Vistas de página en total

viernes, 11 de enero de 2019

EL ESTUDIO





_ Buenos días. ¿Su nombre es…?
_ Mariela, Mariela Rodríguez. 
_ Mucho gusto, Mariela, soy el doctor Fontán. Acompáñeme por aquí, por favor. 
Así comenzó la consulta. 
Al principio hubo un sinfín de preguntas de información personal (¿edad? ¿máximo nivel de estudios alcanzado? ¿con quién vive? Etc.), hasta que llegamos al meollo del asunto: 
_ ¿Cuál diría usted que es el motivo de su visita?
_ Hace un par de años me está pasando que no logro recordar el nombre de todos mis alumnos. Tengo unos 200 cada año, y en general los ubico bien luego de varias clases, pero últimamente hay dos o tres que no termino de recordar ni aún en noviembre. 
_ Muy bien. ¿Eso es todo?
_ Sí. Ah, y a veces quiero decir una palabra y me sale otra. 
_ Bien, bien. 
_ También me pasa que suelo mantener conversaciones con personas que saben quién soy, pero que nunca he visto en la vida.
El doctor Fontán no movió un músculo de la cara en toda la entrevista. Su tono fue dulce y calmo, tanto como el ambiente de la oficina, rodeada de un hermoso jardín y con música funcional sonando bajita de fondo. La mayor parte del tiempo lo pasó tecleando suavemente en su computadora, una laptop parecida a la mía pero a la que por alguna razón le faltaban dos teclas. Creo que eran las de las flechitas. Muchos silencios; ¿serían también parte de la prueba? El doctor vestía muy formalmente, pero la mochila sobre la silla era demasiado juvenil y no coincidía con el resto de su apariencia. Por debajo de la mesa asomaban sus pies, enfundados en mocasines sin medias. ¿Habría hecho mal en ir de minifalda? Estaba toda vestida de negro; ¿eso indicaría algo para un psicólogo? ¿Era psicólogo, el doctor Fontán, o neurólogo? No sé. Solo sé que cuando terminaron las clases le pedí pase a la doctora de medicina general, preocupada por el estado titilante de mi memoria, y apenas dos meses más tarde ahí estaba, haciéndome un estudio. 
La parte de las preguntas fue larga, pero fácil. 
¿Tiene antecedentes familiares de demencia senil o alzheimer? ¿Le ha sucedido que dice que va a hacer algo y se olvida? ¿Alguien le ha dicho que está reiterativa, o que ha cambiado su carácter últimamente? ¿Le ha sucedido dejar comida en el fuego y luego hacer otra cosa y olvidarse de la cocina? ¿Cómo es su sentido de orientación? ¿Recuerda con facilidad lo que ha hecho ayer o antes de ayer? ¿Cuáles son sus hobbies? ¿Con quién vive? ¿Usted se cocina? ¿Cómo se desplaza? Y así. 
Tengo algunos tíos, y mi padre… No, en general no me pasa. Si estoy en casa cocino. Me oriento bien. Ando en ómnibus. Etc. 
_ ¿Le ha pasado de encontrar algo en un lugar que no corresponde, las llaves en un sitio que no recuerda haberlas dejado, o algo que no va en la heladera?
Suspiro aliviada.
_ No, no. Todavía no. – y se me viene la imagen del helado que ayer puse en la heladera y no en el freezer, o de la miel que metí junto con el yogurth. No se le puede mentir al doctor Fontán. 
_ Digo… sí. Un par de veces.
Bien. Ahora vamos a hacer una cosa: yo saco objetos de esta caja y usted me dice qué son.- y empezó a sacar una moneda ( _Una moneda.), un alfiler ( _Un alfiler.), un tornillo ( _Un tornillo.) y así hasta veinte o treinta cosas. 
_ Muy bien, Mariela, lo hizo bárbaro- concluye el doctor Fontán, mientras mi yo se va sintiendo pequeño y gusanito, como si esta entrevista fuese el comienzo de la decadencia del Imperio Arbolitano.
_ Ahora yo voy a hacer algo con las manos, y usted debe imitarlo. 
_ Tengo un dedo lastimado, no me pidas que lo flexione mucho. 
_ Bien.
El doctor comenzó a hacer pequeñas torsiones y jueguitos con los dedos, que seguí lo mejor que pude. Con el último le erré; él me miró y no dijo nada, hasta que me di cuenta y arreglé los dedos errados. Comencé a preguntarme si el CES me pagaría por una buena terapia post consulta. 
_ Ahora yo le voy a decir dos palabras y usted tiene que decirme en qué se parecen. ¿De acuerdo?
_ Bueno. 
_ ¿En qué se parecen una naranja y una banana?
_ Son frutas.
_ Bien.
