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domingo, 15 de julio de 2018

Vacaciones de verano en julio 18





El primer vuelo fue una seda, sin turbulencias, atención amable, todo a tiempo. Lástima que no había pantallas ni cargadores de celular en cada asiento, que el avión estaba repleto y que la comida, con todo y ser buena, no me cayó del todo bien. Nada grave, mareos, escalofríos, creo que con la prescindencia del desayuno medio que lo voy llevando. 
El aeropuerto de Miami, como siempre, es motivo de tensión, entre los papeles, las caminatas interminables y las múltiples posibilidades de meter la pata con las que una carga casi por vocación nacional. Por ejemplo, retrasaron a mi mochila en la revisación, porque olvidé sacar la botellita de cuarto de agua que había dejado sin abrir en el vuelo. "Bye, sweetie" me dijo el guardia después de sacarla, con cara de "cuándo aprenderán a hacer las cosas bien", en el mismo tono con que un guardia rezongó a un niño por pasar debajo de una de las cintas de seguridad: "Not in this country, we don't do that". 

Por ahora, solo cargo el ipad, miro un informativo y espero a abordar, en 40 minutos. Los próximos vuelos son cortos, de dos o tres horas: ahora a Washington y después Minneapolis. Mañana toca otro vuelo, esta vez volviendo a la Florida. Lógica? No: precio. Por extraño que parezca este periplo es varios cientos de dólares más barato que bajar acá y tomar un vuelo cortito a Sarasota, que es donde vamos a arrancar el verano. Hay 26 grados en Miami, donde aún no amanece. Sigo esperando el embarque.





Está frente a un río, y las ciclovías del parque llegan casi casi a la zona de despegue y aterrizaje. La gente va en bici y los aviones le hacen vientito. Uno de los que controlan desde la pista hace percusión golpeando las barras anaranjadas contra una escalera de metal, al minuto arranca con los malabares y solo le falta improvisar un paso de baile. Como edificio es cuadradote , y la alfombra es de lo más aburrida. Me paro junto a la ventana y me encuentro con un gorrioncito mirándome a través del vidrio. Cada media hora anuncian por un parlante cuál es la hora local. Hay pantallas enormes con todos los vuelos; se ve que es gigantesco, aunque ni pienso recorrerlo, especialmente porque por azar del destino llegué y salgo por la misma puerta: la 45. Los baños son muchos. Los bares, variados. La gente, linda. El nombre, Reagan. Este es un mundo de contrastes. El yin y el yang, versión aeropuerto



Vista desde el aire la ciudad de Washington parece algo sumamente armónico y ordenado. Demasiado ordenado. Casi tirando a aburrido. Armada como un puzzle de urbanizaciones, es una colcha de retazos llena de manchas de techitos iguales, todos con su verde alrededor, eso sí, pero con los mismos colores e igual formato. Traté de ver el Pentágono, pero no se dejó. La zona céntrica tiene pinta de heavy: moles y moles de edificios sin mucha inspiración, armatostes cuadrados o (en el mejor de los casos) con forma semicircular, en la zona que da al río. No sé cuál río es el que digo, el ancho, con barrancas: la Wikipedia menciona 40, así que elijo el único cuyo nombre me suena y desde ahora voy a decir que pasé por el Potomac.
Tengo seis horas de escala, hasta la tarde. Por ahora desayuné un yogurth griego con “strawberry on the bottom”, pero debía ser muy muy en el bottom, porque era apenas una reminiscencia roja en medio de la contundencia del blanco. Yogurth más limonada: 5.60. Hay pila de restaurantes y sitios de venta de comida envasada. 
En el primer vuelo me encontré con un alumno, el segundo no tenía conocidos pero estaba lleno de gente hablando en español. Me tocó el último asiento, el que no se reclina, iupi, aunque no importó, porque iba mirando por la ventanilla. 
Es una mañana increíblemente diáfana.El Reagan no parece una joya de la arquitectura moderna, pero tiene wifi y hay cargadores por todos lados. 
Comparto una foto, pero voy un aeropuerto atrasado y la imagen es de Miami, chico.
Y como quien no quiere la cosa, ya pasó una hora.
Solo quedan cinco.



