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domingo, 2 de octubre de 2016

Octubre 2016




Mi lado B
En cierto momento miré a escondidas el celular, abriendo la cartera con mucho disimulo y tapándola con el saco que tenía en la falda, por las dudas. La obra que veíamos en un pequeño teatro céntrico parecía ir por la segunda o tercera hora y ni miras de avanzar, por lo que supuse que serían como las once de la noche o la tarde del día siguiente, pero no. Eran recién las 20.56. 
Hasta ese momento yo había evitado mirar a mi amigo, moverme o realizar el más mínimo gesto de comunicación, pero la tensión era tan palpable que se sentía en el aire: la obra había empezado un poco después de las siete y media, y desde los primeros minutos sabíamos sin la más mínima duda que estábamos conteniendo la risa, porque era malísima. Espantosa. Fuera de toda previsión. Increíble. 
Había una docena de actores en un escenario diminuto, sobreactuando y destrozando con la mejor voluntad un texto clásico digno de mejor suerte. Todos gritaban absolutamente todo el tiempo, sin variación de tonos, y la mayor parte del elenco se mandaba un furcio atrás de otro. Había silencios que me juego la cabeza que no estaban en los planes originales. Cambios de texto que evidentemente obedecían a errores del momento. Caras de locos y enormes ojos abiertos a cuenta de nada. En fin. Uno no podía salir indemne de semejante experiencia. Saldría aburrido, enojado, estafado, en el mejor de los casos. O tentado, en el peor. 
Hice un esfuerzo sobrehumano por no exteriorizar la risa que me estaba sacudiendo por dentro con cada parlamento, hasta que en cierto momento le hice un gesto a Danilo, que venía a significar: “Este es el acto 2. Son 5”. Él murmuró que a este paso tendría que haber un corte en algún momento, y su intención de fuga en el entreacto era tan lógica y justificada que no tuve ni que preguntarle. Era una sala pequeña, para unos 70 espectadores. La salida estaba muy a mano. 
Al fin, oscuridad. Escenario momentáneamente vacío. ¿Se venía el entreacto? ¡No! Volvieron los actores. La cosa continuaba sin prisas y sin pausas. Sobre todo, sin prisas. Silencios, furcios, gritos, sobreactuados… Y recién estábamos llegando a la mitad. 
Hubo un momento de cambio de personajes en el escenario. Ahora o nunca. Danilo me hizo un gesto y salimos agachaditos, tratando de no joder demasiado a las personas de nuestra fila. Creo que lo hicimos de modo bastante silencioso, mientras los actores estaban de espaldas al público, y por suerte la salida era a través de una cortina bien visible desde la platea, así que la fuga nos salió bien. 
¡Fiuuu…! Respiramos aliviados, sintiendo que acabábamos de ganar un par de horas de domingo por la noche, y subimos la escalera hacia la salida, esperando ganar la vereda antes de arrancar a comentar la pésima idea que habíamos tenido de ir a ver ese adefesio inenarrable. 
Pero la puerta que daba a la calle estaba cerrada.
Tanteamos otra puerta, en el costado: también con llave. Y ni un alma a la vista.
Era una trampa. Tendríamos que quedarnos allí horas y horas hasta que la horrenda cosa gritona terminara, sin poder salir y sin hablar siquiera, porque si seguíamos oyendo a los actores era evidente que ellos también nos escucharían a nosotros. 
Nos sentamos en unos escalones, junto a la imposible salida que ingenuamente habíamos creído tan cercana, nos miramos, y empezamos a desternillarnos de risa. Fue una implosión. Llorábamos, rodábamos por los escalones, casi nos hacemos encima, pero todo en el mayor silencio. Nunca estuve tan tentada en toda mi vida. No podíamos parar. Aquello era una sacudida existencial que venía de lo más profundo de las entrañas; moriríamos riendo en silencio mientras unos escalones más abajo los actores se mataban y se odiaban en escena, y nosotros ahí, a un metro de la vereda y sin poder salir. 
Por suerte no se me disparó la claustrofobia que me suele acompañar de vez en cuando, pero en cierto momento casi me viene un ataque cuando me di cuenta de que había perdido a Danilo y no lo veía por ninguna parte. ¡Estaba en medio de una película de terror y no me había dado cuenta! Y ahora de repente me encontraba sola en los pasillos de un teatro desierto, oyendo voces chillonas y creyendo que todo era una inocente confusión de domingo, cuando de cualquier parte me podía aparecer un payaso asesino, un psicópata, un actor desairado y empezar a acuchillarme sin piedad…
Pero no. Era que mi amigo había bajado hasta los encargados de sonido, a los que les pidió que nos abrieran. Ellos dijeron (por señas) que por ahora no podían, que aguantáramos un rato, y recién como a los diez minutos o dos horas (ya para entonces el tiempo había dejado de existir) apareció uno de ellos con un manojo de llaves y las fue probando con parsimonia, hasta encontrar la correcta. 
Salimos a la vereda y explotamos. Nos fuimos riendo a los gritos hasta 18. Debemos de haber parecido un par de cuarentones fumados, o unos locos necesitados de urgente atención médica, pero a esa altura ya nada importaba. 
Nunca, nunca, nunca más voy a ir a ese teatro o a ver algo de ese elenco. Ojalá nunca conozca a ninguno de los actores. Ojalá ni siquiera vea nunca la obra actuada por otra compañía, porque no voy a poder evitar recordar lo de esta noche. Pero la risa valió la pena. Estoy liviana como si de golpe me hubiera quitado diez años de encima. Y me voy a dormir, porque por suerte yo no he asesinado el sueñ… 
Eh… 
No, nada.
Me voy a dormir. 

Hasta mañana.





Y creía que no iba a llegar, pero llegó.
Último día de clases en Florida!!
Bueh, día de cumplir (parcialmente) el horario, porque clases, lo que se dice clases, no se están dando ni en Literatura ni en ninguna especialidad, por la sencilla y terminante razón de que no se ve un estudiante de acá a Pando. 
Solo hay un encuentro de CINEDUCA, para el cual ya fui convenientemente interceptada cuatro cuadras antes de llegar al CERP. Ellos eran como 12 estudiantes y dos docentes, y yo llegaba cargada con la mochila, el abrigo y la bolsita del almacén con yogurt y dos ticholos.
_ Disculpá... ¿Te podemos hacer unas preguntas? 
_ Sí, claro. 
Y me entrevistaron. Yo andaba sin apuro y ellos (en su mayoría chicas) eran alegres y cálidos. 
Todo iba de lo más bien, hasta que se abrió la puerta de una casa, frente a la cual estábamos, y una veterana nos preguntó con voz autoritaria que por qué le estábamos sacando fotos del frente de su casa.
La vieja. La típica vieja chusma y mala onda. 
No sé cómo le explicaron, porque lo mío había terminado y reemprendí el camino al CERP, pero me sentí como el niño al que un vecino gruñón en medio de un picadito le pincha la pelota.
Nota mental: cumplir años, sí, convertirse en vieja, no. Nunca.

