen y el pasado terrible de su rey.
_ Todos olvidamos aquello con lo que no podemos vivir todo el tiempo. –dijo la profesora, convocando al silencio reflexivo de los estudiantes. -¿O acaso conocen a alguien que desde que se despierta por la mañana hasta que se duerme por la noche tenga presente a cada instante la noción de la muerte? Hay un olvido que es necesario, porque de otro modo no podríamos seguir avanzando. Y eso es lo que le pasa al personaje de Tiresias.
Vivimos olvidando que no vivimos sin límite. NI nosotros, ni nadie. Un olvido tan efectivo que cuando la muerte nos saca de repente a alguien que creímos presente para siempre ese golpe nos revuelca por el piso y solo nos queda llorar y repetir que no puede ser, no puede ser. Pero sabemos que vaya si puede ser, y es. Y a la vez no puede ser.
Ayer se murió Valentina, que fue mi compañera durante los seis años que trabajé en las oficinas del CES y con quien mantuvimos una amistad de vernos de vez en cuando desde entonces. Nos veíamos poco, pero yo la quería mucho. Andaba apenas por los treinta y pico, era bondadosa, tranquila, llena de luz. Tenía un marido, una huerta y un gato. Una de las mejores personas que se han cruzado en mi camino: solidaria, generosa, idealista. Valentina no parecía tener problemas de salud, pero su corazón de repente se negó a seguir andando. 
Nadie sabe cuándo se termina el tiempo que le toca en esta vida. Yo sabía esto muy bien, pero lo había olvidado. Como dijo una vez Nezahualcóyotl: “estamos aquí como prestados los unos a los otros”. Y habrá que aprovechar el tiempo de tenernos.

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