Salpicón de Siesta Key

Siesta Key es un cayo de Sarasota, Florida. 
Todo es grande en este país. Inmenso. Gigante. Las carreteras, los estacionamientos, los locales comerciales, todo impresiona como desproporcionadamente grande. 
El calor es de verdad terrible, un calor húmedo, pesado, sofocante. 
Las tormentas pintan el mundo de negro y de rayos en dos minutos, y al ratito sale el sol y todos volvemos a la playa, si es que nos habíamos ido.
El 4 de julio no es tan patriótico como en Boston, pero se ven personas con los colores de la bandera por todos lados. Los fuegos artificiales oficiales duraron un rato; los de la gente siguieron por lo menos durante una hora más.
Hay turistas de todos lados. Argentinos, rusos, lo que venga. 
Nadie habla del mundial. Mañana vamos a ver el partido a un soccer bar, pero por lo demás acá el fútbol no pinta para nada. La gente mira béisbol, fútbol americano, tenis, pero de Rusia ni noticias.
Hay muchas reglas en este mundo: no entre por aquí, calle privada, no pase, no estacione, no se desubique. 
La playa a la que vamos no tiene guardavidas, ni olas. 
El agua es en general tibia, a veces casi caliente. 
En la playa hay aves de todo tipo y en la ciudad lo mismo, pero con lagartijas. 
La gente es amable hasta el empalago. Manejan tranquilos, respetan las normas y no parece haber inseguridad. 
Hoy me compré una remera verde de manga larga por 35 centavos. 
Todo lo que tiene canela (té, pan yogurth, etc) es una delicia. 
En la arena hay carteles de no molestar a los nidos de tortugas ni a las plantas.
El agua es transparente y el fondo está lleno de cucharetas y algunos caracoles. 
Hoy vimos dos preciosos sillones "for free" en una vereda.
La comida es rica.
Hay mucho veterano. 
El sol no duele a ninguna hora. 
Anochece después de las nueve.
No hay viento. 
Si se te rompe el aire acondicionado empezá a rezar, salvo que llames a la dueña y a los cinco minutos aparezca un hot air conditioner guy que te lo arregle. 
Y that's it, folks! 
Sean felices. 
Carpe diem.




Ellos reciben patadas, se caen, se esguinzan y no les pasa nada. 
Yo camino un poco de más por la playa y amanezco tan renga que no puedo dar un paso y tengo que comprarme vendas e ibuprofeno, porque el pie derecho me duele hasta las lágrimas.

#SoyUnDinosaurio




La casa que alquilamos en Siesta Key es preciosa, y está rodeada de una vegetación exuberante. Las lagartijas se pasean a piacere por el porche en el que nos sentamos a disfrutar del día cuando el calor lo permite, y ayer vino a visitarnos un conejito que hubo que sacar de abajo del auto tocándolo con el palo de la sombrilla. La primera noche Ceci vio a un gato que venía muy decidido pero se fue corriendo al encontrarla, y hoy hubo una pareja de ardillas con bebé que treparon a una de las palmeras del frente. No hay mosquitos; todo es paz y armonía en nuestro frente, al menos hasta que miro para el costado y veo una víbora negra reptando por la cerca, a unos tres metros de nuestro sitio de reposo.

Estaba visto. 

Sin bichas no hay paraíso.




Datos sueltos de Siesta Key e ainda mais

Ayer a la tardecita, todavía con mi pie rengueando, fuimos a ver qué pintaba en una Forever 21 de Sarasota. A la entrada del shopping pedimos uno de los cochecitos para gente con dificultades para caminar, porque cada paso me dolía, el shopping era grande y cerraban en cuarenta minutos. Teníamos que dejar 20 dólares de depósito, pero solo andábamos con 8 de cambio o 100 enteros, así que nos lo dejaron a 8. "No hay problema, está bien", nos dijo la señora veterana, que acto seguido ser puso a enseñarme a conducirlo. "You'r gonna love it!", me dijo, y tenía razón.

Otra de señora veterana, en este caso en una gift shop del camino a la playa: compramos un pegotín de 4 dólares, fuimos a pagar con credit card y la señora de inmediato nos lo regaló, porque le era más caro usar la máquina que lo que ganaba con nuestra compra.