Nota Mental 2: Terminé Florida, lalalala!




Eran tres mujeres de entre treinta y cuarenta años, que viajaban juntas, dos sentadas y una de pie, en el 316 de casi las nueve de la mañana. 
Tema central: el Nene fue invitado a un cumpleaños el 2 de noviembre. 
_ ¿El 2? El 2 cae miércoles...
_ Sí, pero es feriado, no se trabaja. 
_ Eso serás vos, que tenés suerte. Yo trabajo. 
_ ¡Yo también!
_ Bueno, igual no sé si lo llevo, porque el salón del cumpleaños es pasando Mendoza y ahí es bravo...
_ ¿Pasando Mendoza? Nooo, no lo lleves! Ese barrio es muy peligroso. ¿Y a qué hora es?
_ Acá dice que a las 19, pero no dice hasta qué hora.
_ ¿A las 19, un cumpleaños de chiquilines, y no dice hasta qué hora? No, mija, yo le compraba algo para que se entretuviera en casa y no lo llevaba nada... Esa zona es horrible. 
_ No,no seas mala, no estoy de acuerdo. Llevalo, pobre chiquilín. Es el cumpleaños del amigo,y además el otro pobre no tiene la culpa de vivir tan lejos. Llevalo. 
_ Ah, qué viva, vos porque vivís en una calle tranquila frente a la Plaza 5... Así cualquiera. 
_ Igual, ¡ hay que cumplir un 2 de noviembre, que lo tiró! Fea fecha para cumpleaños. 
_ Che, esto va a paso de tortuga... ¿A qué hora voy a llegar al trabajo? 
_ Y... Nueve y cuarto...
_ ¿Y cuarto? Y veinticinco, dirás. Mientras paso por la panadería...
_ ¡Pero si vas llegando tarde no pases por la panadería, mujer!
_ ¿Y cómo voy a hacer? Si después hasta las once que él se va no puedo tirarme hasta la panadería... Muero de hambre antes,porque me levanté seis y media de la mañana y salí sin desayunar, yo. No, yo voy a la panadería aunque llegue a la hora que llegue.
Ahí me tuve que correr para atrás, y dejé de escuchar su parloteo matinal. Cuántas puntas para una historia, pensé. El pobre niño con fea fecha de nacimiento y los padres que se lo festejan aunque sea en un barrio peligroso. El otro, que como no va al cumple lo vana querer distraer con cualquier boludez. La mujer que se siente segura viviendo frente a la Plaza 5, que es una zona de lo más complicada. La que se escapa de la casa cuando el patrón se va, que no puede esperar dos horas sin comer aunque eso signifique la llegada tarde al laburo. Y la otra, que en vez de ocuparse de sus cosas se pasa oyendo conversaciones ajenas y completando en su cabeza lo que en el diálogo no aparece.
Bicho raro, el ser humano. Tan distinto y tan igual. 

Todos estamos en el mismo barco, sentados o de pie, junto a la puerta o casi en el fondo. Y seguimos navegando ( o al menos eso nos contaron).




"La bruja lanza un hechizo sobre el marinero, lo va a marinar 9 veces 9 semanas".

_ ¡Sale marinero a la milanesa para la mesa dosss!



"Virgilio le dijo que el único que podía matar a la loba era un perro casado".

Pobre Dante. Así no se puede salir de la selva. Así, no. Quizás con un lebrel (perro cazador) hubiera podido, pero perros casados en esa época eran cosa e'mandinga, mire.




LA CREACIÓN SEGÚN 4ºAÑO DE LITERATURA
DÍA 1
Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del aula.
Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un programa, ni un oral, trabajos de grupo, deberes ni escritos: sólo el salón 2B y el silencio existían.
No había nada que recordaran de historia uruguaya ni (mucho menos) iberoamericana. Los nombres de autores no asomaban; sólo rostros en reposo, apacibles, comiendo alfajores.
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntas Uruguaya e Iberoamericana, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Uruguaya e Iberoamericana. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando, y se pusieron de acuerdo: tendría que haber más lecturas.
DÍA 2
Aquí me pongo a evaluar 
Al compás de la libreta; 
Que el profe que lo desvela 
Una duda extraordinaria, 
frente al aula solitaria 
sabe que están con la Abuela.
DÍA 3
Profes necios que acusáis 
a las chicas sin razón, 
sin ver que sois la ocasión 
de lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual 
solicitáis su atención, 
¿por qué os molesta si están 
atentas al celular?
DÍA 4
¡Cayó la flor al río! 
O voló una mosca. 
O pasó alguien por el pasillo.
O se oyó una voz al lado. 
Los temblorosos hilos de la clase 
Rodaron por las mentes ya dispersas, 
Y en el silencio de la tarde fueron.
DÍA 5
Hace un rato me estaba paseando por el salón y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay un escritorio, sillas despatarradas y con asiento, vidrios inundados de sol, una tele, algunos enchufes.
Me paseaba por el salón solitario, aburrida de estar esperando, desde hacía rato, soplando el maldito calor que junta el aire acondicionado y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear mis botas en las baldosas, o escribía poemas enteros en el pizarrón, esperando que llegaran. 
Seguí caminando, con pasos cortos, para que las botas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que hace mucho cumplí cuarenta años, y ellas solo tienen veintialgo. 
Ni siquiera tengo tabaco. No tengo tabaco, no tengo tabaco. Menos mal que no fumo.
DÍA 6
Mariana: ellas serán un escándalo en tu centro.
Mientras las otras clases recen, giman o lloren,
Y bajo el paso implacable de los días
Las tímidas y tristes, en bajo acento, oren,
Ellas irán como alondras cantando en el pasillo
Y llevarán al primer piso sus risas y sus pasos,
Irradiarán nuestras jornadas con su franca alegría
y con torta alfajor nutrirán nuestro viaje.
DÍA 7
Es un poderoso día de primavera en Florida, con todo el sol, el calor, el viento, la lluvia, el frío y las alertas naranjas que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí. Es un buen día, entonces, quizás, para desearles mucha suerte, decirles que me he divertido mucho con ustedes, que ojalá se lleven lo mejor de lo que cada uno de nosotros ha podido darles en estos años, y que con esta sencilla pero emotiva ceremonia les estamos dando la bienvenida como colegas. 