_ Son ricas, baratas...
_ Suficiente. ¿Un poema y una escultura?
_ Arte. 
_ ¿Un árbol y una mosca? 
_ Vida.
El test siguió durante unos minutos más, hasta que el doctor Fontán dio por terminada esa parte y me pidió aguardar por la psicóloga, para la segunda. Me quedé en la sala de espera, donde solo había otra mujer, que se puso de costado, como para que yo no la mirara. Pronto fue llamada por el doctor Fontán y me quedé sola, esperando. El lugar estaba adornado sin personalidad, con un par de deslucidas reproducciones de Kandinsky y Torres García, así como un cuadro amarillento con un poema de Atahualpa Yupanqui. Había trece sillas en la sala, todas tapizadas de rojo, alineadas prolijamente a lo largo de dos de las paredes. Las conté de nuevo. ¿Tenían que ser trece? ¿Algún otro paciente había visto cuántas eran? ¿Tenía algún sentido meter justo 13 sillas? Me empecé a acordar de un personaje de “Toc Toc”, el que siempre numeraba y contaba las cosas; traté de distraerme apelando a otro sentido. La música venía de una radio de FM; al terminar la locutora comunicó con su suave voz impostada que habíamos tenido el placer de escuchar “Pavana para una infanta difunta”, de Ravel. Pum para arriba. Los cuadros, las 13 sillas y la infanta difunta. Iupi. 
Ahí llegó la psicóloga, quien me invitó a pasar a otro consultorio. 
_ Buenos días, Mariela. ¿Puede usted decirme qué día es hoy?
Mierda. Estoy en vacaciones y ya perdí la noción del tiempo, pensé, pero dije:
_ 10 de enero. 
_ Muy bien. ¿Y qué día de la semana es?
_ Jueves. 
_ ¿De qué año?
_ 2019 (ja!)
_ ¿Y dónde está usted ahora?
_ En un consultorio neurológico.
_ ¿En qué barrio estamos? 
_ Pocitos. Creo.- dije, porque era cerca de Arquitectura y no tengo claros los límites con Punta Carretas. 
La doctora siguió un rato más con las preguntas. Después arrancaron los tests de memoria y de atención. Una hoja con números y letras encerrados en círculos de 1 a 16 y de A a O,  para ir uniendo con líneas, alternando número y letra. Perdí el 6 en un momento, pero después vi que ahí estaba, y salí del paso. 
_ Le voy a contar un cuento, y después quiero que me diga todo lo que recuerda.
(¡Bien! ¿Será El almohadón de pluma? Porque ese lo sé de memoria)
_ El 23 de agosto del año pasado hubo una inundación en Paysandú, provocada por la crecida del río Uruguay. 800 personas debieron ser evacuadas y refugiadas en casa de sus familiares o amigos. Un bombero resultó herido cuando…
(No. No es El almohadón)
_ Le voy a dar una hoja con cuatro dibujos, trate de copiarlos lo más parecido que pueda. 
Unos círculos, un cubo, una casa y una flor. La flor me quedó muy bien. La casa también, pero le dibujé la puerta al final. ¿Quiere decir algo dejar la puerta para el final? ¿Es que estoy sintiendo que estoy encerrada? ¿Por qué dejé la puerta para lo último? ¿Qué va a pensar esta mujer de mí?
_ Le voy a mostrar estas imágenes por unos segundos y usted me dice cuáles recuerda. (…) Quiero que lea todas las “F” como “G” y todas las “G” como “F”. (…) Ahora debe leer los colores pero no nombrándolos según lo que dicen las letras, sino según el color con que están escritos. (…) ¿Cuáles de estas imágenes le había mostrado antes? (…) Nómbreme todos los animales que pueda, en un minuto. (…) Quiero que diga todas las palabras que pueda que empiecen por “p”, en un minuto. (…) ¿Puede decirme qué recuerda del cuento que le conté hace un rato?
Me imaginé a mi viejo haciendo esto: saldría deprimido. Todo era muy fácil, pero a la vez complicado, aún si uno no está en una situación preocupante. Menos mal que lo mío era una simple consulta por precaución, porque soy una persona extremadamente prudente en este tipo de asuntos, pensaba mientras recuperaba mi libertad, un minuto antes de tomar Bulevar España para el lado equivocado y desembocar en la Facultad de Arquitectura cuando pensaba que estaba yendo hacia la rambla. Puse de nuevo Google Maps y esta vez di vuelta el teléfono: ahí estaba la rambla, a unas cuadras para el otro lado. Cosas que pasan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario