Desayune antes de las ocho de la mañana en un rancho de Valizas entre el mar y el bañado, de preferencia después de una tormenta de lluvia y de viento.
Disfrute del silencio del lugar y la hora hasta que los sonidos vayan apareciendo poco a poco en su conciencia. Comience por definir cuáles puede diferenciar. Primero las ranas, los pájaros y el mar. Ahora piense: ¿cuántos tipos de ranas escucha? Las constantes y las esporádicas, las de acá nomás y las de final del capiz, a una cuadra. No hay una que se repita. A continuación, las aves. Las golondrinas del techo y sus pichones parecen acaparar el aire por completo, pero si escucha de verdad llegarán los gorriones, churrinches, teros y cuatro o cinco más, por ahora innominados. También puede ser que perciba perros, vacas, gallos, gallinas, quizá algún humano, y hasta su propia sangre que corre, si se deja llevar por la vida y comprueba que es usted parte de un mundo en el que es tan necesario como la última hormiga que se lleva a cuestas los restos de migas del desayuno.
Respire hondo.
El ejercicio ha terminado.
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