¡Mucha suerte!







Él tiene cincuenta y pico. No lo conozco,no sé de qué materia es, cómo se llama o en que turno trabaja, y sin embargo en diez minutos de escucharlo leer ya puedo deducir algunos puntos. Es manipulador: bajo una apariencia de humildad él utiliza los tonos, la velocidad y las miradas para sesgar su lectura e ir induciendo rechazo o aceptación por lo que nos trasmite. Tiene un ego bastante desarrollado, lo que se advierte en su forma autoritaria de ir llevando la lectura como si fuese una clase. Nos mira, parece calibrar si entendimos, va lento por si no podemos seguirlo. Los alumnos lo deben apreciar, porque es claro y didáctico, pero no parece haber captado que está leyendo para adultos y no para jóvenes estudiantes, es decir, que es de estructuras rígidas y con poca autocrítica.

Obviamente todo esto dice mucho más de mí que de él. Dice que estoy aburrida, que no me importa el texto que el compañero amablemente lee para todos, que soy un as del prejuicio y la generalización y que las ATD hace años que dejaron de aportarme algo excepto ganas de salir corriendo. Décadas. Desde el siglo pasado. En teoría, todo bien. En la práctica, no sirven. He estado en ATDs de 15, 20 liceos, bajo diferentes gobiernos y ante distintos desafíos, y siempre pienso lo mismo: yo a este día lo hubiera aprovechado más dando clase.







El chofer intentaba oír a Joel en la radio, pero la guarda venía hablando y hablando y hablando sola o con quien quisiera escucharla.Una negatividad tras otra. Todo mal en el mundo, todo mal. Tendría treinta y pocos. La miré durante medio minuto y me agotó. Lo que debe ser tenerla de madre, esposa, amiga o compañera de trabajo, pensé. 
Cuando bajé (porque eso tiene el boleto de una hora: uno elige) miré al pobre chofer y lo vi serio, hosco, como abrumado. 
Ahora voy en un 111 donde una señora se saca muy concentrada los pelos del bigote, pinza y espejo en mano, y donde dos pesados de Remar me gritan lecciones de moral incluyendo cuentos de ranitas que no podían salir del pozo pero ta, me lo banco, porque no me queda otra. ¿Para cuándo el boleto de una hora con número ilimitado de viajes? ¿Eh?
¡Renunciá, Bonomi!
Uh. 

Creo que la guarda me pasó algún virus. Por suerte tengo mi antídoto cerca:faltan dos paradas para el IAVA. Resistiré. Espero.





¿Recuerdan lo que conté hoy de la guarda negativa y el potencial efecto expansivo de su mala onda? Bueno, creo que estoy infectada. Estaba maniobrando para dejar bajar a alguien en el bus, con mochila y bolsas de mandados, y no sé cómo pero mi celular escribió un estado por su cuenta: "Grrr". No lo publicó pero lo pesqué justito. Él tambén empezó a vivir en negativo, parece, y lo peor es que no sé si hay vuelta atrås.
Fue un placer conocerlos antes de esta fase. 

De lo que escriba de aquí en mås no me hago responsable. Todo es culpa de la guarda. Del celular. De Bonomi. De cualquiera menos yo.





Él tiene unos19 años. Es castaño, alto, flaco, de ojos verdes. Tiene tatuada una corona onda reina de Inglaterra de unos 8 cm en el cuello, y debajo, con letras manuscritas, un nombre de mujer: Griselda. 
Él tiene unos 19 años. Es castaño, alto, flaco, de ojos verdes, y está loco. O es edípico. O lleno de amor paternal. O muy inocente. O está enamorado. 
Multiple choice de lunes de mañana, lector. De lunes de mañana gris y amenazante. 
Usted decide. 

Yo solo sé que no quisiera ser Griselda.






Cuando salí de mi casa esta mañana iba poco menos que de arrastro.
Un rato antes acababa de llegarme un mail con el resultado del estudio citológico que le hicimos a Roldana por un bulto en la espalda, y aunque yo de terminología clínica no sé demasiado, de todos modos la palabra "sarcoma" en el informe ya de entrada no auguraba nada bueno. 
Mi gata es muy vieja, es cierto, tiene 16 años, pero igual... 
Detesto los resultados de estudios médicos. Ahí sobre la mesa tengo un par (míos) que no pienso abrir hasta que vuelva a ver a mi ginecólogo, en un par de semanas. Son de rutina, sí, pero en ambos casos escuché la palabra "nódulos", y preferí ignorarlos. Ahí están, pero no están. No son. Olvidados.
Hice todo el viaje al liceo en un estado de angustia lamentable. Si no fuera porque no puedo me habría dado vuelta y chau todo hasta el lunes, pero no. Son los últimos días, había escritos fuera de fecha para hoy en el IAVA y un parcial en Florida. No podía. 
Y así llegué al liceo.
Mi ex practicante Selene estaba en la sala de profesores. Acaba de publicar un libro ("10 relatos de una mujer placard"); se lo compré y resulta que no solo era el primero que vendía (porque el libro venía recién salidito del horno) sino que además yo aparezco en uno de sus cuentos. Cuando me lo llevó al Quinto Artístico 2 la invité a pasar y nos estuvo contando cómo era eso de editar un libro, en una charla con los estudiantes que estuvo muy interesante. 
Después, a propósito de edición de libros y como estábamos empezando a hablar del Quijote, nos mandamos una expedición espontánea e imprevista hasta la Biblioteca Central de Secundaria, donde hay un armario lleno de libros antiguos, que tiene incluso un Quijote de 1607. 
A la segunda hora la lectura del texto se hizo en la más pura y castiza lengua de la madre patria, porque Paula, una de las estudiantes del grupo, es española, y además lee muy bien. 
Ya me estaba yendo del salón cuando vi un dibujo del Quijote y Sancho en el cuaderno de Candela, otra de las Artísticas, que me lo terminó regalando.
Repetimos la excursión a la biblioteca en el otro Quinto, donde creo que más que el Quijote lo que les intrigó fue un libro de "Hechizerías" (sic) de principios del siglo XVII. A la vuelta me contaron de un túnel que va de la Facultad de Derecho a la rambla, dicen, y si bien no me enganché en buscar a Walter (el de mantenimiento) para que nos mostrara su ubicación en el edificio en ese momento, igual tomo nota de que quiero indagar sobre esa historia. Ya va a haber oportunidad cuando termine la temporada de parciales, espero.
Cuando salí del liceo este mediodía ya no iba más de arrastro, sino leve y ligera, como si volara. 
Qué gran cosa la comunicación humana. 
Y el IAVA. 