El auto que alquilamos es súper inteligente: no solo avisa si alguien no tiene cinturón puesto (lo que sería normal), sino que también nos dice si dejamos alguna cosa en el asiento trasero, aunque sea algo tan livianito como dos botellitas de plástico vacías. La cámara que está integrada al tablero muestra durante la reversa lo que hay detrás, y además te va haciendo un esquema de adónde te lleva cada movimiento. Vos ves lo que hay atrás, y a la vez tu proyección de recorrido. Un esquema es lo que aparece en el tablero del auto cuando uno va marcha atrás: la cámara y la proyección de hacia dónde vamos. Sigo sorprendiéndome con esta cosa. Cada vez que llegamos a un semáforo se apaga solo, y se enciende al acelerar. Ayer, mientras salíamos de un parking, Cecilia iba mirando a ver qué comercios había alrededor y le apareció un cartel con un sonido tipo alarma diciendo que no mirara para el costado. Magia. Hay otros autos que si estás por chocar a alguien se apagan, e incluso algunos se estacionan solos en paralelo.

Una de política: Trump decidió hace un tiempo gravar las importaciones de metales desde Canadá, Alemania y China, países tradicionalmente amigos de Estados Unidos. Cuál fue la reacción de los impuestados? Aumentar los impuestos para la compra de productos que vengan de USA, pero no de todo el país, y esto es lo interesante, sino de aquellos Estados que apoyaron a Trump.

Una moda: las suscripciones. Por 20 dólares entrás en un sistema por el cual te preguntan todo sobre tus gustos de ropa, y en base a eso alguien elige por vos y te manda seis prendas por correo. Si te las quedás las pagás, si no devolvés todo o parte, y te mandan otras. O entrás en un círculo que te presta ropa (nueva), la usás por un tiempo, la devolvés, y te envían otras cosas, mientras ponen lo que usaste en una sale especial a precios super rebajados.

Estamos con marea roja en Sarasota, lo que explica por qué la playa estaba hoy llena de peces muertos. Parece que afecta no solo a los moluscos sino también a peces, delfines y manatíes. Y a humanos, cabe agregar, porque tiene influencia sobre el aparato respiratorio. Hoy en la playa era tragicómico: todos tosíamos. Lástima por los bichos, pobres. Hasta ayer los pececitos de Turtle Beach nos rondaban alegremente, nadando con nosotras, y hoy... En fin.


Creo que vamos a conocer otra playa en un rato: es nuestra última tarde en Sarasota, antes de partir a Mn mañana a mediodía. Hasta luego.




Nos fuimos de Siesta. Bye, lagartijas, palmeras, playa verde. Bye Clark 3316 con su fondo hermoso que nunca usamos. 
En el aeropuerto me revisaron más que a mi amiga, y retuvieron mi valija tras el escaneo: lo que les preocupó era un par de souvenirs que venían muy envueltos, un escudo de cerámica y una ostra enorme made in Vietnam. Quién lo iba a decir: pasé los caracoles locales pero me demoraron los importados. 

Saludos desde el aeropuerto de Sarasota, donde estoy comiendo algo que creí ensalada pero es un mix de vegetales crudos con hummus. Hasta Chicago no paro, no paro... 🎵