Que nunca falte.





Éramos solo dos en la parada: el pelado alto y yo. Le hicimos señas a un 103, y cuando se detuvo él me dejó pasar primero, pero yo ya me había arrepentido, porque el destino no me servía. El pelado alto me miró con expresión interrogativa. 
_ Va hasta Bulevar- le aclaré, y él de todos modos subió. 
Ahora, en el siguiente 103, a la altura de Bulevar, el pelado alto acaba de subir a mi bus y pagar nuevamente el boleto. 

Moraleja: Rulos, inteligencia. 





Clase con Cuarto 4, ayer. Estamos viendo "La mujer", de Juceca, el cuento de Nostálgico Amano y cómo los amigos lo quieren engañar dibujando una mujer sentada sola ante una mesa del boliche El Resorte. 
_ ¿Y cómo sería esa mujer? ¿Alguien pasa a dibujarla?
_ ¡Sí!
Pasaron dos, un chico y una muchacha. Ambos dibujan envidiablemente. Él incluso inventó una forma de encajar la tiza en su lápiz mecánico e iba de lo más bien, pero durante el recreo descreyó de su arte y borró el trabajo. Ella lo terminó en un ratito. 

Pasen y vean.









Ese momento en que.
... Ese momento en que te instalás tranquila en el 7A, sabiendo que son las 10.27 y vas a llegar con tiempo a Tres Cruces antes de las 11. 
... Ese momento en que el chofer detiene el vehículo y anuncia que "Hay que hacer trasbordo; vamos a pasarnos al coche que viene atrás", porque acaba de pinchar una rueda.
... Ese momento en que el coche que viene atrás nos pasa por el jopo sin oír la bocina del chofer ni ver las manos levantadas de los pasajeros, y sigue raudo y veloz su camino sin incluirnos en sus planes de viaje. 
... Ese momento en que el chofer llama a medio mundo, en que los pasajeros nos vemos a los ojos con expresión desolada, en que el reloj avanza implacable y empezás a darte cuenta de que ni por casualidad vas a llegar a tu CITA de las 11.
... Ese momento en que entrás 11.05 a Tres Cruces, descubrís que aún quedan asientos en el siguiente coche, decidís que chau dieta y vegetarianismo y por una vez te comprás un delicioso sandwich de pan de nuez en el Café de la Terminal. 
... Ese momento en que pasás Plaza Cuba, confirmás que vas sola en TUS dos asientos y te explayás con toda comodidad mientras mordisqueás el almuerzo, sin importar que aún no es una hora adecuada, a la vez que vas pensando que apenas llegues al CERP lo primero (después de marcar la entrada) va a ser preparar un delicioso café, negro, humeante, solidario y compañero.

Que nunca falte.





Nos sentamos a charlar de temas aparentemente ajenos, en un banco de una plaza, en el living de una casa, frente a la mesa del bar, y el tema no tarda en aparecer. Aparece siempre, no puede no aflorar. Vivimos en un mundo violento, aquí y ahora o allá y hace tiempo. Siempre. El miedo nos acecha, nos rodea, nos estruja el alma. Y cuando algo realmente pasa el miedo no desaparece, sino que navega y sobrevive en medio de olas de angustia, de pantanos de tristeza, de islas de rabia y de dolor. Siempre. Por un rato lo olvidamos, o creemos haberlo olvidado, levantamos la cabeza y seguimos para adelante, hasta que el dolor reaparece en el rostro de alguien que queremos, y entonces lo que nos inunda es la impotencia. Siempre. Siempre. Hablamos, consolamos, alentamos, pero sabemos que el peligro sigue estando a mano, demasiado a mano. Siempre. Maldición, siempre. 
Hasta hoy. 
Vestirnos hoy de negro tal vez en los hechos no cambie gran cosa, es verdad. Pero los lutos son conglomerados simbólicos, y compartir el dolor y la decisión de trabajar para cambiarlo es también una forma de lucha. 
Para que deje de ganarnos el miedo. Para que dejen de matarnos los sueños y la confianza. Para que dejen de matarnos. 
Despertar. 
Destapar.
Informar.
Educar. 
Amar. 
Amar.
Amar.
Y amarse. Amarse mucho. Amarse tanto que quede claro que ningún hijo de puta tiene derecho a lastimarnos bajo ningún concepto. Amar al prójimo como a uno mismo, ¿ no era eso? 
Amar, amar, entonces.

Siempre.





Que se haga el silencio. 
Que alguien calle a Ariel Pérez.
Que sea despedido.
Que su radio deje de estar en el aire. 
Que nunca más aparezca alguien con su nivel de imbecilidad.
Que no haya continuadores. 
Que el chofer no pueda escuchar la música alta y que alguien se lo haga cumplir. 
Que así sea.

Saludos desde el 100.






_Mañana es por la 3.- le dice de pronto el guarda al chofer, en medio del silencio.
_No, no, no, mañana es por la 10. Por suerte. 
_ ¿Estás seguro?
_ Sí, estoy. Gracias a dios es por la 10. 
_ ¿Vos le rezaste?
_Sí. Pero el jueves me toca por la 3 igual. Me están poniendo a prueba. Hasta ahora he fallado todas.
Es lo que tiene ir oyendo diálogos ajenos; una se queda con ganas de preguntar cuál es la 3 y por qué no les conviene. ¿Queda lejos de su casa? ¿Es una línea difícil? ¿Aburrida? ¿Peligrosa?
Misterios matutinos. 
No me exija más, estimado lector: todos sabemos que no se puede esperar gran cosa de un misterio de las 9.24. 
Además, ya tengo que bajarme. 

Y ni siquiera sé en qué línea.





Las casas de mis abuelos vivieron de puertas abiertas durante toda mi infancia, y más. Uno no sabía lo que era pedir permiso o golpear la puerta; bastaba con abrir el portón, decir "bueeenas" y ya se sabía que se había entrado en territorio propio, seguro, protegido. Zona de primos y de tíos. De galpones llenos de herramientas para construir cosas y de fantasmas para escribir pesadillas, en Osvaldo, de reuniones en el patio a la sombra de los paraísos y de tía canchera para contarle unas cosas y aprender otras, en Lutecia. 
Osvaldo era la casa de mis abuelos maternos (en la calle Osvaldo Cruz) y Lutecia era el nombre de la calle de mis abuelos paternos. Ambas quedaban a unas cuadras de mi casa, que estaba en el medio. Las dos eran enormes, llenas de recovecos, con frente y con fondo, con galpones, con campo adelante para ir a corretear con los vecinos. De día salíamos a perseguir mariposas y de noche bichitos de luz. Conocíamos a todos los de la cuadra, y no teníamos problemas con ninguno. Los domingos de mañana en Osvaldo ya sabíamos que los que jugaban al fútbol en el campito nos iban a golpear las manos para pedir agua, tanto como por la tarde, en Lutecia, nos dábamos una vuelta por la cancha de baby fútbol de la esquina o hasta nos animábamos a entrar con algún tío al Club Primavera, guarida de bebedores de caña y jugadores de bochas. 
Yo algún día tendría que escribir sobre estos dos mundos paralelos pero de difícil encuentro, pienso, mientras la CITA corre rauda y veloz hacia Florida. 
Por ahora solo quería contar que mis abuelos vivían en casas eternamente abiertas, cosa que a un niño de hoy le podría parecer propia de un cuento de hadas. 

Y lo era.





Paisaje de domingo en el STM.
Una chica muy muy muy voluminosa vestida de blanco saca de pronto un cepillo turquesa y se peina el cabello en pleno pasillo durante diez minutos.
La tarjeta de un muchacho es rechazada por la máquina. "Debe haber sido denunciada por robo", dice la guarda, e ipso facto todas las miradas del ómnibus se clavan en él "O por extravío", aclara ella enseguida, aunque de todos modos la gente lo sigue mirando con recelo hasta que el muchacho se baja, una parada después. 
Esta cosa va llena hasta el tope. 
Me distraigo un momento y de pronto la guarda se ha convertido en un gordito y el chofer veterano en un peludo de colita. 
Un veterano con rasgos charrúas me ofrece un asiento pero no lo acepto, porque estoy a punto de bajarme. 
Por suerte. 
No todo viaje sin cantores es bueno. A veces no se llega ni a tolerable. 
Estornudo un par de veces para contribuir al clima general, y me bajo. 
Caminar, divino tesoro.

Que nunca falte.





Llego a la parada bajo la lluviecita mansa de la mañana. La cuadra está desierta y hay solo un hombre esperando el bus. Un tanto desprolijo, el señor, y con un tatuaje medio tumbero en la mano derecha. ¿Será un ladrón? No creo, porque está con el mate. O sea, que puedo sacar el celular. Un baboso? No, porque apenas me miró cuando me refugié bajo el techito. Respiro tranquila, entonces. 
Pero me quedo pensando en el tema del aspecto personal y su incidencia en la vida social del individuo.
Pobre hombre. Capaz que no es un mal tipo, pero su facha mete un poco de miedo. Si pasara un auto con alguien conocido, por ejemplo, a mí podrían arrimarme hasta el shopping, pero a él no lo llevarían, no.
En eso se acerca un auto rojo, para, el hombre del mate sube y se va charlando con el conductor, mientras yo sigo en la parada esperando el ómnibus bajo la lluvia.

Cómo demora el 329.





Estornudo cada cinco minutos.
Ojos llenos de pinchazos made in pelusa de plátano.
Manga corta bajo el sol, pero camisa y saquito en la mochila. 
Lamento no tener lentes de sol, mientras cargo el paraguas por si la alerta naranja. 
Montevideo, octubre y primavera. 

Todo dicho.





En medio de los 2.500 escritos que tengo para corregir entre hoy y mañana asoma de pronto una hojita de escasos 13 renglones, con firma, fecha y grupo:
"Profe: ya que no puedo interrumpir la clase por este simple anuncio, dejo esta nota advirtiéndole de la desprolijidad que se da en este escrito. Perdón por la letra desprolija (y quizás inentendible en partes), los reiterados tachones y alguna que otra falta de ortografía.
Disculpá la informalidad del anuncio."
Estamos inaugurando una nueva sección, estimado lector. Se llama "cartas al profesor". 
Cabe señalar que en este caso la nota acompaña un escrito de seis páginas con letra preciosa y, sí, algunas faltas de ortografía, pero no tantas.
Me dan ganas de empezar a repartir cartas por el mundo.
"Estimado guarda, disculpe que le di todas monedas chicas, pero las de diez las reservo para la máquina del café del liceo"
"Señor cantor de bus, le advierto que no le di nada porque está usted desafinando de lo lindo"
"Señora rubia del asiento de adelante, ¿es necesario que tire usted tanto para atrás el respaldo, considerando que aquí detrás hay una profesora tratando de sacar adelante un poco de trabajo atrasado?
Esto sería interminable. 

Lo voy a considerar.





Voy sentada en el 103 enterándome de mi futuro, quiera o no quiera. Mi número de la suerte es el 510 y debo practicar algún deporte para aflojar tanto estrés que me tiene tensionada. Algo pasa entre Aries y Acuario, pero no llego a escucharlo porque una frenada se impone a la radio y borra las palabras. Cuando sigo oyendo ya le estamos deseando un feliz cumpleaños a la Sole, "una cantante de Arequito", aclara el locutor, con su voz impostada y plena de intenciones didácticas. 
¿510, entonces? Y yo que creía que era 16. 16 + 12= 28, fin de clases en CFE, descanso, caminatas, cine, teatro, reuniones con amigos, tiempo, vida. Debo estar equivocada. Es 510, entonces. El horóscopo del aire tropical no se equivoca. 
Feliz martes de la diversidad cultural y los pueblos originarios, etc. Me voy a hacer algo que afloje mis tensiones: me voy al IAVA. Tan estimulante como dar clases en Florida, pero a solo media hora de mi casa. 

Que nunca falte.