El aeropuerto O’Hare de Chicago es de los más lindos que he visto. Lamento no haber podido sacar fotos de algunos corredores luminosos llenos de obras de arte, pero solo teníamos una hora entre aterrizaje y despegue lo cual para el tamaño descomunal de esta cosa no es nada. Nada. Menos que nada, si pensamos en un caminar a paso normal pero nunca rápido, porque mi pie va mejorando pero hasta ahí. (¿Les comenté que tengo un moretón enorme entre talón y dedos?)
Ya íbamos media cuadra cuando empezamos a transitar la zona F, una puerta, otra, otra... Eran más de veinte puertas F, separadas por unos cincuenta metros una de otra, y nosotras teníamos que llegar a la B10, Oh, oh... Por suerte hubo de pronto una bifurcación que nos permitió sortear todas las E, las D y las C, con lo que llegamos unos quince minutos antes del embarque. El pie me duele, pero poco; nada que un Tall Moka de Starbucks no pueda diluir. 
Una vez en el avión, amiga y yo quedamos separadas en la misma fila, yo ventanilla (yeyyy!), ella pasillo, y en el medio un japonés (o al menos un oriental, uno de los veinte que hay en esta parte del avión y que extrañamente no parecen conocerse entre sí) que se pasó armando su cubo de Rubik a toda velocidad hasta que el avión dejó tierra. Ahí se recostó al respaldo y pareció desactivarse; quizás se le acabó la batería. 
La salida desde Chicago es muy interesante: se ven ríos llenos de meandros, estadios, parques, zonas de milinos de viento, lagunas. Ahora vamos bordeando un lago que oscila entre azul y turquesa pero en cualquier momento lo dejamos, porque nuestro destino está lejos de la costa.

Minneapolis: allá vamos.




La playa de Square Lake es pequeña, limpia y apacible. No tiene más de una cuadra de largo; la gente se instala en la
arena o se sienta ante mesas estratégicamente ubicadas bajo los árboles. Hay gansos en la vuelta, cientos de peces y a veces venados en la zona. 
Lo que no entendemos del todo bien es el tema de la seguridad. Venimos de ir cada día a Turtle Beach, una playa oceánica de varios kilómetros, a metros de los cocodrilos y sin un mísero marinero, y caemos en un lugar donde hay tres guardavidas, uno cada veinte metros, todos instalados en su correspondiente sillita alta para mejor otear el horizonte (aunque el fin de la zona de baños, delimitada por boyas, está a diez metros de la orilla). A cada hora un parlante da la orden de salir del agua. ¡Everybody out of the water!”. Todos obedecen. A los pocos minutos se permite volver a entrar, pero se aclara que los niños no deben usar flotadores ni alejarse más de la distancia de un brazo de sus padres, que no está permitido nadar ni bañarse fuera de la zona de las boyas. 

Evidentemente, este es un país de contrastes, y aún no lo entiendo del todo. Ni cerca.




La noche va cayendo muy despacito sobre Minnesota. Son las nueve y media, y aún hay luz en el cielo. El balcón del apartamento de Ceci está absolutamente cercado por tejido mosquitero, y lo bien que hace: este es el “Estado de los 10.000 lagos”, y entre eso y el calor los mosquitos de acá son gigantes y muchos. Desde mi posición estratégica los veo revolotear en el mundo exterior y medio que los sobro con expresión de autosuficiencia aunque trato de no exagerar, o mañana me agarran a la salida. 

#ConviviendoConElEnemigo




Nos fuimos al Estado de los quesos. No sabemos de dónde salen, porque en horas de viaje no vimos no solo una vaca sino casi nada de campo; esto es bosque, bosque y más bosque. Muchas granjas y graneros como en las películas, caminos desolados, un par de venados, un ganso, algunos cuervos. Pueblitos con 500 habitantes (92, en un caso). Fábricas de fuegos artificiales en el límite con Minnesota, que no las permite. Un casino en medio de una reserva indígena, que es el único lado donde están permitidos. Nos instalamos en nuestro motel de Ashland y Estamos por almorzar en Bayfield, un pueblo de 1856, al costado del lago. El restaurante The Fat Radish se proclama slow y vaya si lo es, pero al final vale la pena. Con su permiso, tiempo de hacerle los honores a la comida de Wisconsin.