Paso toda la mañana y parte de la tarde del domingo oyendo los audios colgados en Youtube de Hernán Casciari en Perros de la calle. No limpio mi casa, no salgo a caminar, no me saco trabajo de encima, no nada: arranco como una obsesiva con el primero y sigo en orden cronológico hasta el 15 o 20, aunque hablen de Messi o se pasen media hora buscando a un hipotético Baslala que ya sé (porque hace dos meses que sigo al programa) que nunca fue encontrado y que probablemente no exista, o tal vez sí, quién sabe. 
A las cinco y media salgo de mi casa rumbo a la Feria del Libro. Demasiado temprano, es verdad, pero es la única estrategia posible para zafar de los hinchas de Peñarol que a esa hora están jugándose el campeonato en el estadio de Danubio, a pocas cuadras, y que tanto si pierden como si ganan se van a poner pesados. Viajo en un 103 con el final del partido a todo volumen y en lo único que pienso es en los Canelones de la vieja de Mercedes enfriándose en la mesa, en el libro de Borges que el ex gordo nunca devolvió a la biblioteca y en los salames quinteros del flaco que hace chistes malos y no conoce al habitante más ilustre del pueblo (ni a nadie). 
Debo estar mal. 
Seguro, debo estar mal.
Vuelvo a recorrer la feria, disimulo como si me interesara algo más que los libros de Casciari que sé que no voy a ver por ningún lado, y termino yendo al Salón Azul. Falta apenas una hora y cuarto para que empiece la magia. Adentro, a sala llena a reventar, un muchacho rubio y hermoso con una especie de jopo levantado (o eso veo cuando la puerta se entreabre durante un segundo) dialoga con el público y con un payaso. Sí. Hay un payaso dentro de la sala, mientras afuera veinte o treinta personas intentan entrar a como dé lugar para ver al muchacho rubio y su jopo levantado, pero los organizadores no los dejan, y ellos se van con los hombros caídos y los libros no firmados. Me fijo en el programa: el nombre me suena. Voy a Wikipedia y me saco la duda: es el autor de diez libros, diez, y todos se llaman igual. Que termine de una vez. Que terminen él y el número de danzas típicas del salón de enfrente, que terminen todos y que arranque Casciari. 
Opa. Se armó una mesita. Compré dos libros. 
Estoy tercera en la fila, devorando Charlas con mi hemisferio derecho y sintiendo un algo de Levrero en las sesiones, cuando entran a la sala (ya vacía) dos personas: una mujer morocha y un muchacho de campera deportiva verde. ¿Era o no era? No puede ser. Muy flaco. ¿O era? 
Era. 
Me instalo en el medio de la segunda fila (porque la primera estaba reservada) y me dispongo a escuchar en vivo la voz que me acompañó desde la computadora y desde el papel todo el santo día. Detrás de mí tengo a un pendejo que me apoya los pies en el respaldo, adelante a una mujer que quiere comer bizcochos y los termina guardando porque no se anima, a la izquierda una chica que saca fotos con el celular y a la derecha otra que le lee un cuento a alguna persona que no alcanzo a distinguir, pero no importa. 
Va a hablar Casciari. 

Silencio.





Ayer volvía a mi casa de lo más tranquila en un 103 que tomé vacío en la Ciudad Vieja cuando pasamos por la zona del Parque Central y aquello se llenó de gente vestida toda con los mismos colores. Venían contentos (habían ganado), tenían todos ellos entre 15 y 20 años, y no eran malos gurises, pese al relajo que armaron desde el primer momento y que fue in crescendo hasta que bajé en la cooperativa. Ni uno intentó pasar sin pagar boleto, ni insultaron a nadie de otros coches o de la vereda, ni se pelearon con los pasajeros que ya veníamos en viaje. En realidad, creo que no nos miraron. Ellos estaban en una suerte de ceremonia litúrgica, tal vez regada con alcohol o ahumada con faso pero que algo de religioso tenía, al menos para ese grupo. 
Cantaron a los gritos todo el camino. Saltaban, se empujaban y hacían una suerte de pogo en los pasillos del ómnibus, cuyo guarda (un chiquilín) iba de lo más divertido, mientras el conductor (que tendría 30 años) charlaba con un hincha tranquilo y se mostraba levemente preocupado por el estado del vehículo, pero no demasiado. Los hinchas de Nacional golpeaban el techo, los pasamanos, los respaldos de cada asiento. Yo iba sentada a la ventanilla, al lado de un hombre joven que por la cara y el silencio debía ser del cuadro contrario. En cierto momento se bajó, y pese a que el bus iba lleno nadie se sentó conmigo, porque al parecer era mucho más divertido ir parado, a los gritos, saltando y golpeteando cosas. Seguro. 
Sus cantitos al principio me parecieron bastante inocentes, pero cuando les presté atención vi que no lo eran, para nada. No había grandes insultos ni malas palabras, pero si amenazas de muerte para los contrarios, e incluso reivindicaban como lo más natural del mundo que ya les habían matado a uno, cosa que cantaban todos, los chicos y las muchachas, con sus caras frescas, felices, con la alegría de un sábado a la noche con los amigos del barrio.
Hoy es domingo, plena tarde de sol de un domingo de fin de semana largo en primavera, y no puedo evitar escucharlos desde mi ventana abierta. No a los de ayer, claro está, sino a los otros, porque Peñarol hoy juega contra Danubio en mi barrio. Es una suerte que sus gritos y tambores lleguen hasta mis oídos en Arbolito, o me los habría encontrado indefectiblemente al salir de mi casa a la hora en que termina el partido. Ahora puedo adelantarme y zafar, aunque llegue al Centro demasiado temprano, no importa (y además, a riesgo de revelar mis prejuicios, debo reconocer que los de hoy me preocupan bastante más que los de ayer).
Hay veces en que me siento por fuera del mundo en que vivo.
Me pasa en los asados, me pasa en el Carnaval, me pasa en los fines de semana en que Danubio juega en Jardines, me pasa en las Navidades que no me interesan, cuando suena el Himno que no me conmueve o cuando la gente me habla de los programas de televisión o de las series que todos ya vieron y yo no escuché nombrar siquiera. 

Hay veces en que me siento por fuera del mundo en que vivo, repito. Ni mejor ni peor, solo por fuera. Y no sé si quiero entrar.





Calle principal de mi cooperativa. Un hombre y una mujer estaban charlando a pocos pasos del salón comunal. En verdad ni los había mirado, concentrada como iba en la pantalla negra del celular y sus habitantes virtuales, hasta que la voz de la señora llegó a mi conciencia, y supe al instante que estaba hablando de mí. Le explicaba al señor quién era yo, aunque sé que ella no sabe mi nombre. Nunca hemos hablado, y nuestra máxima interacción ha sido un saludo a mano levantada, un par de veces, a media cuadra de distancia. 
¿Qué podría decir, que me definiera? ¿"Ella vive en Arbolito"? ¿"Siempre anda apurada"? ¿"Se pasa sacando fotos a cualquier cosa"? 
No. 
"Ella es amiga de mi perra". 
Levanté la mirada del celular, saludé a ambos humanos y seguí mi camino, porque solo detengo el paso en la cooperativa si siento un ruidito de patas caninas corriendo a mi encuentro. 
Hola. Para todos los que no me conocen, yo soy Mariela, la amiga de Isis.

Que nunca falte.





Ah, sí, a la hora de hacer mandados en este barrio hay que elegir, ¿viste? Y más si encarás 8 de Octubre como para el lado de la Unión. Porque una cosa es la Tienda Inglesa, donde va la gente como una, nena, y otra es el Bocata de la otra cuadra, un microsupermercado tan poquita cosa que los lockers están afuera, sobre la vereda, porque adentro no les da el espacio para instalarlos. 
El Bocata es una especie de leyenda urbana pero viva, real y palpable. La gente se amontona hasta lo indecible en sus estrechos pasillos. En la puerta siempre hay fila para entrar porque los empleados no dan abasto y establecen turnos. Hoy vi tantos candidatos a clientes que los conté: había 36 personas esperando, entre adultos y niños. 36 personas y unos cuantos perros, cabe señalar, y eso sin contar a los vendedores de comidas varias que desde temprano se instalan a su puerta como si fuera la entrada del Estadio o de la Rural del Prado. Todo muy pueblo, ¿entendés?
En cambio la Tienda Inglesa, viste, es otra cosa, qué le vas a hacer. Uno no termina de hacer el duelo porque no se ganó el viaje a Italia y ya te están pasando por los ojos la semana de Alemania, el mundo se vuelve negro, rojo y amarillo y hay chicas que te invitan con dulces o galletitas, por lo menos. Claro, a veces tienen sus cosas, como el paquete de quinoa que quise traer hoy y estaba roto, o la “Pierna de cordero” de 240 pesos que me apareció mágicamente en el ticket porque la empleada metió mal un código, haciendo que mis 32 pesos de manzanas se multiplicaran y cambiaran de reino. Lo normal, digamos, nada tan terrible, después de todo. Estuve a punto, a punto de preguntar por el precio de unas ollas nuevas de esas con tapas bien ruidosa… eh, de esas herméticas, digo, pero al final se me pasó. 
No todas las polaridades se llaman Marconi/Carrasco; eso depende de dónde vivas. En mi barrio todos sabemos que dime a qué súper entras y te diré quién eres. O te diré qué compras. O cuánto gastas. O con quiénes te cruzas. 

Es la misma vaina.





8.50.
Es una linda noche, fresca pero primaveral. Llegué hace un ratito de Florida, voy al Centro y entro al SODRE a ver un espectáculo de danza en el que bailan dos alumnas.
9.10. 
Terminó la parte que fui a ver y me fugué silenciosamente de la sala. Afuera llovía a baldes. ¿Qué se hizo de mi primavera de hace media hora???
Esto se está acelerando demasiado.

Feliz Navidad. Año Nuevo. Algo. No sé.





Señor, señora: ¿está usted cansado de que lo miren bien? ¿Le gustaría sentir por un momento el odio ajeno e imaginar las puteadas silenciosas de sus compañeros de bus?
¡Es muy sencillo!
Paso 1: abríguese como para el Polo.
Paso 2: abra toda la ventana de su lado, y sienta cómo vuelan sus cabellos y los de la rubia de rulos que va sentada detrás de usted y su campera hiper invernal. 
Listo. Ya es usted detestado por al menos una persona. Disfrútelo. Suerte en pila.

¡Atchís!





A las seis de la tarde de viernes ya no quedaba nadie en el CERP. El Pato (el bus amarillo que nos lleva a la parada) vino repleto de docentes y estudiantes. No hay un asiento libre en toda la terminal. Muchos más bolsos que de costumbre se amontonan en los andenes, la gente se saluda, charla, sonríe. 
Un aire de fin de semana largo flota en todas las caras, y encima salió el sol.

Que nunca falte.






El CA1 viene repleto pero él toca quena y guitarra como si estuviera en el Solís. Hotel California, Dust in the wing y así...
Es chileno y angelical. Aclara que el instrumento de viento es una samponia, o al menos así suena. 

Viernes iuvioso pero con buena música. Muchos pasajeros lo apoian con dinero, y él sigue tocando luego de recibir el dinero: Wish you are here. Ídolo.






Una madre, a su hijo preadolescente, en la parada:
_ Más vale que mañana en tu cumple no esté como hoy. Si no, ¿dónde metemos toda la negrada? Igual ellos con una Coca y un vino están contentos aunque sea en el fondo y esté lloviznando... Algo vamo' a hacer.
El guarda del 103, a un amigo:
_ ¿Vos viste lo que es el Negro? ¡El Negro es una bestia, papá! Te mete siete turnos seguidos... Yo no sé cómo hace. Mete mañana, tarde, noche... No sé cómo hace.
Administrativa del IAVA parada junto a la puerta de su oficina, mirando el patio vacío de la mañana: 
_ Es precioso este lugar, no me canso de mirarlo. Un placer para la vista. Y los pájaros... ¡Qué lugar tan lindo este!
Estimado lector, usted elige. Canyengue con la negrada aunque llueva, laburo y más laburo o vida contemplativa. Recuerde que usted elige.
Después no se queje.
Feliz viernes.






Solo unos pocos elegidos pertenecen de verdad al gran mundo. 
Solo los más distinguidos pueden percibir el perfume exacto en sus narinas. 
Eau du Zorrillo Número 5, by CITA.
Un aroma que perdura.






0.06 de la mañana. 
Mientras trato de digerir el hecho de que el coche 816 de Cutcsa acaba de pasar por el medio de la calle sin detenerse ante las seis manos extendidas ( pese a llevar solo unas diez personas de pie en su interior) una voz infantil me saca del modo furia matinal.
Él tiene tres años, calculo, y está de la mano del padre. Ni se enteró del incidente 816, y se lo ve de lo más contento entonando una Rueda Rueda de un par de versos que repite una y otra vez.
"Rueda rueda de pan y canela, 
Viene la maestra, ¡le doy un coscorrón!"
Ah, ta, listo. 
Cerrá y vamos.