Ayer pasamos la tarde en Bayfield, entre recorrido por la ciudad, compras de (más!) souvenirs y descanso puro y duro en el parque frente al puerto, lugar de gaviotas y gente sentada leyendo al sol o a la sombra.
A las cinco y media arrancó el viaje en barco a través de las Apostle Islands, un conjunto de unas veinte islas de varios km de largo, totalmente cubiertas de bosques y algunas, como la Isla del Diablo, con unas costas rocosas increíbles.
Estamos en el Lago Superior, que tiene costas sobre Minnesota, Wisconsin y Canada, y según nos dijeron en el viaje es el más grande y profundo del mundo. El agua acá es verde y las olas bastante grandes, por momentos. Hay playas de arena y es zona de ágatas y amatistas, oh oh. 
Durante el invierno el Lake Superior se congela, se puede transitar entre las islas en auto o camión. Por ahora, se va en ferry. 
Hubo un hombre que una vez se construyó una casa sobre ruedas para irse a vivir a una de las islas. La subió al camión y empezó a transportarla, pero en la mitad se le rompió el hielo y marcharon camión y casa al fondo del lago. Él se lo tomó con humor, y publicó un aviso ofreciendo a la venta una bonita cabaña con vista al lago. La casa se hizo bolsa, los pedazos fueron apareciendo en distintos lugares. Tiempo después, en una bajante, se encontró el camión, lo encendieron y anduvo perfecto.
Pasamos por unas siete islas bastante de cerca. En una vimos águilas imperiales y varios de sus nidos. En otra, un asentamiento de pescadores abandonado, con cinco o seis cabañas de madera cerradas. Parece que si uno quiere puede mudarse ahí, pagando cierto dinero. Una mujer lo hizo, y vivió tres meses sin electricidad ni nada, hace un tiempo. Igual el invierno en esta zona debe ser imposible, salvo para los osos. Hay osos en las islas, incluso una de ellas tiene la mayor proporción de osos por km cuadrado de todo el mundo. A la vuelta Ceci vio uno cerca de la ruta, pero íbamos rápido, caía la noche, y me lo perdí.
El paseo duró tres horas y media (una eternidad), pero estuvo bueno. La tarde fue nublada, y los de la cubierta de arriba poco a poco fueron bajando, porque el viento afuera era bastante frío. Había unas zonas de piso de vidrio en el barco, para ver si pasábamos por barcos hundidos, pero no vimos ni uno. Íbamos con unas 70 personas, la mayoría norteamericanos, bastante agradables.

Llegamos a Ashland casi a las diez, y por suerte encontramos un lugar abierto para comprar comida antes de irnos a nuestro motel sobre la ruta, bien de película. En la puerta nos esperaban unos quince mosquitos tamaño dinosaurios, pero les explicamos (Off mediante) que no teníamos intenciones de compartir con ellos nuestra habitación 31, y parece que entendieron.




Yo hice todo bien, todo. Me puse en la cola correcta, entendí un chiste que me hizo la señora que chequeó mi pasaporte y le contesté con otra broma, me saqué los championes, puse las cosas electrónicas solitas y sin carcazas o sobres en una bandeja, la mochila en la otra, la valija chica en la mesa, me saqué todo lo de metal y aguardé en la línea para pasar el scanner de rigor. Como estaba descalza y tuve que esperar un minuto aproveché a chequear cómo iba el moretón que tengo en la planta del pie derecho. Me apoyé en lo que creí una pared, y de inmediato y con amabilidad un guardia me pidió que no lo hiciera, porque era parte del scanner de al lado. Ok, ok, un pequeño error. Da para que le mujer que esperaba detrás de mí me dirigiera la palabra?
_ Disculpe- (en inglés)- Usted no viaja muy a menudo, no?
_ Eeh... No. ¿Es evidente?
_ Sí. Yo sí viajo, todo el tiempo. 
Pero lrpm, lo que me faltaba es ser tratada de pajuerana justo cuando estaba haciendo todo bien. Igual la mujer fue muy simpática, debo decir. Muy. Si hubiera sido un tipo me habría parecido que buscaba darme charla... Ta, es eso. No soy yo que parezco novata (sin serlo, eso es lo peor): es que le resulté irresistible, y esa será a partir de ahora mi versión oficial. He dicho.

Saludos desde Minneapolis.





Una se baja en Miami (chico!), va hasta la pantalla y busca su vuelo, pero no lo encuentra, porque recién sale en seis horas y no está aún a la vista. Una pregunta, y le dicen que vaya a la puerta D16, tomando el tren, porque no hay forma de ir caminando. Una busca la estación, espera (3 minutos) y da toda la vuelta hacia otra puerta cuando ve que todos lo hacen. Una sube al tren, y en la primera parada bajan todos, aunque es la E, no la D aún. Una es aconsejada por una big mamma, que la adopta por dos minutos. Una sube una escalera mecánica, o baja, ya no se acuerda. Una camina cuadras. Una toma un segundo tren (esta vez, un sky train). Una sube o baja varias escaleras mecánicas interminables. Una camina otras varias cuadras hasta que al fin una arriba a la puerta 16D y decide no volver a moverse de aquí a la eternidad o a que salga el vuelo 989 de American. Lo que llegue primero.