Ellos eran unos treinta adolescentes de uniforme deportivo azul con el logo del liceo 52 de Villa García, y probablemente habrían subido al 103 en el principio mismo del recorrido, porque ocupaban la amplia mayoría de los asientos. Por las caras debían ser de segundo año. Uno de ellos, el más fatal, era de esos gurises que demoran en pegar el estirón y lo compensan portándose mal, de lo cual se iban quejando de vez en cuando algunos de sus compañeros, aunque entre risas, y sin mucha intensidad:
_ ¡Profe, el Jona anda molestando!
_ Bueno, decile que se tranquilice- llegó una voz desde unos metros más allá, que nunca llegué a asociar con una cara, porque el 103 de las nueve de la mañana iba lleno a más no poder.
Simpáticos, los chiquilines. Hablaban a todo volumen y se reían el 98 % del tiempo, pero sin molestar a ningún pasajero ni hacerse ver con bromas pesadas o malas palabras, nada de eso. Solo jugaban a sacudir la botella de Coca de uno de ellos, a tocarle el pelo a la chica más linda del asiento de adelante o a cantar "¡vamos al museo... pi pi pi... en un coche feo...!" En cierto momento pasamos por el túnel y tres o cuatro se hicieron los asustados, como que les daba miedo la oscuridad o los quince segundos del viaje subterráneo, no sé. No suelen ir al centro, pensé, o esta broma la habrían hecho a los seis años y no a los 13 o 14. Capaz que para algunos es la primera vez que salen del barrio. No sería nada raro. 
Cuánto falta para que estos divinos del 103 de hoy dejen de tener trece años y empiecen a ser mirados como un otro distinto y potencialmente peligroso por la gente que no los conoce, pensé, mientras me bajaba en la parada de Eduardo Acevedo y comenzaba a caminar hacia otros gurises, más grandes, acostumbrados desde hace años a viajar al centro, con todas las perspectivas de no ser mirados con miedo por las personas mayores que se les crucen en el camino.
Capaz que es más fácil hacer reclamos por la tele o levantar muros que interesarse por el prójimo que está ahí, en otro barrio, quizá, con otro uniforme (los que llegan), en otro medio de transporte, pero cerca. Muy cerca.





Ayer iba volviendo al IAVA después de mi hora puente, con la bolsita de la panadería llena de calorías en una mano, cuando me encontré con algunas de mis artísticas.
_ ¡Profe, ahí en la puerta hay un 3 de espadas!- me dijo una que, como la tengo en Facebook, ya está al tanto de algunas de mis obsesiones.
_ Uh. ¿Espadas, otra vez? Bueno, pero igual la encontraste vos, así que no era para mí.- salí del paso, y entré al liceo mirando para el techo, a riesgo de resbalar en los escalones centenarios.
Pero las cartas no se dejan engañar, y hoy en la repisa de mármol al lado de uno de los cajeros automáticos del Shopping me estaba esperando la susodicha carta, o al menos una de sus homónimas, onda “no te hagas la viva, ¿eh?”.
Acabo de mirar qué significa el 3 de espadas. 
Mejor no hubiera mirado.
¿Alguna alma caritativa podría hacerme el favor de adelantarse en mi camino e irme sembrando las calles de oros y copas, tréboles o corazones, o al menos despejándolas de bastos y espadas? 
Sobre todo de espadas, ¿ta?

Se agradece.




Crónica retro.
Yo tenía unos 25 años, estaba haciendo el IPA y por las tardes trabajaba en un microscópico local de productos macrobióticos en la Galería Entrevero: La Tienda de las Flores. 
Un día llegué al trabajo deseosa de contarle al dueño lo que me había ocurrido la noche anterior. 
Venía de una semana de hacer un curso de espiritualidad con una argentina de nombre Luz Gallardo y acababa de poner en práctica una experiencia que me urgía contarle a Julio, a ver qué le parecían mis incipientes condiciones de maga. 
La cosa era muy sencilla: habíamos aprendido una técnica para ponernos en comunicación con quien quisiéramos utilizando el poder de nuestras mentes. Yo, que andaba por entonces muerta con un amigovio que dos por tres se me borraba varios días, fui todo el viaje en 4 (era un trolley doble, me acuerdo como si fuera ayer) concentrada en que el susodicho debía llamarme apenas llegara a mi casa. Ni un minuto antes (mis viejos dormían) ni mucho después (o la que estaría durmiendo sería yo). El temita es que el curso era a muy altas horas de la noche, y por la velocidad del trolley iba a estar llegando casi a la una de la madrugada. 
El muchacho nunca me había llamado más allá de las diez, pero yo iba convencida de poder mágicamente comunicarme con él para que apareciera en mi teléfono apenas entrara. 
Y lo hizo. 
Estaba subiendo la escalera tres minutos después de llegar, cuando sonó el teléfono y se me iluminó el alma. 
Todo eso le estaba contando ese día a Julio, y no sé si lo más importante era la llamada del muchacho o mi poder de convocatoria. Cuando terminé Julio me clavó los ojazos azules un par de segundos antes de tirarme la pregunta matadora. 
_ Si en verdad no te llamó él sino que fuiste vos quien lo convocó, ¿tiene algún valor ese llamado? 
Y no, no tenía. 
No volví a usar la técnica súper infalible, ni se lo conté nunca a él. Para qué. ¿Qué valor tenía? Ninguno. 
Hoy tengo casi el doble de esos 25, y aprendí que la gente no debe manipular a los que quiere. 
Pero extraño a Julio.

Y nunca olvidé del todo a aquel muchacho.







Este día del patrimonio tuvo de todo, pero lo que más me impactó fue encontrar un libro que hablara de Julio, mi viejo y querido Julio, un ser luminoso hasta el infinito, un guía, un maestro con todas las letras. Todavía escucho su voz. Todavía veo la paz de sus enormes ojos azules. Todavía lo extraño.



174.
174 son los pasos que separan mi casa del contenedor de basura. Sí, los he contado. Tengo mis probemitas, es verdad, pero ese no es el tema. Para hacerlo de mañana sería un desvío de unos 250 pasos, paso más, paso menos, y nunca salgo con tiempo de sobra. De noche no camino una cuadra en territorio no cooperativo, si puedo evitarlo. 
¿Conclusión?
Algo huele mal en Arbolito, y no son mis gatas. Ni yo. 
Ampliaremos.

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