Salpicón aleatorio

No hay personas a la vista en las calles de Estados Unidos: solo hay casas y autos. Nadie camina por las veredas, no toman mate en el porche, no charlan en la esquina con los vecinos. Uno puede recorrer kilómetros sin ver personas, salvo que entre a un comercio. Por lo demás, en algunas zonas si se ven algunos trotando o caminando, pero pocos. Ciclistas, menos aún.

En las carreteras se ven muchas casas rodantes o motorhomes; dos por tres hay pequeños pueblitos solo para ellos. Las motos, en su mayoría, son tipo Harley, anchas de frente, con baúles. No es obligatorio el uso del casco en Minnesota. Los ciclistas suelen ser cincuentones, mayoría hombres, de grandes bigotes, ropa preferentemente negra y excedidos de peso.

Hay bichos por todos lados. Venados que cruzan de golpe la carretera, patos, pavos o gansos que viven en sus orillas, águilas calvas, angry birds, conejitos. También hay zorros y mapaches, que no he visto. Hace un tiempo apareció un oso y lo terminaron matando, lo que provocó encendidas protestas de buena parte de los pobladores. El argumento fue que era muy costoso dormirlo y relocalizarlo en otro sitio, pero no resultó para nada convincente.

El prefijo Minne significa "agua", por lo cual hay muchas ciudades con nombre similar en este Estado. Minnesota es tierra del agua, Minneapolis, ciudad del agua, Minnehaha, agua que ríe, Minnetrista y Minnetonka, no me acuerdo. La ciudad del Estado con mayor número de habitantes es Minneapolis y la que tiene menos es una cuyo nombre no registré pero si la cantidad de personas que en ella viven: cinco.

Todo impresiona como gigantesco en este mundo: los comercios, los estacionamientos, las autopistas, los aeropuertos, todo. Los shoppings son unas moles increíbles sin ventanas, y cada supermercado es como una pequeña ciudad. Tienen bares, baños, wifi, y unas zonas muy interesantes de ofertas para cada sección: donde diga "clearance", ahí hay descuentos (a veces del 60% y con un 20% adicional, oh, dios!!). A los probadores se puede entrar de a dos, pero solo si sos pariente. ("Are you related?" Yes, my dear, yes) 🙂

La vida gira en torno a lo digital. Las mozas toman el pedido en el teléfono, los shoppings te indican dónde están los locales a través de pantallas táctiles, la gente busca las ofertas en Amazon antes de comprar nada en la realidad real. El efectivo casi no existe.

Esto de estar tan al Norte hace que los ciclos de luz sean bien diferentes a los que conozco de casa. Aclara a eso de las cinco y cae la noche un rato antes de las diez. Nunca refresca en la tardecita, y es raro que haya viento, salvo en las tormentas. La hora de cenar es alrededor de las seis. Los pubs son muy concurridos durante la tarde, y la happy hour es de tres a seis. Uno puede entrar a mitad de la tarde y ver en una mesa a seis motoqueros tomando cerveza, en otras a parejas de cualquier edad, chicas solas, grupos de viajeros, de todo. Una péndex de vestido brilloso leyendo (y subrayando) un libro de autoayuda, o dos uruguayas comiendo una pizza increíblemente deliciosa y dos tragos idem.

Hace mucho calor en verano, y los mosquitos son tamaño abeja.

En el medio de la nada, en zonas vacías de casas, de repente aparecen unos complejos enormes de self storage, que son como garajes que se alquilan para amontonar cosas. O una iglesia gigantesca a medio construir. Acá hay iglesias de todo tipo, fundamentalmente protestantes. Tienen carteles promocionales en la calle, al mejor estilo tienda, y sus construcciones no parecen muy convencionales (más bien son galpones grandes con una cruz en algún lado). A todo esto, hay una profusión de carteles en cada calle, especialmente en las esquinas. Garajes sales, ventas de inmuebles y hasta avisos de fiestas al estilo de "Deidre party" con una flechita de madera. Nada improvisado, eh?

Hay muchos juegos en las plazas, todos de plástico. La mayor parte de las paredes también es de plástico. Para alquilarte un apto, en caso de tener gato, tenés que certificar que lo operaste para extraerle las uñas. No podés fumar en las casas, e incluso, en el caso del edificio de mi amiga, está prohibido fumar en el balcón o en la vereda: hay que ir a una mesita guetto en el extremo del complejo, a media cuadra de las viviendas.


Y esos son algunos apuntes sueltos, una especie de puesta al día cuya finalidad principal no es la de hacer una crónica sino ocupar mi tiempo en el primero de dos vuelos largos entre Minnesota y mi casa. Tengo para leer, pero escribir me entretiene más, y por eso esto no ha sido para nada resumido. Ustedes comprenderán.




Ya caminé, ya fui al baño, ya almorcé, ya saqué fotos, ya jugué a reconocer a los argentinos en Miami, ya me compré un Moka, ya pasaron dos horas y media. Ahora solo me quedan tres horas y media. Iupi.




En el vuelo anterior una viejita mexicana de Cuenca me garroneó la vista y no encaré desalojarla porque iba muy contenta, con su pollera tableada, calzas, blusa floreada y largas trenzas. Ya en el aeropuerto un guardia me pidió que la acompañara, por si se perdía. Otra viejita ataviada como ella vino a charlar, pero la hicieron volver junto a sus maletas. En cierto momento la llevé hasta el baño, y al cambiar de asiento quedamos un poco separadas. Al rato miro a su asiento y había desaparecido; una mexicana de enfrente me dijo que apenas llamaron al embarque enfiló muy decidida y la dejaron pasar, pese a que era del grupo 5. Antes de despegar se hizo la señal de la cruz. Cuando la azafata ofreció bebidas pidió “un cafecito”, y después pareció feliz con el “vientito” del aire acondicionado. Medio que se asustó al aterrizar, se aferró con fuerza al respaldo del asiento de adelante y solo murmuró “qué susto” cuando ya íbamos carreteando.

Saludos desde el vuelo hiperlleno de American. Hiperlleno del tipo de uruguayos que menos me gusta, oooooom. Doble ooooom. Triple. 





Iba entrando a la manga que llevaba al avión cuando escuché una aguda voz masculina que se quejaba a mis espaldas:
_ ¿Y mis compras? ¿Perdiste el comprobante? ¡No te puedo creer que gasté 28 dólares al pedo! ¿Dónde vamos a levantar los bombones que compré en el free shop?
La queja no venía de un hombre, sino de un niño de unos 7 años. Tan chiquito y tan malhumorado, pensé, y además manejando plata y preocupado por el destino de SU dinero. Al final se ve que alguien le había reclamado antes los bombones; él se coló sin pedir permiso entre la multitud de personas y valijas y una mujer se los alcanzó.
En el aeropuerto había visto una pareja discutiendo sobre si el marido tenía derecho a dejar sola a la mujer con los nenes para ir a comprarse una hamburguesa. Otros, quejándose del calor de Miami, que les había impedido disfrutar del viaje. Ya en el avión, dos mujeres enojadas por el poco espacio para las valijas. Una nena de unos 11, por la mañana, furiosa porque no había podido dormir en toda la noche. Reacción de una madre ante su hijo que sin querer le había pegado en la cara al desperezarse. 
Honestamente no termino de decidir si los viajes largos sacan lo peor de la gente, si los uruguayos somos insoportables o si será que la gente que lleva a los hijos a Miami en las vacaciones de julio es la crème de la crème de lo peorcito que hay en plaza.
Por suerte yo viajé con una señora china silenciosa, correcta y amable. 
Y por acá se va terminando el vuelo: el piloto acaba de darnos la bienvenida a Uruguay, y somos tan chiquitos que en pocos minutos ya estaremos aterrizando. 
Gracias por viajar con nosotros. Esperamos que haya disfrutado su vuelo.

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